Antología de Textos

ESPIRITU SANTO

1. En el octavo artículo del Símbolo apostólico confesamos al Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, distinta del Padre y del Hijo, de los que eternamente procede. El Espíritu Santo carece de nombre propio; se le llama así porque procede del Padre y del Hijo por vía de espiración de amor. Otros nombres del Espíritu Santo son: Don, Consolador, Paráclito, etc. Así como la Palabra de Dios es el Hijo, llamamos Amor al Espíritu Santo. En el Credo que rezamos en la Santa Misa, hacemos esta profesión de fe: Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Se dice Señor, porque nos libra de la esclavitud del pecado y se adueña de nuestras almas; dador de vida, porque así como el alma da la vida al cuerpo, la gracia da la vida al alma; que procede del Padre y del Hijo, porque así como el Padre, al comprenderse a Sí mismo, engendra al Verbo, así del amor del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, pues por ser igual al Padre y al Hijo, merece la misma adoración; y que habló por los profetas, pues, movidos por Él, los profetas nos hablaron y enseñaron los misterios de Dios.
Al Espíritu Santo se atribuyen especialmente la inhabitación en las almas en gracia y su santificación.
Los frutos principales que derrama en nuestras almas son: el perdón de los pecados, luz en la inteligencia para conocer los misterios divinos, ayuda para cumplir los mandamientos y afianza la esperanza de la vida eterna.
El Espíritu Santo se manifestó de modo más pleno en Pentecostés. En ese día mostró con signos externos la vivificación de la Iglesia, fundada por Jesucristo. Desde entonces permanece en Ella y garantiza que se conserve el depósito de la Revelación para que pueda cumplir con fidelidad su misión de llevar las almas a Dios. Además cuida amorosamente de su Iglesia conservando la fe, el carisma de la infalibilidad, las múltiples manifestaciones de santidad, etc.
2. "Dios nos ha dado, pues -comenta San Cirilo-, un gran auxiliador y protector [...]. Permanezcamos vigilantes para abrirle las puertas de nuestro corazón. Él no se cansa de buscar a cuantos son dignos de Él y derrama sobre ellos sus dones" (Catequesis, 16).
Si fuéramos más dóciles al Espíritu Santo, nuestra vida sería distinta. ¿Por qué sentirnos solos, si Él nos acompaña? ¿Por qué sentirnos inseguros o angustiados, si está pendiente de nosotros y de nuestras cosas? ¿Por qué ir alocadamente detrás de la felicidad, si no hay mayor gozo que el trato con este Dulce Huésped que habita en nosotros?
En la noche de la despedida, vemos a Jesús insistir de nuevo sobre esta gozosa y misteriosa realidad: Yo rogaré al Padre y os enviará otro Consolador, para que esté con vosotros eternamente, a saber, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; pero vosotros le conoceréis porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros (Jn 14, 16-17).
Y San Pablo recordará a los primeros cristianos que han sido sellados con el sello del Espíritu Santo prometido (Ef 1, 13). En el Antiguo Testamento, el sello era la señal que confirmaba una alianza y un pacto; era algo que indicaba a la vez pertenencia y propiedad... "Lo que está sellado" pertenece a alguien. Y si este alguien era poderoso, estaba asegurada la protección de la propiedad sellada (cfr. Ex 12, 13; Ez 9, 4-7).
3. Los cristianos constituyen "un pueblo marcado con un sello resplandeciente" (Inscripción de Abercio -cfr. RAUSCHER, Patrología, p. 18-), y estar sellados en el Espíritu Santo significa que somos propiedad de Dios, algo valioso para Él y que custodia con esmero. Guardaos de entristecer al Espíritu Santo, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención, escribía S. Pablo a los primeros cristianos de Efeso (Ef 4, 30). Otras veces les recuerda y enseña en su catequesis, como un elemento principal de su fe, que son templos del Espíritu Santo: ¿No sabéis que sois templo del Espíritu Santo que habita en vosotros y que habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis a vosotros mismos? (1Co 6, 10).
Y esta doctrina la encontramos expresada en los nombres que con frecuencia escogían los primeros cristianos al ser bautizados: Cristóforo, Teóforo... ¡portadores de Dios! Eran, sin duda, muy conscientes de su altísima dignidad de cristianos. En aquellos tiempos difíciles en que habían de ir "contracorriente", en un ambiente pagano y muchas veces perseguidos, el Espíritu Santo, "dulce huésped" en su alma, era para ellos una verdad consoladora que vivían con suma piedad y gozo. Y a menudo se hacían realidad las palabras del Señor: Cuando os conduzcan a las sinagogas, y a los magistrados y potestades, no paséis cuidado de qué o cómo habéis de responder o alegar. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel trance lo que debéis decir (Mt 10, 19-20). Y así supieron dar testimonio de Cristo con su vida (hasta llegar al martirio), y con su palabra, proclamando su fe en toda circunstancia y lugar.
El cristiano necesita tratar con sencillez y confianza a este Paráclito, sentirle cerca de él y pedirle constantemente su ayuda. Solo así será fuerte y podrá ir "contracorriente", cuando sea preciso; y sabrá hablar de Dios, sin temor ni falsos complejos, en todas las situaciones en que se encuentre.

Citas de la Sagrada Escritura

Cuando venga el Espíritu de verdad, El os enseñara todas las verdades. Jn 16, 13
¿Como ha tentado Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo? [...]. No mentiste a hombres, sino a Dios. Hch 5, 3-4
¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 1Co 6, 19
El Espíritu Santo que mi Padre enviara en mi nombre os enseñara todo. Jn 16, 26; Jn 16, 13
El Espíritu todas las cosas penetra, aun las mas intimas de Dios. 1Cor 2, 10
Dios es el que obra todas las cosas, en todos. Así uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría [...] otro, la gracia de curar enfermedades [...]; quien el don de hacer milagros [...]; quien el don de profecía [...]. Mas todas estas cosas las causa el mismo indivisible Espíritu, repartiéndolas a cada uno según quiere. 1Co 12, 6-11
Fuisteis santificados, fuisteis justificados en nombre de nuestro Señor Jesucristo, por el Espíritu de nuestro Dios. 1Co 6, 11
La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Rm 5, 5
Elegidos según la previsión de Dios Padre para ser santificados por el Espíritu. 1P 1, 2
La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la participación del Espíritu Santo sea en vosotros. 2Co 13, 13
Los varones santos de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo. 2P 1, 21
A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio de su Espíritu. 1Co 2, 10
Cuando seáis conducidos ante los tribunales para dar testimonio de mi, no penséis lo que habéis de hablar, puesto que quien habla entonces es el Espíritu del Padre, que habla por vosotros. Mt 10, 18-20
Cuando viniere el Consolador, el Espíritu de verdad que procede, del Padre, y que yo os enviare de parte de mi Padre, El dará testimonio de mi. Jn 15, 26
Cuando venga el Espíritu de verdad me glorificara, porque recibirá de lo mío y os lo anunciara. Jn 16, 4
Yo rogare al Padre y os dará otro Consolador. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviara en mi nombre, os lo enseñará todo. Jn 14, 16-26
Dios envío a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo. Ga 4, 6

"Realiza en el mundo las obras de Dios". Es el Santificador

2033 El Espíritu Santo realiza en el mundo las obras de Dios: es –como dice el himno litúrgico– dador de las gracias, luz de los corazones, huésped del alma, descanso en el trabajo, consuelo en el llanto. Sin su ayuda nada hay en el hombre que sea inocente y valioso, pues es El quien lava lo manchado, quien cura lo enfermo, quien enciende lo-que esta frío, quien endereza lo extraviado, quien conduce a los hombres hacia el puerto de la salvación y del gozo eterno (De la Secuencia Veni Sancte Spiritus) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 130).

2034 El Espíritu Santo se sirve de la palabra del hombre como de un instrumento. Pero es Él el que interiormente perfecciona la obra (SANTO TOMÁS, S.Th. II-II, q. 177, a. 1 c).

2035 De la misma manera que los cuerpos transparentes y nítidos, al recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también ellas espirituales y llevan a las demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De El, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios y, lo mas sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 9, 23).

2036 Hacia el dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia el tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural
Fuente de santificación, luz de nuestra inteligencia, el es quien da, de si mismo, una especie de claridad a nuestra razón natural, para que conozca la verdad

Inaccesible por su naturaleza, se hace accesible por su bondad; todo lo llena con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ello, y no a todos en la misma medida, sino que distribuye sus dones en proporción a la fe de cada uno (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 9, 22-23).

Su acción en el alma

2037 Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera, y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar la mente del que lo recibe y después, por las obras de este, la mente de los demás
Y del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba (SAN CIRILO DE JERUSALEN Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo, 1).

2038 El Señor prometio que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús sin esta agua que baja del cielo. Y así como la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida sin esta gratuita lluvia de lo alto (SAN IRENEO Trat. contra las herejías, 3).

2039 Vemos la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza del alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente unidos al amor de Cristo (SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, Coment. Evang. S. Juan, 10).

2040 Cada uno de los Santos es una obra maestra del Espíritu Santo (JUAN XXIII, Aloc. 5-VI-1960).

2041 Del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados, permanece inactivo (por ejemplo, los ojos privados de luz, los oídos cuando falta el sonido, y el olfato cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia, no porque dejen de existir por la falta de estimulo, sino porque necesitan este estimulo para actuar), así también nuestra alma, si no recibe por la fe el Don que es el Espíritu, tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios, pero le faltara la luz para llegar a su conocimiento (SAN HILARIO Trat. sobre la Santísima Trinidad, 2).

2042 ¿Por que el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos [...]. (SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo, 1).

2043 ¡Oh, que artífice es este Espíritu! No se tarda en aprender todo aquello que quiere; inmediatamente que toca nuestra mente, enseña, y solo haber tocado es haber enseñado ya: inmediatamente que ilustra el alma, la transforma; oculta repentinamente lo que era y manifiesta lo que no era (SAN GREGORIO MAGNO, Homilía 30 sobre los Evang.).

Docilidad al Espíritu Santo

2044 [...] la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad. Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER. Es Cristo que pasa, 130).

2045 Los santos no deben su felicidad mas que a su fidelidad en seguir los movimientos que el Espíritu Santo les envía (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la perseverancia).

Inspiraciones y dones del Espíritu Santo

2046 Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu del santo temor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo el Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu Santo, como te enseña el Apóstol (SAN AMBROSIO, Trat. sobre los misterios, 29-30).

2047 El Espíritu Santo se apareció bajo la forma de paloma y de fuego; porque a todos los que llena, los hace sencillos y los anima a obrar; los hace sencillos con la pureza, y los anima con la emulación; pues a Dios no puede serle grata la sencillez sin celo, ni el celo sin sencillez (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

2048 Llamamos inspiraciones a todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones (Sal 21, 4), por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 18).

2049 Todo buen consejo acerca de la salvación de los hombres viene del Espíritu Santo (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 153).

2050 Dios nos ha dado, pues, un gran auxiliador y protector [...]. Permanezcamos vigilantes para abrirle las puertas de nuestro corazón. El no se cansa de buscar a cuantos son dignos de El, y derrama sobre ellos sus dones (SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis, 16).

2051 El Espíritu Santo, que habita en los que están bien dispuestos, les inspira como doctor lo que deben decir (SAN CIRILO, en Catena Aurea, vol. III, p. 77).

2052 Por medio del don de ciencia nos enseña el Espíritu Santo a no hacer nuestra voluntad sino la de Dios (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 141).

2053 Ves, pues, como San Pedro, que antes tenia miedo de hablar de Jesús, ahora se goza ya en los castigos; y el que antes de la venida del Espíritu Santo temió ante la voz de una mujer, después de la venida desafía las iras de los príncipes (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

2054 Por la iluminación del Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a aquel de quien el mismo Espíritu es impronta y sello (SAN BASILIO MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, 26).

2055 El hombre justo que ya vive la vida de la divina gracia y opera por congruentes virtudes, como el alma por sus potencias, tiene necesidad de aquellos " siete dones " que se llaman propios del Espíritu Santo. Gracias a estos el alma se dispone y se fortalece para seguir mas fácil y prontamente las divinas inspiraciones: es tanta la eficacia de estos dones, que la conducen a la cumbre de la santidad; y tanta su excelencia, que permanecen intactos, aunque mas perfectos, en el reino celestial. Merced a estos dones, el Espíritu Santo nos mueve y realza a desear y conseguir las bienaventuranzas, que son como flores abiertas en la primavera, cual indicio y presagio de la eterna bienaventuranza. Y muy regalados son, finalmente, los " frutos " enumerados por el Apóstol que el Espíritu Santo produce y comunica a los hombres justos, aun durante la vida mortal, llenos de toda dulzura y gozo, pues son del Espíritu Santo que en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo y que llena de infinita dulzura a las criaturas todas (LEON XIII, Enc. Divinum Illud Munus, 9-V-1897).

2056 Hay algunas obras admirables y ciertos dones riquísimos del Espíritu Santo, que se dice que nacen y provienen de El, como de una fuente inagotable de bondad [...]; con la palabra don se significa lo que se da afectuosa y gratuitamente, sin tener esperanza alguna de remuneración. Y, por consiguiente, cualesquiera dones y beneficios que nos hace Dios ¿y que cosa tenemos, como dice el Apóstol, que no la hayamos recibido de Dios?, debemos reconocer con animo piadoso y agradecido que se nos dieron por consentimiento y gracia del Espíritu Santo (Catecismo Romano, Parte 1ª, Cap. 9, 7).

Necesidad de purificación interior para atender las mociones y gracias que recibimos

2057 Ya que nosotros somos como una vasija de barro, por eso necesitamos en primer lugar ser purificados por el agua, después ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego espiritual (Dios, en efecto, es un fuego devorador); y, así, necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección y renovación (DIDIMO DE ALEJANDRÍA, Trat. sobre la Stma. Trinidad, 2, 12).

2058 De la misma manera que la facultad de ver actúa en el ojo sano, así actúa también en esta alma purificada la fuerza del Espíritu (SAN BASILIO MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, 26).

2059 El Espíritu Santo ejerce una acción especial en todos los hombres que son puros en sus intenciones y afectos (SAN BASILIO, Coment. sobre Isaías, 3).

2060 Por el, los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que ya van progresando llegan a la perfección; iluminando a los que están limpios de toda mancha, los hace espirituales por la comunión con Él (SAN BASILIO MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, 9).

El Espíritu Santo y la filiación divina

2061 Por el Espíritu Santo se nos restituye el paraíso, por el podemos subir al reino de los cielos, por el obtenemos la adopción filial, por el se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho de ser llamados hijos de la luz, el ser participes de la gloria eterna y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura; por el podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar (SAN BASILIO MAGNO, Sobre el Espíritu Santo, 15).

2062 La efusión del Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de Dios. El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda nuestra vida; y consummati in unum (Jn 17, 23), hechos una sola cosa con Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la Eucaristía: signo de unidad, vinculo del Amor (Trat. Evang. S. Juan, 26, 13) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 87).

2062b La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la Encarnación, es decir, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. Entonces, realmente, recibimos un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: "¡Abbá, Padre!". Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo (JUAN PABLO II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 52).

2063 Después que Cristo fue glorificado en la Cruz, su Espíritu se comunica a la Iglesia con una efusión abundantísima, a fin de que Ella y cada uno de sus miembros se asemejen cada día mas a nuestro Divino Salvador. El Espíritu de Cristo es el que nos hizo hijos adoptivos de Dios, para que algún día todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, nos transformemos en la misma imagen de gloria en gloria (Pío XII, Enc. Mystici Corporis Christi, 29-VI-1943).

2063b "Nadie puede decir: " Jesús es Señor!", sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que Él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a Él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
"Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza Él por el Bautismo? Y si debe ser adorado, ano debe ser objeto de un culto particular?" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2670).

Eleva nuestras oraciones al Padre

2064 El Espíritu que en los corazones de los bienaventurados clama: ¡Abba, Padre!, sabiendo muy bien que los que han caído o pecado, después de emitir gemidos en este tabernáculo del cuerpo, se sienten mas abatidos que aliviados, intercede ante Dios con gemidos inenarrables, haciendo propios nuestros gemidos por su humanidad y misericordia (ORIGENES, Trat. sobre la oración, 2, 3).

2065 Porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene: mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inefables, y el que escudriña los corazones conoce cual es el deseo del espíritu, porque intercede por los santos según Dios (Rm 8, 26-27). Es decir, mientras nosotros oramos, el Espíritu intercede intensamente (ORIGENES, Trat. sobre la oración, 14, 5).

2066 Muchos de vosotros sabéis que la voz griega Paráclito equivale a la que en latín significa abogado, porque aboga ante el tribunal del Padre por los errores de los pecadores [...]. Por esta razón, dice también S. Pablo en su carta a los Romanos: El mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos que no se pueden explicar [...]. El mismo Espíritu Santo suplica, porque inflama con su amor a los que ha llenado, para que pidan y supliquen. Se llama también consolador al Espíritu Santo, porque eleva el alma de los que se arrepienten de sus pecados y los prepara para conseguir el perdón de ellos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

2066b El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo, la oración cristiana es oración en la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2672).

Su acción santificadora y evangelizadora en la Iglesia

2067 Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cfr. Jn 17, 4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cfr. Ef 2, 18).
El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cfr. Jn 4, 14; Jn 7, 28-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cfr. Rm 8, 10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y el corazón de los fieles como en un templo (cfr. 1Co 3, 16; 1Co 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cfr. Ga 4, 6; Rom 8, 15-16 y 26).

Guía la Iglesia a toda la verdad (cfr. Jn 6, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr. Ef 4, 11-12; 1Co 12, 4; Ga 5, 22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo (cfr. S. Ireneo, Adv. haer. 111, 24, 1). En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús ¡Ven! (cfr. Ap 22, 17) (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 4).

2067b A este Espíritu de la verdad Jesús lo llama el Paráclito, y Parákletos quiere decir "consolador", y también "intercesor" o "abogado". Y dice que es "otro" Paráclito, el segundo, porque él mismo, Jesús, es el primer Paráclito, al ser el primero que trae y da la Buena Nueva. El Espíritu Santo viene después de él y gracias a él, para continuar en el mundo, por medio de la Iglesia, la obra de la Buena Nueva de salvación (JUAN PABLO II, Ene. Dominum et vivificantem, n. 3).

2068 Allí donde esta la Iglesia, allí esta el Espíritu de Dios; y allí donde esta el Espíritu de Dios, allí esta la Iglesia y toda la gracia (SAN IRENEO, Trat. contra las herejías, 3, 24).

2069 Ya no huyen, ya no se ocultan por miedo a los judíos; ahora despliegan mas energía en predicar que antes desplegaban en disimular. Esta transformación, que es obra de la mano del Altísimo, aparece claramente en el príncipe de los apóstoles; ayer amedrentado por la voz de una sirvienta, ahora se tiene inquebrantable bajo los golpes de los jefes de los sacerdotes. Salieron de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Jesús (Hch 5, 41). Son los mismos que hace poco huyeron y le abandonaron cuando se le conducía delante del Consejo
¿Quien podría dudar de la venida del Espíritu de fuerza, cuya potencia invisible ilumino sus corazones? Igualmente, lo que el Espíritu obra en nosotros da testimonio de su presencia (SAN BERNARDO, Sermón 1 para Pentecostés, 1-2).

2070 A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las partes estén íntimamente unidas, tanto entre si como con su excelsa Cabeza, estando como esta todo en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros: en los cuales esta presente, asistiéndoles de muchas maneras y según diversos cargos y oficios, según el mayor o menor grado de perfección espiritual de que gozan. El, con su celestial hálito de vida, ha de ser considerado como el principio de toda acción vital y saludable en todas las partes del Cuerpo místico. El, aunque se halle presente por si mismo en todos los miembros y en ellos obre con su divino influjo, se sirve del ministerio de los superiores para actuar en los inferiores. El, finalmente, mientras engendra cada día nuevos miembros a la Iglesia con la acción de su gracia, rehusa habitar con la gracia santificante en los miembros totalmente separados del Cuerpo. Presencia y operación del espíritu de Cristo, que significo breve y concisamente Nuestro sapientísimo Predecesor León XIII, de i. m., en su encíclica Divinum illud, con estas palabras: Baste saber que mientras Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma (Pío XII, Enc. Mystici Corporis Christi, 29-VI-1943).

2070b "Justificados [...] en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Co 6, 11), "santificados y llamados a ser santos" (cfr. 1Co 1, 2), los cristianos se convierten en "el templo [...1 del Espíritu Santo" (cfr. 1Co 6, 19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre (Ga 4, 6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cfr. Ga 5, 25) para dar los frutos del Espíritu (Ga 5, 22) por la caridad operante. Sanando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante una transformación espiritual (cfr. Ef 4, 23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Ef 5, 8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5, 9) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1695).

La "escuela" del Espíritu Santo

2071 Este Divino Maestro pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y ardientemente desean tenerle por Maestro [...]. Su modo de enseñar no es con la palabra: rara vez habla, alguna vez a los principios; si se practica bien la lección que El enseña suele hablar, pero muy poca cosa, para manifestarnos con esto su agrado; y esto ha de estar la practica bien hecha, porque esta escuela todo es de practicar lo que enseñan, y si no lo practican, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se abre. Porque aunque la escuela se da en el centro del alma, no puede uno entrar allí si no la mete el Maestro, porque aunque el quiera entrar ni puede ni sabe. Lo único que puede hacer es quedarse dentro de si, no salir fuera, sino ponerse a la puerta, y muy de corazón llorar y sentir su falta desinteresadamente [...].A los principios calla, tolera y no castiga; porque como es tan caritativo, se compadece mucho, porque ve que no sabemos, y nunca pide ni exige lo que no podemos. Su modo de enseñar es por medio de una luz clara y hermosa que El pone en el entendimiento (FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE, Decenario al Espíritu Santo, de la " Consideración " para el día 4.°).

2072 Cuando anda el alma muy solicita en el cumplimiento de la practica de la verdad que le enseña, junto con la luz que dejo dicha, dan como una saeta a la voluntad, y la voluntad al recibirla se siente toda encendida en amor a su Dios y Señor [...]. En esta escuela hasta en el respirar parece que se respira sabiduría y ciencia, y toda esta sabiduría y ciencia va encaminada al conocimiento propio, donde esta como el fundamento de todo lo que enseñan, y sin estar esto bien asentado en el alma, no da paso alguno; suspende toda lección, y hasta que esta verdad no echa como raíces en el alma, no pasa adelante con sus instrucciones (FRANCISCA JAVIERA DEL VALLE, Decenario al Espíritu Santo, de la " Consideración " para el día 4.°).

El Espíritu Santo y María

2073 Las dos formulaciones del Símbolo Niceno-constantino politano: "Et incarnatus est de Spiritu Sancto... Credo in Spiritum Sanctum, Dominum et Vivificantem", nos recuerdan también que la obra mas grande realizada por el Espíritu Santo, a la cual todas las demás se refieren incesantemente, acudiendo a ella como a una fuente, es precisamente la de la encarnación del Verbo Eterno, por obra del Espíritu en el seno de la Virgen María. Cristo, Redentor del hombre y del mundo, es el centro de la historia: " Jesucristo es el mismo, ayer y hoy... ". Si nuestros pensamientos y nuestros corazones permanecen dirigidos a El en la perspectiva del segundo Milenio, que esta para concluirse, y se dirigen también hacia Aquella por la cual fue concebido y de la cual nació: la Virgen María. Precisamente los aniversarios de los grandes Concilios guíen [...] nuestros corazones hacia el Espíritu Santo y hacia la Madre de Dios, María. Y si recordamos cuanto jubilo y regocijo suscito en Éfeso la profesión de fe en la maternidad divina de la Virgen María (Theotokos), comprenderemos que en aquella profesión de fe fue glorificada al mismo tiempo la obra particular del Espíritu Santo [...] (JUAN PABLO II, Carta con ocasión de los aniversarios de los Conc. de Constantinopla 1 y de Efeso, 25-111-1981, 8).

2074 El Concilio Vaticano II sintetiza felizmente la relación indivisible de María Santísima con Cristo y con la Iglesia: " Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de este" (Lumen gentium, 59) [...] ". Con esta expresión el texto del Concilio une entre si los dos momentos en los que la maternidad de María esta mas estrechamente unida a la obra del Espíritu Santo: primero, el momento de la Encarnación, y luego el del nacimiento de la Iglesia en el Cenáculo de Jerusalén (JUAN PABLO II, Carta con ocasión de los aniversarios de los Conc. de Constantinopla 1 y Efeso, 8).

2074b En María, el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 723).

2074c En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cfr. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cfr. Mt 2, 11) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 724).

2074d En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cfr. Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 725).

2074e Al término de esta misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "Madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cfr. Jn 19, 25-27). Así es cómo ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 726).