Antología de Textos

CONFESION

1. Ten confianza, hijo mío: tus pecados te son perdonados (cfr. Mt 9, 2), dijo Jesús al paralítico postrado en su lecho, que quizá pensaba más en su curación que en la posibilidad de recomenzar de nuevo, limpio de sus faltas. Primero miraría al Señor con cierto temor y le acabaría mirando de frente, agradecido.
Y Cristo vuelve a repetir esas mismas palabras en cada confesión bien hecha: Ten confianza, hijo mío -dice-, vuelve a empezar... La Confesión es el Sacramento de la confianza en Dios. Es Él mismo quien nos perdona después de la humilde manifestación de nuestras culpas. Nos perdona y nos regenera a la Vida, y nos anima a seguir nuestro camino sin el lastre del pecado. El Sacramento de la penitencia, instituido por Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo, confiere la gracia -o la aumenta cuando se recibe en estado de gracia- con eficacia de suyo infalible y sin término. Sin embargo, en cada confesión concreta, el efecto de este Sacramento está en proporción con las disposiciones del que lo recibe; como el sol que, siendo siempre el mismo, calienta más unas cosas que otras, según la época, los obstáculos que se interponen, etc.
2. El efecto principal de este sacramento es la reconciliación con Dios y con la Iglesia. Dios confiere o aumenta la gracia santificante por la que nos perdona los pecados mortales y los veniales. La confesión de los pecados veniales no es necesaria, pero sí es lícita, recta y provechosa (CONCILIO DE TRENTO).
Al que había cometido pecado mortal se le abren las puertas del Cielo, y la pena eterna queda conmutada en temporal. Se disminuye la pena temporal merecida por los pecados veniales y por los mortales ya perdonados. Se perdona más o menos pena temporal, según las disposiciones del penitente.
Son restituidos los méritos de las buenas obras hechas antes de cometer el pecado mortal; o se aumentan, si el alma ya estaba en gracia.
Se recibe la gracia sacramental, que fortalece al penitente para la lucha interior y le ayuda a evitar otros pecados en lo sucesivo: con el uso frecuente del sacramento de la penitencia se robustece toda la vida espiritual.
La confesión sacramental devuelve la paz y tranquilidad de la conciencia perdida por el pecado.
3. Para los que han caído en pecado mortal después del Bautismo, este sacramento es tan necesario para la salvación como lo es el Bautismo para los aún no regenerados.
Todos los pecados mortales cometidos después del Bautismo deben pasar por el tribunal de la Penitencia, en una Confesión auricular y secreta y con absolución individual. La confesión completa es necesaria por derecho divino para la remisión de los pecados mortales cometidos después del Bautismo; la confesión auricular secreta no es ajena a la institución y al mandato divino, y no puede considerarse de ningún modo un invento humano (CONCILIO DE TRENTO). Así lo ha repetido el Magisterio con frecuencia.
Los tres actos del penitente -contrición, confesión y satisfacción-, por institución divina, son necesarios para la integridad del sacramento.
4. Los antiguos autores espirituales solían señalar dieciséis cualidades de la buena confesión: sencilla, humilde, pura, fiel, frecuente, clara, discreta, voluntaria, sin jactancia, íntegra, secreta, con dolor, pronta, fuerte, acusadora y dispuesta a obedecer (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Sup., q. 9, a. 4). Debe ser la confesión, ordinariamente, de no muchas palabras; las necesarias para decir con humildad las faltas y pecados. Y en primer lugar, sobrenatural, como quien va a pedir perdón al mismo Cristo.
La confesión, con sentido sobrenatural, es un verdadero acto de amor a Dios; se oye a Cristo en la intimidad del alma, que dice como a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Y con las mismas palabras de este apóstol le podrá también decir el penitente: Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te. Señor, Tú sabes todas las cosas. Tú sabes también que te amo... a pesar de todo.
La sinceridad supone, con la gracia, hacer un examen profundo (profundo no quiere decir necesariamente largo): si es posible, ante el Sagrario, y siempre en la presencia de Dios. En el examen de conciencia, el cristiano ve lo que Dios esperaba de su vida y lo que en realidad ha sido; la bondad o malicia de sus acciones y también las omisiones, las ocasiones perdidas. Delante de Jesús todas las acciones adquieren su verdadera dimensión, y el alma (aunque hayan sido graves los pecados) se llena de paz y de esperanza. La sinceridad nos lleva a no callar nada por falsa vergüenza o por soberbia.
Hemos de acercarnos al Sacramento de la Penitencia con el deseo de confesar la falta, sin querer desfigurarla: pequé contra el Cielo y contra ti. Con humildad, sin querer "quedar bien", y sin exigir nada porque nada se merece: ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo (cfr. Lc 15, 11 ss). La confesión debe ser alegre porque nos espera nuestro Padre Dios con los brazos abiertos: como en la parábola, corre a nuestro encuentro para prodigamos todas las muestras del amor paterno.
Con el arrepentimiento se recupera de nuevo la esperanza de ser como antes y ver también como antes; y podemos reparar y levantarnos de aquella situación con la ayuda de la gracia: Me levantaré e iré a mi padre..., dice el hijo pródigo, arrepentido y dispuesto a empezar de nuevo. Toda confesión significa una conversión, una vuelta a Cristo; esto cuando se trata de pecados graves, pecados veniales o faltas.
5. Amar la confesión frecuente es síntoma claro de delicadeza interior, de amor a Dios, así como su desprecio o indiferencia sugiere falta de delicadeza interior y, frecuentemente, verdadero endurecimiento para lo sobrenatural. La frecuencia de la confesión viene determinada por las particulares necesidades de nuestra alma. Cuando una persona está seriamente determinada a cumplir la voluntad de Dios en todo y a ser del todo de Dios, suele ser aconsejable la confesión semanal o quincenal. Si se trata de una conciencia escrupulosa, a veces será conveniente distanciar más una confesión de otra. Y si hubiera pecados graves, caídas, se aconseja vivamente ir enseguida al Sacramento de la Vida, cuantas veces sea necesario.
El consejo recibido en la dirección espiritual puede dar luz sobre la frecuencia con la que debemos acercarnos a este Sacramento.

Citas de la Sagrada Escritura

Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros [...]. Recibid el Espíritu Santo: Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonareis y quedan retenidos a quienes se los retuviereis. Jn 20, 21-23
Os empeño mi palabra, que todo lo que atareis sobre la tierra será eso mismo atado en el cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra será eso mismo desatado en el cielo. Mt 18, 18
Si dijéremos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos [...], pero si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonárnoslos y lavarnos de cada iniquidad. 1Jn 1, 8-9
Hijos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; mas si alguno pecare tenemos por abogado para con el Padre a Jesucristo, que es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros sino por los de todo el mundo. 1Jn 2, 1-2
No son los justos, sino los pecadores a los que he venido yo a 11amar a penitencia. Lc 5, 32
¿No reparas que la bondad de Dios te esta llamando a la penitencia? Rm 2, 4
El Señor espera con paciencia por amor de vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia. 2P 3, 9
Acuérdate de donde has decaído, y arrepiéntete [...] porque si no voy a ti, y removeré tu candelero de su sitio, si no hicieres penitencia. Ap 2, 5

Institución

1115 Nuestro Salvador Jesucristo instituyo en su Iglesia el sacramento de la Penitencia al dar a los apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados; así, los fieles que caen en el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilien con Dios. La Iglesia, en efecto, posee el agua y las lagrimas, es decir, el agua del bautismo y las lagrimas de la penitencia (SAN AMBROSIO, Epístola 41). (Ordo Poenitiae, 2).

Ante el tribunal de la misericordia divina

1116 Si se pierde la sensibilidad para las cosas de Dios, difícilmente se entenderá el Sacramento de la Penitencia. La confesión sacramental no es un dialogo humano, sino un coloquio divino; es un tribunal, de segura y divina justicia y, sobre todo, de misericordia, con un juez amoroso que no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33, 11) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 78).

1117 El que antes de la culpa nos prohibió pecar, una vez aquella cometida, no cesa de esperarnos para concedernos su perdón. Ved que nos llama el mismo a quien despreciamos. Nos separamos de El, mas El no se separa de nosotros (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 34 sobre los Evang.).

1118 Consideremos cuan grandes son las entrañas de su misericordia, que no solo nos perdona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten después de ellas (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 19 sobre los Evang.).

1119 Ni la cantidad ni la calidad de los males que hemos cometido nos hagan vacilar en la certeza de la esperanza. Aumenta mucho nuestra confianza el hecho del buen ladrón, el cual no era bueno por donde era ladrón, pues era ladrón por crueldad y bueno por su confesión. Pensad bien cuan inconmensurables son en Dios las entrañas de misericordia. Este ladrón, que habla sido preso en el camino con sus manos manchadas en sangre, fue colgado en el patíbulo de la cruz; el confeso, fue sanado y mereció oír: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¿, Quién podrá explicar debidamente la bondad de Dios? En vez de recibir la pena debida por nuestros crímenes, recibimos los premios prometidos a la virtud. El Señor ha permitido que sus elegidos incurran en algunas faltas, para dar esperanza de perdón a otros que yacen agobiados bajo el peso de sus culpas, si acuden a Dios con todo su corazón, y además les abre el camino de la piedad por medio de los lamentos de la penitencia (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

1120 ¡ Mire que entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios!-Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona. ¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 309).

1121 Entre los hombres el castigo sigue a la confesión, mientras que ante Dios a la confesión sigue la salvación (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, volt VI, p. 506).

Cada confesión, una nueva conversión

1122 El discípulo de Cristo que, después del pecado, movido por el Espíritu Santo, acude al sacramento de la Penitencia, ante todo debe convertirse de todo corazón a Dios. Esta intima conversión del corazón, que incluye la contrición del pecado y el propósito de una vida nueva, se expresa por la confesión hecha a la Iglesia, por la adecuada satisfacción y por el cambio de vida. Dios concede la remisión de los pecados por medio de la Iglesia, a través del ministerio de los sacerdotes (Ordo Poenitentiae, 6).

1123 De esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia. Así pues, la conversión debe penetrar en lo mas intimo del hombre para que le ilumine cada día mas plenamente y lo vaya conformando cada vez mas a Cristo (Ordo Poenitentiae, 6).

Cada vez que el cristiano se confiesa se le aplican los méritos de Cristo

1124 Como Dios, rico en misericordia (Ef 2, 4), sabe de que hemos sido formados (Sal 103, 14), procuro también un remedio de vida a aquellos que se entregaron a la esclavitud del pecado y al poder del demonio. Por el sacramento de la penitencia, el beneficio de la muerte de Cristo es aplicado a los que han caído después del bautismo (CONC. TRENTO, Ses. XIV, cap. 1).

1125 El sacramento de la penitencia [...] (es) el sacramento de la resurrección de las almas muertas, el sacramento de las almas revividas, el sacramento de la vida, de la paz, de la alegría (PABLO VI, Aloc. 23-III-1977).

1125b La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1455).

La confesión de las culpas

1126 La confesión de las culpas, que nace del verdadero conocimiento de si mismo ante Dios y de la contrición de los propios pecados, es parte del sacramento de la Penitencia. Este examen interior del propio corazón y la acusación externa debe hacerse a la luz de la misericordia divina. La confesión, por parte del penitente, exige la voluntad de abrir su corazón al ministro de Dios; y por parte del ministro, un juicio espiritual mediante el cual, como representante de Cristo y en virtud del poder de las llaves, pronuncia la sentencia de absolución o retención de los pecados (Cfr. CONC. DE TRENTO, Ses., XIV, cap. 5) (Ordo Poenitentiae, 6).

1126b Acusar los pecados propios es exigido ante todo por la necesidad de que el pecador sea conocido por aquel que en el Sacramento ejerce el papel de juez -el cual debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente- y, a la vez, hace el papel de médico, que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo. Pero la confesión individual tiene también el valor de signo; signo de] encuentro del pecador con la mediación eclesial en la persona del ministro; signo del propio reconocerse ante Dios y ante la Iglesia como pecador, del comprenderse a sí mismo bajo la mirada de Dios. La acusación de los pecados, pues no se puede reducir a cualquier intento de autoliberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramaticidad, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona. Se comprende entonces por qué la acusación de los pecados debe ser ordinariamente individual y no colectiva, ya que el pecado es un hecho profundamente personal. Pero, al mismo tiempo, esta acusación arranca en cierto modo el pecado del secreto del corazón y, por tanto, del ámbito de la pura individualidad, poniendo de relieve también su carácter social, porque mediante el ministro de la Penitencia es la Comunidad eclesial, dar-lada por el pecado, la que acoge de nuevo al pecador arrenpentido y perdonado (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, 2-XII-1984, n. 31).

Sinceridad plena

1127 Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre Lázaro, 4).

1128 No bastan [...] los análisis sociológicos para traer la justicia y la paz. La raíz del mal está en el interior del hombre. Por esto, el remedio parte también del corazón. Y –me complace repetirlo– la puerta de nuestro corazón solo puede ser abierta por la Palabra grande y definitiva del amor de Cristo por nosotros, que es su muerte en la cruz. Aquí es donde el Señor nos quiere conducir: dentro de nosotros. Todo este tiempo que precede a la Pascua es una invitación constante a la conversión del corazón. Esta es la verdadera sabiduría: " la plenitud de la sabiduría es temer al Señor " (Si 1, 15).
Queridísimos, tened, pues, la valentía del arrepentimiento; y tened también la valentía de alcanzar la gracia de Dios por la Confesión sacramental.¡ Esto os hará libres! Os dará la fuerza que necesitáis para las empresas que os esperan, en la sociedad y en la Iglesia, al servicio de los hombres (JUAN PABLO II, Discurso a UNIV, 1 l –IV– 1979).

1129 ¿Que es la confesión de los pecados, sino cierta abertura de las propias llagas? (SAN GREGORIO MAGNO, en Catena Aurea, volt VI, p. 259).

1130 (Algunos van con los pecados disimulándolos y como) coloreando porque no parezcan tan malos, lo cual mas es irse a excusar que a acusar (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche Oscura, 1, 2, 4).

1131 La sinceridad en el momento de la confesión es la sinceridad ante Dios mismo; la actitud del que no es sincero es como la de quien, " acudiendo a la consulta del medico para ser curado, perdiera el juicio y la conciencia de a que ha ido, y mostrase los miembros sanos y ocultase los enfermos [...]. Dios es quien debe vendar las heridas, no tu, porque si tu, por vergüenza, quieres ocultarlas con vendajes, no te curara el medico. Has de dejar que sea el medico quien te cure y vende las heridas, porque el las cubre con medicamentos. Mientras que con el vendaje del medico las llagas se curan, con el vendaje del enfermo se ocultan. ¿Y a quien las ocultas? A quien conoce todas las cosas (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 31).

1132 Todo pecador, mientras oculta en su conciencia sus culpas, se esconde y encubre en un interior; pero el muerto sale fuera, cuando el pecador confiesa espontáneamente sus maldades. A Lázaro se le dijo: " Sal fuera ", que es lo mismo que si a cualquiera que esta muerto en la culpa se le dijera: ¿Por que escondes el resto de tu culpa dentro de tu conciencia? Ya es tiempo de que salgas fuera por medio de la confesión, tu que te escondes en tu interior por medio de la negación. Salga fuera el muerto, esto es, confiese su culpa el pecador. Los discípulos desataron al que salía del sepulcro, para que los pastores de la Iglesia perdonen la pena que mereci6 el que no se avergonzó de confesar lo que hizo (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 26 sobre los Evang.).

1133 Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la sencillez y de la claridad evangelice: Si, si; no, no. Aprended a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello. Mediante esta sencillez y claridad se constituye la unidad del Reino de Dios, y esta unidad es, al mismo tiempo, una madura unidad interior de cada hombre, es el fundamento de la unidad de los esposos y de las familias, es la fuerza de las sociedades: de las sociedades que acaso sienten ya, y cada vez mas, como se trata de destruirlas y descomponerlas desde dentro, llamando mal al bien y pecado a la manifestación del progreso y de la liberación (JUAN PABLO II, Hom. a los universitarios, Roma, 26-III-1981).

La absolución

1134 Al pecador que manifiesta su conversión al ministro de la Iglesia en la confesión sacramental, Dios le concede su perdón por medio del signo de la absolución y así el sacramento de la Penitencia alcanza su plenitud. En efecto, de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del Salvador se han hecho visibles al hombre, Dios quiere salvarnos y restaurar su alianza con nosotros por medio de signos visibles (Ordo Poenitentiae, 6).

1134b Otro momento esencial del Sacramento de la Penitencia compete ahora al confesor, juez y médico, imagen de Dios Padre que acoge y perdona a aquel que vuelve: es la absolución. Las palabras que la expresan y los gestos que la acompañan [...] revisten una sencillez significativa en su grandeza. La fórmula sacramental: "Yo te absuelvo...", y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al mismo penitente como "misericordia más fuerte que la culpa y la ofensa" [...]. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado -"tibi soli peccavi"-, y solo Dios puede perdonar. Por esto, la absolución que el sacerdote, ministro del perdón -aunque él mismo sea pecador-, concede al penitente es el signo eficaz de la intervención del Padre en cada absolución y de la "resurrección" tras la "muerte espiritual", que se renueva cada vez que se celebra el Sacramento de la Penitencia. Solamente la fe puede asegurar que en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misteriosa intervención del Salvador (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, 2XII-1984, n. 31).

1134c Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cfr. CONC. DE TRENTO; DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1459).

La satisfacción

1135 La verdadera conversión se realiza con la satisfacción por los pecados, el cambio de vida y la reparación de los daños. El objeto y cuantía de la satisfacción debe acomodarse a cada penitente, para que así cada uno repare el orden que destruyo y sea curado con una medicina opuesta a la enfermedad que le afligió. Conviene, pues, que la pena impuesta sea realmente remedio del pecado cometido y, de algún modo, renueve la vida. Así el penitente, olvidándose de lo que queda atrás (Flp 3, 13), se injerta de nuevo en el misterio de la salvación y se encamina de nuevo hacia los bienes futuros (Ordo Poenitentiae n. 6).

1135b La satisfacción es el acto final, que corona el signo sacramental de la Penitencia. En algunos países lo que el penitente perdonado y absuelto acepta cumplir, después de haber recibido la absolución, se llama precisamente penitencia. ¿Cuál es el significado de esta satisfacción que hace, o de esta penitencia que se cumple? No es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido; porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima Sangre de Cristo. Las obras de satisfacción -que, aun conservando un carácter de sencillez y humildad, deberían ser más expresivas de lo que significan- quieren decir cosas importantes: son el signo del compromiso personal que el cristiano ha asumido ante Dios, en el sacramento, de comenzar una existencia nueva (y por ello no deberían reducirse solamente a algunas fórmulas a recitar, sino que deben consistir en acciones de culto, caridad, misericordia y reparación); incluyen la idea de que el pecador perdonado es capaz de unir su propia mortificación física y espiritual, buscada o al menos aceptada, a la Pasión de Jesús que le ha obtenido el perdón; recuerdan que también después de la absolución queda en el cristiano una zona de sombra, debida a las heridas del pecado, a la imperfección del amor en el arrepentimiento, a la debilitación de las facultades espirituales en las que obra un foco infeccioso de pecado, que siempre es necesario combatir con la mortificación y la penitencia. Tal es el significado de la humilde, pero sincera, satisfacción (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, 2XII-1984, n. 31).

Efectos de este sacramento

1136 De la misma manera que las heridas del pecado son diversas y variadas, tanto en la vida de cada uno de los fieles como de la comunidad, así también es diverso el remedio que nos aporta la penitencia. A aquellos que por el pecado grave se separaron de la comunión con el amor de Dios, el sacramento de la Penitencia les devuelve la vida que perdieron. A quienes caen en pecados veniales, experimentando cotidianamente su debilidad, la repetida celebraci6n de la penitencia les restaura las fuerzas, para que puedan alcanzar la plena libertad de los hijos de Dios (Ordo Poenitentiae n. 7).

1137 Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 11).

1138 En lo que afane a la virtud y eficacia de este sacramento, su realidad y su efecto son la reconciliación con Dios que, en las personas piadosas que lo reciben con devoción, a menudo va seguida de la paz y serenidad de la conciencia junto con una fuerte consolación espiritual (CONC. TRENTO, Ses. XIV, cap. 3).

1139 Los que se acercan al sacramento de la penitencia, reciben allí de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa que le han hecho, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia herida por su pecado [...]. Es en la Iglesia, finalmente, donde la pequeña obra penitencial, impuesta a cada penitente en el sacramento, participa de una manera especial de la expiación infinita de Cristo. Por otra parte, por una disposición general de la Iglesia, el penitente puede unir íntimamente a la satisfacción sacramental todo lo que hace, sufre y soporta en la vida (PABLO VI, Const. Apost. Poenitemini).

1139b El tentador no cesa de llamar para ver si puede entrar; pero si lo encuentra todo cerrado, pasa de largo (SAN AGUSTIN, Comentario a los salmos, 141, 7).

1140 Si te alejas de El por cualquier motivo, reacciona con la humildad de comenzar y recomenzar; de hacer de hijo prodigo todas las jornadas, incluso repetidamente en las veinticuatro horas del ida; de ajustar tu corazón contrito en la Confesión, verdadero milagro del Amor de Dios. En este Sacramento maravilloso, el Señor limpia tu alma y te inunda de alegría y de fuerza para no desmayar en tu pelea, y para retornar sin cansancio a Dios, aun cuando todo te parezca oscuro (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 214).

1141 En la vida del espíritu se enferma por el pecado, y es necesaria también una medicina para recobrar la salud. Este remedio es la gracia que se recibe en el sacramento de la penitencia (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 10, 1. c., p. 101).

1142 [...] esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues quien condena aquello en lo que falto, con mas dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia este siempre despierta y sea como tu acusador domestico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6, sobre el tentador).

1143 La penitencia borra el pecado y la sabiduría lo evita (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea volt VI, p. 40).

1144 Escuela de sabiduría moral, la confesión educa la mente para discernir el bien del mal; palestra de energía espiritual, entrena la voluntad para la coherencia, la virtud positiva, el deber difícil; dialogo con la perfección cristiana, ayuda a descubrir la propia vocación y a corroborar los propósitos de fidelidad y progreso para la propia santificación y la de los demás (PABLO VI, Aloc. 23-lII-1977).

"El acto mas sublime de humildad"

1145 La frecuencia en la Confesión y en la Comunión te proporcionara la ayuda mas eficaz para perseverar en la practica de la humildad (J. PECCI –Leon XIII–, Practica de la humildad, 58).

1146 La Confesión, por la que revelamos a uno que es semejante a nosotros las miserias mas secretas y vergonzosas de nuestra alma, es el acto mas sublime de humildad que Jesucristo ha mandado a sus discípulos (J. PECCI –Leon XIII–, Practica de la humildad, 58).

1146b Insidian de hecho al Sacramento de la Confesión, por un lado, el oscurecimiento de la conciencia moral y religiosa, la atenuación del sentido del pecado, la desfiguración del concepto de arrepentimiento, la escasa tensión hacia una vida auténticamente cristiana; por otro, la mentalidad, a veces difundida, de que se puede obtener el perdón directamente de Dios incluso de modo ordinario, sin acercarse al Sacramento de la reconciliación, y la rutina de una práctica sacramental acaso sin fervor ni verdadera espiritualidad, originada quizá por una consideración equivocada y desorientadora sobre los efectos del Sacramento (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, 2XII-1984, n. 28).

Cualidades de una buena confesión

1147 El Sacramento de la penitencia confiere la gracia –o la aumenta, cuando se recibe en estado de gracia– ex opere operato, con eficacia de suyo infalible y sin termino. Sin embargo, en cada Confesión concreta, el efecto de este Sacramento esta en proporción con las disposiciones del que lo recibe; como el sol que, siendo siempre el mismo, calienta mas unas cosas que otras. Y si se pone un obstáculo por medio puede dejar de calentar por completo. Los antiguos autores espirituales solían enumerar dieciséis cualidades de la buena Confesión: sencilla, humilde, pura, fiel, frecuente, clara, discreta, voluntaria, sin jactancia, integra, secreta, con dolor, pronta, fuerte, acusadora y dispuesta a obedecer (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl., q. 9, a. 4).

1148 (En cuanto a los pecados es necesario tener) dolor al considerarlos, humildad al confesarlos, intransigencia al satisfacer por ellos: de esta manera se expía la pena eterna (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 7, l. c., p. 87).

1149 Quien se confiese con frecuencia no se contentara con una confesión simplemente valida, sino que aspirara a una confesión buena que ayude al alma eficazmente en su aspiración hacia Dios. Para que la confesión frecuente logre este fin, es menester tomar con toda seriedad este principio: Sin arrepentimiento no hay perdón de los pecados. De aquí nace esta norma fundamental para el que se confiesa con frecuencia: No confesar ningún pecado venial del que uno no se haya arrepentido seria y sinceramente. Hay un arrepentimiento general. Es el dolor y la detestación de los pecados cometidos en toda la vida pasada. Ese arrepentimiento general es para la confesión frecuente de una importancia excepcional (B. BAUR, La confesión frecuente, p. 37-38).

Nunca falta materia de confesión

1150 Nunca falta que perdonar; somos hombres. Hable algo mas de la cuenta, dije algo que no debía, reí con exceso, bebí demasiado, comí sin moderación, oí de buen grado lo que no me estaba bien oír, vi con gusto lo que no era bueno ver, pense con deleite lo que no debí pensar... (SAN AGUSTÍN, Sermón 57).

Cualidades de un buen confesor

1151 Aquellas palabras que el Señor dijo a Jeremías: Ecce constitui te super gentes. . . ut evellas. . . et dissipes et aedifices et plantes (Jr 1, 10), las esta repitiendo a todos los confesores; los cuales no solo deben arrancar los vicios del alma, sino también plantar virtudes (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, La practica del confesor, 99).

1152 Para que el confesor pueda cumplir su ministerio con rectitud y fidelidad, aprenda a conocer las enfermedades de las almas y a aportarles los remedios adecuados; procure ejercitar sabiamente la función de juez y, por medio de un estudio asiduo, bajo la guía del Magisterio de la Iglesia y, sobre todo, por medio de la oración, adquiera aquella ciencia y prudencia necesarias para este ministerio. El discernimiento del espíritu es, ciertamente, un conocimiento intimo de la acción de Dios en el corazón de los hombres, un don del Espíritu Santo y un fruto de la caridad (Cfr. Flp 1, 9-10) (Ordo Poenitentiae, 10).

1152b Para un cumplimiento eficaz de tal ministerio, el confesor debe tener necesariamente cualidades humanas de prudencia, discreción, discernimiento, firmeza moderada por la mansedumbre y la bondad. Él debe tener, también, una preparación seria y cuidada [...]. Pero todavía es más necesario que él viva una vida espiritual intensa y genuina. Para guiar a los demás por el camino de la perfección cristiana, el ministro de la Penitencia debe recorrer en primer lugar él mismo este camino y, más con los hechos que con largos discursos, dar prueba de experiencia real de la oración vivida, de práctica de las virtudes evangélicas teologales y morales, de fiel obediencia a la voluntad de Dios, de amor a la Iglesia y de docilidad a su Magisterio (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, n. 29).

1153 El buen pastor conoce a sus ovejas, sus exigencias, sus necesidades. Les ayuda a desenredarse del pecado, a vencer los obstáculos y las dificultades que encuentran. A diferencia del mercenario, el va en busca de. ellas, les ayuda a llevar su peso y sabe animarlas siempre. Cura sus heridas con la gracia, sobre todo a través del Sacramento de la reconciliación (JUAN PABLO II, Audiencia general, 16-V-1979).

1154 [...] pienso de un modo especial en el Sacramento de la Penitencia o de la reconciliación, que posee una importancia capital para el camino de la conversión del pueblo de Dios. Sois educadores de la fe, formadores de las conciencias, guías de las almas, para permitir a cada cristiano desarrollar su vocación personal según el Evangelio [...] (JUAN PABLO II. Aloc. al clero en Notre –Dame, París, 30– V-1980).

1155 El corazón del sacerdote ha de ser universal, abierto a todos, generoso, en una oblatividad continua –el sacerdote ha de estar en un servicio permanente– sin acepción de personas [...] (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 128).

1156 Y de tal modo ordeno los remedios de la divina bondad, que sin las oraciones de los sacerdotes no es posible obtener el perdón de Dios. Y así [...] dio a quienes están puestos al frente de la Iglesia la potestad de administrar la acción de la penitencia a quienes confiesan y de admitirlos [...] a la comunión de los sacramentos por la puerta de la reconciliación (SAN LEON MAGNO, Epist. Sollicitudines quidem, ll).

1156b El confesor no es dueño, sino el servidor, del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cfr. PO 13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia la curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él, confiándolo a la misericordia del Señor (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1466).

La limpieza de alma

1157 Escuchad de donde fuisteis llamados: de un cruce de caminos. ¿Y que erais entonces? Cojos y mutilados del alma, que es mucho peor que serlo del cuerpo. No abuséis de la bondad de quien os ha invitado y nadie venga con el vestido sucio. Hay que cuidar con toda diligencia el vestido del alma (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 69).

1157b Dios da misericordiosamente cuando da, y quita misericordiosamente cuando quita (SAN AGUSTÍN, Comentario a los salmos, 144, 4).

1158 Lo que ha de llenarse ha de empezar por estar vacío. Si has de llenarte del bien, comienza por echar fuera el mal. Imagina que Dios te quiere hacer rebosar de miel: si estas lleno de vinagre, ¿, donde va a depositar la miel? Primero hay que vaciar lo que contenía el recipiente: hay que limpiar el mismo vaso; hay que limpiarlo aunque sea con esfuerzo, a fuerza de frotarlo, para que sea capaz de recibir esta realidad misteriosa (SAN AGUSTÍN, Coment. a la Epístola de S. Juan, 4).

1159 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipocritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que por dentro están llenos de rapiña y codicias! Si el Señor detesta la suciedad de los cuerpos y de los vasos que por necesidad tienen que mancharse con el mismo uso, ¿cuanto mas las inmundicias de la conciencia, que si queremos podemos conservar siempre limpia? (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, volt III, p. 126).

La Confesión nos prepara convenientemente para recibir al Señor en la Sagrada Comunión

1160 Y mi Padre le amara, y vendremos a el, y haremos mansión en el. Considerad bien que inefable dicha es dar hospedaje en nuestro corazón a Dios. Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún puesto elevado, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos en nuestra casa, ;con que solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o de este amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma (SAN GREGORIO MACNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

1161 Por medio del sacramento de la Penitencia, el Padre acoge al hijo que retorna a el, Cristo toma sobre sus hombros a la oveja perdida y la conduce nuevamente al redil, y el Espíritu Santo vuelve a santificar su templo o habita en el con mayor plenitud; todo ello se manifiesta al participar de nuevo, o con mas fervor que antes, en la mesa del Señor, con lo cual estalla un gran gozo en el convite de la Iglesia de Dios por la vuelta del hijo desde lejanas tierras (Ordo Poenitentiae, 6).

1162 [...] dedicaos, a costa de cualquier sacrificio, a la administración del sacramento de la reconciliación, y tened la certeza de que el, mas y mejor que cualquier recurso humano, que cualquier técnica sicología, cualquier expediente didáctico y sociológico, construye las conciencias cristianas; en el sacramento de la penitencia, efectivamente, actúa Dios Dives in Misericordia (cfr. Ef 2, 4). Y tened presente que todavía esta vigente y lo estera por siempre en la Iglesia la enseñanza del Concilio Tridentino acerca de la necesidad de la confesión integra de los pecados mortales (Ses XIV, cap. 5 y can. 7: Dz-Sch., 1679-1683; 1707); esta vigente y lo estera siempre en la Iglesia la norma inculcada por San Pablo y por el mismo Concilio de Trento, en virtud de la cual, para la recepción digna de la Eucaristía debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal (Ses. XIII, cap. 7 y can. 1 1: Dz-Sch., 1647; 1661) (JUAN PABLO II, A la S. Penitenciaria Apostólica y penitenciarios romanos, 30-1-1980).

Examen, arrepentimiento y propósito

1163 Este hombre debe llegar a la casa del Padre. El camino que allí conduce, pasa a través del examen de conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda. Como en la parábola del hijo prodigo, estas son las etapas al mismo tiempo lógicas y sicologías de la conversión. Cuando el hombre supere en si mismo, en lo intimo de su humanidad, todas estas etapas, nacerá en el la necesidad de la confesión. Esta necesidad quizá lucha en lo vivo del alma con la vergüenza, pero cuando la conversión es verdadera y autentica, la necesidad vence a la vergüenza: la necesidad de la confesión, de la liberación de los pecados es mas fuerte. Los confesamos a Dios mismo, aunque en el confesionario los escucha el hombre-sacerdote. Este hombre es el humilde y fiel servidor de ese gran misterio que se ha realizado entre el hijo que retorna y el Padre (JUAN PABLO II, Hom. 16-III-1980).

1163b Una condición indispensable es, ante todo, la rectitud y la transparencia de la conciencia del penitente. Un hombre no se pone en el camino de la penitencia verdadera y genuina, hasta que descubre que el pecado contrasta con la norma ética, inscrita en la intimidad del propio ser; hasta que reconoce haber hecho la experiencia personal y responsable de tal contraste; hasta que dice no solamente "existe el pecado", sino "yo he pecado"; hasta que admite que el pecado ha introducido en su conciencia una división que invade todo su ser y lo separa de Dios y de sus hermanos. El signo sacramental de esta transparencia de la conciencia es el acto tradicionalmente llamado examen de conciencia, acto que debe ser siempre no una ansiosa introspección psicológica, sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, que es para nosotros maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, n. 31).

1163c El acto esencial de la Penitencia, por parte del penitente, es la contricción, o sea, un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contricción, entendida así, es, pues, el principio y el alma de la conversión, de la metánoia evangélica que devuelve al hombre a Dios, como el hijo pródigo que vuelve al padre, y que tiene en el Sacramento de la Penitencia su signo visible, perfeccionador de la misma atrición (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Reconciliatio et poenitentia, n. 31).

La Confesión, especial ayuda contra las tentaciones

1164 Nunca seremos vencidos mas fácilmente por nuestro rival que cuando le imitemos en la soberbia [...], ni le derribaremos con mas empuje que imitando la humildad de Nuestro Señor, ni le serán nunca nuestros golpes mas dolorosos y duros que cuando curemos nuestros pecados con la confesión y la penitencia (SAN AGUSTÍN, Sermón 351).

La Confesión, sacramento de la alegría

1165 La alegría es un bien cristiano. Unicamente se oculta con la ofensa a Dios: porque el pecado es producto del egoísmo, y el egoísmo es causa de la tristeza. Aun entonces, esa alegría permanece en el rescoldo del alma, porque nos consta que Dios y su Madre no se olvidan nunca de los hombres. Si nos arrepentimos, si brota de nuestro corazón un acto de dolor, si nos purificamos en el santo sacramento de la Penitencia, Dios sale a nuestro encuentro y nos perdona; y ya no hay tristeza [...] (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 178).

1166 No hablan de la severidad de Dios los confesionarios esparcidos por el mundo, en los cuales los hombres manifiestan los propios pecados, sino mas bien de su bondad misericordiosa. Y cuantos se acercan al confesionario, a veces después de muchos anos y con el peso de pecados graves, en el momento de alejarse de el, encuentran el alivio deseado; encuentran la alegría y la serenidad de la conciencia, que fuera de la confesión no podrán encontrar en otra parte. Efectivamente, nadie tiene el poder de librarnos de nuestros pecados, sino solo Dios. Y el hombre que consigue esta remisión, recibe la gracia de una vida nueva del espíritu, que solo Dios puede concederle en su infinita bondad. Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha y lo salva de sus angustias (Sal 34, 7) (JUAN PABLO II, Hom. 16-III-1980).

1167 Quizá los momentos de una confesión sincera figuran entre los mas dulces, mas confortantes y mas decisivos de la vida. Sea como fuere, nos encontramos aquí en un punto obligado del desarrollo de nuestra salvación: podemos aplicarle la celebre frase de San Agustín: Qui fecit te sine te, non salvabit te sine te: el que te creo sin ti, no te salvara sin ti (Sermón 169). También este momento de nuestra vida cristiana ha de ser considerado con humildad de niño y con coraje de hombre (PABLO VI, Aloc. 27-II-1975).

" La alegría en el cielo " por cada confesión bien hecha

1168 Hay mayor alegría en el cielo por la conversión del pecador que por la constancia del justo, porque un capitán ama mas en una batalla a aquel soldado que, vuelto al combate después de haber huido, acomete con coraje al enemigo, que al otro que si bien es cierto que nunca volvió la espalda, en cambio tampoco hizo nunca nada con valor (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 34 sobre los Evang.).

Apostolado de la Confesión

1169 [...] el apostolado de la confesión tiene ya en si mismo su premio: la conciencia de haber restituido a un alma la gracia divina, no puede menos de llenar al sacerdote de una alegría inefable. Y no puede menos de animarle a la mas humilde esperanza de que el Señor, al final de su jornada terrena, le abra los caminos de la vida: Qui ad iustitiam erudierint multos, quasi stellae in perpetuas aeternitates (Dn 12, 13)(JUAN PABLO II, A la S. Penitenciaria Apostolica y penitenciarios romanos, 30-1-1981).

Segunda tabla de salvación

1170 El primer remedio para los que atraviesan el mar es conservar la nave integra; el segundo, alcanzar alguna tabla si la nave se ha quebrado. De la misma manera, el primer remedio para la travesía de este océano que es nuestra vida, es conservar la integridad; y el segundo, recuperarla por la penitencia, una vez perdida aquella por el pecado (SANTO TOMÁS, S.Th. III, q. 84, a. 6).

La Cuaresma, un tiempo muy oportuno para una mayor frecuencia de la Confesión

1171 En toda la Iglesia se observa, con gran fruto para las almas, la costumbre saludable de confesarse en el santo tiempo de Cuaresma [...]. El santo concilio aprueba esta costumbre y la recibe como cosa piadosa y digna de ser observada (CONC. TRENTO, Ses. XIV, cap. 5).

1172 Es muy de desear que los Obispos y todos los pastores de almas, además del empleo mas frecuente de! sacramento de la Penitencia, promuevan con ello, especialmente durante el tiempo de Cuaresma, actos extraordinarios de penitencia con fines de expiación e impetración (PABLO VI, Const. Poenitemini, 9, 1).

Materia suficiente y materia necesaria de este Sacramento

1173 Para recibir fructuosamente el remedio que nos aporta el sacramento de la Penitencia, según la disposicion del Dios misericordioso, el fiel debe confesar al sacerdote todos y cada uno de los pecados graves que recuerde después de haber examinado su conciencia (Ordo Poenitentiae, 7).

1174 Son materia suficiente, aunque no necesaria, del sacramento de la penitencia, los pecados cometidos después del bautismo, tanto los mortales ya perdonados directamente por el poder de las llaves, como los pecados veniales (C.I.C., c. 902).

El precepto anual de la Confesión, " uno de los mas graves de la Iglesia "

1175 La proximidad de la Pascua nos invita a un deber característico de la participación de cada uno de los fieles en la celebración de la gran fiesta de la Resurrección: el deber de confesarnos, es decir, de acercarnos sincera y personalmente al sacramento de la penitencia, acusando los propios pecados con humilde arrepentimiento y con propósito de enmienda. Es este uno de los preceptos mas graves de la Iglesia, un precepto en todo su vigor; una ley difícil pero muy saludable, sabia y liberadora (PABLO VI, Aloc. 23-3-1977).

La confesión frecuente y los pecados veniales

1176 En el nombre del Señor Jesús y en unión con toda la Iglesia, demos seguridad a todos nuestros sacerdotes acerca de la gran eficacia sobrenatural del misterio perseverante que se ejerce a través de la confesión auricular, con fidelidad al mandato del Señor y a las enseñanzas de su Iglesia. Y una vez mas demos seguridades a nuestro pueblo acerca de los grandes beneficios que se derivan de la confesión frecuente. Estoy plenamente convencido de las palabras de mi predecesor Pío XII: Esta practica fue introducida en la Iglesia no sin la inspiración del Espíritu Santo (AAS, 35, 1943, pag. 135) (JUAN PABLO II, A los obispos canadienses, 17-XI-1978).

1177 Cierto que estos pecados veniales se pueden expiar de muchas y muy laudables maneras; pero para progresar cada ida con mas fervor en el camino de la virtud recomendamos con mucho encarecimiento el uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin la inspiración del Espíritu Santo, con el que aumenta el conocimiento propio, crece la humildad, se desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del sacramento mismo. Adviertan, pues, los jóvenes clérigos que rebajan el aprecio de la confesión frecuente, que acometen una empresa extraña al Espíritu de Cristo y funestísima para el Cuerpo Místico del Salvador (Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 39).

1177b Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cfr. CONC. DE TRENTO, DS 1680; CIC 988, 2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cfr. Lc 6, 36):
"Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. Hombre y pecador son dos cosas distintas; cuando oyes, hombre, oyes lo que hizo Dios; cuando oyes, pecador, oyes lo que el mismo hombre hizo. Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a detestar lo que hiciste, entonces empiezan tus buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. [...] Practicas la verdad y vienes a la Luz" (S. AGUSTÍN, ev. loa. 12, 13) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1458).