Domingo 25º del Tiempo Ordinario

Entrada: " Yo soy la salvación del pueblo -dice el Señor-. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé, y seré para siempre su Señor ".

Colecta (del Veronense y de la antigua liturgia hispana o mozárabe): " ¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna ".

Ofertorio (del Veronense): " Acepta propicio, Señor, las ofrendas de tu pueblo, para que alcance en el sacramento eucarístico los bienes en que ha creído por la fe ".

Comunión: " Tú, Señor, promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas! (Sal 118, 4-5); o bien: " Yo soy el Buen Pastor -dice el Señor-, que conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen " (Jn 10, 14).

Postcomunión (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense y del Misal de París del año 1738): " Que tu auxilio, Señor, nos acompañe siempre a los que alimentas con tus sacramentos, para que por ellos y en nuestra propia vida recibamos los frutos de la redención ".

Ciclo A

A los jornaleros de la viña, llamados por Dios para recompensarlos según su voluntad, corresponde el texto de Isaías que nos manifiesta que los pensamientos del Señor no son como los del hombre (lecturas primera y tercera). San Pablo, en la segunda lectura, nos muestra su intenso amor a Jesucristo y su deseo de que todos lo tengan igual. Esto es, que llevemos una vida digna del Evangelio de Cristo.

Dios es quien tiene derecho absoluto y amoroso a decidir sobre nuestra vida. Es Él quien nos llama y nos indica nuestro quehacer responsable, según su Voluntad, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, toda actitud irresponsable, engreída o presuntuosa por nuestra parte constituye un riesgo y una infidelidad, que pueden frustrar en nosotros el designio de salvación gratuita por parte de Dios.

Is 55, 6-9: Mis planes no son vuestros planes. Nuestra salvación es obra de una amorosa iniciativa divina, pero no excluye nuestra responsabilidad de búsqueda humilde y constante de su Voluntad.

Todos los momentos de la vida son buenos para volver a Dios. Pero indudablemente existen algunas circunstancias en las que la llamada divina es más apremiante y se transforma en una dulce violencia. El Señor, para realizar sus planes, usa medios que, con frecuencia, no corresponden a los proyectados por el hombre. Así aparece muchas veces en la historia de la salvación; por ejemplo: José vendido como esclavo por sus hermanos y que luego fue su salvador; Ciro en la liberación de Israel; nacimiento de Cristo y persecución de Herodes; los apóstoles... Someternos al plan divino que hemos de conocer y profundizar en su Palabra, la predicación, la oración...

– Con el Salmo 144 cantamos: " Cerca está el Señor de los que lo invocan. Bendigamos al Señor por sus justos designios, alabemos su nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza. Es incalculable su grandeza. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones ". Nos abandonamos en sus manos con toda confianza.

Flp 1, 20-24.27: Para mí la vida es Cristo. Dios nos ha elegido y nos ha predestinado para Cristo Jesús, sin Él no tendría razón nuestra existencia en condición de criatura humana. La vida consagrada a Cristo no se mide con el reloj; solo la intensidad de la entrega tiene razón de ser como elemento de valoración. San Cipriano escribe:

" Cristo mismo, el maestro de nuestra salvación, enseña cuánto aprovecha dejar esta vida; cuando sus discípulos se entristecían porque Él había dicho que ya se iba a marchar, les habló diciendo: "si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre" (Jn 14, 28), enseñándoles y mostrándoles que, cuando las personas queridas salen de este mundo, debemos alegrarnos más que dolernos " (Sobre la mortalidad 7).

San Ignacio de Antioquía escribe:

" De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos todos de este siglo. Para mí es mejor morir en Jesucristo (Flp 1, 23) que ser rey de los términos de la tierra. A Aquel quiero que murió por nosotros. A Aquel quiero que por nosotros resucitó " (Carta a los Romanos Rm 6, 1).

San Juan Crisóstomo predica:

" Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo; recibía los azotes y las heridas con un agrado superior al de los que, en los juegos, ganaban el premio; amaba las fatigas más que las recompensas, las veía como una recompensa y, por eso, las consideraba una gracia.

" Sopesemos lo que significa. El premio consistía en partir para "estar con Cristo" (Flp 1, 23-24); en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate. Sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo le movía a diferir el premio, llevado del deseo de combatir, ya que lo consideraba más necesario " (Homilía 2, sobre las alabanzas de Pablo).

Mt 20, 1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? En el misterio de nuestra salvación, los criterios de Dios no coinciden a veces con los criterios humanos. La iniciativa es siempre suya, y nosotros hemos de responder con fidelidad. Comenta San Agustín:

" En aquella recompensa seremos todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque aquel denario es la vida eterna y, en la vida eterna, todos serán iguales. Aunque unos brillarán más y otros menos, según la diversidad de méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto, lo que en ambos será sempiterno " (Sermón 87, 6).

Y San Jerónimo:

" Encontramos el mismo sentido en aquella parábola de Lucas, donde el hijo mayor, celoso del menor, no quiere recibirlo arrepentido y acusa a su padre de injusticia (Lc 15, 28-30). Y para que sepamos que el sentido es el que hemos expuesto, el título de esta parábola y su conclusión se corresponden. Así, dice, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos; en efecto, muchos son los llamados y pocos los elegidos " (Comentario al Evangelio de Mateo 20, 15-16).

Ciclo B

Las lecturas primera y tercera nos hablan de la pasión del Señor. La vida ha de estar fundada sobre la justicia y la paz (segunda lectura). El misterio de la cruz fue consustancial a la Persona y a la obra del Verbo encarnado para nuestra salvación. Lo mismo debe suceder en los que le siguen por la inevitable reacción del mal, del egoísmo y de la degradación humana. Ni la cobardía, ni el disimulo irenista, ni la condescendencia vergonzante o acomodaticia serán jamás actitudes auténticas del verdadero discípulo de Cristo.

Sb 2, 17-20: Lo condenaremos a muerte ignominiosa. La fidelidad insobornable a Dios y a su Voluntad amorosa hará siempre del creyente un proscrito, un ser incómodo en medio del mundo y de los hombres.

El contraste entre la perversidad de los malvados y la mansedumbre de los justos es siempre actual. La mentalidad terrena, cerrada a la trascendencia y ávida solo de éxito y de placer, también hoy actúa y se puede llamar el mito del bienestar y del consumismo.

El hecho de que la vida humilde del justo inquiete la conciencia de los impíos y suscite una rabiosa reacción confirma que el testimonio de una vida recta es de por sí un medio de evangelización, con tal que el justo mantenga la mansedumbre de su carácter y no sea él mismo prepotente con la excusa de imponer el bien. No podemos, no debemos usar las armas de los adversarios.

La protección divina es infalible en esta vida o en la otra. El Evangelio de la Cruz siempre triunfa, aun en la misma debilidad.

St 3, 16-4, 3: Los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia. La verdadera sabiduría cristiana supera todas las bajas pasiones de los hombres, respondiendo con el sufrimiento, la paz y la caridad humilde y bienhechora. San Beda comenta:

" Pide mal el que, despreciando los mandamientos del Señor, desea de Él beneficios celestiales. Pide mal también el que, habiendo perdido el amor de las cosas celestiales, solo busca recibir bienes terrenales, y no para el sustento de la fragilidad humana, sino para que redunde en el libre placer " (Exposición sobre la Carta de Santiago 4, 3).

Orar mal consiste en ser infiel a la sabiduría de que hemos tratado anteriormente. La oración cristiana es eficaz sólo si está animada de caridad, y el servicio, si no es interesado. Estas dos cosas: sabiduría y oración evocan la ley fundamental de la Cruz. El cristiano verdadero es solo el que está dispuesto al don total de sí mismo, hasta considerar siempre a los demás superiores a él.

Mc 9, 30-37: El Hijo del Hombre va a ser entregado... El que quiera ser el primero que sea el último de todos. El misterio de la Cruz de Cristo es para el cristiano un imperativo permanente de caridad y humilde servicio, nunca un título de engreimiento o señorío sobre los hermanos. Ante el misterio de la Cruz la sabiduría humana queda descarriada, porque se encuentra con la reprobación y el sufrimiento del justo. Solo el Espíritu puede hacernos entender que la verdadera sabiduría es la locura de la Cruz. Cuando se ha escogido y vivido este mensaje se llega a la paz del alma. San Agustín escribe:

" Cuando mi alma se turba, no tiene otro remedio que la humildad para no presumir de sus fuerzas: se confunde y abate esperando que la levante Dios; nada bueno se atribuye a sí mismo el que quiera recibir de Dios lo que necesita " (Comentario al Salmo 39, 57).

" No dice el Señor: "Aprended de Mí a fabricar el mundo, o a resucitar muertos", sino "que soy manso y humilde de Corazón"... ¿Tan grande cosa es, oh Señor, el Ser humilde y pequeño, que si Tú que eres grande no lo hubieras practicado, no se pudiera aprender? " (Sobre la Santa Virginidad 35, 29).

Y San León Magno:

" La cruz de Jesucristo, instrumento de la redención del género humano, es justamente sacramento y modelo. Es sacramento que nos comunica la gracia y es ejemplo que nos excita a la devoción: porque, libres ya de la cautividad, tenemos la ventaja de poder imitar a nuestro Redentor " (Sermón 72, 1).

Ciclo C

La primera y tercera lecturas nos hablan del buen uso de las riquezas. San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a orar por todos los hombres, especialmente por los que tienen cargos públicos.

A la luz de la revelación divina vemos el riesgo que, para nuestra condición de peregrinos hacia la eternidad, supone el uso de los bienes temporales, que están al alcance de nuestras manos y que a diario condicionan nuestra vida. El materialismo o la frivolidad irresponsable no son un peligro puramente imaginario para nuestra salvación. Cada acción u omisión de nuestra vida en el uso de los bienes temporales cuenta para la eternidad.

Am 8, 4-7: Contra los que compran por dinero al pobre. El profeta Amós nos alerta contra la injusticia y el egoísmo, que son incompatibles con la vida de la piedad y el servicio a Dios. El profeta se dirige a una categoría de personas que califica por sus acción opresora con respecto a los otros hombres. Son los que " pisan al pobre " y hacen todo lo posible por aniquilar a los humildes del país. Es el pecado socialmente más grave: hacer imposible la subsistencia de los oprimidos. Los Santos Padres han insistido mucho en estas enseñanzas. Así San Gregorio de Nisa:

" No despreciéis a esos pobres que veis echados en el suelo: considerad lo que son y conoceréis su dignidad. Esos están representando la persona de nuestro Salvador... Los pobres son los dispensadores de los bienes que esperamos, son los porteros del Reino de los cielos, para abrir la entrada a los misericordiosos y cerrarla a los despiadados. Son los pobres vehementísimos acusadores, pero intercesores muy poderosos y favorables... Usad de vuestros bienes. No pretendo impediros su uso. Pero cuidado con abusar de ellos... Es un delito igual, con corta diferencia, el de no prestar al pobre o el de prestarle con usura; porque lo uno es inhumanidad, lo otro es una ganancia sórdida e ilegítima " (De pro amand. 22-25).

– Con el Salmo 112 decimos: " Alabad al Señor que ensalza al pobre... Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo ".

2Tm 2, 1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven. Los Padres enseñan con frecuencia esa voluntad salvífica de Dios. Así, San Gregorio de Nisa:

" Nosotros le servimos [al Señor] de alimento la salvación de nuestra alma, como dijo Él: "mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre" (Jn 4, 34). Es manifiesto el empeño de la voluntad divina: "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tm 2, 4). Esta es la comida [del Señor], nuestra salvación " (Homilía 10 sobre el Cantar de los Cantares).

" ¿Cuál es el alimento deseado por Jesús? Después de su diálogo con la Samaritana, dice a sus discípulos: " mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre " (Jn 4, 34). Y la voluntad del Padre es bien conocida: quiere que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tm 2, 4). Luego si Él quiere que nosotros seamos salvos y nuestra salvación es su alimento, aprendamos cuál sea el comportamiento de la voluntad y el afecto de nuestra alma. ¿Cuál? Tengamos hambre de la salvación de nosotros mismos, tengamos sed de la voluntad de Dios, que es que nosotros la cumplamos " (Homilía 4 sobre las Bienaventuranzas).

Y San Agustín:

" Aquel huerto del Señor, hermanos -y lo repito una y tres veces- se compone no solo de las rosas de los mártires, sino también de los lirios de las vírgenes, de la hiedra del matrimonio y de las violetas de las viudas. En ningún modo, amadísimos, tiene que perder la esperanza de su vocación ninguna clase de hombre. Cristo padeció por todos. Con toda verdad está escrito de Él: "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4) " (Sermón 304, 2).

Lc 16, 1-13: No podéis servir a Dios y al dinero. A la hora del encuentro definitivo con el Señor también cuenta el amor o el egoísmo con que hayamos administrado los bienes de la tierra. ¿De qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si puede su alma? Comenta San Agustín:

" De cualquier forma que se acumulen son riquezas de iniquidad. ¿Qué significa que son riquezas de iniquidad? Es al dinero a lo que la iniquidad llama con el nombre de riquezas. Si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job, aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios cual piedras preciosas. ¿De qué tesoro si nada poseía? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras solo la iniquidad las denomina así. Si las tienes no te lo reprocho: llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus sudores; no te lo reprocho.

" Con todo, no las llames riquezas, porque si así lo haces, las amarás y, si las amas, perecerás con ellas; siémbralas para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son las verdaderas. Están llenas de pobrezas y siempre sometidas al infortunio. ¿Cómo llamar riquezas a lo que hace temer al ladrón, te lleva a sentir temor de tu siervo, temor de que te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad. Por tanto, son auténticas riquezas aquellas que una vez poseídas, no podemos perder: ponedlas en el cielo " (Sermón 113, 4-5).

El dinero es necesario en este mundo, pero no podemos, no debemos estar apegados a él, sino emplearlo honestamente, caritativamente. De tal modo utilicemos las cosas temporales para que no perdamos las eternas. Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios, como decía San Pablo.