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Ez 1, 1-48. Visión de la Gloria de Yahve

En este capítulo tenemos la visión inaugural de la misión profética de Ezequiel. Como Jeremías, también Ezequiel recibió una comunicación imaginaria de parte de Yahvé en la que se anunciaba su futura misión de profeta entre los exilados. Ezequiel debía ejercer una labor de apostolado entre los exilados en Babilonia para mantener la fe religiosa y la esperanza en la resurrección nacional de Israel. Como hemos visto en la introducción, algunos autores suponen una primera fase de apostolado de Ezequiel en Palestina y, en este supuesto, la visión de este capítulo sería la inauguración de la segunda fase profética en Babilonia. Pero no se puede probar la fase profética de Ezequiel en Palestina. Por consiguiente, nos atenemos a la tesis tradicional, considerando a Ezequiel como profeta exclusivo de los exilados en Babilonia.
El capítulo consta de dos partes: a) introducción histórica (1-3); b) descripción de la visión inaugural (4-28).

Ez 1, 1-3. Tiempo y lugar de la teofanía

La datación dada en el v.1 ofrece una gran dificultad, ya que no sabemos el punto de partida del cómputo el año treinta. Se han propuesto diversas soluciones. Unos autores suponen que es el año treinta de la vida de Ezequiel, mientras que otros toman como punto de partida la reforma de Josías en el 621, lo que nos llevaría hacia el 592, más o menos en concordancia con la fecha que da el v.2 (año quinto de Joaquín: 593). Otros autores prefieren computar el año treinta a partir de la subida al trono de Nabopo-lasar (625 a.C.). No faltan quienes supongan corrompida la cifra, y así leen año trece; pero todas las versiones consignan la fecha de treinta del TM. El mes cuarto es el mes de Tammuz (junio-julio). El río Kebar parece ser el nar-Kabari ("gran canal") de las inscripciones cuneiformes. Ezequiel, pues, se hallaba entre los deportados junto al "gran canal" y tuvo visiones celestes, que después va a concretar. No especifica si se trata de visiones imaginarias o sensibles, pero para el resultado doctrinal es lo mismo. En todo caso, la palabra visión en los profetas tiene el carácter genérico de comunicación divina sobrenatural. El v.2 es considerado por muchos autores como glosa marginal.
El año quinto del rey Joaquín es el 593, ya que el joven monarca comenzó su reinado en el asedio de Jerusalén del 598, siendo llevado en cautividad después de reinar sólo tres meses. La expresión fue sobre él la mano de Yahvé (v.3) aparece reiteradamente en el libro de Ezequiel, y designa el estado psicológico del profeta bajo la acción de Dios: está como poseído por una fuerza superior divina. Tal es la impresión que siente en la visión inaugural que con todo detalle va a describir.

Ez 1, 4-14. Visión de los cuatro vivientes

La visión del profeta es apocalíptica y difícil de entender, ya que interviene más la imaginación desbordada que la lógica del pensamiento. A la luz de los hallazgos arqueológicos asirios podemos hoy sorprender la fuente en que se inspiró el profeta para trazar este cuadro deslumbrante como pórtico solemne a su misión profética y a su libro. Estando el profeta junto al "gran canal," vio venir como un turbión o densa nube acompañada de fuerte viento. En torno aparecía como un halo de fuego brillante como bronce en ignición. En medio de la nube, un núcleo ígneo. La nube brillante e ígnea viene del septentrión, es decir, de la región nórdica de Mesopotamia por la que pasaba la vía caravanera que habían seguido los exilados israelitas. Como veremos después, el sentido de la visión es mostrar que Yahvé ha seguido a los exilados en su destierro para protegerlos y darles esperanza de rehabilitación. Algunos autores creen ver en esta dirección del septentrión una alusión al olimpo babilónico, situado en la parte norte de Mesopotamia. En ese caso, el sentido de la visión era simbolizar la supremacía de Yahvé sobre todos los dioses mesopotámicos.
A medida que se acercaba el turbión, divisa el profeta en el centro ígneo cuatro vivientes. A primera vista, de frente le parecen semejanza de hombre por la cabeza y el pecho. Pero, fijándose bien, distingue en ellos cuatro aspectos o caras: de hombre por el rostro, de águila por las alas, de león y de toro por el cuerpo. Concebida así la extraña visión, encontramos una explicación en los karibu asirios encontrados a la entrada del palacio de Jorsabad; en el c.10 de Ezequiel se los llama Kerubi o querubes. En efecto, en los colosos asirios que se ven en el museo de Louvre se pueden apreciar esos extraños seres con rostro barbado de hombre, alas de águila, bajo las cuales salen dos brazos de hombre (v.8), cuerpo mitad de toro y mitad de león. Eran los genios protectores de los palacios asirios. Los cuatro vivientes juntaban dos de sus alas con las del más vecino, formando un soporte o plataforma. El conjunto de los vivientes caminaba siempre hacia adelante, sin volverse (v.8). En el v.10 insiste sobre su cuádruple composición: por delante, aspecto de hombre; en la derecha, aspecto de león; a la izquierda, de toro, y alas de águila. Con dos de las alas de cada uno extendidas en lo alto se formaba un trono, y con las otras dos de cada uno se cubrían el cuerpo en señal de respeto (v.1-1).
El profeta ha logrado crear con los cuatro vivientes un inigualable trono para Yahvé. En ellos están representadas las criaturas más nobles de la creación: el hombre con su inteligencia, rey de la creación; el león y el toro con su fuerza, reyes de los animales terrestres; el águila, reina de las aves por su raudo y elevado vuelo. Estos animales, que en el folklore babilónico estaban destinados, como animales más nobles, a representar diversas divinidades, forman un trono al único Dios, al Yahvé de Israel. La concepción teológica es grandiosa en todos sus detalles. En el número cuatro de los seres (con cuatro aspectos, y cuatro alas, y cuatro ruedas) puede verse la idea de la universalidad del dominio de Yahvé en las cuatro direcciones del universo.
Los cuatro vivientes caminaban de frente, sin volverse, movidos por el espíritu o soplo de Dios. En medio de los cuatro vivientes había fuego como de brasas (?.13), que centelleaban en continuo movimiento. El fuego, como elemento purificador y símbolo de la santidad, aparece constantemente en muchas teofanías del A.T. Yahvé se manifiesta siempre entre rayos y relámpagos y rodeado de nubes de fuego. Los autores semitas no encontraban mejor símbolo para indicar el carácter numénico de Dios que el fuego, a cuyo contacto todo se consume y purifica. A Moisés se apareció Yahvé en una zarza ardiendo.

Ez 1, 15-21. Descripción de las ruedas.

Los detalles de la visión van complicando la clara comprensión de la misma. El profeta multiplica las imágenes en función de las ideas, pero no siempre es fácil captar bien la imagen, pues resulta a menudo muy compleja. Así, contempla a los cuatro vivientes sobre cuatro ruedas, cada una de las cuales tiene otra en sentido opuesto, formando ángulo, de modo que, según se dice en el ?.17, el carro con las cuatro ruedas y vivientes marchaba en las cuatro direcciones sin volverse. Hemos de pensar que aquí se trata de una visión apocalíptica; por tanto, no debemos preguntarnos si efectivamente el conjunto es técnicamente realizable en la práctica. Los profetas prescinden de muchas cosas, y se levantan sobre la realidad para declarar sus ideas, muchas veces envueltas a propósito en el misterio. Así, no sabemos el significado exacto del detalle de que las llantas estaban llenas de ojos (v.18). Quizá tuvieran un puro valor ornamental, o se quiere indicar que las ruedas fulguraban como chispas luminosas. No faltan quienes ven en esa pluralidad de ojos la omnisciencia divina, múltiple en las manifestaciones de su providencia. El profeta puntualiza después que tanto los vivientes como las ruedas se movían en completa sincronía, empujados por el espíritu o soplo divino.

Ez 1, 22-25. Descripción de la plataforma

Sobre los vivientes que tienen sus alas extendidas en alto, formando como una plataforma, había una placa sólida como firmamento de cristal (v.22); es la base del trono divino que se explicará a continuación. Al agitarse las alas se oía como un ruido ensordecedor semejante a la voz del Omnipotente, es decir, del trueno, o como el estruendo de un campamento militar que se pone en movimiento (v.24). El profeta oyó como una voz majestuosa que hizo parar el cortejo (v.25).

Ez 1, 26-28. El Señor, sentado sobre el trono.

El profeta distingue sobre la plataforma de cristal, soportada por las alas de los vivientes, una piedra de zafiro, de azul celeste, que hacía de trono. Es de notar en la descripción las frases aproximativas propias de los autores apocalípticos (a semejanza de, como, a modo.), que indican la trascendencia de las mismas cosas que se ven, presentadas de modo descriptivo imaginativo para dar una idea aproximada de ellas. Sobre el trono había una figura semejante a un hombre (v.27) resplandeciente. Es Yahvé en toda su majestad y gloria, aureolado de un arco iris. Ante tal manifestación de la majestad divina, Ezequiel cae de rodillas en un sentimiento de adoración y de reconocimiento de su propia indignidad (v.28).
El simbolismo de esta visión deslumbradora parece girar en torno a la idea de la presencia de Yahvé entre los exilados de Babilonia. Aunque Yahvé habite en Jerusalén, sin embargo, no los ha abandonado, y por eso los visita en toda su majestad, para dar idea de su omnipotencia, muy por encima de los ídolos babilónicos. Es el Señor absoluto de toda la naturaleza, sentado sobre los vivientes más nobles, que le sirven de escabel de sus pies: el toro, símbolo de la fuerza salvaje, dedicado en la mitología babilónica a Hadad, dios de las tormentas; el león, rey de los animales, dedicado a Samas e Istar y Enlil; el águila, reina de las aves, símbolo del sol. Toda la creación en su más noble manifestación está al servicio del Dios de Israel, que invade en su plena majestad el territorio de los dioses paganos. En todas partes se siente su dominio, como Señor de la naturaleza. Los exilados se creían en el destierro alejados de la providencia de su Dios. El castigo del cautiverio era para ellos como un velo que se interponía en las relaciones con el Dios de sus padres, y de ahí el desaliento y hasta la desesperación. Por eso, esta visión del profeta del exilio por excelencia quiere hacer ver que Yahvé está también al lado de los desterrados, que tiene providencia de ellos, y que va a abandonar definitivamente a Jerusalén, entregándola a la destrucción y reservando a los desterrados como núcleo de la futura restauración de Israel.

EZ 2, 1-10. Intimación de Dios al Profeta

Ez 2, 1-9. Vocación del profeta

Ezequiel recibe una misión ingrata de parte de Yahvé. Tiene que predicar a un pueblo rebelde, de corazón empedernido. Dios le ordena levantarse del estado de postración, llamándole con la extraña denominación de hijo de hombre (v.1), que se repetirá constantemente en las visiones de Ezequiel. Parece significar simplemente hombre, o perteneciente a la raza humana, en el sentido de ser frágil e impotente, en contraposición al Dios omnipotente. Yahvé, pues, con esta denominación reiterada quiere insinuar que, aunque el profeta sea débil, sin embargo, será fortalecido por la asistencia divina. La presencia divina hace que el profeta recobre fuerzas y se ponga en pie (v.2), dispuesto a cumplir el mandato de Dios. El profeta es enviado a los hijos de Israel, que aquí son los exilados de Babilonia, llevados en cautividad en 598 a.C., llamados en 3, 4 casa de Israel, en cuanto eran objeto de las preferencias de Yahvé, como futuro núcleo de restauración nacional. Pero al mismo tiempo son calificados como pueblo rebelde (?.3) por sus numerosas transgresiones a través de la historia contra Yahvé.
La misión de Ezequiel es ingrata, pero al menos no podrán quejarse de no habérseles enviado un profeta (?.6) ? mensajero de Yahvé. Los exilados creían próximo su retorno a Jerusalén, y no concebían que la Ciudad Santa cayera en manos de sus enemigos. Ezequiel debe anunciarles la catástrofe de la Ciudad Santa, y cuando se cumplan sus predicciones, entonces reconocerán que han tenido entre ellos a un profeta. Mientras tanto, la reacción de sus contemporáneos será hostil como la de escorpiones (v.6), punzándole con calumnias e ironías despectivas.
En todo caso, el profeta debe ser dócil a la inspiración divina (v.8). Yahvé le presenta un rollo escrito por dentro y por fuera, en contra del uso común de estar sólo escrito por la parte interna. Con ello se quiere expresar la abundancia de oráculos que tendrá que comunicar a sus compatriotas; y concreta más el profeta: sus profecías llevarán el sello de la desgracia para sus conciudadanos: lo que en él estaba escrito eran lamentaciones, elegías y guayes (v.10).

Ez 3, 1-27. El Profeta, enviado de Dios

Ez 3, 1-9. Obstinación de la casa de Israel

El profeta recibe la orden de tragar el rollo, escrito con lamentaciones. La primera impresión de su gusto es a mieles, porque era la palabra divina acompañada de un íntimo fortalecimiento interno. Toda misión, por ingrata que sea, si es de parte de Dios, resulta dulce a los encargados de cumplirla, en cuanto que se sienten solidarios de una obra divina. La conciencia de estar asistidos por Dios les hace sentir alegría y dulzura donde hay amargura y tristeza. Ezequiel es enviado a la casa de Israel, semitismo corriente en el estilo del profeta para designar simplemente los israelitas del exilio, a los que era enviado como profeta. De ellos habría de nacer de nuevo la casa de Israel, concebida como unión de todos los descendientes de Jacob-Israel. Para animarle le dice que su misión está facilitada por la lengua de los destinatarios, que es la suya (v.5). Por otra parte, los israelitas no son tan extraños a la nueva misión del profeta, ya que no son un pueblo que no haya oído hablar de enviados de Yahvé, sino que toda su historia está salpicada de intervenciones de los profetas, centinelas y mensajeros de su Dios. Pero tienen frente altanera y corazón contumaz (?.7). Por eso seguramente, si fuera otro pueblo, le escucharía. En todo caso, la asistencia divina hará que el profeta pueda hacer frente a la obstinación de su pueblo (v.8).

Ez 3, 10-14. Desaparece la visión

Ezequiel quedó sobrecogido ante la comunicación divina y sintió que el cortejo majestuoso, en el que estaba Dios, se marchó, oyendo un estruendo de fuerte terremoto al elevarse la gloria de Yahvé. Aquel batir de alas de los vivientes suplía a los truenos del Sinaí. Yahvé siempre se comunica a los hombres en el A.T. rodeado de majestad y de poder. El profeta quedó triste y pensativo ante la misión que se le encomendaba (v.14). Sin duda que pensaba en las rebeldías de aquel pueblo, sobre el que habían de caer tantas calamidades. Por orden de Dios se fue a ver a los exilados que estaban en una colonia junto al "gran canal" llamada Tel-Abib (v.15), que en hebreo significa "colina de la espiga," nombre que para ellos insinuaba fertilidad y resurrección. No conocemos esta localidad, pero debía de ser una de tantas colonias de exilados junto a los canales de Mesopotamia.

Ez 3, 16-21. Responsabilidad de Ezequiel

El profeta estuvo apesadumbrado por su dura misión, que fue confirmada en toda su responsabilidad a los siete días. Ezequiel es constituido en atalaya para la casa de Israel (?.17). Los profetas anteriores al exilio se presentaban como centinelas de su pueblo, con la misión de anunciar los peligros que se cernían sobre Israel. Es el cometido que se encomienda a Ezequiel. Si no cumple su misión, será castigado de muerte: te demandaré a ti su sangre. Será responsable de la pésima conducta del impío si no le ha advertido su mal camino (v.18). Al contrario, salvará su alma, es decir, su vida, si a tiempo le ha amonestado de sus malos caminos (v.21).

Ez 3, 22-27. El profeta, recluido en su casa.

Por orden divina, el profeta desciende de la colina al campo, y allí vio de nuevo la gloria de Yahvé, o a Yahvé manifestándose en toda su gloria como en la primera visión. Confortado por el espíritu (v.24) después de haber quedado en un estado de postración similar al de la primera visión, recibió la orden de encerrarse en su casa (v.24). En vez de comunicar a los exilados su visión y las comunicaciones divinas, debe callarse por una temporada. El v.25 debe entenderse en un sentido simbólico; no es, pues, necesario suponer que realmente le hubieran atado con cuerdas. Es Yahvé quien liga al profeta, como es Yahvé quien le pega la lengua al paladar (v.26). Quizá le envió una enfermedad, como parálisis, reumatismo, etc., que le inmovilizó. En todo caso, parece que Yahvé mismo le impuso un período de inmovilidad bastante prolongado.
Muchos autores creen que el fin de esta acción simbólica es anunciar el asedio de Jerusalén por Nabucodonosor. Pero en el contexto aparecen juntos la inmovilidad y el mutismo, lo que parece indicar que es una misma la finalidad de ambas cosas, es decir, el mantenerse alejado de toda actividad con los exilados antes de que Yahvé mismo lo ordene: hasta cuando yo te hable (v.27). Parece que se le ordena callar por un tiempo, porque los exilados aún no estaban suficientemente preparados para oír los mensajes del profeta.

Ez 4, 1-17. Acciones simbólicas sobre el Asedio de Jerusalén

Los exilados creían que Jerusalén nunca sería tomada por las tropas de Nabucodonosor, pues Yahvé habría de defenderla necesariamente por ser el lugar de su morada. Por otra parte, el prestigio de Yahvé parece exigirlo. Con estas ilusiones seguían en su perversa conducta, sin reconocer que sus pecados eran la causa de la ruina de la nación. La misión de Ezequiel es convencer a sus compatriotas desterrados que Yahvé entregará Jerusalén a sus enemigos y que no queda sino arrepentirse y volver a Yahvé para tener una esperanza de rehabilitación nacional. El profeta, pues, por orden divina, quiere hacer ver a los exilados con acciones simbólicas la futura destrucción de Jerusalén.

Ez 4, 1-3. El plano de Jerusalén asediada

La vida de Ezequiel es una continuada parábola en acción. Por orden divina tiene que llamar la atención de sus compatriotas con acciones simbólicas extrañas para traerlos al buen camino. Ya el aire pensativo y taciturno mostrado por el profeta después de su visión inaugural y, sobre todo, la misteriosa reclusión y mutismo en su casa debían dar que pensar a los exilados, que veían en Ezequiel un compatriota extraño con pretensiones de profeta. Su mismo carácter sacerdotal le daba cierto ascendiente sobre ellos. Por otra parte, los exilados vivían obsesionados por la idea de un pronto retorno a la patria, y así nada tiene de particular que espiaran los últimos detalles de un hombre extraño que tenía visos de profeta, esperando oír de sus labios promesas de pronta repatriación. Teniendo en cuenta este ambiente de expectación, el profeta, por orden divina, realiza ciertas acciones simbólicas que debían ser anuncios concretos del futuro. Una de ellas es esta de trazar sobre una tableta de arcilla o ladrillo el plano de la ciudad de Jerusalén. Contra ella debía asentar torres, vallados y cerco (v.2), dando la impresión de que la ciudad iba a ser asediada militarmente. Además se le ordena interponer una plancha de hierro entre la ciudad y el profeta (v.3), para indicar el cerco del ejército de Nabucodonosor, instrumento de la justicia divina. Sobre la ciudad sitiada debe dirigir las miradas amenazadoras como las de un jefe de un ejército que asedia y no tiene otra ilusión que entrar en la ciudad. La acción simbólica de Ezequiel puede concebirse perfectamente suponiéndolo mudo e inmóvil en su casa, desplegando su brazo ante los exilados estupefactos, frente a un ladrillo en el que estaba dibujado el plano de la ciudad de Jerusalén. En su mutismo era el único modo de pronosticar el asedio de la Ciudad Santa por Nabucodonosor.

Ez 4, 4-8. Inmovilidad del profeta

Una nueva acción simbólica. La inmovilidad obligada tendrá un sentido nuevo para los exilados. El profeta, por orden divina, debe permanecer ciento noventa días echado sobre su lado izquierdo para expiar otros tantos años por las iniquidades de la casa de Israel, es decir, el reino del norte, con Samaría por capital. El mismo nombre izquierdo, que para los israelitas es el norte, parece aludir al reino del norte. Después debe estar echado cuarenta días sobre su lado derecho para expiar las iniquidades de la casa de Judá (v.6). Según lo antes apuntado, el lado derecho debe de aludir al reino del sur, pues para los israelitas el sur era la derecha.
Haciendo el cómputo de días en años, según se indica en el texto, tenemos que la cautividad de la casa de Israel será de ciento noventa años, y la de la casa de Judá de cuarenta años. La cautividad para los judíos terminó en el 538 con el decreto de Ciro. Tomando esta fecha como término "ad quem," podemos llegar a la fecha del 721 (toma de Samaría por Sargón II y fecha de la deportación definitiva de los habitantes del reino del norte) y tenemos "grosso modo" los ciento noventa años del texto para la casa de Israel; y para la casa de Judá, partiendo de la misma fecha 538 y sumándole cuarenta años, llegamos al 578, que se aproxima a la fecha crucial del 586, en que tuvo lugar la definitiva deportación de Judá. Siempre hay un margen de inexactitud en las cifras, que no han de tomarse al pie de la letra, sino como números redondos. No faltan autores que niegan la realidad del hecho, suponiendo que todo ello es una alegoría. Partiendo del supuesto de que Ezequiel estuvo inmóvil por una enfermedad enviada por Dios, no tiene nada de inverosímil la realidad histórica de esta acción simbólica: yo te ataré con cuerdas. (v.8). Aquí las cuerdas parecen designar la voluntad de Yahvé de inmovilizarle hasta que se cumplan los días fijados por el mismo Dios.

Ez 4, 9-17. El pan tasado e inmundo

De nuevo una acción simbólica debe completar el significado de la anterior sobre el asedio de Jerusalén. Ahora se van a anunciar las penalidades del asedio, sobre todo el hambre y la sed de los habitantes cercados. El profeta debe mezclar en una vasija diversos cereales y legumbres. La Ley prohibía esta mezcla de trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y espelta, como estaba prohibido sembrar dos clases de grano en el mismo campo. Sin embargo, las circunstancias del asedio serán tan penosas, que los asediados se verán obligados a contravenir la Ley mosaica. Además, Ezequiel debe comer lo equivalente al peso de veinte siclos al día, es decir, unos 300 gramos, lo que es la mitad de la comida normal de una persona.
También tendrá tasada el agua, pues sólo podrá beber un sexto de hin, es decir, un litro cada día.
Para encarecer más la escasez y anormalidad de la situación, el profeta debe cocer el pan de cebada en rescoldo de excrementos humanos (v.12). El combustible ordinario aún hoy en las aldeas de Palestina que no tienen carbón ni leña es el excremento de los animales. Los habitantes, pues, de la Jerusalén asediada no tendrán siquiera esto, y se verán obligados a emplear lo más repugnante. Pero esto, aparte de la repugnancia natural, para el profeta resultaba inmundo ritualmente. El profeta, de la clase sacerdotal, siempre había tenido un cuidado extremo en guardar las leyes de la pureza legal. Estaba prohibido comer carne de animales muertos o descuartizados por otros animales, porque no había sido derramada la sangre suficientemente. El profeta declara que nunca ha tomado mortecino o despedazado (v.14) ni carne inmunda, es decir, carne empleada en los sacrificios, pero que se conservaba varios días. Todo esto era abominación para su mentalidad ritualista y sacerdotal; por eso, el emplear combustible inmundo, prohibido por la Ley, le resultaba inaceptable. Dios le condona esto y le permite utilizar el combustible normal del excremento de animales (v.15). Todo esto se ordena a anunciar proféticamente las estrecheces que los habitantes de Jerusalén sufrirán en el próximo asedio: yo voy a quebrantar el sustento del pan (v.16), símbolo del alimento humano en general. Consecuencia de ello será que languidecerán de hambre los unos con los otros (?.17).

Ez 5, 1-17. Dispersión de los Habitantes de Judá

Continúan las acciones simbólicas para significar la trágica suerte de los moradores de Jerusalén. No sólo serán cercados y padecerán grandes estrecheces en el asedio, sino que al final serán unos asesinados y otros dispersos. El profeta, con todas estas predicciones, salía al paso del infundado optimismo de sus compatriotas, que creían cerca la hora de la liberación total y, sobre todo, no concebían que la Ciudad Santa pudiera caer en manos del enemigo.

Ez 5, 1-4. Depopulación de Judá y de Jerusalén

No se especifica el momento histórico de esta nueva acción simbólica. El profeta debe rasurarse la barba y cabellos. Lo primero resultaba un gran sacrificio para los orientales, que están orgullosos de su barba. En Is 7, 20 se habla del ejército asirio como "navaja alquilada" para quitar a Judá toda su virilidad. En Ezequiel, el sentido es algo diverso. Debe dividir sus cabellos y barba rasurada en tres mitades, que habían de pesarse en una balanza, símbolo de la justicia divina (v.1). Un tercio será entregado al fuego en medio de la ciudad (v.2) sobre el ladrillo o tableta de barro donde había trazado el plano de Jerusalén. Así, dentro del trazado de la ciudad debe quemar parte de su barba para indicar a los habitantes de Jerusalén que morirán durante el asedio por la peste y el hambre. Otro tercio de pelos los herirá con la espada, simbolizando a los que habían de caer por la espada, y un tercio será esparcido al viento, con lo que se indica la suerte de los deportados y dispersos en la huida por los diversos países; su destino será tan trágico, que ni así se verán libres, ya que Yahvé los perseguirá con la espada (?.3). Pero de éstos se salvará un resto; por eso se dice que debe ligarlos a la orla de su manto (?.3), es decir, conservarlos con el mayor cuidado. El v.4 es comúnmente considerado como glosa para recalcar el castigo, pues el fuego parece simbolizar las diversas calamidades que se cernerán sobre la casa de Israel.

Ez 5, 5-17. Castigo de la rebeldía de Jerusalén

Yahvé echa en cara a Jerusalén, la predilecta, el haber sido más culpable que los mismos pueblos paganos que la rodeaban. El profeta declara, en nombre de Dios, la razón teológica de su inminente y definitivo castigo. Toda la historia de Judá ha sido una serie de transgresiones y rebeldías contra su Dios, que con tanto amor los había llamado y protegido contra innumerables peligros. La había puesto en medio de las gentes (?.6), lo que geográficamente es exacto, ya que Palestina estaba en la encrucijada de los dos grandes imperios, el asirio y el egipcio. Israel superó en malicia a las otras naciones, en cuanto que, teniendo una revelación especial, no quiso someterse a los preceptos divinos, y aun se puso por debajo de las costumbres de las gentes (?.7), ya que no se sabe de ningún pueblo que haya renegado de su dios nacional, mientras que Israel reiteradamente ha abandonado a su Dios para seguir a los ídolos de otros pueblos. Esta abominación merece un castigo desconocido, cual es el terrible asedio de Jerusalén con sus terribles escenas de antropofagia (v.10).
> El pecado más grave de Israel fue el de la idolatría. El santuario de Jerusalén había sido profanado con imágenes de ídolos extraños (v.11); tus fornicaciones puede tener el sentido metafórico de idolatrías, como es común en los profetas, y el sentido literal de actos de prostitución sagrada, corrientes en los santuarios cananeos. Como consecuencia de sus abominaciones, unos morirán por el hambre y la peste; otros, por la espada, y otros tendrán que huir perseguidos por el mismo Señor (v.12). Con ello Jerusalén será objeto de oprobio y de escarmiento entre las naciones (v.14). Entonces conocerán todos que Yahvé ha hablado (v.17), manifestándose en su pleno furor por las transgresiones de su pueblo.

Ez 6, 1-14. Profecías contra los centros idolátricos de Israel

La suerte anunciada a Jerusalén por sus idolatrías y abominaciones alcanzará también a todo el reino de Judá, ya que en todos sus contornos ha habido manifestaciones religiosas idolátricas. El profeta quiere con estos oráculos quitar de la mente de los exilados las desmesuradas ilusiones optimistas de liberación. Todavía no había pasado la ira divina en su plena manifestación; por eso no deben pensar en un pronto retorno a Palestina.

Ez 6, 1-7. Devastación de los altares idolátricos

Sigue el anuncio de la devastación y de la ruina. Antes era contra los habitantes de Jerusalén por sus idolatrías; ahora es contra los lugares de culto idolátrico, extendidos por todos los montes de Judá (v.1); por eso el profeta debe volver su rostro a los montes de Israel, para lanzar sus oráculos amenazadores. Toda la tierra de Palestina estaba contaminada con prácticas idolátricas; por eso solemnemente dirige sus palabras a los montes, collados, torrentes y valles (v.3). Todo ha sido puesto al servicio de la idolatría, y de ahí que hasta los mismos accidentes geográficos serán víctimas de la ira de Dios, que destruirá sus altos (v.3), es decir, los famosos "lugares altos" o Bamoth, tradicionales lugares de prevaricaciones idolátricas. También los cipos solares, o estelas dedicadas al sol, serán destruidas. Los santuarios cananeos estaban al aire libre en un pequeño recinto, en cuyo centro se elevaba un monolito o madera en forma de estela dedicada al dios solar. La destrucción será general.

Ez 6, 8-10. Arrepentimiento de los dispersos de Judá

No pocos autores ven en estos versos una adición posterior por su estilo convencional. El profeta anuncia que, una vez pasado el castigo, cuando los judíos se hallen en la diáspora, sentirán una nostalgia de Dios, y sentirán horror de sí mismos (v.9) al verse culpables de horrendos crímenes. Yahvé los ha castigado por su corazón fornicario, es decir, su propensión a la idolatría. Las relaciones entre Dios e Israel eran concebidas al modo de las relaciones conyugales de dos esposos. Por eso, todo culto a los ídolos era un adulterio, y sus actos de culto, fornicaciones (v.9).

Ez 6, 11-14. Desolación de la tierra de Judá

El profeta, por orden divina, debe mostrarse alegre a causa del cumplimiento de la justicia divina sobre su pueblo, aunque esto suponga la catástrofe y la ruina. Los profetas tenían muchas veces que ahogar sus más sagrados sentimientos patrióticos y familiares en función de exigencias divinas. Eran los transmisores de la voluntad de Dios, y ante esto debían declinar toda otra afección particular y personal.
Como Jeremías en Palestina, Ezequiel en Babilonia debe anunciar la tragedia de su pueblo, en contra de sus naturales inclinaciones. Ante todo estaban los derechos de la justicia divina, y por eso debía alegrarse del cumplimiento de la misma a costa de sus compatriotas pecadores. Estos caerán por la peste, el hambre, la espada, los tres flagelos instrumentos de la cólera de Yahvé. Los muertos yacerán por doquier en torno a los altares donde habían ofrecido sacrificios a los ídolos, en los lugares altos y bajo todo árbol frondoso (v.13), es decir, en los santuarios formados en torno a un terebinto sagrado, como aún se ve en los welys de los musulmanes de Oriente. La frondosidad de la vegetación era símbolo de la fecundidad y de la vida, y por eso los lugares frondosos eran escogidos para dar culto a divinidades afrodisíacas, como Astarté, la Istar de los babilonios. La consecuencia de la manifestación de la cólera divina será la desolación total desde el desierto hasta Ribla, es decir, toda la costa siro-fenicia-palestina, desde el desierto del Negueb, al sur de Bersabé, hasta Ribla, sobre el Orontes, en Siria, que fue cuartel general de Nabucodonosor en 587.

Ez 7, 1-27. Castigo de las Idolatrías

Ez 7, 1-13. Inminencia de la catástrofe

La manifestación de la ira vengadora de Yahvé no se hace esperar, pues sus abominaciones han sobrepasado toda medida y han de pesar sobre sus autores. La justicia de Dios será inexorable (v.4).
Es el día de Yahvé anunciado por los profetas, que, lejos de ser día de exultación y gozo, será día de alboroto, pero no de alegría, en los montes (?.7), lugares de tradicional alegría por estar en ellos los santuarios dedicados a los ídolos. Ha llegado la hora de pedir cuenta de las fornicaciones o idolatrías de Judá (v.8). Israel debe recibir en su seno el pago de sus abominaciones (v.8), pues la opresión y la injusticia (v.10) han florecido exuberantes en la sociedad, de tal forma que la violencia se ha levantado como cetro de impiedad, dominando como reina todas las manifestaciones de la vida cívica y social. Pero la ira divina barrerá toda manifestación aparatosa: no quedara nada de su estrépito y esplendor. Las transacciones serán acompañadas de alegría de parte del que las compra, que se aprovecha de la miseria del prójimo. Según la Ley, debían darse facilidades de rescate a los que vendían obligados por la necesidad y la miseria. Los acaparadores se aprovechaban de esta situación. Pero ahora no deben alegrarse de sus compras ni entristecerse los vendedores con sus ventas, porque llega la hora de la destrucción (v.12). La ruina alcanzará a todos. No volverán a rescatarse los bienes vendidos después de cincuenta años, como estaba prescrito. La ira divina sembrará la destrucción, y otros colonos vendrán al país de Israel a establecerse, siendo los moradores de Palestina llevados en cautividad (v.15). El castigo de Yahvé es irrevocable.

Ez 7, 14-27. Desolación general

El profeta refleja el momento del asedio de Jerusalén. Todo está presto para la defensa, tocan las trompetas (v.14), pero de nada sirve, pues un temblor se apodera de los combatientes, de tal forma que nadie va al combate. Es Yahvé el que ha enviado este retraimiento de las armas para cumplir los designios de su ira. La desolación y la muerte reinan por doquier (v.15), y nadie se atreve a salir al frente, pues todas las rodillas flaquean (?.17). El abatimiento general se muestra en manifestaciones generales de duelo: y cíñense de saco todas las cabezas rapadas (v.18). Los asediados, al ver que su plata y oro no sirven para conseguir los víveres necesarios, lo arrojan por las calles (v.19). Sus riquezas han sido un incentivo para el pecado,y sobre todo para entregarse a la idolatría, dando sus metales preciosos para la construcción de simulacros, en lo que utilizaron sus brillantes joyas (v.20). Pero todo será botín de guerra para los invasores (v.21), para que lo contaminen, utilizando el oro y plata de los ídolos para fines triviales y profanos. Pero, sobre todo, la mayor calamidad es la profanación del tesoro de Yahvé, o templo de Jerusalén (v.22). Todos deben prepararse para la cautividad (fabrícate cadenas), pues el castigo es inminente, porque esta la tierra llena de sangre (v.23); alusión a los homicidios y atropellos contra los que predicaban la sumisión a Babilonia, siguiendo las indicaciones de los profetas.
En la catástrofe que se avecina no habrá ninguno a quien acudir en petición de ayuda, ya que faltarán el sacerdote, el profeta y el sabio (v.25). Es interesante la claridad con que en este texto se especifica la misión de los distintos directores espirituales de la sociedad: la característica del profeta es la visión, o revelación recibida directamente de Dios para transmitir un mensaje a la comunidad; la del sacerdote es la Ley, cuya enseñanza estaba obligado a compartir al pueblo; y la del sabio es el consejo, o deducción doctrinal por reflexión de las revelaciones anteriores. El sabio sustituyó al profeta cuando éste faltó, y sus enseñanzas no tenían la autoridad de los profetas, precisamente porque no tenían comunicación directa con Dios, sino que, por reflexión teológica, deducían conclusiones en orden al gobierno de la vida. Son los autores de los libros que llamamos sapienciales, que vienen a llenar el vacío de los oráculos proféticos.
Israel siempre ha vivido bajo una protección especial divina; así, primero suscitó Yahvé profetas para suplir la acción de los sacerdotes, que se limitaban a lo cultual, y después a los sabios para que dieran consejo y dirección a las nuevas generaciones. Ezequiel en este pasaje anuncia que, para colmo de males, Jerusalén se verá privada no sólo de los bienes elementales materiales, sino aun de los espirituales, ya que los que representaban los valores del espíritu, como los sacerdotes, los profetas y los sabios, no estarán al alcance de los moradores de la Ciudad Santa. Y en la catástrofe, los primeros en sentir una profunda amargura serán las clases dirigentes: el rey se enlutara, y los príncipes estarán desolados (v.27). Yahvé los castigará por su mala conducta, para que reconozcan de una vez su poder: y sabrán que yo soy Yahvé.

Ez 8, 1-18. Los cultos idolátricos, practicados en el templo de Jerusalén

Los exilados, a la vista de las extrañas acciones simbólicas de Ezequiel, llegaron a barruntar que un profeta había surgido ante ellos. Su misión era anunciar la triste suerte reservada a los judíos que aún permanecían en Palestina y la rehabilitación de los exilados. La suerte de la Ciudad Santa estaba echada, y Judá sólo volvería a recuperarse después de largos años de cautividad. Ante una concurrencia de exilados, encabezados por los ancianos de Judá, el profeta cayó en éxtasis, asistiendo mentalmente a unas escenas que se desarrollaban en el templo de Jerusalén. Esto tuvo lugar un año después de su visión inaugural junto al gran canal.
Los exilados creían que Yahvé debía necesariamente velar por Jerusalén y que no podía permitir que los caldeos entrasen en la Ciudad Santa, pues Yahvé habitaba allí, en su templo. Pero el profeta va a mostrar con una visión que precisamente el castigo destructor empezará por el santuario de Yahvé, porque en él se están cumpliendo actos de abominación idolátrica, y, en consecuencia, la justicia divina debe manifestarse dentro del recinto sagrado.

Ez 8, 1-4. Nueva teofanía

El año sexto de la deportación del rey Joaquín, de donde parece partir el profeta en sus cómputos, es el 592. El sexto mes es el de Ebul, correspondiente a agosto-septiembre. Esta visión, pues, tuvo lugar poco más de un año después de la primera inaugural. En su casa recibió a un grupo de exilados presididos por los ancianos de Judá. Sus acciones simbólicas desacostumbradas habían logrado despertar la atención de aquellas gentes. Unos iban a verle con espíritu de fe, considerándole como heredero del espíritu de los profetas, y otros por pura curiosidad. Estando, pues, Ezequiel en medio de ellos, se sintió poseído de una gracia carismática especial del Señor: se posó sobre mí la mano de Yahvé (v.1). La expresión indica la manifestación sensible o imaginaria de Dios al profeta. La aparición (sensible o imaginaria) del Señor reviste las mismas características que la narrada en el capítulo 1. Yahvé se manifiesta en toda su majestad fulgurante y esplendente como el fuego o el bronce brillante (v.2). Ninguna otra descripción más expresiva para indicar el carácter santo y puro de Dios.
El profeta se siente transportado imaginariamente por el espíritu del Señor a Jerusalén. El "espíritu" de Dios en el A.T., actuando carismáticamente sobre los profetas, es la energía divina manifestándose de un modo especial como principio dinámico preternatural. Fuera del curso natural, Dios tiene intervenciones directas sobre sus siervos en orden a las manifestaciones especiales de su providencia. Todo esto que narra Ezequiel hay que entenderlo como ocurrido en visión imaginaria; como la tercera tentación de Jesús en el desierto, según la cual Jesucristo fue transportado por el diablo sobre el pináculo del templo de Jerusalén. Así Ezequiel es transportado a la puerta del atrio interior del templo (?.3), que estaba en el lado del septentrión, es decir, a la izquierda del altar de los holocaustos, que estaba en el centro del atrio interior. El templo de Jerusalén tenía un atrio exterior, o explanada amplísima, que rodeaba lo que propiamente era santuario, al que tenían acceso las mujeres. Después, franqueando una puerta, se entraba en el atrio interior, en el que estaba el altar de los holocaustos y al que tenían acceso sólo los varones.
Es allí donde el profeta asiste en visión a ciertas escenas idolátricas que va a describir minuciosamente. Allí está el ídolo que provoca el celo, probable alusión a la estatua de Astarté, la Istar asiría o Venus o la estela de Ashera que había erigido allí el impío rey Manases un siglo antes, y que, quitada en la reforma de Josías, debió de volver a ocupar su antiguo lugar bajo el ecléctico rey Sedecías, El ídolo es llamado provocador del celo, quizá aludiendo al celo que tiene Yahvé de su culto en el templo de Jerusalén, ya que Israel era considerada como esposa de Yahvé. Se dan otras explicaciones, pero parece que en la frase hay manipulaciones de un redactor posterior. El profeta se siente escandalizado por la presencia de estos ídolos en el santuario, donde estaba la gloria del Dios de Israel (v.4), es decir, Yahvé, como protector de su pueblo, manifestándose en toda su gloria y esplendor.

Ez 8, 5-13. Escenas idolátricas en el templo de Jerusalén

El profeta ve en la parte norte el ídolo del celo, probablemente, como decíamos antes, la estatua o estela de Astarté, diosa fenicia, esposa de Baal, que era el trasunto de la Istar asiro-babilónica, diosa de la fecundidad y del amor, como la Venus de los griegos. Su culto iba normalmente acompañado de excesos sexuales en sus santuarios. Estas abominaciones debían de existir en el templo de Jerusalén, al que se había dado acceso el culto de Istar desde los tiempos de Manases, con el pequeño intervalo de la reforma de Josías. Todo ello era una invitación a Yahvé para que se alejase de su morada de Jerusalén (v.6). Yahvé no puede compartir el culto con dioses paganos.
Pero Yahvé mismo invita al profeta a que penetre en el santuario para ser testigo de mayores abominaciones; así, después de recorrer los corredores del atrio, el profeta, forzando una pequeña abertura, se encuentra con cámaras secretas, en las que hay imágenes de reptiles y bestias abominables (v.10). Las cámaras deben de ser las celdas de los sacerdotes, que estaban construidas a lo largo del muro que separaba el atrio interior del exterior. En ellas hay imágenes de reptiles. Probablemente son dioses egipcios: el cocodrilo, el buey Apis, etc. La influencia egipcia en la corte de Jerusalén era muy profunda a causa de las alianzas políticas, ya que Egipto era considerado como la nación protectora contra Babilonia bajo el rey Sedecías (598-586). Precisamente los que hacen actos de adoración a estas abominaciones de animales son los ancianos de la casa de Israel, la aristocracia judía. Uno de ellos es llamado Jezonías, que debía de ser conocido de los exilados, pero desconocido para nosotros. El profeta quiere hacer ver a sus compañeros de destierro que los judíos que han quedado en Jerusalén siguen ofendiendo a Dios con sus cultos idolátricos, y, por tanto, el castigo definitivo no se puede dejar esperar. Los ancianos de Israel se creían desamparados de Yahvé: Yahvé no nos ve, se ha alejado de la tierra (v.11). La deportación del 598 y las constantes incursiones de los babilonios, amenazando con entrar en la Ciudad Santa, les ha hecho pensar que habían perdido la gracia de su Dios, y por eso se volvían hacia las divinidades de otros pueblos, como las de Egipto. En su mentalidad sincretista creían poder conjurar los males que amenazaban con actos de acatamiento a los dioses de los otros pueblos; por eso, con incensarios en las manos, les ofrecían incienso según la costumbre del templo de Jerusalén.

Ez 8, 14-18. Otras prácticas idolátricas

Conducido el profeta hacia la salida del atrio exterior en la parte norte, encontró a dos mujeres sentadas llorando a Tammuz (v.14). Es el clásico duelo de las mujeres a la divinidad asiro-babilónica Tammuz (as. tamuzu: derivado del sumerio Du-muz), dios de la vegetación. En el solsticio de verano, al empezar a agostarse la vegetación y cuando las hoces empezaban a cortar las espigas (junio-julio), se celebraba en Babilonia un día de duelo en honor del dios de la vegetación, como pidiéndole perdón por la desaparición de la misma. En Fenicia había un rito similar dedicado a Adonis, que es la versión fenicia del Tammuz mesopotámico. También, pues, el culto sincretista de Tammuz había entrado en el templo de Jerusalén. Es una nueva abominación. A ésta se une la del culto solar precisamente en el atrio interior, frente al santuario (el Santo), por parte de 25 sujetos que de espaldas a la morada santa de Yahvé miran hacia el oriente postrados en adoración al sol. Es el culto al dios solar asirio Samash, introducido también por el impío rey Manases. Quizá estos adoradores pertenecieran a la clase sacerdotal, pues estaban entre el vestíbulo (entrada al Santo) y el altar (v.16) de los holocaustos.
El Señor añade a estas abominaciones el pecado de violencias contra los fieles yahvistas, que predicaban un retorno al culto puro y único de Yahvé (?.17). La última frase es enigmática: Hasta se llevan el ramo a las narices (v.17). Generalmente se suele explicar como alusión a una conocida costumbre de los persas, los cuales llevaban a las narices un ramo de dátiles para purificar el aliento y no contaminar la atmósfera y los rayos solares con él. Sin embargo, las versiones dan diversos sentidos, lo que prueba que la frase hebrea era oscura y enigmática, quizá por estar el texto corrompido. En todo caso se alude a ritos idolátricos que provocan la ira divina.

Ez 9, 1-11. Los Mensajeros de la Destrucción

En el capítulo anterior se concretaban las grandes abominaciones de los habitantes de Jerusalén, que llegaron hasta contaminar el recinto sagrado del templo con infiltraciones idolátricas de todo género. El castigo de Dios no podía dejarse esperar. En este capítulo, dramáticamente se describe la ejecución del terrible castigo. Las expresiones son radicales e hiperbólicas.

Ez 9, 1-7. Orden de exterminio de los malvados de Jerusalén

La visión se continúa. El profeta ve a cuatro instrumentos de la justicia divina, a los que llama los que habéis de castigar (v.1). Son seis hombres (ángeles en forma humana), cada uno con un instrumento mortífero en su mano (v.2). En medio de ellos había uno vestido de lino como los sacerdotes, con los enseres de escriba: un recipiente de bronce con departamentos para la pluma, la tinta y el raspador. Todo colgando de la cintura (v.2). Los mensajeros de la justicia vienen del lado del septentrión (v.2), porque del norte vendría el invasor caldeo, instrumento de la ira divina. Dios, que estaba asentado en su gloria en el atrio interno, sale al umbral del santuario. La expresión gloria de Dios equivale a Dios en su majestad, tal como era presentado en 8, 35 sobre los querubines refulgentes y radiantes como bronce.
Dios ordena al que lleva los instrumentos de escriba que haga una señal en forma de tau sobre la población fiel, que no se ha contaminado en las abominaciones (v.4). En cambio, a los otros, culpables, deben exterminarlos sin distinción de edades ni sexo. La tau que se ordena poner sobre los buenos puede ser una pequeña cruz o equis de la antigua escritura fenicio-samaritana. También con ocasión del éxodo un signo especial sirvió para proteger a los israelitas contra el ángel exterminador. Los Padres han visto en esta señal un tipo del carácter bautismal del cristiano, destinado por vocación a la vida eterna. La orden de exterminio es total, y no deben sus ministros pararse ante la profanación del santuario con los cadáveres: profanad el santuario, henchid de muertos los atrios (v.7). Los cadáveres contaminaban legalmente todo lo que tocaban, y por eso su presencia en el santuario suscitaba particular aversión en los israelitas. Pero ahora ha llegado la hora del castigo y nada debe ser preservado, aunque se comprometa su santidad local. Las frases no han de entenderse necesariamente al pie de la letra, pues se trata de una dramatización literaria de la invasión caldea. Los soldados de Nabucodonosor no perdonarán realmente nada, y hasta en el santuario derramarán sangre humana. Son los instrumentos de la justicia divina, representados en estos destructores de que habla el profeta.

Ez 9, 8-11. Vana intercesión del profeta

El profeta queda horrorizado al ver cumplirse la orden de Dios. Son tan pocos los justos, que Israel va a quedar despoblada, y por eso intercede ante El (v.8). La respuesta es tajante: la violencia y la injusticia han llenado la ciudad, y ha llegado al límite, pues, además, han sido presuntuosos, creyendo que Yahvé ya no vigilaba sus acciones: Yahvé se ha alejado de la tierra y no ve nada (v.8). Esto es un insulto a su omnipotencia, y por eso no puede reprimir su ira (v.10). El jefe de los ministros de la justicia divina, el hombre vestido de lino, viene a decir que su orden ha sido ya puntualmente cumplimentada. Con esto quiere recalcar Ezequiel que su visión se cumplirá sin falta. Los exilados debían, pues, dejar la ilusión de que Jerusalén no caería en manos de los babilonios. Por otra parte, deben considerarse agraciados, ya que su suerte es menos penosa que la de los que quedaron en Judá.

Ez 10, 1-22. Nueva descripción de la Gloria de Dios

Este capítulo resulta algo embarazoso y parece que ha sufrido muchos retoques redaccionales. Por un lado se continúa la escena del capítulo anterior, y por otro se describe una nueva visión de la gloria de Dios, calcada sobre la del capítulo primero, con nuevos detalles.

Ez 10, 1-7. Destrucción de la ciudad por el fuego

Después de haber cumplido la orden de señalar con una tau a los que habían de ser preservados de la catástrofe, Yahvé, que estaba en un trono sobre los querubines, como en la visión del c.1, dio orden al hombre vestido de lino, o ángel director de los destructores, de tomar en sus manos brasas encendidas del fuego que había entre los querubines y después lanzarlas sobre la ciudad, sin duda con designios de exterminio. En el v.7 es un querubín el que pone en manos del hombre vestido de lino las brasas destructoras. El texto parece retocado, y de ahí que esté algo confuso. La idea general es clara: Yahvé quiere abandonar su morada y castigar a la Ciudad Santa con el incendio de la guerra. El ejército babilonio invasor será el instrumento de su justicia.

Ez 10, 8-17. Nueva descripción de los querubines

De nuevo el profeta detalla las figuras de la visión inaugural. Se dice que los querubines estaban llenos de ojos, lo que en Ez 1, 18 se decía sólo de las ruedas. Parece aludir a las chispas fulgurantes que brillaban sobre el conjunto. Todo parece ser como un continuo despliegue de vislumbres flameantes para encarecer más el carácter majestuoso y trascendente de la gloria de Yahvé. Los relámpagos y el fuego son típicos en la tradición literaria bíblica para describir las teofanías desde los tiempos del éxodo. Por eso, aquí Ezequiel amontona calificativos y detalles relativos al carácter deslumbrante de la figura que aparece sobre el carro triunfal de los querubes. Su imaginación es desbordante y apocalíptica, y por eso no deben urgir se demasiado las enseñanzas doctrinales de los detalles, pues ante todo se quiere impresionar al lector con descripciones deslumbradoras y majestuosas. Las hipérboles son frecuentes: a las ruedas las llamaban torbellino por el fragoso ruido que hacían (?.13): el rumor de las alas de los querubines era semejante a la voz de Dios omnipotente cuando habla (v.5), es decir, como el trueno, que en las tormentas se manifestaba como la voz de Dios, que siempre habla desde el torbellino para impresionar a sus fieles, como en el Sinaí.

Ez 10, 18-22. La gloria de Yahvé abandona el templo

El Señor ha actuado en su plena manifestación de majestad como Juez, dando órdenes a sus ministros para castigar a su pueblo desde su misma morada santa. Terminada su función de Juez justo, abandona su sala de justicia, el templo de Jerusalén, y se encamina hacia la puerta oriental (v.19), como dando a entender que abandona a su pueblo a su suerte. En su trono majestuoso, sostenido por los querubines, desaparece sin duda para trasladarse a convivir con los exilados de Babilonia, que iban a constituir el núcleo escogido de resurrección nacional. Ha llegado la hora de la manifestación de la justicia divina, y Yahvé se aleja de su pueblo de Jerusalén para que el ejército de Nabucodonosor, instrumento de su ira vengadora, realice el decreto de exterminio sobre Israel, de forma que no sea cohibido por la presencia divina en el templo.
Con esto Ezequiel da a entender a sus compatriotas, compañeros de cautividad, que no deben hacerse ilusiones sobre la suerte de la Ciudad Santa, ya que está destinada por Dios a la destrucción, y, por otra parte, el único obstáculo para que los enemigos de Sión no entraran en Jerusalén -la presencia de Yahvé en su santuario- ha desaparecido. El profeta describe de nuevo los querubines que con sus cuatro aspectos, de león, de toro, de águila y de hombre, recordaban a los karibu babilónicos que los exilados podían contemplar a la entrada de los palacios asirios y caldeos.

Ez 11, 1-25. Profecías contra algunos jefes de Jerusalén. Promesa de Repatriación

Continúa el anuncio del castigo de Jerusalén, ahora en sus jefes culpables. Precisamente en la puerta oriental, donde se había parado la gloria de Yahvé en su carro triunfal, el profeta distingue a varios de los responsables de la catástrofe, al anunciar al pueblo que Jerusalén debía resistir a los babilonios, porque estaba segura con sus defensas amuralladas. Es una presunción que no tolera la omnipotencia de Yahvé, que ve en ello un desafío a sus decretos sobre Jerusalén. En una segunda parte del capítulo se anuncia una restauración del pueblo a base de un resto disperso entre las naciones (?.14-21). Por fin, Yahvé abandona definitivamente su santuario.

Ez 11, 1-13. Castigo de los jefes culpables

El profeta es transportado en visión por el espíritu, o fuerza carismática divina, a la puerta oriental del templo de Jerusalén, donde se había detenido la gloria de Yahvé antes de abandonar el santuario totalmente. Allí están veinticinco hombres partidarios de la resistencia contra los invasores babilónicos, a pesar de las reiteradas profecías de Jeremías, en las que había comunicado de parte de Yahvé la conveniencia de entregarse a las tropas de Nabucodonosor como mal menor. Los dos personajes que el profeta nombra no son desconocidos. Estos se sienten optimistas y pretenden animar a sus compatriotas para una desesperada resistencia, recordándoles que las antiguas ruinas del cerco anterior de 598 por los babilonios ya están restauradas (v.5); por otra parte, las defensas amuralladas de la ciudad son una garantía para organizar la resistencia. Ellos, dentro de los muros de Jerusalén, se sienten tan seguros como la carne en la olla (?.3). Por mucho que se caliente, el fuego no podrá pasar al interior.
Dios recoge la comparación de ellos y le da una nueva aplicación: en realidad, la carne afectada por la muerte son los muertos que ellos han hecho con sus arbitrariedades. Movidos de sentimientos ultranacionalistas, han ahogado en sangre toda voz de protesta. Y en esa situación de tragedia, la ciudad de Jerusalén ha resultado como una olla, de la que las víctimas inocentes no han podido salir para librarse del peligro (v.7). Sin embargo, Yahvé se encargará de sacar a los culpables de esta olla, para hacerlos caer bajo la espada en los términos de Israel (v.11), es decir, en los confines septentrionales de Israel, en la región siria de Ribla, donde está el cuartel general de Nabucodonosor y donde fueron matados los magnates de Judá ante los ojos del rey Sedecías.
Después de anunciar esto, el profeta vio en visión el cumplimiento de su profecía en la muerte de Jezonías. Ezequiel se sintió horrorizado ante la suerte de sus conciudadanos, y como antes, al contemplar la obra de los ángeles exterminadores, ahora grita angustiado: ¡Ah Señor! ¿vas a acabar del todo con la casa de Israel? (v.15). El profeta está obsesionado con el destino trágico de su amado pueblo y pide clemencia para sus compatriotas, para que no se deje llevar demasiado de su ira.

Ez 11, 14-21. Repatriación de los exilados

La respuesta del Señor es confortante en medio de la trágica suerte que espera a los judíos. El exterminio no será total, porque habrá un núcleo de restauración, un resto de bendición, que será la base de una nueva teocracia israelita. Ezequiel se halla en medio de compatriotas exilados, que son su parentela, de la que debe salir como fiador y rescatador o go'el de sus hermanos de sangre, pues tiene que dar cuenta de su suerte espiritual ante Yahvé. Estos se sentían alejados de su tierra como desheredados, y por ello se consideraban en plano de inferioridad respecto a los que habían quedado en Palestina, que bien podían decir de ellos: Alejaos de Yahvé, tenemos la tierra en posesión (v.15). El hecho de estar exilados parecía incluir en la mentalidad de entonces la orfandad de parte de Dios, ya que Yahvé sólo tenía especial providencia de los que habían quedado en su heredad.
Dios anuncia, por su parte, que el hecho de la dispersión entre las gentes no es obstáculo para que siga protegiendo a los exilados. Aunque estén lejos del templo de Jerusalén, sin embargo, Yahvé mismo será para los desterrados un santuario, al que pueden acogerse con toda confianza (v.16). Además llegará un tiempo en que serán repatriados en la tierra de Israel (?.17), inaugurando entonces una nueva vida, pues no volverán a caer en el inveterado pecado de la idolatría (v.15); para ello, Yahvé mismo les dará un nuevo corazón con un espíritu nuevo (v.19), de forma que, habiendo dejado el corazón de piedra, o rebelde y duro, serán dotados de un corazón de carne, sensible a las inspiraciones divinas. De este modo vivirán centrados en torno a los mandamientos de Yahvé. Es la misma promesa mesiánica de Jeremías: los nuevos ciudadanos tendrán escrito en sus "corazones" la nueva Ley, en sustitución de la antigua, esculpida en piedra. De este modo Yahvé volverá a ser en sentido verdadero su Dios (v.20).

Ez 11, 22-25. La gloria de Yahvé se aleja de Jerusalén

Yahvé, en su carro majestuoso, rodeado de una atmósfera de gloria, abandona la Ciudad Santa y se detiene al oriente sobre el monte de los Olivos. Al abandonar a Jerusalén, los enemigos caldeos podían entrar impunemente en ella, ya que el único obstáculo para ello era la presencia del Dios de Israel. Jerusalén ha quedado, pues, abandonada a su suerte. Yahvé se retira hacia oriente, donde estaban los exilados de Mesopotamia; pero antes se detiene en el monte de los Olivos, quizá para indicar la íntima pena que le produce abandonar la que por siglos había sido su morada.

Ez 12, 1-28. La fuga del rey. Las angustias del asedio

Los c.12-19 contienen otra serie de profecías relativas a la suerte de Jerusalén. Para dar a entender la suerte que espera a los que han quedado en la Ciudad Santa, el profeta sigue ejecutando acciones simbólicas. En este capítulo 12 encontramos dos de este tipo: a) una relativa a la huida del rey Sedecías de Jerusalén, capturado después por las tropas babilónicas (v.1-16); b) otra sobre la angustia de los habitantes de Jerusalén (v. 17-20), y, por fin, c) una profecía sobre la inminencia de la catástrofe (v.21-28).

Ez 12, 1-16. La huida del rey

Contra todas las optimistas ilusiones de los exilados, que pensaban en un pronto retorno y en una derrota del opresor babilónico, Ezequiel les anuncia de parte de Yahvé el desastre más inconcebible para un israelita: la huida y captura de su rey, el ungido de Yahvé. Para dar a entender este hecho, el profeta debe realizar una curiosa acción simbólica: debe recoger sus trebejos, o bagajes de emigrante; un hatillo de ropa y una escudilla, y salir con ellos de día, para que le vean; después, al oscurecer, debe huir con ellos al hombro por un orificio hecho con sus manos en las paredes de arcilla de su casa. Con ello debía significar la huida vergonzosa del rey Sedecías en 586, tal como se realizó, pues salió furtivamente por el sur de la ciudad, camino del desierto, siendo capturado en Jericó por las tropas caldeas.

Ez 12, 17-20. Angustias de los asediados

El profeta debe comer su alimento con temor y angustia, mostrándose preocupado y ansioso, de modo que los exilados pudieran darse cuenta del nuevo sentido misterioso de sus acciones proféticas: sus ansiedades son un símbolo de las que sufrirán los asediados en Jerusalén, privados de lo más elemental para su sustentación.

Ez 12, 21-28. Cumplimiento de los oráculos del profeta

Los oráculos de Ezequiel se oponían a las esperanzas desmesuradas de los exilados, que, instigados por falsos profetas, creían en una próxima derrota de los opresores babilonios, y, en consecuencia, en la liberación. El profeta, machaconamente, con visiones y acciones simbólicas, iba anunciando día tras día nuevas tribulaciones al pueblo. Como las predicciones siniestras todavía no se habían cumplido, a pesar de que pasaba el tiempo, surgió entre los exilados un ambiente de escepticismo y de desprecio para todo lo que anunciara Ezequiel. De ahí el refrán: pasan los días y no se cumple la visión (v.22). El profeta sale al paso de estas ironías anunciando la inminencia del desastre, con lo que sus predicciones serán trágicamente confirmadas, mientras que las visiones engañosas y las adivinaciones lisonjeras (v.24) que hacen los falsos profetas en la casa de Israel, es decir, entre los exilados israelitas, quedarán al descubierto, resultando fallidas, como obra de puros cálculos humanos.

Ez 13, 1-23. Contra los falsos Profetas

Los semitas, conscientes de la intervención directa de Dios en todos los acontecimientos de la vida humana, eran propensos a consultar la voluntad de los dioses. En Israel pulularon, al lado de los verdaderos profetas suscitados por Yahvé para transmitir sus mensajes al pueblo, falsos profetas, que pretendían tener comunicaciones especiales de Dios, explotando así la credulidad de las masas. Eran yahvistas, pero se apropiaban la vocación de profeta a imitación de los verdaderos enviados de Yahvé. Contra éstos se levantaron constantemente los verdaderos profetas, representantes de la intransigencia religiosa yahvista. Además de estos falsos profetas, existían los adivinos, que, con falsos augurios y con observaciones de acontecimientos externos, anunciaban hechos futuros. Este capítulo puede dividirse en dos partes: a) contra los falsos profetas (v.1-16); b) contra los hechiceros y pitonisas (v.17-23).

Ez 13, 1-16. Contra los falsos profetas

Ezequiel echa en cara a los presuntos profetas que no hablan en nombre de Dios, sino lo que les sugiere su capricho. La expresión profetas de Israel en el contexto parece referirse a los que estaban con los exilados en Mesopotamia, no los que quedaban en Palestina. La labor de ellos entre los exilados es como la de las zorras entre ruinas (v.4), porque, haciendo madrigueras entre las ruinas, las zorras descomponen más lo que aún queda en pie. Es justamente lo que hacen estos falsos profetas entre los exilados de Babilonia arruinando lo poco que aún queda en pie de firmeza moral y confianza en Yahvé. Anuncian cosas falsas que no se cumplirán. Con una nueva metáfora describe su labor desmoralizadora. En lugar de tapar las brechas en los muros, hechas por el ejército asediador, trabajando por fortificar la casa de Israel para que resistiera (v.5), se dedican a sembrar vanas ilusiones. Debieran restañar las heridas morales de los pobres exilados, haciéndoles ver la justicia divina en el castigo.
Pero su labor es contraproducente, ya que alientan vanas ilusiones y no fomentan el retorno a Yahvé para conseguir perdón. Con sus supuestas visiones no hacen sino desorientarlos (v.6). Pero sus visiones son vanidad y no tienen consistencia alguna. Por ello, Yahvé los castigará inexorablemente. No formarán parte de la asamblea de Israel cuando éste vuelva a organizarse como nación, ni siquiera serán inscritos en el libro de la casa de Israel (v.9), es decir, en los registros de la Providencia divina, en los que están consignados los que van a sobrevivir al exilio para constituir de nuevo la casa de Israel. No volverán a la tierra de Israel por haber contribuido de modo especial con sus oráculos falsos a la consumación de la ruina de la nación, anunciando paz próxima, o liberación de los babilonios, cuando en realidad esa paz no había de venir (v.10).
No tenían otra obsesión que secundar lo que halagaba al pueblo, el cual alzaba una pared, es decir, un edificio de ilusiones patrioteras, y ellos la jarreaban con barro o revocaban exteriormente, dando pábulo a tales ilusiones sin fundamento (v.10). Con ello no hacían sino confirmar los puntos de vista falsos del pueblo, cuando debieran abrirle los ojos y echar por tierra esa falsa pared que habían edificado. Pero Dios se encargará de que ese falso edificio edificado con su concurso se venga abajo. Toda su labor de revoque desaparecerá ante la primera tormenta (v.11). Cuando llegue la hora de la ruina, les pedirán cuenta por su labor ficticia: ¿Dónde está la argamasa con que la cubristeis? (v.12). Toda su labor no pasó de ser una superficial argamasa, que pierde su consistencia con los primeros aguaceros. En la hora de la manifestación de la justicia divina, su obra quedará descubierta hasta los cimientos. Jerusalén caerá, y en ella perecerán. La suerte de la Ciudad Santa está echada, y, por tanto, no deben los exilados hacerse ilusiones con las falsas promesas de los profetas aprovechados (v.14).

Ez 13, 17-23. Contra las profetisas y adivinos

Por la tradición bíblica conocemos algunas mujeres que tuvieron el don de profecía y con sus oráculos amonestaban al pueblo, como Débora y Julda. Al lado de estas verdaderas mensajeras de Dios había otras que, con amuletos y prácticas adivinatorias, se dedicaban a atraerse al pueblo, viviendo de sus aportaciones. Por lo que dice Ezequiel, parece que también entre los exilados de Babilonia había pitonisas que halagaban las vanas ilusiones de aquéllos. Las falsas profetisas daban respuestas adaptadas a los diferentes tipos de consultantes: se hacen cintajos para todas las articulaciones, y lazos sobre la cabeza de toda talla para cazar las almas (?. 18). Como la mujer sabe hacerse prendas ajustadas a su estatura y a sus articulaciones y miembros, así estas falsas profetisas saben adaptarse a las exigencias de sus clientes, cortándoles un traje a medida, es decir, dándoles la respuesta que desean. Algunos autores han querido ver en este verso alusiones a prácticas mágicas; pero parece mejor entenderlo en el contexto en sentido metafórico, como hemos ya explicado.
Las falsas profetisas, con sus falsos oráculos, quieren cazar las almas de los exilados, es decir, ganarles a su partido para obtener un descarado lucro. Por dos puñados de cebada deshonran a Yahvé (v.19), presentando como oráculos de Dios cosas que son de la imaginación de ellas, ya que sus vaticinios no se cumplen, pues predican la muerte de quien no ha de morir, y prometiendo la vida a quien no vivirá (v.19). Con sus seducciones y engaños han logrado dar caza a muchos incautos, pero Yahvé se encargará de que se les terminen sus medios de caza: yo arrancaré (vuestros cintajos) de vuestros brazos. (v.20). Aquí el lazo se refiere al empleado por el pajarero para coger a las aves incautas. El símil se presta bien para expresar la idea: Yahvé les quitará todos los medios de atraer a los exilados israelitas, de modo que sus almas o personas queden libres. Con sus mentiras han afligido el corazón del justo (v.22), anunciando cosas desagradables a su sensibilidad religiosa yahvista, cuando en los planes de Dios no estaba el entristecerle; y, en cambio, han dado pábulo a la pésima conducta de los impíos, pues han confortado las manos del impío (v.22) aprobando su proceder. Por todo esto vendrá la hora de exterminio para todas estas falsas profetisas, de forma que no volverán a tener más vanas visiones.

Ez 14, 1-23. Exhortación a la conversión. Inutilidad de la intercesión

Representantes calificados de los exilados, conmovidos por las predicciones de Ezequiel, quisieron hacerle una consulta. No se dice de qué trataron, pero se puede colegir del contexto, por las manifestaciones del profeta. La consulta debió de versar sobre la posibilidad de la destrucción de Jerusalén: ¿Cómo Yahvé había de permitir que la Ciudad Santa fuera arruinada, habiendo tantos hombres justos en ella? La respuesta es tajante: la idolatría y rebeldía a Yahvé es la causa de la catástrofe, y es tanta la maldad que hay en Jerusalén, que, aunque intercedieran a favor de ella justos como Noé, Daniel y Job, Dios no oiría sus plegarias. Podemos dividir el capítulo en dos partes: a) exhortación a dejar las prácticas idolátricas (v.1-11); b) inutilidad de la intercesión (v.12-23).

Ez 14, 1-11. Exhortación a la conversión

Ante la presencia de los ancianos de Israel, o dirigentes de la población exilada israelita, habla Yahvé a Ezequiel en términos despectivos para los consultantes. Son gentes que llevan sus ídolos en su corazón (v.3), esto es, que tienen propensión a prácticas idolátricas, mirando, complacidos, con sus ojos lo que es ocasión de escándalo para ellos, en cuanto que son un incentivo hacia la iniquidad, u ocasión de pecado. Por estas razones, Yahvé no quiere ser consultado por ellos, ya que, por su depravada conducta, no merecen ser oídos: ¿Voy a dejarme yo consultar por ellos? (v.3). En su mentalidad sincretista, creían posible mantener un culto a Yahvé y otro a los ídolos paganos; pero Yahvé es celoso de su honor y no admite competidores; por eso quiere atraer el corazón de Israel humillándole, como primer paso hacia la conversión (v.5). Si no se apartan de sus abominaciones, o prácticas idolátricas, la respuesta de Yahvé será punitiva. El castigo será terrible, de forma que el israelita idólatra se convertirá, por obra de Yahvé, en portento y fábula (v.8) entre los gentiles; es decir, su castigo será proverbial entre los no israelitas, quizá los prosélitos adheridos paganos, sin duda existentes también entre los exilados del 598.
Por otra parte, si el profeta se deja seducir por las dádivas de los consultantes, dándoles las respuestas que desean, esto hubiera sido imputado a Yahvé, que la había seducido o inducido a hacer esas manifestaciones halagüeñas, lo que está contra las exigencias de la santidad y justicia divina. En la mentalidad semita, Dios invade con su acción la personalidad de tal forma, que lo que nosotros atribuimos a las causas segundas, ellos lo atribuían todo directamente al mismo Dios. Así, en 1R 22, 2ss se dice que Yahvé envió sobre los falsos profetas un espíritu de mentira, haciéndoles caer en la trampa. Son modos de hablar poco matizados. Nosotros distinguimos entre inducir y permitir, pero los hagiógrafos -de mentalidad expresiva oriental- prefieren las expresiones radicales y aun paradójicas, para llamar más la atención del lector. Aquí Dios amonesta por Ezequiel a los profetas que se prestan a dar respuestas a los consultantes sin que en ellas hable realmente Yahvé. Ésto es intolerable; por eso, a esos falsos profetas los exterminará de su pueblo. Llevará el castigo correspondiente a la maldad del consultante, ya que, en vez de recriminarle su conducta idolátrica, le ha hecho caso, comprometiendo así el buen nombre de Dios (v.10). La intransigencia de Yahvé en este punto no tiene otra finalidad sino evitar que Israel se contamine con todas sus abominaciones (v.11), llegando a ser su pueblo, y Él realmente su Dios.

Ez 14, 12-23. Inutilidad de la intercesión por Jerusalén

El profeta quiere quitar toda ilusión de salvación para Jerusalén. Los exilados tienen vanas esperanzas de que la Ciudad Santa, al fin, no caiga en manos de los babilonios, pero no conocen los designios de Dios. Jerusalén ha colmado la medida de la iniquidad, y por eso no servirán para salvarla las buenas obras de los justos que en ella habitan. Esta tesis es reiteradamente demostrada en esta sección, ya que, para más resaltarla, presenta a tres justos legendarios incapaces por sus buenas obras de aplacar la justicia divina. A los tres flagelos tradicionales (el hambre, la espada y la peste) se añade la de una invasión de fieras salvajes. Sólo se salvarían los tres justos, sin que sus buenas obras fueran capaces de salvar a sus propios hijos e hijas (v.15). Las cosas han llegado a tal grado de maldad, que Dios suspende el principio de la solidaridad. Según la tesis tradicional, el bien o mal de un individuo redunda en beneficio o perjuicio de los demás parientes o conciudadanos. Los semitas, oriundos de organizaciones tribales, tenían muy metido dentro el principio de la solidaridad e interdependencia dentro de la tribu. La sangre era el gran lazo que los unía. La vida nómada del desierto los hacía cerrarse en su propia parentela como única defensa. Fuera de la tribu, todo era hostilidad; de ahí la necesidad de la "venganza de la sangre" como regla de subsistencia contra toda incursión enemiga.
Este sentimiento de solidaridad en la sangre era aplicado también a la comunidad religiosa. Israel, en concreto, formaba una sociedad religiosa especial, basada en un pacto colectivo. De ahí que al israelita en la época anterior al exilio se le considere más como miembro de una nación que como persona con su responsabilidad personal. La idea de la nación como colectividad, lanzada hacia la plena manifestación de los tiempos mesiánicos, absorbía toda otra posible consideración. Quizá en esto hay que buscar la razón de por qué el problema del más allá no aparezca planteado claramente hasta los libros sapienciales de la época helenística. Con la catástrofe nacional cayeron los ídolos colectivos y se avivaron los problemas personales, y uno de ellos es el de la retribución personal. Jeremías anunciaba que, en la era mesiánica, cada uno sería hijo de sus obras, de forma que no tendría valor el proverbio "los padres comieron las agraces y los hijos sufrieron la dentera." Y Ezequiel es el gran campeón del individualismo, como veremos en los capítulos siguientes.
En el texto que comentamos no se quiere negar el poder intercesor de los justos, lo que aparece claramente enseñado en otros pasajes de la Sagrada Escritura, sino que se quiere destacar la culpabilidad de Jerusalén. Dios está ya cansado de perdonar a Jerusalén, pues su capacidad de misericordia está como rebasada, y por eso, aunque los mayores justos estuvieran en ella, como Noé, Daniel y Job, no les atendería por exigencias de su justicia; las frases son hiperbólicas, y hay que entenderlas en el contexto sólo como expresión de la gran maldad de la Ciudad Santa. Es la idea principal del capítulo. En el v.22 se afirma que se salvarán algunos, lo que ya es una restricción a la idea de total exterminación de los habitantes de Jerusalén. La mención de los tres personajes se debe a que en la tradición popular figuraban como modelo de virtud. Pero es extraña esta unión de personajes de épocas tan dispares. Recientemente se ha escrito mucho sobre la posible identificación de este Daniel con el Danel, héroe mítico de Fenicia, desenterrado en las excavaciones de Ras Shamra (la antigua Ugarit), en la frontera del Líbano y Siria. Son textos del siglo XV-XIV a.C., que narran leyendas más antiguas. Por otra parte, en Ez 28, 3 se menciona al gran sabio llamado Daniel. Hay autores que sostienen que el Danel mítico sea una deformación del Daniel histórico. Filológicamente, el Daniel de Ezequiel y el Daniel de los textos de Ugarit pueden identificarse; por otra parte, como uno de los nombrados por Ezequiel (Job) no es israelita, no tiene de particular que ponga como modelo de virtud a uno extraño a Israel.

Ez 15, 1-8. Israel, sarmiento inútil

Este capítulo es como una parábola en la que se anuncia la destrucción de Judá por ser estéril. Israel había sido escogido por Dios como una viña selecta para que le diera buenos frutos, pero no le ha dado sino agrazones. Su misión histórica no era otra que transmitir el fuego sagrado de la revelación divina a los pueblos en orden a la plena manifestación de los tiempos mesiánicos. Habiendo sido infiel a su misión, Israel no representa nada en el concierto de los pueblos en medio de los grandes imperios mesopotámicos y egipcios. Por eso Dios le va a aniquilar, utilizándola como simple combustible. Los sarmientos, al no dar racimos, no sirven sino para el fuego. Es el caso de Israel, infiel a su misión histórica.

Ez 15, 1-8

La moraleja de esta corta parábola es clara: Jerusalén no ha servido para el fin que se la ha asignado, y, por tanto, tendrá que sufrir la suerte del sarmiento que no da buenos frutos. Por su constitución es inservible para obras de carpintería; de ahí que esté destinado al fuego. Los leños de otros árboles, cuando no dan fruto, pueden utilizarse para mueblaje y construcción; pero la madera de vid está en esto en manifiesta posición de inferioridad: ¿qué tiene mas el palo de la viña que otro palo? (v.1). Es el caso de Jerusalén: Israel, de no ser fiel a su cometido histórico, como pueblo de Dios, vinculado de un modo especial a su providencia, no tiene relieve alguno en el abigarrado mosaico de pueblos orientales, y aun es inferior a ellos en todo, excepto en lo religioso. Como no ha dado frutos dignos de su vocación religiosa, será entregado al fuego como sarmiento inútil. Es el anuncio de su destrucción por las tropas babilonias en 586. Yahvé volverá su rostro, y quedarán sin arrimo en la situación crítica que se avecina. Es la hora de la manifestación de la justicia divina. Entonces conocerán quién es Yahvé.

Ez 16, 1-63. Infidelidad de Jerusalén

En esta alegoría, Ezequiel nos presenta a Jerusalén como una esposa adúltera que ha despreciado los cuidados paternales de Dios, que la eligió como esposa cuando aún no tenía nada de atrayente entre las naciones. La encumbró hasta la categoría de reina, pero después prevaricó, entregándose a los ídolos. El estilo es fuerte y vigoroso, con trazos crudos, muy en consonancia con el radicalismo literario de los orientales. El profeta, ante todo, quiere mostrar a los exilados la culpabilidad de Jerusalén por su inmensa ingratitud para prepararlos espiritualmente para la hora de la catástrofe. La alegoría de la esposa infiel es muy usada en los profetas pre exílicos.

Ez 16, 1-13. Tierna solicitad de Yahvé por Israel

El profeta recuerda, en nombre de Dios, el origen poco honroso de Israel para humillarla y resaltar la dignidad a que fue elegido como pueblo de predilección. La tierra en que se asentaron sus patriarcas era cananea (?.3). El gran antepasado Abraham es llamado amorreo, que es una designación genérica de los semitas occidentales, en contraposición a los de Mesopotamia. Aunque Abraham estaba establecido en Ur de los Caldeos, sin embargo su filiación étnica parece ser la de los árameos, tribus semitas occidentales instaladas en las riberas del Éufrates, pero que se cambiaban constantemente por la zona del desierto siró-arábigo. También Israel participaba de un origen jeteo o hitita. Abraham tuvo relaciones con esta población hitita procedente del Asia Menor, pero que tenía ramificaciones en Hebrón y en otras partes de Palestina. Los orígenes de Israel como nación son, pues, desde el punto de vista humano, muy modestos.
Ezequiel presenta a la nación en su infancia, como una niña abandonada en el desierto, recién nacida, sin poder valerse y aun privada de los cuidados elementales debidos a un recién nacido (v.4). Los detalles no tienen valor alegórico, sino puramente literario descriptivo, para resaltar la tierna solicitud de Yahvé, que escogió esta nación, cuidándola con todo mimo hasta hacerla llegar a la edad de la pubertad y dotándola espléndidamente como a una princesa (v.11). Es una alusión a las especiales providencias que Yahvé tuvo para con Israel desde sus primeros balbuceos, como clan organizado en la época patriarcal, y, sobre todo, después en el desierto, haciéndola llegar a ser una gran nación bajo la dinastía davídica; es entonces cuando, rodeada de esplendor y de riquezas, llegó hasta reinar (v.13). La trayectoria no pudo ser más providencial y desacostumbrada. En todos los momentos de la historia, Israel se salvó gracias a la especialísima protección que recibió de su Dios.
Dios eligió a Israel como nación sacerdotal, y, por tanto, como pueblo aparte sobre todos los demás, como intermediario entre Dios y ellos en orden a la transmisión del mensaje mesiánico. La misión no pudo ser más noble. Israel, pues, era verdaderamente una reina entre las naciones. Por eso, su ingratitud fue desproporcionada, y de ahí que su castigo debía ser también excepcional, pues, a pesar de ser esposa de Yahvé, se entregó a todos los adulterios o idolatrías.

Ez 16, 14-34. Conducta idolátrica de Israel

Israel, convertida en nación próspera, se envaneció de su estado de privilegio, y con sus riquezas y abundancia se dedicó a la más desenfrenada idolatría. Así, utilizó las mejores colinas y altos coloreados, o frondosos, para entregarse a sus prostituciones, o prácticas idolátricas. Son los famosos lugares altos o bamoth, lugares tradicionales de cultos sincretísticos, pues en ellos, juntamente con Yahvé, se daba culto a los ídolos. Y en el camino de la aberración, Israel llegó a ofrecer a sus hijos e hijas (v.20) a Moloc. Con ello, además de contrariar a los elementales derechos humanos, ha violado un pacto, pues los hijos e hijas de Israel pertenecían, por derecho especial, a Yahvé (que habías engendrado para mí). La idolatría se extendió tanto, que por doquier había un lugar de culto a las divinidades cananeas: te hiciste en cada plaza un lupanar, y en cada calle un prostíbulo (v.24). Y no sólo adoptó los cultos de Canaán, sino que introdujo los de Egipto y Asiría (v.26). Con el impío rey Manases se introdujeron hasta en el mismo templo los cultos asiríos, y después, por influencia de la facción política egiptófila, los de Egipto.
Precisamente por estas infidelidades, Dios le retiró parte de su dote como marido celoso, trayendo la carestía sobre el país, y la entregó a las hijas de los filisteos, es decir, dejó que le sojuzgaran las ciudades de la Pentápolis filistea (v.27). El desenfreno de Israel no tuvo límites, por lo que mereció el desprecio de sus mismos enemigos. Su conducta es menos disculpable que la de las mismas rameras, ya que éstas se entregan por necesidad, buscando un precio en su prostitución (?.31), mientras que Israel llegó hasta dar mercedes a sus amantes (v.33), es decir, destinar todas sus riquezas al culto de los ídolos. Ningún pueblo renunció a su Dios para entregarse a los dioses de pueblos enemigos, a no ser Israel, el pueblo elegido.

Ez 16, 35-43. Castigo de tanta ingratitud

Continúa la alegoría. Israel en su conducta es como una meretriz que ha mostrado su desnudez a todos sus amantes, es decir, se ha entregado a los ídolos de los pueblos que consideró amigos (v.36). Pero Yahvé le entregará a los pueblos que no ha amado. En efecto, por virtud de la justicia divina, los babilonios rodearán a la ciudad de Jerusalén y la arrasarán, y ésta será condenada como adúltera y derramadora de sangre (?.38). La pena del adulterio era la lapidación, y la del homicidio era la muerte violenta con derramamiento de sangre. Israel, al entregarse a los ídolos, fue adúltera abandonando a su verdadero Esposo, Yahvé; y al sacrificar sus niños a Moloc ha incurrido en el mayor de los homicidios. Los babilonios serán los instrumentos de la justicia divina, de forma que todo lo que constituía el orgullo de Jerusalén como capital de la nación judía desaparecerá como botín. Todas sus riquezas (ornamentos de su hermosura, v.43) caerán en poder de los soldados de Nabucodonosor, y Jerusalén quedará desnuda, indigente y despreciada. En su pobreza extrema no tendrá ya ocasión de fornicar con los ídolos, pues será despreciada de todos sus antiguos amantes. Yahvé echará sobre la cabeza de Jerusalén sus caminos (v.43), es decir, su inicuo proceder, haciéndola gustar el amargo fruto de su perversa conducta.

Ez 16, 44-58. Paralelo de Jerusalén con Samaría y Sodoma

Los exilados creían que Jerusalén no merecía el castigo de la destrucción, como anunciaba el profeta. Por ello, éste compara la maldad de ella con la de sus hermanas en la perversidad, Samaría y Sodoma. Ellas han sido menos culpables que la capital de Judá, en cuanto que ésta debiera haber escarmentado en el castigo de aquéllas. En realidad, Jerusalén se ha mostrado digna de sus antepasados: cual la madre, tal la hija (v.44). El proverbio popular tendrá en ella plena aplicación. Jerusalén en su formación había heredado las lacras de sus antiguos poseedores los cananeos. Ya antes el profeta le había echado en cara, para humillarla, su origen cananeo: "eres por tu tierra y por tu origen una cananea" (v.3). Los primeros pasos de Israel como pueblo fueron en medio de una población pagana en tierra de Canaán, de la que sufrió una gran influencia étnica y cultural; sobre todo, de los cananeos heredó su propensión a la idolatría: eres hija de madre que aborreció a su marido y a sus hijos (v.45a). Parece que el dios El fue la divinidad primitiva de la población semítica de Canaán. En ese caso, el profeta aludiría a la infiltración de otras divinidades entre los cananeos. Canaán, madre de Jerusalén, en cuanto que esta capital estaba en su territorio, y sus habitantes habían sido influidos de la población cananea, había, pues, aborrecido a su marido, el dios primitivo El, y se había entregado a prácticas crueles con sus hijos, inmolándolos.
Jerusalén ha imitado estas abominaciones de su madre Canaán, y además se ha puesto en la misma línea de prevaricación que la nefanda Sodoma y su hermana de sangre Samaría. Esta es llamada hermana mayor por su mayor vinculación a Jerusalén y, sobre todo, por la importancia que ha tenido su reino históricamente. Se la localiza a la izquierda o norte, según la costumbre entre los antiguos semitas de orientarse mirando al oriente. Samaría se hallaba, pues, supuesta la orientación hacia el este, a la izquierda de Jerusalén, mientras que Sodoma se hallaba a la derecha o sur. Sodoma había quedado en la tradición bíblica como el símbolo de la ciudad maldita por Dios en castigo de sus nefandas acciones. Aquí no se alude a su pecado específico sodomítico, sino a su arrogancia e insolencia por sentirse con hartura de pan (v.49), despreciando así al necesitado. La crueldad es un pecado que los profetas echan frecuentemente en cara a los pueblos paganos. Sin embargo, aquí los pecados de Sodoma son considerados como de menor perversidad a los ojos de Dios en comparación con los de la propia Jerusalén, elegida de Yahvé como lugar de su morada. Este privilegio único la hizo más culpable que su hermana Samaría, la cual, a pesar de sus pecados, fue menos culpable que ella: tú multiplicaste tus fornicaciones mucho más allá que ellas, hasta el punto de hacer justas a tus hermanas (v.51). Todas han sido pecadoras, pero hay todavía gradación en la misma maldad, ya que los pecados de Jerusalén revisten una particular malicia, la de su ingratitud para con su Dios. Por eso es particularmente merecedora de castigo y en mayor escala que sus hermanas en la prevaricación (v.52).
Como siempre, el anuncio del castigo sobre el pueblo elegido trae a la memoria del profeta, por contraste, la idea de la restauración mesiánica. Los castigos enviados por Yahvé tienen, siempre que se trata de Israel, un carácter purificador, para que se prepare para la nueva etapa gloriosa. Sin embargo, el profeta anuncia un estado de humillación futuro para Jerusalén, ya que estará en plan de pura igualdad frente a sus hermanas, Sodoma y Samaría, en vez de la situación de privilegio que en otros tiempos tuvo. Hubo un tiempo en que Jerusalén evitaba el nombre de Sodoma, porque era considerada como una ciudad maldita por Dios (v.56); pero ahora ha sido merecedora también la Ciudad Santa de mayores castigos por sus pecados, en tal forma que se ha convertido en objeto de oprobio para las hijas de Aram y para las hijas de los filisteos (v.58), e.d., las ciudades circunvecinas arameas y de la Pen-tápolis filistea. Los tradicionales enemigos de Judá sentirán una maligna satisfacción al verla humillada por el mismo Dios, que constituía su orgullo y su gloria.

Ez 16, 59-63. Renovación de la alianza antigua

Yahvé castigará a Jerusalén por su violación del juramento, rompiendo el pacto (v.59) del Sinaí. La intervención justiciera de Dios será muy dura, pero no anulará las cláusulas de la antigua alianza, sino que las mantendrá, ratificándolas con una alianza eterna. La antigua alianza del Sinaí, en tiempos de la mocedad de Israel como pueblo, será mantenida sustancialmente, pero al mismo tiempo será sublimada y colmada en contenido. La primera, hecha en tiempos de la mocedad del pueblo elegido, fue rota por las veleidades de éste, consecuencia de su inexperiencia juvenil. La nueva alianza será eterna, es decir, no sujeta a alteraciones por parte de Israel, porque Yahvé se apoderará totalmente de su corazón y de sus afectos más íntimos. Es la misma promesa de nueva alianza anunciada por Oseas y Jeremías. Como consecuencia de esa nueva situación afectiva interna, Jerusalén se avergonzará de sus antiguas obras. Jerusalén volverá a ser centro de atracción de sus hermanas mayores y menores (v.61), es decir, de Samaría y de Sodoma, símbolo de todos los pueblos paganos o paganizados que un día integrarán el Israel de Dios, heredero directo del Israel de la carne. La perspectiva se mueve dentro de las promesas mesiánicas universalistas expresadas en varios textos del A.T. y explicitadas magistralmente por San Pablo. Y todo ello como consecuencia de un nuevo pacto (v.62), fruto de la pura benevolencia divina, que quiere reivindicar su honor entre las naciones gentiles. Estos beneficios de Yahvé traerán la confusión y la vergüenza a la ingrata Jerusalén (?.63).

Ez 17, 1-24. Deslealtad y trágica suerte del Rey Sedecías. Promesa Mesiánica.

En este capítulo encontramos una clara alusión a la situación política inmediata anterior a la catástrofe del 586. Puede dividirse en tres partes: a) parábola de la gran águila, símbolo de Nabucodonosor (v.1-10); b) explicación de la parábola (v.11-21); c) apéndice: la restauración mesiánica (v.22-24).
Los profetas siempre habían predicado la sumisión al coloso babilónico como mal menor. Toda otra política nacionalista constituía entonces un verdadero suicidio colectivo, como lo demostraron los acontecimientos. Ezequiel se mantiene, pues, en la misma línea que Jeremías, y anuncia el fin trágico del incauto rey Sedecías, que se atrevió a hacer frente a los babilonios apoyado en ilusorias promesas egipcias. En la deportación del 598, el rey Joaquín, o Jeconías, fue llevado a Babilonia. Le sucedió en el trono su tío Matanías o Sedecías, quien después de diez años de sumisión a Nabucodonosor, instigado por el faraón egipcio, se sublevó, dando con ello lugar a la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el 587.

Ez 17, 1-10. Parábola de la gran águila

El símil es bellísimo y expresivo en extremo. Se presenta al conquistador babilónico como un águila imponente que planea sobre los bosques del Líbano, que aquí es símbolo del reino de Judá y de Jerusalén. El reino glorioso de la dinastía davídica es comparado poéticamente al esplendor de los cedros del Líbano. El mismo profeta explicará el sentido alegórico de cada rasgo de la parábola. El cogollo del cedro (v.3) es el representante de la dinastía davídica, simbolizada en un cedro imponente y majestuoso. Nabucodonosor escogió un retoño de ese cedro de la dinastía davídica, a Sedecías, para que desplegase su actividad regia sometido a Babilonia, dándole todas las facilidades de gobierno. Por eso es comparado a un sauce (v.5) plantado junto a aguas abundantes.
Antes había arrancado al principal de sus renuevos, y le llevó a tierra de mercaderes, y le puso en una ciudad de comerciantes (v.4), es decir, a Babilonia, famosa por su tráfico comercial. La alusión es clara a la deportación del rey Joaquín, o Jeconías, en 598, después del primer sitio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor. El reinado del sustituto de éste, Sedecías, entronizado por el rey babilonio, fue relativamente próspero, pues participaba de la protección del coloso mesopotámico; por eso echó brotes y se hizo una vid frondosa (v.6), pero en su actividad estaba mediatizado por el poder del protector; de ahí que la vid fuera de poca altura. Esta fue la situación de Judá desde el 597 al 588 a.C. Durante este período, el dominio de Palestina por los babilonios no fue turbado por las incursiones egipcias, pues el faraón Psamético II, después de la derrota sufrida en Carquemis, no se aventuró en expediciones peligrosas fuera de su territorio.
Pero su sucesor, Hofra, quiso de nuevo ser el árbitro de la política de la encrucijada palestinense y movió todos sus resortes diplomáticos para levantar contra Babilonia a los reyezuelos palestinianos vasallos de Babilonia. Entre ellos descollaba el rey Sedecías de Judá. El faraón egipcio es presentado aquí como otra gran águila de grandes alas y espeso plumaje (?.7). Es la contrarréplica de Nabucodonosor. Sedecías se dejó pronto seducir; por eso dirigió hacia esta (águila) sus raíces y tendió hacia ella sus sarmientos (v.7). Esperaba obtener mejores condiciones de vida con la amistad egipcia. La viña había de ser bien regada y daría copiosos frutos. Sin embargo, el profeta hace resaltar que la situación de Judá bajo los babilonios no era despreciable, ya que había sido plantada en tierra buena y cerca de abundantes aguas (v.8), y, efectivamente, pudo desarrollar su vida nacional con cierta holgura como para convertirse en vid vigorosa. Por eso, la conducta de Sedecías al acercarse a Egipto puede calificarse de insensata, ya que no hará otra cosa sino provocar al viento solano (v.10), al invasor babilonio, que vendrá por el oriente con sus tropas deseosas de botín y de sangre. Nabucodonosor, el águila primera, arrancará de cuajo esa vid frondosa que era el reino de Judá. Ezequiel anuncia solemnemente el desastre definitivo de Jerusalén a los exilados. La alocada conducta del rey de Jerusalén no hará sino acelerar la hora del castigo divino.

Ez 17, 11-21. Explicación de la parábola

Ezequiel explica la parábola por orden expresa divina a la casa rebelde (v.11), es decir, a la comunidad de exilados israelitas que no querían comprender los caminos de Yahvé, el cual había determinado un castigo justiciero sobre Jerusalén y la dinastía davídica. La explicación de la parábola es clara: el rey de Babilonia es Nabucodonosor, quien en 598 tomó al rey (Jeconías) y a sus príncipes y los deportó a Babilonia (v.12). Era el cogollo del cedro, el principal de sus renuevos, es decir, el principal representante entonces de la dinastía davídica, figurada en un cedro frondoso oriundo del Líbano (aquí Jerusalén). En su lugar, Nabucodonosor tomó a uno de la real estirpe (?.13), es decir, a Matan?as, a quien cambió el nombre en Sedecías para indicar su poder sobre él. Este era tío carnal de Jeconías. Era, pues, de real estirpe. Nabucodonosor quiso diplomáticamente captar la voluntad de los judíos, imponiéndoles un rey de su dinastía. Conservaba sobre él un alto dominio, pero Sedecías, dentro de su categoría de rey vasallo, tenía una relativa autonomía.
El nuevo rey de Judá había aceptado su nueva situación, ratificándola con juramento (v.13) solemne. Con todo, Nabucodonosor tomó sus medidas. Así sabemos que se llevó a las fuerzas vivas de la nación, los poderosos de la tierra (v. 13), de modo que el reino fuera modesto y no se preparase para nuevas rebeliones (v.14). Pero Sedecías se rebeló, buscando ayuda militar en Egipto, la otra gran águila. Pero no tendrá éxito en su insurrección, porque rompió el pacto (v.15) solemne que había hecho con el rey de Babilonia. Esto traería como consecuencia una intervención airada del coloso mesopotámico; en efecto, el imprudente rey Sedecías, reo de perjurio, morirá en Babilonia (v.16). De nada le servirán las fuerzas que le envíe el faraón Hofra, pues éste será derrotado y dejará a Jerusalén a su suerte. Todo el movimiento de defensa organizado en torno a Jerusalén (construcción de terraplenes y torres, v.17) no servirá sino para aumentar las proporciones de la catástrofe al ocasionar la destrucción de muchas vidas (v.17).
La conducta de Sedecías no puede aprobarse en ética elemental, ya que menospreció el juramento, rompió el pacto. (v.18). Es simplemente un perjuro; como tal, debe ser castigado. Yahvé personalmente le castigará por tal crimen, pues se considera vinculado al juramento de Sedecías. Sin duda que éste, como israelita, había puesto por testigo de su veracidad a su Dios, Yahvé. Al romper el juramento, cometía un grave pecado contra Yahvé, pues comprometía su veracidad ante los paganos; por eso aquí se pone en boca de Dios la repulsa de la conducta infiel de Sedecías: Por mi vida que yo echaré sobre su cabeza mi juramento, que él menospreció, y mi pacto, que él rompió (v.19a). El pacto entre Sedecías y Nabucodonosor era el pacto de Yahvé, pues había sido invocado como garantía de su fidelidad por parte del rey de Judá. Es interesante esta doctrina moral de mantener el juramento con los enemigos, expresada de un modo tan claro en el A.T.
El castigo de la infidelidad de Sedecías se cumplirá cuando sea deportado a Babilonia, donde será cegado. Antes fue llevado a presencia de Nabucodonosor, a su cuartel general de Ribla (Alta Siria), y en presencia de él fueron asesinados sus hijos. La profecía de Ezequiel se cumplió a la letra, pues lo más selecto de sus tropas cayó ante la espada, y el resto fue dispersado a los cuatro vientos (v.21). Es el sello de la profecía de Yahvé: sabréis que yo, Yahvé, he hablado.

Ez 17, 22-24. Promesa del rey Mesías

Como en otras ocasiones, el profeta contrapone un horizonte de esperanza al sombrío de castigo que acaba de presentar a los exilados. La misión de los profetas, como centinelas de los intereses espirituales de su pueblo, es situar en su debida proporción el alcance de los castigos de Dios a su pueblo. En medio de todas las encrucijadas críticas de la historia de Israel se cierne siempre la esperanza mesiánica como norte de la vida nacional. Ezequiel debía hacer ver a los exilados israelitas que sus vanas ilusiones sobre la permanencia de Jerusalén como capital de un reino corrompido religiosamente no tenían fundamento. La hora de la ira justiciera divina llegará inexorablemente, y la dinastía davídica se eclipsará de momento al ser deportados sus representantes a Babilonia. Pero ésta no será una situación definitiva, porque ante todo está la promesa de Dios de inaugurar una era mesiánica presidida por la misma dinastía davídica. El profeta adapta el símil de la parábola antes expresada para dar un nuevo sentido más profundo favorable a las esperanzas mesiánicas. Como Nabucodonosor, la gran águila, tomó del cogollo del cedro, llevando al principal de sus renuevos, Jeconías, a Babilonia (v.2), así también Yahvé en un tiempo futuro tomará del cogollo del cedro, cortando un tallo del principal de sus renuevos (v.22). Ya hemos dicho que cedro en todos estos textos equivale a la dinastía davídica. Ahora bien, con la deportación del principal de sus renuevos (Jeconías) no desaparece ésta, porque Yahvé se encargará de cortar de él un tallo para plantarlo en el monte alto de Israel (v.23), en la colina santa de Sión. Allí se desarrollará frondosamente, hasta convertirse en magnifico cedro, en el que anidarán aves de toda pluma (v.23); es decir, todos los pueblos se reunirán en Jerusalén bajo la sombra protectora del Mesías. Y todos los árboles de la selva (todas las naciones) reconocerán que todo ha sido obra providencial de Yahvé, pues es el árbitro de la historia, ya que humilla al árbol sublime (Babilonia) y levanta al árbol bajo, o reino de Judá, humillado por el opresor babilónico. Yahvé ha obrado un milagro en favor de su pueblo, pues le ha hecho reverdecer cuando todos le consideraban como un árbol seco, y, en cambio, ha secado al árbol verde, el imperio babilónico, que con su exuberancia parecía tener una larga vida. La historia está en manos de Dios; por eso Israel debe confiar ciegamente en Él a pesar de la tragedia que se le avecina. Al fin triunfará el pueblo elegido sobre el invasor babilónico.

Ez 18, 1-32. La Retribución equitativa individual

Uno de los problemas morales que plantea el A.T. es el de la responsabilidad colectiva e individual. Dada la mentalidad semítica sobre la solidaridad del clan, generalmente se admitía antes del exilio que las buenas o malas obras de los individuos debían ser participadas por la colectividad. Todos eran solidarios en el bien y en el mal de los individuos. La catástrofe del exilio hizo que el problema se estudiara más a fondo. La gran ilusión de la colectividad nacional como fin de la actividad individual, en cuanto que Israel estaba destinada a una gran misión futura en los tiempos mesiánicos, se fue desvaneciendo con los reveses políticos. Todo parecía perdido. ¿Por qué la generación contemporánea de Ezequiel pagaba por los pecados de sus antepasados? "Los padres comieron las agraces, y los hijos sufren la dentera," es el proverbio irónico que corre entre los exilados. Dios no parecía justo en la distribución de sus bendiciones y castigos, y, por tanto, no merecía molestarse en ser justo. Los exilados empezaban a sentirse escépticos, y el profeta se ve obligado a aclarar la doctrina sobre la retribución. Dios es justo y dará a cada uno lo que merece. Este es el tema del presente capítulo, de gran profundidad moral. La doctrina aquí expuesta le ha merecido a Ezequiel el título de "campeón del individualismo en el A.T.." Sin duda que es un gran avance doctrinal en lo referente a la retribución, supuesta la mentalidad dominante en los profetas anteriores al exilio.
Suele dividirse el capítulo en tres partes: a) el individuo es responsable de su conducta personal (v.1-20); b) el hombre será juzgado por su conducta actual, no por la pasada (v.21-29); c) invitación a la conversión (v.30-32).

Ez 18, 1-20. Responsabilidad personal del individuo

Ezequiel reacciona violentamente contra la opinión de los exilados, que irónicamente hacían correr de boca en boca el proverbio "los padres comieron las agraces, y los dientes de los hijos sufren la dentera." Creen que ellos no merecen los castigos que les anuncia su profeta. Son sus antepasados los que colmaron el cáliz de la cólera divina; sin embargo, ellos son los que sufrirán las terribles consecuencias. De ahí deducían que Yahvé no era justo con ellos, ya que los hacía sólo solidarios en los castigos y no en las bendiciones prometidas a su pueblo. ¿Cómo Dios había permitido la muerte trágica del piadoso rey Josías en la batalla de Megiddo en 609 contra el faraón egipcio? ¿Por qué se acumularon tantas desgracias en tan poco tiempo sobre la misma generación? ¿Es que eran peores que sus antepasados? El principio de solidaridad en lo malo les angustiaba. La doctrina tradicional no era justa.
Ezequiel quiere esclarecer el problema. En realidad, cada uno sufrirá por sus propias iniquidades, porque todos, padres e hijos, son de Yahvé: mías son las almas todas, lo mismo la del padre que la del hijo (v.4); por consiguiente, todos en principio están en plan de igualdad respecto de Dios. Sólo sus obras las diversifica, en cuanto que el pecado aleja de Dios y atrae sobre él el castigo, mientras que las buenas obras acercan a Dios y les traen las bendiciones de todo género. Es falsa la creencia de que el hijo pertenece al padre, y, por tanto, que aquél debe ser solidario de las obras de éste. En realidad, las almas o personas pertenecen sólo a Dios, quien las trata conforme a sus obras: el alma que pecare, ésa morirá (v.4b). La muerte física era el máximo castigo en una época en que no se conocía la retribución en ultratumba. Dios, pues, hará que el pecador sufra muerte prematura en castigo de sus pecados. Al contrario, el que sea recto en su conducta, practicando el juicio y la justicia, en el sentido de acomodarse a las leyes de Dios tal como se especifican a continuación, ése vivirá. Hacer la justicia y el juicio no se refiere sólo a las virtudes sociales de equidad con el prójimo, sino también equivale a ser recto o perfecto en los caminos del Señor.
Y se opone a ello la serie de pecados que a continuación se enumeran: prácticas idolátricas por los montes, acompañadas de festines conmemorativos. Es el culto en los lugares altos, tan fustigado en la literatura profética; adulterios (v.6), impurezas legales, entre las que se contaban las relaciones sexuales con mujer menstruada; opresiones a los débiles por parte de los afortunados, los cuales muchas veces retenían en prenda cosas necesarias para la vida del deudor, lo que estaba expresamente prohibido en la Ley. Según ésta, debía devolverse el manto al deudor antes de que llegara la noche. Estaban también prohibidos la usura y el cohecho; por eso, fomentar el préstamo usurario era oponerse a las prescripciones divinas (v.8). Se permitía cobrar intereses sólo al extranjero. El programa social que Ezequiel recomienda se resume en la frase haga juicio entre hombre y hombre (v.8). El sentido de equidad debe presidir todas las acciones del hombre en sus relaciones con el prójimo. El justo debe en todo acomodarse a los mandatos de Yahvé (v.9).
Después de enumerar las diversas clases de transgresiones, el profeta especifica que sólo el que personalmente las cometa será reo de pecado. Los padres no sufrirán por los pecados de los hijos, ni viceversa (v.20).

Ez 18, 21-32. El hombre será juzgado por su conducta actual

En este fragmento se expresa de un modo bellísimo la disposición de Dios a perdonar al pecador. Sólo exige, por parte de éste, arrepentimiento y cambio de vida. En cualquier momento, pues, puede el impío entrar por el buen camino, porque Dios no tiene interés especial en perderle. Dios hace caso omiso de los pecados pasados supuesta la voluntad de cambiar de vida (v.21): todos los pecados que obró no le serán recordados. Dios no sólo es justo, sino que es también misericordioso. No puede, pues, complacerse en la muerte del impío (v.23). Aquí la muerte tiene el sentido inmediato literal de muerte física, que era considerada como el máximo castigo. No obstante, vida en la literatura sapiencial tiene el sentido de relaciones amistosas con Yahvé. El profeta no alude aquí a una muerte espiritual de ultratumba. San Pablo dirá más tarde que Dios quiere que todos se salven, en cuanto a su vida de ultratumba; pero ésta es una nueva perspectiva neotestamentaria que no tenemos derecho a suponer en este estadio de la revelación de la época de Ezequiel. Aquí el profeta quiere resaltar ante los exilados el grado de responsabilidad de cada individuo ante Dios. Lo que interesa es la voluntad de arrepentimiento del hombre en sus relaciones actuales con Dios.
Ezequiel, en su deseo de invitar a la penitencia y a la esperanza en Yahvé, carga las tintas, y así dice que las justicias que hizo (el justo) no le serán recordadas. (v.24). La frase no debe urgirse demasiado en el sentido de que las obras pasadas no tienen valor ante Dios, sino en el sentido relativo de que lo que interesa sobre todo son las buenas obras actuales. Por muy buenas que hayan sido las pasadas, si las presentes son malas, de nada sirven para justificarse ahora ante Dios. Hay que colocarse en la perspectiva del profeta, el cual quiere hacer ver que lo que interesa ahora es la conducta presente, no la pasada. Es tiempo de emprender el buen camino y conciliarse la misericordia divina. Esta es su idea principal. La otra del valor de las acciones pasadas está subordinada conceptualmente a ésta: el pasado, quiere decir, pesa poco en comparación con el presente. Esta doctrina era extraña a los oyentes del profeta, habituados a la idea de solidaridad con el prójimo y con el pasado, y por eso Ezequiel, retóricamente, reproduce la supuesta reacción del público: no es recto el camino del Señor (v.25). Pero, en realidad, lo que es recto es la nueva doctrina de que cada uno sufra por sus pecados y de que ante todo interesa la actitud presente del pecador. En este supuesto, les invita a entrar por el camino de la sincera conversión como único medio de librarse de la ruina (?.30). Es preciso un corazón y un espíritu nuevo (?.31), una nueva disposición interna de acercamiento sincero a Dios. Es el pacto nuevo escrito en los corazones, de que habla Jeremías, como gran promesa mesiánica. En el nuevo orden de cosas, la responsabilidad personal será la base de las relaciones de los individuos con Dios.

Ez 19, 1-14. Canto fúnebre sobre los Príncipes de Israel

Esta bellísima elegía puede dividirse en tres partes: a) llanto por la suerte de Joacaz y Jeconías (v.2-9); b) desolación de Judá bajo Sedecías (v. 10-12); c) exilio del pueblo (v. 13-14). El ritmo poético externo es el característico de la elegía, o qinah, que hemos visto en las Lamentaciones atribuidas a Jeremías.

Ez 19, 1-9. Desgraciada suerte de Joacaz y Jeconías

El profeta es invitado a componer una elegía sobre la triste suerte de los príncipes de Israel, en el sentido de descendientes de Jacob, representados ahora en Judá como único reino superviviente después de la desaparición del reino de Samaría en 721. El pueblo de Judá es personificado en una leona majestuosa y señorial. La frase es irónica en labios del profeta. Los reyes de Judá han querido parangonarse con los príncipes de los pueblos paganos y aun con los colosos egipcios y babilonios, verdaderos leones por su poder. En su estulticia se han creído capaces de alternar con las grandes potencias. Así, la nación israelita crió sus cachorros (v.2b) o reyes con pretensiones belicosas. En vez de confiar en Yahvé, quiso confiar en sus jefes y en sus propias fuerzas, creyéndose señora en medio de los leoncillos o pequeños estados palestinos circunvecinos de menor fuerza que Israel. En un momento de euforia levantó a uno de sus cachorros, constituyéndole en rey o león joven, con pretensiones de ataque: aprendió a coger la presa y a devorar hombres (v.3). El profeta alude aquí a la entronización del rey Joacaz después de la muerte de Josías en la batalla de Megiddo contra el faraón Necao II (609 a.C.). Conocido el fin trágico del piadoso rey Josías en Jerusalén, fue nombrado rey Joacaz, segundo hijo de Josías. El nuevo rey fue violento y cruel. La Biblia dice de él que "hizo el mal ante el Señor en todo, como lo habían hecho sus padres". Es la frase estereotipada del cronista bíblico para condenar la conducta de un rey. Por eso se concibe bien la frase de Ezequiel: aprendió a coger presa. Después de tres meses de reinado fue depuesto por el faraón Necao II, que había establecido su cuartel general en Ribla (Alta Siria), y llevado prisionero a Egipto: con anillos lo llevaron a la tierra de Egipto (v.4). El profeta expresa todo esto de modo metafórico: supuesta el símil del león para designar a Joacaz, se presenta a sus enemigos, los egipcios, como cazadores que dan voces contra él para asustarle y hacerle caer en las trampas puestas de antemano, llevándoselo, como a una fiera, con anillos en la nariz.
El símil sigue, pero adaptado a otro personaje. Judá, después de la deposición de Joacaz, soportó por mucho tiempo (v.5) el yugo extranjero egipcio y babilónico, y, viendo que se desvanecía su esperanza de volver a ser un reino independiente y libre como en tiempos anteriores, tomó a otro de sus cachorros y le convirtió en león adulto (v.5b); es decir, entronizó como rey a Jeconías (598) en sustitución del fallecido Joaquín, impuesto por Necao. El nuevo rey, con pretensiones de gran soberano (andaba entre leones, v.6), se mostró también cruel e impío: aprendió a arrebatar presa. El cronista del libro de los Reyes dice de él: "se portó mal a los ojos del Señor, como habían hecho sus padres". En su altanería devastó ciudades.: supuesto que esta traducción sea correcta, pues el original está muy confuso, con esta frase se aludiría quizá a incursiones devastadoras que habría hecho a la desesperada cuando estaba sitiado en Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor. El profeta quiere destacar su carácter altanero e insolente, con pretensiones de monarca poderoso, cuando no era sino un minúsculo rey, virtualmente preso por los babilonios. Las gentes del contorno, en cuanto pudieron, se alzaron contra él (v.8). Sabemos, en efecto, que, juntamente con los babilonios, intervinieron en el asedio de Jerusalén los sirios, amonitas y moabitas, enemigos tradicionales de Israel. Lograron cazar al insolente Jeconías como a una fiera, y en una jaula con anillos le llevaron al rey de Babilonia (v.9). El cautiverio fue el triste destino de este joven rey. Sabemos que permaneció prisionero en Babilonia hasta la muerte de Nabucodonosor en 562 a.C., siendo libertado por el sucesor de éste, Evil-Marduk

Ez 19, 10-14. Suerte de Judá y de Sedecías

El profeta expone ahora la ruina de Judá bajo otro símil muy vigoroso y expresivo. El reino de Judá es comparado a una vid vigorosa de fruto y follaje, que como tal prosperó y dio ubérrimos frutos. Realmente Judá tuvo sus años de esplendor cuando vivía confiada a la protección de Yahvé. Su vitalidad fue tal, que llegó a tener soberanos no inferiores a los de otros pueblos. Sus sarmientos o retoños fueron de tal calidad, que pudieron utilizarse para ser convertidos en cetros de soberanos (v.11). El reino de Judá llegó a remontarse y crecer como tronco que se alza entre las nubes, de modo que en su esplendor resultaba vistoso por su altura. Las naciones vecinas reconocían su poder y su robustez. Pero llegaron tiempos de prueba, y la vid, en otro tiempo robusta, fue arrancada con furor ante el envite del viento solano del ejército de Nabucodonosor, que vino del desierto oriental como el simún, que lo arrastra todo, y ahora está deportada y trasladada a las arenas de la estepa en tierra sedienta y árida (?.13). El profeta piensa en los exilados del 598, a los que se unirán los de la catástrofe definitiva del 586 a.C.
Y todo esto ha sido como consecuencia de uno de sus sarmientos, de un retoño de la dinastía davídica, el rey Sedecías, que en su arrogancia se encendió como fuego contra Nabucodonosor. Su rebelión insensata acabó con todo lo que constituía el orgullo de la nación: ha consumido su fruto (v.14). La vid ha quedado totalmente destrozada y ya no queda ni un solo cetro de dominio, es decir, de sus sarmientos no hay posibilidad de sacar uno capaz de convertirse en cetro de soberano como de los anteriores. En el año 586 terminó la dinastía davídica por la insensatez del último de sus vástagos, Sedecías. Sólo en la época mesiánica volverá a retoñar la antigua vida. Mientras tanto, a los supervivientes sólo les quedará la posibilidad de entonar una elegía en recuerdo de tantas glorias pasadas. Es el supremo y único homenaje a una gran dinastía caída.

Ez 20, 1-44. Infidelidad de Israel y fidelidad de Dios. Purificación futura

Los c.20-24 incluyen la última serie de vaticinios contra Jerusalén y Judá. Estos tuvieron lugar del 601 al 588, en que empezó el asedio de Jerusalén. Este capítulo 20 contiene dos partes: a) Ezequiel recuerda las infidelidades de Israel para con Yahvé, a pesar de las solicitudes divinas, a través de su azarosa historia (v.1-31); b) restauración de Israel en el futuro (v.32-44). Esta segunda parte es considerada por muchos autores como adición posterior a causa de su estilo. La primera parte, en cambio, parece compuesta antes de la destrucción de Jerusalén en el 586 a.C.

Ez 20, 1-4. Consulta de los ancianos

Los ancianos de Israel se presentan al profeta para consultarle sobre los destinos de la nación. Aún tienen ilusiones sobre la suerte de Jerusalén. La entrevista tuvo lugar en los meses de julio-agosto (quinto mes) del 591, ya que el año séptimo hay que computarlo a partir de la deportación de Jeconías (598), es decir, once meses después de la famosa visión inaugural a orillas del río Kebar. Antes de que expusieran su pensamiento, el profeta adivina sus intenciones y les habla en nombre de Dios. Ya antes les había hablado de los designios punitivos de Yahvé sobre Jerusalén por sus pecados, y al mismo tiempo les había anunciado la formación de un nuevo Israel, que saldría del núcleo de los exilados. El profeta da a entender que no quiere responder a su consulta (v.4). Yahvé, por su parte, invita al profeta a que juzgue a esos ancianos, comisionados de los exilados. El juicio que debe pronunciar es de condenación, ya que les echa en cara la historia poco edificante de Israel, al recordarles las abominaciones de los padres. En esto el profeta acepta el principio de la solidaridad, ya que supone que los pecados de los antepasados tienen aún consecuencias punitivas para sus contemporáneos; pero, además, hace ver que también éstos son culpables en gran medida.

Ez 20, 5-12. Infidelidad de Israel en Egipto

La requisitoria empieza echando en cara la mala conducta de Israel en Egipto. Dios había jurado con gesto solemne (alcé la mano) defender y bendecir a la posteridad de Jacob (v.5). La garantía del juramento está en el mismo nombre de Dios: Yo, Yahvé, soy vuestro Dios. La expresión tierra que mana leche y miel es muy antigua en la literatura oriental para designar la extrema fertilidad. Palestina, en comparación de las estepas del Sinaí, resultaba un edén, al menos en la mentalidad hiperbólica oriental. La tierra de Canaán para los israelitas era la más hermosa de las tierras, por ser el escenario de la elección de Israel como pueblo de Yahvé; en este sentido era la gloria de todas las tierras, según otra versión posible.
Pero la gran promesa de darles la tierra de Canaán estaba condicionada a su conducta. Yahvé, en su celo, les exigía que abandonaran sus ídolos de Egipto. (v.7). Israel en su historia se mostró siempre propenso a la idolatría. No sabemos qué divinidades adoraba en Egipto. En la época del desierto se hicieron un becerro de oro. Yahvé hubiera derramado sobre ellos su ira, como merecían; pero se abstuvo por la gloria de su nombre (v.9) y para que no fuese infamado a los ojos de las gentes. El honor de Yahvé exigía que interviniera en favor de su pueblo; de lo contrario, su inactividad sería atribuida a impotencia por parte de los gentiles. Si Israel hubiera sido exterminado, Yahvé, su Dios, caería en descrédito total ante los paganos. Ezequiel destaca constantemente esta susceptibilidad de Yahvé respecto de lo que pudieran pensar los gentiles de Él. Por su honor, pues, Yahvé sacó a su pueblo de Egipto y lo organizó en pueblo, dándole mandamientos conforme a los derechos inalienables de Él (v.11). La observancia de los mismos atraería las bendiciones, y entre ellas una larga vida.
Entre las nuevas instituciones, la principal era el sábado, o descanso semanal, que era como una señal entre Dios y su pueblo, en cuanto que era el reconocimiento solemne de su pertenencia a Él. La observancia del sábado era como una profesión pública y solemne de que Israel era el pueblo de Yahvé , su único Dios: para que supiesen que yo soy Yahvé, que los santificó (v.12). Aquí la palabra santificar equivale a consagrar o separar del uso profano o común. Israel, como posesión peculiar de Yahvé, debía ser una cosa aparte de todos los pueblos, una cosa santa en el sentido de puro y trascendente.

Ez 20, 13-26. Rebelión de Israel contra Yahvé en el desierto

De nuevo se contrapone la situación psicológica en Yahvé, que por un lado quiere castigarlos derramando su ira implacablemente, y de otro le impide la gloria y el honor del nombre suyo, que exigía proteger a su pueblo, que había sacado milagrosamente de Egipto. Israel siguió, por sus rebeliones contra su Dios, mereciendo mayores castigos, pero se salvó porque había sido providencialmente elegido. En el v.15 se alude al juramento de Yahvé de no permitir a ninguno de la generación salida de Egipto entrar en la tierra prometida por sus prevaricaciones en el desierto. La idolatría era la constante tentación de los israelitas a través de su historia antes del exilio. Era el gran pecado que debían expiar en la cautividad. Ezequiel hace resaltar la responsabilidad de los antepasados israelitas para justificar ante los exilados el castigo inminente. Ya en tiempos antiguos, para castigar su infidelidad, Yahvé les dio ordenaciones no buenas y decretos que no son de vida (v.25). Por lo que dice a continuación, se trata de permisión de leyes y costumbres que encadenaron tristemente la vida cívica de Israel; en el v.26 se alude a las abominaciones de los cultos cananeos, que pasaban sus hijos por el fuego, dedicados a Moloc. Puesto que no habían querido seguir las leyes de Yahvé, que daban la vida y traían la bendición, Dios los entregó a sus instintos y depravaciones para que reconociesen lo que habían ganado apartándose de Yahvé. Las frases son radicales al modo semítico. De nuevo tenemos que decir que el autor no distingue entre voluntad permisiva y voluntad positiva. Los autores sagrados prescinden muchas veces en sus descripciones de las causas segundas, y atribuyen a Dios lo que en realidad fue obra de los hombres. Así, aquí debemos entender las frases di yo también ordenaciones no buenas y los contaminé en sus ofrendas (v.25-26) en sentido permisivo: esas abominaciones contra la naturaleza, como la de pasar a sus hijos por el fuego, fueron permitidas por Dios en castigo de su obstinación y rebeldía. De ese modo terminaría por reconocer a Yahvé como Dios: para hacerles saber que yo soy Yahvé (v.26). En la Ley mosaica, y en general en la Biblia, siempre se condenan estas prácticas de sacrificios humanos.

Ez 20, 27-38. Anuncio de castigo por las idolatrías de Israel

Después de haber hablado de las prácticas idolátricas de los israelitas en el desierto, ahora habla de sus cultos paganos y abominables en tierra de Canaán. Los profetas consideraban la vida sencilla del pueblo escogido bajo la protección especial de Yahvé como la etapa ideal desde el punto de vista religioso, pues la instalación en Canaán de los israelitas trajo consigo la decadencia moral y religiosa de los mismos. Los cultos de los cananeos, sensuales, atraían al pueblo hebreo, sensual y materialista por temperamento. Una práctica cultual corriente entre los cananeos era reunirse en los altos collados, o bamot, y bajo los árboles frondosos (v.28), símbolo de la feracidad y de la vegetación. Sabemos que algunos reyes israelitas, como Acaz y Manases, hicieron quemar a sus hijos. Quizá en tiempo de Ezequiel se habían dado algunos casos de éstos.
Los exilados, despechados porque ven que Yahvé los ha abandonado, dicen claramente que quieren verse libres de los lazos de la religión yahvista y entregarse a los cultos paganos con toda libertad: seremos como las gentes, sirviendo al leño y a la piedra (v.32); alusión a las estelas de piedra y a los troncos de árbol, dedicados a Baal y Astarté, que constituían lo característico de los santuarios cananeos. Pero Yahvé va a mostrar su omnipotencia con ellos, y no los dejará caer en masa en la idolatría. Aunque quieran, no podrán desprenderse totalmente de los lazos de la religión yahvista, porque Yahvé va a intervenir con su poder para reinar sobre ellos: Por mi vida que con pulso fuerte, con brazo tendido y en efusión de ira he de reinar sobre vosotros! (?.33). En Jr 2, 27 se dice que los que llaman al leño mi padre, y dicen a la piedra: tú me diste la vida, cuando llegue la prueba se volverán a Yahvé, diciendo: ¡Álzate y sálvanos! Yahvé, pues, creará una situación trágica para los exilados, de forma que se vean obligados a volverse a su Dios, quien, por otra parte, desplegará su omnipotencia para atraerlos, del mismo modo que mostró su poder al dispersarlos.
El profeta describe la futura repatriación como una reproducción del antiguo éxodo. Como entonces Yahvé había reunido a su pueblo en el desierto del Sinaí para sincerarse con él y darle la alianza, también ahora los reunirá en el desierto de los pueblos (v.35), el desierto siró-arábigo, encrucijada de muchos pueblos (Babilonia, Siria, Palestina, Arabia y Asia Menor). Allí les pedirá cuenta cara a cara para medir sus responsabilidades (v.35). Como en el desierto de Egipto (Sinaí) castigó a la generación culpable, negándola la posibilidad de entrar en la tierra prometida, así ahora Yahvé va a someter a una selección a los exilados: litigaré con vosotros (?.36). Los israelitas indignos serán privados de la vuelta a la patria. Será un litigio de discriminación, pues Yahvé hará como el pastor que cuenta escrupulosamente sus ovejas haciéndolas pasar bajo su cayado (v.37), diciendo cuáles deben entrar en la patria y cuáles no. Y a los escogidos los conducirá con los ligamentos de la alianza. El nuevo Israel estará fundado en una renovación de la antigua alianza. Los apóstatas serán castigados por Yahvé, siendo sacados de su morada actual en el exilio, pero sin permitirles entrar en la tierra de promisión.
Por el decreto de Ciro del 538 a.C. les estaba permitido a todos los judíos retornar a su patria, pero los que se habían creado una fortuna no quisieron aventurarse al retorno. Las descripciones proféticas del futuro no deben tomarse al pie de la letra, pues suelen estar idealizadas en función de una doctrina. De hecho sabemos que retornó a Palestina un núcleo fervoroso, que constituyó la base de la restauración nacional predicha por los profetas como preludio de la gran restauración mesiánica.

Ez 20, 39-44. Anuncio de restauración

El profeta pone en boca de Yahvé una concesión irónica: andad cada uno tras sus ídolos y servidles. (v.39); en su locura deben saturarse de sus extravíos, pero se cansarán al fin viendo su vanidad, y terminarán por dar oídos a Yahvé, el único que puede salvarlos. Los israelitas, reconociendo sus aberraciones, dejarán de profanar el nombre de Dios, mezclándolo en los ritos y ofrendas a los ídolos. Los israelitas habían creado un culto sincretista a base de ritos yahvistas e idolátricos. Todo esto era una profanación a los ojos de Dios, que debía cesar en la época mesiánica, en que Jerusalén volverá a ser el santo monte (v.40), donde se concentrará toda la casa de Israel, y allí serán agradables sus ofrendas y primicias (v.40). Todo allí será santo, y Yahvé sentirá un especial placer al ver reunido a su pueblo: y me santificaré en vosotros a los ojos de las gentes (v.41); es decir, el milagroso retorno obrado por Dios será causa de que sea santificado o estimado especialmente ante las gentes. Todos reconocerán la gran obra de Yahvé, y así será honrado por todos los pueblos, ya que obró según el honor de su nombre (v.44). Por sus pecados y transgresiones no hubieran merecido que Yahvé se acordara de ellos, pero había empeñado su palabra de salvarlos, y la cumplió, como otra vez lo hizo al sacar a los israelitas de Egipto.

Ez 21, 1-37. La espada vengadora de Yahvé

Este capítulo ha sido denominado el "canto de la espada." En los v.1-4, el profeta anuncia un fuego devorador que consumirá a Judá y a Jerusalén. A continuación presenta a Nabucodonosor con la espada en la mano, blandiéndola, contra el norte primero, contra la coalición siro-efraimita, y después, contra Jerusalén, abatiéndose, finalmente, sobre Amón.

Ez 21, 1-5. El fuego devorador sobre Judá

El profeta recibe la orden de volverse hacia el sur (v.2), es decir, hacia Palestina, en el supuesto de que el vaticinador esté en Babilonia, y para ir a Palestina tiene que bordear el norte siró-fenicio por la ruta caravanera tradicional. Aquí Ezequiel debe, en dirección de Palestina, lanzar su palabra hacia el mediodía. El bosque del campo del Negueb indica la región esteparia del sur palestinense. La palabra bosque aquí está insertada literariamente para jugar mejor con la idea de gran incendio que asolará la región. La comparación de la destrucción de una nación a una selva devorada por las llamas no es rara en la Biblia. El profeta destaca aquí que es el mismo Yahvé quien envía el fuego devastador. La desolación será total, la verá toda carne. Ese fuego encendido por Yahvé no se apagará. La frase tiene un valor absoluto que no ha de tomarse a la letra. Aquí lo que se quiere destacar son las grandes proporciones del incendio, en este caso la ruina del reino de Judá. De hecho, Jerusalén fue pasto de las llamas en su totalidad, y podemos suponer que las llamas del terrible incendio provocado por los soldados de Nabucodonosor duraron días y aun semanas ante los ojos curiosos y atónitos de los pueblos vecinos de Judá, testigos de la intervención justiciera de Yahvé, Dios de Israel. Los oyentes de Ezequiel, al oír sus predicciones, se preguntan irónicamente: ¿No es éste un trovador de parábolas? (?.5). No pueden creer que Dios permita la destrucción de la Ciudad Santa, y creen que el profeta habla en enigmas, o parábolas, de cosas que no están a su alcance. La frase del auditorio es despectiva y sarcástica; para ellos, Ezequiel no está en sus cabales.

Ez 21, 6-12. La espada vengadora de Yahvé

Puesto que los interlocutores de Ezequiel se hacían sordos y no querían entender la parábola del incendio del bosque, ahora el profeta va a hablar más claro. En nombre de Dios se pone cara a Jerusalén para profetizar sobre sus santuarios. El bosque de que hablaba antes es Jerusalén, y el incendio es la espada que siembra la muerte por doquier. La devastación será general y en ella perecerán el justo y el injusto (v.8). En 9,8, el profeta se escandalizaba de que Yahvé exterminara a todo Israel, sin distinción de buenos o malos. Aquí, para destacar el carácter general de la destrucción, dice que afectará a todos. En efecto, la catástrofe nacional del 586 cayó indistintamente sobre justos y pecadores. Para que hubiera una justa discriminación hubiera sido necesaria una intervención milagrosa de Dios. Los profetas pre-exílicos hablaban de un resto que se salvaría en las catástrofes para constituir el núcleo de resurrección nacional. De hecho sabemos que el fuego sagrado del yahvismo no se apagó, y se salvó precisamente en ese reducido número de justos que en todos los momentos críticos de la nación fueron reservados por Yahvé. En este caso, el profeta quiere fijarse sólo en las proporciones de la devastación.

Ez 21, 13-22. El canto de la espada

En este bellísimo poema, entrecortado de emoción, el profeta describe dramáticamente la intervención sangrienta de Nabucodonosor, el degollador escogido por Yahvé para castigar a su pueblo. Es el anuncio de la campaña de cerco sobre Jerusalén, iniciada en 588 a.C. Ezequiel canta la intervención de la espada vengadora de Yahvé en manos del instrumento de su justicia, el rey de Babilonia; y en este sentido apostrofa al final a la espada para que cumpla fielmente su cometido, ya que es obra de Yahvé (v.22).
El estilo es nervioso y entrecortado, como si el profeta asistiese al desarrollo del terrible drama doloroso de su pueblo en su momento decisivo. El degollador (Nabucodonosor) blande la espada, haciéndola fulgurar como el rayo sobre el pueblo de Judá y sobre los príncipes de Israel (?.17).
El espectáculo de horror es tal, que se invita al profeta a dar signos de duelo y desesperación: hiere tus muslos (v.17). Es la gran tragedia psicológica de los profetas: de un lado deben alegrarse del cumplimiento de la voluntad divina castigando a su pueblo, y de otro deben participar del dolor de sus compatriotas. Todo lo que constituía las fuerzas vivas de la nación es presa de la espada. Sin embargo, el profeta debe seguir profetizando la ruina batiendo una palma contra otra (v.19), e.d., mostrando su alegría por el cumplimiento de la voluntad de Dios. La exterminación es total: se duplicará la espada, se triplicara (v.19); y el mismo profeta anima al degollador: ¡Raja a derecha, raja a izquierda! (v.21); es la obra exterminadora de Yahvé, que personalmente aplaude: también yo batiré palmas. (v.22). En toda esta fraseología debemos ver siempre el genio oriental, propenso a la exageración y a la frase radical para recalcar la idea fundamental de la justicia vengadora de Dios, purificando a su pueblo por la guerra para después hacerle sentir la nostalgia de los días de amistad con Él.

Ez 21, 23-32. Nabucodonosor se dirige contra Jerusalén

Por medio de una acción simbólica, Ezequiel presenta ya en marcha al rey de Babilonia, deteniéndose en una encrucijada de caminos, pues duda sí ir primero a Jerusalén o a Rabat-Amón, en TransJordania. La suerte decide su marcha hacia la capital de Judá. Nabucodonosor tenía su cuartel general en Ribla (Alta Siria). Así, pues, cuando se encamina hacia Palestina, viene del norte. Ezequiel, para dramatizar la situación, recibe la orden divina de trazar dos caminos para la espada del rey de Babilonia (v.23). Quizá para ello se sirvió de una tableta de arcilla, como cuando diseñó el plano de Jerusalén a la vista de los exilados. Debe señalar la dirección de las dos vías, una a Jerusalén y otra a Rabat-Amón, la actual Aman, en TransJordania. Nabucodonosor queda perplejo sobre el camino a seguir, y lo decide por flechas (v.26); es la rabdomancia, o adivinación por las flechas de un carcaj, sacadas al azar, práctica muy usual en las tribus arábigas. Pregunta también a los terafim, o dioses familiares penates, y, por fin, acude al tercer medio de adivinación, el examen de las entrañas, muy practicado en Babilonia. El profeta enumera los tres sistemas de consultación usuales entre los paganos. El resultado de la consulta es que debe dirigirse a Jerusalén (v.27).
Sin embargo, los judíos no creen en la inminencia de la destrucción de la ciudad, a pesar de que se alzan en torno suyo los terraplenes y arietes del cerco (v.28). Creen más bien en los juramentos solemnes de Yahvé relativos a la protección de su pueblo. Pero Yahvé había condicionado su protección, y se acuerda de su iniquidad (v.28), y, en consecuencia, va a obrar con mano airada, como merecen, de forma que serán cogidos en el lazo que les ha tendido y entregados al invasor (v.29).
El profeta se encara airadamente con el principal culpable de la catástrofe, el rey Sedecías: y tú, infame, impío, príncipe de Israel, llegó tu día. (v.30). Se ha deshonrado al romper la fidelidad jurada al rey de Babilonia. Debe, pues, deponer la diadema real: ¡Fuera tiara! ¡Fuera corona! (?.31). Es hora de que se pongan las cosas en su punto y que Sedecías, enorgullecido, ceda el paso al humillado rey Jeconías, entonces en el exilio babilónico: Será ensalzado lo humilde y humillado lo alto (?.31). Es el tiempo de la ruina, y no volverá a levantarse más Judá hasta que no venga aquel a quien de derecho pertenece, y a él se las daré (v.32), probable alusión a un deseo de reentronización de Jeconías, prisionero en el exilio. La misteriosa frase ha sido relacionada con la otra, no menos enigmática, de Gn 49, 10, donde se dice que no desaparecerá el cetro de Judá hasta que "venga aquel a quien le pertenece," el Mesías. Quizá en las palabras de Ezequiel haya también una sobrecarga mesiánica, viendo en el trasfondo, sobre la suerte del desgraciado rey Jeconías, la figura radiante del Mesías, restaurador de la dinastía davídica, a quien en justicia pertenece realmente la diadema real. De todos modos, la frase resulta un poco aislada y no debe desconectarse del contexto general.

Ez 21, 33-37. Profecía de destrucción contra Amón

Los amonitas sentirán también el peso de la espada de Nabucodonosor. La perícopa relativa a la suerte de Amón es considerada, desde el punto de vista literario, como un mosaico de frases usadas en secciones anteriores. Los habitantes de Amón, vecinos del reino de Judá, sentían una maligna satisfacción al ver a éste destruido definitivamente. El profeta alude a esta burla escarnecedora u oprobio (v.33) lanzado contra Judá por los vecinos paganos de Amón. Dios castigará esta actitud malévola, sometiéndolos también a la terrible prueba de la espada. Lejos de sacar beneficio de la ruina de Judá, sentirán en su suelo las huellas de la destrucción, particularmente sufrirán los falsos profetas (los más inmundos de los impíos, v.34), que adivinan mentiras, e.d., engañan al pueblo anunciando perspectivas de victoria sobre Judá, ahora arruinada. Los amonitas serán atacados por Nabucodonosor en su misma tierra (v.35). Su destrucción será total. Flavio Josefo nos dice que esto tuvo lugar cinco años después de la ruina de Jerusalén (587).

Ez 22, 1-31. Los pecados de Jerusalén

El profeta quiere demostrar con hechos concretos que Jerusalén merece el más severo castigo divino, ya que se está ultrajando a la justicia divina con toda clase de abominaciones y crímenes. La situación no puede sostenerse más, y el castigo no puede tardar en venir. Es una exigencia de la misma justicia divina. La enumeración de los pecados es escalofriante, y hemos de notar que, a diferencia de los capítulos 16, 20 y 23, en los que se insistía en los pecados pasados de Israel, aquí se insiste en los presentes de su generación. Suele dividirse el capítulo en tres partes: a) pecados de Jerusalén (v.16); b) castigo de los mismos (v. 17-22); c) pecados de las clases dirigentes (v.23-31). Los autores suelen destacar la labor redaccional del editor posterior a Ezequiel en este fragmento.

Ez 22, 1-12. Los pecados de Jerusalén

El profeta enumera fríamente las aberraciones de Jerusalén, a la que se da el epíteto de ciudad sanguinaria (v.2) por los muchos crímenes de sangre que se cometían durante aquellos momentos de pasiones políticas entre las facciones egiptófila y babilonófila. En 11, 6 se dice con toda crudeza: "habéis multiplicado los muertos en esta ciudad, habéis llenado sus calles de cadáveres." Es el mejor comentario, pues, al título de sanguinaria que aquí se le da. La maldad se ha colmado, y por eso ha llegado la hora de su castigo (v.3). Juntamente con estos crímenes de sangre está el tradicional de idolatría, pues Jerusalén se ha contaminado con los ídolos (v.4). No faltan tampoco las injusticias sociales de desprecio al huérfano y a la viuda (?.7), tantas veces denunciados por los profetas anteriores al exilio. Al lado de estas aberraciones contra el amor al prójimo están los desprecios contra los santuarios y sábados de Yahvé. Los mismos padres son objeto de desprecio, en contra de los sentimientos naturales de respeto y filial amor.
La calumnia está a la orden del día, incitando al asesinato. También los banquetes en los altos lugares (quienes comen por los montes, v.8), en cuanto asociados a actos de culto idolátrico, eran una abominación a los ojos de un fiel israelita. Y como conclusión o terminación de todas estas transgresiones están las desviaciones en las relaciones sexuales: incestos, adulterios, etc. Junto a los excesos lujuriosos están los pecados de avaricia: soborno y usura.

Ez 22, 13-22. Castigo de Jerusalén por sus pecados

Después de la descripción de los pecados de Judá, el profeta, como de costumbre, pasa al anuncio del castigo por ellos merecido. Los exilados se quejaban de que Yahvé había sido demasiado duro con ellos. Ezequiel ahora ha demostrado que todo ha sido merecido por las continuas prevaricaciones de la comunidad israelita, que abusó de la gracia divina, yéndose tras de las abominaciones de las gentes. Yahvé, ante tanta sangre derramada, tanta idolatría e injusticias sociales, hace un gesto de indignación y de desprecio: he batido mis palmas por tu avaricia (?.13). El castigo que se avecina es tan grave, que Jerusalén no podrá resistirlo (v.14). La forma interrogativa es irónica: ¿Serán tan fuertes para resistir su ira como para cometer los pecados? ¿Podrá resistir a la máxima prueba como nación, cual es la dispersión total?: Te esparciré entre las gentes. (v.15). Esta será la mejor manera de purificarla, de hacer desaparecer su inmundicia de ella. En efecto, sabemos que el pueblo israelita se curó totalmente en el exilio de su pecado tradicional, la idolatría. Después de la repatriación, la comunidad israelita vuelve a caer en pecados múltiples, pero no en la inmundicia de la idolatría. El exilio será la gran humillación del pueblo escogido: serás a tus ojos ignominia entre las gentes (v.16).
En los versículos que siguen, el profeta representa el juicio sobre Israel bajo la figura de un horno de fundición, en el que se mezclan sus metales para separarlos y probar su valor. Israel, por su corrupción, se ha convertido en escorias, que hay que fundir en el crisol. Aquí el fuego del horno no es tanto para purificar cuanto para castigar derritiendo las escorias. Israel, por sus malas acciones, se ha convertido en una mezcla de metales, que sólo ha de destinarse al fuego. No hay metales íntegros y puros, sino restos, escorias de metal, útiles sólo para alimentar al fuego: así os reuniré yo en mi furor. para fundiros (v.20). Israel como pueblo será fundido y derretido, como se disuelve el metal en el crisol; no se dice que es para separar los metales, sino simplemente para fundirlos y hacerlos desaparecer de su estado actual; la idea principal en el fragmento es la del castigo como tal, enviado por Dios a los habitantes de Judá.

Ez 22, 23-31. Los pecados de las clases directoras

El profeta vuelve a enumerar los pecados, pero ahora hace hincapié en las transgresiones de las clases dirigentes, los sacerdotes, los príncipes y los sacerdotes. Judá, por sus pecados, tiene el aspecto de una tierra no bañada desde lo alto (v.24), estéril por no haber recibido lluvia alguna del cielo. La frase día de la cólera alude al día del castigo de Yahvé. En ese día, la lluvia beneficiosa serán algunas personas benéficas que, como se dice en el ?.30, se pondrán en la brecha para neutralizar el castigo divino con sus obras. El profeta juega con la imagen y lo significado por ella. Los príncipes, que por su posición debían promover el bien común y dirigir al pueblo por las sendas del bien, no se preocupan sino de devorar las almas (personas) y tesoros del prójimo; y no se paran ni ante la muerte de éstos, multiplicando en medio de ella las viudas (v.25). La frase es de gran efecto, pues se destaca la malicia de los opresores al traficar con la suerte de personas que han de quedar en la mayor desolación. Los segundos grandes responsables del estado caótico actual son los sacerdotes, oficialmente encargados por Dios de promover las observancias de la Ley y de los preceptos cultuales. Entre sus deberes estaba el instruir al pueblo sobre la distinción entre lo santo y lo profano., entre lo puro y lo inmundo (v.26) desde el punto de vista ritual. Sobre todo no se preocupan de la observancia del sábado, que en la mentalidad de Ezequiel tiene una especialísima importancia para la formación religiosa del pueblo.
Por fin, el profeta, después de repetir que los príncipes o altos funcionarios son como lobos rapaces, que hacen presa en las almas o personas de los necesitados (v.27), fustiga a la tercera clase de dirigentes de Judá, los profetas. Estos habían sido escogidos por Yahvé para mantener el fuego religioso en toda su pureza, desarrollando el contenido espiritualista y ético de la Ley frente al formalismo ritualista de los sacerdotes. Pero al lado de los verdaderos profetas surgieron espíritus aprovechados, que utilizaron este nombre para medrar en sus intereses, anunciando cosas que halagaban las pasiones populares, en contra de los verdaderos intereses de Yahvé. Contra éstos tuvieron los verdaderos profetas que mantener gran lucha desde los tiempos de Elías. Según Ezequiel, los falsos profetas revocan con barro, contemplando visiones vanas. (v.28), es decir, aprueban la conducta del pueblo, dando por buenas acciones que debían recriminar, procurando sostener sus opiniones, como el albañil que embadurna con barro un muro que se resquebraja.
Mientras tanto, la corrupción social iba en aumento, y el pueblo de la tierra oprime, roba, hace violencia al desvalido. (v.29). La expresión pueblo de la tierra designa muchas veces en la Biblia al pueblo bajo, en contraposición a las clases socialmente elevadas; pero quizá aquí designe a los terratenientes, que abusaban de sus bienes en tiempos de extrema necesidad. La situación, pues, no puede ser más caótica, y la depravación es tan general, que Yahvé ha buscado al menos uno que pudiera hacer frente a la corriente general, para hacerse responsable ante Dios y trabajar por mejorar el estado social: busqué yo quien levantase un muro y se pusiese en la brecha frente a mí en favor de la tierra, para que yo no la devastase. (?.30). Dios busca un justo en la ciudad que pueda contrarrestar con su conducta la depravación general y preservar a la ciudad del castigo. Pero la constatación es dolorosa: y no lo hallé. De nuevo nos encontramos aquí con las frases hiperbólicas, que no han de tomarse al pie de la letra. De hecho sabemos que en ese tiempo estaban Jeremías y Baruc luchando por los intereses de Dios y por levantar el muro del orden social, basado en el cumplimiento del deber. La frase exagerada de Ezequiel tiene por objeto destacar el grado de depravación a que había llegado la sociedad de Jerusalén: todos, en las altas capas sociales y en el pueblo sencillo, prevarican, olvidando los preceptos de Yahvé. Por tanto, está justificado el derramamiento de la ira de Yahvé sobre los responsables de esa situación general de pecado (?.31).

Ez 23, 1-49. Los pecados de Samaría y de Jerusalén

Este capítulo es paralelo al c.16. Con toda crudeza se declaran los pecados de Israel y Judá a través de su historia. Samaría y Judá aparecen simbolizadas en dos doncellas que se han prostituido a los dioses de Asiría y de Egipto. Sus alianzas políticas no han sido sino ocasión para fomentar la idolatría. El profeta quiere mostrar ante los exilados el grado de culpabilidad de ambas hermanas, las cuales, por tanto, no pueden quedar sin el correspondiente castigo. Samaría desapareció como nación en el 721 bajo la invasión de Sargón II, y Judá desaparecerá aniquilada por las tropas de Nabucodonosor en 586. Judá es más culpable, porque debía haber cambiado de conducta ante la ruina de su hermana mayor.
El estilo del capítulo es vigoroso y por su crudeza choca con nuestra sensibilidad; pero las ideas son claras: Yahvé amó como esposas a las dos hermanas Oholá y Oholiba, pero éstas adulteraron con los ídolos, y por ello serán duramente castigadas.

Ez 23, 1-4. Introducción: las dos hermanas

El profeta empieza a describir la historia de Israel-Samaría y Judá-Jerusalén, considerando a ambos reinos de origen común: Había dos mujeres hijas de la misma madre (v.2). Tanto el reino de Israel como el de Judá, separados después de Salomón, tuvieron un común origen, el patriarca Jacob. Desde su mocedad, o albores de su historia, se prostituyeron en Egipto (v.3). El hagiógrafo considera a ambos reinos ya formados y separados después de Salomón, cuando empezaron a tener vida propia.
Jeroboam, fundador del reino del norte, había ido a buscar refugio en Egipto, huyendo de Salomón. Roboam, rey de Judá, hijo de Salomón, prácticamente estaba sometido a Egipto en su política exterior. Los dos reinos hermanos, pues, tenían alianza con Egipto, y por eso se dice que desde su mocedad se prostituyeron a Egipto (v.2). Con las influencias políticas de la nación protectora venían las influencias idolátricas. Los profetas consideran las alianzas diplomáticas de su pueblo con naciones extrañas como "prostituciones," porque se buscaban apoyo fuera de Yahvé, que era el único que podía salvarlos. Israel y Judá, al entregarse políticamente a Egipto, fueron mancilladas y violadas por la voracidad insaciable del Estado protector. El amante fuerte abusó de ellas descaradamente, arruinándolas. La mayor de las hermanas (reino de Israel) se llamaba Oholá. Es mayor porque este reino estaba constituido por diez tribus, mientras que Judá estaba sólo integrada fundamentalmente por dos tribus. Oholá significa "la que tiene su propia tienda"; y Oholibá quiere decir: "mi tienda en ella". Quizá Ezequiel aluda con estos nombres al grito de independencia dado por las tribus al separarse: "¡A tus tiendas, Israel!" Las dos hermanas tenían su propia tienda, en cuanto que se constituyeron en reino aparte. Ambas hermanas pertenecían a Yahvé.

Ez 23, 5-10. Infidelidades de Samaría

Samaría se dejó subyugar por el poderío militar asirio y quiso hacer alianza con ella. La impresión del ejército asirio con sus oficiales, vestidos de púrpura, cabalgando apuestos sobre sus caballos, hería la mentalidad provinciana de los habitantes de Samaría. Por eso Oholá (reino de Israel: Samaría) se enamoró de ellos y trató de hacer alianzas políticas con la gran nación invasora: se prostituyó a ellos (?.7). Después de su entrega política vino su entrega religiosa, pues adoptó los ídolos asirios. Sabemos que el culto asirio tuvo fuerte eco en Jerusalén en tiempos de Manasés y de Acaz.
Por otra parte, Samaría siguió sus antiguas relaciones políticas con Egipto, con quien había tenido efusiones amorosas en su mocedad (v.8). El castigo de sus veleidades amorosas le va a venir precisamente de uno de sus amantes: Dios la entregó en manos de los hijos de Asiría (v.9), los cuales invadieron el reino del norte y tomaron Samaría, después de duro asedio, en 721 a.C. Por cruel ironía de la historia han sido sus amantes los que le trajeron la ruina. Los asirios mostraron ante todos los pueblos la conducta infamante de Samaría, que había abandonado a su Dios para ir tras de dioses extraños (v.10). En castigo, sus hijos y sus hijas fueron llevados en cautividad, y la capital, Samaría, desapareció bajo las ruinas. Su castigo la hizo famosa entre los demás pueblos.

Ez 23, 11-21. Conducta infiel de Judá

La pésima conducta de Samaría fue sobrepasada por la de su hermana Judá; en vez de escarmentar en la suerte trágica de aquélla, se entregó a mayores desvarios amorosos con las potencias extranjeras y con sus dioses (v.11). También se dejó fascinar por el brillo militar asirio (v.12). Las relaciones amistosas de Judá con Asiría comenzaron en tiempos del impío rey Acaz, cuando en 735 los ejércitos coligados de Siria y de Samaría atacaron a Judá. En contra de los consejos del profeta Isaías, el rey pidió auxilio a Teglatfalasar III. Pero Judá no se contentó con establecer relaciones con Asiría, sino que quiso también hacerse aliada de Babilonia. Ya bajo el piadoso rey Ezequías recibió con demasiados honores (700 a.C.) a Merodacbaladán, el gran paladín de la independencia babilonia contra los asirios. Judá se dejó fascinar al verlos pintados en pared, ceñidos sus lomos. (v.15). El profeta presenta a Judá como a una doncella enamoradiza, que a la primera vista de un joven que le agrada se enamora de él. Tal es la conducta de Judá. Al oír hablar de los babilonios y conocerlos sólo de referencia por pinturas, se dejó fascinar de lo que decían de sus palacios bellamente policromados en las paredes. Así como antes se enamoró del atuendo militar magnífico de los asirios, ahora se enamora de las decoraciones palaciegas babilónicas, que conoce de referencia. Es una bella descripción de las veleidades amorosas de la superficial Oholibá-Juda. En seguida mandó embajadores a Caldea (v.16). No sabemos nada de una embajada en tal sentido; quizá el rey Ezequías correspondió con una embajada a Merodacbaladán por la visita que le había hecho. En 593, Sedecías fue con una embajada a la corte de Nabucodonosor. Desde el 605 a.C., los babilonios se apoderaron de Palestina, tratando a Judá con demasiada inconsideración (v.17). Judá se entregó a sus pecados en tal forma, que Yahvé sintió asco de ella, como lo había sentido de su hermana Samaría (v.18), y ella, cansada de sus relaciones amorosas con Babilonia, se dirigió a Egipto, como en los días de su mocedad (v.19). El profeta parece aludir al hecho de que el rey Sedecías enviara una embajada en busca de auxilio al faraón egipcio. El profeta trata con el mayor desprecio a los egipcios (v.20), causantes de la defección de Judá.

Ez 23, 22-35. El castigo de Judá

Dios va a enviar el castigo definitivo a Judá, trayendo contra ella a los que fueron sus amantes, los caldeos, aquellos que buscó para hacer alianza con ellos (aquellos de que hartaste tus deseos, v.22). Los babilonios, con los pueblos circunvecinos, caerán sobre ella. Entre los invasores, el núcleo principal era caldeo; pero con ellos iban mercenarios de otros pueblos, integrados en el gran imperio babilónico. Los invasores, sus antiguos amantes, la aplastarán (v.24) con su fuerza militar y la tratarán como a una esclava, mutilándola espantosamente. Sus hijos serán llevados en cautividad, y, al fin, Jerusalén (tu progenie, v.25) será consumida por el fuego, como tuvo lugar bajo Nabuzardán, lugarteniente de Nabucodonosor, después de la toma de la ciudad. Judá, que se ha portado como una cortesana para atraer a sus amantes (naciones extranjeras), será deshonrada públicamente: Te desnudarán. (v.26).
Con el castigo, Judá no volverá a buscar alianza en Egipto (v.27), pues esta nación se ha mostrado impotente a la hora de la prueba, y la ha abandonado a su suerte. Entonces se mostrará plenamente a los ojos de todos sus pecados (se descubrirán tus prostituciones, v.29). Toda su tragedia le ha sobrevenido por haber buscado alianzas extranjeras y haberse entregado a prácticas idolátricas (v.30). Con esto no ha hecho sino seguir los caminos de su hermana mayor Oholá (Samaría) (v.31), y, como ella, va a tener que beber su cáliz o porción asignada conforme a su conducta. Será el cáliz del horror y de la desolación (v.33), pues está decretada la devastación y la ruina sobre ella.

Ez 23, 36-49. Acusaciones colectivas contra Samaría y Judá.

El profeta vuelve de nuevo a resumir los principales pecados de ambas hermanas, Samaría y Judá: la idolatría y los sacrificios humanos en honor de los ídolos. El cuadro aparece recargado para impresionar al auditorio y convencerle de que el castigo que iba a enviar Dios era muy justo y necesario. Samaría y Judá eran realmente adúlteras ante los ojos de Yahvé, porque le habían dejado como verdadero Esposo y habían ido tras de dioses ajenos. El colmo de la maldad y cinismo de los habitantes de Samaría y de Judá es que, después de manchar sus manos sacrificando a sus hijos a Moloc, iban a presentar sus homenajes al santuario de Yahvé (v.39).
Por otra parte, Jerusalén ha buscado, ataviándose como una cortesana, a hombres venidos de lejos (v.40), es decir, ha buscado hacerse amiga de pueblos extranjeros, como los babilonios, y ha adoptado sus prácticas idolátricas, entregándose a banquetes sacrificiales en honor de los ídolos (te pusiste a la mesa que aderezaste, v.41). Por su parte, los amantes prodigaban sus regalos a la que tan bien los había recibido (ponían manillas en sus manos, v.42). El profeta utiliza las costumbres de la época para expresar sus ideas: la conducta de Judá ha sido la de una vulgar cortesana. Por eso será juzgada como adúltera (v.45), y, como tal, será lapidada y entregada a la espada (v.47). En su castigo como mujeres adúlteras escarmentarán otras mujeres (v.48), las naciones paganas.

Ez 24, 1-27. Anuncio del asedio de Jerusalén

En este capítulo encontramos dos oráculos del profeta relativos a la suerte de Jerusalén: a) parábola de la caldera al fuego (1-14); b) orden de no hacer luto por su esposa (15-17). Son las dos últimas profecías de Ezequiel contra Jerusalén.

Ez 24, 1-14. La parábola de la olla al fuego

La datación que nos da en el v.1 nos lleva a principios del 588 a.C. El año nono está calculado a partir de la deportación de Jeconías, cuando fue entronizado Sedéelas (598 a.C.). Es el hecho del que parte toda la cronología de Ezequiel. El mes décimo es el mes de Tebeth (enero). En la fecha en que comienza el asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor (v.2). El día décimo nos llevaría a principios de enero del 588. Es el gran día memorable para los exilados, pues se van a cumplir las terribles predicciones de Ezequiel. El Señor quiere que ahora exprese el porvenir de Jerusalén por medio de una parábola (?.3). En ella (v.3-14) encontramos dos enseñanzas diferentes: a) la olla con los trozos selectos, cociéndose, significa a Jerusalén sufriendo terriblemente durante el asedio (v.3-5); b) la herrumbre de la olla que se resiste a desaparecer simboliza la actitud pertinaz de Judá en el mal. Para impresionar al auditorio (la casa rebelde) debió Ezequiel poner la parábola en acción. Podemos, pues, suponer que el profeta realmente metió en una olla trozos selectos de carne y la calentó al fuego.
En Ez 3, 11 se dice que los israelitas se creían seguros en Jerusalén como la carne en la olla. El profeta ahora toma el mismo símil y va a mostrar cómo aun dentro de la ciudad no están seguros, pues tendrán que sentir el calor del fuego de los asediantes. En vez de serles medio de preservación, la ciudad será instrumento de sufrimiento, como la olla al fuego. En realidad, a los israelitas que se hallan dentro de la ciudad les esperan más sufrimientos que a los que están por la campiña, pues se quemarán hasta los huesos (v.5); la frase indica que afectará a todos. Quizá en los tronos selectos haya que ver una alusión a las clases dirigentes, mientras que en los huesos se aludiría a la clase baja. Puede que no tengan valor alegórico estos detalles y sean un simple relleno literario para completar el cuadro. La lección general de la parábola es que los que ahora están dentro de las murallas de Jerusalén no se verán libres de los máximos sufrimientos.
La segunda parábola (v. 6-14) nos presenta una nueva lección: la herrumbre de la olla es símbolo de la maldad a la que está unida pertinazmente Jerusalén. Llega el momento en que la olla (Jerusalén) va a ser vaciada de todo su contenido, trozo a trozo, sin echar suertes sobre ella (v.6); la destrucción va a ser tal, que no habrá necesidad de echar a suertes sobre los que se han de salvar o han de perecer. La causa de todo es que Jerusalén es una ciudad sanguinaria y herrumbrosa por sus homicidios y su corrupción moral de todo género. La conducta de Jerusalén ha sido tan insolente, que al derramar sangre inocente no se ha preocupado de cubrirla para que no clamase venganza al cielo, como la de Abel, sino que la ha derramado sobre piedra lisa (?.7), y en ella se conserva, pidiendo justicia a Dios. Toda la sangre derramada está presente a los ojos divinos, y por eso Dios no puede menos de castigar a la gran sanguinaria. Por otra parte, la herrumbre o maldad de ella es tal, que no basta el fuego para que se desprenda de ella, sino que es necesario destruir la misma olla. Yahvé ha querido limpiarla (v.13), pero todo ha sido en vano, ya que chocó con la malicia pertinaz de la ciudad. Por eso la intervención definitiva de la justicia divina no puede tardar (v.14).

Ez 24, 15-27. Prohibición de duelo por su esposa

Dios anuncia al profeta que va a morir su esposa, la delicia de sus ojos (v.16), prohibiéndole hacer toda señal de duelo, como ejemplo a imitar por los exilados cuando llegue la noticia de la toma de Jerusalén por los caldeos y de la destrucción de la delicia de sus ojos, el templo de Yahvé. Debe abstenerse de todos los signos externos de duelo, como descubrirse la cabeza, descalzarse, etc. (?.17), y no debe organizar un banquete funerario: no comas el pan del duelo. Guando uno estaba en duelo, venían sus amigos a participar con él en un banquete funerario en honor del difunto. Su esposa murió en la tarde del día en que había anunciado el principio del asedio de Jerusalén (v.18). Los compatriotas exilados no comprenden la conducta del profeta, que no cumple los ritos ordinarios de duelo. En ello ven algo misterioso, y preguntan: ¿no nos explicaras lo que significa lo que haces? (v.20). El profeta les responde que él en su persona es una señal para la casa de Israel, e.d., los israelitas del exilio. No deben hacerse ilusiones sobre el porvenir de la Ciudad Santa, pues se les va a quitar lo más caro a su corazón, el santuario, delicia de sus ojos. (v.21).
Habían depositado en él una confianza supersticiosa, como si la presencia del templo, morada de Yahvé, fuera garantía segura contra toda incursión enemiga. En realidad, todo aquel maravilloso conjunto de edificios que constituían el templo de Jerusalén, centro de todos los pensamientos de los israelitas (anhelo de vuestras almas, v.21), sería profanado y pasto de las llamas, y todos los habitantes de la ciudad caerán a la espada. Es el anuncio que desde hacía años les estaba comunicando, pero ahora estaban en el principio de la realización. Como él, deben abstenerse de señales exteriores de duelo y sufrir sólo interiormente en la compunción del corazón (v.23). Deben concentrarse en sí mismos y pensar en las causas reales de tal catástrofe, procurando desagraviar la justicia divina ultrajada.
Como conclusión de todas estas predicciones siniestras contra Jerusalén, se inserta aquí el anuncio de su caída por uno de los fugitivos. Si tomamos al pie de la letra lo que se dice en el v.26, tenemos que deducir que el mismo día en que cayó Jerusalén le llegó un fugitivo con la noticia, lo que no era factible. En Ez 33, 21 se dice que llegó el fugitivo un año y medio después de la toma de Jerusalén, según el TM, y después de seis meses según el texto griego de los LXX. La frase, pues, "el día que les arrebatare. (v.25), hay que interpretarla en el sentido genérico de "cuando les arrebatare." En el texto se dice que Ezequiel, al llegar el fugitivo, recobrará el habla (v.27). En Ez 3, 24-27 se, dice que por orden divina, el profeta quedó privado del habla. ¿Es una alusión a esta etapa de la vida del profeta? Algunos autores creen que se relacionan ambos fragmentos y que uno de ellos está fuera de lugar. Se puede suponer también que el profeta, después de la muerte de su mujer, quedó recluido en su casa sin hablar con nadie, como señal para los exilados, que debían meditar en silencio la gran tragedia de su pueblo que había sido anunciada por él. Con esta indicación se cierra la primera parte del libro de Ezequiel, dedicado a preparar espiritualmente a los exilados para la gran prueba, ya que de aquellos exilados había de surgir el núcleo de restauración para empalmar con los tiempos mesiánicos.

Ez 25, 1-17. Oráculos contra las naciones vecinas de Judá

Con este capítulo se abre la segunda parte del libro de Ezequiel, dedicada a las naciones paganas (c.25-32). La primera parte ha estado dedicada a anunciar la triste suerte del pueblo escogido. Pero Dios no permite que las otras naciones queden impunes en sus pecados, y por eso también para ellas llega la hora de la justicia divina. Todas las naciones que han instigado a Judá para rebelarse contra Babilonia recibirán su merecido: Amón, Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidón y Egipto. Todas han contribuido a la ruina del pueblo israelita, y como transgresoras serán tratadas por la omnipotencia divina, que se extiende a todos los pueblos. La diferencia del contenido de los oráculos contra Judá y de los proferidos contra las naciones paganas estuvo en que para aquélla había siempre una esperanza y promesa de rehabilitación, mientras que a éstas les alcanza la ruina definitiva.

Ez 25, 1-7. Oráculo contra Amón

La fecha de composición es ciertamente posterior a la catástrofe del 586, ya que se habla de la actitud hostil de los habitantes de Amón frente a la desgracia de su vecino y aliado Judá (?.3). Existía una tradicional enemistad de vecinos entre ambos reinos. Se les llama los hijos de Amón según la denominación común en la Biblia. El reino de Amón estaba enclavado en la actual Transjordania, entre el Arnón, al sur, y el Yabbok, al norte, y su capital era Rabba-Amón, la actual Ammán. Durante los siglos ix y VIII estuvo bajo el dominio asirio. En el 601 se unió con Edom y Moab contra el rey Joaquim de Jerusalén, que se había rebelado contra Babilonia. Más tarde, en el 594, los amonitas, unidos a Edom, Moab, Tiro y Sidón, trataron de convencer al rey Sedecías para que se rebelase contra Nabucodonosor, lo que consiguieron en el 588. A pesar de ser aliados, después de la destrucción de Jerusalén sienten los amonitas un malévolo gozo de satisfacción (v.3). Un enviado del rey de Amón mató a Golodías en Mispa, gobernador impuesto por los babilonios, sin duda para evitar la reconstrucción de Judá.
Por esta actitud hostil hacia Judá, Dios enviará un terrible castigo sobre Amón: de un lado, los beduinos, las gentes del desierto, invadirán el país, lo arrasarán todo, comiendo sus cosechas y su leche (v.4). La misma capital del reino, Rabba, se convertirá en pastizal de camellos (v.6). Los beduinos, con su mentalidad primaria, no saben apreciar los refinamientos de la vida sedentaria, y todo lo arrasan en sus incursiones. Cuando los amonitas vean su país devastado, sabrán por experiencia quién es Yahvé, Dios de los judíos, que castiga a su pueblo, pero que a la vez mantiene las exigencias de su justicia entre los pueblos paganos. Además, esta incursión de los beduinos sobre el país no es sino el preludio de otra invasión más cruel, que los hará desaparecer como pueblo (v.7). Aunque el profeta no menciona al invasor, parece deducirse que son los caldeos, como lo anuncia en el capítulo 21. Amón no volvió a reconstruirse como nación después de la invasión caldea: te haré desaparecer del número de los pueblos de la tierra (?.7).

Ez 25, 8-11. Oráculo contra Moab

También los moabitas se han alegrado de la ruina de Judá. Al ver su destrucción, han comprendido que Judá, lejos de ser un pueblo aparte de todos, como sus habitantes decían, por ser parte de Yahvé, ha tenido que sufrir la suerte común de los vencidos: He aquí que la casa de Judá es entre los pueblos uno de tantos (v.8). Esto no lo puede consentir Yahvé, que vela por el honor de su nombre, y por eso va a castigar severísimamente a los moabitas, y para ello va a abrir brecha en la zona que se creía inexpugnable, las fortalezas del flanco de Moab (v.9), es decir, la región accidentada y montañosa del oeste, protección natural del país. El enemigo, por permisión e incitación divina, echará por tierra las fortalezas de sus principales ciudades amuralladas: Yasimot, etc. Los invasores serán también los hijos de oriente, o beduinos del desierto, como en el caso de Amón, país fronterizo de Moab.

Ez 25, 12-14. Oráculo contra Edom

Los edomitas eran, según la tradición bíblica, parientes próximos de los israelitas, ya que aquéllos provenían de Esaú, hermano de Jacob. Por tanto, tenían obligación especial de mostrar su compasión para con sus consanguíneos. Estaban establecidos al sudeste del mar Muerto. Cuando los israelitas pidieron paso hacia Canaán, se lo negaron. Más tarde hubo empeñada lucha entre edomitas e israelitas. Después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, los edomitas se vengaron en los vencidos israelitas. Por eso Yahvé tenderá su mano sobre Edom (?.13), es decir, le enviará un duro castigo: el exterminio total desde el norte (Teman) hasta el sur (Dedán). El mismo pueblo israelita tomará venganza directa de Edom (v.14). Esto se cumplió materialmente en tiempo de Juan Hircano (126 a.C.), que conquistó Idumea y obligó a sus habitantes a circuncidarse y sumarse al pueblo judío.

Ez 25, 15-17. Oráculo contra Filistea

Los filisteos, establecidos en la costa entre Egipto y Fenicia, provenían de Creta o del Asia Menor. Empujados por otras invasiones, intentaron establecerse en el delta del Nilo, pero fueron derrotados por Ramsés III (1190 a.C.), y entonces se fueron a la costa occidental de Canaán, donde adquirieron carta de naturaleza y terminaron por dar nombre en la literatura helenística a toda la región entre Fenicia y el Sinaí (Palestina), Fueron enemigos tradicionales de los hebreos. Eran los extranjeros por excelencia, sobre todo porque eran "incircuncisos." Durante toda la historia hubo una pugna de los filisteos por entrar en la zona israelita de Palestina, y de los hebreos por llegar hasta la costa. Varias son las profecías que en la Biblia encontramos contra los filisteos.
Ezequiel en este oráculo les echa en cara su espíritu de venganza y su odio secular contra el pueblo elegido (v.15). Por eso, Yahvé los exterminará juntamente con los cereteos, habitantes ambos de la orilla del mar. Suelen nombrarse en la Biblia juntamente los "filisteos y cereteos". Ambos provenían de las "islas del mar," es decir, del Mediterráneo. Originariamente pudieron ser dos pueblos emparentados etnográficamente, provenientes de Creta (kereteo), o de Caftor (Creta? Asia Menor?). Aparecen en la guardia personal privada de David juntamente con los "feleteos" (filisteos ?). Ciertamente no eran semitas, y en esto convenían con los "filisteos".

Ez 26, 1-21. Oráculo contra Tiro

Los capítulos 26 y 27 están dedicados a anunciar la triste suerte de Tiro, la gran metrópoli comercial fenicia. Asentada en una isla roqueña (de ahí su nombre semítico de Sur: "roca") frente a otra ciudad gemela continental, filial suya, era considerada como inexpugnable. Comercialmente tenía por rival a Sidón, a pocos kilómetros al norte. Después de la época de dominio egipcio (reflejada en las cartas de Tell-Amarna), Tiro recuperó su gran poder comercial frente a Sidón, y fue el gran proveedor de los pueblos del Mediterráneo. Sus marinos llegaron hasta Occidente, en España, y hasta el mar Rojo. Son los propagadores del alfabeto, asimilado por los griegos. La industria metalúrgica, la de tejidos y la de púrpura les habían dado un poder comercial inmenso. Tiro era realmente el emporio comercial del Antiguo Oriente. Los israelitas habían tenido grandes relaciones con ellos. De Tiro fueron los arquitectos y constructores principales del templo de Salomón. Jezabel, la esposa de Acab, era hija del rey de Tiro. En tiempos de Ezequiel, Tiro era uno de los promotores de la rebelión contra Nabucodonosor. En 594 envió una embajada con este fin a Jerusalén, a la que respondió adecuadamente Jeremías, y sabemos que Nabucodonosor atacó a Tiro después de haber tomado Jerusalén. Pero el rey de Babilonia no pudo vencerla a causa de su aislamiento en el mar. Sólo Alejandro Magno, después de unirla a tierra por un dique artificial, logró tomarla y destruirla en 332 a.C.
Los oráculos de Ezequiel contra Tiro son varios. Este capítulo suele dividirse en tres partes: a) asedio y destrucción de Tiro (1-14); b) impresión de la catástrofe en las islas (15-17); c) submersión de la ciudad (18-21).

Ez 26, 1-14. Asedio y destrucción de Tiro

En la datación falta el mes, que seguramente se ha perdido en la transcripción del texto. El año undécimo (tomando como punto de partida la subida al trono de Sedéelas en 597) coincide con el 586, año en que tuvo lugar la caída de Jerusalén, en el mes de junio-julio. El profeta echa en cara a Tiro el haberse alegrado por la destrucción de Jerusalén, que era considerada como un obstáculo a su comercio. Quizá esperaba, con la desaparición del reino de Judá, tener camino más libre para sus negocios con otras naciones, como Egipto y Arabia; en este sentido se puede hablar de Jerusalén como puerta de los pueblos (v.2). Las caravanas del desierto que subían por TransJordania llegarían más fácilmente a los mercados de Tiro sin tener que pasar por Damasco. Así, la devastación de Judá será fuente de riquezas para la comercial Tiro: yo me llenaré, y ella está desierta.
Pero también al gran emporio comercial fenicio le llega su hora. Yahvé, el Dios del país vencido, Judá, no permite que sus enemigos se rían impunemente de su pueblo: Heme aquí contra ti (?.3). El estilo es directo, y, como es corriente en los oráculos proféticos, se atribuye directamente a Dios cosas que realizaron sus instrumentos, los cuales aquí son los pueblos numerosos, es decir, el ejército abigarrado de Nabucodonosor con sus múltiples mercénanos, que caerá sobre, el fortín de Tiro como las olas del mar contra sus acantilados (v.3). La devastación será total, y la ciudad -isla de Tiro- será barrida como por un turbión del mar, de modo que quede convertida en un desnudo escollo sin vida, un tendedero de redes (?.6), donde los pescadores podrán tranquilamente remendarlas y extenderlas. La frase es profundamente irónica para una ciudad donde afluían todas las riquezas de los pueblos mediterráneos. Y no sólo le alcanzará la desgracia a la isla inexpugnable de Tiro, sino a sus hijas, Tiro continental y las ciudades dependientes comercialmente de aquélla.
El instrumento de la justicia divina será el rey de Babilonia, rey de reyes (?.7), que viene del septentrión, la ruta normal de las invasiones asirías, babilónicas y persas, y aun de Alejandro Magno. Los babilonios, para llegar a Fenicia, utilizaban la ruta caravanera que bordeaba el Éufrates, y se volvían hacia el occidente por Palmira o, más al norte, por Alepo, según la actual ruta del ferrocarril. Las tropas de Nabucodonosor atacarán primero a las hijas del campo (v.8), es decir, a las ciudades dependientes de la insular Tiro, que estaban asentadas en el continente; después organizará el asedio con baluartes, arietes. (v.8). El profeta describe el cerco de Tiro de modo convencional, según los modos generales de la guerra; sus frases no deben tomarse al pie de la letra cuando se trata de su cumplimiento. Tiro era una isla y no podía ser atacada con baluartes, sino por mar, como lo hizo Alejandro después de construir un dique de 600 metros de largo.
El ejército invasor caerá como una tromba, hollando todo lo que encuentre por delante y echando a tierra las estelas colosales (v.11) de la ciudad, probable alusión a las dos columnas, de oro y de vidrio de esmeralda, que estaban a la entrada principal del templo de Melkart. De los magníficos palacios y de sus riquezas no quedará nada, convirtiéndose en desnuda roca apta para tender en ella las redes (v.14). El asedio de Tiro por Nabucodonosor duró trece meses, pero el rey de Babilonia no logró entrar, por no tener barcos para el ataque. Sólo Alejandro Magno logró entrar en la isla después de construir el famoso dique. Por eso muchos autores creen que aquí el profeta hablaría de la invasión del gran macedonio. Pero no debemos perder de vista el modo artificial con que los profetas hablan del futuro, conforme a módulos literarios prefabricados. Sin duda que el asedio del rey babilonio fue una gran prueba para la orgullosa ciudad, y en este sentido la profecía de Ezequiel se cumplió sustancialmente.

Ez 26, 15-18. Consternación ante la destrucción de Tiro

Tiro era la gran metrópoli marítima del Mediterráneo. El profeta presenta a la ciudad comercial como un imponente edificio que se viene abajo entre el estupor de sus antiguos admiradores. Las islas son las ciudades costeras del Mediterráneo, que en gran parte eran tributarias comercialmente de la ciudad fenicia. Muchas de ellas eran "colonias" fundadas por Tiro, y, como tales, sentían lo que pasaba en la metrópoli. De ahí las grandes manifestaciones de duelo de los príncipes del mar (v.16) o jefes de las ciudades tributarias del Mediterráneo: se despojarán de sus mantos., se vestirán de espanto (v.16), sobrecogidos, ante la posibilidad de que les llegue lo mismo que a la metrópoli, o, en todo caso, por sentirse desamparados en sus negocios por la que era la clave del comercio. Sentados en tierra, cantarán una elegía a la ciudad venerada y admirada: el gran emporio comercial se ha convertido en una ruina. La que era habitada por los del mar (?.17), gentes hechas al peligro y a la aventura, ha perecido como una de tantas ciudades conquistadas. La que era celebrada con sus moradores, llevados en trirremes, infundía terror a las ciudades costeras, ha caído sin gloria. Las islas del mar (ciudades costeras en general del Mediterráneo) sentirán un profundo estremecimiento al ver el fin desastroso de la gran metrópoli comercial fenicia.

Ez 26, 19-21. Aniquilamiento de Tiro

El profeta presenta la desaparición de Tiro como una inmersión en el abismo del mar. La gran metrópoli, que había hecho sus riquezas y dominio en el mar, sería al fin tragada por éste (v.19); allí, en las profundidades del océano, se encontrará con la gran fosa o seol, morada de los muertos. La ciudad es personificada en un ser humano que después de la muerte se reúne con los que cayeron en la fosa, los que le precedieron en la muerte. Son las eternas soledades de la región de los muertos. Y la gloria de Tiro la heredarán otros vivientes (v.20). Tiro desaparecerá para siempre, reducida a la nada como nación (v.21). La frase es naturalmente hiperbólica. Desde luego nunca volvió a ser la gran metrópoli del Mediterráneo. En el 1291 d. C. fue destruida casi totalmente por los sarracenos. Hoy día es un modesto puerto de pesca marítimo, sin competencia con Beirut y Haifa. Podemos decir, pues, que la profecía de Ezequiel se cumplió sustancialmente, aunque Nabucodonosor no la hubiera destruido a pesar del asedio de trece meses. Destruyó la Tiro continental, pero la insular subsistió, si bien perdiendo la hegemonía comercial para siempre.

Ez 27, 1-36. Elegía Sobre la ruina de Tiro

Después de anunciar la destrucción y aniquilamiento de Tiro, el profeta entona una bellísima elegía a la pasada gloria de la gran metrópoli comercial. La ciudad es presentada como una nave majestuosa construida con los mejores materiales. Todas las riquezas de Oriente y de Occidente iban a engrosar la secular opulencia de la ciudad fenicia. Pero esa nave majestuosa quedó un día anegada en las olas del mar.
El capítulo se divide en tres partes: a) descripción de la nave (1-9a); b) Tiro, centro comercial del mundo (9b-25a); c) ruina de la nave (25-36).

Ez 27, 1-9. Tiro, simbolizada en una nave

Tiro, en su posición insular, era como una inmensa nave anclada a la entrada del mar (?.3), y, como tal, con una vocación marinera comercial universal; las numerosas islas o puertos del Mediterráneo son sus clientes comerciales. Es su vocación atávica y su mayor gloria. Las riquezas de todos los pueblos han afluido en masa hacia la metrópoli fenicia. Esta se sentía orgullosa por su opulencia material (soy una nave de perfecta hermosura). Pero esta altivez será la causa de su ruina. Es cierto que se halla en una posición geográfica inigualable: en el corazón de los mares están sus confines (v.4). Tiene factorías comerciales en todos los puntos principales del Mediterráneo. Tiro, como una nave majestuosa, se abre camino hacia el mar en su posición insular. Y a realzar esta posición privilegiada concurrieron los mejores artífices. Nada se ha ahorrado para dotar a la magnífica nave: los cipreses de Sanir , los cedros del Líbano, las encinas de Basan y la mejor madera de boj trabajado en marfil se ha puesto a su disposición para su estructura exterior (v.5). El mejor lino de Egipto, los toldos más bellos de color, de púrpura de Elisa, sirvieron para dar realce y magnificencia a la magnífica construcción. Y en correspondencia a la categoría de la espléndida nave estuvo el personal que la sirvió: los remeros de Sidón y de Arvad y los mejores armadores de Guebal. Nada se ahorró para que la obra saliera perfecta. Tiro era realmente una reina entre los mares, y por su hermosura y su posición geográfica logró convertirse en centro comercial del universo. El profeta va a enumerar los distintos pueblos y mercancías que afluían a la gran ciudad fenicia. El fragmento es interesantísimo desde el punto de vista histórico y geográfico, ya que encontramos la enumeración de los distintos productos de las diversas regiones del mundo entonces conocido.

Ez 27, 9-25. Tiro, centro comercial del orbe

Esta sección está escrita en prosa y es considerada por algunos autores como adición erudita posterior. El autor sagrado declara en principio que todos los pueblos se daban cita con sus navegantes para llevar y cambiar las mercancías con la reina del comercio de la época. En primer término enumera los pueblos que contribuían con sus mercenarios de guerra a crear el gran imperio fenicio: de Paras, Lud y Put, regiones del nordeste de África, cuyas gentes habían sido tomadas como soldados mercenarios de los comerciantes de Tiro. También contribuían con gentes de guerra al servicio de Tiro las gentes de Arvad y de Jelec y los Gammadim, de la costa siria.
Después de enumerar a los pueblos que suministraban sus guerreros a Tiro, el autor comienza a enumerar las regiones con que traficaba y los productos que recibía a cambio de sus múltiples mercancías. En primer lugar, la lejana Tarsis con sus tradicionales productos metálicos de plata, hierro y estaño. Dentro de la zona del Mediterráneo estaban Javan, Túbal y Mesec, que proporcionaban esclavos y bronce. Los pueblos de origen indoario ofrecían sus característicos caballos y corceles. En el mar Rojo estaba Deddn, que ofrecía el marfil recibido de la India. Edom, al sudeste del mar Muerto, servía de intermediario para recibir los productos típicos de la península arábiga, púrpura, recamados, coral y rubíes, productos todos provenientes de otros comercios del mar Indico. Entre los pueblos con los que comerciaba Tiro no faltaban Judá e Israel, que entregaban sus recursos naturales de aceite, miel y trigo de Minnit, ciudad de Amón, en TransJordania, que daba nombre a una clase de trigo que después se cultivaba en Palestina. Damasco ofrecía sus finos de Jelbón y lana de Sajar. Las ciudades de Arabia, como Vedan y Yaván de Uzal, ofrecían sus característicos productos aromáticos y aun hierro. Deddn, también en esta zona del desierto arábigo, ofrecía sus sillas de montar. Las tribus típicamente beduinas de Cedar aportaban la carne de sus rebaños esteparios. Y de nuevo las ciudades de Arabia Sebd y Regma traían sus aromas y piedras preciosas. No faltaban las aportaciones de Mesopotamia: Jarán, Carine, Edén, Asiría y Kilmad. Con estos nombres se cierra la prolija enumeración de los pueblos que traficaban con Tiro. El autor sagrado ha logrado en ella dar una profunda impresión de la opulencia de la ciudad fenicia, que ha de contrastar con la trágica suerte que le espera.

Ez 27, 25-36. Ruina de la majestuosa nave de Tiro

A pesar de que Tiro se creía segura en su opulencia comercial, también para ella le llegará la hora del máximo castigo. Sus negocios han sido demasiado lucrativos, abusando de su posición comercial excepcional. Todos los pueblos dependían en cierto modo de sus mercancías, y en este sentido había mantenido una hegemonía tiránica sobre pueblos menos prósperos. Tiro caerá al mar empujado por el viento solano (v.26), el ejército de Nabucodonosor, que viene del oriente en una primera embestida, y después el de Alejandro Magno, quien, después de vencer a Darío en Licia, cayó sobre la costa fenicia, subyugándola totalmente. La caída de Tiro en el corazón del mar, con todos sus mercaderes y marineros, causará el estupor de sus admiradores (v.28). Los marineros de otras naves, consternados y temerosos de que les suceda lo mismo, se bajarán a tierra y entonarán una elegía por la triste suerte de la que era reina de los mares, con las típicas demostraciones de duelo: gritos de desesperación y de dolor, polvo sobre la cabeza, revolcones en tierra, rasura de los cabellos e indumentaria de saco. Todos los que recibían beneficios de la gran metrópoli, los habitantes de las islas (v.35), las costas del Mediterráneo, sentirán el escalofrío del miedo, pues no estarán seguros, habiendo caído la que parecía omnipotente.
Pero no faltará quien se alegre por la destrucción de Tiro. Ella se había alegrado de la ruina de Jerusalén, pero ahora los mercaderes de los pueblos silbaran (?.36) irónicamente contra ella, pues ha desaparecido la gran competidora comercial, la monopolista de las riquezas de la tierra: la magnífica entre todas las ciudades se ha convertido en objeto de espanto para todos los pueblos, porque han visto a donde ha llegado tanta gloria pasada: ya no seras más por los siglos, es el terrible veredicto del que dirige los hilos secretos de la historia, del omnipotente Yahvé de Judá.

Ez 28, 1-26. Oráculos contra el rey de Tiro y contra Sidón

Continúan los trágicos anuncios contra la gran metrópoli fenicia, ahora dirigidos contra su rey, que se ha creído un dios en su opulencia comercial. Después de una dura invectiva contra el rey de Tiro (1-10), el profeta entona una elegía irónica sobre el mismo (11-19). A continuación el profeta se ocupa de la otra gran metrópoli fenicia, Sidón, cuya suerte no es mejor que la de su rival Tiro (20-24). Por fin, el capítulo se cierra con una promesa consoladora sobre la rehabilitación de Israel como pueblo (25-26).

Ez 28, 1-10. Invectiva contra el rey de Tiro

La principal acusación lanzada contra el rey de Tiro es su arrogancia e insolencia al presentarse como un dios porque ha logrado un grado de riqueza para su pueblo desorbitada, que él atribuye a su sagacidad y prudencia. Aquí no se alude, como en el capítulo anterior, a su actitud de burla por la ruina de Jerusalén. Aunque la invectiva va contra el rey, no se trata sino de una personificación de la misma opulenta ciudad de Tiro. En tiempos de Ezequiel reinaba en Tiro Itobaal III. Aquí es símbolo de la ciudad, que se consideraba fundada por el dios Melkart, y, según la mitología de la ciudad, Tiro había sido la morada de los dioses, y a eso parece aludir la frase habito en la morada de Dios (v.2). Es la mayor blasfemia para los oídos de un fiel israelita.
El rey de Tiro se consideraba superior al famoso sabio Daniel o Danel. Por eso el castigo divino no ha de tardar, ya que Yahvé enviará contra Tiro a los más feroces de los pueblos (v.7), e.d., a los invencibles babilonios, famosos por su crueldad. Ellos se encargarán de medir la belleza de su sabiduría, su sabiduría arrogante, apagando su ficticio esplendor. El rey de Tiro, con su magnificencia, bajará a la huesa (v.8), o gran hoya donde están los muertos, el seol, o región de sombras, lugar de cita para todos los que abandonan esta vida. El magnifícente rey sufrirá la suerte común de los asesinados violentamente. Cuando se vea ante su matador, perderá su pretensión antigua de considerarse como un dios. El sarcasmo del profeta no puede ser más sangriento: el antiguo dios se halla impotente ante su asesino (v.9). La muerte del rey de Tiro será igual a la de los incircuncisos (v.10). La expresión en boca de un israelita es equivalente al impío, que no reconoce los derechos divinos, y al que, por tanto, no le queda sino una muerte prematura y violenta en castigo por sus pecados. Dios no puede permitir -en la mentalidad antigua hebrea- que prosperen indefinidamente los impíos, paganos e incircuncisos, porque su justicia está sobre todo.

Ez 28, 11-19. Elegía irónica dedicada al rey de Tiro

La elegía, como otras de Ezequiel, tiene un carácter irónico: el rey de Tiro (personificación de la ciudad) se consideraba corno el dechado de perfección: eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado en belleza (v.12). Por sus riquezas podía considerarse habitando en el Edén, en el jardín de Dios (v.15). En el v.2 decía de sí mismo que habitaba en una morada de Dios. Sus palacios y vestidos estaban hechos con toda clase de piedras preciosas. Ya desde el día en que fue creado estuvo en el monte santo de Dios. Según la mitología fenicia, los dioses tuvieron su morada en la isla de Tiro. El profeta juega en su descripción irónica con elementos mitológicos paganos y con datos bíblicos. Así, presenta al rey de Tiro en el jardín de Dios, Edén. Y después lo presenta, según la mitología tiria, habitando en el monte de Dios el día que fue creado.
La mención del Edén le trae a la memoria el querube que guardaba el jardín de Dios, y así, por asociación de ideas, nos presenta al rey de Tiro junto al querube (v.14), en el monte santo de Dios. Y allí caminaba en medio de piedras de fuego (v.14). El fuego en el A.T. es símbolo de la santidad divina, en cuanto que es un aislante de todo lo profano, que a su contacto queda consumido. En la visión inaugural, Ezequiel ve a Dios en un carro rodeado de fuego por todas partes. Yahvé se apareció a Moisés en una zarza ardiendo. En el Apocalipsis de Henoc, éste, en su viaje por el cielo, ve "una construcción de cristal, y dentro piedras de lenguas de fuego." Ezequiel, pues, idealiza la supuesta morada primitiva del rey de Tiro en la asamblea de los dioses.
Al principio el rey se portó con modestia; mientras Tiro se fue formando como ciudad, nada había reprochable: fuiste perfecto en tus caminos desde que fuiste creado. (v.15); pero con la afluencia de riquezas de todas partes se corrompió y fue hallada la iniquidad. Por sus rapiñas, Yahvé le va a castigar, y le arrojará del monte santo (v.16), es decir, de la ciudad de Tiro, en otro tiempo morada de los dioses Bel y Melkart. El rey de Tiro ha sido desposeído de sus palacios, de su Edén, de sus riquezas, y arrojado fuera. La frase ¡oh querube protector! es terriblemente irónica. El rey de Tiro había sido asociado al querube en su vida en el Edén; por tanto, asimilado en cierto modo a aquél; pero ahora es arrojado fuera. Por la soberbia de su corazón ha sido derribado de su poder, y se ha convertido en espectáculo de los reyes (?.17). La injusticia en sus transacciones comerciales ha hecho que fueran profanados sus santuarios (v.18), poniendo las riquezas de todos los pueblos mal adquiridas al servicio de sus divinidades. Pero esa injusticia será la causa de su ruina: haré salir de ti un fuego devorador, que reduzca todo a cenizas. Se convertirá así en objeto de espanto para todos los pueblos que antes admiraban a la gran ciudad fenicia.
La descripción ha sido desbordante y con colores apocalípticos. El profeta, después de haber presentado a Tiro como una majestuosa y rica nave que se va a los abismos, presenta al rey de Tiro en una condición privilegiada de origen, pero que por su soberbia ha sido castigado a perder su estado de privilegio.

Ez 28, 20-24. Oráculo contra Sidón

Sidón fue la gran rival comercial de Tiro; estuvo largo tiempo subordinada a Tiro, pero después del asedio de ésta logró crecer en su importancia comercial. El vaticinio de Ezequiel no tiene nada de particular, pues sólo se anuncia en general que será destruida. Quizá haya sido insertado este oráculo para completar el número septenario de los enemigos de Judá e Israel. Dios va a castigar a Sidón, sin especificar su culpabilidad, como en los otros oráculos. Y esa manifestación de la justicia divina redundará en honor de Dios: Seré glorificado en medio de ti (v.22). Al castigar a los pueblos paganos, Yahvé se glorifica, en cuanto muestra su omnipotencia y su justicia. En el castigo que envía reconocen todos los pueblos al Yahvé omnipotente e intransigente con la maldad. Al juzgar punitivamente a un pueblo, Yahvé se santifica, es decir, muestra su carácter de santo e intransigente (v.22). Por otra parte, castigando a Sidón, ya no será una constante amenaza contra los israelitas: No será ya para la casa de Israel un aguijón punzante, un espino desgarrador (v.24). No sabemos que Sidón haya tenido especiales rivalidades con Israel. El profeta aquí piensa en todos los enemigos que rodeaban al pueblo elegido. La frase está calcada en Nm 33, 55 y vale para todas las circunstancias históricas de peligro.

Ez 28, 25-26. Rehabilitación de Israel

Después de anunciar el exterminio de todos los pueblos enemigos de Israel, el profeta entrevé una época de restauración nacional. Yahvé reunirá los dispersos y se glorificará ante las gentes (?.25) al manifestar su omnipotencia absoluta sobre los pueblos y, sobre todo, al reunir de modo milagroso a su pueblo languideciente en la diáspora. Aunque antes anunció el castigo de Israel, sin embargo, deja la ventana abierta a la esperanza, mientras que para las naciones enemigas paganas no queda sino la desaparición total y el exterminio. De nuevo los exilados volverán a su tierra para restaurar el hogar común de todos.
Yahvé habla con ternura de su siervo Jacob. En realidad, las promesas antiguas son la razón de la futura liberación. Una vez integrados a la patria, trabajarán por edificarla de nuevo (construirán casas, plantarán viñas, v.26), iniciando un período de seguridad, pues Yahvé habrá despejado el peligro, castigando a las naciones enemigas circunvecinas. Naturalmente, en todas estas frases hay mucho de convencional. Los profetas idealizan las situaciones. En realidad, sabemos que la seguridad de los repatriados fue muy relativa después del decreto de Ciro; pero, con todo, lograron crear de nuevo un hogar nacional.

Ez 29, 1-21. El Orgullo de Egipto

En este capítulo se inauguran una serie de oráculos (siete en total) contra Egipto. El gran pecado de Egipto para el profeta es haber instigado a Judá a levantarse contra Babilonia, comprometiendo así su vida nacional. El c.29 puede dividirse en las siguientes secciones: a) oráculo contra el faraón (1-6a); b) anuncio de la devastación de Egipto (6b-12); c) promesa de restauración de Egipto (13-16); d) promesa a Nabucodonosor de que le será entregado Egipto (17-21).

Ez 29, 1-12. Oráculo contra el faraón

La datación de este oráculo -tomando como punto de partida la deportación de Jeconías en 598- nos lleva al año 587 (diciembre-enero). En esa época, las tropas de Nabucodonosor llevan ya asediando a Jerusalén durante un año largo. Sabemos por Jeremías que, durante este tiempo, las esperanzas de los habitantes de Jerusalén estaban puestas en el auxilio prometido de Egipto. Decepcionados en esta esperanza, los judíos creen que todo está perdido. En efecto, derrotado el faraón por Nabucodonosor, vuelve éste a reanudar el cerco de Jerusalén.
Los israelitas exilados en Mesopotamia tenían también las esperanzas puestas en Egipto. Por eso Ezequiel, que ha anunciado reiteradamente la suerte trágica que espera a Jerusalén, lanza ahora un oráculo amenazador contra Egipto por dar falsas esperanzas de liberación a los judíos de Jerusalén. Se encara con el faraón y le llama despectivamente cocodrilo gigantesco. El cocodrilo aparece en las monedas de Egipto de la época de Augusto como símbolo de Egipto. La imagen buscada de cocodrilo por Ezequiel está en relación con el Nilo, la única riqueza de Egipto. Se representa al faraón como un cocodrilo echado en el Nilo en medio de los otros ríos o bifurcaciones-canales del Delta. En un himno a Tutmosis III se le llama a éste "cocodrilo".
Ezequiel le echa en cara su orgullo al considerar el Nilo con sus canales como obra suya: yo mismo los he excavado (v.3). En realidad, sabemos que el faraón Hofra (contra el que Ezequiel dirige el oráculo por ser su contemporáneo e instigador de la resistencia de Judá contra Babilonia) construyó nuevos canales en el Nilo y facilitó la navegación por éste. Herodoto nos dice de este faraón que se consideraba tan fuerte, que ni aun los mismos dioses podían derribarle. Ezequiel, despectivamente, dice que Dios le va a tratar como a un cocodrilo y sacar fuera de su río, sujetándole con anillos, como se cazaba al cocodrilo. Y con él, adheridos a sus escamas, saldrán sus peces, los habitantes de Egipto (v.4), o los soldados de su ejército. Yahvé los hará perecer a todos en el campo sin sepultura, expuestos sus cadáveres a las fieras de la tierra y a las aves del cielo (v.5). Era el castigo más temido de los antiguos, ya que, aparte del deshonor que esto suponía, el alma o substrato humano, que supervivía, no encontraba reposo fuera de la tumba. Para un faraón, el quedar sin honores fúnebres era mayor castigo, pues, según la mentalidad egipcia, el cuerpo era el sustentáculo del alma, y por ello se debía procurar la no descomposición de aquél.
La razón del castigo, aparte del orgullo, está en haber dado falsas promesas de auxilio a Judá. Se ha ofrecido como un báculo de ayuda y ha resultado un báculo de caña frágil, que se quebró y se clavó en las manos de los que en él se apoyaron (v.7). Yahvé enviará la espada contra Egipto, que sembrará la devastación y la ruina. Todo se convertirá en soledad y desierto desde Migdol (frontera nororiental, junto al actual canal de Suez) hasta Siene, la actual Asuan, en la frontera sur con Etiopia, Sudán y Nubia. Durante una amplia generación no habrá señales de vida en todo el país: no pasara por él el pie de hombre, ni pie de anima, (v.11). La expresión es, naturalmente, hiperbólica para encarecer la gran devastación y soledad en que se hallará el país. Tampoco la cifra de cuarenta años se ha de tomar al pie de la letra, sino como un largo lapso de tiempo. Egipto sufrirá la misma suerte que Judá: será disperso entre las naciones (v.12). Nabucodonosor entró en Egipto en 568 a.C., y esto señaló un período de decadencia para la región del Nilo. Sustancialmente, pues, la profecía se cumplió.

Ez 29, 13-16. Promesa de rehabilitación para Egipto

Después de haber anunciado la devastación y la ruina, se promete a Egipto un período de rehabilitación, si bien no en las proporciones del antiguo imperio dominador, sino en plan modesto, de forma que no vuelva a tener pretensiones de dominio sobre otros pueblos. Esta promesa de restauración no puede compararse con el grandioso horizonte que se ofrece a Israel. Para que no vuelvan a inquietar a Israel, Yahvé los llevará a Patros, en el Alto Egipto, con Tebas por capital. Los egipcios se consideraban originarios de esta región, y a ella han de volver según la descripción convencional de Ezequiel. Para encarecer que Egipto no volverá a constituir peligro para Israel, coloca al nuevo reino lejos de las fronteras de éste. De hecho sabemos que en Egipto hubo siempre una lucha entre Tebas y Menfis por la hegemonía. El triunfo de aquélla suponía un descenso de la vida política y comercial en el Delta.

Ez 29, 17-21. Dios entrega Egipto a Nabucodonosor

Este oráculo es interesantísimo, porque en él se presenta al rey de Babilonia como bienhechor, como instrumento de la justicia divina contra Tiro. La datación del mismo nos lleva a marzo-abril del 571 a.C. (v.1). Es probablemente el último oráculo del profeta. Nabucodonosor, después de trece años de asedio (comenzado en 587), abandona el intento de tomar la isla de Tiro en 573 a.C. Ha sido un trabajo ímprobo, en el que encalveciéronse todas las cabezas, todos los hombres quedaron molidos, y no hubo para él ni para su ejército paga de Tiro (v.18). Los soldados babilonios no recibieron la compensación a sus trabajos ocupando la ciudad y su botín. Sin embargo, hay autores que dicen que Nabucodonosor tomó realmente la ciudad. En ese caso, quizá el largo asedio había acabado con todo lo que pudiera constituir botín para las tropas de Nabucodonosor. Es muy verosímil que los asediados, desesperados, hayan arrojado al mar todo su ajuar antes de dejarlo caer en manos del ejército invasor. En todo caso, el profeta constata aquí que los soldados de Nabucodonosor no recibieron un pago proporcionado a sus trabajos.
En compensación, Yahvé va a entregarles el gran país de Egipto (v.19). Es la gran presa anhelada. Hasta fines del siglo pasado no teníamos noticias de una expedición de Nabucodonosor contra Egipto. En 1878 se publicaba un fragmento de una inscripción babilónica en la que se hablaba de una expedición de Nabucodonosor a Egipto en el año 37 de su reinado, es decir, en el 568 a.C. No están concordes los orientalistas sobre la extensión de esta expedición, pues mientras unos dicen que Nabucodonosor llegó hasta Asuán, otros creen que sólo ocupó el Delta. La profecía, pues, de Ezequiel, análoga a la de Jr 43, 8-13, se cumplió sustancialmente. Es interesante la afirmación puesta en boca de Dios de que Nabucodonosor trabajó para Él (v.20), y por eso, en recompensa, le entrega la tierra de Egipto. Es la afirmación constante en los profetas de que Dios es el Señor de la historia de todos los pueblos y de que aun los grandes potentados paganos, como Nabucodonosor, son meros instrumentos de su justicia.
A continuación el profeta anuncia una época de resurgimiento para Israel: En ese día.; la expresión puede referirse simplemente al día del cumplimiento de la profecía anterior sobre la caída de Egipto; quizá mejor será la consabida fórmula para insertar un vaticinio mesiánico. En este caso, la expresión en ese día se referiría a la inauguración de la era mesiánica, en que Yahvé daría un cuerno a Israel, es decir, le haría resurgir con un poder especial. El cuerno en la literatura bíblica del A.T. simboliza la fuerza y el poder.
Se ha querido relacionar este texto de Ezequiel con el del salmo (Sal 132, 17): "Aquí haré crecer altamente el cuerno de David, y prepararé la lámpara a mi ungido," dando un sentido personal a la palabra cuerno, como alusión a un personaje futuro, que pudiera ser Zorobabel o el mismo Mesías. En este caso, el texto sería paralelo al germen justo de Jr 23, 5, o rey futuro que habría de instaurar un reinado de justicia, el Mesías.
El oráculo de Ezequiel se termina anunciando que Yahvé abrirá su boca ante los exilados, de modo que se pueda confirmar después del cumplimiento de los hechos la veracidad de sus antiguos vaticinios. El profeta entonces podrá con particular autoridad predicar a los exilados, puesto que todas sus profecías se han cumplido literalmente. Con ello desaparecerá la distancia que existía entre él y ellos y podrán dialogar en orden a las esperanzas futuras. La misión de Ezequiel en el destierro era precisamente mantener la conciencia religiosa de los desterrados como pueblo elegido, a pesar de la catástrofe de Jerusalén. De ellos habría de surgir el futuro núcleo de restauración nacional.

Ez 30, 1-26. Nuevos oráculos contra Egipto

En este capítulo se anuncia con profusión de detalles la ruina de Egipto. Tiene dos partes: a) anuncio de devastación del país (1-19); b) oráculo contra el faraón (20-26). Por las repeticiones y frases convencionales de los fragmentos, algunos autores creen que es una adición posterior que detalla la ruina de Egipto anunciada por Ezequiel en el capítulo anterior.

Ez 30, 1-9. Anuncio de la destrucción de Egipto

Con acento siniestro, el profeta anuncia que ha llegado el día de Yahvé, el de su manifestación airada; es la hora de las gentes, es decir, la hora de pedir cuentas a las naciones paganas (v.3). Un ejército destructor va a caer sobre Egipto y Etiopía. Caerán también los pueblos especialmente vinculados a la suerte de Egipto, como Put (Sudán o Somalia), Lud (Lidia?) y Cub, pueblo desconocido (quizá transcripción defectuosa por Lub: Libia ?). Todo caerá, desde el norte (Migdol) hasta el sur (Siene: Asuán), en poder del enemigo. Muchos egipcios huirán hacia Etiopía, llevando la noticia del desastre (v.8). La confiada Etiopía, asegurada por Egipto, vivía despreocupada de toda invasión por parte del coloso mesopotámico; pero ahora será presa de angustia ante la inminencia de una invasión proveniente del mismo Egipto derrotado. Nabucodonosor, de hecho, se apoderará de toda la riqueza de Egipto (v.10), que se le ha dado como salario. Serán devastados los principales centros de idolatría: Menfis, capital del Bajo Egipto (v.15), cerca de El Cairo actual, residencia de las primeras dinastías egipcias; Patros, Tanis y Tebas, capital del Alto Egipto, serán también arrasadas hasta los cimientos, y la ciudad que constituía la clave de entrada al país, Sin (v.16), sentirá el paso del invasor, doliéndose de su impotencia para resistirle. Las juventudes de Heliópolis y Bubastis caerán a la espada. Sobre Tafnes, el ejército invasor caerá como una nube, que oscurecerá todo, y se romperán los cetros de Egipto (v.18), probable alusión a los cetros del Alto y Bajo Egipto o a los numerosos cetros de los reyezuelos de los "nomos" del país del Nilo.

Ez 30, 20-26. Nuevo oráculo contra el faraón de Egipto

Este nuevo vaticinio es dirigido contra el faraón, personificación de Egipto. El faraón de entonces era Hofra. La datación nos lleva al año 586, en el mes de marzo-abril, es decir, tres meses después del primer vaticinio. Egipto sigue intrigando en la corte de Jerusalén para que resista, prometiendo vanas ayudas. Sólo faltan dos meses para el fin trágico del asedio. Ezequiel anuncia que es inútil esperar en el faraón Hofra, pues ha sido quebrantado. Yahvé le ha roto el brazo (v.21), pues el faraón ha sufrido una grave derrota, de la que no ha sido repuesto. Durante el asedio de Jerusalén hubo un momento en que los babilonios aflojaron el cerco, sin duda para hacer frente a un ejército del faraón. Este debió de sufrir una gran derrota; Jeremías dice simplemente que volvió a Egipto. Ezequiel aquí concreta diciendo que fue derrotado. Pero esta derrota no fue sino el preludio de otra mucho mayor que sufrirá de manos del rey de Babilonia:yo le romperé los dos brazos, el sano y el quebrado. (v.22). Como consecuencia, los egipcios serán deportados entre las naciones (v.26).

Ez 31, 1-18. Nuevo anuncio de la ruina de Egipto

Ezequiel quiere probar sus oráculos contra el país del Nilo acudiendo a la historia de Asiría. En 612 cayó Nínive, la capital de aquel gran imperio. En la memoria de muchos exilados debía de estar aún el recuerdo de aquella fecha. El poderío asirio era inmenso, y sucumbió estrepitosamente ante el empuje del nuevo imperio babilónico con Nabopolasar, padre de Nabucodonosor, al frente. Asiría parecía omnipotente y, sin embargo, cayó y desapareció. Es lo que sucederá a Egipto. El profeta expresa su pensamiento en una bellísima alegoría, que podemos dividir del modo siguiente: a) descripción de Asiría como un árbol frondoso (1-9); b) su destrucción (10-14); c) impresión por el desastre (15-18). La primera parte está en verso. Por razones internas, algunos autores creen que las dos últimas partes son de un redactor posterior a Ezequiel.

Ez 31, 1-9. Asiría, árbol frondoso

Este vaticinio contra Egipto fue proferido en mayo-junio del 586, dos meses antes de la destrucción de Jerusalén. El profeta se encara con el faraón y su multitud, o pueblo de Egipto. El faraón ha tenido los mismos sentimientos de soberbia por los que fue castigada Asiría: ¿a quién te igualaste? (v.2). Ante su insolencia, Ezequiel no hace sino recordar la historia de Asiría: era un cedro del Líbano (v-3). El profeta escoge la imagen apropiada según el país: a Israel la compara a una vid, que abunda en Palestina; a Tiro, a una nave, por ser ciudad eminentemente marítima, y a Egipto, a un cocodrilo, animal característico de esa región; y ahora Asiría es comparada a un cedro del Líbano, que formaba parte de su vasto imperio. La majestad del cedro del Líbano es proverbial en la Biblia. Asiría se desarrolló como un cedro inmenso, porque estaba plantado junto a abundantes aguas: el abismo le encumbró. (v.4). Según la mentalidad semítica, la tierra descansaba sobre las aguas del abismo, y de él provenían los diferentes ríos que la regaban. El gran cedro está plantado junto al gran depósito del abismo, mientras que los otros árboles (pequeñas naciones) son regadas por pequeñas acequias, que no pueden competir con aquél. Ningún árbol podía hacer competencia con él, ni los cipreses, ni los plátanos, ni los cedros del jardín de Dios (v.8). La frase es enfática para encarecer las proporciones del gran árbol, Asiría, entre las otras naciones. A su sombra habitaban muchos pueblos (v.6). Los pequeños reinos integrados en el gran imperio asirio se recogían a su sombra contra las incursiones de otros pequeños estados. Nadie podía medirse con el gran coloso asirio. El majestuoso árbol había crecido sobremanera, de forma que los árboles del Edén le miraban con envidia (v.8). La descripción no puede ser más hiperbólica y florida. El profeta recarga las tintas para después medir la magnitud de la catástrofe.

Ez 31, 10-14. Destrucción de Asiría

El orgullo fue la perdición del majestuoso árbol. Se creyó Asiría que lo que tenía lo había adquirido por sus propias fuerzas, y no había pensado que su situación privilegiada junto a las aguas era una situación transitoria en la que Yahvé le había colocado. Se había encumbrado hasta las nubes, y ahora va a bajar hasta las profundidades de la fosa o seol, región subterránea, morada de los muertos.
El instrumento para abatir este árbol descomunal fue un fuerte de las gentes con los más feroces de los pueblos (v.12), alusión al nuevo coloso babilonio. Sobre sus ramas abatidas posáronse las aves e hicieron yacijas las bestias del campo (?.13). Todos los pueblos antes sometidos a su sombra se volvieron contra el árbol caído, aprovechándose de sus ruinas. Y el profeta declara abiertamente que todo esto sucedió para que otros pueblos prósperos, plantados junto a las aguas (v.14), no levanten demasiado la cabeza ni confíen demasiado en su situación privilegiada, porque todos están destinados a morir. El Seol, o morada subterránea, será el gran punto de cita de todos los hombres y pueblos.

Ez 31, 15-18. Descenso de Asar al seol

Este fragmento describe la desaparición del imperio asirio, causa de consternación para muchos pueblos y de alegría para otros. La caída de Asiría representó un luto general en la naturaleza: se secó el abismo de las aguas, se retuvo el curso de los ríos y, como consecuencia, vino la sequía general y el duelo para el frondoso Líbano (entristecí el Líbano por él, v.15) y se secaron los arboles del campo. Las gentes temblaron ante el fragor de su caída (v.16), y los habitantes del seol, la región subterránea, se alegraron al ver caer al gran opresor. Aquí los árboles del Edén, los más selectos del Líbano, son los otros reinos que también habían prosperado junto a las aguas, pero que les había llegado la hora de la ruina. Mientras en la tierra reina el terror por la caída del coloso asirio, en la región tenebrosa del seol todo es alegría y exultación.
En el Is 14, 1-32 encontramos escenas parecidas de alegría entre los príncipes del seol al entrar en la morada subterránea el rey de Babilonia, el tirano de todos: "¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú que decías en tu corazón: Subiré a los cielos, en lo alto, sobre las estrellas de Dios; elevaré mi trono, me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo." En el pasaje de Ezequiel que comentamos ocupan un lugar especial de ignominia, dentro del seol, los que fueron su brazo y se acogieron a su sombra (?.17), es decir, todos los reinos que colaboraron en las demasías de Asiría. Parece que los muertos a la espada, los asesinados o ejecutados por la justicia, ocupaban un lugar más oprobioso en el seol con los incircuncisos (v.18).
Es el lugar destinado al faraón de Egipto: ¿A quién te asemejas por tu gloria? El profeta se encara con el faraón. Por mucho que éste quiera ser, no sobrepasará el poder y gloria de Asiría, y, como este imperio, el de Egipto está destinado a la ruina. Como el rey de Asiría, el faraón tendrá que descender a la morada subterránea. Se consideraba entre los más selectos de los árboles del Edén, entre los primeros reinos de la tierra, y en realidad no va a tener otro destino que el de ocupar un lugar triste entre los incircuncisos y traspasados por la espada.

Ez 32, 1-32. Elegías sobre Egipto

En este capítulo se incluyen dos fragmentos elegiacos: a) canto fúnebre al faraón por su triste muerte (1-16); b) descripción del descenso del faraón a la región lúgubre de los muertos (17-32).

Ez 32, 1-16. Elegía sobre la suerte del faraón de Egipto

El año duodécimo, el día primero del duodécimo mes (Adar) es el febrero-marzo del 585, es decir, unos siete meses después de la caída de Jerusalén (junio-julio del 586 a.C.). La elegía va dirigida al faraón como personificación del país de Egipto, como antes el rey de Tiro personificaba a su ciudad. El profeta canta irónicamente la supuesta omnipotencia de Egipto, que en un tiempo fue considerado como el león de las gentes (v.2), el máximo imperio, esperanza de las pequeñas naciones contra otras grandes potencias, como Asiría y Babilonia. Se le consideraba como el árbitro de las relaciones internacionales entre aquellos reyezuelos de Palestina y Siria que buscaban su protección, los cuales le adulaban como el león o arbitro de la política internacional; la frase es irónica.
Pero esta estimación era excesiva, ya que Egipto, en el concierto internacional, no era más que el señor de su país, un simple cocodrilo, que no puede vivir sino en las zonas acuosas y ribereñas. Egipto no ha podido parangonarse con los grandes imperios mesopotámicos, pues ha sido uno de tantos árboles privilegiados asentados junto a las aguas, que sentían envidia del inmenso poder de Asiría, el gran cedro, que daba sombra a los pequeños reinos del Próximo Oriente. Egipto no podía competir con Asiría. Lo más que podía hacer era enturbiar con sus patas las aguas del Nilo, es decir, tener influencia en su propia tierra. Es una frase despectiva muy característica en Ezequiel, el cual nunca sintió simpatía por el país del Nilo, causante de la ruina de Judá con sus falsas promesas e instigaciones a la rebelión contra el coloso babilónico.
Por sus pretensiones y orgullo, Yahvé le tenderá una red, tomando como instrumento a una turba de pueblos, el ejército abigarrado de mercenarios de diversos países, que le tomarán en el esparavel (v.3) y lo arrojarán a tierra para ser pasto de las aves del cielo y de las fieras (v.4). Sufrirá la más afrentosa de las muertes, quedando sin sepultura honorífica. Todo el país padecerá las consecuencias de la invasión, pues toda la tierra quedará regada en sangre (v.6). El profeta habla de montes y valles de modo convencional, suponiendo que la topografía de Egipto fuera como la de Palestina. Ese día será el día de la manifestación de la justicia del Señor, el día de Yahvé, el cual es descrito con los tradicionales rasgos apocalípticos: oscurecimiento del sol y de las estrellas (?.7). Estas frases no han de tomarse al pie de la letra, pues son expresiones hiperbólicas para encarecer la magnitud de la catástrofe.
La devastación y la ruina harán temblar a muchos pueblos (v.8), que sentirán de cerca la espada en manos de Yahvé, que no es otra que la del rey de Babilonia (v.11), el cual, con los más feroces de los pueblos, caerá sobre el poderoso reino de Egipto, reduciéndolo a la miseria y a la impotencia (v.12). Todos los ganados de sobre las muchas aguas, e.d., que vivían en los abundantes pastos de las riberas de los canales del Nilo, sentirán también la fuerza destructora del invasor y desaparecerán totalmente, en tal forma que las aguas del Nilo y de sus canales no volverán a enturbiarse por pies de hombre y pezuña de bestia (v.13). Las aguas quedarán tan limpias que se deslizarán como el aceite (v. 14). La frase tiene un sentido amenazador, ya que esa limpieza de las aguas se deberá a que no habrá ya animales ni hombres que las enturbien. En el v.15 se insiste en que la devastación y la ruina dominarán por doquier, y por ella sabrán que yo soy Yahvé.
La intervención justiciera de Yahvé, humillando al orgulloso reino de Egipto, hará abrir los ojos a los otros pueblos para que vean quién es el Dios de Israel. Las hijas de las gentes, o naciones paganas, serán las encargadas de recordar en cantos funerarios la gran catástrofe de Egipto enviada por la mano vengadora de Yahvé (v.16).

Ez 32, 17-32. Elegía sobre el descenso del faraón a la región de los muertos

La elegía fue compuesta, según la datación del texto, en el 586 a.C., es decir, después de la caída de Jerusalén. El texto no nos da el mes; probablemente se ha perdido en la transcripción. La elegía versa sobre el descenso de Egipto y las otras grandes naciones paganas (las hijas de las gentes fuertes, v.18). El profeta enumera los principales pueblos que han tenido importancia histórica en el concierto político del Antiguo Oriente, y, sobre todo, a los pueblos que tuvieron una relación con Israel, como Edom y Sidón. Él canto fúnebre se abre con una mordaz ironía: ¿Con que nos precedías en belleza? (v.19). Egipto se gloriaba de ser superior a todos los pueblos. Estos declaran de que nada le ha servido esta supuesta precedencia, ya que tiene que descender al país de los muertos, como los demás pueblos: Baja a la fosa y yace entre los incircuncisos. El contraste es fuerte: Egipto se creía superior y algo aparte de los otros pueblos, pues también será en el seol algo aparte, puesto que tendrá que formar fila con los incircuncisos, a quienes les estaba reservado un lugar ignominioso especial. Los moradores más nobles de la región subterránea dirán irónicamente: Han bajado a la fosa y yacen entre los incircuncisos. (v.21); los moradores de Egipto han sufrido la suerte de los muertos a la espada, asesinados oprobiosamente.
El profeta enumera a los principales reinos que precedieron a Egipto en el descenso a la morada tenebrosa. La enumeración está sujeta a un esquema artificial de exposición: han sido pueblos que han abusado de su poder, y han terminado violentamente su historia por la espada de algún enemigo invasor, y ahora están en. la morada subterránea en la zona de los incircuncisos muertos a la espada. Los pueblos aparecen en el seol formando colonias, o agrupaciones regionales con sus sepulcros, entorno a sus capitanes o. reyes. En la enumeración abre la marcha Asiría (v.22), la gran opresora de Oriente en el siglo VIII. Sus grandes reyes, Sargón, Senaquerib, Asurbanipal, habían sido el terror de los pequeños reinos de Palestina y Siria. Eran famosos por su extrema brutalidad y crueldad con los vencidos. Parecían invencibles, pero al fin fueron derrotados y suplantados por la coalición de medos y babilonios en 612, fecha de la caída de Nínive. Elam (v.24), entre Babilonia y Media-Persia, había tenido su importancia con sus dos capitales de Susa y Anzán; fueron derrotados por Asurbanipal (649 a.C.), desapareciendo como gran nación. Mesec y Túbal (v.25) son dos pueblos de Armenia, región de donde provenían los escitas que en el siglo VII a.C. sembraron el pánico y la ruina en Palestina. Según Ez 39, 11, de ese pueblo sale Gog, el gran enemigo del reino de Dios. Edom, como hemos visto ya, es la región que se extiende al sudeste del mar Muerto. Originariamente era afín al pueblo hebreo, ya que Esaú, el supuesto antepasado, era hermano de Jacob. Históricamente, los edomitas fueron los grandes enemigos de Israel, y le negaron el paso cuando Moisés iba con el pueblo hebreo camino de Canaán. Es el enemigo tradicional del pueblo israelita. Los príncipes del septentrión (v.30) deben de ser los reyes de Siria y regiones adyacentes, vecinos de los sidonios. Con este nombre se cierra la enumeración, que no es muy completa, pero en el propósito del profeta basta para probar que todos los pueblos que han abusado de su fuerza no han tenido otro destino que el común de todos los demás pueblos humillados, y aún estarán en peor situación, ya que ocuparán el lugar reservado a los incircuncisos y muertos por la espada.
El faraón, al hacer su ingreso en la morada subterránea, se consolará (v.31) al ver que también otros pueblos han recibido la misma humillación y suerte que él. En esta frase del profeta hay una dosis de ironía contra el faraón: el que antes se gloriaba de ser algo excepcional entre todos los pueblos, considerándose como inmortal, tiene que contentarse con formar parte del cortejo de los imperios desaparecidos. Triste consuelo en boca del que simbolizaba el orgullo y la insolencia. De hecho sabemos que Nabucodonosbr invadió Egipto en el 568, derrotando al ejército del faraón.
Con esta elegía termina la primera parte del libro de Ezequiel. El profeta ha hecho ver a los exilados que la dureza con que Yahvé trataba a su pueblo era bien merecida, y, por otra parte, que Dios castiga a los pueblos paganos que se han excedido en su papel de instrumentos de la justicia divina.

Ez 33, 1-33. El Profeta, atalaya del pueblo

Después de esta primera parte de vaticinios conminatorios contra Judá y las naciones paganas, viene ahora una serie de capítulos que versan sobre la rehabilitación del pueblo elegido en el futuro. Ha pasado la hora de la ira divina y se acerca la de la misericordia. El profeta ha tenido que desmontar las falsas ilusiones de los exilados sobre la supuesta invencibilidad de Jerusalén. Después de consumada la catástrofe y confirmados sus oráculos siniestros, el profeta, con plena autoridad, trata de formar la nueva conciencia de los exilados. La caída de Jerusalén trajo como consecuencia una crisis de la conciencia nacional. Yahvé parecía que había abandonado a su pueblo, y, por tanto, era inútil mantener ilusiones nacionales sobre el futuro. Todo estaba perdido. Contra esta posición desesperada se levanta Ezequiel, el cual se esfuerza en sembrar una esperanza de resurrección nacional. Todo lo pasado no ha sido más que una prueba de purificación, pero se acercan días de gloria para el pueblo israelita. El futuro es deslumbrante y glorioso, y, por tanto, los supervivientes deben prepararse para hacerse dignos de la nueva teocracia.
Esta última parte del libro de Ezequiel puede dividirse en dos partes: a) promesa de restauración y paz perpetua (Ez 33, 1-Ez 39, 29); b) estructura interna del nuevo Israel (Ez 40, 1-Ez 48, 35). El estilo es difuso y convencional, y faltan en general indicaciones cronológicas.
El c.33, que vamos a comentar, es como un mosaico de fragmentos, que sirven de transición entre los oráculos conminatorios que hemos estudiado en la primera parte del libro y los de consolación que van a predominar en la última sección de los escritos de Ezequiel. Se suele dividir en las partes siguientes: a) Ezequiel, responsable de su misión de centinela del pueblo israelita (1-9); b) responsabilidad personal de los oyentes (10-20); c) anuncio de la caída de Jerusalén (21-22); d) amenaza contra los judíos supervivientes en Palestina (23-29); e) frivolidad de los exilados (30-33).

Ez 33, 1-9. El profeta, atalaya del pueblo

Esta sección parece una repetición ampliada de Ez 3, 16b-21. Ezequiel se compara a sí mismo a un centinela militar encargado de dar la voz de alarma ante el peligro. El profeta se siente responsable de la suerte espiritual de su pueblo, y por eso se cree en la obligación de mantenerse vigilante frente a los peligros que sobre él se ciernen. Es la misión de Ezequiel entre los exilados de Babilonia. Ha anunciado primero la destrucción de Jerusalén en castigo de los pecados acumulados durante generaciones por la comunidad israelita. Ahora tiene que anunciar nuevos peligros para la vida religiosa de los exilados y formar la conciencia de éstos en orden a la constitución del nuevo núcleo de restauración nacional. Como portavoz de la palabra de Dios, tiene que anunciar los peligros para que el pueblo se aperciba de ellos. Si no quieren oírle, no tendrá responsabilidad alguna en la muerte de ellos, como en el caso del centinela militar. Al contrario, si éste no cumple su misión de anunciar el peligro de la invasión del enemigo, será responsable de lo que pasare y pagará con su vida su falta en el cumplimiento del deber. Este sentido de responsabilidad preocupa extremadamente a Ezequiel, como preocupará a San Pablo su misión de evangelizar: "¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!"

Ez 33, 10-20. Responsabilidad personal de los individuos

Las reflexiones aquí expuestas son paralelas a las que hemos visto en Ez 18, 21-32; pero las circunstancias no son idénticas. En el c.18 se trata de contestar a las reacciones insolentes de los exilados, que creen que es una injusticia echar sobre ellos la culpabilidad de sus antepasados. Aquí la característica del auditorio es de desesperación. El castigo de Dios sobre Judá ha demostrado que Yahvé ha abandonado a su pueblo, y los exilados se sienten pecadores, y, como tales, lejos de la providencia especial de Yahvé: Llevamos sobre nosotros nuestros pecados. (v.10). Ezequiel les recuerda que la situación no es desesperada, pues ante Dios no cuenta tanto la culpabilidad pasada cuanto las buenas disposiciones de arrepentimiento actuales. Dios no se complace en castigar, sino que busca ante todo el retorno del pecador: No me gozo en la muerte del pecador, sino en que se retraiga de su camino y viva (v.11). La respuesta de Yahvé está basada en la idea de que es ante todo amoroso y misericordioso, y, como tal, está buscando siempre que el corazón del impío se convierta y vuelva a su buen camino, para poder prodigarle sus misericordias: Volveos. ¿Por qué os empeñáis en morir? (v.11).
La frase de los exilados nos vamos consumiendo, llevamos nuestros pecados (v.10) tiene un aire de desesperación, de rabia y de cinismo, y no de compunción. Por eso, su situación espiritual no es buena. No quieren nada con un Dios que los ha castigado. Es preciso una enmienda de vida. No bastan las buenas acciones pasadas del justo si éste en la actualidad anda por las sendas de la impiedad (v.12). Naturalmente, no es que el profeta quiera subestimar las acciones del pasado, pecaminosas o virtuosas, sino que quiere resaltar que, de hecho, en orden a la salvación de cada uno, interesan sobre todo las acciones buenas presentes. Sobre un pasado pecador se puede extender el velo del olvido de parte del Señor, siempre que el presente sea digno de la amistad y misericordia divinas.
En la perspectiva de Ezequiel se trata de la salvación de los israelitas en su destino de comunidad nacional y en su porvenir en esta vida. Nada en el libro de Ezequiel supone la creencia en la retribución de ultratumba. La perspectiva del profeta, como la de todos los libros del A.T. antes del libro de la Sabiduría, se proyecta sólo al horizonte terreno. No se trata, pues, en estas frases de Ezequiel del problema de la salvación eterna del alma de los israelitas. No obstante, su doctrina es válida en el nuevo estadio ideológico del N.T. También en la perspectiva doctrinal del ?. ?. valen, sobre todo, ante Dios, las disposiciones actuales, en tal forma que un sincero arrepentimiento es suficiente para borrar un pasado pecaminoso, y viceversa, un pecado actual basta para anular todas las obras buenas de un pasado virtuoso.
Es importante la doctrina expuesta por Ezequiel, en cuanto hace resaltar el poder del libre albedrío en el ser humano en sus disposiciones actuales, como superación de una mentalidad entonces muy extendida sobre la influencia del pasado en la vida del hombre en orden a su reconciliación con Dios. Hemos dicho que Ezequiel ha sido saludado con el título de campeón del individualismo, no sólo en cuanto que desconecta al individuo de la responsabilidad colectiva, sino que aun le desconecta de su pasado personal en el sentido de que ante Dios interesan sobre todo las buenas disposiciones actuales, aunque sean superpuestas a un pasado pecaminoso.
Aquí nos encontramos sólo ante una exposición parcial del problema de la responsabilidad del individuo y de sus relaciones con Dios según la mentalidad del A.T. Como decíamos antes, la tesis del profeta es un positivo avance sobre el ambiente conceptual de la época, en cuanto que se destaca el individualismo como base de las relaciones con Dios. Tan revolucionaria es la tesis de Ezequiel, que sus oyentes exilados le dicen abiertamente: No es recta la vía del Señor (?.17). No pueden comprender que Dios haga tabla rasa de un pecado pecaminoso o virtuoso en aras de un arrepentimiento o pecado actual. Para ellos pesaba más el pasado que el presente, y se les hace difícil que Dios les perdone sus pecados. La doctrina, pues, de Ezequiel es un horizonte nuevo para aquellas mentalidades, anquilosadas y abrumadas por el peso de la tragedia de su pueblo: yo juzgaré a cada uno conforme a sus caminos (v.20).

Ez 33, 21-22. La noticia de la caída de Jerusalén

La datación nos lleva al año 586 a.C., en el mes de diciembre-enero (Tebeth). El cautiverio de que habla es el iniciado con la deportación del rey Jeconías (598). Así, pues, el fugitivo llega con la noticia de la caída de Jerusalén medio año después del hecho. Seguramente que ya tenían noticias de ello antes por la información de los mismos vencedores babilonios, pero ahora se trata de la llegada del primer testigo ocular judío, escapado de la catástrofe. El día antes de la llegada de este fugitivo fue sobre Ezequiel la mano de Yahvé (v.22); expresión que equivale a recibir una nueva revelación para que terminara su prolongado mutismo. Desde el comienzo del asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor, Ezequiel no transmitió ningún mensaje especial a los exilados. Dejó que los acontecimientos hablaran por sí mismos en confirmación de sus oráculos anteriores. Ahora, consumada la catástrofe, es hora de iniciar una nueva etapa de predicación entre los exilados para levantar los ánimos y formar de nuevo la conciencia religiosa y nacional de ellos, tomando como base un grupo selecto.

Ez 33, 23-29. Amenaza contra los judíos que quedaron en Palestina

Después de la caída de Jerusalén, los babilonios organizaron una deportación en masa de las fuerzas vivas de las naciones: jefes e industriales fueron llevados a Mesopotamia. Sólo dejaron los campesinos y gente de la clase baja, para que no tuvieran pretensiones nacionalistas. Al frente de esta comunidad depauperada pusieron los babilonios, como gobernador, al judío Godolías, el cual trabajó con todas sus fuerzas por organizar de nuevo la vida nacional, estableciendo su capital en Mispah. Sin embargo, había bandas incontroladas de nacionalistas por el campo, con falsas ilusiones de una pronta reconstrucción nacional, para de nuevo alzarse contra el invasor babilónico. Godolías fue muerto violentamente por estos nacionalistas a ultranza, excitándose de este modo la ira del coloso caldeo. El mismo profeta Jeremías fue llevado a Egipto por estas bandas incontroladas. En Jr 53, 30 se alude a una nueva deportación de judíos realizada por las tropas de Nabucodonosor en 582. Por otra parte, los babilonios no transportaron al reino de Judá poblaciones extrañas, como lo habían hecho los asirios en Samaría. Judá, pues, quedó semiabandonada. Por lo que dice Ezequiel, parece que los exilados tenían puestos los ojos en los que habían quedado en Palestina para una pronta reconstrucción nacional. Por eso ahora el profeta quiere deshacer esta última vana ilusión. Los que quedaron en Palestina se creen los herederos legítimos de Abraham, y se hacen el cálculo que, si el gran patriarca, siendo solo, llegó a poseer la tierra, ellos, siendo bastantes, lo lograrían con más facilidad (v.24). La argumentación es infantil para un israelita, ya que el triunfo de Abraham descansó únicamente en la promesa de Dios, no en los esfuerzos del patriarca.
La respuesta de Yahvé es terminante: Abraham recibió la promesa por su fidelidad, mientras que ellos continúan su conducta pecaminosa, haciendo sacrificios a los ídolos en los lugares altos (banqueteáis por los montes, v.25), derramando sangre inocente, prodigando los homicidios. Para ellos no existe más ley que la de la fuerza y la espada (os apoyáis sobre vuestras espadas, v.26), entregándose a todas las abominaciones, sin respeto para la mujer del prójimo. Por todas estas demasías, que son continuación de la pésima conducta antigua, Yahvé los destruirá totalmente, haciéndoles morir devorados por las fieras o por la peste. Nadie podrá huir de la ira de Dios. Sólo así sabrán quién es Yahvé, intransigente con la maldad y la vana presunción.

Ez 33, 30-33. Contra la frivolidad de los exilados

Los hechos habían dado la razón a Ezequiel, pues todos sus oráculos sobre la destrucción de Jerusalén se habían cumplido a la letra. Con ello el profeta alcanzó gran autoridad entre los exilados, los cuales hablan en público y en privado de las revelaciones de él, y así van a oírle como si se tratara de la convocación de una asamblea del pueblo para tratar de una cuestión de interés público (?.31). Pero esto no debe impresionar demasiado a Ezequiel, ya que es sólo apariencia externa, pues se limitan a escuchar sus palabras, sin preocuparse de poner por obra sus consejos y mandatos de parte de Dios. Los oyentes aprueban sus palabras y halagan con su boca (?.31), pero su corazón sigue apegado a sus intereses personales. El profeta debe resaltar el carácter espiritual de entrega a Dios que debe caracterizar al nuevo núcleo de restauración nacional, heredero de las promesas y bendiciones de Dios. Los exilados creen que pueden compaginar la protección divina con su conducta materialista. Oyen el mensaje del profeta con agrado, como se escucha una canción de amor agradable, acompañada de un instrumento apropiado; pero después lo olvidan, como se olvida el canto que durante unos momentos cautivó el oído (v.32). Pero llegará un día, cuando se realicen las predicciones de salvación del profeta, en que reconocerán que ha habido entre ellos un profeta (v.33).

Ez 34, 1-31. Los malos pastores y el buen Pastor

En este capítulo se contraponen dos situaciones: la pasada del pueblo israelita bajo la égida de pastores depravados, que sólo se han preocupado de sí mismos, dejando el rebaño a la intemperie, expuesto a todos los peligros, por lo que Yahvé los ha de castigar severamente, y la situación futura, en la que el pueblo vivirá bajo la inmediata protección de Dios, con un nuevo buen pastor, representante suyo.
El capítulo puede dividirse en las siguientes secciones: a) pésima conducta de los antiguos pastores de Israel (1-10); b) Yahvé gobernará directamente la grey israelita, imponiendo un reinado de justicia y de equidad (11-22); c) el nuevo Pastor fiel (23-31).

Ez 34, 1-10. Los malos pastores de Israel

Los principales responsables de la catástrofe del pueblo judío fueron sus jefes o pastores. En vez de mirar por los intereses espirituales y materiales del pueblo, no se han preocupado sino de explotarlo y de aprovecharse, en interés propio, de sus bienes. La alegoría es bella y aparece reiteradamente en la Biblia. En Jr 23, 1-4 encontramos un fragmento muy parecido a este de Ezequiel. Aquí el profeta del exilio, antes de hablar del futuro radiante que espera a Israel, quiere hacer un recuento del triste pasado para, por contraste, presentar la figura luminosa del buen Pastor futuro, adornado de los principios de la más perfecta justicia y equidad. En paralelismo antitético nos presenta a los pastores pasados en contraposición al Pastor venidero. Los dirigentes del pueblo de Israel (sacerdotes, profetas y jefes políticos) debían guiar la vida nacional conforme a principios de justicia y de equidad y conforme a las exigencias de la ley de Yahvé. En vez de pastores, se han convertido en lobos rapaces. No han hecho sino buscar sus propias satisfacciones (se apacientan a sí mismos, v.2), sin preocuparse de su misión de mirar por los intereses del rebaño: los pastores, ¿no son para apacentar el rebaño?
El profeta enumera los distintos deberes de los pastores: fortalecer a los débiles prodigándoles la protección que necesitan de la autoridad; curar a los enfermos, buscar a los descarriados (v.4). Por no cumplir con su deber, las pobres ovejas andan descarriadas sin pastor por los montes y lugares inaccesibles, perdiendo los mejores pastos (v.6). Es la situación trágica de los deportados israelitas y de los que aún andaban por los lugares desiertos escapando de los soldados de Nabucodonosor. Sólo la intervención de Yahvé podrá arreglar la trágica situación de su pueblo arruinado. Exigirá cuenta estrecha de la mala conducta de los perversos pastores. Yahvé va a romper con el pasado y va a crear un nuevo orden de cosas. Los antiguos dirigentes de Israel se han convertido en lobos, que devoran lo mejor del rebaño, y Yahvé les arrancará de su boca las ovejas (v.10), que son en realidad propiedad exclusiva suya. Se creará un nuevo estado de cosas, de forma que el pueblo viva más directamente bajo la égida de Yahvé, como en los tiempos de la primitiva teocracia del Sinaí.

Ez 34, 11-22. La nueva teocracia, bajo la dirección inmediata de Yahvé

En adelante la grey de Israel estará bajo el gobierno directo de Yahvé. Han sido dispersadas en la tempestad, y, por tanto, como un buen pastor, las va a reunir y contar cuidadosamente (v.12), de modo que todas puedan ponerse a salvo. Los israelitas han sido dispersados entre las naciones, pero van a ser juntados de nuevo en su tierra, donde volverán a disfrutar de pastos pingües en las altas cimas de Israel (v.14). Allí estarán bajo la égida del buen Pastor, Yahvé, que se encargará de tratar a cada oveja según su situación: buscará la perdida, vendará la perniquebrada y curará la enferma (v.16), y pondrá a salvo las gordas y robustas para que no las asalten las fieras, que se van sobre las más apetitosas. Yahvé apacentará con justicia; la equidad será la característica del nuevo orden de cosas, en contraposición al estado injusto pasado. Desaparecerán las injusticias sociales, porque Yahvé conocerá las necesidades de cada una: yo juzgaré entre oveja y oveja (?.17).
En el antiguo estado de cosas, los más fuertes y poderosos abusaban de su situación, pisoteando los derechos de los más débiles. No se contentaban con lo suyo, sino que procuraban hacer daño a los demás que no tenían defensa: ¿No os bastaba apacentaros de lo mejor., que pisoteabais con vuestras pezuñas el agua clara? (?. 18). El símil está tomado de lo que pasa en los rebaños. Las reses más robustas van desflorando los mejores pastos, pasando de unas hierbas a otras, dejando el resto para las que no han podido llegar a lo mejor de los pastos. Las más robustas empujan con el flanco y las espaldas, y acornean a las ovejas débiles hasta echarlas de los buenos pastos. Es justamente lo que hicieron los dirigentes de Israel (v.21). Se han cogido lo mejor, han apartado de su usufructo a los impotentes y débiles.
En el nuevo orden de cosas, Yahvé juzgará entre la oveja gorda y la flaca (v.20), es decir, dará a cada una lo que le corresponde y no permitirá que la más robusta oprima a la débil, dando, en caso contrario, el castigo merecido a la culpable.

Ez 34, 23-31. La paz mesiánica y el buen Pastor

La alegoría del pastor y de la grey es muy repetida en el A. ?. Ezequiel, después de presentar la conducta de los malos pastores, declara que el nuevo pastor fiel en la nueva restauración nacional será el mismo David. Una providencia particular sobre su grey israelita hará que triunfe el principio de la justicia y de la equidad. Ahora anuncia que Yahvé establecerá sobre esa nueva sociedad teocrática a un lugarteniente personal suyo, el pastor único que las apacienta, al que se le llama mi siervo David (v.24), que gobernará la grey en calidad de príncipe.
El nuevo Pastor regirá a todas las tribus de Israel. Desaparecerá la tradicional división, iniciada con la escisión de Jeroboam a la muerte de Salomón (930 a.C.). En la etapa definitiva de Israel en los tiempos mesiánicos, Israel se verá de nuevo bajo la égida de un único Pastor, que será como una reencarnación del gran antepasado David. Se le llama al futuro Pastor mi siervo David, porque provendrá de su estirpe y emulará con creces las hazañas del añorado rey fundador de la dinastía bendecida por Yahvé con promesas de permanencia eterna. Como el antiguo David, el nuevo Pastor será siervo de Yahvé de modo especialísimo, ya que en todo gobernará conforme a las directrices divinas.
La nueva era, presidida por el nuevo Pastor, estará caracterizada por una paz paradisíaca, en la que no habrá lugar para el temor (v.25). Las ovejas, los ciudadanos de la nueva teocracia, nada tendrán que temer de los asaltos de las fieras, que desaparecerán de la tierra. En la literatura profética tradicional se anuncia ya esta paz edénica con el cambio radical de los instintos hostiles de las fieras. La descripción de los nuevos tiempos mesiánicos es convencional e idealizada: habrá paz, lluvia abundante y frutos ubérrimos por doquier (v.27). Todo ello como consecuencia de una nueva alianza de paz (v.25). El centro de las bendiciones divinas de toda índole será el collado de Yahvé, la colina de Sión (v.26).
La fertilidad de los campos en la era mesiánica era también un tópico en la literatura profética. Los profetas coloreaban sus vaticinios mesiánicos conforme a las exigencias del ambiente. En todas las profecías hay un núcleo sustancial espiritual, que es el centro del vaticinio, y una corteza externa, en la que entra mucho la imaginación desbordada oriental. Sustancialmente las promesas se cumplen, si bien en lo accidental de un modo muy diverso a como lo presentaban los profetas del A.T. En realidad, éstos se han quedado cortos en sus descripciones ideales, ya que el mundo de la gracia -síntesis de las íntimas relaciones de Dios con la humanidad- supera con mucho a todo lo que pudieran entrever los grandes profetas del A.T. No debemos perder de vista la perspectiva doctrinal del A.T. Los profetas son hombres excepcionales, pero de su tiempo, y del futuro sólo conocían lo que expresamente les revelaba Dios, y en estas revelaciones hay un núcleo sustancial espiritual; pero, al proponerlas al pueblo, ellos presentaban esa realidad sustancialmente espiritual de modo gráfico, con concepciones tomadas de su ambiente histórico.
Ezequiel, en este oráculo, describe a los exilados la restauración de Israel como nación, entrando en una nueva etapa libre de temores. Han sufrido tanto de los pueblos enemigos, que sólo la idea de paz centraba las ansias de todos. Les anuncia solemnemente que los enemigos tradicionales de Israel serán vencidos definitivamente, rompiendo las coyundas de su yugo (v.27), con la consecuente liberación de los oprimidos. Israel se volverá a constituir sin temor a invasiones de las gentes, creando un nuevo núcleo nacional, una prole de renombre (v.29); es decir, los descendientes de los exilados volverán a constituir una comunidad nacional renombrada entre las naciones, para no volver a ser más el escarnio de las gentes. La catástrofe nacional y la cautividad habían dado ocasión a que las naciones paganas se mofaran del pueblo israelita, interpretando su derrota como un signo de impotencia de Israel y de su Dios. Pero, en el futuro, la progenie de Jacob volverá a ser el rebaño de Yahvé (?.31), el pueblo elegido, dirigido bajo una providencia especialísima divina: yo soy vuestro Dios. La antigua propensión a la idolatría desaparecerá e Israel reconocerá a Yahvé como su único Señor.

Ez 35, 1-15. Oráculo contra Edom

De nuevo el profeta lanza un oráculo contra Edom. La explicación de que este vaticinio conminatorio contra una nación pagana esté aquí en medio de estas profecías sobre la restauración de Israel, hay que buscarla en el hecho de que los edomitas, después de la caída de Jerusalén, invadieron el territorio de Judá, contribuyendo a una mayor desolación. El profeta, pues, antes de hablar de la restauración de Israel en su tierra de Palestina, anuncia que los habitantes de Edom, que se aprovecharon de la triste situación del pueblo israelita, deberán ser aniquilados por la justicia divina. Este castigo divino, pues, contra Edom es el preludio del establecimiento del reino nuevo de Israel.

Ez 35, 1-15. La asolación del territorio de Edom

El profeta no precisa la fecha en que profirió este oráculo conminatorio contra el país de Edom, pero puede lógicamente relacionarse con el vaticinio anterior. Antes de que los israelitas se instalen en la tierra patria, Yahvé se encargará de aniquilar a los edomitas, enemigos tradicionales, que se han aprovechado de la situación triste de Judá, instalándose incluso en su territorio. Por orden de Dios, Ezequiel debe dirigir su rostro hacia el monte Seir, expresión característica para indicar que el oráculo es amenazador. El monte Seir es la región montañosa de Edom, al sudeste del mar Muerto. Sobre esta región montañosa, donde estaba asentada la población edomita, el profeta extiende la mano en nombre de Yahvé con gesto amenazador. Desde los tiempos más remotos, los habitantes de Edom se habían comportado hostilmente contra sus hermanos los israelitas. El rencor, reconcentrado durante varios siglos de humillación por el poderío judío, estalló furiosamente cuando cayó Jerusalén en manos del invasor babilónico, colaborando los edomitas con los caldeos y persiguiendo despiadadamente a los fugitivos.
En ese día fatal de la desventura (v.5), los edomitas colmaron su iniquidad, excitando así la contenida ira divina. Edom ha cometido un pecado de lesa sangre al oprimir y matar al que era pariente suyo, ya que Israel descendía de Jacob, hermano de Esaú, el epónimo de los edomitas. La frase la sangre te perseguirá parece una alusión al hecho de que el mismo Israel (pariente de Edom) ejecutará el castigo sobre su opresor, Edom. En Ez 25, 14 se dice que Yahvé pondrá por obra su venganza contra Edom tomando como instrumento al mismo Israel.
La devastación será general (v.8). Las frases sobre la asolación general son hiperbólicas, para encarecer la catástrofe (henchiré de muertos tus colinas). Edom ha querido anexionarse el territorio de Judá: Míos serán ambos pueblos y ambas tierras. (v. 10). Después de la toma de Jerusalén por los caldeos, el territorio se convirtió en tierra de nadie, y es muy probable que los edomitas hayan penetrado en el territorio. La expresión ambos pueblos se refiere al reino de Judá y al antiguo territorio de Samaría. En los últimos siglos antes de Cristo, los habitantes de Edom se trasladaron al sur de Judá empujados por las tribus arábigas nabateas, que se establecieron en la antigua región de Edom. Ezequiel anuncia contra los edomitas el mismo trato que éstos dieron a los judíos vencidos (v.11). En su audacia habían pretendido vencer al mismo Yahvé (Míos serán los pueblos aunque esté Yahvé, v.8). Esto era una verdadera blasfemia. El castigo será ejemplar; toda la tierra se alegrará de ello (v.14).

Ez 36, 1-38. La Restauración completa de Israel

Después de hablar de la destrucción de los enemigos seculares de Israel como condición previa para el retorno de los israelitas a su tierra patria, el profeta habla de la restauración de la nación. El capítulo contiene dos partes: a) anuncio de la bendición de Yahvé sobre los montes de Israel, en oposición a la desolación sobre los montes de Edom (1-15); b) el castigo de Judá fue merecido; pero, por honor de su nombre, Yahvé hará retornar a los exilados, les dará un nuevo corazón, y en Palestina los colmará de todo bien. La nueva tierra de promisión se transformará en un maravilloso edén para felicidad de los repatriados (16-38).

Ez 36, 1-15. La bendición sobre los montes de Israel

En este fragmento, el país de Judá es simbolizado metonímicamente en sus montes (v.1). De hecho, el reino de Judá comprendía precisamente la zona montañosa al sur de Palestina. La expresión Israel tiene el sentido de nación israelita en general, sin contraponerlo a Judá. El profeta echa en cara a las naciones enemigas, sobre todo a Edom, que se alegraran de la desolación del país de Israel (v.2). Los pueblos vecinos de Judá creían que la situación de Palestina como tierra de nadie habría de permanecer indefinidamente, y por eso piensan instalarse en ella. Judá se había convertido en objeto de escarnio (v.3) para las otras naciones. Su supuesta superioridad religiosa de nada le sirvió en el momento del turbión de la guerra.
Yahvé, en su celo, no puede soportar la burla de su pueblo, y se propone castigar a los escapados de los pueblos (v.5), las bandas ambulantes que se habían librado de los soldados caldeos y andaban por los desiertos atacando al pueblo judío que había quedado en su tierra. Días llegarán en que los escarnecedores serán escarnecidos, mientras que los montes de Israel serán glorificados de nuevo al ser repoblados con las gentes judías repatriadas (v.8). Yahvé tendrá una particular providencia de la tierra de Palestina: a foso tros me acerco, a vosotros me vuelvo (v.8). Se había alejado momentáneamente para castigar a su pueblo por sus pecados, pero les siguió en el exilio, y volverá a protegerlos, devolviéndolos a sus hogares antiguos. Los montes volverán a ser sembrados y labrados, y las ciudades a ser repobladas (v.10). La prosperidad será la nota de la nueva situación en Palestina, de forma que se superarán los tiempos antiguos, y esa situación será definitiva, ya que Yahvé no volverá a castigarlos: no volveréis a devorarlos (v.12).
Por fin se establecerá una paz permanente en la tierra de Palestina, que, por ser una encrucijada geográfica, fue siempre lugar de lucha permanente. De ahí el título que se le da de devoradora de hombres (?.13). Siempre había sido campo de choque y de batalla entre las grandes potencias, y también objeto de incursiones y razzias de parte de las poblaciones vecinas de TransJordania. La ira aparece calcada en la información dada por los exploradores israelitas de Canaán: "Es una tierra que devora a sus habitantes." El profeta Ezequiel, pues, recoge la expresión para aplicarla a la situación anterior al exilio, cuando Palestina había sido asolada y llevados cautivos sus habitantes, y contraponerla a la nueva situación. En el futuro, todo será paz, porque Yahvé tomará al país bajo su especial protección (v.14). Palestina no devorará ya más a los hombres (v.14), sino que será el lugar edénico en el que todos vivirán en paz, sin temor a enemigos exteriores e interiores.

Ez 36, 16-24. Yahvé salvará a Israel por el celo de su gloria

Ya en el c.20 el profeta había explicado claramente que Dios volvería a preocuparse de Israel por el celo de su gloria. De suyo, Israel, por sus pecados, no hubiera merecido que se acordara de él, pero su desgracia ha sido ocasión de que los enemigos paganos se burlaran, diciendo: Estos son el pueblo de Yahvé, han sido echados de su tierra (v.20). La frase es irónica y parece insinuar que el Dios de Israel ha sido impotente para salvar a su pueblo. En realidad, Yahvé expresaba rechazo hacia Israel por sus pecados tradicionales de idolatría y homicidios (v.18), y lo consideraba impuro como una mujer menstruada (v.17). La Ley declaraba impuro a todo lo que tocare a una mujer en este estado. Es una metáfora muy expresiva para reflejar la situación abominable en que se hallaba Israel respecto de su Dios. Nada en él había que atrajera sus miradas por sus múltiples pecados, y por eso le castigó duramente con el exilio; pero esto dio lugar a que las otras naciones profanaran el nombre de Yahvé al considerarle impotente en su protección sobre la nación vencida.
Por eso ya es cuestión de salvar el honor de su santo nombre profanado (v.21). Israel, con sus pecados, ha dado ocasión a esta profanación del nombre de Yahvé entre los gentiles, ya que con sus aberraciones se hizo acreedor a los mayores castigos y aun de la destrucción de la nación como tal. El exilio había desacreditado a Yahvé ante las gentes, le había profanado, y ahora Yahvé, movido de su celo, quiere santificarse ante ellos (v.23), es decir, mostrar su poder y santidad o carácter moral y trascendente; es decir, hará ver a los gentiles que, si permitió la destrucción de su pueblo, no fue por impotencia, sino por exigencias de su justicia y santidad, que reclamaban un castigo purificador. Yahvé no puede permitir impunemente el pecado, sino que en todos sus actos se mueve por sus imperativos morales intransigentes. Cuando haga retornar a los israelitas a su patria, entonces los gentiles sabrán quién es Yahvé en su omnipotencia y grandeza.

Ez 36, 25-32. Purificación y arrepentimiento de los israelitas

Yahvé, al reintegrar al pueblo israelita, quiere que constituya una nueva comunidad totalmente distinta a la anterior al destierro en cuanto a sus sentimientos religiosos internos. Los vicios tradicionales de idolatría e injusticias sociales no deben prevalecer en la nueva teocracia, y de ahí que Yahvé los someta a una purificación lustral interna (v.25). Y esta purificación no será sólo negativa, haciendo desaparecer los pecados tradicionales pasados, sino que transformará interiormente a los nuevos ciudadanos de Israel: Os daré un corazón nuevo, os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne (v.26). Los israelitas anteriores al exilio habían tenido un corazón de piedra, insensible a los mandatos de Yahvé. En adelante los israelitas tendrán un espíritu nuevo, proveniente de su Dios, de modo que sientan instintiva atracción hacia los caminos rectos.
El profeta entrevé la nueva etapa mesiánica, en que los imperativos del espíritu serán los móviles de una nueva generación: el cristianismo. De hecho sabemos que los israelitas reintegrados a su patria después del exilio no volvieron a sentir veleidades idolátricas, sino que más bien se cerraron en un sano monoteísmo intransigente. Es la primera etapa de la nueva era vislumbrada por Ezequiel. Con la aparición del Mesías vendrá el culto de Dios "en espíritu y en verdad", síntesis del mensaje evangélico. Pero el profeta en este oráculo se fija en la primera etapa, idealizándola: el Israel histórico volverá a ser realmente el pueblo de Yahvé (v.28), ya que los corazones de los israelitas vivirán centrados en torno a su Dios. La profecía es paralela a la de Jeremías: "en aquel día seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellos serán mi pueblo. Yo pondré mi ley en ellos y la escribiré en su corazón, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo".
Como consecuencia de esta vinculación a Yahvé, vendrán toda clase de bendiciones sobre la nueva teocracia: en primer lugar, la purificación de todas las impurezas idolátricas pasadas, y después la fertilidad exuberante de la naturaleza: llamaré al trigo y lo multiplicaré (v.29). Será entonces cuando se vean participantes de las bendiciones de Dios, cuando reconozcan plenamente sus yerros pasados, entrando por la vía de una conversión sincera. Pero el profeta cierra la perícopa repitiendo que la restauración de Israel no fue debida a los méritos realizados por la Nación, sino más bien al celo de Yahvé por su nombre entre los pueblos (v.32). Deben tener en cuenta que la historia de Israel es la historia de deserciones y crímenes de todo género, y, por tanto, deben sentir vergüenza del pasado: confundios y avergonzaos de vuestras obras.

Ez 36, 33-38. Prosperidad del nuevo Israel

El profeta idealiza la situación de la tierra de promisión de los repatriados. Palestina se convertirá en un verdadero Edén, admiración de todas las gentes. En otros tiempos, Moisés había prometido al pueblo de Israel salido de Egipto una tierra que "manaba leche y miel." La nueva reinstalación de los exilados será también en una tierra feracísima. Los campos desolados recobrarán su frondosidad perdida, y las ciudades serán repobladas en número desbordante. El cuadro presentado por el profeta es cautivador para aquellos pobres exilados, acostumbrados a trabajar en los campos e industrias de los caldeos. De nuevo tenemos que repetir que debemos distinguir en estos oráculos lo sustancial espiritual del ropaje accesorio literario.
Ezequiel no encuentra mejor modo de atraer la atención de aquellos exilados, sumidos en la desesperación, que presentarles un cuadro exuberante de restauración en la tierra ahora hollada por el enemigo. La imaginación oriental del profeta reviste la nueva realidad de la repatriación -hecho sustancial de sus vaticinios- con colores vivos y atrayentes, conforme a las exigencias de la mentalidad de los oyentes. En el recuerdo de todos estaban las solemnidades en el templo, con los miles de ovejas apretujándose en los atrios exteriores del templo de Jerusalén preparadas para el sacrificio: ovejas consagradas (v.38). El profeta afirma que en la repoblación humana de la actualmente deshabitada Judá se repetirá un espectáculo semejante (v.38). Los exilados creían que la nación se extinguiría como comunidad nacional, ya que la espada, el hambre y el cautiverio habían acabado casi con la población de Judá. ¿Cómo habría de repoblarse de nuevo el hogar patrio? El profeta anuncia en nombre de Dios que llegarán días en que la patria volverá a ser desbordada de gentes repatriadas con ánimos de reconstruir la nación.

Ez 37, 1-28. Resurrección de la Nación Israelita

Las afirmaciones precedentes de Ezequiel, sin duda que suscitaban en la mayor parte de los oyentes escepticismo. ¿Cómo Judá habrá de verse algún día restaurada en su patria con plena libertad? El imperio de Nabucodonosor parecía omnipotente, y, por tanto, su opresión habría de permanecer por siglos. El profeta, para realzar más sus promesas, les comunica una visión que ha tenido sobre la restauración de Israel. Cierto que el pueblo israelita había sido reducido a un estado esquelético, pero la omnipotencia divina puede de nuevo reanimar estos huesos disecados. Israel será restaurado como nación, y de nuevo todos los israelitas, dejando sus anteriores tradiciones cismáticas, se unirán para formar un solo reino futuro. El capítulo se divide netamente en dos partes: a) visión sobre la restauración de la comunidad israelita (1-14); b) acción simbólica sobre la unión de los dos reinos israelitas, Judá y Efraím (15-28).

Ez 37, 1-10. Visión de los huesos secos

El cuadro que presenta el profeta es espeluznante: un campo lleno de huesos secos. En nombre de Dios proclama un nuevo oráculo a los exilados. La expresión fue sobre mí la mano de Yahvé indica en la literatura profética un influjo divino especial irresistible sobre el vidente. La visión aparece perfectamente escenificada. El profeta da vueltas al campo apocalíptico de esqueletos humanos expuestos a la intemperie. Todo era impresión de muerte. De un lado, Ezequiel ve que estos huesos eran incalculables, y por otro sabe que están completamente secos, sin nervaduras ni carne. Ya hacía tiempo que el soplo vital había partido de ellos. El Señor le interroga sobre la posibilidad de que estos esqueletos sean de nuevo reanimados por la vida (v.3). El profeta no niega la posibilidad de la resurrección de estos huesos, pues sabe que Dios es omnipotente: Señor, tú lo sabes, es la respuesta prudente de Ezequiel (v.3).
Sin duda que en la visión el profeta nota que Yahvé quiere hacer algo excepcional. Por orden suya profetiza sobre los huesos secos. Ezequiel aparece como instrumento de esta resurrección, en cuanto que será el paladín de la esperanza de la resurrección nacional de Israel en el cautiverio. La palabra profetiza indica que Ezequiel debe conducirse como profeta, es decir, transmisor de un designio divino. La vivificación de los huesos aparece altamente dramatizada: primero se juntan los nervios, después se llenan de carne y, por fin, son vivificados por el hálito vital (v.6). Según la mentalidad popular, la vida venía directamente de Dios, quien infundía a cada ser el soplo vital.
Aquí este espíritu es lo último que sobreviene al esqueleto ya articulado con los nervios y la carne. En la formación del primer hombre se sigue el mismo orden, pues el hálito vital es infundido después que ha sido configurado el hombre en lo material externo. En la visión de Ezequiel, el hálito vital o espíritu (rúaj) ha de venir de los cuatro vientos (v.9), porque debía informar a todos los huesos que en el campo estaban esparcidos en las cuatro direcciones. Ninguno debe quedar sin ser vivificado. Como consecuencia de la invocación del profeta al espíritu sobre aquellos huesos secos, éstos se vivificaron, y ante los ojos atónitos del vidente había allí un ejército inmenso de hombres resucitados (v.10).

Ez 37, 11-14. Explicación de la visión

La explicación de la apocalíptica visión es clara en el contexto y la declaración subsiguiente: los huesos resucitados son los exilados de Israel, que se creen ya sin esperanza de resurrección nacional: estamos perdidos. (v.11). La desesperación era la característica de los exilados después de la ruina definitiva de Jerusalén. Se creen totalmente abandonados de su Dios. Ezequiel quiere levantar los ánimos. La visión que acaba de exponer es el mejor símbolo de lo que va a suceder en el futuro, pues Israel será de nuevo reanimado, con la ayuda de Dios, y reintegrado a su patria. Los israelitas exilados están como muertos en sus sepulcros, pero Yahvé los va a sacar de este estado, vivificándoles para hacerlos volver a la tierra de Palestina (v.14). Nada en el contexto favorece la opinión de que aquí se trata de la resurrección de los muertos, aun limitada al pueblo israelita como en Dn 12, 2.

Ez 37, 15-28. Un solo reino bajo el cetro único del nuevo David

Después de anunciar solemnemente, en la explicación de la visión anterior, la repatriación de los exilados, el profeta anuncia que en el futuro desaparecerá la tradicional división de las diez tribus del norte, con Efraím a la cabeza, y las dos del sur, con Judá por capital. Esta unión de las doce tribus la expresa Ezequiel con una acción simbólica para llamar más la atención de los oyentes. Por orden divina, el profeta toma dos palos; en uno debe escribir: Judá y los israelitas que le están unidos; y en otro: José y la casa de Israel que le está unida (v.16). El primer palo, pues, simbolizaba el reino del sur, y el segundo el reino del norte, en el que descollaba la tribu de Efraím, hijo de José. En efecto, por su belicosidad y los muchos caudillos que dio, Efraím se constituyó en cabeza moral de las tribus cismáticas del norte después de la muerte de Salomón. En lo futuro, las doce tribus volverán a reunirse bajo un solo rey. El profeta, para significar esto, junta un palo al otro (?.17). Días llegarán en que Yahvé reunirá a todos los componentes de todas las tribus dispersas entre las gentes y las volverá a su tierra (v.21). Juntas constituirán un solo pueblo, bajo un solo rey, al que se le llama mi siervo David (v.24). De nuevo se repite que la futura teocracia estará calcada sobre la añorada época de David. El profeta une siempre la repatriación de los exilados a la inauguración de los tiempos mesiánicos. De hecho, el retorno de los exilados fue el principio de la nueva comunidad nacional, en la que había de aparecer el Mesías. En los profetas suele faltar la perspectiva histórica, y viven de la esperanza mesiánica. En sus ansias de realización, la presentan como próxima para reavivar las esperanzas en el pueblo, decaído de ánimos. Es justamente lo que hace Ezequiel entre sus compañeros de destierro. Con estas ansias de levantar los ánimos, el profeta idealiza el futuro, y piensa en la nueva era, en que reinará la paz y equidad como consecuencia de una nueva alianza (v.26), que será definitiva por los siglos. Dios volverá a ser el centro de los corazones de los israelitas, pues volverá a establecer su morada entre ellos en su santuario cíe Jerusalén. Entonces sabrán las gentes que Yahvé ha santificado a Israel (v.28), es decir, lo ha separado de entre las naciones para ser pueblo suyo y entrar en la atmósfera de santidad e incontaminación que exige la presencia divina. El cumplimiento de este vaticinio se da en la Iglesia como Israel espiritual, heredero de las promesas del antiguo Israel histórico. El profeta, pues, entrevé la gran realización, si bien la condiciona a la mentalidad viejotestamentaria de su tiempo.

Ez 38, 1-23. Invasión de Gog. Destrucción de su Ejército

Los capítulos 38-39 son netamente apocalípticos por su estilo; en ellos se describe primero la invasión de un pueblo guerrero venido del norte con un caudillo llamado Gog. Después de cumplir su misión de castigo sobre el pueblo de Israel, los invasores son, a su vez, destruidos por la mano omnipotente de Yahvé. El estilo es desbordante dentro de la línea de los libros llamados apocalípticos, que tanto pululan entre los judíos en los siglos inmediatamente anteriores y posteriores a Cristo. Por esto, muchos autores independientes pretenden que estos dos capítulos son una adición posterior redaccional, insertados por un compilador de época tardía. El autor de estos fragmentos apocalípticos quiere destacar el asalto definitivo de las fuerzas enemigas del pueblo de Dios contra éste para que no se establezca la era mesiánica anunciada por los profetas.
Gog representa aquí a todos los poderes del mal, que se oponen a la instauración del reino de Dios en la tierra. Es un símbolo colectivo, en cuanto que representa a los jefes de todos los pueblos que a través de la historia se oponen al pueblo de Dios y a los designios mesiánicos divinos. Es el prototipo del anticristo, como síntesis de la oposición a Dios en el A.T.

Ez 38, 1-9. Preparación de la invasión de Gog

La fórmula introductoria es semejante a la que hemos visto a propósito del oráculo contra Edom. El profeta debe dirigir su rostro hacia el norte, donde reina un tirano llamado Gog, quizá personaje ficticio, tipo del agresor pagano contra el pueblo de Dios. Ciertamente que el profeta lo presenta viniendo de la región de Armenia, de donde en el siglo VII vino la famosa invasión de los escitas, tribus guerreras indoeuropeas que con sus caballos arrollaron a los pueblos del Antiguo Oriente. En el texto que estudiamos, el profeta presenta al caudillo bárbaro interpelado hostilmente por Yahvé (Heme aquí contra tí, v.3). Aunque se le permite invadir el territorio del pueblo de Dios, debe saber de antemano que al fin será derrotado. Le tratará a su antojo, poniéndole freno en sus mandíbulas (v.4). Su invasión no tendrá más alcance que el que le permita Dios, que le enfrena por la boca como a un corcel indómito.
Gog, pues, va a invadir la tierra de Yahvé, secundado por otros pueblos. Sin saberlo es un juguete en las manos de Dios, que le invitará a invadir la tierra salvada de la espada (v.8), es decir, Palestina. La frase prepárate, apréstate. del ?.7 tiene un carácter irónico. La expresión al cabo de años indica en el contexto profético simplemente el futuro, pero a veces alude a la inauguración de la era mesiánica. Aquí en Ezequiel parece aludir a ambas cosas a la vez, ya que presiente cercano el día de la manifestación mesiánica, que, por otra parte, ha de ser precedido de un último ataque a la teocracia judía, dirigido por ese ejército que viene del septentrión. Gog caerá como un ciclón con sus ejércitos sobre los montes de Israel (v.9).

Ez 38, 10-16. Insolencia del invasor

Ha llegado el momento de la invasión, y el caudillo de los pueblos enemigos del pueblo de Dios concibe perversos designios en su corazón, ya que no piensa sino en la devastación y el saqueo. Su cinismo es tanto mayor cuanto que tiene conciencia de atacar a un pueblo indefenso (v.11), que habita en el ombligo de la tierra, o región central del mundo. Los pueblos que tradicionalmente se dedicaban al comercio, al oír las nuevas de la próxima invasión, se preparan para acompañar a las tropas en provecho propio, y así preguntan ansiosos a Gog: ¿Vienes en busca de botín? (v.13). Son como jóvenes leones que van sobre la presa. Las antiguas expediciones militares iban seguidas de voraces mercaderes, ávidos de esclavos y de botín para comprarlos a los soldados y después venderlos en los mercados internacionales.
El profeta, después de aludir a esta costumbre de la época, anuncia que Gog se pone, finalmente, en camino desde las extremas regiones del septentrión (v.14), e.d., de Armenia y Asia Menor, para caer con sus caballos -fuerza militar característica de las hordas escitas de origen indoeuropeo- sobre Israel, el pueblo de Yahvé. Dios hace que marchen contra Él y su pueblo para santificarse, es decir, mostrar después su omnipotencia y superioridad, derrotándole, ante los ojos de los gentiles (v.16). En definitiva, el triunfador será Yahvé, que vencerá a los enemigos de Israel en su última tentativa de hacerle desaparecer.

Ez 38, 17-23. La destrucción del invasor

Ezequiel quiere autorizar su vaticinio citando a los antiguos profetas que le precedieron (v.17). No sabemos en concreto a qué profecías se refiere, pues en absoluto pudiera el profeta aludir a oráculos no registrados en los libros canónicos. Desde luego podemos rastrear en la literatura profética canónica fragmentos en los que se habla de la derrota de las potencias paganas que se empeñaban en oponerse a Israel. La intervención airada divina es descrita con colores apocalípticos: toda la naturaleza se conmoverá, y con ella todos los animales (v.18). Naturalmente, las expresiones no han de tomarse a la letra, ya que son hipérboles orientales para describir el efecto de la venganza divina sobre el ejército invasor. Los flagelos de peste, hambre y espada serán los instrumentos de la justicia divina (v.22). La dramatización del cuadro es imponente y muy conforme con la imaginación desbordada oriental. El profeta quiere impresionar al auditorio con esta descripción altisonante. Era tradicional presentar a Yahvé rodeado de majestad y furor, como en las teofanías del Sinaí. En esas manifestaciones airadas veían los israelitas reflejada la santidad de su Dios, es decir, su incontaminación, su trascendencia y su carácter numénico: y me magnificaré y haré muestra de mi santidad. (v.23).

Ez 39, 1-48. Fin Desastroso de Gog

El profeta continúa describiendo la invasión y el castigo que le espera al invasor. La derrota será tal, que los judíos se dedicarán durante siete años y siete meses a quemar las armas del enemigo vencido y a enterrar sus cadáveres. El género apocalíptico se despliega aquí en toda su ampulosidad imaginativa. Con la victoria grandiosa de Yahvé, los gentiles reconocerán la omnipotencia y justicia de Yahvé, el Dios de los judíos.

Ez 39, 1-8. La derrota de Gog

El profeta se encara de nuevo con el invasor y le recuerda irónicamente que en todos sus movimientos invasores no es sino instrumento de la voluntad divina, que lo empuja sobre Israel para demostrar la omnipotencia de Yahvé al derrotarlo totalmente. En su itinerario desde el septentrión (v.2), su patria de origen, Armenia o montes caucásicos, no hace Gog sino cumplir los designios divinos. Y es inútil que se presente con un ejército bien armado, porque sus armas se les caerán de las manos (?.3). No les espera sino morir en el campo de batalla, quedando sus soldados insepultos para pasto de las aves y de las fieras del campo. Era la mayor ignominia para un caudillo guerrero el quedar insepulto sin tener honores fúnebres. Y no sólo los invasores sufrirán esta terrible suerte, sino hasta su país de origen, Magog, será pasto de las llamas (v.6). Las islas en la literatura profética son una designación vaga para indicar las ciudades paganas costeras del Mediterráneo. Aquí, según el texto hebreo, están asociadas a la suerte de Magog; pero, según la versión griega, "las islas serán habitadas en paz," lo que sorprende en el contexto; probablemente es glosa.
Con la derrota estruendosa del invasor de Israel se manifestará el santo nombre de Yahvé (v.7). Al ser vencidos los judíos, los paganos habían profanado el nombre de Yahvé al hacer befa de Él, declarándole impotente para defender a su pueblo. Ahora, en cambio, al manifestarse plenamente la omnipotencia divina, reconocerán que es el Santo de Israel (v.7), es decir, el que, por un lado, es trascendente e incontaminado, y, por otro, está vinculado a Israel, en cuanto que le ha escogido como pueblo suyo.

Ez 39, 9-20. Proporciones desorbitadas de la derrota de Gog

El profeta sigue describiendo las proporciones de la catástrofe del ejército invasor. Será tal su derrota y el número de sus guerreros caídos en la batalla, que los israelitas tendrán provisión de leña para siete años con las armas de los invasores (v.9). Gog encontrará su sepultura en la zona dominada por Israel, en el valle de Abarim, al este del Jordán, lugar de muchos monumentos megalíticos. Se cambiará el nombre en Amón-Gog, o muchedumbre de Gog (v.11), porque allí fue sepultado su ejército. Los israelitas tendrán que dedicarse con ahinco a enterrar los miles de cadáveres que yacen en el campo durante siete meses. Esta expresión, como la anterior de siete años, indica simplemente un largo lapso de tiempo. Los cadáveres mancillaban con impureza legal el lugar donde se encontraban; por eso era preciso buscarlos cuidadosamente, de modo que la tierra de Yahvé no estuviera contaminada. Para facilitar el trabajo a los enterradores, se nombraría una comisión de hombres para reconocer el terreno, los cuales debían poner una señal donde encontraban un cadáver (v.14). Los enterradores debían recoger el cadáver, señalado con una indicación por los miembros de la comisión investigadora, y los trasladaban al valle de Amón-Gog, fuera de los límites de la Tierra Santa (v.16). En la estructura que Ezequiel va a trazar en los capítulos siguientes para la Tierra Santa, exige que ésta se vea libre de toda contaminación ilegal.
El profeta invita, además, a todas las aves del cielo y a las fieras del campo a participar del banquete del sacrificio inmenso de la gran hecatombe. En los sacrificios del templo, una parte de la víctima inmolada la comían los oferentes y convidados. Aquí son convidados por Yahvé las fieras del campo y las aves del cielo a participar de la carroña de los restos del ejército que ha quedado tendido en los montes de Israel (?.17). Las frases de invitación son duras e irónicas: comeréis carne de héroes. (v.18). Los mejores guerreros del ejército invasor serán pasto ignominioso de las aves y fieras. Toda esta hecatombe ha sido como un sacrificio que ha inmolado Yahvé (v.19) en honor de estos animales carniceros.

Ez 39, 21-29. Glorificación del nombre de Yahvé

La gran victoria sobre el enemigo invasor será ocasión de reconocer la gloria de Yahvé, pues todos serán testigos de la implacable justicia suya, que envía sus castigos, sin dejar nada impune. De un lado, la casa de Israel reconocerá a Yahvé por su Dios, que los ha castigado primero y los ha salvado después, y de otro, las gentes reconocerán que, si Israel fue vencido y llevado al cautiverio, no fue por impotencia de su Dios, sino por sus rebeldías y pecados, que exigían el castigo divino, y sobre todo el mayor de todos: que Yahvé escondiera su rostro para que Israel se sintiera solo entregado a sus propias fuerzas ante sus enemigos (v.23).
Pero, después de haberlos castigado según sus merecimientos, Dios ha decidido salvarlos de nuevo para mostrar su amor hacia Israel y su omnipotencia ante los gentiles, velando por su santo nombre (v.25). Por el celo de su honor, Yahvé ha hecho volver a los israelitas del cautiverio y ha vencido estrepitosamente a sus enemigos. Con este milagroso retorno, Yahvé aparecerá santificado a los ojos de las gentes (v.27), es decir, se le reconocerá su santidad al castigar a su pueblo, y su omnipotencia al liberarlo. Tanto cuando los envió al cautiverio como cuando los hizo retornar de él, se mostró la grandeza del Dios de Israel (v.28). Ya no volverá a esconder su rostro de ellos, sino que los protegerá indefinidamente, pues les infundirá un espíritu nuevo sobre los ciudadanos de la nueva teocracia, de forma que siempre vivan vinculados a Él, sin que vuelvan a sus transgresiones pasadas (v.29).

Ez 40-48. La Nueva Teocracia de Israel

La misión de Ezequiel era consolar a los exilados y alentar en ellos la esperanza de la resurrección nacional. En los capítulos anteriores ha hablado insistentemente sobre el triunfo definitivo de Israel sobre los enemigos. Ahora va a abordar la cuestión sobre la restauración del templo y del nuevo culto. El templo de Jerusalén había sido el centro de la vida religiosa antes del exilio y ahora estaba totalmente destruido. En la nueva reconstrucción nacional no faltará el templo como centro de la vida de los ciudadanos de la nueva teocracia. La descripción es idealista: la nueva Tierra Santa debe estar totalmente libre de pecado, y los israelitas del futuro sentirán una especialísima veneración por todo lo sagrado relacionado con Yahvé. Esta preocupación cultual es característica de esta última parte del libro de Ezequiel. Desde el punto de vista literario, la descripción detallada de la nueva estructura de Israel es muy convencional y simbólica: el nuevo Israel aparece organizado teocráticamente bajo Yahvé como rey, que tiene su residencia en el templo de Jerusalén y desde allí gobierna y preside todas las actividades del pueblo.
La descripción del templo-palacio de Yahvé es minuciosa, para impresionar al auditorio (c.40-43); y toda la vida de culto aparece con un boato y magnificencia que oscurece a las del antiguo templo de Salomón (c.44-46). La idea central de estos capítulos es la santidad de Yahvé, que exige perfección y pureza máxima en todo. Hasta las proporciones del templo deben estar presididas por la máxima simetría, símbolo de lo perfecto. En lo esencial, la descripción del templo está calcada sobre lo que nos dice la Biblia acerca del antiguo de Salomón. En lo interior hay modificaciones conforme a la estructura ideológica que el profeta quiere imprimir a cada detalle. El templo -morada de Yahvé- estará más aislado de lo profano que el antiguo, destruido en 586 a.C. El honor y la majestad de Dios exige que se guarden las distancias, de forma que nada que no sea santo se acerque a su recinto. Naturalmente, este templo soñado por Ezequiel nunca tuvo realización, y permaneció "en los archivos de la escatología". Ezequiel es un profeta que juega con ideas, y a éstas queda todo subordinado, tanto en la estructura del templo como en la organización del futuro culto. Su misión como profeta era consolar y sembrar esperanza, y, con esta preocupación, idealiza la estructura de la nueva Tierra Santa y de su templo, lo mismo que idealizan los profetas los tiempos mesiánicos.

Ez 40, 1-49. El nuevo Templo de Jerusalén

El capítulo puede dividirse en dos partes: a) el atrio exterior y sus puertas (1-27); b) el atrio interior y sus puertas (28-47). En la primera parte, después de una introducción sobre las circunstancias de la visión (1-4), se describen: el muro y puerta exterior oriental (5-16), el atrio exterior y sus cámaras (17-19), la puerta exterior septentrional y meridional (20-27), las puertas del atrio interior (28-37), los utensilios y disposición en la puerta oriental (38-43), las salas junto a la puerta septentrional y meridional (44-47) y el vestíbulo del templo (48-49).

Ez 40, 1-5. Circunstancias de la visión

En la datación se nos dan dos puntos de partida: el de la deportación (598) y el de la destrucción de la ciudad de Jerusalén (586). El año veinticinco de nuestro cautiverio y el año catorce de la toma de la ciudad (v.1) nos llevan al 573-572 a. C. El comienzo del año desde el exilio era en otoño (septiembre-octubre), el mes de Tishri (mes séptimo según el cómputo que parte de marzo-abril: Nisán). No sabemos a punto fijo cuál es el cómputo que sigue Ezequiel. Si efectivamente supone el comienzo de año en otoño, tenemos que el i o del mes coincidía con la gran fiesta de la expiación. En esa fecha hacía trece años que Ezequiel había pronunciado sus últimos oráculos, relatados en su libro.
El profeta se siente en este otoño del 573 bajo una impresión especial de Dios: aquel día fue sobre mi la mano de Yahvé. En visión fue trasladado a la tierra de Israel sobre un monte altísimo. Se trata de una visión imaginaria, la normal en los profetas. Llevado de la imaginación, el profeta aparece sobre un monte altísimo, idealización de la modesta colina de Sión. Ya Isaías había presentado a Jerusalén, centro de la teocracia judía, sobre el monte más alto, dominando a todos los montes. Para los profetas, Sión, en la nueva era mesiánica, debía ocupar un lugar privilegiado. Al mediodía, o sur del monte, estaba una edificación de ciudad (v.2), es decir, Jerusalén, y, sobre todo, el recinto sagrado del templo con sus múltiples y grandiosas construcciones. La localización de la ciudad está sobre la antigua, es decir, en la parte meridional del tradicional atrio del templo, mirando hacia el sur, en la falda de la gran colina.
Ezequiel está frente al lado oriental del muro exterior (v.6), y a la entrada de este lado está un varón de aspecto como de bronce bruñido (v.3), un ser resplandeciente como el bronce bruñido, lo que caracteriza a los seres celestiales. Este varón deslumbrante tiene en sus manos los instrumentos de medir: una cuerda de lino, para las dimensiones más largas, y una caña, para las más pequeñas. El profeta es invitado a prestar especial atención, pues tiene que comunicarlo a la casa de Israel. Es su misión de profeta: transmitir mensajes divinos al pueblo en orden a sus intereses religiosos. El misterioso varón intérprete le invita a extender su mirada sobre la muralla exterior (v.5a), que separaba el sagrado recinto de lo profano. Era lo primero que aparecía a su vista, y simbolizaba la distinción entre lo santo y lo profano, que es la clave para entender esta enmarañada descripción arquitectónica que va a seguir.

Ez 40, 5-16. Descripción del muro y de la puerta exterior oriental

El profeta, al empezar la descripción detallada, nos da la amplitud de la caña de medir, que era de seis codos, y cada codo era equivalente a un codo (ordinario) y un palmo (v.5b). Existían dos tipos de codos: el real o grande, que incluía siete palmos (el palmo eran cuatro dedos de la mano juntos), y el codo ordinario, que equivalía a seis palmos. El profeta, pues, especifica que la caña que utilizaba el intérprete de Ezequiel era de seis codos grandes. Con ella midió el espesor del muro, que resultó ser de una caña, es decir, de unos tres metros largos. La altura era de la misma medida. Después pasó a medir la puerta oriental, que resultó ser de la misma anchura que el muro: tres metros largos. Antes de la puerta había que subir siete gradas, que tienen importancia simbólica, ya que, a medida que uno se acercaba a la morada de Dios, el santo de los santos, debía elevarse. Así, del atrio exterior al interior hay que subir ocho gradas (?.31), y después, de éste al santuario propiamente tal, se subían aún diez gradas. La santidad del recinto va aumentando a medida que, se suben las gradas, y el que ascendía por ellas debía pensar que, cuanto más se acercaba a la morada de Dios, debía santificarse interiormente.
Una vez descrita la puerta oriental, el profeta avanza por el pórtico, que tiene tres cámaras de cada lado, para los servicios de guardia y de conservación, como en los palacios. Las cámaras tenían cada una de ancho y de largo como el espesor del muro, es decir, unos tres metros amplios. Cada cámara estaba separada de la siguiente. Estas cámaras estaban separadas entre sí por unos contrafuertes o pilastras de cinco codos (?.7), e.d., unos dos metros y medio amplios. La última cámara daba hacia el vestíbulo, separada de éste por una caña (3, 15 m.), que es el grosor del muro externo. El vestíbulo, que daba acceso al atrio exterior, tenía ocho codos (4,20 m.), y tenía dos pilastras de dos codos de anchura (1,05 m.). De esta descripción se deduce que este pórtico oriental era un rectángulo de 50 codos de largo (26, 25 m.) y de 25 de ancho (13,125 m.). El v.11 es muy oscuro y difícil de conciliar con lo anterior, pues depende del sentido de la palabra hebrea Orej, que hemos traducido por longitud.
Ante cada cámara había una barrera o enrejado, quizá para protegerlas (v.12), de un codo de alto (poco más de medio metro), que debía de estar entre pilastra y pilastra. El espacio libre, abertura o puerta entre el techo de una cámara (v.13) y el techo de la que estaba enfrente, medía 25 codos (unos 13 m.). Las pilastras que daban acceso al atrio interior, al final del pórtico descrito, medían 60 codos (31, 50 m.), las cuales por su altura nos recuerdan las enormes columnas que daban acceso a los templos egipcios. Todo el pórtico o corredor de entrada medía cincuenta codos (26, 25 m.), que es el resultado de las medidas parciales antes indicadas. Hacia el interior del corredor, sobre las cámaras, se abrían ventanas aspilleradas (v.16), más abiertas hacia el exterior, o abocinadas, como en los castillos medievales y en las construcciones fenicias antiguas. Su forma se ordenaba a la mejor defensa desde el interior. Así, pues, el acceso al atrio exterior estaba organizado como una fortaleza preparada para la defensa. Sobre las pilastras enormes que daban acceso al atrio exterior había capiteles en forma de palmas, adorno tradicional en los templos egipcios.

Ez 40, 17-19. El atrio exterior

El profeta es introducido por su guía en el atrio exterior después de atravesar el corredor o pórtico de ingreso, que acaba de describir. Adosadas a los muros exteriores del atrio ve cámaras, semejantes a las del templo de Salomón, y en derredor del atrio había un solado o pavimento empedrado, que es llamado inferior (v.14) por contraposición al pavimento del atrio interior, que estaba en un nivel más alto. El número de las cámaras es de treinta (?.17). No dice cómo estaban distribuidas. Lo mejor es suponer que en cada lado norte, sur y este había ocho, y seis en el lado oeste, donde había que dejar lugar para una construcción particular que enumera en 41, 12. Más tarde dirá el uso que tendrán estas cámaras. Después el guía midió el espacio que hay entre el pórtico o corredor antes descrito (v.6-12), la fachada inferior, y el pórtico o frontispicio que da acceso al atrio interior, y el resultado fue de cien codos (52, 50 m.). Esta misma distancia habrá de los pórticos septentrional y meridional (v.23.27).
La frase hacia oriente y norte (v.18) parece glosa introductoria para pasar a describir el pórtico del norte.

Ez 40, 20-23. El pórtico septentrional

La disposición del nuevo pórtico y sus particularidades, como cámaras y pilastras, era totalmente igual a la de la puerta oriental descrita. La forma de todo el conjunto del atrio exterior y sus muros es un cuadrado perfecto, y la distribución, completamente simétrica. Frente al pórtico exterior oriental del atrio inferior se alzaba el pórtico oriental del atrio interior, y frente a la puerta septentrional del atrio exterior se alzaba la puerta septentrional del atrio interior, que estaba enclavado dentro del exterior y en un nivel superior. La distancia entre la puerta septentrional de ambos atrios es de cien codos, como la que había entre los pórticos orientales de ambos atrios. El profeta concibe la morada de Yahvé perfectamente aislada de lo profano por atrios concéntricos, que se van elevando a medida que se acercan al santuario o santo de los santos.

Ez 40, 24-27. El pórtico meridional

La descripción anterior, con las mismas particularidades, se repite para esta puerta meridional. La simetría es perfecta, y el simbolismo el mismo. Ezequiel tiene aquí un espíritu rectilíneo geométrico, que es símbolo de la perfección divina, que debe inundar el recinto del templo ideal. Como antes hemos dicho, la disposición es totalmente convencional en función de ideas teológicas, si bien conservando ciertas grandes líneas del trazado del templo salomónico.

Ez 40, 28-37. Las puertas del atrio interior

El profeta entra con su guía por la puerta del mediodía, que acaba de describir, hacia el atrio interior, que por el norte, el oriente y el mediodía tiene pórticos análogos a los descritos para el atrio exterior, con la diferencia de que se sube a ellos por ocho gradas, en vez de siete, y de que las grandes pilastras de acceso dan hacia el atrio exterior y no al atrio interior.

Ez 40, 38-43. Utensilios para degollar las víctimas

En el atrio interior, frente al santuario o santo de los santos, estaba el altar de los holocaustos, donde se quemaban las víctimas y se derramaba su sangre. Los actos de descuartizar y preparar la víctima eran realizados junto al vestíbulo del pórtico oriental. En una cámara aneja se lavaban las víctimas (?.36), y a cada lado de la puerta del vestíbulo estaban las mesas para degollar a las víctimas de los holocaustos y de los sacrificios por el pecado y por el delito (v.39). En la entrada exterior de la puerta, a un lado y otro de la escalinata, de ocho gradas, al lado norte de la puerta oriental, había dos mesas para la inmolación (v.41). Había, pues, ocho mesas, cuatro en el interior del vestíbulo (dos de cada lado) y cuatro en el exterior (dos de cada lado). Junto a cada una de las cuatro parejas de mesas había otras cuatro mesas de piedra, cuadradas (de 78,7 cm. de largo, por otro tanto de ancho y 52, 5 cm. de altas), en las que se depositaban los utensilios para degollar las víctimas. El v.43 ha sido muy diversamente traducido. Según la versión que hemos dado, las mesas eran un poco levantadas por los lados exteriores, para contener las carnes de las víctimas.

Ez 40, 44-49. Cámaras de los sacerdotes y santuario

En el atrio interior había dos cámaras, una junto al pórtico septentrional y la otra junto al meridional. Ambas, pues, se hallaban frente a frente (v.44). La del lado norte estaba reservada a los sacerdotes que se encargaban de los servicios auxiliares (v.45), como guardar el templo y otros servicios más humildes, en contraposición a los que tienen el servicio del altar (v.46), es decir, los que quemaban las víctimas sobre el altar y hacían las abluciones rituales, los cuales pertenecían a la familia de Sadoc. Los otros, pues, llamados sacerdotes encargados de servicios auxiliares, eran simplemente levitas, o sacristanes en la nomenclatura de hoy. El atrio interior es un cuadrado perfecto (de 52, 5 m. de largo por otro tanto de ancho: cien codos, v.47); en él estaba el altar de los holocaustos, probablemente frente a la fachada del santuario o santo de los santos. No obstante, Ezequiel no concreta su posición exacta y dimensiones. Ahora, después de atravesar y describir el atrio interior, el profeta avanza dirigido por su supuesto guía y entra en el vestíbulo del santuario, o edificio más sagrado del recinto. Allí comenzaba el templo propiamente tal, llamado la casa de Yahvé (v.48).
El umbral o puerta tenía una anchura de 7, 25 metros (14 codos) y dos pilastras o muros que la delimitaban por ambos lados, de 2, 62 metros (cinco codos). Cada muro en el interior del vestíbulo es de 1, 57 metros de largo (tres codos). De este modo, la largura total del vestíbulo era de 20 codos (14 del umbral y 3 + 3 de los muros laterales o pilastras). Y su anchura era de 6, 3 metros (12 codos). Al vestíbulo se subía por diez gradas.
Tenemos, pues, que el conjunto de edificaciones del recinto sagrado estaba constituido por tres terrazas superpuestas, que progresivamente se elevaban sobre el suelo: del terreno profano se subía al atrio exterior por siete gradas; del atrio exterior se subía al interior por ocho gradas, y del atrio interior al santuario se subía por diez gradas. Algunos autores han querido ver en esta disposición ideal de Ezequiel un calco de las construcciones de los zigurat, o pirámides escalonadas de Mesopotamia, que constituían la morada de la divinidad. No obstante, en la distribución del templo más bien se inspiró Ezequiel en el recuerdo del antiguo salomónico. Así, a la entrada del santuario, o casa de Yahvé, pone junto a las pilastras dos columnas, que parecen un eco de las famosas salomónicas de bronce, llamadas Booz y Yakin.

Ez 41, 1-26. El Nuevo Templo de Jerusalén en su parte Santísima

Sigue la descripción empezada en el capítulo anterior, pero ahora el profeta detalla la parte más santa del recinto sagrado, la casa de Yahvé por antonomasia. Los atrios y vestíbulos anteriores no tenían otro objeto que preparar al fiel israelita para acercarse, en una atmósfera de mayor separación de lo profano o santidad, a lo que constituía el núcleo fundamental del recinto sagrado, morada de Yahvé.

Ez 41, 1-4. El santuario y el santo de los santos

El profeta, dirigido por su guía imaginario, entra en el templo o hekal, que era la parte de la casa entre el vestíbulo y el santísimo. Las pilastras son los dos muros, análogas a los del vestíbulo, pero más anchas: 3, 15 metros cada una (seis codos). El vano de la puerta, o espacio entre ambas pilastras, era de 5, 25 metros (10 codos). Los lados o paredes laterales eran de 2, 62 metros (cinco codos) cada uno. El hekal, o santuario, pues, era un rectángulo de 21 X 10, 5 (40 X 20 codos). El profeta penetró más adentro, ya en la zona más sagrada y misteriosa, llamada santísimo o "santo de los santos." Los contrafuertes de la entrada, o pilares, medían 1,05 metros de grosor (dos codos), y la anchura de la puerta era de 3, 15 metros (seis codos). Por el v.23 sabemos que el santísimo tenía dos puertas, con dos batientes cada una. Entre ambas puertas debía de haber un cuerpo central o columna, lo que nos daría con su grosor la anchura de la entrada, de siete codos (3, 67 m.), de que habla el v.3.
Es interesante ver cómo en el santísimo sólo entra el guía, y no Ezequiel, el cual, por ser simple sacerdote, no tenía acceso a este sacratísimo recinto. El santísimo era un cuadrado de 10, 5 metros (20 codos). Son casi las medidas del templo salomónico. El guía denomina enfáticamente aquel lugar el santo de los santos, hebraísmo que nosotros traduciremos por santísimo. Es el recinto cuadrado separado del hekal o santuario, antes descrito, y que se consideraba como la morada de la divinidad. Sólo el sumo sacerdote, una vez al año, el día de la expiación, tenía acceso a este misterioso recinto, en el que en los primeros tiempos se guardaba el arca de la alianza, y después se caracterizaba por el vacío total. Era la mejor atmósfera para la trascendencia del Dios de Israel, que debía habitar fuera de lo que pudiera ser contaminado y profano.

Ez 41, 5-15. El edificio lateral

La casa aquí comprende el vestíbulo, el santuario o hekal y el santísimo. En torno al santuario y al santísimo se extendía, por el norte, mediodía y oeste, un nuevo edificio anejo, que resultaba de la adición de otro muro a breve distancia del muro del santuario y del santísimo. El espacio resultante entre ambos muros se dividía en pisos superpuestos, en los que había treinta cámaras (v.6) en cada piso, según la lectura que hemos seguido de los LXX. El muro del santuario, a medida que se elevaba, perdía en grosor, de modo que las cámaras de los pisos superiores se iban ensanchando progresivamente (v.7). Parece que había una escalera que subía del piso inferior a los otros dos, y que delante de las cámaras había un corredor (la palabra hebrea que así hemos traducido es de sentido incierto). El supuesto corredor daría hacia el santuario, mientras que las cámaras darían al exterior. El texto no dice si éstas tenían ventanas, aunque puede suponerse.
El santuario estaba sobre una elevación (v.8), quizá una nueva plataforma sobre el nivel del atrio interior. Entre las cámaras y la casa había un espacio vacío de 20 codos (10, 5 m.). En la parte occidental había un edificio especial, cuyo uso no se especifica. Estaba detrás del templo y tenía la forma de un rectángulo de 47, 25 metros (noventa codos) X 36, 75 metros (setenta codos), con unos muros de 2, 55 metros de espesor (cinco codos). A continuación el profeta da las medidas de todo el conjunto: la longitud del templo, 100 codos; la longitud del edificio anejo occidental con el espacio libre, los muros y el interior importa también 100 codos (v.13). La anchura de la fachada del templo, con los dos espacios vacíos a derecha e izquierda, es también de 100 codos. La anchura del edificio posterior es también de 100 codos.

Ez 41, 15-26. Ornamentación del templo

El profeta describe al detalle la ornamentación interna del vestíbulo, del santuario y del santísimo. Como se halla situado fuera del santísimo, es decir, en el santuario, llama parte interna al santísimo. El profeta puntualiza que todos los compartimentos y partes del edificio estaban revestidos de adornos y relieves, que representaban querubines y palmas (v.18). La decoración es análoga a la del templo salomónico. La palma era característica de la decoración egipcia, y los querubes, de la mesopotámica. El profeta trabaja en su imaginación con el recuerdo del antiguo templo destruido por los babilonios.
Los pilares del templo, o mejor, la puerta del hekal, con un pilar cuadrangular que la dividía, recordaban también el templo salomónico. Ezequiel tiene preferencia por la arquitectura cuadrada. La puerta del santísimo tenía dos batientes, y cada uno de éstos doble hoja, que se plegaban (v.24). Frente al recinto del santísimo estaba una mesa de madera (v.22), que debía de ser donde ponían los "panes de la proposición," considerados como la "comida de Yahvé". Los cuerpos del altar eran los rebordes levantados de los ángulos.

Ez 42, 1-20. Descripción de las dependencias del Templo

Prosigue la descripción del recinto sagrado. El texto no es seguro, y por eso muchas veces no es fácil reconstruir claramente lo que el profeta describe.

Ez 42, 1-12. Cámaras del norte y del mediodía

El profeta es llevado por su guía hacia el atrio exterior y entra en un edificio hacia el norte, frente al edificio anejo al santuario. Este edificio constaba de dos series de cámaras en tres pisos, con un corredor en el medio (v.4). La longitud de este edificio era diferente en el sector que daba al santuario (100 codos) y en el que daba al atrio exterior (50 codos). Había una entrada del lado oriental hacia este anejo, probablemente por el corredor entre las dos series de cámaras (v.8). La disposición del anejo del mediodía era totalmente igual a la descrita en el lado septentrional (v.10-11). Tenemos, pues, que a los dos lados del santuario había dos edificios anejos para los sacerdotes, como se describe a continuación.

Ez 42, 13-20. Destino de las cámaras del edificio añejo

El destino de estas cámaras laterales era principalmente el facilitar a los sacerdotes que comieran en ellas las partes que les pertenecían de los sacrificios santísimos y de las ofrendas por el pecado y por el delito (?.13). Las partes consumibles de estos sacrificios eran sagradas y, por tanto, debían comerse en lugar apropiado, no fuera del recinto del templo. Las oblaciones propiamente tales consistían en ofrendas de productos vegetales, sólidos o líquidos, sin derramamiento de sangre. Los sacrificios por el pecado son sacrificios expiatorios por pecados de comisión que no herían los derechos del prójimo. En ellos, parte de la víctima se quemaba sobre el altar, y la otra se reservaba a los sacerdotes. Los sacrificios por el delito eran también expiatorios por daños ocasionados al prójimo con omisiones o comisiones. Una segunda finalidad de las susodichas cámaras del edificio anejo era para depositar las vestiduras (v.14), pues no era lícito salir con los vestidos de ceremonia al lugar profano.
Finalmente, el profeta da las dimensiones de todo el conjunto de edificaciones del recinto sagrado. Según estas medidas, el conjunto formaba un colosal cuadrado de 500 codos de lado. El muro exterior separaba lo profano de lo sagrado. Los fieles que se acercaran a la casa de Yahvé debían pensar en el significado de estos muros y construcciones, símbolo de la separación de Yahvé -que habita en inaccesible santidad- y lo profano o común.

Ez 43, 1-27. La Gloria de Yahvé vuelve al Templo. Medidas del Altar

Una vez descrito el sagrado recinto del templo, geométricamente concebido, el profeta anuncia la vuelta de la gloria de Yahvé a su morada sagrada, abandonada cuando Jerusalén fue tomada por Nabucodonosor. El capítulo puede dividirse en las siguientes partes: a) retorno glorioso de Yahvé (1-9); b) declaración del lugar sagrado y medidas del altar (10-17); c) dedicación del altar (18-27).

Ez 43, 1-9. Retorno glorioso de Yahvé a su templo

En la visión inaugural del ministerio profético, Ezequiel contempló al Señor en su gloria, exilándose con los exilados. Yahvé abandonaba el templo de Jerusalén, su morada permanente en la tierra, para habitar con los desterrados. Ahora el profeta contempla el retorno radiante de la gloria de Yahvé a su antigua morada. Han pasado los días de purificación y de prueba. Con la primera visión, Ezequiel quería hacer ver a los desterrados la futura destrucción de Jerusalén y la profanación del templo santo. Ahora quiere dar a entender a sus compatriotas que después de la catástrofe hay una nueva era de esperanza. Yahvé da por cancelada la deuda contraída por el Israel pecador, para inaugurar una nueva teocracia, presidida también por la presencia de Yahvé en su templo reconstruido. Han pasado los tiempos de las idolatrías y abominaciones, para entrar en la nueva alianza, basada en la entrega de los corazones a Yahvé.
El Señor entra solemnemente por la fachada oriental del templo, por donde en otro tiempo había salido; aparece en toda su majestad, escoltado de los querubines, que con sus alas hacen un estrépito como el estrépito de caudalosas aguas (v.2). Yahvé se le había aparecido en la misma forma majestuosa cuando se disponía a destruir la ciudad (?.3) y en la visión junto al río Kebar. Desde el atrio exterior, Ezequiel contempla la gloria de Yahvé, es decir, a Yahvé glorioso, entrando en el templo y llenándolo con su majestad. Cuando tomó posesión del tabernáculo del desierto y del antiguo templo de Salomón, se dice que una nube de humo, símbolo de la presencia divina, llenó el sagrado recinto. Ahora va a tomar definitivamente posesión de su trono, el escabel de sus pies (v.7). En otro tiempo lo abandonó por los pecados de su pueblo, pero ahora, en la nueva etapa, las cosas serán de otro modo, porque el pueblo se apartará definitivamente de sus inveterados pecados idolátricos o fornicaciones espirituales en los lugares altos (v.7). Otro abuso que cesará en la nueva era será el de enterrar a los reyes cerca del templo, como era costumbre en los tiempos antiguos.
Yahvé se queja también de que los reyes hubieran establecido su palacio tan cerca del recinto sagrado, de modo que sólo había pared por medio, poniendo su umbral junto a mi umbral y sus postes o columnas junto a los de Yahvé (v.8). En adelante, toda la colina de Sión debe ser considerada como territorio sagrado dedicado exclusivamente a Yahvé. Aunque el palacio real fue concebido primitivamente como custodia del templo y éste como capilla real para guardar el arca de la alianza, sin embargo, la proximidad del palacio al lugar santo trajo muchos compromisos a los intereses de Dios, pues la vida de la monarquía israelita fue muy poco edificante, y así no faltaron abominaciones idolátricas y crímenes sangrientos en aquellos muros regios. En la estructura futura, la casa del príncipe estará alejada del templo, y la zona que antes ocupara el palacio real será añadida a la gran explanada del templo como zona sagrada. Ezequiel, al hablar del futuro teocrático de su pueblo, considera a Yahvé como jefe único e inmediato de su pueblo, y por eso al jefe político futuro le da el nombre de príncipe y no de rey, reservado a Yahvé.
La institución de la monarquía fue, en realidad, funesta para los intereses religiosos de Israel, como había previsto y anunciado el fundador de ella, Samuel. Los reyes israelitas organizaron una corte y un harén al estilo oriental, en detrimento de los intereses económicos del pueblo y, sobre todo, con menoscabo de los derechos de Yahvé. En la nueva era, las cosas serán de otro modo: desaparecerá totalmente la idolatría, y los cadáveres de los reyes serán arrojados fuera de su lugar, para convertir a éste en cosa sagrada aneja al templo (v.9). En todos estos anuncios profetices tenemos que tener en cuenta que se trata de idealizaciones para hacer resaltar la idea del carácter sagrado de la colina de Sión y excitar la imaginación y las esperanzas de los exilados. No es necesario, pues, tomar las palabras de Ezequiel a la letra.

Ez 43, 10-17. Descripción del altar de los holocaustos

El Señor invita al profeta a que exponga a sus compañeros de exilio los detalles del recinto sagrado, para que lo admiren y se ilusionen con él. No deben dejarse fascinar con los templos de Bel y Marduk, pues el que se va a reconstruir sobre la colina de Sión los superará a todos. La característica del recinto sagrado es que será santísimo (v.12). Pero deben avergonzarse de su pasado pecaminoso y rebelde y entrar por el cumplimiento de las leyes del Señor (v.11). Sólo así podrán participar del nuevo culto en el nuevo templo. Y el profeta describe a continuación el altar de los holocaustos.
El altar que describe está constituido de tres plataformas superpuestas en forma de zigurat o torre escalonada. La base inferior sobresale un codo (52, 5 cm.), y es también de un codo de alta. Era como el zócalo del altar, que está enterrado bajo el nivel del pavimento, y tenía un reborde de un palmo de alto (7, 5 cm.), que sobresalía sobre el pavimento. El altar propiamente tal se alzaba sobre esta base y estaba formado por tres cuadrados superpuestos. El inferior, más ancho, tenía dos codos de alto (1, 05 m.), y sobresalía un codo (52, 5 cm.) respecto de la plataforma superior, que tenía cuatro codos (2, 10 m.) y sobresalía sobre su inmediata superior un codo (52, 5 cm.). La plataforma superior es llamada ariel ("hogar" u horno), porque en ella se quemaban las víctimas.
En sus cuatro ángulos había cuatro cuernos similares a los del altar del templo de Salomón, que era una copia del altar del tabernáculo del desierto. Los cuernos eran símbolo del poder de la divinidad en la mitología mesopotámica. El ariel era un cuadrado de 12 codos en cada lado (6, 30 m.). El cuadrado intermedio (inferior al ariel) era de 14 codos (7, 35 m.), y la última plataforma inferior es de 16 codos (8, 40 m.), y la base, en la parte saliente del reborde, es de 19 codos (9, 28 m.). La altura total de las tres plataformas o cuadrados es de 11 codos (5, 75 m.). Se subía a la parte superior de esta pirámide escalonada por unas gradas que daban al oriente. Los cuernos del altar simbolizaban la omnipotencia divina, y sobre ellos se esparcía la sangre de los sacrificios, y el que se tomaba a ellos adquiría derecho de asilo.

Ez 43, 18-27. Ritos de consagración del altar

El altar, que estará enclavado en el centro del atrio interior, será destinado sobre todo a los holocaustos -los sacrificios en los que se quemará toda la víctima- y para derramar la sangre de las víctimas en los sacrificios no holocaustos. El profeta describe a continuación el rito de la consagración, que durará siete días. En el primer día se sacrificará un novillo, y parte de su sangre será derramada sobre los cuernos del altar, y parte sobre los ángulos del cuadrado, o basa, y sobre su borde. La expresión sacerdotes-levitas indica la pertenencia a la tribu de Leví, dentro de la cual figuraba la familia de Sadoc. Es una denominación genérica para indicar gentes consagradas a Dios en sus funciones sacerdotales. En otros textos, levita tiene el sentido específico de clase inferior a la sacerdotal. Ezequiel tiene preferencias por la familia de Sadoc. El sacrificio expiatorio de que aquí habla debe realizarse en el lugar designado (v.21), sin especificar más su localización. Se han hecho diversas conjeturas: alrededor del santuario, detrás del santuario, etc. No faltan quienes suponen que ese lugar está fuera del recinto sagrado, incluido en el muro exterior.
En el segundo día de expiación se utilizará un macho cabrío (v.22), un novillo y un carnero (v.23), acompañados de sal. Una vez terminados los ritos de los siete días, los sacerdotes ofrecerán los sacrificios ordinarios, pues el altar ya ha sido purificado y consagrado definitivamente para el culto. Los sacrificios ordinarios eran los holocaustos, en los que se quemaba toda la víctima, y los pacíficos o saludables o eucarísticos, según se traduzca la palabra misteriosa hebrea shelamim, aplicada a los sacrificios. Eran sacrificios cruentos ofrecidos por personas ya reconciliadas con Dios en acción de gracias (de ahí eucarístico) o para pedir un favor divino. El ritual de consagración del altar que aquí presenta Ezequiel difiere en muchas particularidades del prescrito en el Pentateuco. Lo que indica que el profeta trabaja con su imaginación, como lo hizo para la reconstrucción del templo, con toda libertad, si bien inspirándose sustancialmente en la tradición. Debemos pensar que los detalles en Ezequiel no tienen sino valor simbólico, tanto en sus descripciones sobre el templo como en las particularidades del culto. De hecho sabemos que en la reconstrucción del templo, después del decreto de Ciro (538), los repatriados no pretendieron ajustarse a los moldes propuestos por el gran profeta del exilio ni sus puntos de vista en la organización del culto. Importa señalar las diferencias de Ezequiel con la legislación levítica para probar que ésta no es obra del profeta, como pretende la escuela de Well-hausen.

Ez 44, 1-31. Las nuevas leyes del Culto

Una vez descrito el templo y su altar, Ezequiel aborda la cuestión del culto en la nueva casa de Dios. Sólo los sacerdotes propiamente tales podrán acercarse al altar de Yahvé; los levitas quedarán reducidos a un puesto secundario en el servicio del templo. Y los extranjeros no deben entrar en el recinto sagrado.

Ez 44, 1-4. El uso de la puerta oriental

El profeta es transportado a la puerta oriental, que estaba cerrada y nadie podía entrar por ella, pues estaba santificada por haber penetrado por ella Yahvé. Al decir que estaba cerrada, insinúa el profeta que Yahvé no volverá a abandonar el templo, como lo había hecho antes. Sólo el príncipe tendrá acceso a la puerta oriental desde el interior del recinto sagrado. No podrá salir por ella, pues debe permanecer cerrada indefinidamente. El príncipe podrá comer en dicha puerta la parte de las víctimas ofrecidas al Señor, especialmente en los sacrificios pacíficos.

Ez 44, 5-9. Personas admitidas al santuario

Enfáticamente, Yahvé dice directamente al profeta que le preste especial atención a lo que sigue. Lo que indica que en la mente del profeta tiene una especialísima importancia en la organización de la nueva teocracia. Según el v.4, la gloria de Yahvé llenaba el templo; el profeta, sobrecogido por la presencia majestuosa de su Dios, escucha anonadado sus palabras solemnes y las transmite así para que el pueblo se percate de la trascendencia de lo que va a decir. Ante todo se ha de evitar la profanación del sagrado recinto, introduciendo personas no aptas para entrar en él, y menos para tomar parte en su culto. En el antiguo templo se permitía cierta participación de extranjeros en oficios subsidiarios y humildes. En adelante, todo el servicio del templo, en todos sus detalles, será exclusivo de los miembros de la tribu de Levi.
El profeta llama a sus compatriotas rebeldes (v.6), porque constantemente han hecho caso omiso de la ley del Señor. En el templo habían permitido la presencia de extranjeros incircuncisos de carne y de corazón (?.7). Poco a poco, gentes no israelitas se hab?an agregado al pueblo elegido en calidad de prosélitos, siendo admitidos a los oficios más humildes de culto. Así, encontramos los nethinim, o "donados," llamados también "hijos de los siervos de Salomón." Muchos provenían de prisioneros que habían sido dados como esclavos a los levitas. Se les había, pues, utilizado en el templo para servicios que debían hacer los levitas. Los israelitas se limitaban a ofrecer el pan de Yahvé, hermosa frase para designar los sacrificios en los que se quemaba el sebo y se derramaba la sangre en honor de la divinidad (?.7). La sangre era, en la mentalidad semítica, el vehículo de la vida que pertenecía a Dios. A Yahvé no le agradaba la presencia de gentes no pertenecientes a su pueblo en los sacrificios.
Ezequiel exige de sus compatriotas una rectificación de vida en sus costumbres y una exclusión total de los extranjeros en el nuevo culto (v.9). Según la antigua Ley, los extranjeros podían ofrecer sacrificios delante del tabernáculo, excluyéndoles sólo de la celebración de la Pascua. Salomón ora por los paganos que vayan al templo de Jerusalén a suplicar a Yahvé. En cambio, Ezequiel tiene un concepto tan elevado de la santidad del santuario, que excluye totalmente a los extranjeros del culto. Este exclusivismo ha sido una de las características de la comunidad israelita después del exilio. El profeta urge esta separación de los gentiles para prevenirlos contra una posible absorción por parte de éstos. Esdras y Nehemías se moverán en el mismo plano en sus relaciones con el extranjero, negándose a admitir la colaboración de los samaritanos en la reconstrucción del nuevo templo.

Ez 44, 10-14. Los oficios serviles de los levitas

En la denominación de levitas hay que incluir aquí a los sacerdotes que no cumplieron con su deber. Según la legislación mosaica, todo lo perteneciente al culto estaba reservado a los de la tribu de Leví. La potestad propiamente sacerdotal, de ofrecer sacrificios, quedaba vinculada a los descendientes de Aarón, hermano de Moisés, en quien éste delegó por inspiración divina la potestad sacerdotal, quedándose él con la dirección cívico-religiosa dentro de la amplitud que le daba la organización teocrática de la sociedad. Los demás pertenecientes a la tribu de Leví fueron encargados de los oficios mecánicos y serviles, como auxiliares de los sacerdotes propiamente tales. Así, durante la peregrinación por el desierto tenían que transportar el bagaje del tabernáculo.
Los levitas sustituían a los primogénitos (de madre), que por ley debían ser consagrados a Yahvé. En la repartición de la tierra de Canaán no se asignó parcela a los de la tribu de Leví para que pudieran dedicarse mejor al culto divino. Como compensación debían ser alimentados y sostenidos con ingresos de las otras tribus. La herencia de Leví era Dios. Los sacerdotes, o descendientes de Aarón, eran los encargados de los oficios más nobles en el templo: ofrecer sacrificios, asperger con sangre y dar la bendición.
Ezequiel tiene la particularidad de considerar como sacerdotes a los de la familia de Sadoc, considerando a los de la familia de Abiatar como simples levitas, por haber sido infieles en sus funciones, practicando cultos idolátricos. Según Ezequiel, los levitas propiamente tales serán los encargados de las guardias de las puertas de la casa, y prepararán las víctimas para el sacrificio, tanto los holocaustos como las otras (v.11); pero no pueden quemarlas sobre el altar ni derramar la sangre, ni tampoco reservarse una parte de las ofrendas en los sacrificios "por el pecado y por el delito". Habían cometido la iniquidad de darse al culto idolátrico fuera del templo de Jerusalén. Los sacerdotes de los santuarios locales fuera de Jerusalén quedaron así degradados y reducidos a la categoría de levitas o sacristanes.

Ez 44, 15-31. Funciones y leyes de los sacerdotes

Sólo los descendientes de Sadoc, nombrado sumo sacerdote por Salomón en sustitución de Abiatar, tendrán la categoría de sacerdotes, por su fidelidad a Yahvé en medio de la apostasía general (v.15). Sus funciones en el templo serán: poder entrar en el santuario, preparar las lámparas, ofrecer el incienso y quemar los sacrificios sobre el altar, derramando la sangre. Pero tienen que atenerse a ciertas prescripciones rígidas, para resaltar más ante el pueblo el carácter sagrado de su ministerio excepcional. Tendrán que utilizar en sus funciones vestiduras de lino (?.17), símbolo de pureza interna, siguiendo la prescripción mosaica. Las ropas de lana, ordinariamente usadas, por el calor favorecían el sudor y, con ello, las impurezas rituales. Los sacerdotes, pues, cuando actúen como ministros en las puertas del atrio interior donde estaba el altar de los holocaustos, deben mantener la máxima pureza ritual. Deben ir cubiertos con una tiara, o turbante de lino, y también llevar calzones de la misma tela.
Y al terminar sus funciones sacerdotales deben despojarse de sus vestidos de ceremonia para no santificar al pueblo (v.19), es decir, comunicar cierto carácter sagrado al pueblo con el contacto de las vestiduras sagradas, y por ello inhabilitarle para ciertos trabajos profanos. La santidad era considerada como un fluido contagioso y peligroso. Yahvé era santo, y todo lo que tocaba lo santificaba, ocasionando algunas veces la muerte del que entraba en su atmósfera de santidad, que es como un aislante que le separa de lo profano y terrestre. Los sacerdotes debían, además, llevar los cabellos cortos, pues el rasurarse los cabellos o dejarlos demasiado largos era señal de luto, lo que no convenía a los que estaban entregados a las funciones sacrales. Mientras están en funciones en el templo, no deben probar el vino (v.21). En la ley mosaica, además, se añadía la prohibición de toda bebida que provocara la embriaguez. Y, por fin, Ezequiel impone una prescripción a los sacerdotes que antes era sólo obligatoria para el sumo sacerdote: que no pueden casarse con una viuda, a menos que lo sea de un sacerdote. Con ello quiere resaltar la pureza y categoría especial de los sacerdotes. Por otra parte, Ezequiel no habla, en su proyecto de la futura teocracia, del sumo sacerdote.
Finalmente, el profeta recuerda la otra gran misión de la institución sacerdotal: sus componentes deben enseñar la Ley, sobre todo lo concerniente a la distinción de las impurezas rituales. Ezequiel tiene una mentalidad ritualista y quiere ante todo inculcar el sentido de santidad y de consagración que debe presidir la vida israelita, simbolizada en la distinción de lo "puro e impuro". Los sacerdotes debían, además, dirimir los pleitos y litigios. Deben urgir el cumplimiento de la observancia del sábado y las solemnidades (v.24). Y, por otra parte, deben abstenerse de tocar cadáveres, pues éstos contagiaban su impureza al que se acercara a ellos. Sólo se les permite tocarlos cuando son de familiares muy próximos. Si se han contaminado con cadáveres, deben considerarse impuros durante siete días, y en el octavo ofrecer un sacrificio expiatorio de purificación (v.27).
Para su sostenimiento no les será adjudicada ninguna parcela de tierra, pues su posesión peculiar o patrimonio es Yahvé. Deben vivir de las ofrendas y sacrificios por el delito y por el pecado (v.29). También les pertenecerá lo que se declare "anatema" (jerem) o consagrado a Dios. También les estaban reservadas las primicias de los frutos de todo género: trigo, cebada, uvas, higos, aceitunas, granadas y miel, productos propios de Palestina. No se determinaba la cantidad, pero prácticamente solía ser la 1/50 parte de todos los ingresos agrícolas. Por fin, se especifica que los sacerdotes no deben comer nada mortecino o desgarrado (v.31), para evitar toda contaminación.

Ez 45, 1-25. Nueva distribución de la Tierra Santa

El profeta distribuye idealmente la futura tierra de promisión. Después de describir el templo y las condiciones que deben cumplir los sacerdotes y levitas para hacer resaltar mejor la santidad del lugar y de sus funciones, asigna ahora una parte central del territorio israelita al templo, y en torno a éste la porción territorial de los sacerdotes y del príncipe. Después determina la tributación que se ha de seguir en la nueva teocracia para que nada falte al culto. Puede dividirse el capítulo en las siguientes perícopas: a) distribución territorial asignada al templo, a los sacerdotes, levitas, ciudad de Jerusalén y príncipe (1-8); b) exhortación al príncipe a no oprimir al pueblo; c) diezmos que pagará el pueblo al príncipe, el cual debe aportar lo necesario a los sacrificios (9-17); d) días de expiación y fiestas de Pascua y Tabernáculos (18-25).

Ez 45, 1-8. Territorio asignado al templo, a los sacerdotes y a los príncipes

Ezequiel nos presenta en este capítulo una distribución simétrica y sistemática ideal de la nueva Tierra Santa. Se trata de una idealización utópica en función de ideas teológicas. El centro de la nueva Tierra de Promisión será el templo, morada de Yahvé. Las tribus serán sistemáticamente distribuidas al norte y al sur del recinto sagrado. La nueva vida nacional debe ser teocrática en el sentido pleno y efectivo de la palabra; de ahí la presencia de Yahvé en el centro geográfico de Tierra Santa. Como la descripción es ideal, prescinde el profeta de las particularidades geográficas y demográficas. Primeramente nos presenta la parte central del territorio -que será considerada como sagrada, reservada a Yahvé-, de 25.000 codos de larga (unos 13 km.) y 20.000 codos de ancho (unos 10 km.).
Toda esta zona será considerada como santa (v.1), perteneciente a Yahvé. El centro de ésta estará reservada al santuario en una extensión de "quinientos por quinientos codos" (unos 250 X 250 metros, que es la extensión que nos dio en 42, 15-20 para las dimensiones del templo). En torno a este sagrado recinto habrá "un espacio libre de cincuenta codos" (unos 25 m. largos). Dividiendo el rectángulo descrito (v.1) de 25.000 X 20.000 codos en dos partes a lo ancho, tenemos dos rectángulos adyacentes de 25.000 de largo por 10.000 de ancho (v.3). Uno de éstos es destinado a los sacerdotes (v.4), y en su centro está propiamente el templo 3. El otro rectángulo, al norte del anterior, está reservado a los levitas (?.6). Paralela a la porción santa (v.6), al sur de la zona asignada a los sacerdotes, estará la parte reservada a la ciudad, de 25.000 codos de largo por 5.000 de ancho (unos 2, 5 km.).
La porción asignada al príncipe se extiende al oriente y occidente de las zonas asignadas a los sacerdotes, levitas y ciudad (v.7). Su anchura es de 25.000 codos (13 km.), igual a la porción reservada a la zona consagrada. La parte, pues, reservada al príncipe estaba en el centro geográfico de Tierra Santa, dividiendo las tribus del norte de las del sur, como veremos a continuación. Además, la zona del príncipe estaba interrumpida por la zona sagrada, que forma un cuadrado. El profeta, con esta distribución, quiere simbolizar la fuerza teocrática de la nueva organización nacional y asentar que el príncipe no tiene derecho a apropiarse nada de las tribus, ya que tiene una posesión muy vasta y en el mejor lugar del país.

Ez 45, 9-17. Deberes y derechos tributarios del príncipe

Los grandes responsables de la catástrofe de Israel fueron los magnates y los reyes de Israel. Con sus rapiñas y violencias sembraron la injusticia y la desesperación en el pueblo. En adelante deben los príncipes dar ejemplo de justicia, siendo escrupulosos en sus balanzas (v.9), sin deformar su capacidad y el precio.
A continuación especifica concretamente el valor de cada medida de áridos y de líquidos. El jómer, equivalente a la carga de un asno (de ahí su nombre, que significa asno), contenía 392, 8 litros. El efá es la medida de sólidos, equivalente al bat, medida de líquidos, las cuales valían la décima parte del jómer, es decir, 39,3 litros. El siclo (de sheqel: peso) era de oro o de plata. Este último equivalía a 14, 200 gramos. El güera era la 1/20 parte del siclo 10. Cincuenta siclos valían una mina (v.12). El profeta urge que los valores reales y nominales deben corresponderse en los pesos y medidas. El pueblo debe contribuir al sostenimiento de los gastos del culto con 1/6 de efá (unos seis litros) por cada, jómer o kor (393, 81.). De las reses ovinas, por cada 200 debían ofrecer una. Es bastante menos de lo que exigía la ley mosaica.
Estas ofrendas eran para los sacrificios "pacíficos y expiatorios"; en aquéllos había un banquete sacrificial con participación de los oferentes y sacerdotes. Todos los no levitas, el pueblo de la tierra (v.16), debían contribuir con estas ofrendas y diezmos. Por su parte, el príncipe es el encargado de proveer a toda clase de sacrificios, los holocaustos, en los que se quemaba toda la víctima sobre el altar; las ofrendas incruentas de frutos del campo y las libaciones de aceite que habían de derramarse sobre el altar, y esto no sólo en el sacrificio cotidiano, sino en los novilunios o neomenias (principio de cada mes), en los que había sacrificios específicos, y en las otras solemnidades, como la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.

Ez 45, 18-25. Sacrificios en las principales solemnidades

Los autores suelen hacer hincapié en las divergencias existentes entre las prescripciones de Ezequiel aquí expuestas y las tradicionales mosaicas. De nuevo tenernos que repetir que el gran profeta no hace sino idealizar el futuro culto en la nueva teocracia. Nunca sus prescripciones se pusieron por obra en contra de las tradicionales. Debemos, pues, atender al simbolismo que entraña la nueva organización propuesta por Ezequiel, como lo hemos hecho al estudiar la estructura del nuevo templo por él diseñado. El profeta habla de los futuros sacrificios siempre con la preocupación ritualista de la pureza.
El primero de todos es el del primer día del nuevo año (primero de Nisán: marzo-abril), en el que se debe sacrificar un novillo en expiación para purificar el templo. Se aspergerá con su sangre los postes o columnas que del atrio interior daban acceso al santuario, la basa del altar de los holocaustos y las columnas de las tres puertas que introducen al atrio interior (v.19). Sobre el holocausto hablará en Ez 46, 6. El día séptimo del mismo mes se hará un sacrificio análogo por los pecados de ignorancia o error (v.20) del pueblo. Estos pecados son pecados materiales sin plena advertencia, en contraposición a los cometidos "con mano alzada". Difiere esta prescripción de la mosaica en cuanto que Ezequiel señala una fecha determinada para la expiación de los susodichos pecados posibles del pueblo, mientras que en la ley mosaica se prescribía, en general, que debía ofrecerse ese sacrificio expiatorio siempre que se cometieran esos pecados. Además, según la antigua Ley, en el sacrificio con el novillo había que ofrecer un macho cabrío.
La Pascua debía celebrarse el 14 de Nisán (marzo-abril), y durante siete días no debía comerse pan fermentado; el príncipe debía ofrecer en este día un novillo en expiación, y en cada uno de los días, siete novillos y siete carneros y un macho cabrío como expiación (v.23). Estos sacrificios debían ir acompañados de un efá de flor de harina (39 1.) por cada novillo y otro tanto por cada carnero. Además, cada efá de flor de harina será acompañado de un hin (1/6 del bat, es decir, unos 6, 5 L).
Tampoco aquí coinciden las prescripciones de Ezequiel con las mosaicas. Vemos, pues, que el profeta, aunque trabaja con datos de la tradición, los cambia a su gusto, según el sentido simbólico que les quiere dar. Ezequiel no dice nada de los corderos que cada familia sacrificaba en la cena del 14 de Nisán.

Ez 46, 1-24. Ofrendas del Príncipe. Inalienabilidad de su territorio

Siguen las prescripciones relativas a las obligaciones del príncipe en materia de ofrendas y las regulaciones sobre la participación de los laicos en el culto. Puede dividirse el capítulo en tres partes: a) contribuciones a los diferentes sacrificios (1-15); b) posesión territorial del príncipe (16-18); c) descripción de los lugares donde los levitas preparaban los sacrificios (19-24).

Ez 46, 1-15. Ofrendas del príncipe

Durante los días laborables estaba cerrada la puerta oriental que daba acceso al atrio interior (la del atrio exterior debía estar siempre cerrada). Los sábados y primeros de mes, novilunios, se abrirá aquélla para que entre únicamente el príncipe. Debe permanecer en el vestíbulo de dicha puerta, sin entrar en el atrio interior, y desde allí asistir al sacrificio de las víctimas que los sacerdotes inmolarán sobre el altar de los holocaustos (v.2). Como es laico, no puede entrar en la zona reservada a los sacerdotes durante las funciones. El pueblo de la tierra, o la masa laical popular, debe permanecer en el atrio exterior (?.3). El príncipe, por su parte, debe ofrecer especiales sacrificios los sábados: seis corderos y un carnero con la oblación de un efá de harina (39 1.) por el carnero, y otra cantidad, según sus posibilidades, por los corderos, y un hin de aceite (6, 5 1.) por efá (v.5). En los días primeros de mes, novilunios, debe ofrecer un novillo, más lo que ofrecía los sábados (v.7). Estas prescripciones son diferentes de las tradicionales mosaicas.
Se señala que el príncipe no debe pisar el atrio interior, y, por tanto, que debe salir por la puerta que entró, sin sobrepasar el umbral (v.8). El pueblo de la tierra, en cambio, no debe salir por la puerta que entró (v.9): el que entró por la puerta norte debe salir por la del sur, y viceversa. La puerta oriental permanecía siempre cerrada. Y el príncipe debe entrar al mismo tiempo que el pueblo (v.10). En las gestas y solemnidades se ofrecerá un efá de harina (39 l.) por el novillo, otro por el carnero; una parte prudencial libre por los corderos, y un hin de aceite (6, 5 l.) por cada efá. Estos eran sacrificios reglamentarios obligatorios; pero, además, se podían ofrecer otros espontáneamente. En ese caso, el príncipe entrará por la misma puerta oriental, que se abría los sábados, y saldrá como está prescrito para esos días (v.12). Además, debía ofrecerse el sacrificio perpetuo o cotidiano: todas las mañanas se ofrecerá un cordero en holocausto y un sexto de efá (6, 5 l.) de flor de harina. Nada se dice del holocausto de la tarde, como se prescribía en la legislación mosaica.

Ez 46, 16-18. Inalienabilidad de la posesión territorial del príncipe

El profeta quiere evitar los antiguos abusos de la monarquía, prohibiendo al príncipe que enajene sus bienes y que tome de los bienes de sus súbditos. Sólo podrán heredarle legítimamente sus hijos, de forma que, si el príncipe cedió alguno de sus bienes a sus súbditos, éstos disfrutarán de la posesión sólo hasta el año de remisión (v.17), es decir, sólo podrán usufructuarlo durante siete años, ya que cada siete años tenía lugar el año de remisión. Es el año de la emancipación de los esclavos. De este modo se salva perpetuamente la división del territorio hecha en principio, y el príncipe siempre tendrá lo que se le asignó y no se verá obligado por la necesidad a apropiarse de los bienes de sus súbditos.

Ez 46, 19-24. Las cocinas del templo

Los departamentos dedicados a cocer las carnes de ciertos sacrificios, los de expiación y por el delito, estaban al occidente (v.19). Este fragmento parece fuera de lugar en este capítulo, y más bien encaja a continuación de 42, 14. Se da la razón de por qué el cocimiento de dichas carnes se hacía en lugar aparte: para no santificar al pueblo, que está en el atrio exterior, es decir, comunicarle la santidad inherente a dichas víctimas destinadas al sacrificio, inhabitándolos para los actos profanos de la vida cotidiana.
Las cocinas para las carnes que ofrecían los laicos están dispuestas en cuatro pequeños atrios en los cuatro ángulos del templo (v.21). Son de unos 20 metros de largo por unos 15 de ancho (v.22), y a lo largo de la pared estaban los fogones con el instrumental necesario. Allí cocían los del pueblo las carnes que les pertenecían de los sacrificios. Esos fogones debían de ser unas piedras distribuidas debidamente para colocar sobre ellas la olla que se había de calentar. Los servidores de la casa que intervienen en estas faenas son los levitas, dedicados a servicios auxiliares en el recinto del templo, como ayudantes de los sacerdotes, y entre ellos este de preparar las carnes a los laicos que celebraban sus banquetes familiares en determinados sacrificios.

Ez 47, 1-23. La fuente del Templo. Las fronteras del Nuevo Israel

Podemos dividir este capítulo en tres secciones bien claras: a) la descripción del torrente que sale del templo y se dirige por el desierto hasta el mar Muerto, vivificando la región y las aguas de éste (1-12); b) fronteras de la nueva tierra de promisión (13-21); c) ordenaciones sobre la buena acogida de los extranjeros que habiten en la Tierra Santa (22-23).

Ez 47, 1-12. El torrente que sale del nuevo templo

El horizonte grandioso de la visión de Ezequiel se va completando con este cuadro idílico, en el que la mísera tierra palestiniana aparecerá transformada. El centro geográfico de la nueva Tierra Santa es el templo, donde habita Yahvé. De él irradiará toda bendición en el orden espiritual y material. Su poder bienhechor será tan grande, que podrá transformar las estepas calcinadas del desierto de Judá y las fétidas aguas del mar Muerto. El profeta asiste imaginariamente a la vivificación de aquellas tierras. Su guía le lleva de nuevo a la entrada del templo para que asista a un espectáculo grandioso: del lado oriental del recinto sagrado brotaba un caudaloso torrente, que sale del lado derecho del templo (v.1), es decir, de la pared lateral del templo que da hacia el sur. Allí está la famosa fuente de Gihón, llamada hoy de la Virgen. En efecto, sus aguas parecen venir de la misma montaña donde está la gran explanada del templo. Ezequiel, pues, trabaja con la imaginación, idealizando las situaciones, pero basado en ciertos datos topográficos reales.
En la descripción del profeta surgen las aguas del altar de los holocaustos, que está en el centro del atrio interno. El profeta salió del atrio por la puerta septentrional, pues la oriental, mejor situada para contemplar el curso de las aguas, estaba cerrada, y, dando un rodeo, se colocó fuera del atrio exterior frente a la puerta oriental. Desde allí podía contemplar el espectáculo maravilloso: las aguas salían del lado derecho o meridional de dicha puerta. El guía que lleva la cuerda de medir le hace andar mil codos (525 m.), y allí le invita a entrar en el torrente para que constate la cantidad de agua que lleva. Por ahora es modesta, pues llega sólo hasta el tobillo (v.3). Mil codos más allá ya llegaba a las rodillas, y mil más allá llegaba hasta la cintura (v.4). Mil codos más allá en dirección del mar Muerto, el profeta no puede pasar por la cantidad de agua que lleva el torrente (v.5).
Volviendo sobre sus pasos, Ezequiel se da cuenta de la fertilidad que ha surgido con las aguas, pues a ambos lados hay abundancia de árboles (v.7). El guía le explica, sin seguir más, que el río surgido en el templo se dirige hacia la región esteparia del Araba (v.8), la depresión que, descendiendo por el Jordán y mar Muerto, llega hasta el golfo de Elán. Al llegar al mar Muerto, llamado así por la carencia de vivientes en él a causa de las emanaciones bituminosas y sulfurosas de su fondo, las aguas se sanearán, poblándose de toda clase de peces, como el mar Grande o Mediterráneo (v.10). La abundancia de peces será tal, que desde En-gadi, a la mitad de la orilla occidental del mar Muerto, hasta En-Eglayim (v.10), en la desembocadura del Jordán, se extenderá un tendedero de redes de los muchos pescadores que allí trabajarán. Y, aparte de esta riqueza piscícola, estarán las salinas que abundarán en las numerosas charcas y recodos del río.
La idealización llega a su colmo al decir que los árboles que crezcan a las orillas del torrente darán doce frutos al año, según los doce meses, y hasta sus hojas servirán para preparados medicinales. Es el nuevo Edén de la nueva teocracia hebrea. Ezequiel no podía presentar nada más atrayente a los ojos de los pobres exilados.

Ez 47, 13-20. Las fronteras de la nueva Tierra Santa

La distribución de Tierra Santa será en partes iguales. Como la tribu de Leví no tenía porción, se compensaba dando el doble a José (?.13) para sus dos hijos Efraím y Manases. Los límites septentrionales son iguales a los señalados en Nm 37ss: desde el mar Mediterráneo hasta Jaser-Enón (v.16), que se ha querido identificar con el actual el-Hedar, al pie del Hermón, cerca de las fuentes del Jordán. Los autores no convienen en la identificación de los nombres que nos da el texto, y hay dos corrientes de opinión, pues unos toman la línea de demarcación septentrional en una zona alta que parte del centro del Líbano hacia Trípoli, pasando por Damasco; en cambio, otros creen que la frontera señalada por Ezequiel hay que buscarla no más arriba del norte de Galilea. La demarcación oriental de Tierra Santa parte de la zona de Damasco y desciende por el Jordán, el mar Muerto, el Araba hasta Tamar. La delimitación meridional parte de esta última localidad, atraviesa el Negueb por Qades y llega al Mediterráneo o mar Grande (v.19). La frontera occidental se limita por el Mediterráneo desde la región indicada hasta Jamat, en la alta Siria.

Ez 47, 21-23. Protección de los extranjeros

Este fragmento relativo a los extranjeros interrumpe la ilación natural entre el v.21 de este capítulo y el primero del siguiente. Muchos críticos lo consideran adición posterior en tiempos en que el universalismo religioso tenía más cabida en la mentalidad israelita, como se refleja en el libro de Jonás y en el de Job. Sin embargo, ya en la tradición mosaica había una ley que protegía a los extranjeros. Así se dice en el Levítico: "Si viene un extranjero para habitar en vuestra tierra, no le oprimáis; tratad al extranjero que habita en medio de vosotros como al indígena de entre vosotros: amale como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto". La recomendación no puede ser más bella y generosa. Esta tenue tradición universalista existió en toda la historia de Israel y fue creciendo en los años de la literatura sapiencial después del exilio.

Ez 48, 1-35. Repartición del País. Las doce puertas de Jerusalén

Idealmente, el profeta reparte la tierra de Palestina, prescindiendo de todos los accidentes geográficos. Desde el norte al sur, el país es dividido en doce tiras corno en un papel, teniendo como centro la zona religiosa reservada al templo y a los de la tribu de Leví. Las tribus están distribuidas siete al norte de la zona sagrada y siete al sur, sin que ninguna quede en TransJordania, como en la antigua repartición de Josué. La distribución es totalmente convencional y simbólica. Las más próximas al centro, privilegiadas como cercanas al templo, son Judá, heredera de las promesas mesiánicas, que tuvo la dirección en la época de David y de Salomón, y Benjamín, por la predilección de Jacob por su epónimo. Las tribus más extremas son las provenientes de las esclavas de Jacob: Dan, Neftalí, hijos de la esclava de Raquel; Aser y Gad, hijas de Lía. Todas las tribus tendrán sustancialmente los mismos derechos y serán iguales, descartándose los privilegios conquistados por la fuerza.

Ez 48, 1-7. Las tribus septentrionales

La enumeración empieza por la frontera norte, determinada en el capítulo anterior. La enumeración es reiterada y cansina. Todas las tribus tienen una parte igual, es decir, una franja que va desde la frontera oriental al mar Mediterráneo. No se especifica la anchura de la franja territorial.

Ez 48, 8-22. La parte central sagrada y del príncipe

Junto a la tribu de Judá está la zona sagrada reservada a Yahvé para su templo y para sus sacerdotes y levitas. La parte sagrada y la ciudad es un cuadrado de 25.000 codos de lado (v.8). Este cuadrado se divide en tres rectángulos. El recinto sagrado propiamente tal comprende 25.000 codos de largo y 20.000 de ancho. En el centro está el templo (v.11). Este rectángulo está destinado a los sacerdotes, descendientes de Sadoc. Al norte del rectángulo asignado para los sacerdotes está la parte que les corresponde a los levitas, en todo igual a la de aquéllos (?.13). No podrán enajenar nada de su territorio. Está consagrado a Yahvé, y, por tanto, no pueden desprenderse de las primicias de la tierra, o parte más selecta del territorio. Al sur de la parte asignada a los sacerdotes hay un rectángulo más reducido, de 25.000 codos de largo por 5.000 de ancho (unos 12, 5 km. de largo por 2, 5 de ancho), que está reservado a la ciudad (v.15). La ciudad propiamente tal forma un cuadrado de 4.500 codos de cada lado (unos 2, 5 km.) (v.16) y estará rodeada de una zona libre de 250 codos de cada lado (unos 125 m.). Sumando estas medidas a las anteriores, tenemos los 5.000 codos del v.15.
Esa zona libre tenía por fin separar la ciudad de la zona sagrada. La parte que queda fuera del perímetro de la ciudad, tocando con la porción santa (10.000 codos al oriente y otros tantos al occidente: unos cinco km. en cada parte), estará reservada para proveer a la alimentación de la ciudad (v.18). Los componentes de la ciudad pertenecerán a todas las tribus de Israel (v.19). El conjunto de las partes reservadas a los sacerdotes, los levitas y la ciudad es un cuadrado de 25.000 codos de largo por otro tanto de ancho (unos12, 5 km. de lado), y para la ciudad se reservará sólo la cuarta parte. Lo que queda al oriente y al occidente de la parte central, reservada a Dios (sacerdotes, levitas y ciudad), será reservado al príncipe (v.21). La zona, pues, de éste se extiende desde el cuadrado central asignado a Yahvé hasta el Jordán, y de aquél hasta el Mediterráneo. Y en cuanto a lo ancho, está limitada por las tribus de Judá y de Benjamín (v.22).
Distribución de la Tierra Prometida según Ezequiel.
Dan
Aser
Neftalí
Manases
Efraim
Rubén
Juda
Porción del Principe
Porción de los Levitas
Porción de los Sacerdotes
Porción del Principe
Benjamín
Simeón
Isacar
Zabulón
Gad

Ez 48, 23-29. Las tribus meridionales

Después de describir la zona central, el profeta termina la repartición asignando a las tribus restantes su heredad. La enumeración empieza por Benjamín, como más próxima a la zona sagrada, por ser la de mayor relieve entre todas, después de la de Judá, en las bendiciones de Jacob. Parte de la tribu de Benjamín había quedado vinculada al reino de Judá. Por otra parte, Jerusalén, donde había de estar el templo, está enclavada en los límites de las tribus de Judá y de Benjamín en la antigua repartición de tribus. Debían, pues, mantener su proximidad a la zona sagrada.

Ez 48, 30-35. Las doce puertas de la ciudad

El cuadrado de la ciudad tendrá 12 puertas, nombradas según las doce tribus de Israel. Sobre esta descripción ideal se basa la descripción del Apocalipsis 6. El orden de los nombres de las tribus es diferente del de la enumeración arriba dada en la repartición del territorio. Como los habitantes de la ciudad pertenecerán a todas las tribus de Israel, de ahí que la ciudad tenga una puerta para cada tribu. Todo en la descripción de Ezequiel es artificial y simbólico. No habla de muralla protectora de la ciudad, aunque se suponga en el hecho de que tenga puertas. El perímetro de la ciudad era de 18.000 codos (unos nueve km. largos en total). Ezequiel tiene preferencia por lo geométrico, y esto lo lleva hasta el último detalle. La nueva ciudad de la nueva teocracia será perfecta. La vida estará totalmente sistematizada, y en tal forma sus ciudadanos vivirán vinculados a su fe, que la ciudad se llamará Yahvé allí. Es el mejor nombre para calificar la nueva era mesiánica entrevista por el gran profeta del exilio. Los profetas, en sus idealizaciones mesiánicas, habían escogido diversos nombres para caracterizarla en su fase definitiva mesiánica. Isaías la llama "ciudad de justicia, ciudad fiel", "la ciudad de Yahvé, la Sión del Santo de Israel", "no te llamarán la Desamparada, sino "Mi complacencia en ella," "Desposada". Jeremías llama a la futura Jerusalén "trono de Yahvé". Todos estos nombres no hacen sino expresar parcialmente los aspectos de la nueva Jerusalén. La denominación de Ezequiel va más al fondo: la ciudad se llamará Yahvé allí, porque la presencia de Yahvé es la prenda de la felicidad de los corazones de los ciudadanos de la nueva gran metrópoli. Para los exilados, que se consideraban abandonados definitivamente por su Dios, esta denominación hacía despertar en ellos las esperanzas más queridas, ya completamente olvidadas. La misión de Ezequiel era consolar a los exilados. Su descripción idealizada de la nueva Tierra Prometida y de la Ciudad Santa es la síntesis de su labor misionera entre los desterrados. Había sido enviado a una nación rebelde, y después de anunciarle el debido castigo, le presenta el horizonte glorioso de la restauración.