Entrada: " Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo " (Sal 47, 10-11).
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, y ahora retocada con textos del Gelasiano): " ¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que, libres de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna ".
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada ahora con textos del Gelasiano): " La oblación que te ofrecemos, Señor, nos purifique, y cada día nos haga participar con mayor plenitud de la vida del reino glorioso ".
Comunión. Es comprensible que la Iglesia ante estos dones del Señor cante alborozada: " Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él " (Sal 33, 9); o bien: " Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, dice el Señor " (Mt 11, 28).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con textos del Gelasiano): " Alimentados, Señor, con un sacramento tan admirable, concédenos sus frutos de salvación y haz que perseveremos siempre cantando tu alabanza ".
El Señor se nos presenta en el Evangelio con su Corazón manso y humilde; a Él corresponde la profecía de Zacarías en la que ve al Señor " justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno ", como así sucedió en su entrada triunfal en Jerusalén. San Pablo nos recuerda que por el bautismo hemos participado en el Misterio Pascual del Señor. Por lo mismo hemos de vivir, según el Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
La figura mesiánica del Redentor, manso y humilde de Corazón, con la que hoy la liturgia nos invita a identificarnos, encarna el designio de Dios de ofrecernos el modelo viviente para la regeneración del hombre degradado por la violencia del mal y del pecado.
Es difícil para un corazón humano siempre dispuesto a la venganza, al rencor, a la violencia, al egoísmo y al odio todo lo que significa el mensaje que nos da el Corazón de Jesucristo. A Él hemos de mirar y aprender de Él la mansedumbre, la humildad y el amor.
– Za 9, 9-10: Tu Rey viene pobre a ti. Frente las esperanzas mesiánicas de Israel, cifradas en el triunfo violento de la fuerza y del poderío político, el profeta Zacarías anunció el verdadero Mesías, lleno de bondadosa y humilde mansedumbre.
Pablo VI dijo en la clausura del Concilio Vaticano II:
" La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión -porque así es- del hombre que se hace dios.
" Este endiosamiento del hombre moderno representa una de las crisis más graves de la humanidad actual. De ahí el ateísmo; de ahí el temporalismo absoluto; de ahí la fobia a las llamadas virtudes pasivas tan queridas en el Evangelio; de ahí la repulsa obsesiva contra la moral y la ascética evangélica. Hemos de seguir a nuestro Rey que viene a nosotros justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno ".
– Como Salmo responsorial se ha escogido el Salmo 144 que aclama a Dios como Rey y bendice su nombre por siempre jamás, y es un himno a la grandeza y a la bondad de Dios. El objeto directo de la alabanza es Yavé, pero no de un modo didáctico, sino vivido y paladeado con la fruición del que contempla extasiado el ser y el obrar de Dios. Así van apareciendo los atributos divinos, vivos y operantes, excitando por sí mismos la admiración y la alabanza del orante: su majestad, su grandeza, su fidelidad protectora, su providencia generosa, sus cuidados paternales y su delicadeza.
– Rm 8, 9, 11-13: Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo viviréis. Cuando se vive al impulso de las pasiones humanas y del espíritu del mundo, resulta imposible vivir una genuina imitación de Cristo y alcanzar la santidad cristiana. San Jerónimo explica:
" Y no sólo ellos (Timoteo y Silvano), sino todo aquél que en el conocimiento y en la conducta es semejante a Pablo, puede decir: "Nosotros, los que vivimos". Su cuerpo puede estar muerto a causa del pecado, pero su espíritu vive a causa de la justicia (Rm 8, 10), y sus miembros han sido mortificados sobre la tierra, de modo que la carne no tenga deseos contrarios al espíritu. Pues si la carne aún codicia, es que vive, y porque vive, codicia. Sus miembros aún no han sido mortificados sobre la tierra. Porque si estuvieran mortificados no desearían contra el espíritu, pues por la fuerza de la mortificación hubieran perdido esa especie de pasión. Del mismo modo que quienes han abandonado la vida presente y han pasado a cosas mejores viven más cabalmente por haber depuesto este cuerpo mortal y los incentivos de todos los vicios, así los que llevan en su cuerpo la mortificación de Jesús y no viven según la carne, sino según el espíritu, éstos viven en Aquél que es la Vida y en ellos vive Cristo " (Carta 119, 9, A Minervio y Alejandro).
– Mt 11, 25-30: Soy manso y humilde de corazón. San Hilario de Poitiers explica:
" Llama a Sí a cuantos están probados por las dificultades de la ley y oprimido por los pecados del mundo (Mt 11, 28-29)? Promete librarlos de las fatigas y de su peso sólo con que ellos tomen su yugo, esto es, acepten las prescripciones de sus mandatos. Acercándose a Él por el misterio de su Cruz, ya que Él es manso y humilde de Corazón, encontrarán descanso para sus almas. Él ofrece la suavidad de su yugo y su carga ligera (Mt 11, 30) para dar a los creyentes la ciencia del bien, que sólo Él conoce en el Padre. ¿Y qué hay más suave que su yugo y más ligero que su carga, que consiste en ser dignos de aprobación, abstenerse del mal, amar a todos los hombres, no odiar a ninguno, conseguir la eternidad, no dejarse dominar por el tiempo presente, ni querer devolver a nadie el daño que no se hubiera querido recibir? (Comentario al Evangelio de San Mateo 11, 13).
Las lecturas primera y tercera, como es costumbre, se relacionan entre sí. La primera esta tomada del profeta Ezequiel y nos presenta la rebeldía de Israel contra Dios. La tercera manifiesta la rebeldía de los paisanos de Jesús contra Él, no obstante la elevada doctrina que ofrece y los milagros que hace. San Pablo nos enseña la humildad no obstante sus revelaciones singulares. Por eso se pone enteramente en manos de Cristo.
– Ez 2, 2-5: Son un pueblo rebelde y sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. San Gregorio Magno explica:
" El conocer a los buenos suele servir a los malos o para ayuda de su salvación o para testimonio de su condenación. Sepan, pues, que en medio de ellos hay un profeta, para que, oyendo su predicación, o sean impelidos a levantarse y convertirse o sean condenados en sus iniquidades de tal suerte que no tengan excusa... Consta cuán perversos sean aquellos a quienes se les manda predicar, puesto que se les aconseja que no teman; y porque todos los depravados y perversos hacen otras iniquidades con los que les predican cosas buenas y hasta los amenazan con otras por aquello bueno que hacen, se dice: no los temas; y por las amenazas que les dirigen se agrega: ni te amedrenten sus palabras. O bien, porque los réprobos y los inicuos infieren males a los buenos y siempre quitan autoridad a los actos de ellos, al profeta enviado se le amonesta que no tema ni su crueldad ni su furor y que no tema sus palabras " (Homilía 9 sobre Ezequiel 11-12).
– 2Co 12, 7-10: Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. San Pablo, apóstol de Jesucristo, experimenta sobre sí mismo que Dios elige lo débil de la humanidad como instrumento de su gracia para la salvación de los demás. Comenta San Agustín:
" Muéstranos, Apóstol Santo, otro lugar más claro en el que confieses tu debilidad, no donde busques la inmortalidad... Aquí tenéis, pues, al Apóstol que teme el precipicio de la soberbia, al mismo tiempo que proclama la grandeza de sus revelaciones. Para que sepas que el Apóstol que deseaba salvar a los otros necesitaba todavía curación personal; para que conozcas esto, si tienes en grande estima su honor, escucha qué remedio aplica el médico al tumor; escucha no a mí, sino a él. Escucha su confesión para reconocerle Maestro... Escucha también lo que soy, no te subas muy alto el corderillo allí donde el carnero se halla en el peligro: "se me ha dado el aguijón de la carne, el ángel de Satanás que me abofetea". ¡Cuál no sería el tumor temido, si tan punzante fue el emplasto aplicado!...
" Somos hombres, reconozcamos a los apóstoles como hombres, aunque santos. Son vasos selectos, pero aún frágiles, que aún peregrinan en la carne, sin haber alcanzado el triunfo en la patria celestial. Él mismo rogó tres veces al Señor para que le quitase tal aguijón y no fue oído en cuanto a su voluntad, porque lo fue en cuanto a la salud. "¿Quién librará mi cuerpo de la muerte?" Recibirás como respuesta: "hallarás tu seguridad no en ti, sino en tu Señor". Tu seguridad proviene de la garantía que tienes. Teniendo como prenda la Sangre de Cristo... ¿Quién me librará? "La gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" " (Sermón 154).
– Mc 6, 1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra. El propio Jesucristo que nos redimió como Hijo de Dios encarnado, fue signo de contradicción a causa de su humilde condición humana. Jesús responde al escepticismo del pueblo de Nazaret con un proverbio que refleja la verdad bien sabida de que la envidia y la familiaridad predisponen mal frente a una persona conocida. San Ambrosio habla de este odio y envidia:
" La envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo tiempo, ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien de la misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del Señor en su carne son la expresión de su divinidad, y "lo que es invisible en Él nos lo muestra por las cosas visibles" (Rm 1, 20).
" No sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su patria, a fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en nosotros poco estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a sus compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al amor de su patria... Y, sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los beneficios divinos -allí vivió treinta años-. Observa qué males acarrea el odio; a causa de su odio, esa patria es considera indigna de que Él, conciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la dignidad de que el Hijo de Dios morase en ella " (Tratado sobre San Lucas lib. IV, 46-47).
Los profetas vaticinaron como signo de los tiempos mesiánicos la alegría del espíritu. Esto aparece en la primera lectura, tomada de Isaías. En el Evangelio los 72 discípulos vienen alegres después de la misión que les confió Cristo entre los samaritanos. Pero a esa alegría no se llega sino a través de la cruz, como nos lo dice San Pablo en la segunda lectura.
A la luz del Evangelio es difícil pensar que tenga vida auténticamente cristiana quien, aun siendo fiel a sus deberes religiosos y morales, nunca se ha tomado en serio su vocación y su responsabilidad en el apostolado, con la palabra, con el propio comportamiento y con la oración.
– Is 66, 10-14: Yo haré derivar hacia ella como un río la paz. Frente a la religiosidad cerrada y racial del " Israel de la carne ", Dios anunció ya en los oráculos mesiánicos la universalidad salvífica de la Nueva Jerusalén, esto es, la Iglesia, y el gozo y la alegría de los que la aman y evangelizan.
El Dios del creyente es el Dios de la paz, como aparece en muchos pasajes del Antiguo Testamento y del Nuevo. Sus intervenciones entre los hombres son siempre portadoras de la paz. Con ese término se quiere resumir la situación del pleno bienestar en todos los órdenes de la vida humana desde lo más elemental para su propia subsistencia hasta los dones más preciados del orden sobrenatural: la justicia, el gozo, la alegría, el consuelo, el perdón, la misericordia y la gloria futura. San Beda dice:
" La verdadera y única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a este hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de la paz " (Homilía 12, Vigilia de Pentecostés).
También San Cirilo de Alejandría dice:
" Se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación del templo de la Iglesia, ya sea que su trabajo consiste en el oficio de catequistas y pregoneros de los sagrados misterios, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales de todo el edificio " (Comentario al profeta Ageo).
– Con el Salmo 65 proclamamos: " aclamad al Señor, tierra entera ". La Iglesia canta jubilosa al ver cumplidas en ella las promesas del Antiguo Testamento. Son muchas las actuaciones del Señor en su Iglesia durante veinte siglos de cristianismo. Así ha considerado este Salmo la tradición patrística: " Tocad en honor de su nombre, cantad himnos a u gloria; decid a Dios; ¡Qué temibles son tus obras! Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres... Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios que no rechazó mi súplica; ni me retiró su favor ".
– Ga 6, 14-18: Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La actuación del Apóstol ha sido valiente y en todo similar a la de Cristo, por eso se considera como un crucificado para el mundo y de modo especial para los judíos. De este modo se libra de las realidades mundanas, que tienen ante Dios un valor muy relativo. Sobre el valor de la cruz, comenta San Juan Crisóstomo:
" La realidad de la cruz parece algo vergonzoso, pero sólo en el mundo y entre los incrédulos, ya que en el cielo y entre los creyentes es una gloria y una gloria grandísima. Ser pobre, en efecto, parece algo vergonzoso, mas para nosotros es un motivo de gloria; ser despreciado es para muchos algo que provoca risa, nosotros, en cambio, nos gloriamos de ello. Para nosotros, efectivamente, la cruz es motivo de gloria...
" ¿Qué es la gloria de la cruz? Que Cristo tomó para mí la forma de siervo y cuanto sufrió lo sufrió por mí, un esclavo, un enemigo, un ingrato, y así fue su amor, hasta el punto de entregarse por mí. ¿Podría existir algo semejante? Si los siervos se sienten orgullosos porque sus amos, que tienen su misma naturaleza, los alaban, ¿cómo no hemos de gloriarnos cuando el Señor, el verdadero Dios, no se avergüenza de la cruz por amor nuestro?... Llevo en mi cuerpo las señales de Jesucristo. No dijo "tengo", sino "llevo", como el que se enorgullece por los trofeos o las insignias reales, aunque éstas, de nuevo, parezcan un motivo de deshonor. Sin embargo, èl se enorgullece de sus heridas y como los soldados condecorados, él se regocija en llevarlas " (Comentario a la Carta a los Gálatas 4).
– Lc 10, 1-12.17-20: Vuestra paz descansará sobre ellos. El camino de Jesús hacia los hombres pasa por los hombres. No son los cristianos meta del mundo; ellos son los preparadores del camino, los que ponen, sin imponer, ante los hombres, la Buena Nueva. San Ireneo explica esta mediación de la Iglesia en la transmisión del Evangelio:
" La única fe verdadera y vivificante es la que la Iglesia distribuye a sus hijos, habiéndola recibido de los apóstoles. Porque, en efecto, el Señor de todas las cosas confió a sus apóstoles el Evangelio, y por ellos llegamos nosotros al conocimiento de la verdad, esto es, de la doctrina del Hijo de Dios. A ellos dijo el Señor: "el que a vosotros oye a Mí me oye"... (Lc 10, 16). No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe (1Tm 3, 15) " (Contra las herejías 3, 1, 1-2).
Y San Agustín insiste:
" Nadie es docto si a la razón contradice; nadie es cristiano si rechaza las Escrituras; nadie es amigo de la paz, si lucha contra la Iglesia " (Tratado sobre la Santísima Trinidad 4, 6, 10).