JUAN 3

2Jn 1, 1-2. Gayo era un nombre frecuente en el mundo grecorromano. En la vida de San Pablo, por ejemplo, aparecen otras personas del mismo nombre (cfr. Hch 19, 29; Hch 20, 4; 1Co 1, 14; Rm 16, 23). Aparte de los datos que da la carta, no tenemos referencias seguras sobre la persona a quien San Juan se dirige. Un antiguo escrito cristiano (Constituciones Apostólicas, VII, 46) menciona a Gayo como obispo de Pérgamo y a Demetrio (v. 12) como obispo de Filadelfia; pero se trata de datos poco seguros. Por las indicaciones de la epístola no parece que tuviera, al menos todavía, ningún cargo jerárquico; sería más bien un cristiano ilustre que vivía con fidelidad su misión en la Iglesia.
«Querido Gayo»: Hasta cuatro veces (vv. 1.2.5.11) le aplica este cariñoso apelativo. Es un gozoso testimonio de la honda fraternidad de los primeros cristianos, bien ajena a fríos formulismos. Lo mismo cabe decir de la preocupación por su salud física, ya que la del alma era excelente. Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Un escritor del siglo II, Tertuliano, nos ha transmitido el comentario de los paganos, conmovidos al contemplar el porte de los fieles de entonces, tan lleno de atractivo sobrenatural y humano: mirad cómo se aman (Apologeticum, 39), repetían (Amigos de Dios, 225).

2Jn 1, 3-8. San Juan expresa con sencillez el motivo que alegra su corazón de padre: el buen comportamiento de Gayo (vv. 3-4), que se manifiesta en su caridad (vv. 5-8).
La rectitud en la conducta de Gayo queda expresada con un giro semita significativo: «caminas en la verdad». Ya en el Antiguo Testamento los Patriarcas son alabados porque «caminaron en presencia del Señor» (cfr., p. ej., Gn 5, 22.24; Gn 6, 9). Esta imagen del caminante adquiere mayor relieve tras la experiencia del Éxodo: el pueblo de Israel peregrinó por voluntad divina hacia la tierra prometida y en el camino tuvo lugar el gran acontecimiento de la Alianza (cfr. Ex 19, 24). «Caminar ante Dios» equivale a cumplir las exigencias de la Alianza, esto es, los mandamientos (cfr. 2Jn 1, 4). Con la venida de Jesucristo, que dijo de sí mismo «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6), queda plenamente claro que caminar en la verdad lleva consigo una adhesión total a su Persona: «Caminar en Cristo» (Col 2, 6), «en la luz» (1Jn 1, 7), «en la verdad» (2Jn 1, 4), son expresiones equivalentes, y significan vivir en unión vital con Cristo, comportándose como cristiano auténtico en el pensar y en el obrar.
La caridad de Gayo se ha manifestado en hospedar y ayudar a los predicadores enviados por el propio San Juan: en los primeros tiempos de la Iglesia existían estos misioneros itinerantes que mantenían viva la fe y la unidad de las comunidades dispersas. Se han puesto en camino «por el Nombre», es decir, por Cristo (cfr. Hch 5, 41; Flp 2, 9-10; St 2, 7). Al prestarles ayuda, incluso material, los cristianos se hacen «cooperadores de la verdad» (v. 8), y merecedores del premio prometido por el Señor: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado» (Mt 10, 40).
«Cooperadores de la verdad»: El Conc. Vaticano II aplica a los laicos estas palabras de San Juan, para explicar cómo se complementan mutuamente su apostolado y el ministerio propio de los pastores. Y, a continuación, explica: «Son innumerables las ocasiones que se presentan a los laicos para ejercer su apostolado de evangelización y santificación. Ya el mismo testimonio de una vida cristiana y de sus buenas obras realizadas con espíritu sobrenatural, tiene fuerza para atraer a los hombres a la fe y a Dios, pues, como dice el Señor: 'Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos' (Mt 5, 16).
»Pero este apostolado no consiste tan sólo en el testimonio de la vida. El verdadero apóstol busca ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra: a los no creyentes, para llevarlos a la fe; a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa» (Apostolicam actuositatem, 6).

2Jn 1, 9-10. «He escrito algunas cosas a la Iglesia»: No se puede precisar a qué carta hace referencia. Posiblemente a una que no se conserva.
Sobre Diotrefes no se conocen más datos que los aportados por estos versículos. Según todos los indicios ejercía un poder, al parecer análogo al de obispo. Su ambición le lleva a cometer varios abusos: no reconoce la autoridad de San Juan; propala diversas calumnias sobre él; rehúsa acoger a los hermanos enviados por el Apóstol -los misioneros itinerantes-, e incluso impide que los demás lo hagan.
Los atropellos de Diotrefes recuerdan, por contraste, que la actitud de quien ha sido constituido en autoridad dentro de la Iglesia debe ser la misma del Maestro, que no vino a ser servido, «sino a servir y dar su vida en redención por muchos» (Mt 20, 28). En este sentido, el Conc. Vaticano II recuerda: «Al ejercer su oficio de padre y pastor, sean los Obispos en medio de los suyos como quienes sirven (cfr. Lc 22, 26-27), buenos pastores que conocen a sus ovejas y ellas los conocen, verdaderos padres que se distinguen por el espíritu de amor y solicitud hacia todos y a cuya autoridad, que ciertamente Dios les ha conferido, todos se someten con agrado» (Christus dominus, 16).

2Jn 1, 11. El Apóstol hace aquí un condensado resumen de la doctrina expuesta con extensión en diversos pasajes de su primera carta (cfr., p. ej., 1Jn 2, 18-29; 1Jn 3, 3-10; 1Jn 5, 18-20): el que obra el bien pone de manifiesto con su conducta que es de Dios -hijo de Dios-, que está unido a Jesucristo y permanece en Él. En cambio, el que peca rompe su unión con Dios, y se pasa al bando del diablo.
«No imites lo malo, sino lo bueno»: La advertencia de San Juan no resulta superflua, ya que la fragilidad de la naturaleza humana hace que, con frecuencia, el buen ejemplo se admire, pero resulte más fácil imitar el malo. La Iglesia pone constantemente ante los cristianos la vida ejemplar de los santos, de manera que se sientan impulsados a imitarlos: «Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cfr. Hb 13, 14 y Hb 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cfr. 2Co 3, 18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos Él mismo nos habla y nos ofrece un signo de su Reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cfr. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio» (Lumen gentium, 50).

2Jn 1, 12. Tampoco de Demetrio tenemos más datos que los de este pasaje. Es posible que fuera uno de los misioneros enviados por San Juan, y quizá el portador de esta carta.
Junto al testimonio favorable de todos los que le conocen, aduce el Apóstol el de «la verdad misma». Con esta expresión puede estar refiriéndose a Jesucristo (cfr. Jn 14, 6), o al Espíritu Santo -Espíritu de la Verdad- (Jn 14, 17; Jn 15, 26; 1Jn 5, 6); o, también, a la conducta ejemplar de Demetrio (es de los que «caminan en la verdad»: vv. 3-4). Además, como en otros momentos importantes (p. ej., Jn 19, 35; Jn 21, 24;1Jn 1, 1-4), San Juan ofrece su propio testimonio.

2Jn 1, 13-15. La despedida del Apóstol recuerda mucho la de su segunda carta (2Jn 12-13). De nuevo pone de manifiesto el cariño entrañable por sus fieles, pidiendo a Gayo que los salude «uno por uno».
«La paz sea contigo»: Es el saludo habitual hebreo, que los Apóstoles continúan utilizando en sus cartas, dándole un sentido cristiano (cfr., p. ej., Rm 1, 7 y nota correspondiente; 1P 5, 14). Al utilizar esas palabras, en el Apóstol -ya anciano- resonaría el saludo del Señor en la tarde del Domingo de la Resurrección: «La paz sea con vosotros» (Jn 20, 19).