Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 18 de agosto de 2004

El Mesías, rey y sacerdote

1. Siguiendo una antigua tradición, el salmo 109, que se acaba de proclamar, constituye el componente principal de las Vísperas dominicales. Se repite en las cuatro semanas en las que se articula la liturgia de las Horas. Su brevedad, ulteriormente acentuada por la exclusión, en el uso litúrgico cristiano, del versículo 6, con matiz imprecatorio, implica cierta dificultad de exégesis e interpretación. El texto se presenta como un salmo regio, vinculado a la dinastía davídica, y probablemente remite al rito de entronización del soberano. Sin embargo, la tradición judía y cristiana ha visto en el rey consagrado el perfil del Consagrado por excelencia, el Mesías, el Cristo.

    Precisamente desde esta perspectiva, el salmo se convierte en un canto luminoso dirigido por la liturgia cristiana al Resucitado en el día festivo, memoria de la Pascua del Señor.

  2. Son dos las partes del salmo 109 y ambas se caracterizan por la presencia de un oráculo divino. El primer oráculo (cf. vv. 1-3) es el que se dirige al soberano en el día de su entronización solemne "a la diestra" de Dios, o sea, junto al Arca de la alianza en el templo de Jerusalén. La memoria de la "generación" divina del rey formaba parte del protocolo oficial de su coronación y para Israel asumía un valor simbólico de investidura y tutela, dado que el rey era el lugarteniente de Dios en la defensa de la justicia (cf. v. 3).

    Naturalmente, en la interpretación cristiana, esa "generación" se hace real y presenta a Jesucristo como verdadero Hijo de Dios. Así había sucedido en la lectura cristiana de otro célebre salmo regio-mesiánico, el segundo del Salterio, donde se lee este oráculo divino: "Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy" (Sal 2, 7).

  3. El segundo oráculo del salmo 109 tiene, en cambio, un contenido sacerdotal (cf. v. 4). Antiguamente, el rey desempeñaba también funciones cultuales, no según la tradición del sacerdocio levítico, sino según otra conexión: la del sacerdocio de Melquisedec, el soberano-sacerdote de Salem, la Jerusalén preisraelita (cf. Gn 14, 17-20).

    Desde la perspectiva cristiana, el Mesías se convierte en el modelo de un sacerdocio perfecto y supremo. La carta a los Hebreos, en su parte central, exalta este ministerio sacerdotal "a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 10), pues lo ve encarnado en plenitud en la persona de Cristo.

  4. El Nuevo Testamento recoge, en repetidas ocasiones, el primer oráculo para celebrar el carácter mesiánico de Jesús (cf.Mt 22, 44; 26, 64; Hch 2, 34-35; 1Co 15, 25-27; Hb 1, 13). El mismo Cristo, ante el sumo sacerdote y ante el sanedrín judío, se referirá explícitamente a este salmo, proclamando que estará "sentado a la diestra del Poder" divino, precisamente como se dice en el versículo 1 del salmo 109 (Mc 14, 62; cf. 12, 36-37).

    Volveremos a reflexionar sobre este salmo en nuestro comentario de los textos de la liturgia de las Horas. Ahora, para concluir nuestra breve presentación de este himno mesiánico, quisiéramos reafirmar su interpretación cristológica.

  5. Lo hacemos con una síntesis que nos ofrece san Agustín. En la Exposición sobre el salmo 109, pronunciada en la Cuaresma del año 412, definía este salmo como una auténtica profecía de las promesas divinas relativas a Cristo. Decía el célebre Padre de la Iglesia: "Era necesario conocer al único Hijo de Dios, que estaba a punto de venir a los hombres para asumir al hombre y para hacerse hombre a través de la naturaleza asumida: moriría, resucitaría, ascendería al cielo, se sentaría a la diestra del Padre y cumpliría entre las gentes todo lo que había prometido. (...) Todo esto, por tanto, debía ser profetizado, debía ser anunciado con anterioridad, debía ser señalado como algo que se iba a realizar, para que, al suceder de improviso, no suscitara temor, sino que fuera aceptado con fe y esperado. En el ámbito de estas promesas se inserta este salmo, el cual profetiza con palabras tan seguras y explícitas a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que no podemos poner en duda que en este salmo se anuncia al Cristo" (Esposizioni sui Salmi, III, Roma 1976, pp. 951 y 953).

  6. Dirijamos ahora nuestra invocación al Padre de Jesucristo, único rey y sacerdote perfecto y eterno, para que haga de nosotros un pueblo de sacerdotes y profetas de paz y amor, un pueblo que cante a Cristo, rey y sacerdote, el cual se inmoló para reconciliar en sí mismo, en un solo cuerpo, a toda la humanidad, creando al hombre nuevo (cf. Ef 2, 15-16).