Antología de Textos

FILIACION DIVINA

1. Así pues, habéis de orar: Padre nuestro... La primera enseñanza de Jesús en el Padrenuestro fue que llamásemos Padre a nuestro Dios. Este primer sentimiento define y encauza nuestra oración, nuestra actitud en la vida para con Él.
Dios quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos suyos pequeños. Toda nuestra piedad se alimenta de este hecho: somos hijos de Dios. Si nos sentimos hijos, seremos piadosos. Y tributaremos a Dios gloria, honor y alabanza, porque el trato del hijo con su padre está lleno de respeto, de veneración y, a la vez, de reconocimiento y de amor.
2. La filiación divina no es algo metafórico, no es simplemente que Dios nos trate como un Padre y quiera que le tratemos como hijos, sino que realmente el cristiano es, por la fuerza santificadora del mismo Dios, presente en su ser, hilo de Dios. El fundamento de la filiación divina está en la gracia, participación real de la divinidad. Este hecho es tan profundo que afecta al mismo ser del hombre, hasta el punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser (1-2, q. 110, a. 2 ad 3).
La filiación es una relación real que constituye a un ser vivo en hijo de otro ser vivo, de quien ha recibido la vida y con quien tiene, en consecuencia, identidad de naturaleza. Esta filiación divina natural se da en un grado eminente y único en Dios Hijo: "Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, y nacido del Padre antes de todos los siglos [...], engendrado, no hecho; consustancial al Padre" (CONC. DE NICEA, a. 325, Denz. Sch, 125). Pero Dios quiso comunicar esta paternidad, deseó que también los hombres fueran hijos suyos; después de haber manifestado el amor divino en la obra de la creación, de nuevo expresó su amor a los hombres en una nueva creación: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos (1Jn 3, 1). La filiación del cristiano no es, evidentemente, una filiación natural -que solo corresponde a Dios Hijo- sino adoptiva. Pero la adopción divina tiene unas características particulares: el cristiano ha recibido de su Padre Dios la vida divina con la gracia, de modo que goza de una participación de la naturaleza de Dios, con una relación real de filiación.
3. La filiación divina es la raíz de la nueva plenitud de vida que le es dada al hombre en el plano sobrenatural, y es por esa vía por donde su ser se abre más plenamente al Ser de Dios.
La filiación divina es el fundamento de la libertad, seguridad y alegría de los hijos de Dios. En ella, el hombre encuentra la protección que necesita, el calor paternal y la confianza del futuro que le permite un sencillo abandono ante las incógnitas del mañana, que le confiere la convicción de que detrás de todos los azares de la vida hay siempre una última razón de bien: Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios (Rm 8, 28).
Como del ser se sigue el actuar, del estado de filiación se sigue la actitud filial; el ser hijo obliga a portarse como hijo, a estar dispuesto a serlo, a sentirse hijo. La filiación divina impone un modo propio en el actuar del cristiano, que, en cada situación concreta, se sabe y se siente hijo de Dios. En la consideración de la filiación divina adquiere el cristiano, en todas las circunstancias de su vida, un modo de ser en el mundo esencialmente amoroso que es una de las manifestaciones esenciales de la virtud de la fe; una fe que se manifiesta en una viva consciencia de la presencia de Dios Padre.
El hombre que se siente hijo de Dios no pierde la alegría ni la serenidad. La conciencia de su filiación le libera de tensiones interiores, y cuando por su debilidad se descamina, si verdaderamente se siente hijo de Dios, es capaz de volver a Él, seguro de ser recibido por el Padre del Cielo.
El hijo de Dios es también heredero de Dios; tiene derecho a sus bienes. El hombre se hace heredero de Dios al convertirse en coheredero de Cristo, hermano de Cristo y, por tanto, hijo de Dios (Rm 8, 17; Ga 4, 7; Tt 3,7; 1P 3, 22). El derecho de herencia que tiene el justo por ser coheredero de Cristo se refiere al cielo y a la tierra: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra (Sal 2, 8). El cristiano se encuentra en la situación de un hijo a quien su padre ha prometido el cielo y la tierra; de esa herencia ya ha recibido una prenda, pero solo en el futuro tomará plena posesión de ella, cuando participe ya sin velos en la vida de Dios y se convierta en señor del mundo: nadie se cruzará en el camino de otro, porque cada uno poseerá y dominará el cielo y la tierra de modo distinto y propio solo de él.

Citas de la Sagrada Escritura

Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mi me lo hicisteis. Mt 25
Y nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos, para que por ellos os hagáis participes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo. 2P 1, 4
El les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino... Lc 11, 2
¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pez, le dará, en vez del pez, una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? Lc 11, 11-13
Mas a cuantos le recibieron dióles poder de llegar a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; Jn 1, 12
Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Jn 20, 17
Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a El. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque ano no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. 1Jn 3, 1-2
Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Rm 8, 14
Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Rm 8, 15
El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados. Rm 8, 16-17
Porque a los que de antes conoció, a esos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos... Rm 8, 29
Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Ga 3, 26-28
Y, puesto que sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: Abba!, ¡Padre! De manera que no eres siervo, sino hijo, también heredero por medio de Dios. Ga 4, 6-7
¿No tenemos todos un Padre? ¿No nos ha criado a todos un Dios? ¿Por qué, pues, obrar pérfidamente unos con otros, quebrantar el pacto de nuestros padres? Ml 2, 10
Señor, Padre, Soberano de mi vida, no me abandones al capricho de ellos ni me dejes caer por ellos. Señor, Padre y Dios de mi vida, no me des ojos altaneros. Si 23, 1. 4
Nos tiene por escorias y se aparta de nuestras sendas como de impurezas; proclama dichosas las postrimerías de los justos y se gloría de tener a Dios por Padre. Porque si el justo es hijo de Dios, El le acogerá y le librará de las manos de sus enemigos. Sb 2, 16, 18

Dios es nuestro Padre

2468 No dijo porque Dios sabe, sino porque sabe vuestro Padre. Y así les infunde una confianza mayor. Porque si es Padre –y tal Padre–, no podrá abandonar a sus hijos cuando los ve necesitados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 22).

2469 Así pues, según la condición natural, podemos decir que todos somos hijos de Dios, ya que todos hemos sido creados por él. Pero según la obediencia y la enseñanza seguida, no todos son hijos de Dios, sino sólo los que confían en él y hacen su voluntad. LOS que no se le confían ni hacen su voluntad son hijos del diablo, puesto que hacen las obras del diablo. Que esto sea así se declara en Isaías: Engendré hijos y los crié: pero ellos me despreciaron (Is 1, 2). Y en otro lugar los llama hijos extraños: Los hijos extraños me han defraudado (Sal 18, 46) (SAN IRENEO DE LYON, Trat. contra las herejías, 4, 41).

2470 Por una admirable condescendencia, el Hijo de Dios, el Unico según la naturaleza, se ha hecho hijo del hombre, para que nosotros, que somos hijos del hombre por naturaleza, nos hagamos hijos de Dios por gracia (SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios).

2471 De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos –los caballos a sus potros, el león a su cachorro, el ciervo a su cervatillo y el hombre a su hijo–, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, los ayuda, combate por ellos y, por eso, los llama sus " hijos pequeños " [...] (CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo, 1, 23, 2).

El Espíritu Santo y la filiación divina

2472 La efusión del Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de Dios. El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda nuestra vida; y consummati in unum (Jn 17, 23), hechos una sola cosa con Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la Eucaristía: signo de unidad, vinculo del Amor (In loan. Ev. tract. 26, 13) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 87).

2473 Por el Espíritu Santo se nos restituye el paraíso, por él podemos subir al reino de los cielos, por él obtenemos la adopción filial, por él se nos da la confianza de llamar a Dios con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho de ser llamados hijos de la luz, el ser participes de la gloria eterna y, para decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida presente como en la futura; por él podemos contemplar como en un espejo, cual si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y que por la fe esperamos llegar a disfrutar (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 15, 35-36).

2474 La adopción, aunque sea común a toda la Trinidad, se apropia, sin embargo, al Padre como su autor, al Hijo como modelo, al Espíritu Santo como al que imprime en nosotros la semejanza a ese modelo (SANTO TOMÁS. S.Th. III, q. 23, a. 2).

2475 El que tiene el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Hasta tal punto es hijo de Dios que no recibe un espíritu de servidumbre, sino el espíritu de los hijos (cfr. Rm 8, 25), de modo que el Espíritu Santo testimonia a nuestro espíritu que nosotros somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que él mismo clama en nuestros corazones: Abba, Padre, como escribe el apóstol a los Gálatas (Ga 4, 6) (SAN AMBROSIO, Carta 35, 4-6).

El mayor don: ser hijos de Dios

2476 [...] el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 26).

2477 (Por la filiación divina) el hombre es constituido en un nuevo ser (SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, q. 10, a. 2).

2478 ¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único le hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito, busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia; y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios (SAN AGUSTÍN, Sermón 185).

2479 Este fue el motivo de la venida de Cristo en la carne, de su convivencia con los hombres, de sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo (SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, 15, 35).

2480 A las demás criaturas les dio como donecillos, a nosotros la herencia. Esto, por ser hijos (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 126).

2481 Cristo revela a cada uno de los hombres la dignidad de hijo adoptivo de Dios, dignidad a la cual está unida su vocación suprema: terrestre y eterna. Y esta obra de la Alianza [...] Cristo la realiza de modo definitivo a través de la cruz [...]: sin la cruz de Cristo no existe esa suprema elevación del hombre (JUAN PABLO II, Hom. 2-III-1980).

Filiación divina y fraternidad

2482 En este Padre son hermanos el señor y el siervo; en este Padre son hermanos el emperador y el soldado; en este Padre son hermanos el rico y el pobre. Los fieles cristianos tienen sobre la tierra padres diferentes, nobles unos, villanos otros; mas todos invocan a un Padre único: al de los cielos (SAN AGUSTÍN, Sermón 59).

2483 Se llaman pacíficos los hijos de Dios en atención a que nada hay en ellos que se oponga a Dios: también los hijos deben parecerse a sus padres (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1, 2).

2484 Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A IOS hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 106).

2485 La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Por eso se dice: serán llamados hijos de Dios. Solamente Dios es el padre de todos, y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna (SAN HILARIO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 252).

2486 Debemos exclusivamente a su gracia misericordiosa que El sea nuestro Padre, lo cual a ningún precio lo podemos alcanzar, sino únicamente con buena voluntad. Sirva esto de amonestación a los ricos y a los nobles según el mundo, cuando se hicieren cristianos, para que no se ensoberbezcan contra los pobres y humildes, ya que todos a una dicen a Dios Padre nuestro, y no podrán decírselo con verdad y sincera piedad si no se tratan entre si como hermanos (SAN AC;USTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2, 16).

2487 El cuidado de Dios sobre sus hijos [...] la Providencia de Dios nos conduce sin pausas, y no escatima su auxilio –con milagros portentosos y con milagros menudos– para sacar adelante a sus hijos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 217).

2488 Grande es la dignidad de los hombres cuando cada uno de ellos. desde el momento de nacer. tiene un ángel destinado para su custodia (SAN JERÓNIMO, Coment. Evang. S. Mateo, 18-20).

2489 En su gran amor por la humanidad, Dios va tras el hombre como la madre vuela sobre el pajarilla cuando éste cae del nido; y si la serpiente lo está devorando, la madre revolotea alrededor gimiendo por su polluelo (Dt 32, 11). Así Dios busca paternalmente a la criatura, la cura de su caída, persigue a la bestia salvaje y recoge al hijo, animándole a volver, a volar hacia el nido (SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Protréptico, 10).

2490 Todo cuanto nos viene de parte de Dios y que al pronto nos parece próspero o adverso, nos es enviado por un padre lleno de ternura y por el más sabio de los médicos, con miras a nuestro propio bien (CASIANO, Colaciones, 7, 28).

"Todo es para bien"

2491 A los que aman a Dios, todo contribuye para su mayor bien: Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho, de suerte que aun a quienes se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados (SAN AGUSTÍN, Sobre la conversión y la gracia, 9, 24).

2492 Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mi, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor (SANTO TOMÁS MORO, Carta escrita en la cárcel a su hija Margarita, 1. c.).

Piedad filial

2493 Consiste la piedad en un afecto cariñoso y deferente al propio padre y a cualquier hombre sumido en desgracia. Por consiguiente, siendo Dios Padre nuestro, no sólo debemos respetarle y temerle, sino además abrigar ese devoto y cariñoso afecto para con El (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 137).

2494 Si tú tienes una piedad sincera, sobre ti descenderá también el Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto que dice: éste no es el Hijo mío, pero ahora después del bautismo ha sido hecho hijo mío (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis III, Sobre el bautismo, 14).

2495 La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 65).

2496 También se fomenta el afecto de súplica cuando los hombres dicen a Dios: Padre nuestro, y cierta confianza de que hemos de alcanzar lo que vamos a pedir, ya que antes de pedir nada, hemos recibido el don inmenso de poder decir a Dios: Padre nuestro. ¿Qué podrá negar ya a los hijos que le piden, habiéndoles antes otorgado el que fuesen hijos? (SAN AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).

2497 Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón– que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo. Supone un auténtico programa de vida interior, que hay que canalizar a través de tus relaciones de piedad con Dios –pocas, pero constantes, insisto–, que te permitirán adquirir los sentimientos y las maneras de un buen hijo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 150).

Otras consecuencias de la filiación divina

2498 Si nos tornamos a El como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo debe hacer un tal padre, que por fuerza ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en El no puede haber sino todo bien cumplido, y después de todo esto, hacernos herederos y participantes con Vos (SANTA TERESA, C. de perfección, 27, 2).

2499 En los momentos más dispares de la vida, en todas las situaciones, hemos de comportarnos como servidores de Dios, sabiendo que el Señor está con nosotros, que somos hijos suyos. Hay que ser conscientes de esa raíz divina, que está injertada en nuestra vida, y actuar en consecuencia (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 60).

2500 (Venga a nosotros tu reino). Debe entenderse que es gran atrevimiento y propio solamente de una conciencia recta, pedir el reino de Dios y no temer su juicio (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 358).

2501 La conversión consiste necesariamente en expresar la verdad de la adopción de hijos que adquirimos en el bautismo. Porque en el bautismo fuimos llamados a la unión con Cristo en su muerte y resurrección, y desde entonces hemos sido llamados a morir al pecado y a vivir para Dios. En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Lc 3, 22) (JUAN PABLO II, Hom. 13-1-1980).

2502 Habiendo ya recibido al hijo en paz, habiéndole ya besado, manda le den el mejor vestido, la esperanza de la inmortalidad en el bautismo. Manda le den el anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para sus pies, el evangelio de la paz, para que fuesen hermosos los pies de los anunciadores del bien (SAN AGUSTÍN, Sermón 11).

2503 Si vosotros siendo mulos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre...? (Cfr. Mt 7, 9-11). Citó la semejanza de los padres y de los hijos para que, si desesperamos de nuestros pecados, esperemos en la bondad de nuestro Padre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 430).

2504 Esta realidad espléndida (la de la dignidad y grandeza del ser humano) no puede encerrarse en esos solos horizontes, por más que no pueda prescindir de ellos. Ha de abrirse a la novedad que Cristo vino a traer al mundo, enseñando a cada hombre que es hijo de Dios (cfr. Mt 6, 9-15), redimido con la sangre del mismo Cristo (Ef 2, 7), coheredero con El (cfr. Rm 8, 17), destinado a una meta trascendente (cfr. Rm 8, 20-23; Ef 2, 6 ss).
Sería la mayor mutilación privar al hombre de esa perspectiva, que lo eleva a la dimensión más alta que puede tener. Y que, en consecuencia, le ofrece el cauce más apto para desplegar sus mejores energías y entusiasmo [...]

Aquí se halla el fundamento del conocimiento en profundidad del valor de la propia existencia. El fundamento de nuestra identidad como cristianos. De ahí ha de derivar una actitud práctica coherente, hecha de estima hacia todo lo humano que sea bueno e informada eficazmente por la fe (JUAN PABLO II, Hom. en el Nou Camp, Barcelona, 7-XI1982).