2Jn 1, 1-3. El protocolo o encabezamiento de la carta en el mundo grecorromano (cfr. nota a 1Co 1, 1) incluía el nombre del remitente -el Presbítero-, el del destinatario -la Señora Elegida y sus hijos-, y el saludo (v. 3).
San Juan, lo mismo que hizo San Pablo, asume el esquema, pero imprimiendo su sello personal y cristiano, especialmente en el saludo. En efecto, en la fórmula habitual se deseaban gracias (congratulaciones). San Pablo utiliza habitualmente «gracia y paz» (cfr. nota a Rm 1, 7); San Juan añade «misericordia» (cfr. también 1Tm 1, 2; 2Tm 1, 2). Son maneras de poner de relieve la certeza sobrenatural de la participación en los bienes divinos.
La epístola está dirigida a la Señora Electa o Elegida y a sus hijos, metáfora para referirse a una iglesia particular de Asia Menor: esto permite suponer que se trata de una carta circular, dirigida inmediatamente a una comunidad, pero que se leería en muchas otras, al menos de Asia Menor.
«La verdad»: Cuatro veces se emplea el término en esta breve sección. En el lenguaje neotestamentario, y más aún en los escritos de San Juan, verdad significa la revelación de Dios que culmina en Jesucristo -«Yo soy la Verdad» (Jn 14, 6)-, y que abarca el conjunto de verdades que hemos de creer (cfr. Jn 17, 17.19); pero es, ante todo, un principio interior de vida y de actividad sobrenatural (cfr. 1Jn 2, 24). Por tanto, «amar en verdad» es mucho más que «amar sinceramente»: significa «amar en Cristo», fórmula que utiliza San Pablo (cfr., p. ej., Rm 16, 8), y que viene a equivaler a «amar con el mismo amor con que Cristo ama». Se comprende que se trata de una meta a la que el cristiano debe tender, aunque nunca la alcance en plenitud.
2Jn 1, 1. «El Presbítero»: Literalmente, el Anciano. Ya entre los judíos, los ancianos figuraban como las personas más insignes del pueblo, y formaban uno de los tres estamentos del Sanedrín (cfr. nota a Mt 2, 4). En el Nuevo Testamento y en la primera época del cristianismo se empleaban indistintamente los títulos de «presbítero» y de «epíscopo», para designar a los pastores de las comunidades locales, instituidos por los Apóstoles (cfr. nota a Hch 20, 28; puede verse también Hch 11, 30; Hch 14, 23; Hch 20, 17; 1Tm 4, 14; 1Tm 5, 17-19; Tt 1, 5.7). Incluso el mismo San Pedro se llama «copresbítero» (1P 5, 1). Sólo más tarde se fija la terminología actual, reservando el título de «epíscopo» para los obispos, y el de «presbítero» para los simples sacerdotes.
Aquí, el artículo -el Presbítero- indica que se trata de una persona bien conocida por los destinatarios de la carta y que tiene autoridad sobre ellos. Ese Presbítero por excelencia no es otro que el propio San Juan.
2Jn 1, 3. «De parte de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre». La frase constituye uno de los muchos testimonios del dogma de la consustancialidad entre el Padre y el Hijo: los dos tienen la misma sustancia, son el único Dios. San Juan atestigua aquí -enseña San Beda- «que la gracia, la misericordia y la paz que se dan a los fieles, también provienen de Cristo, como de Dios Padre; y para demostrar que es igual y coetemo al Padre dice que los dones del Hijo son los mismos que los del Padre» (In II Epist. S. Ioannis, ad loc.). Jesucristo, hablando de su consustancialidad con el Padre, enseña: «Lo que Él (Dios Padre) hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo» (Jn 5, 19).
2Jn 1, 4-6. Dentro de las muchas semejanzas de lenguaje y contenido que se encuentran entre la segunda y la primera carta, este pasaje resulta especialmente significativo.
La alegría del Apóstol (v. 4) se funda en que los cristianos han comprendido que caminar en la verdad supone cumplir el mandamiento del amor fraterno, recibido desde el principio. Es como un resumen de uno de los temas fundamentales de la primera carta, donde San Juan explica estas enseñanzas con mayor detenimiento (cfr. 1Jn 2, 7-11; 1Jn 3, 11-24; 1Jn 4, 7-21; y las notas correspondientes).
«Que caminéis en el amor» (v. 6): El texto griego es ambiguo -la traducción literal sería: «Que caminéis en él»-, y puede referirse, bien al mandamiento (así lo entiende la Neovulgata), o bien al amor, como lo entendemos nosotros. El sentido no varía mucho, si se tiene en cuenta que en la enseñanza de San Juan, los mandamientos se resumen en el amor a Dios y al prójimo: «Oye de una vez un breve precepto, exhorta San Agustín: ama y haz lo que quieras» (In Epist. Ioann. ad Parthos, VII, 8).
Por otra parte, San Juan pone el acento en que se trata de un mandamiento recibido «desde el principio» (vv. 5 y 6). Es decir, la Tradición es tan firme en este punto que quien enseñe doctrinas diversas es un falsario y seductor. Así se entiende mejor la unión de estos versículos con los siguientes. De hecho, los falsos maestros causan un doble perjuicio: además de corromper la fe, destrozan la unidad y el amor mutuo.
2Jn 1, 7-11. Estas advertencias constituyen un resumen de lo que se expone en la primera carta con mayor amplitud (cfr. 1Jn 2, 18-29; 1Jn 4, 1-6; 1Jn 5, 1-5; y notas correspondientes). San Juan señala el criterio para distinguir a aquellos herejes: no confiesan la divinidad de Jesucristo encarnado (cfr. 1Jn 4, 2-3 y nota); y advierte que quien se aparta de la buena doctrina se aleja del Padre y del Hijo (cfr. 1Jn 2, 22-25 y notas correspondientes). El pasaje termina con la indicación de unas cautelas en el trato con esas personas (vv. 10-11).
Acerca del «Anticristo» (v. 7), cfr. nota a 1Jn 2, 18.
2Jn 1, 8. «Para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo». Otros muchos códices importantes presentan la lectura: «El fruto de nuestro trabajo», aplicándolo al esfuerzo de los Apóstoles. Ambas lecturas están igualmente apoyadas en los códices griegos, tienen sentido y ponen de manifiesto que para perseverar en la fe -y alcanzar la consiguiente recompensa- hace falta poner cuidado y esfuerzo, tanto por parte de los pastores de la Iglesia como de los demás fieles.
San Cirilo de Jerusalén exhortaba: «Velad cuidadosamente, no sea que el enemigo despoje a algunos desprevenidos y remisos; o que algún hereje pervierta alguna cosa de las que os han sido entregadas. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito» (Catechesis V. De fide et symbolo).
2Jn 1, 10-11. Las palabras de San Juan son firmes al pedir fortaleza para velar por la fe. En efecto, la fe es un don inestimable de Dios, que es necesario mantener al abrigo de peligros. La carta se refería de modo inmediato a determinados errores de su tiempo; pero puede aplicarse a los de todas las épocas.
Entre los orientales, la hospitalidad y el saludo no eran -como puede suceder entre nosotros- simples muestras de buena educación o de cortesía: llevaban consigo una mayor solidaridad y afinidad. Por eso se advierte que dar la hospitalidad o el saludo a esas personas supondría una complicidad con sus malas obras (v. 11), con el consiguiente peligro de escándalo para otros fieles.
Indicaciones análogas pueden verse, por ejemplo, en Mt 18, 7; 1Co 5, 1-13; Tt 3, 10-11. El deber de salvaguardar la fe -buscando a la vez el bien y el arrepentimiento del culpable- son la causa de que la Iglesia, en casos de excepción, recurra a medidas disciplinares, cuando ha comprobado «que la corrección fraterna, la represión u otros medios de la solicitud pastoral no bastan para reparar el escándalo, restablecer la justicia y conseguir la enmienda del reo» (Código de Derecho Canónico, can. 1.341).
San Vicente de Lerins advertía: «Si se fuese indulgente -aunque sólo fuera por una vez- con el engaño impío, me horroriza describir el grave peligro de destrozar y aniquilar la religión que se seguiría: tras ceder en una parte cualquiera del dogma católico, se cederá también en otras y en otras como cosa ya lícita y exigida por la costumbre» (Commonitorio, 23).
2Jn 1, 12-13. La despedida de la carta trasluce la grandeza del corazón de San Juan que -como San Pablo (cfr. Rm 1, 11-12)- anhela visitar cuanto antes a aquellos cristianos, confirmarlos en la fe, y alegrarse mutuamente.
El saludo del v. 13 hace referencia a los fieles de la iglesia desde donde escribe, probablemente la de Éfeso.