Entrada: "Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo" (Salmo 118, 137.124). Somos hijos de Dios. Él mira con bondad a los que ama por Cristo en quien creemos.
Colecta (del Gelasiano y del Gregoriano): "Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre, y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna".
Ofertorio (del Veronense): "¡Oh Dios!, fuente de la paz y del amor sincero, concédenos glorificarte por estas ofrendas y unirnos fielmente a ti por la participación en esta eucaristía".
Comunión: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 41, 2-3); o bien: "Yo soy la luz del mundo -dice el Señor-. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
Postcomunión (Oración inspirada en el Misal de París de 1738): "Con tu palabra, Señor, y con tu pan del cielo, alimentas y vivificas a tus fieles; concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal modo que merezcamos participar siempre de su vida divina".
La corrección fraterna es una gran forma de caridad, a esto alude también la lectura primera, tomada del profeta Ezequiel. San Pablo nos exhorta a observar la ley suprema del amor.
El misterio de la Iglesia de Cristo, en cuanto comunidad fraterna, impone a todos sus miembros actitudes de celo apostólico por la salvación de todos los hombres, ya que se alimenta de la Eucaristía, sacramento de unidad y de amor. El amor a Cristo nos lleva al amor a los hermanos y viceversa.
– Ez 3, 7-9: Si no hablas al malvado te pediré cuenta de su sangre. Testigo del amor de Dios, el creyente debe ayudar también a su hermano en su reconciliación con el Padre. Escribe San Gregorio Magno:
"Mas es de notar por cuán contumaz es tenido aquel cuya contumacia tan frecuentemente se repite. Luego el pecador debe ser reprendido y jamás temido; debería, sí, ser temido el hombre, si él mismo, en cuanto hombre, temiera al autor de todo; pero quien no usa de la razón para temer a Dios, tanto menos debe ser temido en nada cuanto él es menor en lo que debe ser... Hay que mirar atentamente y con cuidado lo que el Señor dice al profeta: que primero oiga sus palabras y que después hable. Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros" (Homilías sobre Ezequiel 1, 10).
– El Salmo 94 nos ayuda a meditar la lectura anterior: "Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón". La voz del Señor es la corrección fraterna que hemos de recibir con alegría, plena disponibilidad y agradecimiento.
– Rm 13, 8-10: La plenitud de la Ley es el amor. La trascendencia de la caridad evangélica es tal que hace al cristiano responsable de la gloria de Dios y de la salvación de los hermanos por encima de cualquier otra urgencia religiosa o legalista. Comenta San Agustín:
"Solo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la Cruz de Cristo; respondan todos: Amén; canten todos: Aleluya; bautícense todos, frecuenten la iglesia, apíñense en las basílicas. No se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo, si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de Él. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras, si te falta solo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. Si no tienes otras cosas, ten ésta, y cumplirás la Ley. "Quien ama a su prójimo cumple la Ley", dice el Apóstol. Y también: "El pleno cumplimiento de la Ley es la caridad"(Rm 13, 8.10)" (Exposición de la Carta a los Romanos 5, 7).
– Mt 18, 15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La búsqueda evangélica de la persona humana, para salvarla y redimirla, fue la clave de la misión personal del Corazón de Jesucristo y su entrega amorosa. Así comenta este pasaje San Agustín:
"Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado... ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... Hazlo por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo ganas, no haciéndolo pierdes... Que nadie desprecie el pecado contra el hermano... Precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo. ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?" (Sermón 82).
En medio del mundo nos espera la responsabilidad de hacer el bien, venciendo el mal con sobreabundancia de amor. Procuremos la salvación de todos.
La muchedumbre se admira de los milagros de Jesús. Ya Isaías profetizó las maravillas que haría el Mesías (lecturas primera y tercera). Santiago exalta las atenciones hechas a los pobres (segunda lectura). Frente a las miserias y los derrotismos humanos, el Corazón de Jesucristo es siempre la garantía de nuestra vida y la prueba permanente de que el Padre nos ama.
– Is 35, 4-7: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará. En los días mesiánicos la cercanía bienhechora de Dios se manifestará en la rehabilitación de los indigentes: abriendo los oídos a los sordos y devolviendo la palabra a los mudos. Esto se realiza espiritualmente en el rito del Bautismo. San Jerónimo enseña:
"La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio (Jn 5, 22), y dará a cada uno según sus obras... Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Lc 7, 22), también se cumple entre las gentes cuando los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la Luz de la Verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de la Escritura, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor.
"Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales" (Comentario sobre el profeta Isaías 35, 3-6).
– Con el Salmo 145 alabamos al Señor que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... Con gran gozo espiritual gritamos: "El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión (Iglesia, alma cristiana), de edad en edad".
– St 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino? La verdadera humildad religiosa, basada en la conciencia de la propia indigencia, constituye para el auténtico creyente el mejor aval de su esperanzado optimismo ante el Padre y de su amor real a todos los hermanos.
Se puede afirmar que el tema de la pobreza bíblica atraviesa todo el Nuevo Testamento. Es como el fondo de la predicación evangélica. Recordemos la escena en la sinagoga de Nazaret, cuando el Señor leyó el pasaje de Isaías: "… me ha enviado para evangelizar a los pobres…" (Lc 4, 18). San Agustín escribe a San Jerónimo:
"Pienso que en cuanto a la acepción de personas, no se ha de considerar pecado leve pensar que se tiene la fe de nuestro Señor Jesucristo y aplicar a los honores eclesiásticos aquella diferencia entre sentarse y quedarse de pie. ¿Quién puede comprender que se elija a un rico para una sede de honor en la iglesia en detrimento de un pobre más instruido y más santo? Pues, si se trata de las asambleas corrientes, ¿quién no peca -si es que se peca- juzgando dentro de sí mismo que uno es tanto mejor cuanto es considerado más rico? Eso parece indicar el pasaje de St 2, 4" (Carta 132, 18).
– Mc 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. La apertura humilde a la voz del Padre y el derecho a la oración o al diálogo filial con Él son, en nosotros, dones divinos, recibidos de Dios a través de su Hijo Redentor y Mediador. San Gregorio Magno dice:
"Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos, cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el Evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: "presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano" e indica el orden de esta curación cuando añade: "le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua" (Mc 7, 32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor, sino los dones del Espíritu Santo?... Pero, ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es Él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar" (Homilías sobre Ezequiel 1, 10).
Renunciar a todo para seguir a Cristo. Por eso hemos de buscar las intenciones de Dios sobre nosotros, de este modo podemos organizar nuestra vida, para corresponder a lo que Dios exige de nosotros (lecturas primera y tercera). En la segunda lectura vemos el cariño y la comprensión con respecto a un esclavo que se había fugado.
Se nos invita en este Domingo a una meditación profunda sobre el sentido de nuestra existencia en medio del mundo y sobre la necesidad de alcanzar la maduración necesaria para vivir permanentemente nuestra fidelidad a Cristo en medio de las criaturas.
– Sb 9, 13-19: ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los planes de Dios sobre nuestra vida no siempre son coincidentes con nuestros planes y proyectos humanos. La fidelidad filial a la Voluntad de Dios sólo es posible en la medida en que, con humildad y en la oración, el hombre abre su conciencia al Señor para buscar y seguir su beneplácito. San Agustín escribe:
"El alma entregada a los placeres temporales, continuamente se abrasa en deseos que no puede saciar y, henchida de múltiples y ruinosos pensamientos, no le dejan contemplar el simple bien; tal es aquella de la cual se dice: "el cuerpo corruptible embaraza el alma y la morada terrena abate la razón, que piensa muchas cosas" (Sb 9, 15). Este alma, por el acceso y el receso de los bienes temporales, desde el tiempo del trigo, del vino y del óleo, de tal modo se halla acrecentada y repleta de innumerables imaginaciones, que no puede poner por obra lo preceptuado: "sentid el bien del Señor y buscadle con sencillez de corazón" (Sb 1, 1). Esta multiplicidad se opone con vehemencia a aquella sencillez y, por tanto, el varón fiel, habiendo abandonado a estos, que en realidad son muchos y que, sin duda, acrecentados por los bienes temporales, dicen: ¿Quién nos mostrará los bienes? Los que no debe buscarse fuera con los ojos de la carne, sino dentro, con la sencillez de corazón" (Comentario al Salmo 4, 9).
– Por eso, en el Salmo 89 cantamos al Señor " que ha sido nuestro refugio de generación en generación" y le pedimos que nos enseñe a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato, que baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.
– Flm 9-10.12-17: Recíbelo no como esclavo, sino como un hermano querido. La renuncia al propio egoísmo por amor a Dios es también clave de nuestro amor fraterno..., de nuestro perdón, y de nuestra convivencia caritativa con los hombres, que son hermanos nuestros.
La actitud de San Pablo con respecto a Filemón es un cierto modo de ejercer la autoridad en cualquier aspecto que se mire. Como apóstol podía mandar, ordenar, prescribir; sin embargo, prefiere persuadir apelando a los sentimientos de fraternidad y de amistad que deben animar a todo cristiano. Es cierto, en el ejercicio de la autoridad hay que tener en cuenta el derecho y el amor que se manifiesta en la persuasión. Si se descuida el derecho se hace mal al individuo y a la sociedad; si se deja el amor también. No se oponen estas dos actitudes. Dios es justísimo y, al mismo tiempo, sumamente misericordioso.
– Lc 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mis discípulo. El Evangelio impone y reclama la negación de sí mismo y el control del propio corazón para mantener la fidelidad a la Voluntad de Dios y seguir realmente a Cristo, Sabiduría de Dios que nos salva (1Co 1, 24). Comenta San Agustín:
"He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido... No dejaron grandes fortunas, puesto que eran pobres; pero se puede decir que han dejado grandes riquezas quienes han vencido todos sus deseos... Los apóstoles abandonaron todo lo que poseían... ¿Qué has dejado, oh Pedro? Una navichuela y una red... La pobreza total, es decir, el pobre de todo, tiene pocas riquezas, pero muchos deseos. Dios no se fija en lo que tienen, sino en lo que desean. Se juzga la voluntad que escruta invisiblemente el Invisible. Por tanto, todo lo dejaron, y hasta el mundo entero dejaron, puesto que cortaron todas sus esperanzas en este mundo y siguieron a quien hizo el mundo y creyeron en sus promesas. Muchos hicieron esto mismo después de ellos... No solo los plebeyos, no solo los artesanos, los pobres, los necesitados, los de la clase media, sino también muchos ricos opulentos, senadores, e incluso mujeres de la más alta alcurnia social renunciaron a todas sus cosas…" (Sermón 301,A).
Seguir a Cristo exige elecciones radicales, que excluyen todo compromiso y ha de ser objeto de una gran reflexión ponderada e iluminada por la fe y el amor. Solo así se puede explicar estar despegado de todo.
Seguir realmente a Cristo no es hacer de Él una filosofía o un conjunto de convencionalismos piadosos. Exige una renuncia permanente a todo cuanto esté en contradicción con Cristo y su Evangelio en nuestra vida cotidiana.