2529 ...Dios condesciende con nuestra libertad, con nuestra imperfección, con nuestras miserias. Consiente en que los tesoros divinos sean llevados en vasos de barro, en que los demos a conocer mezclando nuestras deficiencias humanas con su fuerza divina (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 113).
2530 Por amor de nuestro Señor, pido yo se guarden de las ocasiones; porque, puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos enemigos nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para defendernos (SANTA TERESA, Vida, 8, 4).
2531 Estad seguros: Dios no quiere nuestras miserias, pero no las desconoce, y cuenta precisamente con esas debilidades para que nos hagamos santos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 215).
2532 Si un día nos vemos asaltados por pruebas inevitables, recordemos que fue Jesús quien nos mandó embarcarnos y que quiere que le precedamos en la orilla opuesta (Mt 14, 22). Es imposible, en efecto, para quien no ha pasado por la prueba de las olas y del viento contrario (Mt 14, 24), arribar a aquella orilla. Así, cuando nos veamos rodeados por dificultades múltiples y penosas, fatigados de navegar en medio de ellas con la pobreza de nuestros medios, imaginemos que nuestra barca se encuentra entonces en medio de la mar, azotada por las olas que desearían hacernos naufragar en la fe(cfr. 1Tm 1, 19) o en alguna otra virtud [...]. Cuando hayamos luchado lo mejor posible procurando evitar el naufragio de la fe [...1, estemos seguros que, hacia el término de la noche, cuando la noche esté avanzada y a punto de amanecer (cfr. Rm 13, 12), el Hijo de Dios vendrá junto a nosotros, caminando sobre las olas, para tranquilizar la mar (ORIGENES, Coment. Evang. S. Mateo, 11, 6).
2533 Cuando tu corazón caiga levántalo, humillándote profundamente ante Dios con reconocimiento de tu miseria, sin maravillarte de haber caído, pues no tiene nada de admirable que la enfermedad sea enferma, la debilidad débil, y la miseria mezquina. Sin embargo, detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 9).
2534 Puesto que una enfermedad antigua requiere cuidados largos y difíciles, apliquemos los remedios con tanta más prisa cuanto más recientes sean las heridas (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 1, para la Resurrección del Señor, 4, 6).
2535 No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 187).
2536 No hay pecado en el mundo que el hombre no pueda cometer si la mano que hizo al hombre dejara de sostenerlo (SAN AGUSTÍN, Soliloquio, 1, 1).
2537 No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado del mal (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 2, 7).
2538 Resulta necesario invocar sin descanso, con una fe recia y humilde: ¡Señor!, no te fíes de mi. Yo si que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque El no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del Apóstol: virtus in infirmitate perficitur (2Co 12, 9); con fe en el Señor, a pesar de nuestras miserias –mejor, con nuestras miserias–, seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino, sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 194).
2539 Cuando tú deseabas poder por tus solas fuerzas, Dios te ha hecho débil, para darte su propio poder, porque tú no eres más que debilidad (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 19, 5).
2540 Los hijos, si acaso están enfermos, tienen un titulo más para ser amados por la madre. Y también nosotros, si acaso estamos enfermos por malicia, por andar fuera de camino, tenemos un titulo más para ser (JUAN PABLO I, Angelus 10-IX-1978).
2541 Dios quiere que tu miseria sea el trono de su misericordia, y tu impotencia la sede de todo su poder (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 10, 1. c., p. 644).
2542 Hemos de adquirir la medida divina de las cosas, no perdiendo nunca el punto de mira sobrenatural, y contando con que Jesús se vale también de nuestras miserias, para que resplandezca su gloria. Por eso, cuando sintáis serpentear en vuestra conciencia el amor propio, el cansancio, el desánimo, el peso de las pasiones, reaccionad prontamente y escuchad al Maestro, sin asustaros además ante la triste realidad de lo que cada uno somos; porque, mientras vivamos, nos acompañarán siempre las debilidades personales (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 194).
2543 Caminemos vigilantes y alerta, pues a poco que uno dormite puede precipitarse en un abismo. No somos nosotros más perfectos que David, y por haberse descuidado un poco se despeñó en la sima de la maldad (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 26).
2544 Y la nave que se ha librado muchas veces de los ímpetus del mar después de haber hecho multitud de viajes felices y de haber llevado al comercio multitud de mercancías, la vemos naufragar por un solo golpe de viento (SAN BASILIO, Hom. sobre la alegría).
2545 El enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestro pasos, y la naturaleza humana es, de por si, demasiado débil para conseguir la victoria sobre este enemigo. Por ello el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales (SAN GREGORIO DE NISA, Sobre la conducta cristiana).
2546 Habiéndose separado Jesús un poco de sus discípulos, no pudieron velar siquiera una hora en su ausencia; por cuya razón debemos rogar que no se separe de nosotros el Salvador, ni aun por poco tiempo (ORIGENES, Coment. Evang. S. Mateo, 33).
2547 En verdad que no todos ven, ni todos andan bien; sólo los que entienden que de nadie sino de Cristo necesitan para curarse, y se acercan al Verbo de Dios, sanan (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, pp. 18-19).
2548 Fue permitida esta negación para que en el mismo príncipe de la Iglesia tuviese principio el remedio de la penitencia, y nadie se atreviera a confiar en sus propias fuerzas, cuando ni el mismo S. Pedro había podido evadirse del peligro de la inconstancia (SAN LEÓN MAGNO, Sermón 9, sobre la Pasión).
2549 Venid a mí todos los fatigados, y yo os aliviaré. ¿Por qué nos fatigamos sino porque somos hombres mortales, quebradizos y débiles, que llevamos encima estos cuerpos de barro, que luchan unos con otros? (SAN AGUSTÍN, Sermón 69).
2550 No pensemos que, en esta senda de la contemplación, las pasiones se habrán acallado definitivamente. Nos engañaríamos, si supusiéramos que el ansia de buscar a Cristo, la realidad de su encuentro y de su trato, y la dulzura de su amor nos transforman en personas impecables. Aunque no os falte experiencia, dejadme, sin embargo, que os lo recuerde. El enemigo de Dios y del hombre, Satanás, no se da por vencido, no descansa. Y nos asedia, incluso cuando el alma arde encendida en el amor a Dios. Sabe que entonces la caída es más difícil, pero que –si consigue que la criatura ofenda a su Señor, aunque sea en poco– podrá lanzar sobre aquella conciencia la grave tentación de la desesperanza (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 303).
2551 Sufre con paciencia los defectos y la fragilidad de los otros, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás (J. PECCI –León XIII–, Práctica de la humildad, 22).
2552 Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer cosas graves, no te debes estimar por mejor: porque no sabes cuánto podrás tú perseverar en el bien. Todos somos flacos; mas tú no tengas a alguno por más flaco que a ti (Imitación de Cristo, 1, 2, 4).
2553 Dios todopoderoso permitió que aquel a quien tenia preparado para cabeza visible de toda la Iglesia tuviera miedo de las palabras de una criada y lo negase. Sabemos que sucedió esto por especial providencia de su alta piedad, para que el que había de ser el Pastor de la Iglesia aprendiese en su culpa a ser misericordioso con los demás. Esto es, primeramente le hizo conocerse a sí mismo, y después le puso al frente de los demás, para que aprendiera por su flaqueza con cuanta misericordia había de mirar las flaquezas ajenas (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 21 sobre los Evang.).
2554 Sólo Jesucristo ha podido hablar con verdadera autoridad [...; pero nosotros, como somos débiles, debemos consultar con nuestra debilidad lo que debemos decir a nuestros débiles hermanos (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 7).