REYES

Los dos libros de los Reyes constituyen una unidad: la cuarta parte del conjunto integrado por los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, que en la Biblia hebrea recibe el nombre de «profetas anteriores». La división del contenido de Reyes en dos libros se encuentra por primera vez en los códices de la traducción griega de la Biblia, llamada «los Setenta», donde llevan como título: «Tercer y cuarto libro de los Reinos», pues el primero y segundo correspondían a 1 y 2 Samuel. Fue San Jerónimo quien, siguiendo la tradición hebrea, los llamó «Libros de los Reyes».

1. ESTRUCTURA Y SÍNTESIS DEL CONTENIDO

El libro primero de los Reyes comienza con la amplia narración de la figura y de las obras de Salomón, sucesor de David. Después, va exponiendo la historia de los dos reinos que se formaron a la muerte de Salomón: Israel en el norte y Judá en el sur. Presenta a los reyes de ambos reinos de manera sincrónica, relacionando las fechas en las que unos y otros comenzaron a reinar. En el libro segundo de los Reyes continúa la historia de los dos reinos, a partir de los tiempos del profeta Eliseo, hasta llegar a la desaparición del reino del Norte y, después, a la deportación a Babilonia del rey de Judá y de la población más importante de Jerusalén.

El contenido de los libros de los Reyes se puede dividir de la siguiente forma:

I. EL REY SALOMÓN SUCESOR DE DAVID (1R 1, 1-11, 43)

Se presenta primero cómo fue la sucesión de David 1; le sigue la narración de la magnificencia del reinado de Salomón 2, que concluye con la exposición de los puntos oscuros de su reinado y con su muerte 3. El rasgo más notable de Salomón es la sabiduría que Dios le otorga y que se manifiesta en las construcciones que realiza, sobre todo en la edificación y dedicación del Templo, en la organización de su reino y en la actividad comercial con los reinos vecinos. A pesar de todo esto, por su pecado de idolatría, mereció que a su muerte Dios permitiese la división del reino 4.

II. REYES DE ISRAEL Y DE JUDÁ (1R 12, 1-2R 17, 41)

Se van presentando de forma sincrónica los reyes de Israel y de Judá hasta los tiempos del profeta Elías 5. Comienza con la división producida entre las tribus del norte y del sur a raíz de la sucesión de Salomón: las tribus del sur se mantuvieron fieles a Roboam, hijo de Salomón, mientras que las del norte nombraron rey a Jeroboam. Éste, a pesar de haber sido elegido rey por disposición divina a través del profeta Ajías, abandonó el culto al verdadero Dios e introdujo la idolatría en Israel haciendo pecar al pueblo y quedando para siempre como prototipo de rey idólatra. En Judá los reyes acceden al trono por vía hereditaria, manteniéndose así la estirpe de David. En el reino del Norte, en cambio, los reyes llegan al poder por su cuenta, mediante revueltas sangrientas o porque Dios lo dispone de esa forma para castigar los pecados de la dinastía reinante. Así pues, en Israel se suceden distintas dinastías, entre las que sobresalen la de Omrí, que reinó más de cuarenta años y a la que pertenecía el rey Ajab 6, y la de Jehú, cuyos sucesores gobernaron casi un siglo 7. Sin embargo, en la historia del reino de Israel, más que los reyes, destacan los profetas Elías y Eliseo cuyas acciones se cuentan a continuación detenidamente y se ponen en relación con los reyes que reinaron en su tiempo: en los días de Elías, Ajab y Ocozías, hijo de Ajab 8; en los días de Eliseo, Ocozías, su hijo Joram, Jehú, y su hijo Joacaz 9. Entre los reyes de Judá de esa época merece ser destacado Joás, que reinó cuarenta años y fue contemporáneo de Jehú y Joacaz10. Esta parte de los libros de los Reyes termina con la historia de los reyes de Israel y de Judá hasta la caída de Samaría11. Israel se fue debilitando tras la dinastía de Jehú12 hasta que finalmente se impuso el poder de los asirios, que conquistaron Samaría y repoblaron con extranjeros el territorio del reino del Norte13. En Judá el rey más sobresaliente fue Ajaz, a quien el profeta Isaías hizo la importante profecía sobre el nacimiento del Emmanuel14.

III. REYES DE JUDÁ HASTA EL DESTIERRO DE BABILONIA (2R 18, 1-25, 30)

Esta última parte de los libros de los Reyes contiene la historia del reino de Judá tras la caída del reino del Norte, hasta la toma y saqueo de Jerusalén por Nabucodonosor. Entre los acontecimientos acaecidos en Judá durante ese tiempo figura en primer lugar la reforma religiosa llevada a cabo por el rey Ezequías y la milagrosa liberación de Jerusalén ante el ataque de Senaquerib, rey de Asiria15. La figura y la acción del profeta Isaías son claves para comprender aquellos sucesos; de hecho, la narración de 2 R 18, 1-20, 21 tiene su paralelo en Is 36, 1-39, 8. Pero los sucesores de Ezequías volvieron a introducir y practicar la idolatría, especialmente Manasés, famoso por su impiedad16. Sin embargo, una reacción más fuerte en favor del culto al verdadero Dios se dio con el rey Josías, que inició una reforma religiosa mucho más profunda que la de Ezequías, en cuanto que unificó todo el culto en un único santuario, el Templo de Jerusalén, para erradicar así la idolatría. Pero Josías, a pesar de su piedad, murió prematura e inesperadamente a manos del faraón Necó17. Sus sucesores volvieron de nuevo a la idolatría, y el Señor castigó a Judá y a Jerusalén por medio de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Jerusalén fue dos veces saqueada, el Templo incendiado y los habitantes de Judá llevados cautivos a Babilonia junto con el rey18. En Judá quedó un gobernador; y en Babilonia, el rey Yoyaquín, aunque cautivo, obtuvo un trato de favor y el reconocimiento como rey por parte de Nabucodonosor19. Acaba así la historia de los reyes con un toque de esperanza porque continúa, aunque en el destierro, la estirpe de David.

En las dos últimas partes del libro la narración de los hechos de cada rey va encuadrada en un marco redaccional con características fijas. Comienza por una introducción en la que figura el nombre del rey, la duración de su reinado y el año del reinado del rey vecino –del Norte o del Sur, según el caso– en el que empieza a reinar. En los reyes de Judá se señala también el nombre de la madre. Nunca falta un juicio sobre la actividad del rey. El más repetido es que hicieron el mal a los ojos del Señor, que se aplica a todos los reyes del Norte y a algunos del Sur20. Otro juicio, más benévolo, que se aplica a Asá, Josafat, Joás, Amasías, Azarías y Jotam, es que obraron lo recto a los ojos del Señor, aunque no hicieron desaparecer todos los «lugares altos»21. Sólo en el caso de los dos reyes que desarrollaron reformas profundas, Ezequías y Josías, se hace una alabanza plena: hicieron lo recto a los ojos del Señor en todo, tal y como lo había hecho su padre David22.

2. COMPOSICIÓN

La obra fue redactada en la época del destierro al menos como una primera redacción de la «historia deuteronomista», e iba destinada a los judíos que vivieron el desastre de la invasión babilónica. Tiene por finalidad explicar cómo habían podido suceder aquellas cosas y animar a la fidelidad al Dios de Israel, el único Dios verdadero.

El redactor de 1 y 2 Reyes se ha servido de materiales previos en los que se apoya y a los que respeta al introducirlos en su obra. Entre las fuentes se citan expresamente tres: el Libro de los hechos de Salomón, el Libro de los anales de los reyes de Judá y el Libro de los anales de los reyes de Israel. Pero además, se pueden reconocer varios conjuntos literarios que existían con anterioridad y que aparecen insertados en la obra sin ser modificados sustancialmente, pues elogian acontecimientos que no encajaban bien con las ideas fundamentales del redactor final, el deuteronomista. Un ejemplo puede verse en la narración de la construcción, por parte de Elías, de un altar en el Monte Carmelo (por tanto, fuera de Jerusalén) en el que ofrece un sacrificio a Dios23.

Entre esos conjuntos literarios previos a la redacción final cabe citar: la crónica de la sucesión de David24, la historia de Salomón25, la historia del cisma26, el ciclo de Elías27, el ciclo de Eliseo28, las noticias sobre Joás29, las noticias sobre Ajaz30 y las relaciones entre Ezequías e Isaías31. Cada uno de estos bloques temáticos tuvo, sin duda, su propia historia literaria antes de ser incorporado a los libros de los Reyes. El autor sagrado ha seleccionado aquellas noticias o narraciones que mejor le servían para mostrar cómo el pueblo, representado en los reyes, había obrado de tal manera que el castigo se hizo inevitable a pesar de las palabras y advertencias de los profetas. Con este fin el autor de 1 y 2 Reyes organiza los datos tomados de sus fuentes y construye una historia sincrónica de los reyes de Israel y de Judá, introduciendo con amplitud los hechos y dichos de los profetas. No duda en dar explicaciones personales de los acontecimientos, ni en valorar las conductas de los reyes teniendo presente la doctrina contenida en el libro del Deuteronomio, en concreto, la responsabilidad del hombre y del pueblo en su propia suerte, según elija servir a Dios o servir a los ídolos32, y la exclusividad de un santuario único en el que se ofrezcan sacrificios a Dios33.

3. ENSEÑANZA

En su conjunto 1 y 2 Reyes muestran, lo mismo que el libro del Deuteronomio, que el destino del hombre depende de su fidelidad a Dios. La experiencia histórica de Israel había sido que, después de haber tenido la posesión de la tierra como don de Dios, llegó a perderla al ser invadido y llevado al destierro por pueblos extranjeros. Este hecho avivó la conciencia de que el hombre está abocado al fracaso cuando abandona al verdadero Dios y su Ley, sometiéndose al servicio de los ídolos.

En 1 y 2 Reyes encontramos descrita la relación de los hombres con Dios y de Dios con los hombres que se manifiesta en los acontecimientos que tejen la historia de Israel a lo largo de unos cuatrocientos años. 1 y 2 Reyes son, en este sentido, los libros del Antiguo Testamento que quizá, con más realismo que ningún otro, «manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con el hombre (…) en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo»34.

En efecto, 1 y 2 Reyes ponen ante los ojos el conocimiento de Dios que adquirió Israel a lo largo de su historia y cómo llegó a él. Ciertamente, Dios se había revelado a los patriarcas como amigo, acompañante y protector en sus peregrinaciones, y a Moisés y a Josué como el Dios que sacó a su pueblo de Egipto, estableció con él una Alianza y le dio una Ley y una tierra. Dios se había revelado a los Jueces y a Samuel como el Dios salvador en las batallas y administrador de la justicia entre el pueblo, llegando a concederle un rey que ejerciera estas funciones y fuese según su corazón. Ahora en 1 y 2 Reyes Dios se va revelando a su pueblo como el Dios de todo lo creado –no sólo de su pueblo– que tiene dominio absoluto sobre la naturaleza y concede la lluvia cuando quiere –cosa que no pueden hacer los baales o dioses de Canaán– porque es un Dios vivo, Dios de cielos y tierra, como aparece en los episodios recordados a propósito de Elías35. Pero además Dios se revela a su pueblo como absolutamente trascendente, que no puede ser contenido en ningún templo, ni ser representado, pues Él habita en los cielos36. Es, por tanto, el Dios único y verdadero que no admite otros dioses junto a Él37.

Esta revelación de sí mismo la hace Dios por medio de sus profetas, los «hombres de Dios». El autor de 1 y 2 Reyes enfatiza que las palabras de estos profetas se cumplen puntual e inexorablemente, aunque haya pasado mucho tiempo desde que las pronunciaran38. El esquema profecía–cumplimiento se encuentra repetido unas cuarenta y cinco veces a lo largo de los libros de los Reyes. En esta forma de presentar la historia subyace la certeza de que la palabra de Dios, pronunciada por medio de los profetas, guía y dirige la historia de Israel con toda su divina eficacia.

La historia narrada en 1 y 2 Reyes nos hace ver también la condición del hombre, pecador y al mismo tiempo deseoso y necesitado del verdadero Dios. La raíz del pecado es la idolatría. Los baales cananeos, con sus cultos de fecundidad y sus representaciones físicas de la divinidad, tentaban con fuerza a los israelitas. Para el autor de 1 y 2 Reyes la fidelidad a Dios no consiste sólo en quitar los ídolos, sino en purificar totalmente el culto al verdadero Dios, realizándolo como Él quiere, en aquella situación concreta, en el santuario de Jerusalén. En realidad el Templo de Jerusalén sólo fue decretado santuario único para Israel a finales del siglo VII a.C. con la reforma de Josías, precisamente para erradicar el peligro del sincretismo y acrecentar, al mismo tiempo, la unidad nacional. Antes se podía dar culto al Señor en otros santuarios y lugares altos, como sucedía en época patriarcal. Pero, incluso a pesar de aquella reforma, los reyes sucesivos y el pueblo volvieron a caer en el mismo pecado. Se pone de manifiesto que el hombre no puede por sí mismo mantenerse firme en la fidelidad a Dios, y sufre constantemente los efectos de su propias culpas. Así al pecado de Salomón se debió la división del pueblo en dos reinos; a la infidelidad de los reyes del Norte su caída bajo el poder asirio, y a la de los del Sur, a pesar de la reacción positiva de algunos de ellos, el destierro de Babilonia.

1 y 2 Reyes nos muestran también cómo fue actuando Dios con su pueblo, y desplegó su justicia (fidelidad) y su misericordia preparando la venida de Cristo. Dios había dado a su pueblo un rey justo y fiel, David, y había prometido de forma incondicional que su descendencia permanecería siempre en el trono39. También eligió el Templo de Jerusalén para que fuese Morada de su santo Nombre y escuchar allí las súplicas de su pueblo. La Presencia de Dios que en otro tiempo acompañaba al Arca pasa ahora al Templo. La relevancia del Templo en 1 y 2 Reyes se pone de manifiesto en el espacio que el autor dedica a describir su construcción y dedicación, obra de Salomón40. Además Dios mostraba su cuidado por el pueblo suscitando a los profetas.

Ahora bien, a pesar de ese despliegue de la misericordia de Dios, los reyes y el pueblo no le fueron fieles y adoraron a otros dioses. El Señor, en cambio, sí permaneció fiel a su promesa, aunque su cumplimiento se realizara de forma no siempre comprensible para el hombre; como incomprensible es que el rey más justo y piadoso, Josías, muriera de forma violenta y prematura a manos del faraón egipcio41. La fidelidad de Dios se muestra, ante todo, en que –a pesar del pecado de Salomón, la división del reino y la mala conducta de los reyes– la línea de sucesión davídica se mantiene en el trono de Judá, en atención a David y a la promesa que Dios le hizo. Incluso en el destierro sigue presente el sucesor de David en su condición de rey.

4. LOS LIBROS DE LOS REYES A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO

La sucesión en el trono de David, que 1 y 2 Reyes detallan hasta la época del destierro, culmina, según el Nuevo Testamento, en Jesús de Nazaret, proclamado «Hijo de David» por la multitud42 y por los evangelistas43. Aunque después del destierro desaparecen los reyes de Israel, Dios no había revocado su decisión de hacer de su pueblo un Reino, y de hecho en 1 y 2 Reyes no es rechazada la monarquía como tal, aunque sí se valoran negativamente la mayor parte de los reyes. Tampoco había revocado su promesa de suscitar a David un heredero cuyo trono permaneciese para siempre44. Pero Dios cumple su promesa por encima de todas las expectativas humanas. La ascendencia davídica de Jesús no se funda en la generación humana, como sucede en los reyes de Judá, según 1 y 2 Reyes, sino en la voluntad de Dios que elige y constituye a José como padre de Jesús45. El Reino que se inaugura con la venida de Cristo trasciende las categorías del reinado de un rey humano e histórico. Es el Reino mismo de Dios, que se realiza con la presencia en la historia humana de Jesús de Nazaret, el Rey Mesías, Jesucristo. Jesucristo es Rey, pero su Reino no es de la naturaleza de los reinos de este mundo, ni se circunscribe a este mundo46.

A diferencia de los reinos de Judá e Israel, el Reino del Mesías está formado por judíos y gentiles, personas que participan todas ellas de la realeza de su Rey Cristo, «hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación» de los que el Señor ha hecho «un Reino de sacerdotes que reinan sobre la tierra»47. A este Reino pertenecen, explica San Pablo, aquellos judíos que han acogido a Cristo, y que constituyen un resto fiel, semejante al de aquellos que en los tiempos de los reyes «no doblaron la rodilla ante baal»48. La Iglesia, integrada por judíos y gentiles, es en la historia humana «el germen y principio de este Reino»49, prefigurado y preparado por lo que fue históricamente el reino de Judá.

En su enseñanza, Jesús pone en evidencia que el esplendor de los reyes de Israel, aun antes de la división del reino, fue bien poca cosa comparado con el esplendor que manifiesta Dios, verdadero Rey, en la creación: «Mirad los lirios del campo (…) ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos»50. Asimismo Jesús se presenta Él mismo como alguien que es más que Salomón con toda su sabiduría51. El verdadero culto a Dios, afirma Jesucristo, ya no se dará ni en Garizim (Samaría) ni en Jerusalén, sino en Espíritu y en verdad, porque Dios es Espíritu52, y ahora, el lugar de la Presencia de Dios entre los hombres no es el Templo de Jerusalén sino «el Santuario de su Cuerpo»53. Pero la realidad histórica transitoria del Templo de Jerusalén y su santidad54 nos ayudan a comprender la santidad y excelencia de Cristo que «penetró en el Santuario de Dios de una vez para siempre (…) con su propia sangre consiguiendo una redención eterna»55.

La ciudad santa de Jerusalén, en la que Jesús culminó su obra redentora, no pierde protagonismo en el Nuevo Testamento. También el Reino de Dios, instaurado por Jesucristo, tendrá su realización plena en la nueva Jerusalén, celestial y escatológica, es decir, en la Iglesia consumada en gloria al final de los siglos. Allí «está la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios–con–ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ya ha pasado»56.

1 1R 1, 1-1R 2, 46.
2 1R 3, 1-1R 10, 29.
3 1R 11, 1-43.
4 1R 11, 30-39.
5 1R 12, 1-1R 14, 31.
6 1R 16, 23-2R 8, 24.
7 2R 9, 1-2R 15, 12.
8 1R 17, 1-2R 1, 18.
9 2R 2, 1-2R 13, 25.
10 2R 12, 1-22.
11 2R 14, 1-2R 17, 41.
12 2R 14, 1-2R 15, 2.
13 2R 17, 5-41.
14 2R 16, 1-20; cfr Is 7, 1-8, 4.
15 2R 18, 1-2R 20, 21.
16 2R 21, 1-26.
17 2R 22, 1-2R 23, 30.
18 2R 23, 31-2R 25, 21.
19 2R 25, 22-30.
20 1R 14, 22; 1R 15, 26; 1R 15, 34; 1R 16, 25.30; 1R 22, 53; 2R 3, 2; 2R 8, 18.27; 2R 10, 31; 2R 13, 2.11; 2R 14, 24; 15, 18.24.28; 2R 16, 2; 2R 17, 2; 2R 21, 2.20; 2R 23, 32.37; 2R 24, 9.19.
21 1R 15, 11-12; 1R 22, 43-44; 2R 12, 3-4; 2R 14, 3-4; 2R 15, 3-4.34-35.
22 2R 18, 3; 2R 22, 2.
23 1R 18, 20-40.
24 1R 1, 1-1R 2, 46.
25 1R 3, 1-1R 11, 43.
26 1R 12, 1-1R 14, 31.
27 1R 16, 29-1R 22, 40.
28 2R 2, 1-2R 13, 21.
29 2R 12, 1-22.
30 2R 16, 1-20.
31 2R 18, 1-2R 20, 21.
32 cfr Dt 30, 15-20.
33 cfr Dt 12, 2-14.
34 Conc. Vaticano II, Dei verbum, 15.
35 cfr 1R 18, 1ss.
36 cfr 1R 8, 27.
37 cfr 1R 18, 21.
38 cfr 1R 13, 2; 2R 23, 15-16.
39 cfr 2S 7, 14-16.
40 1R 5, 15-1R 9, 9.
41 2R 23, 29.
42 Mt 21, 9 y par.
43 cfr Lc 1, 32.
44 cfr 2S 7, 14.
45 cfr Mt 1, 1-17.
46 cfr Jn 18, 36-37.
47 Ap 5, 9-10.
48 Rm 11, 2-5; cfr 1R 19, 10-18.
49 cfr Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 5.
50 Mt 6, 28-29.
51 cfr Mt 12, 42.
52 Jn 4, 24.
53 Jn 2, 21.
54 cfr 1R 8-9.
55 Hb 9, 12.
56 Ap 21, 3-4.