Parece que la mayoría de los que se llaman cristianos se comportan como los compañeros de Ulises: se acercan a la cultura (logos) como gente burda que ha de pasar no sólo junto a las sirenas, sino junto a su ritmo y su melodía. Han tenido que taponarse los oídos con ignorancia, porque saben que si llegasen a escuchar una vez las lecciones de los griegos, no serían ya capaces de volver a su casa. Pero el que sabe recoger de entre lo que oye toda flor buena para su provecho, por más que sea de los griegos –pues "del Señor es la tierra y todo lo que la llena" (Sal 24, 1; 1Co 10, 26)–, no tiene por qué huir de la cultura a la manera de los animales irracionales. Al contrario, el que está bien instruido ha de aspirar a proveerse de todos los auxilios que pueda, con tal de que no se entretenga en ellos más que en lo que le sea útil: si toma esto y lo atesora, podrá volver a su casa, a la verdadera filosofía, habiendo conseguido para su alma una convicción firme, con una seguridad a la que todo habrá contribuido... 1
El vulgo, como los niños que temen al coco, teme a la filosofía griega por miedo de ser extraviado por ella. Sin embargo, si la fe que tienen- ya que no me atrevo a llamarla conocimiento -es tal que puede perderse con argumentos, que se pierda, pues con esto sólo ya confiesan que no tienen la verdad. Porque la verdad es invencible: las falsas opiniones son las que se pierden... 2
Antes de la venida del Señor, la filosofía era necesaria a los griegos para la justicia; ahora, en cambio, es útil para conducir las almas al culto de Dios, pues constituye como una propedéutica para aquellos que alcanzan la fe a través de la demostración. Porque "tu pie no tropezará" (Pr 3, 28), como dice la Escritura, si atribuyes a la Providencia todas las cosas buenas, ya sean de los griegos o nuestras. Porque Dios es la causa de todas las cosas buenas: de unas es de una manera directa, como del Antiguo y del Nuevo Testamento; de otras indirectamente, como de la filosofía. Y aún es posible que la filosofía fuera dada directamente (por Dios) a los griegos antes de que el Señor los llamase: porque era un pedagogo para conducir a los griegos a Cristo, como la ley lo fue para los hebreos (cf. Ga 3, 24). La filosofía es una preparación que pone en camino al hombre que ha de recibir la perfección por medio de Cristo... 3
No hay nada de extraño en el hecho de que la filosofía sea un don de la divina Providencia, como propedéutica para la perfección que se alcanza por Cristo, con tal que no se avergüence de la sabiduría bárbara, de la que la filosofía ha de aprender a avanzar hacia la verdad... 4
De la misma manera que recientemente, a su debido tiempo, nos vino la predicación (del Evangelio), así a su debido tiempo fue dada la ley y los profetas a los bárbaros, y la filosofía a los griegos, para ir entrenando los oídos de los hombres en orden a aquella predicación... 5
Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto á la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamento para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles. Porque, igual que en la filosofía bárbara, también en la griega "ha sido sembrada la cizaña" (cf. Mt 13, 25) por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron entre nosotros las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos... 6
Cuando hablo de filosofía, no me refiero a la estoica, o a la platónica, o a la de Epicuro o a la de Aristóteles, sino que me refiero a todo lo que cada una de estas escuelas ha dicho rectamente enseñando la justicia con actitud científica y religiosa. Este conjunto ecléctico es lo que yo llamo filosofía 7
Algunos que se creen bien dotados piensan que es inútil dedicarse ya sea a la filosofía o a la dialéctica, y aún adquirir el conocimiento de la naturaleza, sino que se adhieren a la sola fe desnuda, como si creyeran que se puede empezar en seguida a recoger las uvas sin haber tenido ningún cuidado de la viña. Pero la viña representa al Señor (Jn 15, 1): no se pueden recoger sus frutos sin haber practicado la agricultura según la razón (logos); hay que podar, cavar, etc. 8
La claridad contribuye a la transmisión de la verdad, y la dialéctica a no dejarse arrollar por las herejías que se presenten. Pero la enseñanza del Salvador es perfecta en Sí misma y no necesita de nada, pues es fuerza y sabiduría de Dios (cf. 1Co 1, 24). Cuando se le añade la filosofía griega, no es para hacer más fuerte su verdad, sino para quitar las fuerzas a las asechanzas de la sofística y poder aplastar toda emboscada insidiosa contra la verdad. Con propiedad se la llama "empalizada" y "muro" de la viña. La verdad que está en la fe es necesaria como el pan para la vida, mientras que aquella instrucción propedéutica es como el condimento y el postre... 9
Hay muchas cosas que, sin tender directamente al fin perseguido, concurren en dar autoridad al que se afana por él. En particular, la erudición sirve para recomendar a la confianza de los oyentes el que expone las verdades particularmente importantes: ella provoca la admiración en el espíritu de los discípulos, y así conduce a la verdad... 11
Aunque la filosofía griega no llega a alcanzar la verdad en su totalidad, y, además, no tiene en sí fuerza para cumplir el mandamiento del Señor, sin embargo, prepara al menos el camino para aquella enseñanza que es verdaderamente real en el mejor sentido de la palabra, pues hace al hombre capaz de dominarse, moldea su carácter y lo predispone para la aceptación de la verdad 12
Por así decirlo, la filosofía griega facilita al alma la purificación preliminar y el entrenamiento necesario para poder recibir la fe: y sobre esta base la verdad edifica la estructura del conocimiento 13
Sobre mí se lanza la avalancha de filósofos, como fantasma acompañado de huéspedes divinos con sombras extrañas, contando sus mitos como cuentos de vieja. Lejos de mí aconsejar a los hombres que presten oído a tales discursos: ni siquiera a nuestros propios pequeños cuando lloriquean, como suele decirse, acostumbramos a contarles tales fábulas para apaciguarlos, pues tememos que con ellas creciera la impiedad que predican estos supuestos sabios, que en realidad no conocen de la verdad más que un niño. En nombre de la verdad, ¿por qué me muestras a los de tu fe arrastrados por el ímpetu violento en un torbellino sin orden? ¿Por qué me llenas la vida de vanas imágenes, pretendiendo que son dioses el viento y el aire y el fuego y la tierra y las piedras, la madera y el hierro, llamando dioses al mismo mundo, las estrellas, los astros errantes? En realidad vosotros sois hombres errantes, con astrología de charlatanes, que no es astronomía, sino palabrería sobre las estrellas. Yo busco al Señor de los vientos, al dueño del fuego, al creador del mundo, al que da su luz al sol: busco a Dios, no las obras de Dios
¿Qué ayuda me das tú para esta búsqueda? Porque no he llegado a descartarte absolutamente. ¿Me das a Platón? Bien. Dime, Platón: ¿Cómo hallaremos la huella de Dios? "Es trabajoso encontrar al padre y hacedor de este universo; y aunque uno lo encontrara, no podría manifestarlo a todos" (Tim 28c). Y esto, ¿por qué?, en nombre de Dios. "Porque es absolutamente inefable" (Carta VlI, 341c; cf. Ley. 821a). Platón, has llegado ciertamente a tocar la verdad, pero no has de cejar. Emprende conmigo la búsqueda del bien. Todos los hombres, y de manera particular los que se dedican al estudio, están empapados de ciertas gotas de origen divino. Por esto, aún sin quererlo, confiesan qué Dios es uno, imperecedero e inengendrado, que está en cierto lugar superior sobre la bóveda del cielo, en su observatorio propio y particular en el que tiene su plenitud de ser eterno (cf. Tim. 52a; Fedr. 247c; Polít, 272e). Dice Eurípides (fr. 1129): "Dime, ¿cómo hay que imaginarse a Dios? Es el que, sin ser visto, lo ve todo." En cambio, me parece que Menandro se equivocó cuando dijo (fr. 609): "Oh Sol, hemos de adorarte como el primero de los dioses, pues por ti los otros dioses pueden ver." No es el sol el que nos mostrará jamás al dios verdadero, sino el Logos, saludable sol del alma, que al surgir interiormente en la profundidad de nuestra mente es el único capaz de iluminar el ojo del alma (cf. Plat. Rep. Vl1, 533d).
Platón se refiere a Dios con palabras enigmáticas, de la siguiente manera: "Todas las cosas están alrededor del rey de todas las cosas, y esto es la causa de todo lo que es bello" (Carta 2, 312e). ¿Quién es el rey de todas las cosas? Dios, que es la medida de la verdad de los seres. Ahora bien, así como el objeto que es medido es abarcado por la medida, así la verdad queda medida y abarcada por el techo de conocer a Dios. Dice Moisés, hombre en verdad santo: "No tendrás en tu saco un peso y otro peso, uno grande y otro pequeño, ni tendrás en tu casa una medida grande y otra pequeña, sino que tendrás un peso verdadero y justo" (Dt 25, 13-15; cf. Fil. de Somn. 2, 193ss): es que él supone que Dios es el peso y la medida y el número de todas las cosas. Las imitaciones injustas e inicuas están escondidas en casa en el saco, que es como decir en la inmundicia del alma. Pero la única medida justa es el único Dios verdadero, que, siempre igual a si mismo y siempre de la misma manera mide y pesa todas las cosas, pues, como en una balanza, abarca todas las cosas de la naturaleza, y las mantiene en equilibrio. Según un relato antiguo, "Dios tiene en su mano el principio y el fin y el medio de todas las cosas, y se dirige directamente a su fin, avanzando según la naturaleza de cada una. Le acompaña siempre la justicia, vengadora de los que dejan de cumplir la ley de Dios" (Orac. Sibil. 3, 586-8; 590-4)
Ahora bien, Platón: ¿De dónde te viene esta alusión a la verdad? ¿Quién te proporciona la abundancia de razones con las que vaticinas la religión? Las razas bárbaras, dice, tienen más sabiduría que éstas (cf. Fedr. 78a; id. en Clem Strom. 1, 15, 66, 3). Aunque quieras ocultarlos, conozco a tus maestros. Aprendes la geometría de los egipcios; la astronomía de los babilonios; tomas de los tracios los encantamientos saludables, y aprendes mucho de los asirios. Pero en lo que se refiere a las leyes verdaderas y a las opiniones acerca de Dios, has encontrado ayuda en los mismos hebreos...14
Afirmamos que la fe no es inoperante y sin fruto, sino que ha de progresar por medio de la investigación. No afirmo, pues, que no haya que investigar en absoluto. Está dicho: "Busca y encontrarás" (cf. Mt 7, 7; Lc 12, 9)... Hay que aguzar la vista del alma en la investigación, y hay que purificarse de los obstáculos de la emulación y la envidia, y hay que arrojar totalmente el espíritu de disputa, que es la peor de las corrupciones del hombre... Es evidente que el investigar acerca de Dios, si no se hace con espíritu de disputa, sino con ánimo de encontrar, es cosa conducente a la salvación. Porque está escrito en David: "Los pobres se saciarán, y quedarán llenos, y alabarán al Señor los que le buscan: su corazón vivirá por los siglos de los siglos" (Sal 22, 27). Los que buscan, alabando al Señor con la búsqueda de la verdad, quedarán llenos con el don de Dios que es el conocimiento, y su alma vivirá. Porque lo que se dice del corazón hay que entenderlo del alma que busca la vida, pues el Padre es conocido por medio del Hijo. Sin embargo no hay que dar oídos indistintamente a todos los que hablan o escriben... "Dios es amor" (1Jn 4, 16), y se da a conocer a los que aman. Asimismo. "Dios es fiel" (1Co 1, 9; 1Co 10, 13), y se entrega a los fieles por medio de la enseñanza. Es necesario que nos familiaricemos con él por medio del amor divino, de suerte que habiendo semejanza entre el objeto conocido y la facultad que conoce, lleguemos a contemplarle; y así hemos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y puridad, como niños obedientes... "Si no os hiciereis como esos niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18, 3): allí aparece el templo de Dios, construido sobre tres fundamentos, que son la fe, la esperanza y la caridad... 15
La gnosis es, por así decirlo, un perfeccionamiento del hombre en cuanto hombre, que se realiza plenamente por medio del conocimiento de las cosas divinas, confiriendo en las acciones, en la vida y en el pensar una armonía y coherencia consigo misma y con el Logos divino. Por la gnosis se perfecciona la fe, de suerte que únicamente por ella alcanza el fiel su perfección. Porque la fe es un bien interior, que no investiga acerca de Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere a su realidad. Por esto es necesario que uno, remontándose a partir de esta fe y creciendo en ella por la gracia de Dios, se procure el conocimiento que le sea posible acerca de él. Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere por la enseñanza: porque, en cuanto algo es gnosis será también ciertamente sabiduría, pero en cuanto algo es sabiduría no por ello será necesariamente gnosis. Porque el nombre de sabiduría se aplica sólo a la que se relaciona con el Verbo explícito (logos prophorikós). Con todo, el no dudar acerca de Dios, sino creer, es el fundamento de la gnosis. Pero Cristo es ambas realidades, el fundamento (la fe) y lo que sobre él se construye (la gnosis): por medio de él es el comienzo y el fin. Los extremos del comienzo y del fin –me refiero a la fe y a la caridad– no son objeto de enseñanza: pero la gnosis es transmitida por tradición, como se entrega un depósito, a los que se han hecho, según la gracia de Dios, dignos de tal enseñanza. Por la gnosis resplandece la dignidad de la caridad "de la luz en luz". En efecto, está escrito: "Al que tiene, se le dará más" (Lc 19, 26): al que tiene fe, se le dará la gnosis; al que tiene la gnosis, se le dará la caridad: al que tiene caridad. se le dará la herencia... 16
La fe es, por así decirlo, como un conocimiento en compendio de las cosas más necesarias, mientras que la gnosis es una explicación sólida y firme de las cosas que se han aceptado por la fe, construida sobre ella por medio de las enseñanzas del Señor. Ella conduce a lo que es infalible y objeto de ciencia. A mi modo de ver, se da una primera conversión salvadora, que es el tránsito del paganismo a la fe, y una segunda conversión, que es el paso de la fe a la gnosis. Cuando esta culmina en la caridad, llega a hacer al que conoce amigo del amigo que es conocido... 17
"Dios es amor", y se da a conocer a los que aman. Asimismo, "Dios es fiel" y se entrega a los fieles por medio de la enseñanza. Es necesario que nos familiaricemos con él por medio del amor divino, de suerte que habiendo semejanza entre el objeto conocido y la facultad que conoce, lleguemos a contemplarle; y así hemos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y puridad, como niños obedientes... "Si no os hiciereis como esos niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18, 3): allí aparece e] templo de Dios, construido sobre tres fundamentos: que son la fe, la esperanza y la caridad... 18
(¿Quién es el rico que se salva? 11-14)
Vino corriendo uno y, arrodillado a sus pies, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? (...). Jesús, mirándole de hito en hito, mostró quedar prendado de él; y le dijo: una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el Cielo; y ven después, y sígueme. A esta propuesta, entristecido el joven, marchóse muy afligido, pues tenía muchos bienes (Mc 10, 17-22)
¿Qué es lo que le movió a la fuga y le hizo desertar del Maestro, de la súplica, de la esperanza y de los pasados trabajos? Lo de "vende cuanto tienes". ¿Y qué quiere decir esto? No lo que a la ligera admiten algunos. El Señor no manda que tiremos nuestra hacienda y nos apartemos del dinero. Lo que El quiere es que desterremos de nuestra alma la primacía de las riquezas, la desenfrenada codicia y fiebre de ellas, las solicitudes, las espinas de la vida, que ahogan la semilla de la verdadera Vida. Si no fuera así, los que nada absolutamente tienen, los que, privados de todo auxilio, andan diariamente mendigando y se tienden por los caminos, sin conocimiento de Dios y de su justicia, serían, por el mero hecho de su extrema indigencia, por carecer de todo medio de vida y andar escasos de lo más esencial, los más felices y amados de Dios, y los únicos que alcanzarían la vida eterna
Por otra parte, tampoco es cosa nueva renunciar a las riquezas y repartirlas entre los pobres y necesitados, pues lo hicieron muchos antes del advenimiento del Salvador: unos, para dedicarse a las letras y por amor de la vana sabiduría; otros, a la caza de fama y de gloria, como Anaxágoras, Demócrito y Crates
¿Qué es, pues, lo que manda el Señor como cosa nueva, como propio de Dios, como lo único que vivifica, y no lo que no salvó a los anteriores? ¿Qué nos indica y enseña como cosa eximia el que es, como Hijo de Dios, la nueva criatura? No nos manda lo que dice la letra y otros han hecho ya, sino algo más grande, más divino y más perfecto que por aquello es significado, a saber: que desnudemos el alma misma de sus pasiones desordenadas, que arranquemos de raíz y arrojemos de nosotros lo que es ajeno al espíritu. He ahí la enseñanza propia del creyente, he ahí la doctrina digna del Salvador. Los que antes del Señor despreciaron los bienes exteriores, no hay duda de que abandonaron y perdieron sus riquezas, pero acrecentaron aún más las pasiones de sus almas. Porque, imaginando haber realizado algo sobrehumano, vinieron a dar en soberbia, petulancia, vanagloria y menosprecio de los otros
Ahora bien, ¿cómo iba el Salvador a recomendar, a quienes han de vivir para siempre, algo que dañara y destruyera la vida que Él promete? En efecto, puede darse el caso de que uno, echado de encima el peso de los bienes o hacienda, no por eso mantenga menos impresa y viva en su alma la codicia y apetito de las riquezas. Se desprendió, sin duda, de sus bienes; pero, al carecer y desear a la par lo que dejó, será doblemente atormentado por la ausencia de las cosas necesarias y por la presencia del arrepentimiento. Porque es ineludible e imposible que quien carece de lo necesario para la vida no se turbe de espíritu y se distraiga de lo más importante, con intento de procurárselo cómo y dónde sea
¡Cuánto más provechoso es lo contrario! Poseer, por una parte, lo suficiente y no angustiarse por tenerlo que buscar; y, por otra, socorrer a los que convenga. Porque, de no tener nadie nada, ¿qué comunión de bienes podría darse entre los hombres? ¿Cómo no ver que esta doctrina de abandonarlo todo pugnaría y contradiría patentemente a otras muchas y muy hermosas enseñanzas del Salvador? Haceos amigos con las riquezas de iniquidad, a fin de que, cuando falleciereis, os reciban en los eternos tabernáculos (Lc 16, 9). Tened vuestros tesoros en los cielos, donde el orín y la polilla no los destruyen, ni los ladrones horadan las paredes (Mt 6, 19). ¿Cómo dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al desamparado –cosas por las que, de no hacerse, amenaza el Señor con el fuego eterno y las tinieblas exteriores–, si cada uno empezara por carecer de todo eso?
(...) No deben, consiguientemente, rechazarse las riquezas que pueden ser de provecho a nuestro prójimo. Se llaman efectivamente posesiones porque se poseen, y bienes o utilidades porque con ellas puede hacerse bien y para utilidad de los hombres han sido ordenadas por Dios. Son cosas que están ahí y se destinan, como materia o instrumento, para uso bueno en manos de quienes saben lo que es un instrumento. Si del instrumento se usa con arte, es beneficioso; si el que lo maneja carece de arte, la torpeza pasa al instrumento, si bien éste no tiene culpa alguna
Instrumento así es también la riqueza. Si se usa justamente, se pone al servicio de la justicia. Si se hace uso injusto, se la pone al servicio de la injusticia. Por su naturaleza está destinada a servir, no a mandar. No hay, pues, que acusarla de lo que de suyo no tiene, al no ser buena ni mala. La riqueza no tiene culpa. A quien hay que acusar es al que tiene facultad de usar bien o mal de ella, por la elección que hace; y esto compete a la mente y juicio del hombre, que es en sí mismo libre y puede, a su arbitrio, manejar lo que se le da para su uso. De suerte que lo que hay que destruir no son las riquezas, sino las desordenadas pasiones del alma que no permiten hacer mejor uso de ellas. De este modo, convertido el hombre en bueno y noble, puede hacer de las riquezas uso bueno y generoso.
(¿Quién es el rico que se salva? 42)
Oigamos una historia que no es una fábula, sino un testimonio real acerca de San Juan, transmitido de generación en generación. Después de la muerte del tirano Domiciano, Juan regresó a Éfeso desde la isla de Patmos. Siempre que solicitaban su presencia, acudía a las ciudades vecinas de los gentiles para nombrar obispos, organizar la Iglesia, o elegir como clérigo a uno de los designados por el Espíritu Santo
En cierta ocasión, se trasladó a una de aquellas ciudades próximas –algunos incluso mencionan el nombre de Esmirna– donde, después de haber confortado a los hermanos, mientras observaba a quien había nombrado obispo, distinguió a un joven que destacaba por su buen aspecto y fuerte temperamento. Señalándole, dijo al obispo: Te lo confío con especial solicitud ante la Iglesia y Cristo, como testigos. El obispo lo acogió e hizo la promesa, con las mismas palabras y los mismos testigos
Juan partió hacia Éfeso y el obispo acogió en su casa al joven que le había sido confiado; lo alimentó, lo educó y tuvo cuidado de él hasta que, por fin, fue bautizado. Sin embargo, después del Bautismo, el obispo disminuyó su celo y vigilancia con el joven, porque ya estaba marcado por el sello del Señor y para él aquello representaba una sólida garantía
Dejado precipitadamente a merced de su libertad, el joven fue corrompido por algunos muchachos ociosos y de vida disoluta, habituados al mal. Primeramente lo condujeron a banquetes suntuosos y, después, mientras salían de noche a robar, consideraron que sería capaz de llevar a cabo con ellos empresas mayores. Se habituó a ese género de vida y, por la vehemencia de su carácter, abandonó el recto camino como un caballo que rompe el freno, adentrándose cada vez más en el abismo. Al fin, renunció a la salvación divina y no se preocupó más de las cosas pequeñas; al contrario, cometiendo un pecado muy grave, se vio perdido para siempre y siguió la misma suerte de todos sus compañeros. Los reunió y formó una banda de ladrones y asesinos. Él era su jefe: el más violento, el más peligroso, el más cruel
Pasó el tiempo y un asunto exigió de nuevo la presencia de Juan en aquella ciudad. El Apóstol, después de haber puesto en orden aquello que motivó su venida, dijo al obispo: Restituye ahora el bien que Cristo y yo te habíamos confiado en depósito ante la Iglesia, que tú presides y que es testigo. El obispo, en un primer momento, quedó confuso: pensaba que se le acusaba injustamente de la sustracción de un dinero que jamás había recibido, y del que no podría dar fe a Juan porque no lo tenía, ni tampoco poner en duda su palabra. Sin embargo, en cuanto el Apóstol añadió: Te pido que me devuelvas aquel joven, el alma de aquel hermano; el anciano, con una gran exclamación, respondió entre lágrimas: ¡Ha muerto! ¿Cómo?, preguntó Juan; ¿y de qué muerte? ¡Ha muerto a Dios!, contestó el obispo, pues se ha convertido en un hombre malvado y corrupto: un ladrón, por decirlo brevemente. Y ahora, en vez de acudir a la iglesia, vive en las montañas con una banda de hombres semejantes a él
El Apóstol se rasgó entonces las vestiduras y, golpeándose la cabeza, dijo entre sollozos: ¡Buen custodio del alma de su hermano, he dejado! ¡Enviadme enseguida un caballo y que alguien haga de guía!
Y al instante partió de la Iglesia rápidamente al galope. Nada más llegar, fue capturado por la guardia de los bandidos, pero no intentó huir, ni suplicar, tan sólo les gritó: ¡He venido para esto; llevadme a vuestro jefe! El, mientras tanto, le esperaba armado, pero al reconocerle, quedó avergonzado y huyó. El Apóstol siguió tras de él con todas sus fuerzas sin tener en cuenta su edad, y le gritó: ¿Por qué huyes, hijo? ¿Por qué escapas a tu padre, viejo y desarmado? Ten piedad de mí, hijito, no tengas miedo. Tienes todavía una esperanza de vida. Yo daré cuentas al Señor por ti. Si es necesario, aceptaré la muerte, como el Señor lo hizo por nosotros; daré mi vida por la tuya. ¡Deténte; ten confianza: Cristo me ha enviado!
Al escuchar estas palabras, se detuvo. Bajó los ojos, tiró las armas y comenzó a llorar amargamente, temblando. Después, abrazó al anciano que estaba a su lado, mientras, entre sollozos, le pedía perdón: así, fue bautizado por segunda vez con lágrimas. Sin embargo, ocultaba su mano derecha. San Juan se constituyó en garante, confirmando con juramento que había obtenido el perdón por parte del Salvador y, rezando, se arrodilló y le besó la mano derecha, ya purificada por el arrepentimiento
A continuación, le condujo de nuevo a la Iglesia, e intercediendo con abundantes oraciones y luchando juntos con ayunos continuos, cautivó la mente del joven con los innumerables encantos de sus palabras. Según los testimonios, no se retiró hasta haberlo introducido de nuevo en el seno de la Iglesia, dando así un gran ejemplo de penitencia, una prueba enorme de cambio de vida, un trofeo de conversión manifiesta.