Antología de Textos

SAGRADA ESCRITURA

1. San Juan Crisóstomo llama a las Sagradas Escrituras cartas enviadas por Dios a los hombres (cfr. Hom. sobre el Génesis, 2, 2). Y San Jerónimo exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación: "Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandones la lectura sagrada" (Epístola 52).
El Concilio Vaticano II "recomienda insistentemente a todos los fieles [...] la lectura asidua de la Sagrada Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3, 8), pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (S. Jerónimo). Acudan con gusto al texto mismo: en la liturgia, tan llena de las palabras divinas; en la lectura espiritual [...]. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos las divinas Escrituras" (CONC. VAT. II, Const. Dei Verbum, 25).
La Carta a los Hebreos enseña: Que la palabra de Dios es viva y eficaz (cfr. Hb 4, 12). Y quizá nos quiera decir que es siempre actual, nueva para cada hombre, nueva cada día, y, además, palabra personal porque va destinada expresamente a cada uno. No será difícil reconocernos -de modo especial en el Evangelio- en un determinado personaje de una parábola o sentir en nuestra alma unas palabras pronunciadas por Jesús como dichas especialmente para nosotros. Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los Profetas; últimamente, en estos días, nos ha hablado por su Hijo (cfr. Hb 1, 1). Estos días son también los nuestros. Jesucristo sigue hablando. Sus palabras, por ser divinas y eternas, son siempre actuales. Leer el Evangelio con fe es creer que todo lo que se dice en él está, de alguna manera, ocurriendo ahora. Es actual la marcha y la vuelta del hijo pródigo; la oveja que anda perdida y el Pastor que ha salido a buscarla; la necesidad de la levadura para convertir la masa y de la luz para que ilumine la tremenda oscuridad que, a veces, se cierne sobre el mundo y el hombre, etc.
2. En el Santo Evangelio está descrita la historia profunda de nuestra vida; es decir, la historia de nuestras relaciones con Dios.
El Evangelio nos revela lo que es y vale nuestra vida y nos traza el camino que debemos seguir. El Verbo -la Palabra- es la luz que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9). Y no hay hombre al que no haya sido dirigida esta Palabra de vida sobrenatural. Di una sola palabra y [...]. Una sola palabra de Cristo aquieta, serena los sentidos, llena de esperanza, puede cambiar el sentido de la vida en un hombre.
Si meditamos el Evangelio, encontraremos la paz. Según una antigua costumbre cristiana, cuando alguien se encontraba en un apuro o en una duda, abría el Evangelio al azar y leía el primer versículo encontrado. Muchas veces no se encontraba la respuesta adecuada, pero siempre se encontraba un poco de paz, de serenidad; se había entrado en contacto con Jesús. Salía de Él una virtud que sanaba a todos (cfr. Mc 6, 56), comenta en cierta ocasión el Evangelista. Y esa virtud sigue saliendo de Jesús ahora, cuando entramos en contacto con Él.
El Evangelio debe ser el primer libro del cristiano porque nos es imprescindible conocer a Cristo; hemos de mirarlo y contemplarlo hasta conocer de memoria todos los rasgos de su rostro. El Santo Evangelio nos permite meternos de lleno en el misterio de Jesús, especialmente hoy, cuando tantas y tan confusas ideas circulan sobre el tema más trascendental para la Humanidad: Jesucristo, Hijo de Dios, piedra angular, fundamento de todo hombre.
3. Ningún libro, ninguna lectura tiene la virtud de acercarnos tanto a Dios como la que está escrita bajo la misma inspiración divina. Por eso en el Santo Evangelio debemos aprender la ciencia suprema de Jesucristo (Flp 3, 8).
No podemos pasar las páginas de la Escritura Sagrada como si se tratara de un libro cualquiera. "En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (CONC. VAT. II, Const. Dei Verbum, 21). Nuestra lectura ha de ir acompañada de oración, pues en el Santo Evangelio está "el alimento del alma, la fuente límpida y perenne de la vida espiritual" (Ibídem).

Citas de la Sagrada Escritura

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel para mi boca! Sal 119, 103
Todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza. Rm 15, 4
La palabra de Dios es viva y eficaz, y más tajante que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Hb 4, 12
Yo les he comunicado las palabras que Tú me diste, y ellos ahora las han recibido, y conocieron verdaderamente que Yo salí de Ti y creyeron que Tú me has enviado. Jn 17, 8
[...] El les dijo: Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. Lc 11, 28
El que es de Dios oye las palabras de Dios; por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios. Jn 8, 47
Poned, pues, en vuestro corazón y en vuestra alma las palabras que Yo os digo; atadlas a vuestras manos para recordarlas y ponedlas como frontal ante vuestros ojos. Dt 11, 18
[...] os hago saber, hermanos, que el evangelio por mí predicado no es de los hombres. Ga 1, 11
El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene ya quien le juzgue: la palabra que yo he hablado, ésa le juzgará en el último día. Jn 12, 48
[...] el que escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena. Mt 7, 26
[...] recibid con mansedumbre la palabra injertada en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla [...], pues quien se contente con sólo oír la palabra, sin practicarla, será semejante al varón que contempla en un espejo su rostro, y apenas se contempla, se va y al instante se olvida de cómo era. St 1, 21-24
Vienen días, dice Yahvé, en que mandaré yo sobre la tierra hambre, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahvé [...] Am 8, 11
Y tenemos aún algo más firme, a saber: la Palabra, a la cual hacéis muy bien en atender, como a lámpara que luce en lugar tenebroso, hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones. 2P 1, 19
Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero. Sal 119, 105
Toda la palabra de Dios es acrisolada, es el escudo de quien en El confía. Prov 30, S
Tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. Ef 6, 17

Luz para nuestra vida y medio para consolidar la fe

4753 Si se da una razón contra la autoridad de las divinas Escrituras, por muy aguda que sea, engaña con semejanza a la verdad, pues no puede ser verdadera. (S. AGUSTÍN, Epístola 143).

4754 Las enseñanzas de la ley y los profetas, cristianamente entendidas, son como la estrella que conduce al conocimiento del Verbo encarnado a todos aquellos que han sido llamados por designio gratuito de Dios. (S. MAXIMO, Centuria 1).

4755 Después que uno estudia la Escritura se vuelve sensible, es decir, adquiere el discernimiento y gusto de la razón para distinguir lo bueno de lo malo, lo dulce de lo amargo. (SANTO TOMÁS, en Catena Aurea, vol. 1, p. 51).

4756 La fe tiene cierta luz propia en las Escrituras, en la profecía, en el Evangelio, en las epístolas apostólicas. Todos estos documentos, que se nos leen en tiempos oportunos, son lámparas colocadas en lugar oscuro para que nos dispongan a recibir la luz del día. (S. AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 126).

4757 Los preceptos evangélicos no son sino enseñanzas divinas, fundamentos para edificar la esperanza, medios para consolidar la fe, alimento para inflamar el corazón, guía para indicar el camino, amparo para obtener la salvación; ellos, instruyendo las mentes dóciles de los creyentes en la tierra, los conducen a la vida eterna. (S. CIPRIANO, Trat. sobre la oración).

4758 El instruido en las Escrituras se hace fuerte para arrostrar todas las adversidades. (SANTO TOMÁS, en Catena Aurea, vol. 1, p. 52).

4759 Se equivocan los que no conocen las Escrituras, y cuando las desconocen, desconocen también el poder de Dios. (S. JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 78).

Veneración por la Sagrada Escritura

4760 La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sacra liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 21).

4760b De aquella ciudad con respecto a la cual nosotros hemos de considerarnos como peregrinos nos han llegado algunas cartas: son las mismas Escrituras (SAN AGUSTÍN, Contra adversarios Legis et Prophetarum, I, 17, 35).

4761 En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: La palabra de Dios es viva y enérgica (Hb 4, 12), puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados (Hch 20, 32; cf. 1Ts 2, 13). (CONC. VAT II, Const. Dei verbum, 21).

4762 Todo lo que dicen las Escrituras lo dice el Señor, por lo que son más dignas de fe que el que un muerto resucite, o que un ángel del Señor baje del cielo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 258).

"Tesoros ocultos" que encierra

4763 A los israelitas se les dio el maná en el desierto, como a nosotros la dulzura de las Escrituras, para que nos mantengamos animosos en este yermo de la vida humana. (S. AGUSTÍN, Sermón 4).

4764 Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos a que evocara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. (S. EFRÉN, Coment. sobre el Diatessaron, 1).

4765 Podría muy bien compararse la Escritura a una tierra exuberante y fértil. En ella nacen y se desarrollan gran abundancia de frutos que han de sustentar y nutrir la vida humana. (CASIANO Colaciones, 8).

4766 No os descarriéis entre la niebla, escuchad más bien la voz del pastor. Retiraos a los montes de las santas Escrituras, allí encontraréis las delicias de vuestro corazón, nada hallaréis allí que os pueda envenenar o dañar, pues ricos son los pastizales que allí se encuentra. (S. AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).

Lectura y meditación de la Sagrada Escritura

4767 Nos valemos de ordinario de la lectura asidua y de la meditación de las Escrituras, para procurar a nuestra memoria pensamientos divinos. (CASIANO Colaciones, 1).

4767b Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, Manuscritos autobiográficos, A, 83v).

4768 La Escritura divina es como un campo en el que se va a levantar un edificio. No hay que ser perezosos, no contentarse con edificar en la superficie; hay que cavar hasta llegar hasta la roca viva: esta roca es Cristo. (S. AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 23).

4769 Que de este modo, por la lectura y estudio de los Libros sagrados, se difunda y brille la palabra de Dios (2 Thes, 3); que el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando el corazón de los hombres. Y como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la palabra de Dios, que dura para siempre (Is 40, 8; 1P 1, 23-25). (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 26).

4770 No basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de El detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas [...]. Porque hace falta que la conozcamos bien (la vida de Jesús), que la tengamos toda entera en la cabeza y en el corazón [...]; de forma que, en las diversas situaciones de nuestra conducta, acudan a la memoria las palabras y los hechos del Señor. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 107).

4771 La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo espíritu con que fue escrita. (S. JERÓNIMO, Coment. Epístola a los Gálatas, 5).

4772 (A la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo entre Dios y el hombre, pues) a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras (SAN AMBROSIO, Sobre los oficios, 1, 20, 25).

4773 Es preciso que meditemos continuamente la Palabra de Dios [...]; esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado. (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 2, l.c., 52).

Alimento del pueblo de Dios

4774 La Iglesia, esposa de la Palabra hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la palabra de Dios; por eso fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, y el estudio de la liturgia. Los exégetas católicos y los demás teólogos han de trabajar en común esfuerzo y bajo la vigilancia del Magisterio para investigar con medios oportunos la Escritura y para explicarla, de modo que se multipliquen los ministros de la palabra capaces de ofrecer al pueblo de Dios el alimento de la Escritura, que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón en amor a Dios. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 23).

"Alma de la teología"

4775 La Sagrada Escritura contiene la palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 24).

4776 Alguien podría quizá preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las citas de la Sagrada Escritura? No tiene más que abrir el Evangelio y leer. Encontrará escrito: Entonces el diablo lo tomó-se trata del Señor, del Salvador-y lo puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra (Mt 4, 5-6).
¿Qué no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? (S. VICENTE DE LERINS, Conmonitorio, 26).

4777 Mas alguien se dirá: ¿es que quizá los herejes no se sirven de los testimonios de la Sagrada Escritura? Ciertamente que se sirven ¡y con cuánta apasionada vehemencia! Se les ve pasar de un libro a otro de la Ley Santa: desde Moisés a los libros de los Reyes, desde los Salmos a los Apóstoles, desde los Evangelios a los Profetas. En sus asambleas, con los extraños, en privado, en público, en los discursos y en los escritos, durante las comidas y en las plazas públicas, es raro que mantengan alguna cosa si antes no la han revestido con la autoridad de la Sagrada Escritura. (S. VICENTE DE LERINS, Commonitorio, 25).

4778 Porque ahora y siempre hay personas que con la Escritura en sus manos, en su memoria y en sus bocas, cometen grandes errores en cuanto a su interpretación, y esto porque tienen prejuicios contra su verdadero sentido. (CARD. J. H. NEWMAN, Dom. de Quincuagésima, Homilía sobre el prejuicio y la fe).

Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio

4779 La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra dé Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 9).

4780 La Escritura es clara en sus palabras, pero el espíritu humano es oscuro y, como la lechuza, no puede ver la claridad [...]. El espíritu de Dios nos ha dado la Escritura, y nos revela su verdadero sentido, pero sólo a su Iglesia, columna y apoyo de la verdad; Iglesia por cuyo ministerio el espíritu divino guarda y mantiene su verdad, es decir, el verdadero sentido de su palabra; Iglesia, en fin, que es la única que cuenta con la asistencia del Espíritu de la verdad para encontrar adecuada e infaliblemente la verdad en la palabra de Dios. El que busque la verdad de la palabra divina fuera de la Iglesia, que es su custodia, nunca la encontrará; y el que quiera poseerla por medio distinto al de su ministerio, en vez de desposarse con la verdad, lo hará con la vanidad; en vez de poseer la claridad del Verbo sagrado, seguirá las ilusiones del ángel mentiroso, que se transfigura en ángel de luz. (S. FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 118, l.c., p. 752).

4781 El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para se creído. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 10).

4782 Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas. (CONC. VAT. II, Const. Dei verbum, 10).