Antología de Textos

CONCIENCIA

1. Antorcha de tu cuerpo son tus ojos, dice el Señor (cfr. Mt 6, 22). Antorcha del alma es la conciencia, y si esta tiene luz -si está bien formada-, el hombre puede caminar hacia Dios. Si la conciencia se deforma, el hombre se queda a oscuras, se desorienta y cae (cfr. SANTO TOMÁS, S.Th. I-II, qq. 92-108).
La conciencia es el medio por el cual se puede conocer qué cosa es el bien en un determinado lugar y momento. Es la voz de Dios que nos guía y señala el camino recto que conduce a Él y, como consecuencia, nos lleva a la paz y a la alegría. Para llegar a Dios, el hombre está obligado "a seguir fielmente su conciencia" (cfr. CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, 3), que es -el pregonero de Dios" en nuestra alma (SAN BUENAVENTURA).
La conciencia no crea la ley moral, sino que ayuda a vivirla con rectitud en los actos concretos. Da a conocer el orden moral, impulsa a seguirlo libremente y recrimina si no se hace.
La conciencia muestra que todos respondemos ante Dios de nuestras acciones. Nadie nos puede sustituir ni librar de esta responsabilidad, que es consecuencia de nuestra dignidad de criaturas espirituales: de ahí el deber de respetar la libertad de las conciencias. Nada tiene que ver con este respeto la llamada libertad de conciencia, que niega precisamente esa responsabilidad ante Dios, como si cada uno pudiese arbitrariamente crear su propia norma moral.
2. La conexión entre inteligencia y voluntad aparece explícita sobre todo en el acto de conciencia, esto es, en el acto en que cada uno valora la razón de bien o de mal inherente a una acción concreta. "Formar la propia conciencia aparece así como un deber inaplazable. Formar la conciencia significa descubrir con claridad cada vez mayor la luz que encamina al hombre a lograr en la propia conducta la verdadera plenitud de su humanidad. Y solo obedeciendo a la ley divina, el hombre se realiza a sí mismo como hombre" (JUAN PABLO II, Aloc. 1-IV-1980).
Toda persona está obligada a formarse una recta conciencia, adquiriendo la ciencia moral debida y luchando por vivir las virtudes morales: son los dos aspectos (doctrina y vida) de la formación de la conciencia. Y para que sea verdaderamente la voz de Dios la que oímos en lo más íntimo de nuestro ser y no la nuestra, hemos de escuchar, en primer lugar, los criterios doctrinales de la Iglesia en materia de fe y costumbres. El Magisterio es la interpretación segura del querer de Dios que impedirá, en tantas ocasiones, quedarnos a oscuras por caminos equivocados.
También, para que la luz que hay en ti no se convierta en tinieblas, se requiere de modo especial la sinceridad con uno mismo: aprender a reconocer nuestros pecados y equivocaciones, sin querer enmascararlos con falsas justificaciones o tópicos del momento.
El alma que no quiere reconocer sus faltas, que busca excusa a sus descaminos, añade la sordera a la ceguedad: no quiere escuchar la voz de Dios que se insinúa, porque esto le obligaría a rectificar. La conciencia se queda ciega sin la luz de Dios en su actuar y en su caminar.
3. En muchas ocasiones necesitaremos apoyarnos en los demás, pedir consejo. Si hemos sido santeros con nosotros mismos, nos será fácil serlo con quienes dirigen nuestra alma; tendremos entonces más objetividad y la gracia ministerial de esa persona, tanto más si se trata de la Confesión sacramental. La Confesión frecuente, entre otros frutos, ayuda poderosamente en la tarea de alcanzar una conciencia bien formada, con luz, que no se deja engañar por la propia subjetividad, el gusto, los caprichos del momento.

Citas de la Sagrada Escritura

Todo hombre descubre en su corazón una luz que le indica el camino del bien: Rm 2, 14-15; Jn 1, 9
Enseña lo que hay que hacer o evitar: Rm 13, 5; 1Co 8, 10; 1Co 10, 25; 1P 2, 19
Aprueba las cosas buenas y reprueba las malas: Rm 12, 15; 1Tm 1, 19; Hb 10, 22; 1P 3, 16
Tener en cuenta el grado de formación de la conciencia de los demás: Rm 14, 1-23; 1Co 8, 7-12; 1Co 10, 28-29
Regla de nuestros actos: Rm 2, 15; 2Co 1, 12; Hch 24, 16; 1Tm 1, 19; Rm 13, 5
Y con esto muestran que los preceptos del ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia y las sentencias con que entre si unos y otros se acusan o se excusan. Rm 2, 15
Dichoso el varón que no peca con su boca y no siente el remordimiento del pecado. Si 14, 1
La lampara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estera iluminado; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo estera en tinieblas. Mt 6, 23
¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay de los que son sabios a sus ojos y son prudentes delante de si mismos! Is 5, 20-21
Bienaventurados quienes pueden decir con verdad "Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia". 2Co 1, 12
Si dijéremos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es el por perdonarnos y lavarnos de toda iniquidad. Si dijéremos que no hemos pecado, le hacemos a el mentiroso y su palabra no esta en nosotros. 1Jn 1, 8-10

Luz del alma

1088 Entre las costumbres de una sociedad secularizada y las exigencias del Evangelio, media un profundo abismo. Hay muchos que querrían participar en la vida eclesial, pero ya no encuentran ninguna relación entre su propio mundo y los principios cristianos. Se cree que la Iglesia, solo por rigidez mantiene sus normas, y que ello choca contra la misericordia que nos enseña Jesús en el Evangelio. Las duras exigencias de Jesús, su palabra: Vete y no peques mas (Jn 8, 11), son pasadas por alto. A menudo se habla de recursos a la conciencia personal, olvidando, sin embargo, que esta conciencia es como el ojo, que no posee por si mismo la luz, sino solamente cuando mira hacia su autentica fuente (JUAN PABLO II, A la Conferencia Episcopal Alemana, 17-XI-1980)

1089 Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo: esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía, porque al cerrar los ojos impido que me llegue la luz solar (SANTO TOMÁS, Coment. Evang. S. Juan, 10, 26)

1090 Reconoce que tu no eres luz para ti: a lo mucho eres ojo, no eres luz. ¿, Que aprovecha el ojo abierto y sano si falta luz? Di, pues, y clama lo que esta escrito: Tu, Señor, iluminaras mi lampara (SAN AGUSTÍN, Sermón 263)

1091 La luz para nosotros es la conciencia, que se muestra oscura o iluminada según la cantidad de luz. Si se descuida la oración, que alimenta la luz, la conciencia bien pronto se queda a oscuras (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, p. 102)

1091b Seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guia2:4. por el desierto hacia la tierra prometida (cfr. Ex 13, 21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (cfr. Jn 6, 44).
No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús, siguiendo, mediante la adhesión por la fe, a aquel que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de Dios (cfr. Jn 6, 45). En efecto, Jesús es la luz del mundo, la luz de la vida (cfr. Jn 8, 12); es el pastor que guía y alimenta a las ovejas (cfr. Jn 10, 11-16), es el camino, la verdad y la vida (cfr. Jn 14, 6), es aquel que lleva hacia el Padre, de tal manera que verle a él, el Hijo, es ver al Padre (cfr. Jn 14, 6-10). Por tanto, imitar al Hijo, que es "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), significa imitar al Padre (JUAN PABLO II, Ene. Veritatis splendor, 6-VIII-1993, n. 19).

"El núcleo mas secreto y el santuario mas intimo del hombre"

1092 La conciencia es como el núcleo mas intimo y secreto del hombre. Es en ella donde se refugia con sus facultades espirituales, en soledad absoluta: solo consigo mismo, o, mejor, solo con Dios –de cuya voz es un eco la conciencia– y consigo mismo. Allí se determina él por el bien o por el mal; allí escoge él entre el camino de la victoria y el de la derrota. Aunque lo quisiera alguna vez, el hombre no logrará quitársela de encima; con ella, ora apruebe o desapruebe, recorrerá todo el camino de la vida, y con ella también, como verdadero e incorruptible testigo, se presentara ante el juicio de Dios (Pío XII, Aloc. 23-111-1952)

1093 La presencia y el respeto de los hombres no le moverá a ser mas honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad. Siempre y dondequiera, lleva consigo el arbitro supremo de sus actos y de sus pensamientos: su conciencia. Y todo su empeño consiste en complacer a Aquel a quien sabe que no se puede eludir ni defraudar (CASIANO, Colaciones, 11)

1094 Es la conciencia el núcleo mas secreto y un santuario del hombre, en el que este esta a solas con Dios, y cuya voz resuena en lo mas intimo. La conciencia da a conocer de modo maravilloso esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 16)

Formación de la conciencia

1095 Los fieles, en la formación de su conciencia, deben prestar una atención diligente a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia [...]. El discípulo tiene para con Cristo Maestro la obligación grave de conocer [...] cada día mejor la verdad que de El ha recibido, de anunciarla con fidelidad y de difundirla con firmeza (CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, 14)

1096 Hay que considerar no solo la acción en si misma, sino la intención del alma y el fin con que se hace esa acción (CASIANO, Colaciones, 16)

1097 El hombre, dotado de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecido con una responsabilidad personal, tiene obligación moral de buscar la verdad [...], adherirse a la verdad conocida y ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad (CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, 2)

1098 Formar la conciencia cristiana de un adolescente o de un joven consiste ante todo en iluminar su mente acerca de la voluntad de Cristo, de su ley, de su camino, y además en obrar sobre su animo, en cuanto esto puede hacerse desde fuera, a fin de inducirle a la libre y constante ejecución de la divina voluntad (Pío XII, Aloc. 23-III-1952)

1098b La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1784).

La voluntad de Dios es la norma a la que se debe ajustar la conciencia

1099 La infidelidad nace de la soberbia, por la cual el hombre no somete el entendimiento a las reglas de la fe y a las enseñanzas de los Padres (SANTO TOMÁS, S.Th. II-II, q. 1, a. 1)

1099b La conciencia (...) no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella está grabado profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el comportamiento humano. Precisamente, en este sentido, la conciencia es el "sagrario íntimo" donde "resuena la voz de Dios" (JUAN PABLO II, Enc. Dominum et vivificantem, 18-V-1986, n. 43).

1100 ¿Quienes son los rectos de corazón? Los que quieren lo que Dios quiere [...]. No quieras torcer la voluntad de Dios para acomodarla a la tuya, corrige en cambio tu voluntad para acomodarla a la voluntad de Dios (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 93)

1101 [...] la norma de la decisión ultima y personal para una acción moral esta tomada de la palabra y de la voluntad de Cristo. El es, en efecto, el camino, la verdad y la vida, no solo para todos los hombres tomados en su conjunto, sino para cada uno: lo es para el hombre adulto, lo es para el niño y para el joven (Pío XII, Aloc. 23-111-1952)

1102 ¡Oh, Señor!, que todo el daño nos viene de no tener pues tos los ojos en Vos, que si no mirásemos a otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos en el verdadero camino. No parece sino que nunca se anduvo, según se nos hace nuevo (SANTA TERESA, C. de perfección, 16, 11)

1102b La conciencia es como un heraldo de Dios y su mensajero, y lo que dice no lo manda por sí misma, sino que lo manda como venido de Dios, igual que un heraldo cuando proclama el edicto del rey. Y de ello deriva el hecho de que la conciencia tiene la fuerza de obligar (SAN BUENAVENTURA, II Libro de las sentencias, dist. 39, a. 1, q. PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 58).

1102c La conciencia no es una fuente autónoma y exclusiva para decidir lo que es bueno o malo; al contrario, en ella está grabado profundamente un principio de obediencia a la norma objetiva, que fundamenta y condiciona la congruencia de sus decisiones con los preceptos y prohibiciones en los que se basa el comportamiento humano (JUAN PABLO II, Enc. Dominum et vivificantem, 18-V-1986, 43) (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 60).

Claridad de conciencia y Confesión

1103 Quien cuida la limpieza de las cosas de dentro, esto es de la conciencia, suele ser también cuidadoso de lo externo (ORIGENES, en Catena Aurea, volt III, p. 127)

1104 Ya sabéis que la primera piedra ha de ser la buena conciencia, y con todas vuestras fuerzas libraros aun de pecados veniales y seguir lo mas perfecto (SANTA TERESA, C. de perfección, 5, 3)

1105 Si vuestra conciencia os reprueba por alguna falta –aunque no os parezca grave–, si dudáis, acudid al Sacramento de la Penitencia. Id al sacerdote que os atiende, al que sabe exigir de vosotros fe recia, finura de alma, verdadera fortaleza cristiana. En la Iglesia existe la mas plena libertad para confesarse con cualquier sacerdote, que tenga las legitimas licencias; pero un cristiano de vida clara acudirá-¡ Libremente!-a aquel que conoce como buen pastor, que puede ayudarle a levantar la vista, para volver a ver en lo alto la estrella del Señor (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 34)

1106 Quien tiene su ojo malo [...] tiene su cuerpo en tinieblas. No resiste a la carne cuando desea las cosas malas, porque no tiene esperanza en el cielo, que es la que nos concede el valor para resistir a las malas pasiones (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, volt 1, p. 388)

1106b Sin embargo, muchas veces ocurre que la conciencia yerra por ignorancia invencible, sin que por ello pierda su dignidad. Pero no se puede decir esto cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega (CONC. VAT. II, Const. Gaudium et spes, 16) (JUAN PABLO II, Ene. Veritatis splendor, n. 62).

1106c Ciertamente, para tener una "conciencia recta" (1Tm 1, 5), el hombre debe buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad. Como dice el apóstol Pablo, la conciencia debe estar "iluminada por el Espíritu Santo" (cfr. Rm 9, 1), debe ser "pura" (2Tm 1, 3), no debe "con astucia falsear la palabra de Dios", sino "manifestar claramente la verdad" (cfr. 2Co 4, 2). Por otra parte, el mismo Apóstol amonesta a los cristianos diciendo: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2) (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 62).

La sinceridad, necesaria para actuar con conciencia recta

1107 El pecado se dignifica con nombres elegantes: a la avaricia se le designa como el propio cuidado de la familia o de la industria; al orgullo se le llama independencia; a la ambición, grandeza de espíritu; al resentimiento, amor propio y sentido del honor, y así sucesivamente (CARD. J. H. NEWMAN. Sermón del Dom. 1 de Cuaresma: Entrega a Dios)

1108 ¡Oh, Verdad!, tu presides en todas partes a todos los que te consultan y a un tiempo respondes a todos los que te consultan, aunque sean cosas diversas. Claramente tu respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan sobre lo que quieren. Optimo ministro tuyo es el que atiende tanto a oír de ti lo que el quisiera, cuanto a querer aquello que de ti oyere (SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 26, 37)

1109 Condena, pues, tu mismo aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues quien condena aquello en lo que falto, con mas dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia este siempre despierta y sea como tu acusador domestico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre el tentador)

Malas obras y deformación de la conciencia

1110 Llegan a negar los santos mandamientos, porque los han transgredido; "suavizan" la perversidad del pecado, porque ellos pecaron (CARD. J. H. NEWMAN, Sermón del Dom. VIII después de Pentecostés)

1111 Aquellos que cubren los ojos de su corazón con el velo de los vicios, según la palabra del Salvador viendo no ven, y entendiendo no entienden ni comprenden (Mt 13, 13), y son incapaces de apreciar en lo intimo de su conciencia los pecados graves (CASIANO, Colaciones, 23)

Delicadeza y respeto hacia la conciencia de los demás

1112 La conciencia es, por lo tanto, para expresarlo con una imagen tan antigua como exacta, un santuario, en cuyo umbral todos deben detenerse; todos, hasta el padre y la madre, cuando se trata de un nitro. Solo el sacerdote entra allí como medico de almas y como ministro del Sacramento de la penitencia; no por ello deja la conciencia de ser un celoso santuario, cuyo secreto Dios mismo quiere que sea conservado con el sello del mas sacro silencio (Pío XII, Aloc. 23-3-1952)

Necesidad de consejo para formar la conciencia

1113 Uno comprende enseguida la culpa de otro, pero con dificultad se da cuenta de la suya; un hombre es imparcial en causa ajena pero se perturba en la propia (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, volt 111, p. 132)

1114 Toda la astucia del demonio no prevalecerá contra quien no encubra por falsa vergüenza los pensamientos que nacen en su corazón, sino que se abandona sin mas a la sabiduría de los mayores, para saber si los debe admitir o rechazar (CASIANO, Colaciones, 2)

1114b La obra de discernimiento de estas teorías éticas (erróneas) por parte de la Iglesia no se reduce a su denuncia o a su rechazo, sino que trata de guiar con gran amor a todos los fieles en la formación de una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según verdad, como exhorta el apóstol Pablo: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2). Esta obra de la Iglesia encuentra su punto de apoyo -su "secreto" formativo- no tanto en los enunciados doctrinales y en las exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tener la "mirada" fija en el Señor Jesús. La Iglesia cada día mira con incansable amor a Cristo, plenamente consciente de que solo en Él está la respuesta verdadera y definitiva al problema moral (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 85).