DEUTERONOMIO

Deuteronomio es el título por el que es conocido comúnmente en la cristiandad el quinto libro del Pentateuco. El nombre procede de la traducción que la versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, hizo de Dt 17, 18: en lugar de traducir «que haga escribir (el rey), para uso suyo, en un libro una copia de esta Ley», vertieron: «… esta segunda Ley» (= to deuteronómion toúto). No obstante, el título no resulta impropio, ya que el libro comprende, junto con recuerdos históricos, largos discursos, exhortaciones, etc., un segundo conjunto legislativo, que contiene, con diferencias más o menos grandes según los casos, un cuerpo de leyes semejante al contenido en el libro del Éxodo (y, a veces, en el Levítico). En el judaísmo, este libro es designado por sus primeros vocablos: ‘Elleh ha–debarim («Éstas son las Palabras»), o más sencillamente Debarim («Palabras»).

1. ESTRUCTURA Y SÍNTESIS DEL CONTENIDO

El Deuteronomio narra los acontecimientos principales del final de los cuarenta años de vida errante de los israelitas, bajo la guía de Moisés: el pueblo está acampado en las tierras de Moab, en la región nororiental del Mar Muerto, a la vista de la tierra prometida que se extiende al lado occidental del Mar Muerto y del río Jordán. Moisés enseña al pueblo –a punto de emprender la conquista de la tierra que Dios les va a entregar–, en unos discursos de despedida o testamento, la conducta que deberán seguir siempre. Para ello, recapitula los principales sucesos ocurridos durante el éxodo y les insta a que observen la Ley fundamental de la Alianza o Decálogo (promulgado también en Ex 20, 2-17); les dirige algunos discursos exhortativos, les propone algunas agrupaciones de leyes, y completa sus discursos de despedida con un largo cántico y algunas bendiciones.

Tal como lo leemos ahora, la estructura del Deuteronomio puede ser contemplada desde diversas perspectivas. Una, muy divulgada entre los expositores, es la que hace consistir el libro, fundamentalmente, en tres grandes discursos atribuidos a Moisés, precedidos de una breve introducción y de un largo epílogo compuesto de varias piezas. Según esta disposición, útil desde el punto de vista descriptivo, podríamos dividir el Deuteronomio de la siguiente manera:

INTRODUCCIÓN (Dt 1, 1-5).

PRIMERA PARTE: PRIMER DISCURSO DE MOISÉS: INTRODUCCIÓN HISTÓRICA (Dt 1, 6-4, 43)

Predomina el recuerdo de los episodios del éxodo, desde la gran teofanía del Horeb hasta llegar a los campos de Moab, donde se encuentran. Sirve para exhortar al agradecimiento de Dios por las hazañas grandiosas realizadas en favor del pueblo.

El discurso comienza rememorando la partida de la expedición desde el monte Horeb 1, los sucesos de Cadés 2, la llegada y el establecimiento en Transjordania 3, y la infidelidad del pueblo en Baal Peor cuando estaban casi a las puertas de la tierra prometida 4. El discurso termina con la exposición de las exigencias que trae consigo la Alianza del monte Horeb, y con unas perspectivas de castigo que preparen el camino a la conversión 5.

SEGUNDA PARTE: SEGUNDO DISCURSO DE MOISÉS: LA LEY (Dt 4, 44-28, 68)

Es la parte fundamental del libro.

Comienza con la promulgación del Decálogo moral 6; le sigue una llamada a la fidelidad a Dios que se inicia con una profesión de fe en el Dios único: la Shemá 7; y continúa con el recuerdo de la elección de que han sido objeto por parte de Dios y con la fuerza que eso les proporciona 8. La peregrinación por el desierto, con las infidelidades del pueblo y los castigos que recibió de Dios, así como las victorias que les concedió, son vistas como modelo de lo que puede suceder cuando estén en la tierra prometida 9.

La parte central del discurso la constituye el Código Deuteronómico o Alianza en Moab (caps. 12-26), recopilación extensa de varios conjuntos legales y morales. La primera parte del mismo se dedica a algunas normas religiosas alrededor del tema capital de que sólo hay un Dios, y de que sólo debe haber un lugar en el que reciba culto legítimo10. Le siguen algunas prescripciones particulares sobre la ley del talión11, la familia, el matrimonio12, y la protección de los más débiles13. Termina con unas prescripciones rituales acerca de las primicias y diezmos14.

La conclusión del segundo discurso es muy extensa, y en ella tienen una notable extensión las bendiciones y maldiciones para quienes cumplan o incumplan lo establecido15.

TERCERA PARTE: TERCER DISCURSO DE MOISÉS: LA ALIANZA DE MOAB (Dt 28, 69-30, 20)

Reitera las exhortaciones a ser fieles a la Alianza.

El discurso se inicia con el recuerdo de la salida de Egipto y de la Alianza hecha con Dios16 con la intención de mostrar a las generaciones futuras que deben mantenerse fieles a esa Alianza17. Termina haciendo una llamada apremiante para optar por ser fieles a Dios, que es escoger la vida, en vez de apartarse de sus caminos, que es escoger la muerte18.

CONCLUSIÓN HISTÓRICA (Dt 31, 1-34, 12)

En ella se narran los últimos actos de Moisés.

Comienza por la narración de la elección de Josué como sucesor de Moisés19, a la que sigue el célebre Cántico de Moisés20 y las Bendiciones a cada una de las tribus21. Finalmente, se narra la muerte del gran liberador y legislador de Israel22.

Con arreglo a esta estructura temática, las leyes deuteronómicas se suelen encontrar enmarcadas en relatos de carácter generalmente histórico, y entre exhortaciones morales de hondo sentido religioso. Así, el autor sagrado evita la sequedad de un mero formulario jurídico–moral y, en cambio, consigue gran fluidez y viveza.

Otra manera posible de enfocar la estructura del Deuteronomio es seguir lo que el mismo libro parece indicar. A este propósito se pueden distinguir varios encabezamientos en el texto:

  1. Dt 1, 1: «Éstas son las palabras que habló Moisés a todo Israel en la Transjordania».
  2. Dt 4, 44: «Ésta es la Ley que promulgó Moisés ante los hijos de Israel… después de su salida de Egipto».
  3. Dt 6, 1: «Éstos son los mandamientos, decretos y normas que el Señor, vuestro Dios, ordenó enseñaros para que los pongáis por obra en la tierra a la que vais a pasar».
  4. Dt 12, 1: «Éstas son las leyes y las normas que os esmeraréis en poner por obra en la tierra que os da el Señor».
  5. Dt 28, 69: «Éstas son las palabras de la Alianza que mandó el Señor a Moisés pactar con los hijos de Israel en el país de Moab».
  6. Dt 33, 1: «Ésta es la bendición con que Moisés, hombre de Dios, bendijo a los hijos de Israel antes de morir».

Tales encabezamientos sirven para introducir (o, tal vez, para terminar, en los casos de Dt 6, 1 y Dt 28, 69) las distintas partes que, en líneas generales, hemos indicado en la partición según los tres grandes Discursos de Moisés.

2. LA TRADICIÓN DEUTERONOMISTA: UNA TEOLOGÍA DE LA HISTORIA

Las características teológicas, literarias, estilísticas, etc., que se observan como comunes en el Deuteronomio y en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes han llevado a los investigadores a considerar que todos ellos son el fruto impresionante de la labor teológica, histórica y literaria de una tradición o escuela, que puede denominarse «deuteronomista». Ella, recibiendo la herencia de las generaciones precedentes23 así como la inspiración del Espíritu de Dios, que educaba a su pueblo con luces y castigos, concibió la primera gran teología de la historia del pueblo de Israel desde su establecimiento en la tierra de Canaán a finales del segundo milenio a.C. hasta la cautividad de Babilonia (siglo VI a.C.). El hondo sentido de Israel acerca de su identidad de pueblo elegido, y la providencia de Dios, han realizado la más grandiosa historia que la humanidad ha concebido.

Así pues, el Deuteronomio serviría como prólogo a esa gran explicación teológica de la historia realizada dentro de la tradición «deuteronomista». En la composición de esta gran obra, los autores no partieron de la nada, sino que se apoyaron en unos materiales históricos y jurídicos previos, y en tradiciones antiguas. En esta historia se señala con detalle la presencia activa que tuvieron los profetas en los momentos decisivos de la historia: Natán con David en la consolidación de la monarquía, Elías frente al peligro de politeísmo con Ajab, etc. También se hace significativa la presencia de personajes importantes en los principales momentos: la Ley fue entregada a Moisés, la conquista de la tierra prometida la guió Josué, el esplendor de la monarquía se alcanzó con David, el Templo fue construido por Salomón, la centralización del culto fue realizada por Josías. También, de vez en cuando, aparecen importantes discursos de diversos personajes que van explicando el sentido de los principales acontecimientos.

De ese modo, se va enseñando al pueblo que la promesa de la tierra no había sido hecha de forma absoluta, sino condicionada al cumplimiento de lo pactado en la Alianza. Una buena muestra de esto puede ser el siguiente texto del Deuteronomio: «Hoy pongo ante ti la vida y el bien, o la muerte y el mal. Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te ordeno hoy, amando al Señor tu Dios, marchando por sus caminos y guardando sus mandamientos, leyes y normas, entonces vivirás y te multiplicarás: el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra que vas a tomar en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar prosternándote ante otros dioses y dándoles culto, entonces os anuncio hoy que pereceréis sin remedio y no prolongaréis los días en la tierra que vas a tomar en posesión, una vez que pases el Jordán. Hoy pongo por testigos contra vosotros los cielos y la tierra: pongo ante vosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige, pues, la vida, para que tú y tu descendencia viváis, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a Él, porque Él es tu vida y la prolongación de tus días en la tierra que el Señor prometió dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.» (Dt 30, 15-20).

En estas palabras del texto se establece una correlación entre la fidelidad a la Alianza y la permanencia en la tierra, y entre la infidelidad a la Alianza con la expulsión de la tierra. Ésta será la norma fundamental para ir juzgando los distintos acontecimientos de la historia. La conclusión queda clara: Israel no puede culpar a Dios de incumplir su palabra, son los pecados de Israel los que han hecho desembocar los acontecimientos hacia la tragedia del destierro. Nunca ha faltado la paciencia y la misericordia de Dios en espera de que el pueblo rectificara. El esquema rebelión–castigo–arrepentimiento–salvación se repetirá en bastantes ocasiones, pero, a pesar de todo, el pueblo no aprenderá la lección.

3. COMPOSICIÓN

Parece que las tribus que ocuparon las regiones del norte de la tierra prometida (mayores en número que las del sur) conservaron los recuerdos de la época anterior a la monarquía davídica y tuvieron un desarrollo de su vida religiosa en torno a algunos santuarios y a algunas fiestas. En el norte se debió de conservar de manera más intensa que en el sur el rito de la renovación de la Alianza. Así, en Jos 8, 30-35 se menciona una gran asamblea religiosa en los alrededores de Siquem (en la región de Samaría). Se piensa con fundamento, que en esas asambleas se hacía una lectura de un relato de los episodios principales de la salida de Egipto, de los Mandamientos divinos dados por medio de Moisés y de listas de bendiciones y maldiciones para exhortar a la observancia de tales mandamientos que mantenían el compromiso de la Alianza con Dios. Jos 24, 25 nos informa de la renovación de tales ceremonias en Siquem y 1S 12, 7ss. en Guilgal.

Probablemente, la renovación de la Alianza constituyó una de las ocasiones privilegiadas para el recuerdo de las leyes mosaicas y para su actualización: ahí estaría el origen del núcleo central del Deuteronomio24. Muchos de los recuerdos tomarían forma entre las tribus del norte (tradición «elohista») y serían llevados a Jerusalén tras la caída de Samaría en poder de los asirios (722-721 a.C.). Del encuentro y fusión de esos elementos de tradición «elohista» con los que habían ido tomando forma en los ambientes de Jerusalén a lo largo del período de la monarquía davídica, debió de tomar origen la tradición «deuteronomista», a la que se atribuye el Deuteronomio nuclear, que pudo haber alcanzado una forma muy próxima a la actual hacia el siglo VI a.C.

Ese libro, que tal vez en su origen sirvió como prólogo a la historia de Israel desde su establecimiento estable en la tierra de Canaán hasta la cautividad de Babilonia, sería ligeramente retocado para que fuera el libro conclusivo de todo el Pentateuco, como así nos ha llegado en el canon de la Sagrada Escritura. El conjunto de cinco libros lo habrían terminado felizmente, a la vuelta del exilio de Babilonia, en torno a los siglos V-IV a.C. Esta función conclusiva del Deuteronomio, aun siendo hipotética, se nos presenta coherente dentro del marco no sólo del Pentateuco, sino de toda la historia bíblica del Antiguo Testamento. En efecto, al mismo tiempo que cierra la primera etapa, a la vista de la Tierra prometida, el Deuteronomio abre paso al libro de Josué, que narra precisamente la conquista de esta tierra, y a los llamados libros históricos del Antiguo Testamento hasta el destierro babilónico (esto es, además de Josué, los libros de Jueces, Samuel y Reyes).

En todo caso, el Deuteronomio, cualquiera que haya sido su proceso de formación literaria, tal como quedó fijado en el canon, constituye un majestuoso libro con enseñanzas teológicas y morales de primer orden en la historia de la Revelación y del pensamiento humano. El fundamento doctrinal está levantado sobre las concepciones de la elección del pueblo de Israel por Dios y de la Alianza: Dios eligió graciosamente, porque quiso en su soberana libertad, a los hijos de Israel y los constituyó en el pueblo de su propiedad, ofreciéndoles una Alianza, mediante la cual se comprometieron a reconocer y adorar a Yahwéh (el Señor) como su único Elohim (Dios). Además de la Alianza, Dios les prometió una tierra donde asentarse. El Deuteronomio, en definitiva, constituye la transición de la prehistoria de Israel, Patriarcas y Éxodo, a la historia del pueblo de la Alianza y de los Profetas.

4. ENSEÑANZA

La enseñanza teológica básica del Deuteronomio se podría resumir en las siguientes características: un Dios, un pueblo, un templo, una tierra, una ley.

La unicidad de Dios es proclamada solemnemente en Dt 6, 4: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es uno». Ese «uno» no sólo se opone a la existencia de varios dioses, sino que proclama la íntima unidad de Dios: Dios no está dividido. Por eso el amor a Él ha de ser también indiviso, no compartido con otros dioses ni con otros amores en el corazón que no conduzcan a Él. «Amarás, pues, al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»25.

Puesto que sólo hay un Dios, el culto también ha de estar unificado en un solo santuario: el Templo de Jerusalén26.

Ese único Dios ha elegido y hecho su Alianza con un pueblo, que ha de ser uno, sin divisiones por razón de cultos, ni de clases sociales, ni de ningún tipo de discriminaciones. A diferencia de la tradición «sacerdotal», el Deuteronomio no distingue en el pueblo tribus y familias. El ideal consiste en que todo el pueblo, desde el primero hasta el último, sean hermanos. No es un pueblo cualquiera, sino el Pueblo de Dios.

La tierra de Israel es un don de Dios a su pueblo, un espléndido obsequio, pero que encierra dentro de sí un indudable peligro: la tendencia a disfrutar de sus bienes como si fueran propios, olvidando que son un don del que Dios ha encomendado a los hombres su correcta administración27.

La ley, finalmente, es la expresión de la voluntad de Dios que muestra a su pueblo los caminos por los que le conviene marchar.

Cuando se compone el Deuteronomio la situación de la sociedad israelita no es, ciertamente, ésa. Pero éste es el ideal que Dios propone: hay que esforzarse por cambiar la situación presente para que se adapte a ese modelo, que ilumina las condiciones del momento histórico concreto y a la vez marca unas pautas de valor permanente.

5. COMPRENSIÓN DEL DEUTERONOMIO DESDE EL NUEVO TESTAMENTO

El gran tema del Deuteronomio, que es la unidad, encuentra su plenitud en Cristo, el Hijo Único de Dios que llama a todos los hombres a participar de la naturaleza divina por la gracia: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros»28.

El modelo de comportamiento que Jesús propone a sus discípulos se puede reducir a una sola ley: la del amor, que engloba en sí misma los dos preceptos fundamentales: «El primero es: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”»29.

En la nueva Alianza hay un solo acto supremo de culto: el sacrificio redentor de Jesús en la Cruz, que tiene un valor universal y que se actualiza constantemente en la Iglesia de modo sacramental. Este sacrificio ha roto la enemistad y ha hecho de todos los hombres un solo pueblo, el pueblo de Dios30. Cada uno de los miembros de ese pueblo ha de peregrinar por esta tierra, en el mundo que ha recibido como un don de Dios, desprendido de los bienes terrenos, en camino hacia la tierra definitiva.

1 Dt 1, 6-18.
2 Dt 1, 19-46.
3 Dt 2, 1-Dt 3, 29.
4 Dt 4, 1-8.
5 Dt 4, 9-40.
6 Dt 5, 1-22.
7 Dt 6, 1-9.
8 Dt 6, 10-Dt 7, 26.
9 Dt 8, 1-Dt 11, 31.
10 Dt 12, 2-Dt 18, 22.
11 Dt 19, 1-Dt 21, 9.
12 Dt 21, 10-Dt 23, 15.
13 Dt 23, 16-Dt 25, 19.
14 Dt 26, 1-15.
15 Dt 26, 16-Dt 28, 69.
16 Dt 29, 1-12.
17 Dt 29, 13-27.
18 Dt 29, 28-Dt 30, 20.
19 Dt 31, 1-8.
20 Dt 32, 1-43.
21 Dt 33, 1-29.
22 Dt 34, 1-12.
23 Posiblemente del legado literario y teológico de los círculos sacerdotales de Jerusalén, principalmente desde la época del rey Ezequías a la de Josías (finales del siglo VIII a.C. hasta mediados del siglo VII), de la enseñanza de los grandes profetas de esas épocas y con la experiencia religiosa que le proporcionó la gran catástrofe de la destrucción de Jerusalén y del Templo por las tropas babilónicas (587-586 a.C.).
24 Dt caps. 5-26.
25 Dt 6, 5.
26 Dt 12.
27 Dt 8, 7ss.
28 Jn 17, 21.
29 Mc 12, 29-31.
30 cfr Ef 2, 11-22.