2468 No dijo porque Dios sabe, sino porque sabe vuestro Padre. Y así les infunde una confianza mayor. Porque si es Padre –y tal Padre–, no podrá abandonar a sus hijos cuando los ve necesitados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 22).
2469 Así pues, según la condición natural, podemos decir que todos somos hijos de Dios, ya que todos hemos sido creados por él. Pero según la obediencia y la enseñanza seguida, no todos son hijos de Dios, sino sólo los que confían en él y hacen su voluntad. LOS que no se le confían ni hacen su voluntad son hijos del diablo, puesto que hacen las obras del diablo. Que esto sea así se declara en Isaías: Engendré hijos y los crié: pero ellos me despreciaron (Is 1, 2). Y en otro lugar los llama hijos extraños: Los hijos extraños me han defraudado (Sal 18, 46) (SAN IRENEO DE LYON, Trat. contra las herejías, 4, 41).
2470 Por una admirable condescendencia, el Hijo de Dios, el Unico según la naturaleza, se ha hecho hijo del hombre, para que nosotros, que somos hijos del hombre por naturaleza, nos hagamos hijos de Dios por gracia (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios).
2471 De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos –los caballos a sus potros, el león a su cachorro, el ciervo a su cervatillo y el hombre a su hijo–, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, los ayuda, combate por ellos y, por eso, los llama sus " hijos pequeños " [...] (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo, 1, 23, 2).
2472 La efusión del Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de Dios. El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda nuestra vida; y consummati in unum (Jn 17, 23), hechos una sola cosa con Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la Eucaristía: signo de unidad, vinculo del Amor (In loan. Ev. tract. 26, 13) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 87).
2473 Por el Espíritu Santo se nos restituye el paraíso, por él podemos subir al reino de los cielos, por él obtenemos la adopción filial, por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho de ser llamados hijos de la luz, el ser participes de la gloria eterna y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura; por él podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 15, 35-36).
2474 La adopción, aunque sea común a toda la Trinidad, se apropia, sin embargo, al Padre como su autor, al Hijo como modelo, al Espíritu Santo como al que imprime en nosotros la semejanza a ese modelo (SANTO TOMÁS. S.Th. III, q. 23, a. 2).
2475 El que tiene el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Hasta tal punto es hijo de Dios que no recibe un espíritu de servidumbre, sino el espíritu de los hijos (cfr. Rm 8, 25), de modo que el Espíritu Santo testimonia a nuestro espíritu que nosotros somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que él mismo clama en nuestros corazones: Abba, Padre, como escribe el apóstol a los Gálatas (Ga 4, 6) (SAN AMBROSIO, Carta 35, 4-6).
2476 [...] el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 26).
2477 (Por la filiación divina) el hombre es constituido en un nuevo ser (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 10, a. 2).
2478 ¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único le hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito, busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia; y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios (SAN AGUSTÍN, Sermón 185).
2479 Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de su convivencia con los hombres, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 15, 35).
2480 A las demás criaturas les dio como donecillos, a nosotros la herencia. Esto, por ser hijos (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 126).
2481 Cristo revela a cada uno de los hombres la dignidad de hijo adoptivo de Dios, dignidad a la cual está unida su vocación suprema: terrestre y eterna. Y esta obra de la Alianza [...] Cristo la realiza de modo definitivo a través de la cruz [...]: sin la cruz de Cristo no existe esa suprema elevación del hombre (JUAN PABLO II, Hom. 2-III-1980).
2482 En este Padre son hermanos el señor y el siervo; en este Padre son hermanos el emperador y el soldado; en este Padre son hermanos el rico y el pobre. Los fieles cristianos tienen sobre la tierra padres diferentes, nobles unos, villanos otros; mas todos invocan a un Padre único: al de los cielos (SAN AGUSTÍN, Sermón 59).
2483 Se llaman pacíficos los hijos de Dios en atención a que nada hay en ellos que se oponga a Dios: también los hijos deben parecerse a sus padres (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 2).
2484 Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A IOS hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 106).
2485 La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Por eso se dice: serán llamados hijos de Dios. Solamente Dios es el padre de todos, y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna (SAN HILARIO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 252).
2486 Debemos exclusivamente a su gracia misericordiosa que El sea nuestro Padre, lo cual a ningún precio lo podemos alcanzar, sino únicamente con buena voluntad. Sirva esto de amonestación a los ricos y a los nobles según el mundo, cuando se hicieren cristianos, para que no se ensoberbezcan contra los pobres y humildes, ya que todos a una dicen a Dios Padre nuestro, y no podrán decírselo con verdad y sincera piedad si no se tratan entre si como hermanos (SAN AC;USTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2, 16).
2487 El cuidado de Dios sobre sus hijos [...] la Providencia de Dios nos conduce sin pausas, y no escatima su auxilio –con milagros portentosos y con milagros menudos– para sacar adelante a sus hijos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 217).
2488 Grande es la dignidad de los hombres cuando cada uno de ellos. desde el momento de nacer. tiene un ángel destinado para su custodia (SAN JERÓNIMO, Coment. Evang. S. Mateo, 18-20).
2489 En su gran amor por la humanidad, Dios va tras el hombre como la madre vuela sobre el pajarilla cuando éste cae del nido; y si la serpiente lo está devorando, la madre revolotea alrededor gimiendo por su polluelo (Dt 32, 11). Así Dios busca paternalmente a la criatura, la cura de su caída, persigue a la bestia salvaje y recoge al hijo, animándole a volver, a volar hacia el nido (SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico, 10).
2490 Todo cuanto nos viene de parte de Dios y que al pronto nos parece próspero o adverso, nos es enviado por un padre lleno de ternura y por el más sabio de los médicos, con miras a nuestro propio bien (CASIANO, Colaciones, 7, 28).
2491 A los que aman a Dios, todo contribuye para su mayor bien: Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho, de suerte que aun a quienes se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados (SAN AGUSTÍN, Sobre la conversión y la gracia, 9, 24).
2492 Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mi, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor (SANTO TOMÁS MORO, Carta escrita en la cárcel a su hija Margarita, 1. c.).
2493 Consiste la piedad en un afecto cariñoso y deferente al propio padre y a cualquier hombre sumido en desgracia. Por consiguiente, siendo Dios Padre nuestro, no sólo debemos respetarle y temerle, sino además abrigar ese devoto y cariñoso afecto para con El (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 137).
2494 Si tú tienes una piedad sincera, sobre ti descenderá también el Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto que dice: éste no es el Hijo mío, pero ahora después del bautismo ha sido hecho hijo mío (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis III, Sobre el bautismo, 14).
2495 La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 65).
2496 También se fomenta el afecto de súplica cuando los hombres dicen a Dios: Padre nuestro, y cierta confianza de que hemos de alcanzar lo que vamos a pedir, ya que antes de pedir nada, hemos recibido el don inmenso de poder decir a Dios: Padre nuestro. ¿Qué podrá negar ya a los hijos que le piden, habiéndoles antes otorgado el que fuesen hijos? (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
2497 Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón– que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo. Supone un auténtico programa de vida interior, que hay que canalizar a través de tus relaciones de piedad con Dios –pocas, pero constantes, insisto–, que te permitirán adquirir los sentimientos y las maneras de un buen hijo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 150).
2498 Si nos tornamos a El como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo debe hacer un tal padre, que por fuerza ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en El no puede haber sino todo bien cumplido, y después de todo esto, hacernos herederos y participantes con Vos (SANTA TERESA, C. de perfección, 27, 2).
2499 En los momentos más dispares de la vida, en todas las situaciones, hemos de comportarnos como servidores de Dios, sabiendo que el Señor está con nosotros, que somos hijos suyos. Hay que ser conscientes de esa raíz divina, que está injertada en nuestra vida, y actuar en consecuencia (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 60).
2500 (Venga a nosotros tu reino). Debe entenderse que es gran atrevimiento y propio solamente de una conciencia recta, pedir el reino de Dios y no temer su juicio (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 358).
2501 La conversión consiste necesariamente en expresar la verdad de la adopción de hijos que adquirimos en el bautismo. Porque en el bautismo fuimos llamados a la unión con Cristo en su muerte y resurrección, y desde entonces hemos sido llamados a morir al pecado y a vivir para Dios. En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Lc 3, 22) (JUAN PABLO II, Hom. 13-1-1980).
2502 Habiendo ya recibido al hijo en paz, habiéndole ya besado, manda le den el mejor vestido, la esperanza de la inmortalidad en el bautismo. Manda le den el anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para sus pies, el evangelio de la paz, para que fuesen hermosos los pies de los anunciadores del bien (SAN AGUSTÍN, Sermón 11).
2503 Si vosotros siendo mulos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre...? (Cfr. Mt 7, 9-11). Citó la semejanza de los padres y de los hijos para que, si desesperamos de nuestros pecados, esperemos en la bondad de nuestro Padre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 430).
2504 Esta realidad espléndida (la de la dignidad y grandeza del ser humano) no puede encerrarse en esos solos horizontes, por más que no pueda prescindir de ellos. Ha de abrirse a la novedad que Cristo vino a traer al mundo, enseñando a cada hombre que es hijo de Dios (cfr. Mt 6, 9-15), redimido con la sangre del mismo Cristo (Ef 2, 7), coheredero con El (cfr. Rm 8, 17), destinado a una meta trascendente (cfr. Rm 8, 20-23; Ef 2, 6 ss).
Sería la mayor mutilación privar al hombre de esa perspectiva, que lo eleva a la dimensión más alta que puede tener. Y que, en consecuencia, le ofrece el cauce más apto para desplegar sus mejores energías y entusiasmo [...]