Las palabras con las que comienza la narración –«En el principio, creó Dios…»– reflejan la intencionalidad e incluso el contenido del primer libro de la Biblia: mostrar cómo actuó Dios en el comienzo del mundo, de las naciones y, sobre todo, en el comienzo del pueblo de Israel. Únicamente la acción de Dios viene a dar la explicación última de las realidades y de la historia que el autor conoce. No se trata, por tanto, de una explicación científica de las cosas o de la historia, sino religiosa. Conviene tener presente este aspecto para comprender rectamente el libro cuyo nombre –Génesis–, que se le dio al ser traducido al griego en el siglo II a.C., significa sencillamente «Los orígenes».
A lo largo del Génesis se repite diez veces una frase equivalente a «Éstas son las generaciones (orígenes, descendencia)…», que estructura la trama del libro en diez secciones de extensión muy desigual, e imprime un progreso a la narración. Sin embargo, las diferencias de contenido entre los once primeros capítulos y el resto del libro son tan notables que el Génesis suele ser dividido a la vez en dos grandes partes:
Contiene la creación y lo que podría llamarse la prehistoria. Incluye cinco de las secciones marcadas con la frase «Estas son las generaciones…» que aparece en:
Abarca la historia de los patriarcas, es decir, la historia de los orígenes remotos de Israel, en continuidad con lo narrado en la primera parte. De paso, se da también razón de los orígenes de los pueblos vecinos. Las sucesivas etapas de la historia que presenta el autor sagrado se introducen mediante la repetición, otras cinco veces, de la frase «Éstas son las generaciones…». En esta segunda parte la expresión se encuentra en:
La primera parte revela propiamente verdades de orden religioso y, para ello, el hagiógrafo se sirve de un lenguaje simbólico común en la antigüedad. Los once primeros capítulos enseñan lo concerniente a los orígenes, dando al mismo tiempo explicación de la realidad presente. Tal explicación supone la fe en el Dios único que se ha revelado en la historia, y no procede de las intuiciones religiosas subyacentes en los mitos de los pueblos vecinos a Israel. Aunque en ocasiones se encuentren en el texto rastros del lenguaje de aquellos mitos, tal lenguaje, por la acción de la inspiración divina, ha sido despojado de su talante politeísta y mágico, e impregnado de la fe en el Dios único; con él se expresan verdades fundamentales sobre el mundo y sobre el hombre que tienen evidentemente una connotación histórica: la creación del mundo y del hombre por Dios, la dignidad humana, y la existencia del mal debida al pecado.
La segunda parte tiene un tono muy distinto. Lo narrado en la historia de los patriarcas delata unos contextos geográficos e históricos determinados. La arqueología confirma el marco socio–cultural que reflejan los relatos sobre los patriarcas. El escenario es el Medio Oriente, en concreto, el arco formado por Mesopotamia, Palestina y Egipto, donde florecieron las civilizaciones más antiguas. La época en que tienen lugar los acontecimientos se sitúa a partir del siglo XVIII a.C., cuando parece que tuvo lugar la llegada de Abrahán a Canaán, sin que se pueda precisar con exactitud el tiempo de la bajada de los hijos de Jacob a Egipto. En cualquier caso, lo narrado en Génesis se sitúa antes del siglo XIII a.C. cuando presumiblemente tuvo lugar el éxodo.
Para llevar a cabo la revelación de Sí mismo, Dios guió una profunda reflexión en el pueblo elegido acerca de los orígenes. Muchos de los pueblos vecinos también habían pensado sobre ello y para intentar explicar las realidades que escapaban a su capacidad de expresión ordinaria, habían creado muchos mitos acerca del origen del mundo y del hombre, así como de las primeras etapas de la historia humana. Los autores sagrados hicieron una selección de los elementos literarios que podían servir para explicar, de modo adecuado e inteligible a la mentalidad de sus contemporáneos, el mensaje de fe que querían trasmitir por medio de sus escritos al pueblo de Israel, y, a través de su experiencia religiosa, a toda la humanidad.
En la «historia de los orígenes» se diferencian con bastante claridad textos con unas características literarias propias que permiten encuadrarlos en las tradiciones «yahvista» y «sacerdotal»49. Además del lenguaje simbólico habitual en el Próximo Oriente, en la «historia de los orígenes» se encuentran otros elementos literarios provenientes de antiguas tradiciones locales (Mesopotamia, Canaán) cuyo significado se ha ampliado a toda la humanidad. Asimismo, se encuentran listas genealógicas en las que se quiere mostrar cómo la humanidad se fue multiplicando hasta poblar la tierra entera. Con esos materiales se cubre un espacio de tiempo que va desde el origen del mundo hasta la época de Abrahán. Con su disposición actual, al principio de la Biblia, los once primeros capítulos del Génesis son como una introducción para presentar la figura de Abrahán, con quien, según el libro, la historia toma un nuevo giro marcado por la llamada de Dios y la obediencia del hombre.
Por su parte, las narraciones patriarcales del Génesis recogen tradiciones orales de carácter muy diverso. Encontramos relatos familiares, épicos y poéticos, que describen unos acontecimientos cuya realidad histórica no es posible contrastar con otras fuentes. Sin embargo, reflejan el ambiente, costumbres y condiciones del segundo milenio a.C. –época en que vivieron los patriarcas–, y tienen sin duda un gran valor para el historiador. En otros pasajes, encontramos relatos que reflejan un contexto cultual, es decir, narran hechos relacionados con lugares de culto de Canaán, como Betel, Hebrón o Siquem. En esas narraciones se daba explicación del carácter sagrado de un determinado lugar por su vinculación con algún patriarca o con algún nombre o manifestación de Dios. Con éstos y otros materiales literarios de tradición oral antiquísima se elaboró la historia de los patriarcas, recogiendo también, y acomodando, antiguas piezas poéticas como las bendiciones de Jacob50. Todo ese material de tradición se configuró en forma de ciclos en torno a personajes y lugares; y, posteriormente, al llevarse a cabo la redacción definitiva del Pentateuco, fue incluido en el Génesis.
El lugar que ocupa este libro dentro del Pentateuco muestra que la historia narrada, aunque tiene valor histórico–religioso en sí misma, está orientada hacia los acontecimientos que narrará el libro del Éxodo. La historia de los patriarcas se desarrolla en la tierra de Canaán que, por ser la tierra prometida, constituía un punto clave de la fe de Israel51; pero debía ponerse en relación con otro acontecimiento fundamental: la salida de Egipto y la Alianza del Sinaí. La historia de José cumple esa función, pues sirve de punto de unión entre la historia de los patriarcas y estos acontecimientos.
La idea central del Génesis, como la de todo el Pentateuco, es la elección de Israel por parte de Dios. El Génesis enseña que esa elección comienza con la llamada a Abrahán, y es secundada por el patriarca mediante una obediencia tal, que llega incluso a aceptar el sacrificio de su hijo Isaac. Por otra parte, el Génesis enseña verdades fundamentales: la creación del mundo y del hombre por Dios, la unidad del género humano, el origen del mal debido al pecado de nuestros primeros padres y su presencia a lo largo de la historia, así como la esperanza de salvación. Dios aparece como creador, trascendente al mundo y al hombre, y como aquél que cuida amorosamente de ellos. El mundo, una vez creado, es librado del caos originario por la palabra de Dios; y por esa misma palabra, Abrahán, y con él Israel, vienen a ser la primicia de la humanidad liberada del caos de la idolatría y de la confusión reflejada en Babel52. A lo largo de la historia patriarcal se muestra cómo Dios lleva adelante la elección y reafirma las promesas de una tierra y una numerosa descendencia.
El contenido del libro del Génesis leído a la luz del Nuevo Testamento, es decir, a la luz de la Persona y la obra de Cristo, adquiere una dimensión nueva. Jesucristo ratifica el valor perenne del Génesis cuando, por ejemplo, remite a su enseñanza para fundamentar la indisolubilidad del matrimonio53 e invita, de este modo, a acudir siempre a esos pasajes bíblicos para conocer la verdadera dignidad del hombre y de las realidades que vive.
Por otra parte, en el Nuevo Testamento, se desvela el alcance último de los acontecimientos narrados en el Génesis. Así se comprende que la promesa que Dios hizo a Abrahán se refería en último término a Jesucristo, y que Abrahán ya la vio cumplida, proféticamente, en la venida del Señor54. Cristo es la verdadera «descendencia» de Abrahán55, y los que tienen fe en Cristo son, en definitiva, los hijos de Abrahán56; se cumple de este modo, el anuncio de que en Abrahán serían bendecidas todas las naciones de la tierra57.
A la luz del Nuevo Testamento, no sólo se descubre el alcance de la historia de los patriarcas, sino que se enriquece admirablemente el misterio de la creación del mundo y del hombre. En efecto, la creación del mundo «en el principio» se comprende ahora como obra de la Santísima Trinidad58; se comprende, asimismo, que en la creación del mundo y del hombre ya estaba proyectada, y de algún modo también presente, la Imagen perfecta de Dios, Cristo Jesús; y, en razón de tal Imagen, de la que participa todo ser humano, fueron creadas todas las cosas59. A la luz del Nuevo Testamento, que presenta a Cristo como nuevo Adán60, se comprende también la unidad y la solidaridad de todo ser humano en el pecado del primer Adán61, así como el hecho de que el pecado afecte a la creación entera62. Desde la Redención llevada a cabo por Cristo, se ve el alcance de la promesa de salvación que Dios hizo a nuestros primeros padres. Igualmente, a la luz del Nuevo Testamento, se comprende la felicidad plena junto a Dios, de la que el paraíso terrenal era figura63.
1 Gn 1, 1-Gn 2, 25.
2 Gn 3, 1-Gn 4, 26.
3 Gn 5, 1-Gn 6, 8.
4 Gn 6, 9-Gn 8, 22.
5 Gn 9, 1-17.
6 Gn 10, 1-32.
7 Gn 11, 1-9.
8 Gn 12.
9 Gn 12, 1-9.
10 Gn 12, 10-Gn 13, 18.
11 Gn 14, 1-24.
12 Gn 15, 1-21.
13 Gn 16, 1-16.
14 Gn 17, 1-27.
15 Gn 18, 1-15.
16 Gn 18, 16-Gn 19, 38.
17 Gn 20, 1-18.
18 Gn 21, 1-21.
19 Gn 21, 23-33.
20 Gn 22, 1-14.
21 Gn 22, 19.
22 Gn 23, 1-20.
23 Gn 24, 1-67.
24 Gn 25, 7-11.
25 Gn 26, 1-35.
26 Gn 27, 1-33.
27 Gn 27, 46.
28 Gn 28, 11.
29 Gn 28, 10-22.
30 Gn 29, 15-30.
31 Gn 29, 31-Gn 30, 43.
32 Gn 31, 1-Gn 32, 3.
33 Gn 32, 2-32.
34 Gn 33, 1-20.
35 Gn 34, 1-31.
36 Gn 35, 11-12.
37 Gn 35, 27-29.
38 Gn 36, 1-43.
39 Gn 37, 1.
40 Gn 37, 2-36.
41 Gn 38, 1-26.
42 Gn 39, 1-Gn 41, 57.
43 Gn 42, 1-Gn 45, 28.
44 Gn 46, 1-Gn 47, 3.
45 Gn 48, 1-22.
46 Gn 49, 1-28.
47 Gn 49, 29-Gn 50, 14.
48 Gn 50, 15-26.
49 cfr Introducción al Pentateuco, § 2.
50 cfr Gn 49.
51 cfr Jos 24; Dt 26.
52 cfr Gn 10-12.
53 cfr Mt 19, 4-6.
54 cfr Jn 8, 56.
55 cfr Ga 3, 16.
56 cfr Ga 3, 7.
57 cfr Ga 3, 8-9.
58 cfr Jn 1, 1-3.
59 cfr Col 1, 15-16.
60 cfr 1Co 15, 22.
61 cfr Rm 5, 17.
62 cfr Rm 8, 20.
63 cfr Ap 22, 14.