Vida de Cristo

Parte Primera. INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I. LAS FUENTES

Las fuentes para escribir la Vida de Jesucristo se dividen en cristianas y no cristianas. Estas últimas tienen poca importancia. De las cristianas son esenciales los Cuatro Evangelios Canónicos. Los progresos recientes de la exégesis católica nos han dado un conocimiento más profundo de los mismos, aunque en determinados sectores han creado una verdadera problemática evangélica, que ha tenido sus resonancias en las diversas redacciones del Esquema «de Fontibus» o «de Divina Revelatione» del Concilio Vaticano II y en las últimas intervenciones del Santo Oficio y de la Pontificia Comisión Bíblica 1.

I– El Evangelio oral

Los Evangelios se escriben treinta o cuarenta años después de la historia que narran. En este lapso que media entre la muerte del Señor y la fijación escrita de sus hechos y de su doctrina, existió una tradición oral y escrita fragmentaria, que supone el prólogo de San Lucas y el análisis comparativo de los tres primeros Evangelios llamados Sinópticos.
¿Cómo se formó la tradición sobre la vida y doctrina del Señor? El lazo de unión entre Jesús de Nazaret y la tradición de sus hechos y de su doctrina está en el testimonio de los testigos. Estos pueden agruparse en tres órdenes: los Doce, los discípulos y los parientes.
Los Doce fueron escogidos por el propio Jesús entre sus discípulos para que convivieran con Él y fueran testigos suyos. Jesús los escoge, los forma y les confía su propia misión de enseñar a todas las gentes. Les confiere especiales poderes. Son testigos de hecho, porque han acompañado al Maestro, y testigos cualificados y oficiales, porque son enviados y legados de Jesús. Son Doce para que su testimonio sea colegial y revista la máxima autoridad.
Cuando la muerte de Judas, el traidor, reduce a once el número del Colegio; Pedro propone que se elija el sucesor entre los discípulos que han acompañado a Jesús «desde el bautismo de Juan» hasta el día de la Ascensión 2. La autoridad del testimonio de los Doce debía descansar en el conocimiento de la vida y doctrina del Maestro tanto en intensidad como en extensión. Es decir, los Apóstoles debían haber acompañado a Jesús todo el tiempo de su actuación pública. Cuando más tarde se presenten ante el pueblo dirán: «Nosotros somos testigos. No podemos callar lo que hemos visto y oído» 3
El segundo orden de testigos pertenece al grupo general y más amplio de «los discípulos». De entre ellos salieron los Doce. Pedro supone que había bastantes discípulos que eran testigos de todo lo que el Señor había hecho y enseñado. Por eso quiere que se escoja uno entre todos. Y la comunidad señala a dos para que la suerte revele cuál es el elegido de Dios. El mismo Jesús había entrenado a muchos de sus discípulos para que predicasen. Este es el sentido de la misión de los setenta y dos discípulos.
El tercer orden de los testigos hay que buscarlo entre los familiares y parientes del Señor. Aquí está «la Madre de Jesús» y «los hermanos» o parientes más cercanos. Eran los que conocían los días de la niñez y juventud de Nazaret. San Lucas ha distinguido el lugar eminente de la Madre de Jesús cuando, después de la Ascensión, dice que los Apóstoles se reunieron en el Cenáculo para orar «con María la Madre de Jesús» 4 y con los hermanos. Sin decir expresamente que María ha sido la fuente de los misterios de la infancia, cuando repite dos veces que «María conservaba todas aquellas cosas en su corazón, reflexionando sobre ellas» 5, parece que lo deja suponer.
El testimonio de los testigos ha tenido tres momentos o actuaciones históricas y vitales de la comunidad de los fieles: el kerigma, la catequesis y la liturgia.
El Kerigma es el anuncio público, la proclamación oficial del evangelio sobre Cristo. Cuando el día de Pentecostés se levanta San Pedro acompañado por los once y habla a los judíos, desempeña funciones de heraldo, pregonero y legado de Jesucristo. Anuncia públicamente que «Jesús de Nazaret» fué un enviado de Dios, el Mesías esperado, como prueban «los prodigios, milagros y señales» que había obrado entre los judíos. Él, juntamente con sus compañeros, era testigo. «Nosotros somos testigos» 6. El contenido sustancial del kerigma se centraba en tres puntos: los milagros, la muerte y resurrección de Jesús. El kerigma se dirigía a los no creyentes y tenía por fin invitarlos «a la fe» en Jesús como Mesías y Salvador. Por esto, en los discursos kerigmáticos los datos históricos se simplifican y concretan en lo más sustancial de la historia y doctrina de Jesús que es presentado como «Señor» y como «Salvador».
La Catequesis es el magisterio esotérico, más íntimo y completo, que tiene por oyentes a los mismos fieles. Los convertidos forman en torno a los Doce una escuela de discípulos que tiene por Fundador y Maestro a Jesús. De Él, por el intermedio de los testigos, arranca una tradición análoga a la de las escuelas rabínicas, en el judaísmo, o a las escuelas filosóficas en el mundo grecoromano, La función esencial de estas escuelas, sobre todo entre los judíos, era la de conservar la doctrina del maestro y transmitir sus ejemplos, como prolongación de sus lecciones orales. El cristianismo no tenía por qué ser una excepción del mundo judío en que nace y se desarrolla. San Lucas nos dice que los fieles eran constantes en la enseñanza de los apóstoles 7. Pablo «instruye» a muchos en Antioquía 8 y en Corinto se detiene dieciocho meses para enseñar la palabra de Dios 9. Uno de los oficios del primitivo cristianismo era el de «maestro» 10. La catequesis o didaskalía tenía como objeto todo lo que se relacionaba con «el Señor Jesucristo» 11. La catequesis desarrolla el contenido del kerigma. Aquí entraban las narraciones detalladas de la Pasión y de la Resurrección. El discurso de San Pedro a la familia del Centurión Cornelio traza un cuadro de la vida pública de Jesús: bautismo de Juan, ministerio galileo, los milagros, particularmente la curación de los posesos, la pasión, muerte y resurrección 12. Es precisamente el marco general que luego recogerá el Evangelio según San Marcos.
La catequesis oficial pertenecía a los Doce. Pero en ella entraban como auxiliares valiosos todos los testigos: los discípulos primeros, los mismos parientes. Así se formó un depósito familiar, íntimo, en torno a la persona del Señor, donde se guardaban sus hechos y sus sentencias. En la instrucción y exhortación de despedida que tiene San Pablo a los Presbíteros de Efeso reunidos en Mileto les recuerda, como fundamento del espíritu de abnegación y caridad, una sentencia del Señor Jesús. «El fué quien dijo vale más dar que recibir» 13.
La Liturgia aparece centrada desde los comienzos en torno a «la fracción del pan» y «a la enseñanza». «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones» 14. La descripción más completa de una asamblea litúrgica, en los días de San Pablo, menciona la fracción del pan y la homilía del Apóstol. La función duró toda la noche y el principio y el fin están señalados por una larga homilía de San Pablo que, juntamente con el aire cargado por la concurrencia y las lámparas, debió influir en el sueño del joven Eutiques, que se había sentado junto a la ventana y, dormido, se cayó al exterior 15.
Los cristianos imitan en sus asambleas la liturgia de las funciones sinagogales, en donde la lectura y explicación de las Escrituras tenían una importancia suprema. En la asamblea cristiana se recogían aquellos pasos del Viejo Testamento que mejor podían iluminar la persona y la obra de Cristo. Pronto nacieron también escritos parciales sobre su vida y su predicación, que adquirieron carácter sagrado y se leían en el mismo plano de las Escrituras antiguas.
¿Qué es lo que decían los testigos? Lo que Jesús había hecho y lo que había enseñado, sus hechos y sus enseñanzas. Pero todo ello con un fin práctico y religioso: para confirmar que la salvación estaba en Jesús. Así nace la tradición sobre «los hechos» y «doctrina» de Jesús.
Los hechos más importantes son los milagros. Pedro alude a ellos en su primera proclamación: Jesús era el Mesías prometido. Dios lo reconocía como tal por medio de «los milagros, las maravillas y señales» que había operado por su medio 16. Los milagros son narrados por los testigos con un propósito esencialmente práctico y teológico: como «las señales» de la salvación mesiánica que se realizan en Jesús. Nunca con un fin literario o puramente histórico, que se complace en la narración de lo maravilloso y trascendente. El esquematismo y la sobriedad de las narraciones están muy lejos de la invención imaginativa.
La tradición sobre los milagros que proclamaban la misión salvadora de Jesús y su poder divino debió plasmarse muy pronto en escritos antológicos. San Marcos es el evangelio de los milagros de Jesús. Los retoques que Mateo y Lucas introducen en su texto tienen como fin aclarar y subrayar la significación de su mensaje, el valor relativo de los milagros, que son fundamentalmente «señales».
La tradición sobre la doctrina plasma en dos géneros literarios: las parábolas y las sentencias, Las parábolas están todas cargadas de un profundo sentido mesiánico. Como género literario era muy usado en la enseñanza de los profetas y grandes maestros de Israel. La originalidad de Jesús consiste en la lección teológica o moral que da en ellas. Las parábolas, tan unidas con la metáfora, la alegoría y la comparación, se prestaban para ser retenidas con facilidad. La tradición oral debió ser ayudada muy pronto por la tradición escrita. Las parábolas, tanto por su fondo como por su forma, nos hacen revivir el mundo judíopalestinense de los días de Jesús. Las parábolas son un medio literario de que se sirve Jesús para presentar «el misterio del reino» 17, que hace su aparición en la historia con la persona de Jesús.
El género gnómico, en donde hay que encuadrar las sentencias, era muy popular en Israel y se prestaba para la formación de los discípulos. Las sentencias utilizan todas los recursos mnemotécnicos para su fácil retención: el paralelismo, la antítesis, la metáfora, la comparación. En la sentencia que nos ha conservado San Pablo, cuando dice:«Es mejor dar que recibir», el paralelismo antitético de los miembros hay que buscarlo en el interior mismo de las ideas. Ahí está la fuerza que hace indeleble la máxima 18.
Hoy se puede dar como cierto que existió «El Evangelio» antes que «los Evangelios». Un verdadero evangelio oral, fundamento y base de los evangelios escritos. Este evangelio preliterario es fijo, uniforme. Ha nacido del testimonio de los testigos, del control jerárquico ejercido por la Iglesia madre de Jerusalén. Estudios recientes han probado la existencia de un estilo oral 19. La tradición oral era el gran medio de enseñanza en el pueblo de Jesús. La memoria está en proporción inversa al hábito y confianza que tenemos en los escritos. En muchos casos la semejanza de los tres Sinópticos puede explicarse por la mera tradición oral, por el «Evangelio oral», que les precedió.
Para valorar debidamente el «Evangelio oral» hay que tener muy en cuenta la psicología y las circunstancias históricas que rodean el cristianismo naciente.
Todo él se apoya en el Jesús de la historia, del que dan testimonio «los testigos». Basta leer la síntesis que hace San Lucas de cualquiera de los discursos de San Pedro. El primero es muy significativo. El nombre con que se designa al Señor es el nombre de la historia: «Jesús Nazareno», «hombre» que Dios mismo ha reconocido como enviado suyo «ante los judíos» 20. A este hombre los judíos deliberadamente «lo han matado», pero Dios lo ha resucitado. Para San Pedro no existe la separación entre el Jesús de la fe y el Jesús de la historia. Él es testigo de la muerte y de la resurrección de un mismo hombre, de Jesús de Nazaret.
Cuando pocos días después Pedro sube al templo a la hora de la oración de la mañana y se encuentra con el paralítico, que le pide una limosna, le dice: «Yo no tengo oro ni plata. Te doy lo que tengo. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda» 21. Ya tenemos aquí de nuevo la misma y única persona de Jesús en su doble condición de historia y de fe. A su condición de gloria y de fe corresponde el nombre de «Jesucristo» y la fuerza para dar la salud al paralítico. A su condición histórica corresponde el nombre de «Jesús», «el Nazareno»: Pedro tiene conciencia de que Aquel que murió vive hoy en estado de gloria y de poder. «El Santo», «El Justo», «El autor de la vida», es el mismo «Jesús» «que entregaron» los judíos y de «quien renegaron ante Pilato». Pedro y Juan no tienen poder para curar a nadie. Han sanado al paralítico, porque «creen» en el nombre de Jesús 22.
En este primer evangelio oral de Pedro tenemos ya el germen de lo que va a ser la Cristología y Soteriología de los escritos de San Juan y San Pablo. Jesús «es el autor de la vida». Jesús «vive». Jesús posee «poder para salvar». «No hay salvación en ninguno otro, ni en el ciclo ni en la tierra» 23.
Porque los testigos estaban todos llenos del Jesús de la historia y del Jesús de la gloria, que era el mismo; ellos son también el centro polarizador de todos los fieles. De aquí nace la importancia de la «tradición», es decir, del testimonio que dan los testigos y es recibido y conservado por los siguientes. Jerusalén, como primera célula de la comunidad cristiana, inmediatamente unida con su Fundador, es el centro y punto de arranque de todo el mensaje. Todas las comunidades de fuera miran a ella y ella las mira a todas. Existe desde el principio un auténtico control jerárquico de los presbíteros en cada comunidad y de Jerusalén con «sus apóstoles y presbíteros». Apenas se forma una comunidad en Samaria, por la predicación del diácono Felipe, los apóstoles de Jerusalén envían a Pedro y a Juan para que den testimonio y expongan «la palabra del Señor» 24. Más tarde es enviado a Antioquía Bernabé, uno de los discípulos más sobresalientes de Jerusalén. Lleva como misión completar la enseñanza y animar a aquellos neófitos a «permanecer» en el Señor 25. El propio San Pedro va más tarde a Antioquía, porque es el centro cristiano más importante después de Jerusalén 26. Las campañas todas de San Pedro arrancan de Antioquía y terminan en Jerusalén. Ya el año 49-50 se reúnen los enviados de Antioquía con los apóstoles y presbíteros de Jerusalén para ponerse de acuerdo sobre la apertura al mundo exterior pagano.
Todos estos hechos históricos demuestran el sentido tradicional y conservador del primitivo cristianismo y el espíritu jerárquico que domina en «la tradición». La fidelidad a lo recibido era sagrada entre los judíos y se mantiene viva en el cristianismo. La fidelidad se mantiene, aunque el signo cambia. El maestro es Jesús. En tiempo de Cristo y de sus apóstoles se forma entre los judíos otra «tradición»: pirqé abott, sentencias de los padres, que no se dejan al azar, como se dejan las leyendas, sino que se transmite de maestro (rabbi) a discípulo (talmid), con interés de que no se cambie una iota. El mejor discípulo entre los judíos era, según una comparación corriente, aquel que se asemejaba a una buena cisterna, que recoge toda el agua y la conserva en su interior.
La tradición que se forma sobre el testimonio de los testigos del Cristo histórico y que se identifica con el «evangelio oral» y preliterario, no es popular, anárquica, irresponsable. Penetra en la masa, pero está bien controlada por los testigos, por los «Doce», que «han visto» y «han recibido» el mensaje de Cristo. El cristianismo fué desde los comienzos esencialmente jerárquico. La dirección doctrinal, litúrgica, vital, está en los Doce y en los presbíteros, que ellos nombran. Es más, los mismos apóstoles actúan «colegialmente». Cuando San Pedro habla por primera vez al pueblo, el historiador San Lucas lo presenta con un modismo hebreo y dice que Pedro «se levantó» para hablar y «con él los Once» 27. Por boca de Pedro daba testimonio «el colegio» de los Doce. Era un testimonio de los testigos «personal» y «colectivo». San Pablo subraya este carácter colegial de la predicación. «Tanto yo como ellos esto es lo que predicamos» 28. La tradición sobre Cristo se había fijado muy temprano en fórmulas doctrinales, en una especie de fe bautismal 29, que Pablo llama «la vía de Cristo», «la sana doctrina», «el depósito», don recibido» 30.
Para juzgar sobre el valor del «Evangelio oral» es también muy interesante el carácter «público» de la predicación. El kerigma es un mensaje, un pregón «Urbi et Orbi». Cristo habló en público y la misión que reciben y practican sus testigos es también la de hablar en público. Pedro y Juan no pueden callar ante las autoridades lo que han visto y oído. El primer anuncio de los testigos tiene lugar el día de Pentecostés ante una muchedumbre cosmopolita, que se aglomera en torno al Cenáculo. Allí había gentes de todas las lenguas y muchos de los que habían visto y conocido personalmente a Jesús. Egesipo, que escribe su historia eclesiástica hacia el año 180, dice que uno de los «hermanos» del Señor, Simón, hijo de Cleofás, vivió hasta la edad de ciento veinte años y gobernó la Iglesia madre de Jerusalén, sufriendo martirio a principios del siglo II. Hasta entonces el obispo de Jerusalén había sido un testigo del Señor 31. El Apologista Cuadrato 32 y Papías 33 dicen que algunos de los que fueron resucitados por el Señor vivieron hasta el tiempo de Adriano (117-138).
El historiador judío Josefo dice que Anás, el juez de Cristo, fué un hombre de gran suerte, porque duró mucho tiempo en el supremo pontificado y porque llegó a ver como sucesores suyos a sus cinco hijos 34. El quinto hijo de Anás, llamado Ananos o Anás II, fue Sumo Sacerdote durante el reino de Agripa II y en el intervalo de Festo y Albino hizo matar a Santiago el Menor. Fué depuesto por el Procurador romano, a causa de esta injusticia, pero vivió más tiempo, hasta la guerra judía del 66, en la que murió a manos de los idumeos.
Todos estos testigos, amigos o enemigos, pudieron controlar lo que se decía acerca del Jesús de la historia. El Evangelio oral se forma en un clima de luz, cuando viven la mayor parte de los contemporáneos del Señor y en el mismo ambiente político, religioso, social y geográfico en que Él ha vivido.
Palestina, donde se forma el Evangelio oral, está en el centro y confluencia de todas las civilizaciones antiguas. Los judíos están esparcidos por todo el mundo y periódicamente van a Jerusalén en las fiestas de peregrinación, como la Pascua y Pentecostés. Allí hay una cultura helenista. Cuando muere Herodes, el pueblo pide a Arquelao que despida a los griegos e introduzca en su lugar a judíos. El espíritu cosmopolita de Palestina lo demuestra el título de la cruz, que se escribe en arameo, griego y latín. La tradición cristiana se plasma desde los principios en griego. El Evangelio oral es bilingüe. Aunque Pedro hable en arameo, muchos de sus oyentes hablan y piensan en griego. Muchos de la primitiva comunidad de Jerusalén son griegos. Los helenistas defienden a sus viudas y con esta ocasión son elegidos los siete primeros diáconos, que de hecho van a ser predicadores. Debían ser griegos, si juzgamos por sus nombres. En Jerusalén había una sinagoga para los judíos libertos, los de Cirene, los de Alejandría, Cilicia y Asia 35. Aunque el arameo fué la lengua materna de Jesús y de sus principales discípulos, es probable que tanto Él como sus discípulos hablaran el griego. En la Galilea del Norte se hablaba el griego y en las ciudades de la costa y de la Decápolis. Por esto, más que de traducción del arameo al griego, se puede hablar de expresión en griego de un pensamiento y una forma originariamente semita.
El carácter del Evangelio que puede tener mayores consecuencias en la transmisión de la doctrina y hechos del Señor es la interpretación teológica. El Evangelio oral empieza el día de Pentecostés, cuando Jesús queda al otro lado de la realidad de este mundo sensible. La resurrección y el fenómeno de Pentecostés cambia las mentes y los corazones de los discípulos. Pedro y Juan empiezan a ver a Jesús «en su gloria», a profundizar en todo el sentido de sus palabras y de sus hechos, en la luz grandiosa de todo el contexto vetero-testamentario. En el amigo y compañero pasado, en el maestro, ven al Cristo, al Hijo de Dios, al Señor, al Salvador del mundo. Y así nace el «Jesús de la fe». Los hechos y las palabras se van viendo con una luz nueva, que es la luz de la fe. Los mismos nombres se van cambiando. Jesús, el Nazareno, empieza a ser Jesucristo, el Señor.
Con esta característica, que es la interpretación teológica de los hechos, hemos dado en la que pudiéramos llamar la piedra de escándalo de la Crítica independiente. ¿Podemos nosotros pensar que «el Evangelio oral» primero, y luego más tarde «Los Evangelios», nos dan el Cristo de la historia, como Él fué y como Él habló en su propia realidad histórica? ¿No deberemos renunciar a la historia y decir que solamente conocemos el Cristo de la fe, los hechos y la doctrina de Cristo como los vieron los fieles el día de Pentecostés?
Esta es la dificultad más seria de cuantos hoy ponen en duda la verdad histérica de los Evangelios. Tanto el Evangelio oral como los Evangelios nos dan el Cristo de la fe, no el Cristo de la historia. ¿Qué hay que decir a esto?
Que la dificultad se basa en un presupuesto falso: que el Cristo de la fe y el Cristo de la historia son distintos y separables. Hay que decir que ese Jesús de la mera historia no ha existido nunca, como tampoco existe el Jesús de la pura fe. El Jesús de la fe de los primeros discípulos y el de la Iglesia de todos los tiempos es siempre uno: el que se hace hombre en el seno de la Virgen, el que nace en Belén y muere en el Calvario. Ese Cristo es el que resucita, sube a los cielos para reinar y venir un día a la tierra en majestad y gloria. La realidad es que tras ese presupuesto de la Crítica racionalista se esconde un axioma falso: que la filiación divina de Cristo no es una realidad, sino creación de la fe, pura experiencia subjetiva. Pero esto no deja de ser un postulado gratuito de la incredulidad. Si Cristo es o no Dios debe ser una verdad a posteriori, no a priori. Desde que el racionalismo le concede los máximos honores humanos y llega a colocarlo en la cumbre de la santidad y de la verdad, debiera estudiar si no será más que un hombre, si será posible que un puro hombre llegue a la cumbre y se quede en ella. En realidad el ser divino-humano de Jesucristo es el que provoca la fe; no la fe la que crea su divinidad. Sólo la fe que se apoya en una realidad tiene la fuerza para luchar y para vencer al mundo, como lucharon y vencieron los primeros creyentes. El pensamiento teológico de la primitiva Iglesia se apoya en la realidad misma de la historia. No es puro kerigma, como lo consideran algunos teólogos no católicos, sin interés por lo que dijo o hizo Jesús. La fe en Cristo no nace como una creación subjetiva. La fe se impone y viene de fuera, de la realidad exterior de los hechos. Los apóstoles el día de la resurrección no estaban preparados para crear el mito de la resurrección. Son más bien refractarios al hecho y a la fe. Llegan a admitirla, cuando la fuerza de los hechos y el testimonio sucesivo de los testigos se impone.
Hoy son muchos los críticos no católicos que están convencidos de que el Cristo de la fe no nació solo y que presupone el Cristo de la historia. Entre uno y otro Cristo existe necesariamente el puente. De la fe se puede pasar con seguridad a la historia, a los hechos y doctrina de Jesús. La buena nueva de Jesús y el testimonio de la Iglesia primitiva se unen indisolublemente. La fe y la historia se necesitan mutuamente. De hecho el evangelio predicado por Jesús sería historia muerta sin el testimonio de la fe que lo transmite y confiesa. Pero tampoco el kerigma puede vivir solo. Sin Jesús y su evangelio la Iglesia predicaría una teología, una filosofía, una ciencia más o menos verdadera, pero nada más. La fe cristiana se centra en torno a una persona que ha pasado por la condición humana de la historia y hoy está en la condición divina de una humanidad gloriosa.
Aunque la historia de Jesús y la fe de la Iglesia primitiva son inseparables, sin embargo no están en el mismo nivel: el evangelio de Jesús es como la pregunta; el de la Iglesia, la respuesta. Jesús con su vida y su doctrina plantea el interrogante: ¿Quién soy Yo? Y la Iglesia, con su fe, da la respuesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Salvador del mundo. No hay respuesta sin pregunta. El Evangelio oral de la fe es la respuesta al evangelio histórico de Jesús. No hay llama sin chispa que la provoque. La fe es un incendio y la chispa fué el Jesús de la historia. El cristianismo es una religión positiva, histórica, que se apoya en el hecho del Dios-Hombre. Jesús es el Señor. El Jesús de la historia no es uno de tantos presupuestos, es el único presupuesto del kerigma. Solamente el Hijo de Dios en persona y su palabra pueden dar plena autoridad y verdad a la fe.

II– Los Evangelios escritos

El Evangelio Cuadriforme de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan debe encuadrarse en el evangelio oral de la tradición primitiva de la Iglesia. Su aceptación absoluta y universal por todas las Iglesias sólo se explica por que ellos daban testimonio del Evangelio oral y de la fe. Es decir, sin una manifiesta concordia entre la catequesis recibida y los cuatro Evangelios no se explica que todas las Iglesias los recibieran desde fines del siglo I, que los pusieran en el lugar de las Escrituras sagradas y que dejaran a un lado todos los demás escritos sobre la vida y doctrina del Señor, los que hoy llamamos evangelios apócrifos.
La Comisión Bíblica en su Instrucción del 21 de abril de 1964 dice justamente que para establecer la seguridad del contenido de los Evangelios se debe atender con diligencia a tres tiempos de la tradición que ellos recogen: el tiempo de Jesús, el tiempo de la predicación apostólica y el tiempo de la redacción misma de los libros.
El tiempo de Jesús es el tiempo de su ministerio público, cuando Él personalmente escoge sus discípulos y los forma, cuando hace los milagros y expone los misterios del Reino a los pobres y humildes de Galilea, a los sabios y autoridades de Jerusalén. El Señor se acomoda a la psicología y formación de sus oyentes inmediatos, siguiendo los métodos literarios entonces comunes y más apropiados para su auditorio histórico. Su manera de hablar era apta para ser comprendido y para que su doctrina y sus sentencias se grabasen en la memoria de los discípulos. Los discípulos comprendieron muy bien que el fin de los milagros era el .de autorizar la palabra y la misión del Maestro.
El tiempo de los Apóstoles se califica por un doble hecho: primero, la fidelidad a los hechos y a la doctrina del Maestro. Por eso eran sus discípulos y daban testimonio de Él. Segundo, la adaptación del testimonio a las nuevas circunstancias y a la psicología de los oyentes.
«El hecho de la resurrección y el perfecto conocimiento de la divinidad de Jesús, es decir, la fe, no sólo no borró la memoria de los hechos pasados, sino que los grabó más firmemente, ya que la fe se apoyaba en lo que Jesús había hecho y enseñado» 36.
A la luz de la historia y bajo el magisterio interior del Espíritu Santo los Apóstoles han penetrado de lleno en el contenido de la vida y doctrina del Señor. Y con esta luz nueva, que penetra en la realidad, sin deformarla, es como exponen e interpretan los hechos y las palabras que habían oído. Siguen siendo testigos de lo que vieron antes de la resurrección y de lo que han conocido mejor después de la resurrección.
Los autores sagrados en su tiempo, es decir, unos treinta o cuarenta años después de la historia que narran, recogen los hechos y dichos del Señor, como lo vieron los testigos en plena luz pascual, dándoles así toda su valoración y alcance trascendental. Dependen de la catequesis y sirven para la catequesis, pero dando una historia. Narran hechos y transmiten sentencias de Jesús bajo la óptica de la fe. Su sobriedad, su sencillez, su mismo descuido literario, los distancia mucho de las especulaciones y de las leyendas. Una cosa es que seleccionen e interpreten en orden a la vida presente y otra que deformen e inventen. De la historia han recogido lo que mejor servía para la vida y para la fe de sus lectores. Más que de creación se debe hablar de selección e interpretación. Los hechos y las sentencias del Señor eran plurivalentes. Un evangelista puede haber orientado una sentencia o un hecho en un sentido, y otro en otro. Los Evangelios y la tradición que los prepara atienden esencialmente al hecho y a la historia de Jesús, aunque se adapten a los problemas que creaba la fe y la nueva vida religiosa. La fe y la vida cristiana no son un a priori, sino un a posteriori, que impuso la predicación de Jesús y el ejemplo de su vida.
Cada Evangelista tiene su método propio, su fin propio. Mateo pretende revelar, a la luz de las Escrituras, que Jesús con su vida y su doctrina ha demostrado ser el Mesías, hijo de David. San Marcos, fundamentalmente narrativo y muy poco didáctico, que Jesús es el Hijo de Dios, lleno de poder y fuerza para sanar. San Lucas y San Juan, que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios y Salvador del mundo.
El plan general de los tres primeros Evangelistas se conforma a la orientación que dió San Pedro en su discurso a la familia del Centurión Cornelio: Bautismo y predicación de Juan, Ministerio de Jesús en Galilea y entrada en Jerusalén para padecer y morir.
Juan Apóstol, como testigo privilegiado de la vida del Señor, escribe con absoluta libertad e independencia. El encuadre general de la narración se inspira en las peregrinaciones del Señor a Jerusalén, con motivo de las fiestas. Por esto es el más orientador para fijar la línea topográfica y cronológica del ministerio público. Este Evangelio que la Crítica independiente quiere considerar como obra puramente teológica, es el más realista y el que derrama más luz sobre los desplazamientos del Señor. Si no fuera por su carácter fragmentario y de selección, podría ser el más cercano a la crónica y biografía. Sus narraciones están bien enmarcadas y son muy detalladas, hasta el punto de poner de manifiesto al testigo, que cuenta lo que ha visto.
Es claro en nuestros días que el fin de los Evangelistas no fué primariamente el biográfico, sino el teológico. Pero se exagera mucho, si se dice que el propósito biográfico estuvo totalmente ausente. Existen muchos pormenores, principalmente en las narraciones de Marcos y de Juan, que se explican mejor en el propósito biográfico del testigo narrador. En la narración de los panes, que es común a los cuatro Evangelistas, paralelamente al plan doctrinal y catequístico, existe un centro de interés biográfico. San Juan nos habla de la proximidad de la Pascua y todos hacen mención del lugar desierto.
Es verdad que hay lagunas enormes en cuanto al punto de vista biográfico. Los apócrifos han querido llenarlas, pero con escaso resultado y manifiesto esfuerzo legendario. Pero los pocos hechos y sentencias que nos han conservado los Cuatro Evangelios Canónicos son suficientes para trazar el retrato de la enorme personalidad del Jesús de la historia y para seguir la trayectoria general de su vida.
Sin ser una biografía completa o una crónica, los Evangelios no son un conglomerado de hechos y palabras carente de todo nexo y desarrollo cronológico y geográfico. T. W. Manson escribe: «cada vez me convenzo más de que, sobre todo Marcos, presenta un desarrollo ordenado y lógico de materiales históricos» 37. E. Stauffer piensa que los Evangelios permiten fijar una cronología y un marco general de la vida de Jesús 38. Stauffer se inclina por la cronología del Cuarto Evangelio. Una prueba la encuentra en el hecho de que la trama de los Sinópticos cabe en la de Juan, no así a la inversa. B. Buzy, en su reciente estudio sobre Jesús 39, demuestra ampliamente los valores que reúne el Evangelio de San Juan para seguir el curso histórico de los hechos del Señor, según las coordenadas del tiempo y del espacio.
La cronología general de la historia del Señor es cierta y críticamente segura. Un exacto sincronismo con los principales personajes de su época, Augusto, Herodes el Grande, Pilato, Anás y Caifás, nos permite encuadrar su figura histórica. Su nacimiento precede unos años al comienzo de la actual era cristiana. Su muerte está muy cerca del año 30. La actividad pública está cerca de los tres años. Los sitios más importantes de los hechos cumbres de su vida son seguros: la gruta de Belén para el nacimiento, el centro de la vieja Nazaret para su juventud. Cafarnaún, el Cenáculo, Getsemaní, el Calvario, son lugares de huella cristiana muy profunda en la historia y en la arqueología.
Sobre el orden particular de los hechos y discursos la Iglesia no enseña oficialmente nada, pero por el análisis literario y la tradición que arranca del siglo II, cuando Taciano escribe su primera concordia evangélica, se puede llegar a conclusiones sólidas. A medida que avanza la narración, avanza también el programa doctrinal, aumentan los discípulos, su confianza y familiaridad con el Maestro, la animosidad y apasionamiento de los enemigos. El drama se aproxima a su desenlace último. Este progreso y avance continuo es real, objetivo, histórico. Pedro habla de diversa manera al principio, cuando dice a Jesús: «aléjate de mí» 40, y luego más tarde, cuando ya ha tomado confianza por el trato frecuente. A la pregunta que Jesús hace sobre quién le ha tocado, Pedro responde con respeto, pero con libertad, haciendo ver que no tiene nada de particular que le toquen: «Maestro, las turbas te apretujan y oprimen» 41. Cuando el Señor cura al paralítico de Jerusalén, estamos a los principios, pues es poco conocido. El enfermo no sabía quién lo había curado 42. La curación del ciego de nacimiento es posterior, porque el Señor es más conocido. El ciego sabe que le ha curado «el hombre que se llama Jesús» 43.
Hay hechos que todas las fuentes narran con el mismo orden. Sería poco razonable pensar en artificios literarios comunes a las cuatro redacciones. Así la primera multiplicación de los panes tiene lugar cerca de la Pascua 44, es decir, en la primavera. San Juan nos dice que en el lugar del milagro había «mucha hierba» 45. San Mateo habla también de la hierba 46 y San Marcos de la «hierba verde» 47. La confluencia en un pormenor tan accesorio de dos fuentes tan dispares como la de Marcos y la de Juan sólo se explica por una realidad objetiva y por un interés histórico de testigos.
No se puede despreciar la organización biográfica de la materia evangélica, que se viene practicando en línea ininterrumpida desde el siglo II, cuando Taciano escribe su célebre Diatessaron. En este encuadramiento de las Concordias y Vidas del Señor no todo es convencional y subjetivo. Hay muchos datos pacientemente estudiados que pueden orientar las coordenadas del tiempo y del espacio.
Si ha habido exageración en la fijación cronológica y topográfica de los hechos y discursos del Señor, creemos que es también exagerado el escepticismo de algunos críticos actuales. Los Evangelios son esencialmente libros religiosos y teológicos. Lo importante en ellos es la verdad de la doctrina del Señor y la verdad histórica de sus milagros, de su Pasión, muerte y resurrección. Pero la selección y la conservación de los hechos y de sus sentencias depende de los testigos y no se ha hecho al azar ni exclusivamente bajo el imán de la pura teología. El interés y el amor a Cristo fijó en la mente de los testigos muchos lugares y circunstancias cronológicas decisivas, como la Pascua, la fiesta de los Tabernáculos y la Dedicación. Es un rasgo de auténtico interés biográfico, propio del testigo, la observación de San Juan:«Era invierno. Y se paseaba Jesús en el Templo, en el pórtico de Salomón» 48. Sabemos que la fiesta de la Dedicación caía por diciembre. Y sabemos también que por ese tiempo hace frío en Jerusalén. Jesús siente el frío y por eso, dice el Cardenal Toledo, enseña «paseando». Cuando no haga frío enseñará también «sentado». San Mateo nos dice que con mucha frecuencia enseñaba «sentado» en el Templo (Mt 26, 55). Esta observación del primer Evangelista se explica muy bien a la luz del Cuarto Evangelio, que trata ampliamente del ministerio del Señor en Jerusalén. Muchas unidades evangélicas se deben a la analogía de la materia y a las necesidades de la vida cristiana práctica. Pero los testigos de los hechos, como Pedro, Juan y Mateo, aun sin querer, tuvieron que conservar la memoria de muchas circunstancias de interés puramente biográfico.
Los que no fueron testigos, como San Lucas, estuvieron en contacto directo e inmediato con los testigos e investigaron con verdadero interés entre los testigos. Los Evangelistas estaban más capacitados que nuestros actuales investigadores para conocer todo lo que ellos incorporaron en sus libros. No es prudente hablar de «ignorancia» en los Evangelistas, cuando o son testigos o están en contacto inmediato con los testigos. Cuando San Lucas dice que «ha investigado» interrogando a los testigos, no es legítimo reducir sus investigaciones exclusivamente a lo teológico o esencial de los hechos y predicación del Señor. Obedeciendo al plan redaccional suyo ha callado muchas cosas que él sabía. San Juan confiesa abiertamente que él no escribe todo lo que Jesús hizo 49.
Un sistema mixto del clásico concordismo, de los métodos propios de cada Evangelista y de la libertad que da el plan de la catequesis primitiva, es el más justo y razonable para explicar las diferencias que existen en las cuatro tradiciones del «Evangelio Cuadriforme». Ni puro concordismo, ni pura libertad redaccional y menos error o ignorancia en los autores sagrados.