Antología de Textos

DIFAMACION

1. Todo hombre tiene derecho a que se le reconozca y respete su honor y su fama, pues el buen nombre es preferible a las grandes riquezas (Pr 22, 1). Es frecuente la defensa que hace la Sagrada Escritura de la buena fama y la condena de toda difamación: Ten cuidado de tu nombre, que vale más que millares de tesoros (Si 41, 15). No mermaréis unos de otros, hermanos (St 4, 11).
La honra es un gran bien. Por eso debemos cuidarla y defenderla. Es además muy útil para los demás, especialmente para aquellos que de alguna manera dependen de nosotros.
También para nuestro prójimo la honra es más preciosa que la riqueza. Por esto debemos respetarla aún más que sus bienes. Debemos pensar y hablar bien del prójimo y mostrarle la consideración que merece. Si su honra es injustamente atacada por otros, debemos salir en su defensa con valentía.
Por ser un gran bien, para nosotros y para los demás, no podemos ponerla en juego con ligereza, y, en muchas ocasiones, debemos defenderla. Con todo, el honor y la fama no son el bien supremo. Mucho más importante es lo que somos ante Dios, y nadie nos puede quitar nuestra honra ante Él.
Si es preciso, por amor a Dios, debemos renunciar al honor y fama de cara a los hombres: Bienaventurados seréis cuando os persigan e insulten y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será vuestra recompensa en los cielos (Mt 5, 11-12). Por caridad, y a veces por justicia, saldremos en defensa de la fama del prójimo.

2. La difamación (o detracción) consiste en la injusta lesión de la fama ajena mediante la comunicación o divulgación de un vicio o defecto oculto del prójimo. Si se critican defectos públicos recibe más bien el nombre de murmuración. Si se atribuye al prójimo un defecto que no tiene o un hecho vicioso que no ha cometido se da lugar a la calumnia, en la que se comete, además, un pecado más grave contra la justicia y contra la veracidad.
La lesión de la fama debe ser reparada (si la lesión es grave, obliga gravemente). El calumniador está obligado a restituir la fama, confesando abiertamente su mentira, y el simple detractor debe al menos utilizar los medios aptos para restablecer el buen nombre que fue difamado. El calumniador y el simple difamador están también obligados a reparar los daños derivados de la difamación, previstos con anterioridad.
El origen más frecuente de la calumnia es la envidia (V.), que no sufre las buenas cualidades del prójimo o el prestigio o éxito de una persona o de una institución. Frecuentemente, la calumnia va unida al odio. Es, a la vez, la calumnia un pecado contra la veracidad, la justicia y la caridad.
También difaman (o calumnian) quienes cooperan positivamente a su propagación, de palabra, a través de la prensa o cualquier medio de comunicación social, haciendo eco y propagando en público hechos o dichos calumniosos comentados al oído; o bien mediante el silencio, por ejemplo, cuando no se sale en defensa de la persona difamada o calumniada, y el silencio equivale a una confirmación de lo que se oye; también se puede difamar "alabando", si se rebaja injustamente el bien realizado. En otras ocasiones, comentar rumores infundados no exime de falta contra la buena fama y, a veces, se identifica con la difamación en su sentido más estricto. Cuando la difamación se realiza a través de los medios de comunicación social (revistas, periódicos, televisión, radio, etc.), aumenta la difusión y, por tanto, la gravedad. Y no solo las personas tienen derecho a su fama y honor, sino también las instituciones. La difamación de estas tiene la misma gravedad moral que la que se comete contra las personas, y, a veces, aumenta por las consecuencias que puede tener el desprestigio público de las instituciones desacreditadas.

3. Jesucristo, Modelo de toda nuestra vida, nos enseña también a comportarnos frente a estos dolorosos pecados contra la fama y el honor. Él, afrentado, no respondió con ultrajes, atormentado no amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga con justicia (1P 2, 23). Esta fue también la actitud de los primeros cristianos: Si nos insultan, bendecimos; si nos persiguen, lo soportamos; si nos difaman, respondemos benignamente (1Co 4, 12-13). En definitiva, no debe importarnos demasiado. El Señor conoce la verdad de todas las cosas. "Las ciudades que tienen puentes de madera en los ríos caudalosos temen que cualquier avenida se los lleve; pero las que los tienen de piedra solo están con cuidado en las inundaciones extraordinarias; así, los cristianos sólidos y verdaderos desprecian por lo común las avenidas de las lenguas maldicientes, cuando los flacos se andan inquietando a cada paso. Lo cierto es [...] que el que quiere tener reputación con todos, con todos la pierde" (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, III, 7).
Sin embargo, existen ocasiones en las que el cristiano tiene el deber de salir al paso de la calumnia o la difamación, defendiendo su honor. Por ejemplo, en el caso de los padres y superiores y las personas e instituciones civiles o eclesiásticas, porque su deshonor, además de constituir un escándalo, resta eficacia y prestigio a su actuación.
Con todo, si alguna vez padecemos la injuria de la calumnia o la difamación, debemos sentirnos más cerca de Jesucristo, y seguiremos su consejo: Amad a vuestro enemigo; haced bien a los que os odian; bendecida quienes os maldicen; orad por los que os calumnian (Lc 6, 27-28).

Citas de la Sagrada Escritura

No murmuréis unos de otros [...]; quien murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la ley, juzga a la ley. St 4, 11
Más que las riquezas vale el buen hombre, más que la plata y el oro, la buena fama. Pr 22, 1
Nuestro Señor se deja acusar sin responder: Mt 26, 63; Mt 27, 14; Mc 14, 60; Mc 15, 4-5.
Felices seréis cuando dijeren falsamente toda suerte de mal contra vosotros por mi causa. Mt 5, 2; Lc 6, 22-23
Los discípulos de Nuestro Señor no son del mundo, y el mundo los aborrece: Jn 15, 18-20
El discípulo no es más que el Maestro, ni el servidor más que su señor; si han llamado al padre de familia Belcebú, ¡cuánto más a sus domésticos! No les tengáis miedo, porque nada está encubierto que no se haya de descubrir, ni oculto que no se haya de saber. Mt 10, 24-26
(Discreción en el hablar): el horno prueba los vasos del alfarero; la prueba del hombre es su conversación. Si 27, 6 ss
Castigo de María, la hermana de Moisés, por murmurar: Nm 12, 1-10
Ten cuidado de la buena reputación. Si 41, 12
Quien se dedica a quitar la fama es un necio. Pr 12, 22
Las palabras del chismoso parecen dulces y llegan hasta lo más hondo de las entrañas. Pr 18, 8
Cuida de tu nombre [...] más que de muchos tesoros. Si 41, 15
Los días de vida feliz son contados, pero la buena fama permanece para siempre. Si 41, 16
...Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que niegan vuestra buena conducta en Cristo. 1P 3, 16
No devolváis mal por mal, procurad el bien a los ojos de todos los hombres. Rm 12, 17

Un pecado frecuente

1709 En la conversación ordinaria pecan a veces contra este mandamiento cinco clases de individuos
1) Los detractores: "Los detractores, aborrecidos de Dios" (Rm 1, 30). Les llama " aborrecidos de Dios ", porque nada hay tan apreciado por el hombre como su buena fama [...]
2) Los que escuchan a los detractores con gusto: "Cerca tus oídos con espinos, no prestes atención a la lengua malvada, pon puertas a tu boca, y una llave a tus orejas" (Si 28, 25) [...].
3) Los chismosos, esto es, los que van repitiendo todo lo que oyen: "Seis cosas hay que odia el Señor, y una séptima que aborrece su alma: ...al que siembra discordias entre los hermanos" (Pr 6, 16-19) [...]
4) Los aduladores [...]
5) Los murmuradores (vicio particularmente frecuente en los subordinados) [...]
(Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1. c., pp. 279-280).

1710 Los métodos, para no dejar al hombre tranquilo, se han multiplicado. Me refiero a los medios técnicos, y también a sistemas de argumentar aceptados, contra los que es difícil enfrentarse si se desea conservar la reputación. Así, se parte a veces de que todo el mundo actúa mal; por tanto, con esta errónea forma de discurrir, aparece inevitable el meaculpismo, la autocrítica. Si alguno no echa sobre sí una tonelada de cieno, deducen que, además de malo rematado, es hipócrita y arrogante (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 69).

El cristiano debe rechazar toda difamación

1711 El murmurador hace, de ordinario, tres homicidios con sólo una estocada de su lengua, dando muerte espiritual a su alma y a la de quien le escucha, y muerte civil a la persona de quien murmura; pues, como dice San Bernardo, el que murmura y el que escucha la murmuración tiene en sí al demonio, uno en la lengua y otro en el oído (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 29).

1712 Otra vez vimos a un anciano [...] que vivía lejos de donde moraban los monjes. A fuerza de insistentes plegarias, había alcanzado del Señor esta gracia: de no sorprenderle jamás el sueño durante las conferencias espirituales, ya tuvieran lugar de noche o de día. En cambio, no bien alguien intentaba decir alguna palabra de difamación, o simplemente ociosa, se dormía al instante sin remediarlo (CASIANO, Instituciones, 5).

Necedad y malicia del difamador

1713 Es más fácil decir que hacer.-Tú..., que tienes esa lengua tajante –de hacha–, ¿has probado alguna vez, por casualidad siquiera, a hacer " bien " lo que, según tu " autorizada " opinión, hacen otros menos bien? (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 448).

1714 Murmuración necia es la del hombre contra la benignidad de Dios (San Gregorio Magno, Hom. 19 sobre los Evang.).

1715 Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas que van a buscar las úlceras, así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y en lo corrompido; y si notan alguna falta de alguno (como sucede en la mayor parte de las cosas humanas) la divulgan, y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

Actitud ante la difamación o la calumnia

1716 Habló (el Señor) de la persecución de un modo genérico: tanto referida a la maledicencia, cuanto al detrimento de la buena fama (San Agustín, en Catena Aurea, vol. 1, p. 259).

1717 Ordinariamente se curan mejor las injurias y calumnias sufriéndolas y despreciándolas, que con resentimientos, quejas y venganzas; el que las desprecia hace que se desvanezcan; pero el que se ofende parece que las confiesa, y así como el cocodrilo sólo hace mal al que teme, así la maledicencia sólo hiere al que se resiente de ella (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 7).

1718 Cuanto más se alegra uno de las alabanzas de los hombres, tanto más se entristece con los vituperios; pero el que codicia la gloria de los cielos no teme los oprobios en la tierra (San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. 1, pp. 258-259).

1719 ¿Qué importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, de la misma manera que no debemos excitar intencionadamente las lenguas de los que injurian para que no perezcan, debemos sufrir con ánimo tranquilo las movidas por su propia malicia, para que crezca nuestro mérito. Por eso se dice: "gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos" (San Gregorio Magno, en Catena Aurea, vol. 1, p. 258).

Justa defensa. Motivos

1720 Alguna vez, sin embargo, debemos refrenas a los maledicentes, no sea que mientras dicen cosas malas de nosotros, corrompan los corazones de aquellos inocentes que debían oírnos para obrar el bien (San Gregorio Magno, en Catena Aurea, vol. 1, p.259).

1721 Quien lleva vida libre de crímenes y delitos, labra su propio bien; si además pone a salvo su honor, practica una obra de misericordia con el prójimo; pues si la buena vida es personalmente necesaria, el buen hombre lo es para los demás (San Agustín, Sobre el bien de la viudez, 12).

Consecuencias de estos pecados

1722 La murmuración es roña que ensucia y entorpece el apostolado.-Va contra la caridad, resta fuerzas, quita la paz, y hace perder la unión con Dios (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 445).

1723 Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos (que no nos pertenecen) no quisiéramos ocuparnos (Imitación de Cristo, 1, 11, 1).

1724 ¿Sabes el daño que puedes ocasionar al tirar lejos una piedra si tienes los ojos vendados?
- Tampoco sabes el perjurio que puedes producir, a veces grave, al lanzar frases de murmuración, que te parecen levísimas, porque tienes los ojos vendados por la desaprensión o por el acaloramiento (J. Escrivá de Balaguer, en Catena Aurea, 455).

1725 El que calumnia se hace mucho daño a si mismo y a los demás. En primer lugar hace peor a quien la oye (...). Ofende también a toda la Iglesia, porque quienes le oyen no sólo censuran al que faltó, sino que contribuyen al menosprecio de la religión cristiana. En tercer lugar, da ocasión a que se menosprecie el nombre de Dios en los demás. En cuarto lugar, confunde a aquel que oyó la ofensa, haciéndole más imprudente y enemigo suyo (San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. VI, p. 300).

1725b La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la caridad (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2479).