Homilía en el Viernes Santo
Lugar en el libro: 10ª
Datación: 15-IV-1960
Primera edición: III-1970
Orden de edición: 6ª
El 2 de noviembre de 1969, como ya ha sido indicado1, el suplemento semanal del diario “ABC" de Madrid –“Los Domingos de ABC"– había publicado un artículo de san Josemaría, titulado: Las riquezas de la fe. Su resonancia en la opinión pública española fue tan notable que, poco tiempo después, el subdirector del diario y director del suplemento, Luis María Ansón, hacía llegar al autor una nueva petición a través de la carta a la que pertenecen estos párrafos:
“¿Se animaría usted a escribir para el dominical de ABC un artículo sobre la significación religiosa de la Semana Santa? Este artículo podría salir el Domingo de Ramos.
Ya sé que está usted ocupadísimo y me hago cargo de que esto significa sustraer un importante tiempo a sus obligaciones. Pero su artículo anterior tuvo tanto eco e hizo tanto bien que sería estupendo repetir ahora"2.
La petición llegó en un momento oportuno, pues la temática era muy adecuada a la línea litúrgico-espiritual que venía siguiendo san Josemaría en las homilías ya editadas, y no había publicado todavía ningún texto referido a la Pasión y Muerte de Cristo. Los plazos de tiempo eran también los adecuados. Aceptó, pues, el ruego, y en la misma carta recibida escribió de su puño y letra, en tinta roja, una indicación dirigida a su secretaría particular: “=minuta afirmativa, para el día 8. / 3-2-70". El 11 de febrero comunicaba su aceptación con una breve y amable respuesta, en la que anunciaba que haría llegar el artículo en una semana3.
El texto fue remitido, en efecto, a Luis María Ansón el 19 de febrero a través, una vez más, del corresponsal de “ABC" en Roma, Julián Cortés Cavanillas. Iba acompañado de otra carta de san Josemaría, en la que rogaba que antes de publicarlo le fueran enviadas las pruebas de imprenta, por si hubiera algo que retocar4.
Luis María Ansón acogió el “artículo" –esa era, desde su perspectiva, la condición del texto recibido– con entusiasmo, como expresaba en su rápida respuesta al autor5:
“Querido P. Escrivá:
¡Qué maravilla de artículo ha escrito usted! Va a hacer mucho bien entre los lectores de ABC. Hacía mucha falta que se diera una visión moderna y profunda del cristianismo. Especialmente los jóvenes van a tener ocasión de meditar mucho en lo que se dice en su artículo.
No sé cómo darle las gracias. Comprendo muy bien el esfuerzo que supondrá para usted, entre tantas ocupaciones, dedicar una parte de su tiempo a escribir para el dominical de ABC. Un millón y un millón de gracias.
Rogándole me tenga alguna vez presente en sus oraciones, le envío un saludo muy afectuoso.
Luis María Ansón".
Las pruebas de imprenta del texto fueron recibidas en Roma el día 25 de febrero y, después de ser corregidas, fueron devueltas el mismo día con una nueva carta a Ansón6.
El texto definitivo fue publicado en “Los Domingos de ABC", del 22 de marzo de 1970, Domingo de Ramos, págs. 4-9. Estaba cuidadosamente maquetado y compuesto con escenas de la Pasión, e iba precedido de un retrato a mano de san Josemaría y de una presentación de la redacción del dominical, en la que se leía: “Como en su tiempo otros grandes fundadores españoles, el padre Josemaría Escrivá de Balaguer ha sabido abrir a la espiritualidad católica nuevos y fecundos cauces, sabiamente adaptados a la compleja realidad de la época que vivimos". Y, después de referirse a la naturaleza del Opus Dei y a su extensión por toda la tierra, concluía: “Josemaría Escrivá de Balaguer vuelve a las páginas del dominical de ABC con un excepcional artículo, pórtico bellísimo y profundo para la Semana Santa que hoy comienza"7.
La muerte de Cristo, vida del cristiano obtuvo un notable éxito entre los lectores. “Pocas veces un artículo de carácter religioso –señalará Ansón el 1 de abril de 1970, en una carta personal al autor– había producido tanta correspondencia y, sobre todo, tan favorable. El bien que ha hecho usted ha sido inmenso"8. Fue también reproducido, total o parcialmente, por diversas publicaciones españolas en los días siguientes9, y ampliamente comentado.
El hilo de fondo de aquel “artículo" procedía de una meditación, predicada por san Josemaría durante los días de un curso de retiro espiritual –ya mencionado al estudiar la homilía La Eucaristía, misterio de fe y de amor– que tuvo lugar en Roma en la Semana Santa de 1960. Como había hecho el Jueves Santo, san Josemaría dirigió también aquel Viernes Santo una de las meditaciones. Era el día 15 de abril; de ahí, en consecuencia, la fecha con que fue datada la homilía, al incluirla en el libro.
De esa meditación nos han llegado tres versiones breves (A, B, C), redactadas por algunos oyentes10; no se han conservado fichas sueltas. Las tres versiones emplean el mismo título: “Alma Sacerdotal", con alguna ligera variante11.
El contenido esencial de esas tres versiones reportatae se vuelve a encontrar en la homilía que estudiamos, aunque el texto publicado, lógicamente mucho más elaborado, es también más expresivo desde el punto de vista literario y más desarrollado desde el doctrinal-espiritual. Aunque la homilía haya sido redactada teniendo en cuenta los apuntes tomados en la meditación, no se ciñe propiamente a éstos: en realidad, los sigue sólo en los primeros compases12. Enseguida aborda sus temas propios, como son, en especial, dos importantes cuestiones, que le otorgan una mayor densidad teológica, tituladas respectivamente: “El cristiano ante la Historia humana"13, y “Profundizar en el sentido de la muerte de Cristo"14.
Entre los días 3 de febrero, en que san Josemaría aceptó la petición de Ansón, y 19 del mismo mes, en que remitió el texto para su publicación, habían pasado sólo dos semanas y media. Se trata en apariencia de un tiempo breve para redactar un texto tan acabado y profundo como el de La muerte de Cristo, vida del cristiano, pero debe tenerse en cuenta que era una doctrina que había predicado en muchas ocasiones. No obstante, es también posible, sin que nos conste documentalmente, que ya antes, y con independencia de la petición, estuviese ultimando el autor la preparación de una homilía sobre el misterio de la Pasión y Muerte del Señor, en línea con la decisión de publicar textos sobre los misterios de la fe. El “drama del Calvario", “Misa primera y primordial, celebrada por Jesucristo", “tragedia [en la que] se consuma nuestra propia vida y la entera historia humana"15, constituye a la luz de la Resurrección el centro de la fe y del culto cristianos.
Como sucede con algún otro de los originales mecanografiados, tampoco éste se conserva en el lugar en que debería estar dentro del Archivo de la Prelatura16, y no hemos podido estudiarlo. Ha llegado a nosotros, sin embargo, el texto editado, del que se puede asegurar con certeza que es idéntico al original pues sus galeradas, como hemos visto más arriba, fueron revisadas directamente por el autor17. De ese texto ya publicado se conserva también una fotocopia, en la que san Josemaría introdujo tres pequeñas modificaciones18.
La homilía fue publicada más tarde, con permiso de “ABC", en la Colección “Noray" de Ediciones Palabra, n. 20, septiembre de 197019. Se editó también en la colección de Folletos “Mundo Cristiano", n. 119, febrero de 1971, junto con otros tres textos del autor. En un ejemplar de este Folleto introdujo san Josemaría algunas leves modificaciones del texto20.
La decisión de incluirla en el libro Es Cristo que pasa fue tomada en Roma en diciembre de 1972, como consta en una comunicación del Consejo General21.
Viernes Santo: contemplar la muerte redentora del Señor
Nos hallamos –como se ha comentado– ante una homilía de alto contenido teológico y, al mismo tiempo, de singular hondura espiritual por la sublimidad del misterio considerado. Se revela de gran interés, pues permite conocer trazos fundamentales del espíritu contemplativo de san Josemaría, que en estas páginas ofrece una honda meditación personal sobre la muerte de Cristo en la Cruz. El texto ayuda al lector a revivir el misterio, a penetrar en su realidad y en sus consecuencias, a unirse al Redentor en su holocausto y a sentirse una sola cosa con Él22, en su deseo de consumar el decreto salvador de Dios Padre23.
En la Sagrada Escritura ha sido revelada la esencial conjunción entre la muerte de Cristo y la liberación del hombre del pecado, tanto el original como los posteriores, hasta el final de los tiempos24. San Josemaría recuerda desde el inicio esta enseñanza central del cristianismo –“Jesús, bajo el peso de la Cruz con todas las culpas de los hombres, muere por la fuerza y por la vileza de nuestros pecados"25–, uniéndola inmediatamente a la consideración del infinito Amor del Padre por nosotros, que busca, mediante el envío y el sacrificio de su Hijo amado “restablecer la unidad perdida"26.
“Restablecer la unidad perdida" es un modo exacto de expresar el significado de la venida redentora del Hijo de Dios al mundo, pues el pecado de nuestros primeros padres rompió su comunión originaria con Dios, ruptura que llevaba aparejada la de la comunión de los hombres entre sí y con la entera creación. El Salvador, mediante su victoria sobre el pecado y el demonio, ha reparado las fracturas debidas a la caída original, y ha restablecido, para cuantos se unen a Él por la gracia del Espíritu Santo, la vía de la unidad interior, herida por el rechazo consciente de la amistad con Dios, es decir, por las ofensas personales de cada uno.
Mensaje del título e hilo conductor
En el propio título: La muerte de Cristo, vida del cristiano, se encuentra abreviadamente formulado su hilo conductor.
“Los sucesos divinos y humanos de la Pasión"27, que se encaminan (y nos conducen) hacia la gloriosa resurrección del Señor, son “palabra que Dios nos dirige, para desvelar los secretos de nuestro corazón y revelarnos lo que espera de nuestras vidas"28. Cristo muerto en la Cruz es la palabra postrera que Dios nos dirige para que, escuchándola y aceptando lo que ahí nos dice, alcancemos a participar con Él de su gloria.
Ha muerto para que su Vida sea el fundamento de la nuestra, principio y fuerza de nuestro obrar; para que nos decidamos a “identificarnos de veras con Cristo", perseverando “cueste lo que cueste, en esa misión sacerdotal que Él ha encomendado a todos sus discípulos sin excepción, que nos empuja a ser sal y luz del mundo"29.
Profundizar en lo que revela la muerte de Cristo exige acercarse sinceramente, con recogimiento interior, a su Cruz. Y ante ella, dolernos de nuestros pecados, abrir los ojos de la fe “para maravillarnos ante el amor de Dios", y orar. “Sólo así nos llamaremos vencedores: porque Cristo resucitado vencerá en nosotros, y la muerte se transformará en vida"30.
Antes de llegar a esa síntesis final, el autor ha invitado al lector a recorrer con él –con su espíritu– tres vías de reflexión, que giran en torno al misterio sobrenatural meditado y a sus consecuencias:
Esa plenitud significa “tomar en serio la fe que profesamos"31, “situarnos con absoluta sinceridad ante nuestro quehacer ordinario"32, y, lo que es más importante: “examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad"33. La muerte del Señor en la Cruz ilumina el significado de la vida cotidiana del cristiano: derramar, por amor a Cristo, la sal de la entrega, de la donación, del heroísmo en las pequeñas cosas.
“Es la fe en Cristo, muerto y resucitado, presente en todos y cada uno de los momentos de la vida, la que ilumina nuestras conciencias, incitándonos a participar con todas las fuerzas en las vicisitudes y en los problemas de la historia humana"34. Estas palabras dan la clave de la constante enseñanza de san Josemaría sobre la responsabilidad apostólica –individual y colectiva– de los cristianos. La muerte redentora de Cristo, y su gloriosa resurrección, han dejado impreso en la entraña del cristianismo un inequívoco signo de identidad: el compromiso evangelizador. Desde el pleno respeto a la libertad de las conciencias, y defendiendo la indeterminación de la historia, debe ser puesto de relieve que “ser cristiano no es título de mera satisfacción personal: tiene nombre –sustancia– de misión"35. No cabe decirlo con mayor brevedad y precisión.
He aquí de nuevo –pues no nos ha abandonado en ningún momento– la luz de fondo de la homilía. Si la muerte de Cristo es vida para el cristiano, es preciso acoger personalmente sus frutos, dejar que se desarrollen sus consecuencias, profundizar –con la inteligencia y el corazón– en su sentido. Y éste no es otro que “el preclaro triunfo de Cristo: el Redentor del Universo, al ser inmolado, vence"36. Espera por eso de los cristianos “que vivamos de tal manera que quienes nos traten, por encima de nuestras propias miserias, errores y deficiencias, adviertan el eco del drama de amor del Calvario"37, el testimonio sincero y fraterno del amor de Dios.