Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

LA PROVIDENCIA: PODER Y SABIDURIA AMOROSA
(14.V.86)

1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida certeza: "Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado". Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado ("cuida") y a la vez el de autoridad ("gobierna"). Se compenetran mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad suprema (el "dominium altum"), como se dice, por analogía con el poder soberano de los principes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su Creador, y, en consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de los seres es más "de Dios" que "de sí mismo". Es primero "de Dios" y, luego, "de sí". Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.

2. La autoridad del Creador ("gobierna") se manifiesta como solicitud del Padre ("cuida"). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: "El Señor afirma es mi Pastor: nada me falta" (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!. Si los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término "Omnitenens", correspondiente al griego "Panto-krator", este concepto no tiene la densidad y belleza del "Pastor" bíblico, como nos lo comunica con sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto, una "autoridad llena de solicitud" que ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado y en particular "los caminos de la sociedad humana" (Cfr. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae 3). Se trata de una "autoridad solícita", llena de poder y al mismo tiempo de bondad. Según el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, "se extiende poderosamente (fortiter) del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)" (8, 1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en cierto sentido nutre, según otra expresión bíblica sobre la creación.

3. El libro de Job se expresa así:"Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/El atrae las gotas de agua, /y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales.Pues por ellas alimenta a los pueblos / y da de comer abundantemente " (Jb 36, 22. 27-28. 31)"El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo" (Jb 37, 11-12) De modo semejante el libro del Sirácida:"El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras" (Si 43, 14) El Salmista, por su parte, exalta la "estupenda potencia", la "bondad inmensa", el "esplendor de la gloria" de Dios, que "extiende su cariño a todas sus criaturas", y proclama:"Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo;abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente" (Sal 144, 5-7. 15 y 16) Y también:"Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al hombre;/él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/y aceite que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas" (Sal 103, 14-15)

4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea "caos", sino "cosmos". "Todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11, 20).

5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el gobierno de los cosas, sin embargo, queda suficientemente clara la diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la actividad del de 3 de 4e preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa "autonomía", de la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: "por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado" (Gaudium et spes 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que "responde a la voluntad del Creador" (Ib.). La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha "autonomía de las cosas creadas", en la que se revela tanto la fuerza como la "dulzura" propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ("se extiende de uno al otro confín"), se realiza en todo con su potencia creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese "suaviter" del libro de la Sabiduría.

6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee, pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del Génesis, fue creado para "dominar", para "someter la tierra" (Cfr. Gn 1, 18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura, en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta manera en "providencia" para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.

7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los evangelistas Mateo y Lucas: "No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 31-33; cfr. también Lc 21, 18). "No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos pajaritos" (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18). "Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?. Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?" (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc 12, 24-28).

8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres, tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre. Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así p.e., en el Salmo 90: "Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcazar mío, Dios mío, confío en Ti. Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa. Se puso junto a Mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación" (Sal 90, 1-2. 9. 14-15).

9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo que "escrutando" todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da testimonio perfecto del misterio de su Padre; misterio de Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas. Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.

10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido, de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo "el reino de Dios y su justicia", porque "todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le darán por añadidura" (Cfr. Mt 6, 33). Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser racional y libre.