Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (31-VIII-88)
El sacrificio de la Cruz, culmen del amor
1. La unión filial de Jesús con el Padre se expresa en el amor, que El ha constituido además en mandamiento principal del Evangelio: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente Este es el mayor y primer mandamiento" (Mt 22, 37 s.). Como sabéis, a este mandamiento Jesús une un segundo "semejante al primero": el del amor al prójimo (Cfr. Mt 22, 39). Y El se propone como ejemplo de este amor: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Jesús enseña y entrega a sus seguidores un amor ejemplarizado en el modelo de su amor.
A este amor se pueden aplicar ciertamente las cualidades de la caridad, elencadas por San Pablo: "La caridad es paciente. benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, no busca interés, no toma en cuenta el mal, se alegra con la verdad Todo lo excusa. todo lo soporta" (1Co 13, 4-7). Cuando, en su Carta, el Apóstol presentaba a los destinatarios de Corinto esta imagen de la caridad evangélica, su mente y su corazón estaban impregnados por el pensamiento del amor de Cristo, hacia el cual deseaba orientar la vida de las comunidades cristianas, de tal modo que su himno de la caridad puede considerarse un comentario al precepto de amarse según el modelo de Cristo Amor (como dirá, muchos siglos más tarde, Santa Catalina de Siena): "(como) yo os he amado" (Jn 13, 34).
San Pablo subraya en otros textos que el culmen de este amor es el sacrificio de la cruz: "Cristo os ha amado y se ha ofrecido por vosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio" "Haceos, pues, imitadores de Dios, caminad en la caridad" (Ef 5, 1-2).
Para nosotros resulta ahora instructivo, constructivo y consolador considerar estas cualidades del amor de Cristo.
2. El amor con que Jesús nos ha amado, es humilde y tiene carácter de servicio. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). La víspera de la pasión, antes de instituir la Eucaristía, Jesús lava los pies a los Apóstoles y les dice: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15). Y en otra circunstancia, los amonesta así: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será el esclavo de todos" (Mc 10, 43-44).
3. A la luz de este modelo de humilde disponibilidad que llega hasta el "servicio" definitivo de la cruz, Jesús puede dirigir a los discípulos la siguiente invitación: "Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). El amor enseñado por Cristo se expresa en el servicio recíproco, que lleva a sacrificarse los unos por los otros y la verificación definitiva es el ofrecimiento de la propia vida "por los hermanos" (1Jn 3, 16). Esto es lo que subraya San Pablo cuando escribe que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5, 25).
4. Otra cualidad exaltada en el himno paulino a la caridad es que el verdadero amor "no busca su interés" (1Co 13, 5). Y nosotros sabemos que Jesús nos ha dejado el modelo más perfecto de esta forma de amor desinteresado. San Pablo lo dice claramente en otro texto: "Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación. Pues tampoco Cristo buscó su propio agrado" (Rm 15, 2-3). En el amor de Jesús se concreta y alcanza su culmen el "radicalismo" evangélico de las ocho bienaventuranzas proclamadas por El: el heroísmo de Cristo será siempre el modelo de las virtudes heroicas de los Santos.
5. Sabemos, efectivamente, que el Evangelista Juan, cuando nos presenta a Jesús en el umbral de la pasión. escribe de El: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Ese "hasta el extremo" parece testimoniar en este caso el carácter definitivo e insuperable del amor de Cristo: "Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13), dice Jesús mismo en el discurso transmitido por su discípulo predilecto.
El mismo Evangelista escribirá en su Carta: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3, 16). El amor de Cristo, que se manifestó definitivamente en el sacrificio de la cruz (es decir, en el "entregarla vida por los hermanos"), es el modelo definitivo para cualquier amor humano auténtico. Si en no pocos discípulos del Crucificado alcanza ese amor la forma del sacrificio heroico, como vemos muchas veces en la historia de la santidad cristiana, este módulo de la "imitación" del Maestro se explica por el poder del Espíritu Santo, obtenido por El y "mandado" desde el Padre también para los discípulos (Cfr. Jn 15, 26).
6. El sacrificio de Cristo se ha hecho "precio" y "compensación" por la liberación del hombre la liberación de la "esclavitud del pecado" (Cfr. Rm 6, 5-17), el paso a la "libertad de los hijos de Dios" (Cfr. Rm 8, 21). Con este sacrificio, consecuencia de su amor por nosotros, Jesucristo ha completado su misión salvífica. El anuncio de todo el Nuevo Testamento halla su expresión más concisa en aquel pasaje del Evangelio de Marcos: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
La palabra "rescate" ha favorecido la formación del concepto y de la expresión "redención" (en griego: lutron = rescate; lutrwsiz = redención). Esta verdad central de la Nueva Alianza es al mismo tiempo el cumplimiento del anuncio profético de Isaías sobre el Siervo del Señor: "EI ha sido herido por nuestras rebeldías, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is 53, 5). "El llevó los pecados de muchos" (Is 53, 12). Se puede afirmar que la redención constituía la expectativa de toda a antigua Alianza.
7. Así, pues, "habiendo amado hasta el extremo" (Cfr. Jn 13, 1 ) A aquellos que el Padre le "ha dado" (Jn 17, 6), Cristo ofreció su vida en la cruz como "sacrificio por los pecados" (según las palabras de Isaías). La conciencia de esta tarea, de esta misión suprema, estuvo siempre presente en la mente y en la voluntad de Jesús. Nos lo dicen sus palabras sobre el "buen pastor" que "da la vida por sus ovejas" (Jn 10, 11). Y también su misteriosa, aunque transparente, aspiración: "Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!" (Lc 12, 50). Y la suprema declaración sobre el cáliz del vino durante la última Cena: "Esta es mi sangre de a alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28, 1.
8. La predicación apostólica inculca desde el principio la verdad de que "Cristo murió (según las Escrituras) por nuestros pecados" (1Co 15, 3). Pablo lo decía claramente a los Corintios: "Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1Co 15, 11 ) . Lo mismo les predicaba a los ancianos de Éfeso: "el Espíritu Santo os ha puesto como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo" (Hch 20, 28). Y la predicación de Pablo se halla en perfecta consonancia con la voz de Pedro: "Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos" (1P 3, 18). Pablo subraya la misma idea, es decir, que en Cristo "tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia" (Ef 1, 7).
Para sistematizar esta enseñanza y por razones de continuidad en la misma, el Apóstol proclama con resolución: "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1Co 1, 23). "Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina es más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1, 25). El Apóstol es consciente de la "contradicción" revelada en la cruz de Cristo. ¿Porqué es, pues, esta cruz, la suprema potencia y sabiduría de Dios? La sola respuesta es ésta: porque en la cruz se ha manifestado el amor: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). "Cristo os amo y se entregó por vosotros" (Ef 5, 2). Las palabras de Pablo son un eco de las del mismo Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida" (Jn 15, 13) por los pecados del mundo.
9. La verdad sobre el sacrificio redentor de Cristo Amor forma parte de la doctrina contenida en la Carta a los Hebreos. Cristo es presentado en ella como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros", que "penetró de una vez para siempre en el santuario con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna" (Hb 9, 11-12). De hecho, EI no presentó sólo el sacrificio ritual de la sangre de los animales que en a antigua Alianza se ofrecía en el santuario "hecho por manos humanas": se ofreció a Sí mismo, transformando su propia muerte violenta en un medio de comunicación con Dios. De este modo, mediante "lo que padeció" (Hb 5, 8), Cristo se convirtió en "causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen" (Hb 5, 9). Este solo sacrificio tiene el poder de "purificar nuestra conciencia de las obras muertas" (Cfr. Hb 9, 14). Sólo él "hace perfectos para siempre a aquellos que son santificados" (Cfr. Hb 10, 14).
En este sacrificio, en el que Cristo, "con un Espíritu eterno se ofreció así mismo a Dios" (Hb 9, 14), halló expresión definitiva su amor: el amor con el que "amó hasta el extremo (Jn 13, 1); el amor que le condujo a hacerse obediente "hasta la muerte y una muerte de cruz" (Flp 2, 8).