Entrada: " Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro " (Sal 26, 8-9). " Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, pues los que esperan en Ti no quedan defraudados, mientras el fracaso malogra a los traidores. Salva, oh Dios, a Israel, de todos sus peligros " (Sal 24, 6.3.22).
Colecta (nueva composición, inspirada en la antigua liturgia hispánica o mozá-rabe): " Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el Predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro ".
Ofertorio: " Te pedimos, Señor, que esta oblación borre todos nuestros pecados, santifique los cuerpos y las almas de tus siervos y nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales "
Comunión: " Éste es mi Hijo, el Amado, mi Predilecto. Escuchadle " (Mt 17, 5).
Postcomunión (del Gelasiano): " Te damos gracias, Señor, porque al darnos en este sacramento el Cuerpo glorioso de tu Hijo, nos haces partícipes ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino ".
Con su Transfiguración en el Tabor, quiso Cristo adelantarnos lo que después nos evidenciaría con su gloriosa Resurrección, una vez consumado el misterio redentor del Calvario.
– Gn 12, 1-4: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios ". La fe hace posible la salvación de los hombres. Pero la fe no es simple filosofía religiosa, sino fidelidad personal al designio de Dios, que nos traza el camino de salvación, como lo hizo con Abrahán, padre y modelo de los creyentes. Comenta San Agustín:
" Se ha realizado en Cristo la promesa que hizo a Abrahán cuando le dijo: "En tu descendencia serán benditas todas las gentes " (Gn 12, 3). De poner los ojos en sí mismo, ¿Cómo lo hubiera creído? Era un hombre solo y viejo, y su mujer estéril y de edad avanzada... No existía base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza; mirando, empero, a quien le hacía la promesa, lo creía, aun sin ver el camino. He ahí cumplido ante nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no vemos, por lo que viendo estamos " (Sermón 130, 3).
– Con el Salmo 32 decimos: " Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos en Ti. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra ".
– 2Tm 1, 8-10: Dios nos llama e ilumina. No por nuestros méritos, sino por la obra de Jesucristo, Dios mismo realiza la salvación del verdadero creyente. La iniciativa es siempre de Dios; sólo es nuestra la respuesta responsable, coherente y llena de amor. El testimonio del que trata el Apóstol no es tanto doctrinal cuanto vital.
La presencia escondida de Cristo se hace visible y transparente no por sabias disquisiciones teológicas, sino por auténticos comportamientos prácticos. Cristo se hace presente en la comunidad cuando existen hombres que piensan y, sobre todo, que actúan como Él.
Cristiano es no el que habla como Cristo, sino el que vive como Él. La gratuidad del don salvífico no atenúa la colaboración del hombre. El designio de Dios avanza en el mundo con la actuación de las causas segundas. Dios obra por el hombre que se somete a su plan de salvación en Cristo.
De ahí nuestra gran responsabilidad en la obra de la redención, no únicamente de nosotros, sino de todo el mundo. Es el gran misterio de que hablaba Pío XII en la encíclica Mystici Corporis: Dios quiere realizar la salvación de los hombres por medio de otros hombres ¡Una dignidad grande y una grande responsabilidad!
– Mt 17, 1-7: Su rostro resplandeció como el sol. Aunque la necesidad de la cruz puede escandalizarnos, la filiación divina de Cristo Jesús es suficiente garantía que nos alienta a vivir en serio el misterio del Calvario para nuestra salvación. Comenta San León Magno:
" Para que adquiriesen los apóstoles una inquebrantable fortaleza y no temblasen ante la aspereza de la cruz, para que no se avergonzasen de la pasión de Cristo, ni tuviesen por denigrante el padecer lo mismo, ya que podrían con los suplicios de la tortura ganar la gloria del reino, tomó a Pedro, a Santiago y al hermano de éste, Juan, y, subiendo con ellos a un monte elevado, les manifestó el esplendor de su gloria.
" Aunque admitían en Él la majestad divina, con todo desconocían el poder oculto de su cuerpo. Por eso les había prometido anteriormente que no gustarían la muerte algunos de sus discípulos antes de ver al Hijo del Hombre venir en su realeza, es decir, en la majestuosa claridad que pensaba manifestar como perteneciente a la naturaleza humana que había asumido.
" Porque aquella otra visión inefable e inaccesible de su dignidad, que se reserva en la vida eterna para los limpios de corazón, de ninguna manera podían verla. Si no queremos vivir como si hubiéramos renunciado a nuestra identidad cristiana es preciso que toda nuestra vida esté alentada por la gloria de Cristo " (Sermón 51, 2).
El acontecimiento de la Transfiguración del Señor es más necesario para nosotros que para Él mismo. Su finalidad fue proclamar ante sus apóstoles privilegiados la condición divina de Jesús, compatible con el anuncio de la Pasión que les acababa de hacer.
Para nosotros, nos recuerda que nuestra vocación cristiana es, ante todo, vocación de santidad, esto es, vocación de ser transfigurados en Cristo, por el único camino que es posible alcanzar esa transformación de nuestra vida: el camino de la cruz, de la abnegación, renuncia a uno mismo y colaborar con la gracia divina en una verdadera renovación sobrenatural de cada instante.
– Gn 22, 1-2.9-10.13.15-18: Dios manda a Abrahán que sacrifique a su hijo Isaac. Abraham es en la historia de la salvación el modelo exacto del creyente, que vive fiándose de la palabra de Dios, obedeciéndole también en los momentos de prueba, como cuando le pide el sacrificio de su hijo Isaac. Comenta San Agustín:
" Justo es, hermanos, que confiemos en Dios, aun antes de que pague nada, porque en realidad ni puede mentir, ni puede engañar, fiaron en Él nuestros padres. Así lo hizo Abrahán. He ahí una fe digna de ser alabada y pregonada. Nada había recibido aún de Dios y creyó cuando le hizo la promesa; nosotros, en cambio, a pesar de haber recibido tanto, aún no confiamos en Él...
" Abrahán confió inmediatamente en Dios, y la tierra no se le dio a él personalmente, sino que la reservó para su posteridad... Nuestro Señor Jesucristo se convirtió en posteridad de Abrahán. Lo que encontramos prometido a Abrahán, lo vemos cumplido en nosotros " (Sermón 113,A,10).
– Con el Salmo 115 aclamamos: " Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida. Tenía fe, aun cuando dije: "Qué desgraciado soy". Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén ". Caminemos siempre en presencia del Señor con una fe viva y por el verdadero Camino, que es Cristo, Señor nuestro.
– Rm 8, 31-34: Dios no perdonó a su propio Hijo. En Cristo Jesús, el Hijo Unigénito del Padre, sacrificado por nuestra salvación, tenemos la absoluta evidencia del amor que el Padre nos tiene (Jn 3, 16). El Corazón de Jesucristo es la revelación de ese inmenso amor. Comentando este pasaje paulino, San Agustín dice:
" Si Dios no perdonó a su propio Hijo... ¿cómo no iba a darnos todo con Él? Cristo sufrió la Pasión: muramos al pecado. Cristo resucitó: vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre: no se apague aquí nuestro corazón, antes bien, sígale al cielo. Nuestra Cabeza pendió del madero: crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro: sepultados con Él, olvidemos el pecado. Está sentado en el cielo: transfiramos nuestros deseos a las cosas sublimes. Ha de venir como Juez: no llevemos el mismo yugo que los infieles... Pondrá a los malos a la izquierda y a los buenos a su derecha: elijamos nuestro lugar con las obras. Su Reino no tendrá fin: no temamos en absoluto el fin de esta vida " (Sermón 229 D,1)
– Mc 9, 1-9: Este es mi Hijo amado. Aceptemos la oferta que nos hace el Padre. Escuchémoslo y sigamos sus enseñanzas. Así es como seremos verdaderos cristianos. Comenta San León Magno:
" Este es mi Hijo. No nos separe la divinidad, ni nos divida el poder, ni nos diferencie la eternidad. Este es mi Hijo, no adoptivo, sino propio; no creado por otro, sino engendrado por Mí mismo; ni pertenece a otra naturaleza semejante a la mía, sino que, nacido de mi sustancia, es igual a Mí mismo. Este es mi Hijo, por quien fueron hechas todas las cosas y sin Él nada se hizo (Jn 1, 3)...
" Escuchad sin vacilación alguna a Aquél en quien yo me complazco, pues es la Verdad y la Vida (Jn 14, 16), mi Poder y mi Sabiduría (1Co 1, 24). Escuchad al que ha anunciado los misterios de la ley y ha cantado la voz de los profetas. Escuchadle, que ha redimido al mundo con su sangre, ha atado al diablo y le ha arrebatado sus armas (Mt 12, 29), que ha roto la cédula de condena (Col 2, 14) y el pacto de la prevaricación. Escuchadle, que abre el camino del cielo y, por el suplicio de la cruz, os prepara la escala para subir al Reino " (Sermón 51)
Los textos bíblicos y litúrgicos de esta celebración nos presentan al Hijo muy amado del Padre, garantía segura de nuestra fe y de nuestra salvación. Por su Transfiguración nos preanuncia lo que sería después de su Resurrección y Ascensión a los cielos. Sólo Él tiene poder para renovar nuestro interior por la gracia san-tificante, como verdaderos hijos de Dios. Por el camino de la Cruz llegaremos al reino de la Luz.
– Gn 15, 5-12.17-18: Alianza de Dios con Abrahán, que en la historia de la salvación es un modelo ejemplarísimo para los creyentes. Por su fe, se fió incondicionalmente de Dios y comprometió toda su vida. Comenta San Agustín:
" Si uno puede degenerar por las costumbres, de idéntica manera puede uno hacerse hijo por ellas. Así, a nosotros, hermanos, se nos llamó hijos de Abrahán, sin haberlo conocido personalmente y sin tener de él la descendencia carnal. ¿Cómo, pues, somos hijos de Abrahán? No en la carne, sino en la fe. "Creyó Abrahán a Dios y le fue reputado como justicia" (Gn 15, 16).
" Si, pues, Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él. Los judíos, nacidos de él según la carne, no siguieron su fe y se degeneraron; imitándolo nosotros, aunque nacidos de gente extranjera, conseguimos lo que ellos perdieron por su degeneración " (Sermón 305,A,3).
– Con el Salmo 26 proclamamos: " El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad, respóndeme. Digo en mi corazón: "Busca su Rostro". Tu Rostro buscaré, Señor, no me escondas tu Rostro; no rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor ". Comenta San Agustín:
" Él me ilumina; apártense las tinieblas. Él me salva, desaparezca la flaqueza. Caminando seguro en la Luz, ¿a quién temeré? No otorga Dios una salvación que pueda ser quebrantada por algo; ni una Luz que pueda ser oscurecida por alguien. El Señor salva, nosotros somos salvados. Luego, si Él ilumina y nosotros somos iluminados, si Él salva y nosotros somos salvados, sin Él somos tinieblas y flaqueza " (Sermón 243, 6).
– Flp 3, 17-4, 1: Cristo nos transformará según el modelo de su Cuerpo glorioso. También nosotros hemos sido elegidos por Dios. La Cruz de Cristo es el signo eficaz que el Padre nos ha ofrecido para transformarnos en hijos suyos, según el modelo del Corazón del Hijo muy amado. Dice el Apóstol que somos conciudadanos del cielo. ¿Cómo es posible esto viviendo en la tierra? San Agustín lo explica:
" ¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra, de modo que, gracias a la fe, la esperanza y la caridad con las que nos unimos con Cristo descansemos ya con Él en el cielo? Mientras Él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con Él allí. Él está con nosotros por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podamos llevarlo a cabo como Él por su divinidad, sí que podemos por su amor hacia Él...
" Bajó, pues, del cielo por su misericordia, pero ya no subió el solo, puesto que nosotros subimos también en Él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió Él solo, pero ya no subió Él solo; no es que queramos confundir la dignidad de la Cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el Cuerpo pide que éste no sea separado de su Cabeza " (Sermón 98, 1-2).
– Lc 9, 28-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. La Transfiguración adelantó momentáneamente el misterio de la Resurrección pascual. Nos garantiza el poder del Hijo muy amado para renovar nuestra vida y reconciliarnos con el Padre. Comenta San León Magno:
" De tal modo manifiesta el Señor su gloria ante los testigos elegidos y con tal resplandor hace brillar su forma corporal, común a los demás mortales, que semeja su rostro el fulgor del sol e iguala el vestido la blancura de la nieve. Fundamenta también la esperanza de la Santa Iglesia, que reconoce en la Transfiguración del Cuerpo místico de Cristo la transformación con que va a ser agraciada, ya que puede prometerse a cada miembro la participación en la gloria que con anterioridad resplandece en la Cabeza " (Sermón 51, sobre la Transfiguración, 3).
Es necesario que llenemos toda nuestra vida del ansia permanente de la perfección, pues hemos sido llamados a la santidad y a esto nos lleva nuestra identidad de creyentes en Cristo. Hemos de sacrificar toda frivolidad, pereza, mediocridad... para asemejarnos a la imagen de Cristo, resplandeciente de verdad y santidad.