26ª semana del Tiempo Ordinario, miércoles

Años impares

Ne 2, 1-8: Reconstrucción de la ciudad. Ha comprendido Nehemías que sus privilegios no pueden quedar para sí mismo, sino que ha de ponerlos al servicio de su pueblo. Por eso fue a Palestina en calidad de especialista delegado para asesorar a sus compatriotas, que no llegan a organizarse en la independencia. Hemos de tener una actitud de servicio como Cristo que, sirviendo a Dios, salva a los hombres, reparando así una negativa de servir. Él nos reveló cómo quiere ser servido el Padre: quiere que se consuman en el servicio de sus hermanos, como lo hizo Cristo. " El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida " (Mc 10, 45). " Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve " (Lc 22, 27).

– El Salmo 136 nos evoca algo de las circunstancias de la lectura anterior: " Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti... ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías ".

Años pares

Jb 9, 1-12.14-16: El hombre no es justo frente a Dios. Job ensalza, con una especie de himno de alabanza, la grandeza de Dios creador, ante el cual se reconoce incapaz de justificarse. Desde el principio existe Dios, y su existencia se impone como un hecho inicial que no tiene necesidad de ninguna explicación. Dios no tiene origen ni devenir. Dice San Agustín:

" El que desea con ansia a Dios, canta de corazón sus alabanzas, aunque su lengua calle; pero el que no le desea, por más que esté hiriendo con sus clamores los oídos de los hombres, es mudo en la presencia de Dios " (Comentario al Salmo 86).

 San Anselmo:

" Siempre está Dios presente a Sí mismo: sin poderse olvidar se está contemplando y amándose. Si estáis, pues, según vuestra capacidad, infatigablemente ocupados en la memoria de Dios: si le estáis mirando sin cesar con los ojos del espíritu, y vuestro corazón se abrasa en su amor, seréis una perfecta imagen suya, porque procuraréis hacer lo que Dios hace siempre. El hombre debe referir toda su vida a la memoria, al conocimiento, y al amor del Supremo Bien. Debéis, pues, aplicar todos los pensamientos, y excitar y conformar de tal suerte los movimientos de vuestro corazón, que jamás se canse el alma de suspirar por Dios, y de respetar la memoria de Dios, y adelantarse en el conocimiento de Dios: de hacer nuevos progresos en el amor de Dios y de remontarse a la nobleza de su origen, y en fin, acordándonos de que fuimos criados a la semejanza de Dios: porque como dijo el Apóstol: no debe el hombre cubrir su cabeza cuando ora, por ser la imagen de Dios y la expresión de su gloria (cf. 1Co 10, 7) " (Primera meditación, Obras completas BAC 100, 291).

– Con el Salmo 88 decimos: " Llegue, Señor, hasta Ti mi súplica ". El salmista es como Job, aquejado de un mal incurable que le roe, un mal repugnante, que le mantiene alejado del resto de los hombres; un mal que no hay que buscarlo fuera de él, ni en unos enemigos que le persiguen, ni en calumniadores que le atacan, o en jueces injustos que le condenan. Su mal lo lleva dentro de su alma, porque su mal es la misma muerte que le va royendo las entrañas. Piensan algunos que es el Salmo más triste de todo el salterio: " ¿Por qué, Señor, me rechazas y me escondes tu rostro? ".

Evangelio

Lc 9, 57-62: Te seguiré a donde vayas. Comenta San Agustín:

" Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos... Oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que la madre enseñó a los hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: "sígueme"... Atribuye de forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador atribúyelo a tu maldad. Sé tú el acusador y Él será tu indultador. Todo crimen, todo delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud, toda santidad a la divina clemencia. Él eligió a los que quiso. Te llama el Oriente y tú miras al Occidente " (Sermón 100).