MENSAJE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR
AÑO INTERNACIONAL DE LOS MAYORES
Nuestros adultos mayores
también son rostro de la Iglesia
Introducción
En nuestra Iglesia, 1999 ha sido el Año dedicado a Dios Padre. Así lo proclamó Juan Pablo II como final del trienio preparatorio del gran Jubileo del Año 2000. Por decisión de la ONU, 1999 ha sido también el Año Internacional de los Ancianos. En este año mucho hemos escrito los Obispos españoles acerca de Dios Padre. Sin duda que hemos aludido en esos escritos a los mayores. Pero los obispos de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar hemos creído importante llamar de nuevo la atención sobre nuestros mayores adultos cuando el año toca ya a su fin.
Pocas novedades podremos añadir nosotros ciertamente a los documentos que sobre los mayores han publicado tanto el Papa como los organismos de la Santa Sede. También ha escrito sobre los ancianos cosas interesantes el Secretario General de Naciones Unidas, lógicamente referidas a otros aspectos de la vida, pero dignas de ser tenidas en cuenta. Por esta razón, queremos en primer lugar hacer mención de algunos de estos textos, y aún de otras grandes acciones que han tenido lugar en este Año Internacional de los Mayores o con vistas a su celebración:
a) Destacamos en primer lugar la Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los Ancianos (1 de octubre de 1999). Es un sentido, sencillo y aleccionador documento del Sumo Pontífice, en el que hace una exhortación a las personas de su edad realmente admirable; a la vez, es una reflexión estupenda, llena de humanismo y que rezuma paz cristiana. El Documento papal había sido de algún modo preparado por otro publicado por el Pontificio Consejo para los Laicos, titulado La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mando (1 de octubre de 1998).Un hermoso documento, en el que ya se indicaba la importancia del Año de los Ancianos para impulsar la vida humana y cristiana de los adultos mayores, sin olvidar la dimensión pastoral que esta parte del Pueblo de Dios debe tener en las preocupaciones de las comunidades cristianas.
b) Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, al proclamar a fin de 1998 el Año Internacional de los Ancianos, publicó igualmente un documento lleno de interesantes sugerencias sobre la obligación de atender debidamente a los ancianos para que puedan ser beneficiarios y simultáneamente agentes del desarrollo social. Es este un aspecto que no podemos tampoco olvidar en la Iglesia, que sirve al ser humano en su totalidad y no se fija interesadamente en algunos aspectos sin más.
c) Por fin, a lo largo de 1999, se han celebrado congresos y simposios pastorales sobre los adultos mayores. Recordemos sólo el celebrado en Valencia en el pasado mes de mayo, y en el que se apuntaron importantes sugerencias tanto para la atención que los mayores necesitan como para contar con ellos en no pocas tareas.
Al publicar, pues, esta exhortación al final del Año Internacional de los Ancianos, nos mueve únicamente señalar que el interés por nuestros mayores no puede quedar reducido a un año dedicado a ellos. El interés tiene que ser una constante en todo tiempo: en 1999 y siempre. De poco serviría dedicarles un año especial, si éste no se convierte en un aldabonazo que avive nuestra atención para prestarles en todo momento la dedicación que requieren y contar con su preciosa colaboración tanto en la vida civil como en la vida de nuestras comunidades cristianas.
1. Del gran número y de la diversidad de nuestros mayores.
Hagamos algunas distinciones, que sean a la vez precisiones. El número de ancianos crece constantemente en cifras absolutas por el progreso de la medicina y de las condiciones sociales; y crece aún más en números relativos, porque la natalidad viene descendiendo drásticamente, sobre todo en España. El fenómeno era exclusivo del Hemisferio norte hasta hace unas décadas; pero hoy es ya casi universal. Unos datos publicados por la ONU subrayan la profundidad del fenómeno. En 1998 se contabilizaban 60 millones de ancianos octogenarios en todo el mundo. Se calcula que en el año 2050 alcanzarán la cifra de 370 millones, de los que más de 2 millones serán más que centenarios.
a) Los "ancianos-jóvenes" y los "ancianos-ancianos".
Una distinción ya clásica, en efecto, diversifica a nuestros mayores en "ancianos jóvenes" (young-old en inglés) y en "ancianos-ancianos" (oldest old), según sus posibilidades vitales al alcanzar la edad de su jubilación. Es distinción para precisar lo que debemos hacer a favor de los adultos mayores y lo que podemos esperar de su colaboración.
Se llaman "ancianos jóvenes" los que, cumplidos sus 65 años, alcanzan los beneficios de la jubilación, pero se encuentran "en plena forma", por decirlo deportivamente; lo que les permite seguir prestando servicios a la comunidad. Pertenecen a este grupo en la Iglesia muchos obispos, sacerdotes y laicos que siguen atendiendo sus diócesis o parroquias superada la edad de 65 años: Y en la vida civil existen catedráticos prematuramente "licenciados" a los 65 años y reincorporados a la docencia al cabo de pocos años, y trabajadores, hombres de negocios e innumerables amas de casa, que cumplen servicios en la vida económica o en nuestros hogares con plena eficacia.
Se consideran, por otro lado, "ancianos-ancianos" quienes dejaron atrás los 75 años del comienzo de su existencia, o los que se encuentran muy disminuidos física o mentalmente antes de cumplirlos. Muchos de estos mayores necesitan un acompañamiento, en su vida física o espiritual. Pero hay también entre ellos quienes pueden y quieren seguir trabajando endistintos cometidos al servicio de la comunidad. Es el caso, por ejemplo, de Juan Pablo II, que, no obstante sus evidentes limitaciones físicas, conserva clara su inteligencia y firme su voluntad, lo que le permite seguir en el timón de la nave de Pedro en los recios tiempos que nos toca vivir. ¿Quién no recuerda al canciller alemán K. Adenauer que, siendo nonagenario, siguió pilotando la vida política de Alemania Federal hasta sacarla de la postración en que la dejó su derrota en la última guerra mundial y situarla en un puesto relevante en el concierto de las naciones? Casos parecidos o similares encontramos en nuestros ambientes de mujeres y hombres mayores que continúan sus tareas tan bien como otros de menor edad.
b) Los ancianos que precisan ayuda y los que pueden darla.
No es una división discriminatoria para los primeros. Esta división fundamenta una importante sugerencia a fin de acertar en nuestras relaciones con los mayores. No podemos adoptar ante ellos, en efecto, una simple actitud de servicio, para ayudarles en sus necesidades. Eso es exigencia de la caridad y de la solidaridad según lo que precise el estado de salud física y mental de nuestros mayores. Volveremos sobre ello más adelante. Pero es preciso, además, contar con su colaboración en nuestras tareas cívicas o pastorales. Es idea que debemos tener muy clara si queremos portarnos con nuestros mayores según la diversidad de sus situaciones. Será bueno aportar unas citas importantes al respecto:
Juan Pablo II decía en un discurso ante más de 8.000 ancianos: "No os dejéis sorprender por la tentación de la soledad. No obstante la complejidad de vuestros problemas, las fuerzas que se debilitan progresivamente, las deficiencias de las organizaciones sociales, los retrasos de la legislación oficial y las incomprensiones de una sociedad egoísta, no estáis ni debéis sentiros al margen de la vida de la Iglesia, o elementos pasivos en un mundo en excesivo movimiento, sino sujetos activos de un período humanamente y espiritualmente fecundo de la existencia humana. Tenéis todavía una misión por cumplir, una contribución que dar" (Audiencia de 23/III/1984). Y volvía sobre esta idea en la Exhortación postsinodal Christifideles Laici en 1988: "La cesación de la actividad profesional y laboral abre un espacio nuevo a la tarea apostólica. Es un deber que hay que asumir, de un lado, superando decididamente la tentación de refugiarse nostálgicamente en un pasado que no volverá más o de renunciar a comprometerse en el presente por las dificultades halladas en un mundo de continuas novedades y, por otra parte, tomando conciencia, cada vez más clara, de que su propio papel en la Iglesia y en la sociedad de ningún modo conoce interrupciones debidas a la edad sino que conoce sólo nuevos modos" (CFL 48).
En el documento ya citado, que el Pontificio Consejo para los Laicos publicó en 1998, se dice: "Está muy difundida hoy la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo homogéneo y la viven de modo muy diferente. Existe una categoría de personas capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un periodo de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría -muy numerosa en nuestros días- para la cual la vejez es un trauma. Personas que, a pesar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperado (La dignidad del anciano... p. 11-12).
Si es preciso, pues, construir "una sociedad para todas las edades", esta sociedad, lejos de hacer una caricatura de los ancianos presentándolos enfermos y jubilados, debe considerarlos, más bien, agentes y beneficiarios del desarrollo. Cambiadas las cosas que haya que cambiar, esto debe suceder igualmente en la Iglesia y en cada una de sus comunidades.
2. A la escucha de la Palabra de Dios.
Si hemos de proseguir, es bueno escuchar antes lo que dice la Palabra de Dios sobre los deberes que tenemos con nuestros mayores. Citamos únicamente unos pocos textos, que no necesitan demasiados comentarios porque son claros y expresivos y que tal vez nos animen a adentramos en la Biblia para descubrir allí un mundo insospechado. Igualmente nos ayudará en este sentido el recurso a la Escritura que Juan Pablo II utiliza en su reciente Carta dirigida a los ancianos (n. 6-8). Aducimos dos tipos de textos:
La Biblia afirma la dignidad de los ancianos:
"Ponte en pie ante las canas... y honra a tu Dios" (Lv 19, 22).
"Cabellos blancos son corona de honor" (Pr 16,31).
"¡Qué bien aparece la sabiduría en los viejos..., la reflexión y el consejo... Corona de los ancianos es la mucha experiencia; su orgullo es el temor de Dios" (Si 25, 8).
"La verdadera ancianidad venerable... consiste para el hombre en la prudencia; la vida provecta es una vida inmaculada" (Sb 4, 9).
b) La Biblia urge el respeto y la ayuda que debemos prestar a nuestros mayores:
"Báculo de nuestra ancianidad", llama Tobías a su hijo, elogiándole (Tb 30, 4).
"Quien honra a su padre, expía sus pecados... Quien honra a su padre recibirá contento en sus hijos y en el día de la oración será escuchado. Quien da gloría a su padre vivirá largos días; obedece al Señor quien honra a su madre... Quien desampara a su padre es un blasfemo; un maldito de Dios quien maltrata a su madre" (Si 3, 1-16).
"Al anciano no le reprendas con dureza, sino exhórtale como a un padre, recomienda san Pablo a Timoteo (1Tm 5, 1).
"Adolescentes: sed sumisos a los ancianos", urge san Pedro a los jóvenes (1P 5, 1).
3. La atención debida a los mayores.
A todos los ancianos hay que garantizarles una vida digna con unas pensiones suficientes y con las debidas atenciones médicas y asistenciales. Es un deber de justicia social. Todos los ciudadanos, al margen de las diferencias sociopolíticas entre unos y otros, tenemos ese deber. Los responsables de la vida política, por lo que les corresponde, han de concertar sus esfuerzos para cumplirlo, en cuanto sea posible en el marco de las posibilidades económicas, independientemente de la cercanía o lejanía de unas elecciones, en que interese contar con los votos de los jubilados.
No pocos mayores necesitan, además, atención especial por sus condiciones de salud. Los familiares son los primeros obligados a ello. Y tienen que ayudarles las instituciones públicas -estatales, autonómicas y municipales- poniendo en pie centros de asistencia para aquellos ciudadanos mayores que las necesiten.
Pero hay que recordar en este punto que los adultos mayores no sólo tienen necesidades materiales y médicas. Requieren, además, prestaciones afectivas que sólo se consiguen si sus casas de retiro se convierten en auténticos hogares, en que se evite la masificación; y eso es posible, aun en residencias de centenares de jubilados, si se crean círculos de especial interrelación cercana y cuasi-familiar entre los mismos ancianos y entre ellos y quienes los atienden.
De otra parte, no hay que olvidar que la dimensión religiosa, propia de toda persona humana, suele adquirir importancia singular en los ancianos y mayores en general, aun en aquellos un tanto descuidados en su vida espiritual en otras épocas de su vida. Por eso, todas las residencias de ancianos deberían contar con una capilla suficientemente amplia y con personas que atiendan la vida religiosa de sus acogidos, sean capellanes u otros cristianos que trabajen en este campo de la pastoral, salvada siempre la libertad de cada uno, en este ámbito como en otros.
La Iglesia ha sido pionera en estos servicios a los ancianos. Los creó por doquier mucho antes de que los gobernantes de los Estados se preocuparan de atenderlos. El Espíritu de Dios ha ido alumbrando a lo largo de los últimos siglos Congregaciones Religiosas dedicadas de lleno a la atención a los ancianos, sobre todo para los faltos de medios económicos. Así nacieron las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y las Hermanitas de los Pobres. Y otras instituciones de más amplio abanico de actividades apostólicas, como las Hijas de la Caridad, la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, etc, mantienen casas para la atención de ancianos necesitados. En ellas reina un calor de hogar que se aprecia nada más pisar su umbral. Es una actividad que honra a la Iglesia Y es preciso insistir en ella, a pesar de los muchos servicios que van creando los poderes públicos, porque crece el número de los ancianos y crece también la posibilidad de atenderlos según alcanzamos niveles más altos en nuestro progreso económico y social.
4. Lo que podemos esperar de nuestros mayores.
Todos nuestros mayores, también los más deteriorados en sus condiciones físicas a psíquicas, pueden y deben ser la retaguardia orante que pide a Dios por todos los hombres, tanto a favor de sus necesidades sociales como de las religiosas. Disponen de más tiempo libre e incluso para ellos mismos es bueno que lo empleen parcialmente orando por los demás.
Muchos mayores, como quedó dicho antes, tanto entre los "ancianos jóvenes" como entre los "ancianos-ancianos", demuestran una vitalidad grande y quieren ser útiles en la vida social. Tienen clarividencia, aguzada por la experiencia. Disponen de tiempo para dedicarlo libremente a una u otra actividad. Manifiestan deseos de colaborar en cualquier actividad que pueda ser útil a la comunidad. Y suelen ofrecerse con gran generosidad, sin reclamar ninguna retribución económica, para trabajar en el servicio de los demás. Todos conocemos a personas mayores que participan en actividades que serían inviables sin su colaboración. Por eso es bueno que se acierte a movilizarlos libremente para su propio bien, que lo alcanzan sintiéndose útiles a los demás, y para el bien de la comunidad.
Muchos mayores vienen ya realizando en nuestras diócesis y parroquias actividades. Sin pretender ofrecer un listado de las muchas colaboraciones que prestan, entre nuestros mayores contamos con lectores y monitores que animan la vida litúrgica de nuestras comunidades, con catequistas de jóvenes a los que enriquecen con el testimonio de sus propias vidas; con animadores y aun gestores de obras sociales promovidas por nuestras Cáritas; a muchos de ellos los vemos animando socialmente hogares de la Tercera Edad; otros están organizados para su compromiso espiritual y apostólico en movimientos como Vida Ascendente y otros de signo parroquial o diocesano.
En este sentido, dice con acierto Juan Pablo II: "La comunidad cristiana puede recibir mucho de la serena presencia de quienes son de edad avanzada. Pienso, sobre todo, en la evangelización: su eficacia no depende principalmente de la eficiencia operativa. ¡En cuántas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe! Pero la aportación beneficiosa de los ancianos puede extenderse a otros muchos campos. El Espíritu actúa como y donde quiere, sirviéndose no pocas veces de medios humanos que cuentan poco a los ojos del mundo. ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono! Precisamente cuando las energías disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos y hermanas nuestros son más valiosos en el designio misterioso de la Providencia" (Carta a los Ancianos, 13).
Todas las actividades apostólicas, pues, son campo bueno para la tarea de nuestros adultos mayores, aunque no conviene tampoco que entren en un activismo que no reportaría buenas consecuencias. Pero evidentemente los mayores tienen necesidad en su vida cristiana de caminar con otros en grupos apostólicos cristianos y, desde ahí, desarrollar una acción necesaria en el ámbito justamente de los adultos mayores: éste es el apostolado adecuado para su edad, que está también llena de posibilidades apostólicas al ser ellos apóstoles mayores entre los mayores.
Ahora bien, estos apóstoles deben ser alimentados y alentados en su vida cristiana de testigos; de ahí la necesidad del grupo donde se comparte y se fortalece la fe y donde se toman fuerzas para llevar la buena noticia a los demás mayores. No queremos decir con esto que estos apóstoles mayores no puedan ejercer su apostolado entre los jóvenes, necesitados tantas veces del aporte benéfico de los mayores. Se conocen numerosísimos casos de apóstoles con muchos años y más dinamismo capaces de mover a jóvenes anclados en rutinas o atenazados, por otros condicionamientos.
Por lo tanto, son muy necesarios los movimientos apostólicos de adultos mayores, como Vida Ascendente y otros; también es necesaria una iniciación a este apostolado específico, del que no se seguirán sino cosas buenas. Es ancho el horizonte de posibilidades en este campo. Para bien de la sociedad y de la Iglesia. Y para bien de los propios ancianos, pues la experiencia enseña que se sienten mejor psíquica y hasta físicamente, al verse útiles para los demás.
Al acabar estas páginas dirigidas a vosotros, hermanos y hermanas mayores, los Obispos de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, tenemos en cuenta que el próximo 31 de diciembre se cerrará el Año Internacional de los Ancianos, promovido por la ONU y secundado por la Iglesia Católica. Pero el joven anciano que es Juan Pablo II ha querido que el Jubileo del Año 2000 tenga una jornada dedicada especialmente a los ancianos y adultos mayores: Será el 17 de septiembre. Quiera Dios que acertemos a llevar a la práctica en el Año Santo y siempre cuanto hemos dicho sobre lo que los ancianos necesitan y lo que pueden aportar a la vida social y eclesial.
Madrid, diciembre de 1999, Año Internacional de los Ancianos.
Comisión episcopal de apostolado seglar
Braulio Rodríguez Plaza, Obispo de Salamanca. Presidente.
Juan Antonio Reig Plá, Obispo de Segorbe-Castellón. Vicepresidente.
Antonio Algora Hernando, Obispo de Teruel y Albarracín.
Javier Martínez Fernández, Obispo de Córdoba.
José María Conget Arizaleta, Obispo de Jaca.
Francisco Javier Ciuraneta Aymi, Obispo electo de Lleida.
Juan García-Santacruz Ortiz, Obispo de Guadix.
Juan José Omella Omella, Obispo electo de Barbastro-Monzón.
César Augusto Franco Martínez, Obispo Auxiliar de Madrid.