En la Biblia griega y en la versión latina de la Vulgata, después de los Salmos figura un libro en el que se incluyen varias colecciones de máximas, refranes y comparaciones. En la Biblia hebrea figura entre los ketubim («Escritos»), inmediatamente detrás de Job. Como en hebreo se llama masal a cada una de esas sentencias, el libro ha sido llamado mesalim, esto es, «Proverbios». En su conjunto es un compendio de sabiduría humana integrada en la fe en el Señor, Dios de Israel. Se trata del escrito que quizás mejor caracteriza la literatura bíblica sapiencial.
El libro de los Proverbios es una recopilación de máximas de sabios en el que no se aprecia a primera vista un orden bien definido. No obstante, se pueden distinguir siete colecciones, de diverso origen y antigüedad, algunas de las cuales van encabezadas por un título propio. Las mismas colecciones, pero en un orden diferente, aparecen en el texto griego de los Setenta. Esta circunstancia indica que, efectivamente, el libro no ha sido escrito de principio a fin siguiendo un plan lógico preconcebido, sino que se ha compuesto recogiendo y estructurando diversas recopilaciones de proverbios más antiguas. Esas colecciones van precedidas de un largo prólogo, en el que se hace una invitación a la adquisición de la sabiduría, y se cierran con un bello epílogo. El texto en su conjunto podría quedar estructurado de la siguiente manera:
El texto griego de los Setenta contiene las mismas colecciones, aunque estructuradas de un modo diverso, según el siguiente orden: I, II, III, VI, IV, VII, VIII, V y IX. De esta forma los «Proverbios numéricos» irían tras las «máximas de los sabios», y el canto de la mujer perfecta tras la segunda colección salomónica.
Como ya se ha indicado en la introducción general a los «libros poéticos y sapienciales», la tradición sapiencial de Israel tiene manifestaciones análogas a las habituales en otras regiones del antiguo Oriente Medio. Hoy día se conocen varias recopilaciones de enseñanzas sapienciales de diversas épocas y áreas geográficas. Las más conocidas de entre las procedentes de Egipto son la instrucción de Ptah–hotep (en torno al 2450 a.C.), la instrucción para el rey Meri–ka-Re (entre 2150 y 2080 a.C.), la del rey Amenemhet (1960 a.C.), la de Jeti, el hijo de Duauf (1900 a.C.), la sabiduría de Ani (1200 a.C.), la instrucción de Amen–em-Opeh (500 a.C.) y la de Ank–sesonqui (400 a.C.). En Babilonia, por su parte, son especialmente importantes los Poemas de los justos que sufren, los Proverbios Mesopotámicos (ambos entre el 1500 y el 1000 a.C.) y las Palabras de Ajicar (en torno al 400 a.C.). También en los textos de Ugarit se han encontrado pasajes de contenido sapiencial con los modos de expresión característicos de esta corriente cultural.
El origen exacto de las colecciones de refranes y sentencias contenidas en el libro de Proverbios es objeto de debate. Por una parte, parece probable que muchos proverbios procedieran del ámbito familiar, entorno donde se adquiría la primera instrucción necesaria para desenvolverse en la vida. Un buen número de ellos eran fruto de la experiencia: de la observación de la realidad y de una profunda reflexión sobre ella, que llevaba a acuñar en máximas la sabiduría experimental.
Por otra parte, parece también probable que otros muchos aforismos tuvieran su origen y fueran recopilados en un ámbito escolar. Aunque no se conoce con certeza el contenido de la formación impartida en las escuelas ordinarias del antiguo Israel, el descubrimiento de algunos textos didácticos de estilo «sapiencial», empleados en las escuelas egipcias o mesopotámicas, hace pensar a algunos estudiosos que los textos bíblicos de esas características habrían podido tener un origen similar. De ahí que unas breves pinceladas sobre la educación en el antiguo Israel puedan resultar útiles para ilustrar el ambiente en que nacieron las colecciones de sentencias y proverbios.
La instrucción habitual de los jóvenes en el antiguo Oriente Medio estaba dirigida a la formación de príncipes, funcionarios y personas llamadas a desempeñar cargos de responsabilidad en el gobierno o en la administración de justicia. La arqueología atestigua que a partir del siglo VIII a.C., momento en que se produjo una notable difusión de la escritura, hubo una proliferación de escuelas que proporcionaban alfabetización y cierta instrucción a los funcionarios intermedios o incluso de rango inferior. En Israel, lo mismo que en las regiones vecinas, la instauración de la monarquía también hizo surgir la necesidad de preparar un cuerpo de funcionarios competentes. En las escuelas, diversos grupos de jóvenes recibirían durante varios años la preparación adecuada para formar parte de las clases dirigentes del país. Algunas referencias en los libros de los Reyes así parecen confirmarlo 7.
Los métodos de enseñanza debían de ser análogos a los que se empleaban en otros países del creciente fértil. Estaban basados en la repetición oral de frases para grabarlas en la memoria, sin que faltasen los castigos corporales como apoyo a la instrucción. A ellos se alude en el libro de los Proverbios: «Aplica tu corazón a la instrucción, y tu oído a las palabras sabias. No prives al muchacho de instrucción: aunque le pegues con vara no va a morir» 8. Así pues, el maestro animaba al discípulo a que escuchara y retuviese su enseñanza –«Hijo mío, presta atención a mi sabiduría, inclina tu oído a mi prudencia» 9, «no olvides mi enseñanza»10– y le insistía en que conservara en la memoria la bondad y justicia que le enseñaban: «Escríbelas sobre la tabla de tu corazón»11. Al mismo tiempo se consideraba que las reprimendas y castigos tenían su utilidad: «Vara y corrección dan sabiduría»12.
Para llamar la atención del discípulo, así como para facilitar que retuviera en su memoria la enseñanza, se empleaban varios recursos de dicción. Por ejemplo, es muy frecuente el paralelismo, esto es, la expresión de un pensamiento en dos frases breves en las que se incide en dos ideas análogas expresadas con distintas palabras (paralelismo sinonímico), o bien (y suele ser lo más frecuente) en dos frases donde la segunda tiene el mismo esquema que la primera, pero su contenido marca un contraste con ella (paralelismo antitético). Una muestra del primer tipo es: «El perverso está atento al labio malicioso, / el mentiroso presta oídos a lengua maligna»13; y del segundo: «La ciudad prospera con la bendición de los rectos, / se arruina con la boca de los malvados»14. Otra forma corriente de expresión que causa impacto en el lector es la comparación («como vinagre a los dientes y humo a los ojos, / así es el perezoso para quien le encarga algo»15).
Así pues, parece probable que muchas máximas de sabiduría se originaran en un ambiente popular. Después, personas instruidas en el entorno escolar o individuos que cultivaron la educación de los demás llevaron a cabo su recopilación literaria. También asumieron las reflexiones de otros pueblos que por distintos caminos se hicieron comunes en aquella área cultural y llegaron a ser conocidas por los sabios de Israel. En cualquier caso, las propias tradiciones religiosas y especialmente el temor del Señor ofrecieron orientaciones precisas sobre el modo de comportarse en diversas circunstancias y, a medida que se fue desarrollando la sabiduría en Israel, la misma Ley de Dios pasó a formar parte, y parte privilegiada, de la sabiduría del pueblo escogido. Todo eso fue configurando una rica tradición sapiencial que los maestros transmitieron a las nuevas generaciones.
La diversa forma en que se ha trasmitido el libro de los Proverbios en hebreo y en griego refleja su complejo proceso de composición, y deja ver que las colecciones de máximas y sentencias que se incluyen en él circulaban con anterioridad a su recopilación final.
La tradición de Israel atribuía a Salomón una sabiduría extraordinaria, que se había plasmado en tres mil comparaciones y proverbios16. Esa creencia queda reflejada en este libro, donde se recogen, como hemos visto, varias colecciones atribuidas al rey sabio. Tal dato concuerda en cierto modo con el hecho de que en esta obra los proverbios más antiguos reflejan una estructura social que encaja en el contexto histórico de la monarquía (siglos X-VI a.C.) y en el ambiente de la corte. Por eso, es probable que el núcleo original del libro fuera una recopilación de esos proverbios, bien en forma oral o escrita, que se completó más tarde (en torno al año 700 a.C.) con la colección de los «proverbios de Salomón que copiaron los hombres de Ezequías, rey de Judá»17, y que quizá estuvieran destinados a la instrucción de los jóvenes en la corte de Jerusalén. Más adelante se irían añadiendo una tras otra las demás colecciones de diversas procedencias, hasta que el redactor final le dio su forma actual. Al realizar esta tarea, compuso un largo prólogo, con un estilo propio e inconfundible, para que sirviera de introducción al «manual» de sentencias y animase a su aprendizaje, y situó el hermoso poema de la «mujer perfecta» como colofón final. A su prólogo le puso como título «Proverbios de Salomón», título que abarca desde entonces toda la obra. Esta última fase del proceso tuvo lugar en la época post–exílica y se culminó probablemente durante los últimos años de la dominación persa en el siglo IV a.C. Sin embargo, todavía no estaba fijado el orden en que se introducían las colecciones, como muestra el hecho de que en la versión griega aparezcan con distinta disposición.
Aunque cada una de las colecciones de proverbios incluidas en el libro tiene algunos rasgos característicos, todas ellas presentan un cierto trasfondo común. Si son muchos los pensamientos que se han ido deduciendo a partir de la observación de la naturaleza y de las relaciones entre los hombres, en todos ellos se aprecia una actitud propia del sabio: saber expresar sintéticamente la experiencia humana. El sabio no crea ni inventa sus consejos, sino que, inspirado por el Espíritu Santo, los descubre como reglas de funcionamiento que el Señor ha dejado impresas en la creación del mundo y del hombre, y que proporcionan la clave para llevar una vida feliz y provechosa. Sus consejos se convierten, por tanto, en una interpretación profundamente religiosa del mundo y de la sociedad.
En la lectura del libro de los Proverbios, tal como nos ha llegado en su redacción final, se percibe que el fundamento de su enseñanza es una sólida fe en el Dios de Israel. Dios, que ha hecho todas las cosas18, es providente19 y retribuye a cada uno según sus obras20, y es el Señor de todo21. Por eso, sólo encuentra la verdadera sabiduría quien teme al Señor22, esto es, quien aprende de cuanto le rodea y sucede en su entorno, prestando la debida reverencia a su Hacedor. El autor inspirado afirma que la sabiduría está presente en el recto orden establecido por el Creador: «El Señor me tuvo al principio de sus caminos, antes de que hiciera cosa alguna, desde antaño. (…) Cuando asentaba los cielos, allí estaba yo, cuando fijaba un límite a la superficie del océano, cuando sujetaba las nubes en lo alto, cuando consolidaba las fuentes del océano, cuando ponía su límite al mar para que las aguas no lo traspasaran, cuando fijaba los cimientos de la tierra, yo estaba proyectando junto a Él»23. Por eso la adquisición de la sabiduría lleva a acertar en la orientación de la vida de acuerdo con ese orden fijado por Dios en la creación. Participar de ese orden es lo que proporciona la felicidad al hombre.
De la Sabiduría que ordena el mundo participa el saber que nace de la experiencia humana. Éste es capaz de apreciar lo que da satisfacciones personales y es objeto de la común aprobación social. De ahí nacen en muchas culturas antiguas y actuales proverbios populares que enseñan a vivir rectamente. Esta sabiduría popular es asumida y dotada de valor en el libro de los Proverbios, proporcionándole su verdadero sentido al darle el fundamento teológico y enmarcarla en la armonía del cosmos creado por Dios.
El libro de los Proverbios ayuda a descubrir el camino abierto por Dios para que el hombre alcance la felicidad que discurre entre las actividades ordinarias de la vida humana. No se insiste en la fidelidad a la Alianza24, ni se recomienda ofrecer sacrificios en el Templo o participar en la Pascua u otras fiestas religiosas. Aquí los consejos se mueven en el ámbito de la familia, el trabajo, la justicia, la generosidad, las relaciones personales o el comercio: «La mujer sabia edifica su casa, / la necia la destruye con sus manos»25; «conoce bien las caras de tus ovejas, / pon tu corazón en tus rebaños»26; «quien justifica al malvado y quien condena al justo, / ambos son abominables para el Señor»27; «el generoso será bendito, por haber dado de su pan al pobre»28; «respuesta amable aplaca la cólera, / pero una palabra dura enciende la ira»29; «el Señor abomina la balanza fraudulenta / y le complace la pesa exacta»30. Enseña, pues, que esas actividades de la vida corriente han de desarrollarse con sabiduría y temor del Señor.
En este libro se muestra que «Israel con su reflexión ha sabido abrir a la razón el camino hacia el misterio. En la revelación de Dios ha podido sondear en profundidad lo que la razón pretendía alcanzar sin lograrlo. A partir de esta forma más profunda de conocimiento [el de la Revelación], el pueblo elegido ha entendido que la razón debe respetar algunas reglas de fondo para expresar mejor su propia naturaleza. Una primera regla consiste en tener en cuenta el hecho de que el conocimiento del hombre es un camino que no tiene descanso; la segunda nace de la conciencia de que dicho camino no se puede recorrer con el orgullo de quien piensa que todo es fruto de una conquista personal; una tercera se funda en el “temor de Dios”, del cual la razón debe reconocer a la vez su trascendencia soberana y su amor providente en el gobierno del mundo. Cuando se aleja de estas reglas, el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del “necio”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello le impide poner orden en su mente (cfr Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: “Dios no existe” (cfr Sal 14, 1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino»31.
Probablemente la parte del libro que más ha reclamado la atención de los lectores a lo largo de los siglos ha sido el capítulo octavo, en el que la Sabiduría es descrita con rasgos casi personales. Ahí la propia Sabiduría toma la palabra y reclama la atención de los hombres32, para expresar a continuación su relación con Dios: se presenta hablando como una persona formada desde la eternidad, que asistió al Señor en la creación del mundo33. Es ésta una personificación literaria que ha tenido gran trascendencia en el desarrollo progresivo de la Revelación. Constituye uno de los primeros textos en los que se prepara la manifestación del misterio de las Personas Divinas. En el Nuevo Testamento esa Sabiduría se aplica a Jesucristo, al que se designa como Sabiduría de Dios34 y participa en la creación y conservación del mundo y de su pueblo35. De manera especial, el Evangelio de San Juan, al atribuir los rasgos de la Sabiduría creadora al Verbo de Dios hecho carne36 e identificar a Cristo con la Sabiduría de Dios37, revela los fundamentos necesarios para el desarrollo de la doctrina trinitaria.
A su vez, la propia predicación de Jesús utiliza procedimientos en parte análogos a los empleados en los Proverbios. También a nuestro Señor le gustaba expresar en frases concisas y expresivas algunos aspectos de su enseñanza, o recurrir a comparaciones gráficas (las «parábolas») para que su doctrina fuera atractiva y se fijase mejor en la memoria. Paralelismos como: «Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo»38, y comparaciones como: «El Reino de los Cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra»39, testimonian que Jesús empleó en su predicación procedimientos que ya eran tradicionales en la pedagogía de Israel.
Pero no se trata sólo de la forma, también en ocasiones textos del Nuevo Testamento asumen el contenido de ciertos proverbios al expresar su mensaje. Por ejemplo, en la Carta a los Romanos, San Pablo utiliza uno de los textos de este libro para expresar adecuadamente su enseñanza: «Si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer; si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto, amontonarás ascuas de fuego sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien»40. Lo mismo sucede en la Carta a los Hebreos, que acude a Pr 3, 11-12 para referirse a la pedagogía divina41, o en las cartas de Santiago y de Pedro, donde también otros proverbios sirven para fundamentar su enseñanza42.
En la tradición cristiana ha sido asumida la educación en las virtudes que proporciona el libro de los Proverbios. Aunque los Padres de la Iglesia son conscientes de que los consejos de esta obra responden a un momento particular en el desarrollo progresivo de la Revelación, que habría de alcanzar su culminación en la doctrina de Jesucristo y en la predicación apostólica, como libro inspirado que es, recurren a él en la instrucción de los cristianos para formar su carácter de acuerdo con el orden de la naturaleza, de modo que luego puedan acoger mejor la manifestación de los misterios divinos. Así lo evidencia, por ejemplo, San Ambrosio al comienzo de sus catequesis para los recién bautizados: «Hasta ahora os hemos venido hablando cada día acerca de cuál ha de ser vuestra conducta. Os hemos ido leyendo los hechos de los patriarcas o los consejos del libro de los Proverbios a fin de que, instruidos y formados por estas enseñanzas, os fuerais acostumbrando a recorrer el mismo camino que nuestros antepasados y a obedecer los oráculos divinos, con lo cual, renovados por el bautismo, os comportéis como exige vuestra condición de bautizados»43.
1 Pr 1, 8-9; Pr 4, 1-13 y Pr 7, 1-5.
2 Pr 10, 1.
3 Pr 24, 23.
4 Pr 25, 1.
5 Pr 30, 1.
6 Pr 31, 1.
7 1R 12, 8; 2R 10, 1.
8 Pr 23, 12-13.
9 Pr 5, 1.
10 Pr 3, 1.
11 Pr 3, 3.
12 Pr 29, 15.
13 Pr 17, 4.
14 Pr 11, 11.
15 Pr 10, 26.
16 cfr 1R 5, 12.
17 Pr 25, 1.
18 cfr Pr 3, 19; Pr 20, 12.
19 cfr Pr 5, 21; Pr 15, 3.
20 cfr Pr 12, 2; Pr 15, 8-11; Pr 22, 23.
21 cfr Pr 10, 3.
22 cfr Pr 1, 7.
23 Pr 8, 22.27- 30.
24 Sólo se alude a ella en Pr 2, 17.
25 Pr 14, 1.
26 Pr 27, 23.
27 Pr 17, 15.
28 Pr 22, 9.
29 Pr 15, 1.
30 Pr 11, 1.
31 Juan Pablo II, Fides et Ratio, 18.
32 cfr Pr 8, 1-21.
33 cfr Pr 8, 22-31.
34 Mt 11, 19; 1Co 1, 24.
35 cfr Col 1, 16-17.
36 Jn 1, 1-3.
37 cfr Jn 6, 35 con Pr 9, 1-6.
38 Mt 10, 41.
39 Mt 13, 45-46.
40 Rm 12, 20-21 (Pr 25, 21-22); también Rm 3, 15 (Pr 1, 16); Rm 12, 17 (Pr 3, 4); 2Co 8, 21 (Pr 3, 4); 2Co 9, 7 (Pr 22, 8).
41 Hb 12, 5-6; cfr también Hb 12, 13 (Pr 4, 26-37).
42 St 4, 6 (Pr 3, 34); 1P 4, 18 (Pr 11, 31); 1P 5, 5 (Pr 3, 34); 2P 2, 22 (Pr 26, 11).
43 S. Ambrosio, De mysteriis 1.