Vida de Cristo

Parte Tercera. LA VIDA PÚBLICA

CAPÍTULO I. CRONOLOGÍA Y DURACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS

Esta parte de la historia evangélica tiene especial importancia para el conocimiento de la vida del Salvador, puesto que es la que nos permite llegar más a lo hondo en el estudio de su persona y su obra, merced a los datos relativamente abundantes que nos ofrecen respecto a Él los sagrados escritores. Mas antes de comenzar a exponer los hechos, hemos de resolver una cuestión cronológica no exenta de serias dificultades. Se puede reducir a estas tres preguntas: 1° ¿En qué época precisa comenzó el ministerio público del Salvador? 2° ¿Cuánta fue su duración? 3° ¿En qué orden se sucedieron los acontecimientos de que consta?
Desde ahora hemos de advertir que a ninguno de estos puntos podemos dar respuesta plenamente satisfactoria, pues mientras, por una parte, las noticias contenidas en los Evangelios son insuficientes para que podamos llegar a resultados ciertos, por otra la tradición emitió desde muy antiguo opiniones tan variadas, tanto sobre el comienzo y la duración de la vida pública como respecto de la sucesión de los hechos que la componen, que la exégesis posterior entorpecida y entregada en parte a sus propios arbitrios, se declaró, a su vez, por varias y aun contradictorias sentencias. Por dicha, ninguna de estas cuestiones toca a la médula y esencia de la historia del divino Maestro. A pesar del gran interés que de suyo ofrecen, son en realidad secundarias. Según escribía Bossuet 1 «el que sea necesario poner algunos años después o algunos años antes el nacimiento de Nuestro Señor y prolongar, por consiguiente, más o menos su vida, es una diferencia que proviene de la incertidumbre de los años del mundo, como de los de Jesucristo. Y sea de ello lo que fuere, el lector atento habrá podido ya darse cuenta de que nada influye ni en la sucesión ni en el cumplimiento de los designios de Dios». Intentaremos siquiera acercarnos a la verdad cuanto sea posible, y a la vez comprobaremos que aunque no podamos determinar con exactitud matemática las fechas que buscamos, podremos, cuando menos, fijarlas aproximadamente.

I

Y para comenzar, ¿en qué época pondremos el principio de la vida pública a de Nuestro Señor? Por San Lucas 2 sabemos que Juan Bautista comenzó a predicar «el año decimoquinto del reinado de Tiberio César». Ahora bien; tanto según el contexto de su narración como según los otros tres evangelios, no debió de transcurrir sino un corto plazo, algunos meses cuando más, entre la aparición del Precursor y la manifestación del Mesías. El mismo San Lucas nos enseña también que cuando Jesús «comenzaba», es decir, cuando principió su vida pública, tenía «como treinta años» 3 de edad.
Pero entrambas noticias son harto vagas, ya que, aun dejando aparte que no es cosa hacedera el calcular exactamente el período de tiempo que medió entre ambos ministerios, tampoco es posible determinar con certeza qué ha de entenderse por año decimoquinto del reinado de Tiberio. Se puede calcular de dos modos distintos, que dan por resultado dos años de diferencia. Unos cuentan los años de este reinado desde la muerte de Augusto, predecesor de Tiberio (19 de agosto de 767 de la fundación de Roma, año 14 de la Era vulgar); de manera que el decimoquinto año debería computarse desde el 19 de agosto del 781 al 19 de agosto del 782 de Roma (28 a 29 de nuestra Era). Pero restando de esta cifra los «treinta años poco más o menos» que entonces tenía Jesús, se obtendría como fecha del nacimiento el año 751 o el 752: resultado inadmisible, por cuanto la primera Navidad cristiana, que de cierto tuvo lugar en vida de Herodes, no puede ponerse después del comienzo del año 750, en que murió este rey. Para obviar esta grave dificultad, la mayoría de los exegetas contemporáneos han juzgado preferible tomar como punto de partida de los años del reinado de Tiberio 4 en el que Augusto le asoció al trono, lo cual acaeció en el año 765 de Roma (12 de la Era vulgar). Así, el decimoquinto de Tiberio se computaría desde 779 a 780 de Roma (26 a 27 de nuestra Era), y coincidiría con los «treinta años poco más o menos» de Jesús, contados desde el 749 al 750. Por medio de inscripciones y de medallas antiguas se ha demostrado que esta manera de contar la duración de los reinados de los emperadores romanos era usual, por lo menos, en las provincias del Oriente.
Otro dato cronológico que nos da el cuarto Evangelio 5 nos permite fijar por este mismo tiempo el comienzo de la vida pública del Salvador. Tomando a la letra las palabras de Jesús: «Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré», le dijeron los judíos: «¿Han sido menester cuarenta y seis años para construir este templo, y tú lo reedificarás en tres días?». Se trataba del segundo templo, llamado de Zorobabel, construido sobre las ruinas del de Salomón 6, después de la cautividad de Babilonia 7, y restaurado y agrandado con magnificencia por el rey Herodes. Según Flavio Josefo 8, esta construcción, comenzada en el año 734 de Roma (20 antes de J. C.), no se terminó sino mucho tiempo después, pocos años antes de destruirlo los romanos 9. Añadiendo 46 a 734 se obtiene también el año 780 de Roma (27 de nuestra Era) para la primera Pascua de la vida pública de Nuestro Señor.

II

No siendo enteramente cierta la época precisa en que inauguró Jesús su ministerio, claro es que tampoco podemos determinar con rigurosa exactitud la duración de este período de su vida. Tres distintas opiniones se manifestaron respecto de este particular desde época muy antigua.
Varios escritores eclesiásticos de los primeros tiempos, interpretando demasiado a la letra aquellas palabras de Isaías, que Jesús se aplicó a sí mismo en cierta ocasión 10: «El Espíritu del Señor sobre mí; por eso me envió a evangelizar a los pobres..., a publicar el año de gracia del Señor», concluyeron que el Cristo no había ejercido su ministerio más que por espacio de un año 11. Pero si bien es cierto que el texto de Isaías se refiere al Mesías, la expresión «el año favorable del Señor» tiene sentido general, pues alude sobre todo al año jubilar de los israelitas y a las especiales bendiciones que les traía del Cielo 12.
No pocos intérpretes contemporáneos, pertenecientes a las escuelas más opuestas, han prohijado esta teoría de un año, pero apoyándose en otras razones 13 principalmente en el hecho de que los sinópticos mencionan en la vida pública de Jesús una sola Pascua: la que coincidió con la Pasión y Muerte.
Mas este argumento es de ningún valor, ya porque los tres primeros evangelistas, que no intentaban contar toda la historia del Salvador, abreviaron notablemente su vida pública y compendiaron los acontecimientos de ella, ya también porque en realidad sus relatos suponen varias solemnidades pascuales durante el ministerio de Jesús. El episodio de las espigas que un día cogieron los apóstoles en un campo de trigo y que estrujaron en sus manos para sacar los granos 14, demuestra que era entonces tiempo pascual, ya que uno de los ritos más interesantes de esta fiesta consistía precisamente en ofrecer a Dios en el Templo las primicias de los cereales. El lugar en que los tres evangelistas refieren este incidente prueba que estaba separado por cierto intervalo de tiempo, así del comienzo como del fin de la vida pública 15. Más aún: San Mateo y San Marcos, coincidiendo con San Juan 16, al contar poco después la primera multiplicación de los panes, nos muestran a la muchedumbre sentada sobre la verde hierba. Era, pues, tiempo de primavera y la Pascua estaba próxima. En fin, aun no teniendo cuenta sino con los sinópticos, inclinase el ánimo a creer que es «materialmente imposible acoplar en un solo año tantos acontecimientos como acumulan en sus páginas: aquellas peregrinaciones por las ciudades y aldeas de Galilea, las prolongadas estancias en Cafarnaún, las excursiones a las regiones colindantes..., aquellos retiros en la montaña y en las soledades; en una palabra, todas aquellas idas y venidas que los sinópticos enlazan unas con otras por medio de transiciones imprecisas: en aquellos días, luego, pasados varios días, después sucedió que..., etc. Cuando se intenta ordenar todo este cúmulo de hechos, pequeños y grandes, concediendo a cada uno la menor cantidad posible de tiempo, para no exceder la duración de un solo año, se llega a resultados absurdos. Hay circunstancias que se resisten con rigidez inquebrantable a ese esfuerzo de condensación» 17.
«Es, pues, más prudente, concluye el mismo autor, volver a la tradición.» Ahora bien; ésta, en su conjunto, evaluó siempre en unos tres años la duración de la vida pública de Jesucristo. Ya San Ireneo protestaba enérgicamente contra la sentencia que la reducía a un solo año; hacía notar que está en contradicción flagrante con los Evangelios, particularmente con varios pasajes de San Juan, que ahora examinaremos 18.
En efecto; el cuarto evangelista, que se propuso, como es sabido, completar a los sinópticos, derrama clara luz sobre el punto en cuestión, señalando toda una serie de fiestas religiosas, escalonadas a lo largo de la vida pública, y que, bien miradas, exigen que ésta durase el espacio de tres años, y aun algo más. Véase la lista: 1.°, una primera Pascua (Jn 2, 13); 2.°, la «fiesta de los judíos», cuya naturaleza procuraremos determinar (Jn 5, 1); 3.°, otra Pascua (Jn 6, 2); 4.ª, la fiesta de los Tabernáculos que siguió a esta Pascua (Jn 7, 2); 5.°, la fiesta de la Dedicación (Jn 10, 22); 6.°, la última Pascua (Jn 12, 1; cf. Jn 13, 1).
Esta lista nombra claramente tres Pascuas sucesivas: la primera, muy al principio del ministerio preparatorio de Jesús, y poco después de su bautismo; la segunda, hacia la época de la primera multiplicación de los panes; la tercera, la de la pasión y muerte de Cristo 19. Según el testimonio, tan antiguo y grave, de San Ireneo 20, a estas tres Pascuas se debe añadir probablemente una cuarta: la que en el segundo lugar de nuestra enumeración se llama simplemente «la fiesta de los judíos» 21. Entre la primera y la cuarta de estas fiestas transcurrieron, pues, tres años cabales; pero como la vida pública de Jesús, según luego veremos, se inauguró algún tiempo antes de la primera Pascua –varios meses, sin duda– resulta que su duración total fue de unos tres años y medio. De este parecer fueron San Epifanio 22, San Jerónimo 23, Eusebio de Cesarea 24 y otros muchos más 25.
Unas palabras no más diremos sobre la opinión intermedia, según la cual Jesús sólo habría predicado por espacio de dos años o, cuando más, de dos y medio. No admite, pues, más que tres Pascuas durante el curso de la vida pública; lo que la reduce, naturalmente, en un año 26.
Si la primera de estas Pascuas se celebró, según nuestros precedentes cálculos, en los primeros días de abril del año 780 de Roma (27 de nuestra Era), la cuarta tuvo que ser la del año 873 de Roma (30 desp. de J. C.) 27.

III

Las páginas anteriores, y sobre todo las concernientes a las noticias cronológicas del cuarto Evangelio, nos consienten fijar algunos jalones con que la vida pública del Salvador se divida en períodos regulares y resulte menos difícil ordenar la sucesión probable de los hechos. En conjunto, los hechos y palabras que los sinópticos refieren son los mismos, y una misma es también la traza general. Cierto que San Mateo y San Marcos, y más el primero que el segundo, prestaron poca atención a pormenores de índole cronológica; pero San Lucas es, por lo común, fiel en cumplir la promesa hecha en el prólogo 28, de conformarse al verdadero orden de los acontecimientos, y aun nos da fechas sincrónicas, que son de gran valor como puntos de convergencia 29. Y en cuanto a la narración, que a primera vista parece referirse íntegramente al último viaje de Jesús a Jerusalén 30, en tres ocasiones 31 menciona distintas partidas, de las que las dos últimas hacen retroceder de repente al divino viajero. Estos datos suponen claramente que no se trata en dicha narración de un solo viaje a la Ciudad Santa, como podría creerse, si hubiesen de tomarse del todo a la letra las narraciones de San Mateo y San Marcos.
Ayuda más eficaz aún nos presta San Juan, según hemos visto, en orden a la cronología de los acontecimientos, pues anduvo muy solícito en mencionar las fiestas religiosas que, dividiendo el ministerio de Jesús en varias secciones, nos son de gran provecho para concertar y reducir a armonía los cuatro relatos evangélicos. Estas fiestas son, pues, para el exegeta un verdadero hilo conductor o, empleando otra metáfora, piedras miliares colocadas a lo largo del camino.
Natural deseo es de todo cristiano el seguir al divino Maestro cuanto más de cerca sea posible por entre los variados incidentes de su vida de misionero, de predicador del Evangelio y de fundador de la Iglesia. Intentemos desde ahora orientar al lector, esbozando el plan que hemos de seguir 32. Pero conviene, ante todo, hacer una reserva importante, y así diremos, con uno de los más recientes biógrafos del Salvador: «No juzgamos posible una concordancia definitiva de los Evangelios... Nunca han llegado a perfecto acuerdo dos autores sobre este punto, este hecho basta por sí solo para demostrar que los datos geográficos (y cronológicos) de los Evangelios son harto incompletos para dar a este problema solución del todo satisfactoria» 33. Por esto nos guardaremos mucho de presentar el orden de los hechos por nosotros preferido como enteramente cierto. Pero, cuando menos, es posible, y por ventura algunos no lo hallarán improbable.
Se podría comparar la existencia terrestre de Nuestro Señor Jesucristo con un drama o con una sublime tragedia que se desarrollase en tres actos: la infancia y la vida oculta, que ya hemos estudiado, la vida pública y la pasión; todo ello precedido de un prólogo breve y seguido de un glorioso epílogo: el de la resurrección y ascensión del Salvador.
El prólogo o preludio se compone, como ya lo hemos visto, de dos partes. En la vida de Nuestro Señor Jesucristo hay, en primer término, lo que pudiéramos llamar tiempos prehistóricos: corresponden a la existencia eterna del Verbo en el seno de su Padre 34. De estos misteriosos tiempos pasamos a la historia propiamente dicha. Pero Jesús no se nos muestra aun inmediatamente; solamente lo entrevemos de un modo indirecto, ya por los testimonios de los antiguos profetas ya en sus antepasados, que su genealogía nos da a conocer.
No insistiremos ya sobre el asunto del primer acto y sobre sus ternísimas escenas, para poner ahora nuestra atención en el segundo, con sus diferentes fases o aspectos. Lo dividiremos en tres períodos, que corresponden, poco más o menos, a los tres años que transcurrieron entre la primera y la última Pascua de la vida pública de Jesús. A cada uno de estos años se le ha dado un nombre, que resume muy bien su carácter general: el año de oscuridad, el de favor público y el de oposición. Este último conducirá directamente al Calvario.
El primer período tiene también su preámbulo en la fructuosa actividad de Juan Bautista, cuya santidad, predicación, bautismo y testimonios en favor del Mesías se ponen de relieve en las cuatro sagradas narraciones. A su hora aparece Jesús; mas sin ruido. Una doble consagración, la del bautismo y la de una triple victoria sobre Satán, le prepara para su divina misión. Se le unen varios discípulos, por entonces de manera transitoria, y poco después hace ante ellos su primer milagro en las bodas de Caná. Lo hallamos luego en Jerusalén durante la primera Pascua y allí inaugura su ministerio mesiánico, expulsando a los vendedores del Templo y obrando estupendos prodigios que le atraen algunos partidarios. Un miembro del Sanedrín, Nicodemo, impresionado por estas manifestaciones, que a las claras denotaban en Jesús una misión venida de lo alto, se presenta para pedirle algunas aclaraciones, mas en secreto, pues habíase apoderado ya de los directores religiosos del judaísmo un sentimiento de manifiesta hostilidad contra Aquel en quien presentían un rival peligroso. Alejase entonces Jesús de Jerusalén, y, seguido de sus primeros discípulos, se retira a un oscuro rincón de Judea, donde éstos comienzan a administrar un bautismo semejante al del Precursor; pero no parece que en esta época el divino Maestro ejerciese por sí mismo ministerio alguno de importancia. Pasados varios meses en este silencioso retiro, toma de nuevo el camino de Galilea, pasando por Samaria, donde, al pie del monte Garizín, tuvo lugar su célebre conversación con una pobre mujer extraviada. La prisión del Precursor por mandato del tetrarca Herodes Antipas puso fin a este período preparatorio, cuyo teatro principal, así para Jesús como para el Bautista, fue la provincia de Judea.
No bien comienza el segundo período, vemos a Jesús, que hasta entonces había vivido como eclipsado, atraer de pronto hacia sí la atención de las turbas y excitar en Galilea un movimiento de profunda admiración, predicando el advenimiento del reino de Dios, multiplicando los milagros, recorriendo el país en todas direcciones y demostrando cumplidamente que Él era el verdadero Mesías.
Pero procedamos con orden y citemos siquiera los hechos principales. Arrojado de Nazaret, que, por lo demás, retirada como estaba, no era centro adecuado para el ministerio del Salvador, fuese a residir en Cafarnaún, en las bien pobladas orillas del lago de Tiberíades. Antes había hecho ya su segundo milagro, en Caná, curando al hijo de un oficial de Antipas. Poco después, a continuación de una pesca milagrosa, llamaba definitivamente a cuatro discípulos, Pedro, Andrés y los hijos de Zebedeo. Finalmente, los sinópticos, para darnos acabada idea de la actividad del Salvador, nos describen circunstanciadamente una jornada completa de su vida (curación de un poseso en la sinagoga de Cafarnaún, curación de la suegra de Simón-Pedro y de otros muchos enfermos).
Estos diversos hechos forman una primera sección del período que estudiamos. Comienza la segunda por un viaje de evangelización que, acompañado de sus discípulos, emprendió Jesús por las poblaciones de Galilea. Pero de este viaje solamente nos han conservado los evangelistas un breve resumen. Conforme a su costumbre, se contentan con citar algunos incidentes aislados, dignos de particular noticia, que tuvieron lugar por este tiempo: entre otros, la curación de un leproso y la de un paralítico, que por el techo de una casa introdujeron cerca de Jesús, y después la vocación del publicano Leví. De estos incidentes, que los sinópticos describen con vivo colorido y que sucedieron entre la prisión del Precursor y la segunda Pascua de la vida pública, nada dice el evangelista San Juan.
En esta misma Pascua –si es que a la solemnidad pascual se refiere realmente el autor del cuarto Evangelio con las palabras «la fiesta de los judíos»– principia el tercer período, que se extiende hasta la tercera Pascua, y del que todos cuatro evangelistas nos han conservado noticias abundantes. Para describirlo con más claridad, lo dividiremos también en varias secciones. Por algún tiempo el amor es el sentimiento dominante de las turbas respecto de Jesús; pero, al fin, como Él rehúsa condescender con sus prejuicios mesiánicos, y, por otro lado, sus enemigos, cuyo número crece de día en día, esparcen contra él odiosísimas calumnias, acaban los más por dejarle poco a poco.
Primera sección: desde la segunda Pascua hasta la elección de los apóstoles. Comienza en Jerusalén con la curación de otro paralítico en día de sábado. Poco después hallamos nuevamente a Jesús en Galilea, donde acaecen, también en día de sábado, el episodio de las espigas y la curación de un hombre que tenía yerta la mano. Como sobre apuesta cogieron los enemigos de Jesús estas tres ocasiones para difamarle de nuevo; mas entonces Él se retiró a orillas del lago, donde al punto se le reunió gran muchedumbre de gentes ávidas de verle, de oírle y de presenciar sus prodigios.
Segunda sección: desde la elección de los apóstoles hasta la unción de la pecadora. Ha llegado la sazón de que el divino Maestro una definitivamente a su persona, para educarlos, a los doce discípulos predilectos, que formarán el colegio apostólico, y que, cuando Él haya subido al Cielo, serán acá en la tierra, continuadores de su obra. Después de elegirlos solemnemente promulgó ante ellos y ante otros oyentes, congregados en gran número, lo que con propiedad se ha llamado la carta magna del reino de los cielos, o también Sermón de la Montaña. Vuelto a Cafarnaún curó al criado del Centurión; después, en Naím, al hijo de la viuda. Entonces fue cuando Juan Bautista, desde el fondo de su prisión, envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si verdaderamente Él era el Mesías; pregunta a la que respondió el Salvador con la voz elocuente de sus hechos: obrando muchos milagros, y con un discurso panegírico del Precursor, afirmando que Juan era realmente el heraldo enviado por Dios mismo para preparar los caminos al Mesías. Después de este discurso vienen los terribles anatemas contra las incrédulas ciudades de las orillas del lago y aquel dulcísimo llamamiento: «Venid a mí...», dirigido a todos los que padecen. Invitado Jesús a comer en casa de un fariseo, concede generoso perdón a una mujer pecadora que había dado manifiestas pruebas de arrepentimiento.
Tercera sección: entre la segunda y tercera misión de Jesucristo por los pueblos de Galilea. Le vemos esta vez, al partir, acompañado no sólo de sus apóstoles, sino también de algunas mujeres piadosas que atendían a sus necesidades. Apenas comenzado este viaje, los fariseos, testigos de una curación milagrosa realizada por Jesús, se atrevieron a acusarle en presencia de las turbas de hacer tales prodigios en connivencia con el príncipe de los demonios. Con elocuencia serena y vigorosa a la vez refutó esta horrible calumnia, y, pasando luego de acusado a acusador, pronunció amenazadoras palabras contra sus enemigos y contra toda la parte incrédula de la nación judía. Entonces tuvo lugar la visita de su Madre y de sus parientes. Por este tiempo también, nos muestran los evangelistas al Salvador inaugurando un nuevo método de predicación, por medio de parábolas, y pronunciando las llamadas del reino de los cielos. Vinieron luego varios milagros muy celebrados: el apaciguamiento de la tempestad en el lago, la curación de los endemoniados de Gerasa y de la hemorroísa, la resurrección de la hija de Jairo, la curación de dos ciegos y de un poseso mudo. Pero una nueva visita del Salvador a Nazaret no fue más fructuosa que la precedente.
Cuarta sesión: desde el tercer viaje pastoral de Jesús por Galilea hasta la tercera Pascua de la vida pública. Para esta nueva misión el Salvador se asoció a los apóstoles, enviándolos de dos en dos delante de sí a anunciar el advenimiento del reino de Dios. Poseemos el texto de las instrucciones que les dio para disponerlos a este hermoso oficio, que aún no habían desempeñado. En esta ocasión cuentan los sinópticos, como hecho todavía reciente, el martirio de Juan Bautista. La primera multiplicación de los panes, la marcha de Jesús sobre las encrespadas olas del lago, los milagros en la llanura de Genesaret, el solemne discurso en que prometió instituir un día la Eucaristía y que le enajenó los ánimos de una parte considerable del auditorio y hasta de algunos discípulos; tales fueron los hechos más importantes con que se acabó el tercer período de su vida pública.
Cuarto período: entre la tercera y cuarta Pascua. También es rico en acontecimientos; pero, por su índole, difiere mucho del precedente y más aun del segundo. Al favor popular han sucedido la frialdad y la indiferencia de muchos; sus enemigos no se ocultan, y cuanto se sienten más poderosos se hacen más osados. Así es que Jesús se aparta con frecuencia de las gentes. Son raros sus milagros, y su principal tarea consiste en acabar la educación de los Doce. Con todo esto, tampoco faltarán hechos gloriosos durante este último año de la vida del Salvador.
Primera sección: largo viaje de Cristo a las regiones fenicias y la Alta Galilea. Dato significativo: desde el comienzo Jesús se muestra en oposición con los escribas y con los fariseos acerca de las continuas abluciones, con frecuencia supersticiosas, que había impuesto la «tradición de los antiguos». Emprende luego un viaje importante desde la Galia Inferior, donde habitualmente residía, hacia el Oeste, hasta los territorios de Tiro y Sidón. Cura allí a la hija de la Cananea, y, después de haber atravesado la Galilea Superior, toma la dirección del Sur y llega a la Decápolis, en las riberas del lago Tiberíades. Varias curaciones, la segunda multiplicación de los panes y algunos incidentes de menor importancia datan también de esta época.
Segunda sección: ápice glorioso del ministerio de Jesús. Dos acontecimientos grandiosos van a sucederse en breve plazo. Adelantándose hacia el Norte hasta Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán, propuso Nuestro Señor a sus apóstoles su célebre pregunta: «¿Y vosotros quién decís que soy yo?» Respondió Simón-Pedro, con su gloriosa «confesión», que le valió magnífica recompensa: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...» Mas al mismo tiempo creyó Jesús llegada la hora de anunciar por lo claro a los suyos su próxima pasión, para apercibirlos a tan duro trance. Seis días después sucedió el gran misterio de la transfiguración de Cristo, y al pie de la montaña que de esta escena había sido teatro, la curación de un joven poseso. Durante un nuevo viaje a Galilea, Jesús predijo por segunda vez oficialmente, digámoslo así, a sus apóstoles su pasión y su muerte. Al entrar de nuevo en Cafarnaún obró el milagro de la didracma hallada en la boca del pez. Más que nunca se dedica entonces a la educación de los apóstoles, a quienes da preciosas lecciones sobre el modo de portarse en lo presente y en lo venidero.
Tercera sección: desde la solemnidad de los Tabernáculos a la de la Dedicación. Jesús deja definitivamente la Galilea y va a Jerusalén para celebrar allí la popular fiesta de los Tabernáculos, precedido de setenta y dos discípulos, con los que había formado como un cuerpo especial, y que anunciaban a su paso la buena nueva, como antes lo habían hecho los apóstoles. Cuando retornan al Maestro le dan alegremente cuenta del buen suceso de su predicación. La parábola del buen samaritano abre la segunda serie de esta primorosa forma de la enseñanza del Salvador. Hallamos luego después a Jesús en Betania, en casa de María y Marta. De repente aparece en los patios del Templo, mediada ya la fiesta de los Tabernáculos, e instruye al pueblo. San Juan nos ha conservado un excelente resumen de sus discursos, dividido por el episodio de la mujer adúltera. Durante la octava de la Dedicación dio Jesús vista al ciego de nacimiento y pronunció la ternísima alegoría del Buen Pastor. A esta misma época se refiere, por lo menos de un modo general, una serie importante de lecciones dadas a los discípulos y a la muchedumbre sobre diversos puntos religiosos, bien así como la curación de la mujer encorvada, del hidrópico, de los diez leprosos y la continuación de las parábolas del segundo grupo. Inmediatamente se fue Jesús a la provincia de Perea, por la que había debido ya de pasar varias veces aunque, según parece, sin detenerse, y allí permaneció algún tiempo, durante el cual mencionan los Evangelios una discusión con los fariseos y los discípulos respecto del matrimonio, varias parábolas, la bendición de los niños y el lamentable proceder del joven rico que rehusó seguir la invitación del Salvador.
Cuarta sección: desde la fiesta de la Dedicación hasta la última Pascua de la vida pública. Los acontecimientos van a precipitarse. Luego después de la fiesta deja Jesús con presteza Jerusalén, donde, por causa del creciente odio de sus enemigos, no gozaba de seguridad, y, fiel a su plan de no adelantar la hora señalada por su Padre celestial para la consumación de su sacrificio, se fue de nuevo en busca de provisional asilo a la tranquila Perea, donde fue acogido cariñosamente. Pero pronto la dejó, llamado a Betania, en Judea, para resucitar a su amigo Lázaro. De allí, en espera de la Pascua, ya muy próxima, se refugió en la pequeña ciudad de Efrén, que, al parecer, estaba situada también en Judea. En los últimos días que precedieron a la fiesta se puso en camino para Jerusalén, prediciendo una vez más su muerte y su resurrección a los apóstoles, cuyos sentimientos terrenos y ambiciosos tuvo que reprimir de nuevo. En Jericó, adonde había descendido, se convidó Él mismo a comer en casa del publicano Zaqueo y dio la vista a dos ciegos: En fin, seis días antes de la Pascua estaba en Betania en casa de sus amigos, que, en honor suyo, celebraron un solemne banquete, durante el cual María, hermana de Lázaro, ungió respetuosamente sus sagrados pies.
Perdónesenos la aridez de este pálido resumen. Nos pareció que no sería inútil para iniciar al lector en la vida pública del divino Maestro, y que tal vez le facilitaría su estudio.