Entrada: " El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida: ¿quién me hará temblar? Ellos, mis enemigos y adversarios, tropiezan y caen " (Sal 26, 1-2).
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): " ¡Oh Dios!, fuente de todo bien, escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con su ayuda ".
Ofrendas (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense): " Mira complacido, Señor, nuestro humilde servicio, para que esta ofrenda te sea agradable y nos haga crecer en el amor ".
Comunión: " Señor, mi Roca, mi Alcázar, mi Libertador, mi Fuerza salvadora, mi Baluarte " (Sal 17, 3); o bien: " Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él " (1Jn 4, 16).
Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Gelasiano): " Padre de misericordia, que la fuerza curativa de tu Espíritu en este sacramento sane nuestras maldades y nos conduzca por el camino del bien ".
Cristo vino a llamar a los pecadores. Él es infinitamente misericordioso y no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y se salve. La Misa de hoy nos lo muestra con el texto evangélico y el del profeta Oseas. Para esto necesitamos fe, como enseña San Pablo en la segunda lectura, la fe en la muerte y resurrección del Señor. La liturgia de este Domingo nos enseña a que suba hasta Dios el homenaje de su amor y su confianza. Dios es la fuente de todo bien, como se dice en la colecta, y nos ha dado a conocer su ser íntimo: " Dios es amor ".
– Os 6, 3-6: Quiero misericordia y no sacrificio. San Agustín explica la importancia del perdón:
" Centraos, hermanos míos, en el amor que la Escritura alaba de tal manera que admite que nada puede comparársele. Cuando Dios nos exhorta a que nos amemos mutuamente, ¿acaso te exhorta a que ames solamente a quienes te amen a ti? Este es un amor de compensación, que Dios no considera suficiente. Él quiso que se llegara a amar a los enemigos (Mt 5, 44-45). Quien te enseñó a orar es quien ruega por ti, puesto que eras culpable. Salta de gozo, porque entonces será tu juez quien ahora es tu abogado. Dado que tendrás que orar y defender tu causa con pocas palabras, has de llegar a aquellas: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores " (Mt 6, 12) (Sermón 386, 1).
– Con el Salmo 49 decimos: " Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios ". Este Salmo es algo más que una simple, pero durísima requisitoria contra la hipocresía de ciertas prácticas religiosas que carecen de sentido, porque no tienen el aliento vital del espíritu. El sacrificio que Dios quiere es el de la alabanza, o lo que es lo mismo, que el hombre integre en sus sacrificios y ofrendas su misma persona, todo lo que él es.
– Rm 4, 18-25: Fue confortado en la fe por la gloria dada a Dios. Somos obra de Dios no sólo en cuanto justos. San Agustín dice:
" Conservemos esta justificación en la medida en que la poseamos, aumentémosla en la proporción que requiere su pequeñez para que sea plena... Todo proviene de Dios, sin que esta afirmación signifique que podamos echarnos a dormir o que nos ahorremos cualquier esfuerzo o hasta el mismo querer. Si tú no quieres, no residirá en ti la justicia de Dios. Pero aunque la voluntad no es sino tuya, la justicia no es más que de Dios. La justicia de Dios puede existir sin tu voluntad.. Serás obra de Dios, no sólo por ser hombre... Quien te hizo sin ti, no te santificará sin ti... La participación en los dolores de Cristo será tu fuerza " (Sermón 169, 13).
– Mt 9, 9-13: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. La conversión de San Mateo es una gran enseñanza siempre actual. Todos somos pecadores. Comenta San Efrén:
" Él escogió a Mateo el publicano (Mt 9, 9-13) para estimular a sus colegas a venirse con él. Él ve a los pecadores y los llama, y les hace sentarse a su lado. ¡Espectáculo admirable; los ángeles están de pie temblando, mientras los publicanos, sentados, gozan; los ángeles temen, a causa de su grandeza, y los pecadores comen y beben con Él; los escribas rabian de envidia y los publicanos exultan y se admiran de su misericordia!
" Los cielos viven este espectáculo y se admiran, los infiernos lo vieron y deliraron. Satanás lo vio ardiendo de furor, la muerte lo vio y experimentó su debilidad; los escribas lo vieron y quedaron ofuscados por ello. Hubo gozo en los cielos y alegría en los ángeles, porque los rebeldes eran dominados, los indóciles sometidos, los pecadores enmendados, y porque los publicanos eran justificados. A pesar de las exhortaciones de sus amigos, Él no renunció a la ignominia de la cruz y, a pesar de las burlas de los enemigos, no renunció a la compañía de los publicanos. Él ha despreciado la burla y desdeña las alabanzas, así contribuía mejor a la utilidad de los hombres " (Comentario sobre el Diatésaron 5, 17).
La victoria de Cristo sobre el demonio había sido ya profetizada en el comienzo del mundo, cuando vemos a Dios anunciar que, si bien la mujer ha sucumbido a la tentación, su descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. Por el pecado primero hay miserias y sufrimientos, pero se superan por la fe en Cristo resucitado, como dice San Pablo en la segunda lectura de este Domingo. Cristo, en el Evangelio, acosado por la calumnia, responde a ella proclamando su victoria sobre Satanás
– Gn 3, 9-15: Establezco enemistades entre ti y la mujer entre tu estirpe y la suya. San Ireneo explica sobre Jesús, nacido de mujer, Hijo del Hombre:
" Recapitulando todas las cosas, Cristo fue constituido Cabeza: declaró la guerra a nuestro enemigo, y destruyó al que en el comienzo nos había hecho prisioneros en Adán, aplastando su cabeza, como está escrito en el Génesis: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya: él acechará a tu cabeza y tú acecharás a su calcañal" (Gn 3, 15). Estaba predicho, pues, que aquel que tenía que nacer de una mujer virgen y de naturaleza semejante a la de Adán, tenía que acechar a la cabeza de la serpiente. Esta es la descendencia de la que habla el Apóstol en la Carta a los Gálatas: "la ley de las obras fue puesta hasta que viniera la descendencia del que había recibido la promesa" (Ga 3, 19). Y todavía lo declara más abiertamente en la misma Carta cuando dice: "cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, hecho de mujer" (Ga 4, 4).
" El enemigo no hubiese sido vencido de una manera adecuada, si no hubiese sido hombre nacido de mujer el que lo venció. Porque en aquel comienzo el enemigo esclavizó al hombre valiéndose de la mujer, poniéndose en situación de enemistad con el hombre. Y por esto el Señor se confiesa a sí mismo Hijo del Hombre, recapitulando así en sí mismo aquel hombre original del cual había sido modelada la mujer. De esta suerte, así como por un hombre vencido se propagó la muerte en nuestro linaje, así también por un hombre vencedor podamos levantarnos a la vida. Y así como la muerte obtuvo la victoria contra nosotros por culpa de un hombre, así también nosotros obtengamos la victoria contra la muerte gracias a un hombre " (Contra las herejías, V,21, 1-2).
– Con el Salmo 129 proclamamos: " Desde lo hondo a ti grito ". El cristiano ha de saber aplicarse este salmo a sí mismo, reconociéndose pecador y sepultado en el abismo de la muerte, que es el pecado. De este abismo sólo la misericordia de Dios podrá salvarlo, porque sólo de Dios procede el perdón y la redención completa. Esto le hará ser precavido y temeroso de Dios, consciente de que el perdón es un acto libre de la misericordia divina y exige la colaboración del hombre con el arrepentimiento.
– 2Co 4, 13-5, 1: Creemos y por eso hablamos. " Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno ". San León Magno explica estas palabras:
" Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las obras que Dios ha creado buenas (Gn 1, 18) puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo (Gn 2, 1), ya que como dice el Apóstol, "las cosas visibles son temporales, las invisibles eternas" (2Co 4, 18). Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, en el misterio mismo del nacimiento del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza. Escuchemos al Apóstol que nos dice: "estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida nuestra, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col 3, 3-4) " (Sermón 27, 6).
– Mc 3, 20-35: Blasfemia contra el Espíritu Santo. San Agustín comenta a qué se refiere Jesús:
" La blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonará ni en este siglo ni en el futuro es la impenitencia. Contra este Espíritu, en efecto, de quien recibe el bautismo la virtud de borrar todos los crímenes -perdón que refrenda el cielo-, contra este Espíritu habla, y de modo bien perverso el impío, ya con la lengua, ya con el corazón, quien, llamado a la penitencia por la bondad divina, él se va atesorando ira para el día de la ira y para la revelación del justo juicio de Dios (Rm 2, 4-6). Esta impenitencia -nombre impreciso con el que podemos designar a la vez la blasfemia y la palabra contra el Espíritu Santo-, no tiene perdón jamás..., esta impenitencia no tiene perdón alguno ni en este siglo ni en el venidero, por ser la penitencia quien en este siglo nos obtiene el perdón que ha de valernos en el futuro " (Sermón 71, 20).
La resurrección del hijo de la viuda de Naín, que relata el Evangelio de hoy es una prefiguración de la resurrección del mismo Cristo, pero ante todo es un gesto de piedad por parte del Señor a una madre. El profeta Elías había actuado de una manera semejante ante la angustia de la pobre viuda de Sarepta, un país pagano, que le había dado hospitalidad.
– 1R 17, 17-24: Tu hijo está vivo. Elías fue aun entre los paganos el hombre de Dios. Como profeta de Yahvé era también un instrumento del poder divino sobre la muerte y la vida entre los hombres. Dios nos ha dado la vida y nos ha dado la gracia divina. Nuestra vida humana es un don de Dios. Pero más aún lo es nuestra vida divina por la gracia. Estábamos muertos por el pecado y hemos resucitado por el perdón otorgado por Cristo. Por eso gozosos cantamos en el salmo responsorial: " Te ensalzaré, Señor, porque me has librado ".
– El Salmo 29 es un himno de acción de gracias por la salvación recobrada; pero podemos recitarlos en sentido individual y colectivo por la liberación de todo peligro, angustia y dolor. La gran victoria es la que Cristo obtuvo de la muerte, del pecado, del abismo eterno. El dolor es un misterio, aun para el mismo creyente, pero en Cristo se ha hecho luz y amanecer radiante con su gloriosa resurrección. El dolor sufrido con Cristo se hace redentor, capaz de satisfacer por los pecados propios y por los de todo el pueblo. Con tal modelo podrá el cristiano resistir firme la prueba, con la fortaleza de la fe y la seguridad de la esperanza. Esto es una lección para el futuro. Las pruebas que Dios permite son medios para acercarnos más a Dios (Rm 2, 28).
– Ga 1, 11-19: Se dignó revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciara a los gentiles. San Juan Crisóstomo se fija en las palabras con las que San Pablo describe su vida:
" ¿Observas cómo señala cada acontecimiento y no se avergüenza? No se limitó a perseguir a la Iglesia, sino que lo hizo con furia, no sólo fue tras ella, sino que también la devastó, es decir, intentó apagar a la Iglesia, destruirla, aniquilarla, hacerla desaparecer, porque eso es lo propio del que devasta... Para que no creas que se comportaba así por cólera, señala que actuaba por celo y, aunque no sabía qué hacía, perseguía, no por vanagloria, ni por odio, sino porque era 'celoso' de las tradiciones paternas. Sus palabras quieren decir lo que sigue: si lo que hice contra la Iglesia no lo hice por motivos humanos, sino por celo divino, equivocado, pero celo al fin, ¿cómo ahora corro en favor de la Iglesia y conozco la verdad podría actuar por vanagloria? Una pasión semejante no se apoderó de mí por error, sino que me guió el celo de Dios, por lo que ahora, que he conocido la verdad, sería más justo verme libre de esa sospecha. Al tiempo que pasé a la doctrina de la Iglesia, me liberé de todo prejuicio judaico, con un celo entonces mucho mayor, lo que, ya en posesión de un celo divino, es una prueba de haber cambiado realmente. Si no fuera así, dime: ¿qué otra cosa podría motivar un cambio semejante: ultraje a cambio de honores, peligros en lugar de tranquilidad, tribulación en lugar de seguridad? No se trata de nada que no sea amor por la verdad " (Comentario a la Carta a los Gálatas).
– Lc 7, 11-17: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! La misión salvadora de Cristo es integral, abarca por igual las almas y los cuerpos. Es la Resurrección y la Vida (Jn 11, 25). San Ambrosio comenta este pasaje del Evangelio:
" Este pasaje es rico en un doble provecho. Creemos que la misericordia divina se inclina pronto a las lágrimas de una madre viuda, principalmente cuando está quebrantada por el sufrimiento y por la muerte de su hijo único, viuda, sin embargo, a quien la multitud del duelo restituye el mérito de la maternidad. Por otra parte, esta viuda, rodeada por una multitud de pueblo, nos parece algo más que una mujer: ella ha obtenido por sus lágrimas la resurrección del adolescente, su hijo único; es que la Iglesia santa llama a la vida desde el cortejo fúnebre y desde las extremidades del sepulcro al pueblo más joven, en vista de sus lágrimas; está prohibido llorar a quien está reservada la resurrección... Aunque existe un pecado grave que no puede ser lavado con las lágrimas de tu arrepentimiento, llora por ti la madre Iglesia, que interviene por cada uno de su hijos únicos; pues ella se compadece, por un sufrimiento espiritual que le es connatural, cuando ve a sus hijos arrastrarse hacia la muerte por vicios funestos. Somos nosotros entrañas de sus entrañas... " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 89 y 92).