SABIDURÍA

Después del Cantar de los Cantares en la Vulgata viene el libro de la Sabiduría. La Biblia griega lo incluye a continuación de Job, que a su vez aparece después de Salmos, Proverbios, Qohélet y Cantar. Se trata de un libro escrito originalmente en griego y que no se encuentra en la Biblia hebrea.

En la tradición eclesiástica latina este escrito ha sido comúnmente titulado Libro de la Sabiburía (Liber Sapientiae). En las iglesias orientales se le ha llamado Sabiburía de Salomón (Sophia Salomônos). El libro se atribuyó a Salomón por el prestigio que tenía como sabio y porque en los capítulos 7-9 el autor habla y escribe como si fuera este rey 1. El hecho de que Sabiduría se haya atribuido a Salomón ha hecho que en las Biblias latinas se sitúe a continuación del Cantar.

Salvo algunas dudas de unos pocos escritores eclesiásticos entre los siglos III y V, la Iglesia lo ha considerado como inspirado por Dios y canónico. Lutero y los reformadores protestantes del siglo XVI, siguiendo la norma judía, no contaron Sabiduría entre los canónicos, sino entre los «apócrifos». Para disipar las dudas, el Concilio de Trento lo incluyó entre los sagrados y canónicos (1546) y así lo ratificó el Concilio Vaticano I (1870).

1. ESTRUCTURA Y SÍNTESIS DEL CONTENIDO

Parece que el hagiógrafo estructuró su libro en tres partes, que esquemáticamente se podrían resumir así:

PRIMERA PARTE: LA SABIDURÍA Y EL DESTINO DEL HOMBRE (Sb 1, 1-Sb 6, 21). Muestra cómo la verdadera justicia, en el sentido de rectitud de conducta, y la felicidad en la vida presente estriban en cumplir, bajo la guía de la Sabiduría divina revelada, la voluntad de Dios. De la conducta observada en esta vida depende la vida del más allá. Comienza con una exhortación a buscar la justicia 2 y a continuación va exponiendo la condición de la vida de los impíos 3, la suerte de los justos y la de los impíos 4, y el Juicio de Dios 5. Finaliza con un conjunto de advertencias a los reyes 6.

SEGUNDA PARTE: Naturaleza y función de la sabiduría (Sb 6, 22-Sb 9, 18). Trata de cuál es la sabiduría que conduce a Dios y cómo adquirirla. Para ello se presenta a Salomón como poseedor de la sabiduría 7 y una oración del rey sabio para alcanzarla 8.

TERCERA PARTE: ACCIÓN DE LA SABIDURÍA EN LA HISTORIA (Sb 10, 1-Sb 19, 22). Desarrolla una amplia visión de la providencia y de las acciones divinas en la historia de Israel. Se inicia con la presentación de los actos de la Sabiduría desde Adán al éxodo 9, y sigue con los prodigios de la Sabiduría en los acontecimientos del éxodo10: hace especial referencia al castigo de los egipcios con las plagas, a cómo se manifestó la omnipotencia y misericordia de Dios en ese tiempo y al castigo de los cananeos. A continuación hace una crítica de los filósofos11 y de la idolatría12, seguida de la descripción del castigo de los egipcios opresores del pueblo13 y de la acción maravillosa de la Sabiduría en la noche pascual y en los prodigios del éxodo14.

CONCLUSIÓN (Sb 19, 22). Reconocimiento de los beneficios divinos a Israel.

2. CONTEXTO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO

Aunque el libro no da referencias para su datación, ésta ha de situarse con posterioridad al año 200 a.C., fecha aproximada de la traducción de los Setenta, y con anterioridad a las Cartas de San Pablo, que parece conocerlo15. La mayoría de los estudiosos se inclinan por la segunda mitad del siglo I a.C. puesto que su contenido parece reflejar la situación en que vivía la numerosa colonia judía en Alejandría de Egipto en esa época. La deslumbrante cultura helénica había impregnado la vida de las ciudades del Delta del Nilo, y los muchos judíos que habían fijado su residencia en Alejandría se encontraban en fuerte tensión: de un lado, los lazos religiosos y de costumbres les mantenían insertados en la tradición de sus antepasados; pero de otro, era evidente que no podían vivir al margen de la nueva cultura que había traído el helenismo.

No nos ha llegado noticia histórica de que los judíos de Alejandría sufrieran persecución por parte de las autoridades de la dinastía tolomea reinante. Pero es posible que padecieran cierta animadversión de sus conciudadanos no judíos, que tal vez los juzgaran extraños y no integrados en la sociedad. Así se explicaría la insistencia del autor de Sabiduría, a lo largo de la tercera parte del libro, en el recuerdo de las plagas de Egipto en la época de los faraones, y que al mismo tiempo en ningún momento mencione explícitamente a los egipcios; esta forma de expresarse sería una muestra de su prudencia.

Desde el punto de vista teológico, el libro de la Sabiduría supone la tradición de Israel, tanto la histórica como la sapiencial. La consideración religiosa de la historia de Israel había comenzado en los tiempos de la llamada «escuela deuteronomista» y se contenía en los libros que exponían la historia del pueblo. A partir de esa reflexión, se había llegado a comprender los acontecimientos de la historia humana, singularmente la del pueblo elegido, como realización de los designios salvíficos del Dios Único, creador y providente de todas y cada una de las criaturas. Era una visión de la historia típicamente israelita, a la que había contribuido de modo decisivo la predicación de los profetas y la redacción de los libros históricos. De otro lado, también había sido puesta por escrito la tradición «sapiencial» de Israel, fusión admirable de la sabiduría oriental y de la escucha de la voz de Dios en la Revelación.

La «teología de la historia» había quedado al margen en los libros sapienciales más antiguos: Proverbios, Job y Qohélet. Pero había tenido ya un primer ensayo en la última parte del libro de Ben Sirac o Eclesiástico16, al evocar las grandes figuras de los hombres de Dios del Antiguo Testamento. Añadamos que tal comprensión de la historia no es un mero recuerdo de los tiempos pasados y sus circunstancias, sino el aprendizaje de la lección que nos da el pasado para ser aplicada, ahora y aquí, en el hoy presente. De este presupuesto parte el hagiógrafo, y lo hace más patente desde el cap. 10 hasta el final de su obra17.

3. COMPOSICIÓN

El libro de la Sabiduría fue originariamente escrito en el griego común de las personas cultas de las ciudades del bajo Egipto, helenizado tras la conquista de Alejandro Magno (último tercio del siglo IV a.C.). El autor utiliza tal lengua con gran facilidad. En el vocabulario de Sabiduría entran muchos términos que son extraños a la versión griega de los Setenta que el autor manejó –sobre todo en las evocaciones de los textos del Antiguo Testamento– y que influyó obviamente en sus modos de escribir. De unos 1.735 vocablos distintos que contiene el libro de la Sabiduría en el texto original griego, unos 335 sólo aparecen en este libro entre todos los del Antiguo Testamento. El dato por sí solo ya da una idea de su originalidad. Estos términos en general no hay que tomarlos como técnicos de ninguna escuela filosófica concreta, sino habituales en las personas cultivadas.

Del contenido del libro se deduce claramente que su autor fue un judío de la diáspora en Egipto, buen conocedor de la cultura helénica, pero en abierta polémica con el politeísmo. Formado en la tradición de Israel, que ve en el éxodo la mano poderosa de Dios y el castigo implacable de los idólatras, vertió el legado religioso israelita en el lenguaje de la cultura griega, sin perder contacto con la revelación del Antiguo Testamento, más en concreto, con la tradición sapiencial de Israel, con la cual se propone entroncar.

La atracción del helenismo constituía un peligro para la identidad judía. Una actitud de cerrazón y aislamiento no era razonable ni posible. La posición del autor inspirado de Sabiduría fue la más sabia y positiva: afirmar los valores fundamentales del legado religioso de Israel y aprovechar, con capacidad crítica y a la luz de la religión del Dios único, las aportaciones ciertas de la filosofía griega, evitando al mismo tiempo los errores del sincretismo religioso del mundo helénico.

Intención principal del autor del libro es hacer el elogio de la sabiduría, más o menos según el género demostrativo y encomiástico griego, pero con clara finalidad religiosa, enmarcando la sabiduría en la profunda fe en el Señor, el Dios uno y único del Antiguo Testamento. Esta visión de fe conduce al autor sagrado a hacer no sólo el encomio de la sabiduría como virtud –que sería lo específicamente griego–, sino, más allá de esa perspectiva, a presentar la sabiduría como un atributo divino, personalizado fuertemente a nivel literario. Además, el hagiógrafo propone una valoración religiosa de la historia como historia de la salvación y, a tal efecto, hace un repaso sucinto de la historia del pueblo elegido y de sus relaciones con otros pueblos.

4. ENSEÑANZA

A diferencia sobre todo de los Proverbios, no nos encontramos en Sabiduría con colecciones de sentencias más o menos unidas, sino con un desarrollo bien estructurado y armónico, en el que se conjugan el legado sapiencial del Antiguo Testamento, la interpretación de la historia sagrada como providencia divina, y el aprovechamiento crítico de las aportaciones de la razón humana aprendidas en lo más selecto de la cultura helénica. El libro presenta en su conjunto una advertencia y una puesta en guardia contra el desvarío de la idolatría y del ateísmo.

Dios comunica la Sabiduría al hombre que se encuentra en buenas disposiciones. Con este don puede reconocer que la Sabiduría divina gobierna el entero universo, guía la conducta moral humana en esta vida y suscita la expectativa de la vida en el más allá.

Por lo demás, el contenido teológico de Sabiduría es tan rico que abarca, de algún modo, los temas mayores de la Revelación y del pensamiento humano: Dios, el mundo, el hombre, la creación, gobierno y providencia de Dios sobre todas las creaturas, la Revelación divina, natural y sobrenatural, la vida y la muerte, el más allá, la retribución en la tierra y en la otra vida, las virtudes morales, etc. La simple y parcial enumeración de los temas es suficiente para hacerse una idea de la densidad doctrinal de este escrito.

Sin embargo, conviene destacar algunos aspectos. En primer lugar, hay que señalar que el lector del libro se encuentra con una novedad en el plano intelectual y cultural: el legado de la Revelación del Antiguo Testamento es ahora fecundado y expresado con modos y conceptos culturales griegos. Este hecho es una muestra de cómo la Palabra de Dios se da en distintos moldes de pensamiento; es decir, refleja la «ley de la Encarnación», por la que Dios asume las culturas humanas para comunicarse con los hombres. Si en los otros libros del Antiguo Testamento la Palabra de Dios se da en categorías fundamentalmente semitas, en éste se hace oír con términos y expresiones helenistas, abriéndose así a un mundo cultural más amplio. Es lo que sucederá también con el Nuevo Testamento, que, escrito en griego, traspasa las limitaciones culturales judías y se sitúa en el ámbito de la civilización grecorromana.

Además podríamos señalar dos aportaciones «nuevas» del libro de la Sabiduría: a) La clara distinción entre alma/espíritu y cuerpo en la antropología, base imprescindible para comprender el mensaje del Nuevo Testamento. b) En coherencia con tal distinción, la percepción y creencia firme en la vida del más allá de la muerte corporal, con la consiguiente inmortalidad del alma o espíritu. Encontramos, pues, un progreso en la visión antropológica, que supera en precisión y profundidad tanto la concepción antropológica del legado hebraico anterior como la más común en el helenismo. En efecto, la antropología semita era de carácter eminentemente unitario, al revelar que el hombre es criatura de Dios, hecho a imagen y semejanza suya, pero poco precisa. La antropología griega era más inclinada al dualismo y podría resumirse con la afirmación platónica del «cuerpo como cárcel del alma». El legado antropológico que ahora nos presenta el libro de la Sabiduría nos acerca a las puertas del Nuevo Testamento, donde el Hijo de Dios encarnado nos revela la plena realidad de lo que es el hombre.

5. LECTURA DESDE EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento no incluye ninguna cita expresa del libro de la Sabiduría. No está demostrado que Sabiduría fuese fuente de referencia documental para los hagiógrafos neotestamentarios, aunque hay bastantes estudiosos que lo admiten; lo evidente es la coincidencia de doctrina, conceptos y expresiones literarias de Sabiduría, sobre todo, con bastantes pasajes del Evangelio de San Juan y de las Cartas de San Pablo. Un elenco, no exhaustivo, de las coincidencias señaladas por los estudiosos puede ser el siguiente: «Preexistencia» del Verbo eterno junto a Dios18; acción creadora del Verbo19; omnisciencia del Verbo20; amor de Dios por la criatura humana21; amor de Dios a los que aman a la Sabiduría/al Hijo22; conocimiento de la existencia de Dios a través de la contemplación de las obras de la creación23; corrupción de la conducta moral por los hombres y correspondientes consecuencias y castigos24; misericordia y paciencia de Dios, que llama a la conversión a las criaturas humanas25; poder absoluto de Dios26; la Sabiduría/Cristo, imagen de Dios invisible27; la armadura de los poderes de Dios y las virtudes del cristiano28; la Sabiduría/el Hijo, reflejo de la gloria de Dios/del Padre29; cualidades excelentes de la Sabiduría30.

Desde muy antiguo, la Iglesia ha sacado provecho de las enseñanzas del libro de la Sabiduría. Los Padres lo citan con frecuencia como fuente sagrada de donde sacan muchos puntos doctrinales. Sin embargo, no se nos han conservado comentarios propiamente dichos sino a partir del siglo IX con Rabbano Mauro.

Numerosos textos de este libro se encuentran en las misas y oficios en honor de la Sagrada Eucaristía, de la Santísima Virgen María y de los santos apóstoles, evangelistas, doctores, vírgenes y confesores. Por no referirnos más que a unos pocos, citaremos, sobre todo, Sb 16, 20, aplicado a la Eucaristía, así como Sb 3, 1-8; Sb 4, 7-16; Sb 5, 1-5; Sb 7, 7-14; etc., empleados en diversas misas y oficios. Ha alimentado, pues, la oración oficial de la Iglesia y la vida de los cristianos en sus gozos y penas, en sus pruebas y esperanzas.

El judaísmo y buena parte del protestantismo, al excluir Sabiduría del canon de los libros sagrados, se han visto privados de un doble tesoro espiritual: de un lado, de la propia aportación de una obra que por su cercanía en tiempo y cultura al Nuevo Testamento hace comprender mejor el paso del Antiguo a éste, y el progreso de la Revelación; y, de otro, del talante de apertura intelectual del libro, abierto a todo logro verdadero y sincero de la mente y del corazón humanos, reconociendo así el valor de la recta razón que, iluminada por la fe, puede adentrarse en los misterios de Dios y del mundo. Con tal privación se propicia que fe y razón caminen por calles distintas y tiendan más fácilmente a desembocar, una, en el deísmo o el fundamentalismo, y la otra, en el cientificismo o en la incredulidad. En ambos casos, se hace más arduo el trabajo propio de la teología.

Finalmente, el lector cristiano actual encuentra en el libro de la Sabiduría un estímulo y una guía para afrontar los retos del mundo del que forma parte. Sabiduría ayuda al cristiano de hoy, quizá de manera especial, a fecundar con su fe el esfuerzo de la razón, que busca comprender de algún modo la obra divina de la creación y situar al hombre ante sus responsabilidades de respetarla y desarrollarla.

1 cfr 1R 3, 6-7; 1R 5, 9-14; 1Cro 28, 5-6 y 2Cro 1-7 con Sb 9, 7-8: «Tú me elegiste como rey de tu pueblo y juez de tus hijos e hijas. Me mandaste edificar un Templo en tu santo monte y un altar en la ciudad de tu morada, a imitación de la tienda santa que preparaste al principio».
2 Sb 1, 1-15.
3 Sb 1, 16-Sb 2, 24.
4 Sb 3, 1-Sb 4, 20.
5 Sb 5, 1-23.
6 Sb 6, 1-21.
7 Sb 6, 22-Sb 8, 21.
8 Sb 9, 1-18.
9 Sb 10, 1-21.
10 Sb 11, 1-Sb 12, 27.
11 Sb 13, 1-9.
12 Sb 13, 10-Sb 15, 19.
13 Sb 16, 1-Sb 18, 4.
14 Sb 18, 5-Sb 19, 21.
15 cfr Rm 1, 8-32; Ef 6, 11-17.
16 Si 44-50.
17 Sb 10, 1-Sb 19, 22.
18 Sb 8, 3; Sb 9, 4 y Jn 1, 1-18.
19 Sb 7, 21; Sb 8, 6 y Jn 1, 3, 10.
20 Sb 8, 4; Sb 9, 9; Sb 10, 11.17 y Jn 5, 20.
21 Sb 1, 6; Sb 7, 23; Sb 11, 24.26 y Jn 3, 16-17.
22 Sb 7, 28 y Jn 14, 23; Jn 16, 27.
23 Sb 13, 3-5 y Rm 1, 18-20.
24 Sb 14, 22-31 y Rm 1, 21-32.
25 Sb 11, 23.26; Sb 12, 2.10.19 y Rm 2, 4.
26 Sb 12, 12 y Rm 9, 19-23.
27 Sb 7, 26 y Col 1, 15.
28 Sb 5, 17-20 y Ef 6, 14-17.
29 Sb 7, 25-26 y Hb 1, 3.
30 Sb 7, 22-24 y St 3, 17-18.