Carta del Cardenal Piacenza a los sacerdotes

Sacratνsimo Corazσn de Jesϊs, 7 de junio de 2013
Jornada mundial de oraciσn por la santificaciσn de los sacerdotes

Queridos hermanos en el sacerdocio y amigos:
Con ocasiσn de la prσxima solemnidad del Sacratνsimo Corazσn de Jesϊs, el 7 de junio de 2013, en la cual celebramos la Jornada Mundial de Oraciσn por la santificaciσn de los Sacerdotes, os saludo cordialmente a todos, a cada uno de vosotros, y doy gracias al Seρor por el don inefable del sacerdocio y por la fidelidad al amor de Cristo.
La invitaciσn del Seρor a «permanecer en su amor» (cfr. Jn 15, 9) vale para todos los bautizados, pero en la fiesta del Sagrado Corazσn de Jesϊs resuena con renovada fuerza en nosotros, los sacerdotes. Como nos ha recordado el Santo Padre en la apertura del Aρo Sacerdotal, citando al Santo Cura de Ars, «el sacerdocio es el amor al Corazσn de Jesϊs» (cfr. Homilνa en la celebraciσn de las Vνsperas de la Solemnidad del Sacratνsimo Corazσn de Jesϊs, 19.VI.09). De este Corazσn –y no lo podemos olvidar nunca– brotσ el don del ministerio sacerdotal.
Hemos hecho experiencia de que «permanecer en su amor» nos impulsa con fuerza hacia la santidad. Una santidad –lo sabemos bien– que no consiste en llevar a cabo acciones extraordinarias, sino en permitir que Cristo actϊe en nosotros y hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. El valor de la santidad estα en la estatura que Cristo alcanza en nosotros, en cuαnto, con el vigor del Espνritu Santo, modelamos toda nuestra vida.
Los presbνteros hemos sido consagrados y enviados para hacer actual la misiσn salvνfica del Hijo Divino encarnado. Nuestra funciσn es indispensable para la Iglesia y para el mundo y requiere nuestra plena fidelidad a Cristo y nuestra incesante uniσn con Ιl. Asν, sirviendo humildemente, somos guνas que llevan a la santidad a los fieles encomendados a nuestro ministerio. De ese modo, se reproduce en nuestra vida el deseo que expresσ Jesϊs en su oraciσn sacerdotal, despuιs de instituir la Eucaristνa: «Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que Tϊ me diste, porque son tuyos (…). No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno (…). Santifνcalos en la verdad (…). Y por ellos yo me santifico a mν mismo, para que tambiιn ellos sean santificados en la verdad (Jn 17, 9.15.17.19).

En el Aρo de la Fe

Estas consideraciones asumen una importancia especial en relaciσn a la celebraciσn del Aρo de la Fe –que el Santo Padre Benedicto XVI convocσ con el Motu proprio Porta Fidei (11.X.11)– que comenzσ el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y que terminarα en la solemnidad de Nuestro Seρor Jesucristo Rey del Universo, el prσximo 24 de noviembre. La Iglesia con sus Pastores debe seguir en camino, para sacar a los hombres del “desierto” y llevarlos hacia la comuniσn con el Hijo de Dios, que es la Vida para el mundo (cfr. Jn 6, 33).
En esta perspectiva, la Congregaciσn para el Clero dirige la presente carta a todos los sacerdotes del mundo, para ayudar a cada uno a renovar el compromiso de vivir el evento de gracia al que estamos llamados, de modo particular a ser protagonistas y animadores diligentes para un descubrimiento de la fe en su integridad y en todo su atractivo; por tanto, estimulados a considerar que la nueva evangelizaciσn estα orientada precisamente a la trasmisiσn genuina de la fe cristiana.
En la Carta Apostσlica Porta Fidei el Papa interpreta los sentimientos de los sacerdotes de no pocos paνses: «Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya asν en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» (n. 2).
La celebraciσn del Aρo de la Fe se presenta como una oportunidad para la nueva evangelizaciσn, para superar la tentaciσn del desαnimo, para dejar que nuestros esfuerzos se muevan cada vez mαs bajo el impulso y la guνa del actual Sucesor de Pedro. Tener fe significa principalmente estar seguros de que Cristo, venciendo la muerte en su carne, hizo posible tambiιn para quien cree en Ιl compartir ese destino de gloria, y satisfacer el anhelo, que alberga en el corazσn de todo hombre, de una vida y un gozo perfectos y eternos. Por esto, «la Resurrecciσn de Cristo es nuestra mayor certeza, es el tesoro mαs valioso. ΏCσmo no compartir con los demαs este tesoro, esta certeza? No es sσlo para nosotros; es para transmitirla, para darla a los demαs, compartirla con los demαs. Es precisamente nuestro testimonio» (Papa Francisco, Audiencia General, 3.IV.13).
Como sacerdotes debemos prepararnos para guiar a los demαs fieles hacia una maduraciσn de la fe. Sentimos que nosotros somos los primeros que tenemos que abrir mαs nuestros corazones. Recordemos las palabras del Maestro en el ϊltimo dνa de la fiesta de las Cabaρas en Jerusalιn: «Jesϊs, en pie, gritσ: “el que tenga sed, que venga a mν y beba, el que cree en mν. Como dice la Escritura: de sus entraρas manarαn rνos de agua viva”. Dijo esto refiriιndose al Espνritu, que habνan de recibir los que creyeran en Ιl. Todavνa no se habνa dado el Espνritu, porque Jesϊs no habνa sido glorificado» (Jn 7, 37-39). Tambiιn del sacerdote, alter Christus, pueden manar rνos de agua viva, en la medida en que ιl beba con fe las palabras de Cristo, abriιndose a la acciσn del Espνritu Santo. De su “apertura” a ser signo e instrumento de la gracia divina depende en ϊltima instancia, no sσlo la santificaciσn del pueblo que se le ha encomendado, sino tambiιn el orgullo de su identidad: «El sacerdote que sale poco de sν, que unge poco –no digo “nada” porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unciσn– se pierde lo mejor de nuestro pueblo, lo que es capaz de activar lo mαs hondo de su corazσn presbiteral. El que no sale de sν, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor “ya tienen su paga”, y puesto que no se juegan ni la propia piel ni el corazσn, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazσn. De aquν proviene precisamente la insatisfacciσn de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigόedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con “olor a oveja” – esto os pido: sed pastores con “olor a oveja”, que eso se note–, en vez de ser pastores en medio de su rebaρo y pescadores de hombres» (Papa Francisco, Homilνa de la S. Misa crismal, 28.III.13).

Transmitir la Fe

Cristo encomendσ a los Apσstoles y a la Iglesia la misiσn de predicar la Buena Nueva a todos los hombres. San Pablo siente el Evangelio como «fuerza de Dios para la salvaciσn de todo el que cree» (Rm 1, 16). Jesucristo mismo es el Evangelio, la “Buena Nueva” (cfr. 1Co 1, 24). Nuestra tarea es ser portadores de la fuerza del amor inconmensurable de Dios, que se manifestσ en Cristo. La respuesta a la generosa Revelaciσn divina es la fe, fruto de la gracia en nuestras almas, que requiere la apertura del corazσn humano. «Asν, la fe sσlo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como mαs grande porque tiene su origen en Dios» (Porta fidei, 7). Que tras aρos de ministerio sacerdotal, con frutos y con dificultades, el presbνtero pueda decir con San Pablo: «He completado el anuncio del Evangelio de Cristo» (Rm 15, 19; 1Co 15, 1-11; etc.).
Colaborar con Cristo en la transmisiσn de la fe es una tarea de todo cristiano, dentro de la caracterνstica cooperaciσn orgαnica entre fieles ordenados y fieles laicos en la Santa Iglesia. Este dichoso deber implica dos aspectos profundamente unidos. El primero, la adhesiσn a Cristo, que significa hacer un encuentro personal con Ιl, seguirlo, ser sus amigos, creer en Ιl. En el contexto cultural actual, resulta particularmente importante el testimonio de la vida –condiciσn de autenticidad y credibilidad– que hace descubrir que por la fuerza del amor de Dios su Palabra es eficaz. No debemos olvidar que los fieles buscan en el sacerdote al hombre de Dios y su Palabra, su Misericordia y el Pan de la Vida.
Un segundo punto del carαcter misionero de la transmisiσn de la fe se refiere al hecho de aceptar con gozo las palabras de Cristo, las verdades que nos enseρa, los contenidos de la Revelaciσn. En este sentido, un instrumento fundamental serα precisamente la exposiciσn ordenada y orgαnica de la doctrina catσlica, anclada en la Palabra de Dios y la Tradiciσn perenne y viva de la Iglesia.
En particular, tenemos que comprometernos a vivir y a hacer vivir el Aρo de la Fe como una ocasiσn providencial para comprender que los textos que los Padres conciliares nos dejaron como herencia, segϊn las palabras del beato Juan Pablo II: «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradiciσn de la Iglesia [...]. Siento mαs que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brϊjula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio Ineunte, 5).

Los contenidos de la fe

El Catecismo de la Iglesia Catσlica –que el Sνnodo de los Obispos extraordinario de 1985 indicσ como instrumento al servicio de la catequesis y se realizσ mediante la colaboraciσn de todo el Episcopado– ilustra a los fieles la fuerza y la belleza de la fe.
El Catecismo es un autιntico fruto del Concilio Ecumιnico Vaticano II, que hace mαs fαcil el ministerio pastoral: homilνas atractivas, incisivas, profundas, sσlidas; cursos de catequesis y de formaciσn teolσgica para adultos; la preparaciσn de los catequistas, la formaciσn de las distintas vocaciones en la Iglesia, especialmente en los Seminarios.
La Nota con indicaciones pastorales para el Aρo de la fe (6.I.12), ofrece un amplio abanico de iniciativas para vivir este tiempo privilegiado de gracia muy unidos al Santo Padre y al Cuerpo episcopal: las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro, a Tierra Santa, a los Santuarios marianos, la prσxima Jornada Mundial de la Juventud en Rνo de Janeiro en el inminente mes de julio; los simposios, congresos y reuniones, incluidos los de nivel internacional y, en particular, los dedicados a redescubrir las enseρanzas del Concilio Vaticano II; la organizaciσn de grupos de fieles para la lectura y la profundizaciσn comϊn del Catecismo con un compromiso renovado de difundirlo.
En el actual clima relativista parece oportuno poner de relieve cuαn importante es el conocimiento de los contenidos de la autιntica doctrina catσlica, inseparable del encuentro con testigos atractivos de la fe. De los primeros discνpulos de Jesϊs en Jerusalιn se narra en libro de los Hechos que «perseveraban en la enseρanza de los apσstoles, en la comuniσn, en la fracciσn del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42).
En este sentido el Aρo de la Fe es una ocasiσn especialmente propicia para escuchar con mαs atenciσn las homilνas, las catequesis, las alocuciones y las demαs intervenciones del Santo Padre. Para numerosos fieles, tener a disposiciσn las homilνas y los discursos de las audiencias serα una gran ayuda para transmitir la fe a otros.
Se trata de verdades que nos dan vida, como dice san Agustνn cuando, en una homilνa sobre la redditio symboli, describe la entrega del Credo: «Recibisteis y recitasteis algo que debιis retener siempre en vuestra mente y corazσn, y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenιis que pensar cuando estαis en la calle y que no debιis olvidar ni cuando comιis; algo en lo que mantengαis despierto el corazσn, aun cuando vuestro cuerpo duerme» (Agustνn de Hipona, Sermσn 215, sobre la Redditio Symboli).
En Porta Fidei se traza un recorrido para ayudar a comprender de modo mαs profundo los contenidos de la fe y el acto con el cual nos encomendamos libremente a Dios: el acto con el que se cree y los contenidos a los que damos nuestro asentimiento estαn marcados por una profunda unidad (cfr. Porta fidei, 10).

Crecer en la fe

El Aρo de la fe representa, por tanto, una invitaciσn a la conversiσn a Jesϊs ϊnico Salvador del mundo, a crecer en la fe como virtud teologal. En el prσlogo al primer volumen de Jesϊs de Nazaret, el Santo Padre escribe acerca de las consecuencias negativas si se presenta a Jesϊs como una figura del pasado de quien se sabe poco de cierto: «Semejante situaciσn es dramαtica para la fe, pues deja incierto su autιntico punto de referencia: la νntima amistad con Jesϊs, de la que todo depende, corre el riesgo de moverse en el vacνo» (p. 8).
Vale la pena meditar muchas veces estas palabras: «la νntima amistad con Jesϊs, de la que todo depende». Se trata del encuentro personal con Cristo. Encuentro de cada uno de nosotros, y de cada uno de nuestros hermanos y hermanas en la fe, a los que servimos con nuestro ministerio.
Encontrar a Jesϊs, como los primeros discνpulos –Andrea, Pedro, Juan– como la samaritana o como Nicodemo; acogerlo en casa propia como Marta y Marνa; escucharle leyendo muchas veces el Evangelio; con la gracia del Espνritu Santo, este es el camino seguro para crecer en la fe. Como escribνa el Siervo de Dios Pablo VI: «La fe es el camino a travιs del cual la verdad divina entra en el alma» (Insegnamenti, IV, p. 919).
Jesϊs nos invita a sentir que somos hijos y amigos de Dios: «Os llamo amigos, porque todo lo que he oνdo a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habιis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayαis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. De modo que todo lo que pidαis al Padre en mi nombre, os lo dι» (Jn 15, 15-16).

Medios para crecer en la Fe. La Eucaristνa

Jesϊs nos invita a pedir con plena confianza, a rezar con las palabras “Padre nuestro”. Propone a todos, en el discurso de las Bienaventuranzas, una meta que a los ojos de los hombres parece una locura: «Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Para ejercer una buena pedagogνa de la santidad, capaz de adaptarse a las circunstancias y los ritmos de cada persona, debemos ser amigos de Dios, hombres de oraciσn.
En la oraciσn aprendemos a llevar la Cruz, esa Cruz abierta al mundo entero, para su salvaciσn, que, como revela el Seρor a Ananνas, acompaρarα tambiιn la misiσn de Saulo, reciιn convertido: «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mν para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostrarι lo que tiene que sufrir por mi nombre» (Hch 9, 15-16). Y a los fieles de Galacia, san Pablo harα esta sνntesis de su vida: «Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mν. Y mi vida ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amσ y se entregσ por mν» (Ga 2, 19-20).
En la Eucaristνa se actualiza el misterio del sacrificio de la Cruz. La celebraciσn litϊrgica de la Santa Misa es un encuentro con Jesϊs que se ofrece como vνctima por nosotros y nos transforma en Ιl. «Por su propia naturaleza, la liturgia tiene una eficacia propia para introducir a los fieles en el conocimiento del misterio celebrado. Precisamente por ello, el itinerario formativo del cristiano en la tradiciσn mαs antigua de la Iglesia, aun sin descuidar la comprensiσn sistemαtica de los contenidos de la fe, tuvo siempre un carαcter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por autιnticos testigos. En este sentido, el que introduce en los misterios es ante todo el testigo» (Benedicto XVI, Exhort. Ap. Sacramentum caritatis, 64). No sorprende entonces que en la Nota con indicaciones pastorales para el Aρo de la fe se sugiera intensificar la celebraciσn de la fe en la liturgia y, en particular, en la Eucaristνa, donde se proclama, se celebra y se refuerza la fe de la Iglesia (cfr. n. IV, 2). Si la liturgia eucarνstica se celebra con gran fe y devociσn, los frutos son seguros.

El Sacramento de la Misericordia que perdona

La Eucaristνa es el Sacramento que edifica la imagen del Hijo de Dios en nosotros, mientras que la Reconciliaciσn es lo que nos hace experimentar la fuerza de la misericordia divina, que libera el alma de los pecados y le hace saborear la belleza de volver a Dios, verdadero Padre enamorado de cada uno de sus hijos. Por esto, el sagrado ministro en primera persona debe estar convencido de que «sσlo comportαndonos como hijos de Dios, sin desalentarnos por nuestras caνdas, por nuestros pecados, sintiιndonos amados por Ιl, nuestra vida serα nueva, animada por la serenidad y la alegrνa. ΅Dios es nuestra fuerza! ΅Dios es nuestra esperanza!» (Papa Francisco, Audiencia general, 10.IV.13).
El sacerdote debe ser sacramento en el mundo de esta presencia misericordiosa: «Jesϊs no tiene casa porque su casa es la gente, somos nosotros, su misiσn es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia de amor de Dios» (Papa Francisco, Audiencia general, 27.III.13). No podemos, pues, enterrar este maravilloso don sobrenatural, ni distribuirlo sin tener los mismos sentimientos de Aquel que amσ a los pecadores hasta el culmen de la Cruz. En este sacramento el Padre nos ofrece una ocasiσn ϊnica para ser, no sσlo espiritualmente, sino nosotros mismos, con nuestra humanidad, la mano suave que, como el Buen Samaritano, vierte el aceite que alivia las llagas del alma (Lc 10, 34). Debemos sentir como nuestras estas palabras del Pontνfice: «Un cristiano que se cierra en sν mismo, que oculta todo lo que el Seρor le ha dado, es un cristiano... ΅no es cristiano! ΅Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Seρor es el tiempo de la acciσn –nosotros estamos en el tiempo de la acciσn–, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Ιl, para la Iglesia, para los demαs; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo. […] Queridos hermanos y hermanas, que contemplar el juicio final jamαs nos dι temor, sino que mαs bien nos impulse a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada dνa a reconocerle en los pobres y en los pequeρos; para que nos empleemos en el bien y estemos vigilantes en la oraciσn y en el amor. Que el Seρor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles» (Papa Francisco, Audiencia general, 24.IV.13).
El sacramento de la Reconciliaciσn, por tanto, es tambiιn el sacramento de la alegrνa: «Cuando todavνa estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entraρas; y, echando a correr, se le echσ al cuello y lo cubriσ de besos. Su Hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida la mejor tϊnica y vestνdsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mνo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y comenzaron a celebrar el banquete» (Lc 15, 11-24). Cada vez que nos confesamos encontramos la alegrνa de estar con Dios, porque hemos experimentado su misericordia, quizαs muchas veces cuando manifestamos al Seρor nuestras faltas debidas a la tibieza y la mediocridad. Asν se fortalece nuestra fe de pecadores que aman a Jesϊs y saben que son amados por Ιl: «Cuando a uno le llama el juez o tiene un juicio, lo primero que hace es buscar a un abogado para que le defienda. Nosotros tenemos uno, que nos defiende siempre, nos defiende de las asechanzas del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados. Queridνsimos hermanos y hermanas, contamos con este abogado: no tengamos miedo de acudir a Ιl para pedir perdσn, bendiciσn, misericordia. Ιl nos perdona siempre, es nuestro abogado: nos defiende siempre. No olvidιis esto» (Papa Francisco, Audiencia general, 17.IV.13).
En la adoraciσn eucarνstica, podemos decir a Cristo presente en la Hostia Santa, con santo Tomαs de Aquino:
Plagas sicut Thomas no intϊeor
Deum tamen meum Te confiteor
Fac me tibi semper magis crιdere
En Te spem habιre, Te dilνgere.

Y tambiιn con el apσstol Tomαs podemos repetir con nuestro corazσn sacerdotal, cuando tenemos a Jesϊs en nuestras manos: Dominus meus et Deus meus!
«Bienaventurada la que ha creνdo, porque lo que le ha dicho el Seρor se cumplirα» (Lc 1, 45). Con estas palabras Isabel saludσ a Marνa. Recurramos a aquella que es Madre de los sacerdotes y que nos precediσ en el camino de la fe, a fin de que cada uno de nosotros crezca en la Fe de su divino Hijo y asν llevemos al mundo la Vida y la Luz, el calor, del Sacratνsimo Corazσn de Jesϊs.

Card. Mauro Piacenza
Prefecto
+ Celso Morga Iruzubieta
Secretario



Se proponen algunas sugerencias para un momento de oraciσn para el Obispo y el presbiterio, que se puede organizar como Vigilia de preparaciσn a la Jornada, o bien, hacer durante el mismo dνa.

Adoraciσn eucarνstica
Canto de entrada. Saludo litϊrgico del Obispo. Sigue la oraciσn:
Oremos. Padre santo y misericordioso, Tϊ que hiciste fieles a los apσstoles en la confesiσn de tu nombre, confσrtanos con la gracia de tu Espνritu y concede a tus siervos permanecer arraigados en la integridad de la fe y resplandecer por sabidurνa y santidad de vida en el servicio asiduo a tu Iglesia. Por Cristo, nuestro Seρor. Amιn.

Evangelio
(Se puede elegir entre los siguientes pasajes: Mc 16, 15-20; Lc 5, 1-11; Lc 10, 1-9; Jn 10, 11-16; Jn 15, 9-17; Jn 21, 1-14).
Homilνa
Renovaciσn de las promesas sacerdotales como en la Misa crismal.
Sigue la exposiciσn del SS. Sacramento. Canto Adoro te devote


Adoraciσn silenciosa
Durante la oraciσn personal se pueden meditar algunos pasajes como los que se citan a continuaciσn.
Concilio Ecumιnico Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, 3.
Papa Francisco, Homilνa de la S. Misa crismal (28.III.13)
Benedicto XVI, Homilνa en la conclusiσn del Aρo Sacerdotal (11.VI.10)

Adoraciσn eucarνstica