Entrada: " Dios vive en su santa morada; Dios, que prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo " (Sal 67, 6-7.36). Dios nos recibe siempre en su Casa: la iglesia catedral, parroquial, monástica. Le adoramos en su santa morada, en la asamblea litúrgica.
Colecta (del Misal anterior, antes del Gregoriano, ahora retocada con textos del Veronense): " ¡Oh Dios!, protector de los que en ti esperan; sin ti nada es fuerte ni santo. Multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para que, bajo tu mano providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos ".
Ofrendas (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada ahora con textos del Gelasiano y del sacramentario de Bérgamo): " Recibe, Señor, las ofrendas que podemos presentar gracias a tu generosidad, para que estos santos misterios, donde tu Espíritu actúa eficazmente, santifiquen los días de nuestra vida y nos conduzcan a las alegrías eternas ".
Comunión: " Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios " (Sal 102, 2); o bien: " Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios " (Mt 5, 7-8).
Postcomunión (tomada del propio de los dominicos): " Hemos recibido, Señor, este sacramento, memorial perpetuo de la pasión de tu Hijo; concédenos que este don de su amor inefable nos aproveche para la salvación ".
Parábola del tesoro escondido. Todo se sacrifica a fin de conseguirlo. Nada supera a la Sabiduría que procede de Dios. San Pablo nos inculca el plan de Dios sobre nosotros que no es otro que el amor que Dios nos tiene y quiere que reproduzcamos en nosotros la imagen de su Hijo bien amado para compartir su gloria.
Sólo así es posible entrar en el Reino de Dios y aquí en la tierra. Esto nos prepara, a su vez, para la santidad de vida y para la liberación y santificación consumada en la eternidad.
Dichosos los que por la oración y disponibilidad humilde saben descubrir en el tiempo las posibilidades de la eternidad bienaventurada que nos ofrece el misterio de Cristo, revelación de la plenitud de la Sabiduría divina.
– 1R 3, 5.7-12: Pediste discernimiento. Salomón es en la historia de la salvación un símbolo típico de la exaltación de la sabiduría como actitud religiosa, como don gratuito y como responsabilidad bienhechora entre los hombres.
El don del juicio a Salomón señala un momento importante en la historia del movimiento sapiencial de Israel. El carisma consiste en una especial prerrogativa del soberano para gobernar al pueblo con rectitud, en el contexto no de una justicia humana, sino en el de la elección de Israel y de la fidelidad a la Alianza, es decir, en un sentido religioso y mesiánico. Esto es un carisma concedido de lo alto para bien del pueblo, un don del Espíritu que ha aparecido en otros personajes como Moisés y, sobre todo, aparecerá en el Rey-Mesías.
Las inevitables deficiencias de varios reyes de Israel en el gobierno, en la administración de la justicia y en la fidelidad a la Alianza, conducirá a una espera cada vez más apremiante del futuro Rey ideal, el que sólo ejercerá plena y perfectamente la justicia, sueño de todos los hombres. Esto sucederá en el Nuevo Testamento, más aún será propio del Mesías " la justicia de Dios " (Jr 23, 5): Cristo, más que Salomón (Mt 12, 42).
– Unos versos del Salmo 118 nos ofrecen materia de reflexión y meditación, como Salmo responsorial: " ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Mi porción es el Señor, he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos del Señor que miles de monedas de oro y plata. Que tu voluntad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo; cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias será tu voluntad. Yo amo tus mandatos, más que el oro purísimo; por eso aprecio tus decretos, y detesto el camino de la mentira. Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes ".
– Rm 8, 28-30: Nos predestinó a ser imagen de su Hijo. La sabiduría salvífica de Dios ha culminado su revelación en Cristo. Y nos ofrece el don de descubrir en Él la Sabiduría divina que nos ilumina y santifica. Su Corazón es el diseño perfecto que nos ha trazado el Padre.
Es conocida la distinción evangélica de " llamados " y " elegidos " (Mt 22, 14). Los israelitas estaban todos llamados al Reino, pero no todos fueron elegidos, es decir, miembros efectivos del Reino de Dios. El Apóstol insiste aquí en el don inefable de la vocación divina, pero esto no excluye la responsabilidad de la colaboración activa y total al don de Dios. Comenta San Agustín:
" Me dirá alguno: Entonces no obramos nosotros, sino que otro obra en nosotros. Le respondo: Es más acertado decir que obras tú y que otro obra en ti; y sólo obras bien cuando actúa en ti el que es bueno. El Espíritu de Dios que obra en ti, te ayuda cuando obras tú. Su mismo apelativo de auxiliador te indica que también tú haces algo. Reconoce lo que pides, reconoce lo que proclamas cuando dices: "sé mi auxiliador, no me abandones" (Sal 26, 9). Invocas ciertamente a Dios como auxiliador, pero nadie recibe ayuda si él nada hace. Quienes son movidos por el Espíritu de Dios, dice, esos son hijos de Dios; movidos no por la letra, sino por el Espíritu, no por la ley que ordena, amenaza y promete, sino por el Espíritu que exhorta, ilumina y ayuda. "Sabemos, dice el Apóstol, que todo coopera para el bien de los que aman a Dios" (Rm 8, 28). Si tú no hicieres nada, él no sería tu colaborador " (Sermón 156, 11).
– Mt 13, 44-52: Vende todo lo que tiene y compra el campo. La genuina sabiduría evangélica consiste en la apertura humilde y decidida a la gracia divina y a los dones salvíficos que el Padre nos ofrece amorosamente en Cristo y que transforman nuestras vidas. El anuncio del Reino de Dios es el punto principal del mensaje de Cristo (Mc 1, 15) realidad o una situación espiritual, en la cual el hombre reconoce, en espíritu de amor y de temor filial, la soberanía o el primado absoluto de Dios y cumple lo más perfectamente posible su Voluntad (Mt 6, 10). San Jerónimo explica:
" Este tesoro en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3), es el Verbo de Dios que parece escondido en la carne de Cristo, o bien las sagradas Escrituras en las que está guardado el conocimiento del Salvador. Cuando alguien lo descubre en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este mundo para poder poseer a aquel a quien ha encontrado. Lo que sigue: el hombre que lo encuentra, lo vuelve a esconder, no significa que lo hace por maldad sino por temor y como no quiere perder ese bien, esconde en su corazón el tesoro que ha preferido a sus antiguas riquezas " (Comentario al Evangelio de San Mateo 44).
" Las perlas finas que busca el mercader son la ley y los profetas, el conocimiento del Antiguo Testamento. Pero hay una perla única, la más valiosa: el conocimiento del Salvador, el misterio de su pasión, el secreto de su resurrección. Cuando un mercader la encuentra, como el Apóstol Pablo, desprecia todos los misterios de la ley y de los profetas y las antiguas observancias en las que vivía irreprochablemente; las considera como inmundicias y basura, para ganar a Cristo (Flp 3, 8). No es que el descubrimiento de la nueva perla sea condenación de las perlas antiguas, sino que en comparación con aquélla, todas las otras joyas son menos valiosas " (ib. 45, 46).
Con este domingo la liturgia comienza a presentarnos un tema centralísimo en el cristianismo: la sagrada Eucaristía, según el capítulo sexto del Evangelio de San Juan.
El discurso eucarístico de Cafarnaún desarrollado y meditado en estos domingos, nos irá actualizando las inmensas riquezas del acontecimiento eucarístico, que, como ha expresado el Concilio Vaticano II en varios de sus documentos es " el centro y culmen, raíz y fuente " de toda la vida de la Iglesia, de su propia actividad y de la vida y autenticidad cristiana.
Necesitamos mucho insistir en todo lo que es la Eucaristía en la vida cristiana y actuar en consecuencia en su triple aspecto: Sacramento-Sacrificio; Sacramento-Presencia y Sacramento-Comunión, según expresión del Papa Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor Hominis.
– 2R 4, 42-44: Comerán y sobrará. El Antiguo Testamento, aún con sus sombras, nos adelantó proféticamente las realidades del Nuevo y proclamó la salvación definitiva en Cristo, Mesías y Profeta, en la plenitud de los tiempos.
Los prodigios que Dios obraba por medio de sus siervos los profetas tenían por misión autentificar la palabra predicada por ellos, de modo que el pueblo tuviese garantía de su origen divino.
Dios sigue obrando en su Iglesia maravillas. Hemos de reconocerlo y utilizarlo para profundizar más y más en la fe y hacer que los demás crean en el mensaje divino. Pero esto será difícil si nuestra vida no se conforma con ese mensaje, no obstante los prodigios que Dios hace constantemente en medio de nosotros.
– El Salmo 144 nos ofrece unos textos de meditación relacionados con la lectura anterior: " Abres tú la mano, Señor y sacias de favores a todo viviente. Los ojos de todos están fijos en el Señor y Él les da la comida a su tiempo... Está cerca de los que lo invocan sinceramente ". El Señor es fiel y providente, levanta a los que caen y suministra a las criaturas lo necesario para vivir.
– Ef 4, 1-6: Un solo cuerpo, una fe, un solo bautismo. En el Corazón de Cristo se consuma el designio de unidad entre todos los hombres. Un único Padre que nos ama en su único Hijo y que nos hace a todos participar en su único Espíritu.
En la Iglesia no debe existir ningún elemento discriminatorio ni en los que vienen del judaísmo, ni en los que vienen de la gentilidad. Lo que todos han de hacer es poner su esperanza en la salvación a la cual todos han sido llamados por Dios. Sobre la unidad, exhorta San Cipriano:
" El que abandona esta cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia, ¿puede creer que está todavía en la Iglesia? El que se rebela contra la Iglesia y se opone a ella, ¿puede pensar que está en ella? El mismo Apóstol Pablo enseña idéntica doctrina declarando el misterio de la unidad con estas palabras: "un solo cuerpo y un solo espíritu, una sola esperanza en vuestra vocación" (Ef 4, 4)... Esta unidad hemos de mantener y vindicar particularmente aquellos que estamos al frente de la Iglesia como obispos, mostrando con ello que el mismo episcopado es uno e indiviso.
" Nadie engañe a los hermanos con falsedades; nadie corrompa la verdad de nuestra fe con desleal prevaricación: el episcopado es uno y cada uno de los que lo ostentan tienen una parte de un todo sólido. La Iglesia es una, aunque al crecer por su fecundidad se extienda hasta formar una pluralidad. El sol tiene muchos rayos, pero su luz es una; muchas son las ramas de un árbol, pero uno es el tronco, bien fundado sobre sólidas raíces; muchos son los arroyos que fluyen de la fuente, pero aunque la abundancia del caudal parezca difundirse en pluralidad, se mantiene la unidad en el origen " (Sobre la unidad de la Iglesia,4-7).
– Jn 6, 1-15: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron. De este hecho histórico procedió el llamado sermón eucarístico de Cafarnaún. El " hecho eucarístico " es, en la Iglesia, la verdadera multiplicación del Pan de vida (Jn 6, 35-48), que nos alimenta para la unidad con la propia vida de Cristo, el hijo de Dios vivo.
De este milagro, ampliamente comentado por los Santos Padres, se deducen muchas consecuencias: debemos servir a todos en su totalidad existencial, en lo que pertenece a su alma y a su cuerpo, a sus problemas temporales y eternos. Hemos de actuar evangélicamente con sentido preciso de las necesidades de este mundo, como toda la historia de la Iglesia nos lo muestra desde los tiempos apostólicos, en los que " todos tenían un solo corazón y una sola alma ". Comenta San Agustín:
" Gran milagro es hartar con cinco panes y dos peces a cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, a fe; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en el Hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena los trojes? Pero como este portento se renueva todos los años a nadie le sorprende... Al hacer estas cosas hablaba el Señor a los entendimientos no tanto con palabras como por medio de sus obras " (Sermón 130).
El relato evangélico de la multiplicación de los panes y de los peces tiene, en su contexto y en la intención pedagógica del Maestro, un fuerte trasfondo mesiánico-eucarístico. Jesús intenta poner en evidencia sus poderes teándricos y su Señorío mesiánico trascendente para promover la fe. Trata de disponer las inteligencias al anuncio eucarístico-pascual. Aun literariamente, el relato histórico del acontecimiento es consignado por los cuatro evangelistas con módulos y lenguaje litúrgicos, que reflejan la tradición eucarística ya existente en las primitivas comunidades (1Co 11, 17s.). Iluminados por la Palabra de Dios y vivificados con su Eucaristía testifiquemos en nuestra vida cotidiana nuestra identidad evangélica entre todos los hombres, si no queremos frustrar todo lo que Dios ha obrado en nosotros por su liturgia eucarística plenamente vivida.
Se nos exponen vivamente en la primera y tercera lecturas la fuerza de la oración. Así lo muestra el diálogo de Abrahán con Dios y la parábola del amigo inoportuno. San Pablo nos recuerda que, por obra del bautismo, hemos muerto y resucitado con Él. Por su sacrificio en la cruz Cristo nos ha merecido el perdón de los pecados y nos ha hecho compartir su vida.
Para la existencia cristiana la oración no es un adorno convencional, sino una necesidad profunda y el primer signo de una vida real de fe, esperanza y caridad. La oración dialogante con el Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo, es siempre la vivencia más espontánea de la fe cristiana, un ejercicio de la virtud de la esperanza y el primer acto de la caridad.
– Gn 18, 2-32: No se enfade mi señor si sigo hablando. Como Padre de los creyentes, Abrahán aparece también en la historia de la salvación como criatura abierta al coloquio con Dios y en actitud mediadora.
Todo es impresionante en este diálogo, pero de modo especial la condescendencia y la misericordia de Dios. Se acomodó a lo que Abrahán le pide. Fue lástima que Abrahán no descendiera más. Se quedó en diez justos. No los había. Pero, ¿y si hubiera pedido dos o un justo? Posiblemente Dios hubiera accedido. Hay pasajes escriturísticos que lo sugieren. Antes el pecado de uno bastaba para el castigo de muchos. Ahora la justicia e inocencia de pocos es suficiente para atraer la misericordia divina. Más aún la de uno solo (Jr 5, 1). San Agustín enseña:
" No seamos prontos para las disputas y perezosos y tardos para las oraciones. Oremos, mis muy amados hermanos, oremos para que Dios dé su gracia a nuestros enemigos y, sobre todo, a nuestros hermanos y a los que nos aman, para comprender y confesar que, después de la tremenda e inefable ruina por la que todos en uno caímos, nadie puede ser libre sino por la gracia de Dios, y que ésta no se da como debida a los méritos de los que la reciben, sino como verdadera gracia, gratuitamente, sin mérito alguno precedente " (Del don de la perseverancia 24, 66).
– Como Salmo responsorial se han escogido algunos versos del Salmo 137: " Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste... El Señor se fija en el humilde... conserva la vida en los peligros... su derecha nos salva... completará sus favores, porque su misericordia es eterna y no abandona la obra de sus manos ".
– Col 2, 12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándoles todos los pecados. Por el bautismo se nos ha dado la existencia cristiana, con el derecho filial a la oración, a la amistad y al diálogo de intimidad con el Padre. Se trata ahora, en la práctica reflejar que estas dos realidades, bautismo y fe son indisolubles: el bautismo sin fe nos une al misterio de Cristo; la fe sin bautismo es una realidad incompleta. Dice San Ambrosio:
" Es evidente que, en el que es bautizado, está crucificado el Hijo de Dios, porque nuestra carne no podía estar libre de pecado si no estuviera crucificada en Cristo Jesús (Rm 6, 3 y Rm 6, 5-6), y a los Colosenses: sepultados con Él en el bautismo... (Col 2, 14), porque Él solo puede perdonar nuestros pecados. Él es quien triunfa en nosotros de los principados y de las potestades (Col 2, 15) " (Tratado de la Penitencia 2, 2, 9).
– Lc 11, 1-13: Pedid y se os dará. El Corazón de Cristo Jesús, el Hijo muy amado del Padre, nos reveló la Paternidad entrañable de Dios. Nos ha hecho participar de su propia filiación divina (Ga 4, 4) y nos ha enseñado el secreto de la verdadera oración. San Ambrosio explica:
" Este es el pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de orar en cada momento, no sólo de Día, sino también de noche; en efecto, ves que éste que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en la demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide. Pero, ¿qué significan estos tres panes? ¿acaso no son una figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor, tu Dios, conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en provecho tuyo, sino también en favor de los demás. Pues, ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que entregó su cuerpo por nosotros? " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas 87).