Entrada: " Piensa, Señor, en tu alianza, no olvides sin remedio la vida de los pobres. Levántate, oh Dios, defiende tu causa, no olvides las voces de los que acuden a ti " (Sal 73, 20.19.22-23).
Colecta (del sacramentario de Bérgamo): " Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida ".
Ofertorio (del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): " Acepta, Señor, los dones que has dado a tu Iglesia para que pueda ofrecértelos, y transfórmalos en sacramento de nuestra salvación ".
Comunión: " Glorifica al Señor, Jerusalén, que te sacia con flor de harina " (Sal 147, 12.14); o bien: " El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo, dice el Señor " (Jn 6, 52).
Postcomunión (del Misal anterior, antes del Gregoriano, retocada con texto del sacramentario de Bérgamo): " La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor, y nos afiance en la luz de tu verdad ".
Se subraya en este Domingo la presencia de Dios, que actúa en medio de los hombres. Esa presencia divina culminó en la encarnación del Verbo, el Emmanuel, Dios con nosotros. Solo con una conciencia viva y constantemente renovada de esta presencia personal divina, el cristiano puede conjurar el mayor riesgo que amenaza al hombre en su paso por la vida: el vacío o la ignorancia de Dios en su quehacer de cada día. Solo la cercanía de Dios, amorosamente vivida en el misterio de Cristo, puede dar trascendencia a nuestra existencia temporal en ruta hacia la eternidad.
El pavor de los discípulos de Jesús al verle andar sobre las aguas del mar es similar al del profeta Elías, en la primera lectura, cuando se encontró con el Señor en el monte santo. San Pablo explica que el pueblo judío, aunque oficialmente no acogió el mensaje de Cristo, es el pueblo que recibió de Dios las promesas y en su seno nació Cristo. Al final de la historia, Israel entrará por la fe en Cristo en el Reino de Dios (cf. Rm 11, 5.12.26; Catecismo 674).
– 1R 19, 9.11-13: Aguarda al Señor en el monte. Elías, el varón de Dios, en medio de hombres idólatras e increyentes, encarna la semblanza del hombre que busca conscientemente la presencia de Dios y su intimidad amorosa, con humilde y profunda sinceridad. Dios es trascendente: no se encuentra en los elementos de la naturaleza ni en las potencias de la historia, sino más allá del ser. Dios es fiel. No abandona a sí mismo a Elías, cuando todo parece perdido y toda esperanza desaparecida. En el mismo lugar en que se manifestó a Moisés, muestra ahora su continuidad en las promesas y la indefectible estabilidad de sus intenciones. Se da a Elías una misión y una nueva fuerza. Dios sigue actuando en la Iglesia con su poder y sus dones de santificación por medio de los sacramentos instituidos por Cristo y con su asistencia peculiar, con una providencia especial en muchos órdenes. San Jerónimo dice:
" Por eso, de pie, como Elías en el hueco de la peña, podían pasar por el ojo de la aguja (1R 19, 1 ss) y contemplar el dorso del Señor. Nosotros en cambio nos abrasamos de avaricia, y mientras hablamos contra el dinero abrimos el seno al oro y nada nos parece bastante... Obramos así porque no creemos en las palabras del Señor. Y porque la edad que soñamos nos halaga a todos no con la proximidad de la muerte, que por ley de la naturaleza es lo propio de los mortales, sino con la vana esperanza de una larga serie de años " (Carta 125, 14, a Geruquia).
– Sigue la misma idea en el Salmo 84: " Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación... Dios anuncia la paz, la salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra... ". La salvación de Cristo está cerca de los que lo temen. Viviendo según la verdad en la caridad, procuremos en todo caso crecer en Él, que es la Cabeza del Cuerpo Místico. " Sed luz en el Señor, el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad " (Ef 5, 8-9).
– Rm 9, 1-5: Quisiera ser un proscrito en bien de mis hermanos. Jesús, Hijo de Dios encarnado entre los hombres, fue para su propio pueblo el gran desconocido. Este hecho constituyó la más profunda tragedia para el Pueblo de Dios en la historia de la salvación. San Juan Crisóstomo anima al seguimiento de Dios:
" Acaso te parezca por encima de tus fuerzas el imitar a Dios. A la verdad, para quien vive vigilante, ello no es difícil. Pero en fin, si te parece superior a tus fuerzas, yo te pondré ejemplos de hombres como tú. Ahí tienes a José, ahí tienes a Moisés, ahí tienes a Pablo que, no obstante no poder contar cuánto sufrió de parte de los judíos, aún pedía ser anatema por su salvación (Rm 9, 3)... Considerando nosotros estos ejemplos, desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados " (Homilía 61, 5, sobre San Mateo).
– Mt 14, 22-33: Mándame ir a Ti andando sobre las aguas. El Corazón de Jesucristo, presencia viviente y cercanía plena de Dios en medio de los suyos, es siempre la garantía definitiva de salvación para los hombres. Comenta San Agustín:
" Y el Señor dijo: "ven". Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro, sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pedro, o en Pablo, o en cualquier otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor... Pedro caminó sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podía hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podía.
" Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes, para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser fuertes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza... Contemplad el siglo como un mar, lo que cae bajo tus pies. Si amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero, cuando tu corazón fluctúa invoca la divinidad de Cristo... Dí: "¡Señor, perezco, sálvame!". Dí: "perezco", para que no perezcas. Porque solo te libra de la carne quien murió por ti en la carne " (Sermón 76, 5-6).
Iluminados por Dios y vinculados en intimidad con el Corazón de Jesucristo, hemos de tener siempre firme fe en Cristo, nuestra verdadera fortaleza en todas las dificultades de la vida.
Jesús se nos da como pan de vida en la fe, y sobre todo en la Eucaristía, simbolizada en el pan que alimentó a Elías en el desierto. En la medida en que seamos verdaderos cristianos nos comportaremos como hombres auténticos con todas sus virtudes.
Toda la vida del cristiano es un peregrinar irreversible con vocación de eternidad. Es un " éxodo " permanente que consumará, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el designio de Dios de trasladarnos al Reino del Hijo de su Amor. El Pan de vida que necesitamos en esta peregrinación es la Eucaristía.
– 1R 19, 4-8: Con la fuerza de aquel alimento caminó hasta el monte del Señor. Mientras vivimos en el tiempo, nuestra existencia cristiana es una ardua peregrinación hacia la eternidad. Como Elías, camino del Sinaí, nuestra debilidad necesita del alimento eucarístico. San Jerónimo explica:
" Cuando Elías, que iba huyendo de Jezabel, se echó cansado bajo una encina, fue despertado por un ángel que llega hasta él y le dice: "Levántate y come". Y alzó los ojos y vio a su cabecera una hogaza de trigo y un vaso de agua (1R 19, 5-6). ¿No podía Dios mandarle vino oloroso y comidas condimentadas con aceite y carnes picadas?... Son innumerables los textos dispersos en las Escrituras divinas que condenan la gula y proponen comidas sencillas; pero como no es mi intención tratar ahora de los ayunos, por otra parte todas estas cosas pertenecen a título y libro especial, baste lo poco que he dicho de entre lo mucho que se podría decir " (Carta 20, 9, a Eustoquia).
– Los versos del Salmo 33 nos sirven de oportuno responsorio: " Gustad y ved qué bueno es el Señor: Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Mi alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren... Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias ".
Dice San Agustín que en este Salmo es Cristo mismo el que invita a todos los hombres a alabar al Padre juntamente con Él y nos enseña el santo temor de Dios. El estribillo ha sido interpretado en la tradición cristiana como referido a la Eucaristía, de hecho se ha escogido muchas veces para antífona de la Comunión.
– Ef 4, 30-5, 2: Vivid en el amor como Cristo. Ante el Padre, el Corazón redentor de Cristo es quien nos da la vida y el amor que nos hacen dignos del Padre y el que nos lleva por su Espíritu vivificante. Comenta San Agustín:
" El Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros. Él no opuso resistencia, sino que lo quiso igualmente, puesto que la voluntad del Padre y del Hijo es una, conforme a la igualdad de la forma divina, poseyendo la cual, no consideró objeto de rapiña el ser igual a Dios. Al mismo tiempo, su obediencia fue única en cuanto que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Pues Él nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros como oblación y víctima a Dios en olor de suavidad (Ef 5, 2). Así pues, el Padre no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros, pero de forma que también el Hijo se entregó por nosotros.
" Fue entregado el Excelso, por quien fueron hechas todas las cosas; fue entregado en su forma de siervo al oprobio de los hombres y al desprecio de la plebe; fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su Pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él " (Sermón 157, 2-3).
Por medio del bautismo el fiel ha sido insertado en Cristo, viniendo a ser un solo cuerpo, animado por un solo Espíritu que es fuente de gozo y motivo de esperanza para la gloria futura, viviendo en el Amor y siguiendo a Cristo en su entrega para gloria de Dios y salvación de los hombres.
– Jn 6, 41-51: Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Cristo, el Hijo de Dios vivo, encarnado en nuestra propia carne y sangre, para hacer a los hombres hijos de Dios, se nos ha convertido en Sacramento de Pan de vida al alcance de todos los hombres. San Agustín dice:
" Pan vivo precisamente, porque descendió del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era la sombra, éste es la verdad... ¿Cuándo iba la carne a ser capaz de comprender esto de llamar al pan carne? Se da el nombre de carne a lo que la carne no entiende; y tanto menos comprende la carne, porque se llama carne. Esto fue lo que les horrorizó y dijeron que esto era demasiado y que no podía ser. Mi carne, dice, es la vida del mundo. Los fieles conocen el cuerpo de Cristo si no desdeñan ser el cuerpo de Cristo. Que lleguen a ser cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de Cristo. Del Espíritu de Cristo solamente vive el cuerpo de Cristo.... Mi cuerpo recibe ciertamente de mi espíritu la vida. ¿Quieres tú recibir la vida del Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo... El mismo Cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo.
" De aquí que el Apóstol Pablo nos hable de este Pan, diciendo: Somos muchos un solo Pan, un solo Cuerpo. ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de unidad, y qué vínculo de caridad!. Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este Cuerpo, para que tenga participación de su vida " (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26, 13).
Vigilar siempre, como los criados que aguardan a su Señor. El " paso " del Señor en la noche para librar a su pueblo y de noche salió del sepulcro Cristo Jesús. En todo momento necesitamos la fe, como lo expone el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura.
Todas las lecturas de este Domingo nos ofrecen una meditación seria y serena sobre el problema de nuestra salvación eterna. Es una invitación a hacer una revisión de vida.
– Sb 18, 6-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a Ti. La noche de la liberación de Egipto y la primera celebración del sacrificio pascual fueron para los israelitas el memorial permanente del amor de Dios, que los puso en camino de salvación.
El pueblo de Dios pasa la noche en vigilia esperando el doble acontecimiento: su salvación y el castigo de sus enemigos. Yahvé con el mismo gesto castiga a los enemigos y salva a los israelitas, haciendo de ellos un pueblo consagrado a su servicio y a su culto. La liberación de Israel es el acto de su glorificación ante las naciones y antes la historia. Su destino al culto del Dios verdadero es su gran vocación.
El culto de Israel comenzó en aquella noche. El hombre, a través de la sabiduría, de la ley y de la fe, es llamado a entrar en comunión con Dios. Ahí está su éxito, su felicidad, su prosperidad; fuera de esto están la ruina y la muerte.
– Por eso cantamos como responsorial el Salmo 32, en el que se invita a los justos a alabar al Señor: " La misericordia de Dios es justicia y derecho, porque todas sus obras son verdad y sinceridad ". Pero el derecho y la justicia son en Él misericordia, porque en todas sus obras busca con amor la autenticidad y la verdad de nuestro ser. Si el creyente de todos los tiempos tiene motivo para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa misma Palabra se ha hecho hombre (Jn 1, 14), para realizar los proyectos del Corazón de Dios: la redención.
– Hb 11, 1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. La verdadera salvación se realiza en nosotros por la fe en Cristo, nuestra Pascua (1Co 5, 7) y por la esperanza que nos mantiene fieles a los designios de salvación que el Padre nos ofrece. Comenta San Agustín con gran belleza:
" Es la fe anticipo para los que esperan, prueba de las cosas que no se ven " (Hb 11, 1). Si no se ven, ¿cómo persuadirles de su existencia? Y ¿de dónde procede lo que ves sino de un principio invisible? Si, en efecto, tú ves algo para llegar por ahí a creer en algo; la fe en lo invisible se apoya en lo que vemos. No seas desagradecido a quien te dio los ojos, por donde puedes llegar a creer lo que todavía no ves. Dios te puso en la cara los ojos y la razón en el alma; despierta esa razón, despierta al que mora dentro de tus ojos, asómate a esas ventanas y mira por ellas la creación divina. Porque alguien hay que mira por los ojos. ¿No te sucede alguna vez que, ocupado ese que mora dentro de ti en otros pensamientos, no ves lo que tienes delante de los ojos? En vano están de par en par las ventanas si está ausente quien por ellas mira.
" No son, pues, los ojos quienes ven, sino que alguien ve por los ojos; levántale, despiértale. No, no te fue rehusado; hízote Dios animal racional, te antepuso a las bestias, te formó a su imagen. ¡Qué! Esos tus ojos, ¿no van a servirte para ver de hallar, como los animales, cebo para el vientre y nada para la mente? Levanta, pues, la mirada de la razón, usa de los ojos cual hombre, ponlos en el cielo y en la tierra: en las bellezas del firmamento, en la fecundidad del suelo, en el volar de las aves, en el nadar de los peces, en la vitalidad de las semillas, en la ordenada sucesión de los tiempos; pon los ojos en las hechuras y busca al Hacedor; mira lo que ves, y sube por ahí al que no ves " (Sermón 126, 3).
– Lc 12, 32-38: Estad preparados. Mientras vivimos en el cuerpo, vamos peregrinando lejos del Señor y caminamos en la fe " (2Co 5, 6), por ello, el desprendimiento de los bienes perecederos, el corazón fijo en la alegría de la salvación y la vigilancia en estado de alerta permanente constituyen las actitudes de la esperanza constante del cristiano. Comenta San Agustín:
" Tenéis también la advertencia clarísima del Señor que dice: "tened la cintura ceñida y las lámparas encendidas, y sed como siervos que esperan a su señor" (Lc 12, 35-36). Estemos a la espera de su llegada; no nos encuentre adormilados. Vergonzoso es para una mujer casada no desear el retorno de su marido. ¡Cuánto más vergonzoso para la Iglesia no desear el de Cristo!... Ha de venir el Esposo de la Iglesia a traer los abrazos eternos, a hacer sus herederos para siempre consigo, ¡y nosotros vivimos de tal manera que no solo no deseamos su venida, sino que hasta la tememos! ¡Cuán verdad es que ha de llegar aquel día, como en los tiempos de Noé! ¡A cuántos ha de hallar así, incluso entre los que se llaman cristianos! " (Sermón 361, 19).
El misterio de nuestra salvación es, a diario, problema real para nuestra autenticidad cristiana, vivida no solo en el templo o en el altar, sino en cada momento de nuestra vida y de nuestra conducta ante Dios, ante los hombres y ante nuestra propia conciencia.