Judas

Judas 1, 1-2

Judas era un nombre muy frecuente entre los judíos por haber sido el nombre del hijo principal de Jacob. A pesar de que el autor de nuestra epístola era un pariente del Señor, sin embargo, pasa en silencio este título tan honorífico, presentándose humildemente como siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, obispo de Jerusalén, muy conocido en la Iglesia primitiva. Dirige su carta a los que Dios, en su amor, llamó a la fe y los preservó uniéndoles a Jesucristo. Los fieles han sido el objeto de un llamamiento divino. La iniciativa de este llamamiento pertenece a la voluntad amorosa de Dios Padre. Los fieles, una vez llamados, son conservados en Cristo, incorporados a él, como los miembros del Cuerpo místico. En cambio, los herejes, los falsos doctores, se han separado de Dios y de Cristo.
Judas desea a sus lectores una triple bendición divina: la misericordia de parte de Dios, la paz del alma con El, tal como Cristo la había prometido a sus discípulos, y la caridad para con el prójimo (v.2). Las semejanzas que presenta el saludo de Judas con el saludo de la 2P y con otros escritos apostólicos parecen indicar que tales fórmulas eran frecuentes en la Iglesia primitiva.

Judas 1, 3-4

De estos versículos parece deducirse que Judas tenía pensado escribir una epístola general acerca de nuestra común salud (v.3), para exhortar a los cristianos a ser más fieles a Cristo. Pero llegaron repentinamente noticias alarmantes sobre la actividad de los falsos doctores. Y, ante la inminencia del peligro, escribió esta carta-epístola, que es una carta de combate y, en su mayor parte, una diatriba contra los falsos doctores. En ella les exhorta a combatir por la fe, es decir, a luchar por conservar intacto el conjunto de verdades dogmáticas y morales que ha sido dado a los santos (v.3). La fe es considerada como ya transmitida de una vez para siempre. Forma ya una tradición que no cambia, un depósito que se ha de conservar intacto. Esto no excluye el progreso dogmático, sino que condena toda heterodoxia. Santos designa a los cristianos.
El peligro para la fe de los lectores de Judas procede del hecho de que hombres perversos se han ido introduciendo disimuladamente entre los fieles y siembran entre los hermanos doctrinas subversivas con el fin de destruir su fe (v.4). San Ignacio Mártir conocía también predicadores ambulantes que esparcían doctrinas contrarias a la fe, de los cuales hay que huir como de las bestias salvajes. Su suerte ya está decidida desde antiguo. Están prefigurados en los severos castigos infligidos a los impíos, de que nos habla la Sagrada Escritura. En el v.5 se recordará algunos de estos terribles castigos. Se señalan dos inculpaciones principales contra esos falsos doctores: abusan de la gracia de Dios y de la libertad evangélica para entregarse a la lascivia y a la intemperancia y por su conducta inmoral niegan prácticamente la autoridad de Dios y de Jesucristo. El autor sagrado emplea el término desp?t??, empleado ordinariamente para designar a Dios, atribuy?ndolo a Cristo juntamente con el título de ??????. De donde se deduce que Judas reconoce claramente la divinidad y el supremo dominio de Cristo.

Judas 1, 5-7

Judas trae a la memoria algunos ejemplos, muy conocidos ya de los cristianos, en los que Dios infligió un severo castigo por el pecado. El primero está tomado de Nm 14, 1-36, en donde se nos dice que Dios hizo perecer en el desierto a los israelitas incrédulos, sin que pudieran llegar a la tierra prometida. La lección que los cristianos han de sacar de este hecho es que no deben presumir de sus privilegios, ya que los israelitas, que habían sido liberados de Egipto mediante una serie de portentosos milagros, murieron, no obstante, en el desierto a causa de su incredulidad. Es digno de tener en cuenta que en nuestro texto, como en el de 1Co 10, 4-9, los sucesos del Éxodo son atribuidos a Cristo preexistente, que opera en la historia del mundo. El paralelismo con la 1Co autoriza para considerar a Jesús como sujeto, aunque se prefiera la lección Señor.
El segundo ejemplo se refiere a la caída de los ángeles y al castigo que Dios les infligió (v.6). Los ángeles habían sido creados sublimes entre todos los seres de la creación. Dios les había encomendado el gobierno del cosmos y les había dado la misión de interceder por los seres humanos. Pero ellos se rebelaron contra Dios, y entonces fueron arrojados del cielo, en donde habitaban con Dios, y aherrojados en las regiones tenebrosas del infierno. En el orco tenebroso están reservados en perpetua prisión hasta el día del juicio final, cuando los ángeles rebeldes recibirán su sentencia definitiva. En la 2P 2, 4 se encuentra un pasaje paralelo. Ciertas expresiones de Judas pueden ser esclarecidas por textos del Libro de Henoc, tan estimado por nuestro autor.
El tercer ejemplo alude a la destrucción de las ciudades de la Pentápolis (v.7), que es narrada en Gn 19, 15ss. Además de Sodoma y Gomorra, la tradición había conservado el recuerdo de otras dos ciudades, Adama y Seboím, que habían desaparecido en la misma catástrofe. Acerca de la expresión t?? dµ???? t??p?? t??t??? - simili modo (Nác.-Col.: "de igual modo que ellas"), algunos autores (Calmes, De Bruyne, Leconte) afirman que Judas asimila la falta de los sodomitas a la cometida por los ángeles, inspirándose en la interpretación sexual de Gn 6. Otros autores (Chaine, Nácar-Colunga, etc.) creen que la comparación se hace entre las ciudades secundarias de la Pentápolis y las nombradas en el texto sagrado, en cuyo caso t??t?? se referiría a los habitantes de Sodoma y Gomorra. Pero también t??t??? podría hacer referencia a los falsos doctores del v.4. A nosotros, sin embargo, nos parece más probable que Judas, influenciado por el Libro de Henoc y la literatura apócrifa, haga referencia a la idea, muy extendida entonces, de que ciertos ángeles habían pecado con mujeres. Judas menciona juntamente el pecado de los ángeles (v.6) y el de Sodoma, como lo hacen los apócrifos judíos; por ejemplo, los Testamentos de los XII patriarcas. Los ángeles de que nos habla Gn 6, 2-4 se habían aparecido en forma corporal, como los que visitaron a Abraham y a Lot. Por eso, el pecado con las mujeres sería un pecado contra naturaleza, por no ser los ángeles de naturaleza humana. Del mismo modo, Judas dice que los sodomitas habían fornicado yéndose tras los vicios contra naturaleza (v.7). El autor sagrado haría referencia aquí al hecho de que los habitantes de Sodoma, según Gn 19, 1-11, quisieron infligir un trato infame a los ángeles que habían venido a visitar a Lot. Los sodomitas quisieron pecar con una carne que no era humana, que era diferente a su naturaleza. De ahí que Judas hable de los vicios contra naturaleza. Sin embargo, la mayoría de los autores entienden "los vicios contra naturaleza" de los pecados de sodomía.
Las ciudades de la Pentápolis, manchadas con tan abominables pecados, fueron terriblemente castigadas, sufriendo la pena del fuego perdurable (v.7). Ya el Dt 29, 22ss consideraba las ruinas de estas ciudades pecadoras como tipo de los castigos reservados a los enemigos de Dios. La región donde estaban esas ciudades está constituida por tierras improductivas, quemadas; en donde las emanaciones bituminosas y de azufre, así como los vapores de fuentes de agua caliente, hacen pensar en el fuego eterno.

Judas 1, 8-11

Aquí tenemos la aplicación de los ejemplos a los falsos doctores. A pesar de los terribles castigos, los falsos doctores se conducen del mismo modo que los grandes culpables a los cuales Dios castigó: manchan su carne, entregándose a la lujuria más degradante, como los sodomitas; menosprecian la soberanía y blasfeman de las glorias (v.8). Los falsos doctores rechazan la soberanía de Cristo, nuestro Señor, no haciendo caso de sus ordenaciones y entregándose a una vida licenciosa y a especulaciones heréticas. Además injurian a las glorias, es decir, a los ángeles, en los que se refleja la majestad divina. Aquí, a diferencia de 2P 2, 10, los ángeles no son considerados como malos, sino como buenos. La blasfemia contra los ángeles caídos no constituiría un grave pecado al lado de los pecados de lujuria y de rebelión contra la soberanía del Señor.
En contraste con la ultrajante conducta de los falsos doctores, está la moderación que San Miguel muestra en su disputa con el diablo a propósito del cuerpo de Moisés (v.9). Mientras aquéllos injurian a los ángeles buenos, el arcángel San Miguel no osa siquiera insultar al demonio. Judas parece depender aquí del apócrifo Asunción de Moisés, según dicen expresamente Orígenes y Clemente Alejandrino. Sin embargo, en los fragmentos de la Asunción de Moisés llegados hasta nosotros no se encuentra este pasaje. Las especulaciones judías posteriores sobre la muerte de Moisés se apoyan en Dt 34, 6, en donde se atribuye al mismo Yahvé el enterramiento de Moisés. Filón atribuye a los ángeles el enterramiento de Moisés. La Asunción de Moisés lo atribuye a San Miguel. Cuando es enviado por Dios para enterrar a Moisés, el diablo se le opone. Satán reclama el cuerpo de Moisés, pues se considera señor de la materia. Una tradición referida por Ecumenio narra que el diablo se oponía a una sepultura honorable de Moisés por considerarlo asesino, ya que había matado a un egipcio. La discusión con Satanás terminó con la réplica del arcángel San Miguel: Que el Señor te reprenda. Esta especie de imprecación se parece a aquella otra pronunciada por el ángel de Yahvé contra Satán en el libro de Zacarías: "¡Que Yahvé te reprima, ¡oh Satán!; que Yahvé te reprima, pues El ha elegido a Jerusalén!".
Los falsos doctores están en el polo opuesto de la discreción de San Miguel. Incapaces de elevarse hasta el conocimiento del mundo espiritual y hasta las realidades de la fe, blasfeman de cuanto ignoran (v.10). Por lo que se refiere al mundo material, aunque lo conocen, lo conocen a la manera de las bestias irracionales; es decir, siguiendo las inclinaciones de la naturaleza corrompida, las pasiones sensuales, que los arrastran y les causan la ruina moral y después la eterna.
Después los falsos doctores son comparados con tres personajes del Antiguo Testamento, que son como los prototipos de los grandes pecadores: Caín, Balam, Coré. La idea que quiere exponer Judas es que los falsos doctores son tan criminales como ellos. Porque imitan la conducta homicida de Caín, matando espiritualmente a los hermanos con sus perversas doctrinas y licenciosa vida. Como Balam, permiten que la codicia ahogue la voz de la conciencia e incitan a toda clase de obscenidades.
A ejemplo de Coré, los falsos doctores no obedecen, siguen sus propias ideas. Por eso, les aguarda un terrible castigo en el fuego eterno.

Judas 1, 12-16

Judas utiliza una serie de metáforas tomadas de la naturaleza para describir el deplorable estado en que se encuentran los falsos doctores. Participan en los ágapes de la comunidad, cuando los cristianos se reunían para comer juntamente los alimentos que llevaban como signo de unión y de mutuo amor. Pero ellos, con su conducta escandalosa y de crápula, se convertían en escollos que hacían naufragar la fe de los que se reunían con ellos. Su arrogancia, su doctrina está vacía de todo significado. Es engañosa como las nubes que prometen agua, pero que luego son arrastradas por el viento. Su vida está vacía de obras virtuosas. Por eso son semejantes a los árboles otoñales que debieran estar cargados de frutos, pero son estériles. Los falsos doctores, considerados como desarraigados (v.1a), no forman ya parte de la comunidad. Están dos veces muertos, porque, viviendo espiritualmente muertos antes de su conversión, han vuelto a morir a la gracia de Cristo; o bien porque, estando muertos al presente por el pecado, han incurrido ya en la segunda muerte, en la condenación.
La conducta impetuosa y obscena de estos malvados es comparada a las furiosas olas del mar, que arrojan a la costa impurezas y fango (v.13). Así también ellos arrojan sobre los fieles sus vergonzosas doctrinas y pésimos ejemplos. Pretenden ser lumbreras, pero no son sino extraviados que, al apartarse de la sana doctrina, se asemejan a una estrella fugaz que desaparece en la oscuridad para siempre. Las estrellas o los cometas simbolizan aquí a los falsos doctores que aparentaban ser buenos cristianos, pero que no tardaban en apartarse de Dios, y que serán arrojados para siempre en las tinieblas del infierno. Quizá se aluda a una leyenda antigua, según la cual los planetas habrían abandonado el puesto que tenían señalado.
La alusión al castigo que aguarda a los falsos doctores lleva al autor sagrado a citar un texto del libro de Henoc, que hace referencia al castigo final de los impíos (v.14). Henoc es llamado el séptimo patriarca desde Adán. O sea, en la serie de patriarcas antediluvianos, Henoc ocupa el séptimo puesto (Adán, Seth, Enos, Cainan, Malaleel, Yared, Henoc). El autor sagrado precisa de este modo para impedir que se confunda con el tercero llamado Enos. Además, el número siete implica perfección, y es indicio, símbolo, de predilección del patriarca por parte de Dios. En efecto, por el Gn 5, 22-24 sabemos que "anduvo constantemente en la presencia de Dios, y desapareció, pues se lo llevó Dios".
La expresión profetizó hay que tomarla en sentido amplio y en conformidad con las costumbres literarias apocalípticas de la época en que fue compuesto Henoc. Aunque la cita no sea una auténtica profecía, sin embargo, contiene una doctrina verdadera. Del uso que hace Judas del libro de Henoc no se sigue que lo haya considerado como canónico e inspirado. El texto citado es Henoc 1, 9. Chaine compara varias recensiones de este texto y concluye que Judas introduce algunas modificaciones, citando el texto de memoria. En él se describe el juicio divino como universal, y anuncia la suerte terrible reservada a los impíos en el gran día del Señor, cuando Cristo aparezca rodeado de sus santas miríadas, es decir, de sus ángeles. Entonces todo será conocido y retribuido, no sólo las obras impías, sino también las palabras ultrajantes contra Dios (v.15). Porque los falsos doctores cometen pecados análogos a los de Caín, Balam y Coré (cf. v.11): son murmuradores y querellosos (v.16), descontentos siempre de su suerte, se quejan de la Providencia, viven a su antojo, cuyo lenguaje es presuntuoso, pero que por interés condescienden con la adulación.

Judas 1, 17-19

Los fieles no han de admirarse de la presencia de los falsos doctores en la comunidad cristiana. Han de recordar las palabras que los apóstoles les habían dicho acerca de esto. Sin duda que todos los apóstoles en sus instrucciones al pueblo les habían prevenido contra los impíos que habían de surgir (v. 17-18). El autor se expresa como si él mismo no fuera apóstol. Sin embargo, tomadas las palabras en sentido estricto, pudieran entenderse en el sentido de que algunos apóstoles, no todos, habían muerto. Con todo, creemos que este versículo de Judas, así como la ausencia del título de apóstol en el v.1, constituye un argumento en favor de la no identificación de Judas hermano del Señor y Judas apóstol.
Las enseñanzas apostólicas que recuerda Judas no son palabras escritas, sino la enseñanza transmitida por la catequesis oral. La autoridad apostólica constituye el sólido fundamento de la Iglesia de Cristo. Este versículo de Judas hace ver la importancia fundamental para la Iglesia de la tradición apostólica, fuente de la revelación.
Una vez más el autor sagrado vuelve a mencionar a los falsos doctores, tratándoles de fomentadores de discordias, de hombres animales, sin espíritu (v.18). Los falsos doctores, con su maligna propaganda, introducen cismas y divisiones en la comunidad; y es posible que traten a los demás de hombres carnales. Judas se revuelve contra su orgullosa pretensión, tratándolos de hombres carnales, que se guían únicamente por los deseos malignos de la carne, pues son hombres sin espíritu, es decir, no tienen en sí el Espíritu Santo, no son movidos por el Espíritu Santo. Hay, sin embargo, autores que creen que aquí espíritu no se refiere al Espíritu Santo, sino que Judas compara simplemente estos herejes a "bestias sin razón." Por las epístolas paulinas sabemos que psíquico se opone a pneumático, y designa a los que no son guiados por el Espíritu Santo.

Judas 1, 20-23

Después de una última crítica contra los falsos doctores, Judas se vuelve a los fieles para indicarles el camino que han de seguir. Les propone un programa de vida cristiana: mientras los herejes destruyen poco a poco la Iglesia de Cristo, los verdaderos fieles han de apoyarse cada día más firmemente en la fe. Para esto han de impetrar en la oración la ayuda del Espíritu Santo, que les hará permanecer en el amor de Dios y les obtendrá misericordia para la vida eterna (v.20-21).
La fe es considerada como el fundamento del edificio de todas las virtudes y prácticas cristianas. La fe de la que aquí se habla es la fe objetiva, pero la invitación a apoyarse sobre ella mira a la fe subjetiva. Los fieles, una vez integrados en el edificio de la Iglesia, en el Cuerpo místico de Cristo, son vivificados por el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, y los dispone para el cumplimiento de obras saludables. Estas obras se dividen en dos grupos: por una parte, la oración en el Espíritu Santo; por otra, el esfuerzo ascético mediante el cual cada uno trata de perseverar en el amor y en la gracia de Dios. Toda la vida cristiana consiste en la observancia de los preceptos del Señor para permanecer en el amor de Cristo y del Padre. Y el que permanece en este amor puede esperar con alegría el juicio del Señor misericordioso. Es digno de notarse la doctrina trinitaria de los v.20-21.
En los v.22-23 seguimos la lección larga de los códices A y ? - (S), y Vgta, que menciona tres clases de delincuentes. El cód. B. prefiere el texto corto de dos cláusulas: "Tened de los unos, de los que vacilan, salvadlos, arrancadlos del fuego; en cuanto a los otros, tened piedad de ellos." En estos versículos, el autor sagrado recomienda la prudencia caritativa para con todos. Judas señala la conducta a seguir con los cristianos seducidos más o menos por la herejía. Distingue tres clases: Los que vacilan como los neófitos, etc., deben ser instruidos por los que conozcan mejor la doctrina apostólica. La segunda clase estaba en peligro más grave: habían flaqueado ya, pero aún podían ser rescatados. Estaban envueltos en llamas, pero todavía podían ser socorridos. Con los de la tercera clase, que son hombres manifiestamente depravados y sin esperanza de ser salvados, han de portarse con temerosa misericordia y mantenerlos a distancia por temor a contaminarse.

Judas 1, 24-25

Judas concluye su epístola con una solemne doxología dirigida a Dios Padre, Salvador, por Jesucristo nuestro Señor. La doxología tiene cierto aire litúrgico, ya que, como las oraciones litúrgicas de la Iglesia, se dirige al Padre "per Christum Dominum nostrum." El autor sagrado pone de relieve cuatro atributos divinos en el v.25: la gloria, la magnificencia, el imperio y el poder. La expresión, el solo Dios, o bien, el único Dios, aparece con frecuencia en boca de autores judíos y cristianos. Por eso no parece necesario ver aquí una indicación contra los gnósticos, que admitían diversos eones salvadores. San Pablo emplea la misma frase en su doxología de la epístola a los Romanos Rm 16, 27.
El v.24 es importante desde el punto de vista doctrinal. San Judas afirma que sólo con el auxilio de la gracia de Dios podrán los fieles mantenerse firmes en la fe. Dios es el único que podrá conservarlos sin tacha y sin pecado, a fin de que puedan presentarse ante la majestad divina totalmente irreprensibles.