Antología de Textos

MANSEDUMBRE

1. Ya en el Antiguo Testamento se halla enunciada esta bienaventuranza: Depón el enojo y deja la cólera, no te excites, no te dejes llevar al pecado (...). Los mansos poseerán la tierra y gozarán de gran paz (Sal 88, 8-11).
Jesucristo quiere reinar en el corazón de todos los hombres precisamente a través de su mansedumbre y de su humildad: "Quizá una vez el Señor nos haya llamado con sus palabras al propio corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: mansedumbre y humildad. Como si quisiera decir que solo por este camino quiere conquistar al hombre; que quiere ser el Rey de los corazones mediante la mansedumbre y la humildad. Todo el misterio de su reinado está expresado en estas palabras. La mansedumbre y la humildad encubren, en cierto sentido, toda la riqueza del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo a los efesios. Pero también esa mansedumbre y humildad lo desvelan plenamente; y nos permiten conocerlo y aceptarlo mejor; lo hacen objeto de suprema admiración (JUAN PABLO II, Aloc. 20-VI-1979).
El mismo Señor nos dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis paz para vuestras almas (Mt 11, 29). Ante la majestad de Dios que se ha hecho hombre, todo lo que para nosotros se podría convertir en una gran contrariedad recobra sus justas proporciones. Junto a Él aprendemos a ser justos, a callar en muchas ocasiones, a sonreír, a tratar bien a los demás, a esperar el momento oportuno para corregir una falta, etc.
Los mansos no son los blandos, ni los amorfos. La mansedumbre está apoyada sobre una gran fortaleza de espíritu. Ella misma implica en su ejercicio continuos actos de fortaleza. Así como los pobres, según el Evangelio, son los verdaderos ricos, los mansos son los verdaderos fuertes.

2. La materia propia de esta virtud es la pasión de la ira, a la que modera y rectifica de tal forma que no se encienda sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea. En este sentido, la mansedumbre es parte de la templanza.
La mansedumbre se opone a las estériles violencias, que en el fondo son signos de debilidad. Se opone a los desgastes inútiles de fuerzas, de enfados que no tienen sentido, ni por su origen -muchas veces los grandes enfados han tenido su origen en pequeñeces- ni por sus resultados. porque no arreglan nada.
De la falta de esta virtud provienen las explosiones de malhumor entre los esposos, que van corroyendo poco a poco el verdadero amor; proviene la irascibilidad y sus consecuencias en la educación de los hijos; no se encuentra paz en la oración, porque, en vez de hablar con Dios, se rumian los agravios; en la conversación, la cólera debilita los argumentos más sólidos. El dominio de sí mismos -que se encuentra dentro de la verdadera mansedumbre- es el arma de los fuertes; nos contiene de hablar demasiado pronto, de decir la palabra que hiere y que luego nos hubiera gustado no haber dicho nunca: la mansedumbre sabe esperar el momento oportuno y matiza los juicios, con lo que estos adquieren toda su fuerza.

3. A un corazón manso y humilde, como el de Cristo, se abren de par en par las almas, y se puede hacer un apostolado fecundo. A la mansedumbre, íntimamente relacionada con la nobleza de alma y con la humildad, no se opone una cólera santa ante la injusticia o cuando esta en juego la verdad. No es verdadera mansedumbre la que esconde la cobardía. A Cristo, que solo va predicando amor, le veremos con una extraordinaria energía echando a latigazos a quienes estaban profanando el templo.
Al hombre manso y humilde de corazón "nada puede apartarlo del amor de Dios, ni tiene necesidad de tranquilizar su ánimo, porque está persuadido de que todo es para bien: no se irrita, ni hay nada que le mueva a la ira, porque siempre ama a Dios y a esto solo atiende" (SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata, 6, 9). Esta serenidad habitual facilita la continua presencia de Dios y la caridad con los demás.

4. Los mansos poseerán la tierra. Primero se poseerán a sí mismos, porque no serán esclavos de su mal carácter; poseerán a Dios, porque su alma se halla dispuesta para la oración; poseerán a los que les rodean, porque un corazón así gana la amistad y el cariño aun de las personas que parecían más alejadas.

Citas de la Sagrada Escritura

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Mt 5, 4
Aprended de Mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Mt 11, 29
Al siervo de Dios no le conviene el altercar, sino ser manso con todos. 2Tm 2, 24
Amonéstales que no sean pendencieros, sino modestos, dando pruebas de mansedumbre con todos los hombres. Tt 3, 1-2
Los frutos del Espíritu Santo son: caridad... mansedumbre... Ga 5, 22-23
(Jesucristo), un Rey lleno de mansedumbre: Mt 21, 5
Consejos de mansedumbre: Mt 5, 38-42; Lc 6, 27-30; Ef 4, 31-32; Col 3, 12-15; 1P 3, 8-9
Es una forma de la caridad: 1Co 13, 4-7
Bendecid a los que os persiguen, bendecidlos y no los maldigáis. Rm 12, 14
La falsa mansedumbre de los hipócritas: Rm 16, 18
Estemos siempre dispuestos a responder con dulzura y respeto a quien nos pida razón de la esperanza en que vivimos. 1P 3, 15
Hermanos, si alguno fuere hallado en falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre [...]. Ga 6, 1
Así, pues, os exhorto yo, preso en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados. Ef 4, 1
Inclina al pobre tu oído y con mansedumbre respóndele palabras amables. Si 4, 8

Mansedumbre, caridad y fortaleza

3464 Te recomiendo la mansa y sincera cortesía que, sin molestar a nadie, a todos obliga; que busca el amor con preferencia al honor; que no se divierte nunca a expensas de otra persona, ni zahiere, ni rechaza, ni es rechazada, a no ser alguna vez por excepción. (SAN FRANCISCO DE SALES, Carta 8-XII-1616, 1.c., p. 839).

3465 Los justos también suelen algunas veces indignarse con razón contra los pecadores. Mas una cosa es lo que se hace movidos por la soberbia, y otra lo que se verifica por celo del bien: se indignan sin indignarse, desesperan sin desesperar, mueven persecución pero amando; porque, aunque exteriormente parecen extremar la represensión para corregir, interiormente conservan la dulzura en virtud de la caridad. En su corazón prefieren las más veces a aquellos mismos a quienes corrigen, y tienen como mejores a aquellos a quienes juzgan (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 34 sobre los Evang.).

3466 Quien lleva en sus ojos la viga de la indignación, ¿podrá observar serenamente la paja en el ojo de su hermano? (CASIANO, Instituciones, 8).

3467 Ser manso y humilde es la mejor custodia de la caridad (SAN AGUSTÍN, Coment. Epístola a los Gálatas).

3468 Es necesario persuadirse de que no está permitido encolerizarse bajo ningún pretexto (CASIANO, Colaciones, 16).

3469 El que está en paz no piensa mal de nadie. En cambio, el descontento e inquieto es atormentado por muchas sospechas; ni descansa él ni deja descansar a los demás (Imitación de Cristo, 2, 2-3).

3470 El Señor conoce más que nadie la naturaleza de las cosas: él sabe que la violencia no se vence con la violencia, sino con la mansedumbre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 33).

3471 Bienaventurados los mansos porque ellos en la guerra de este mundo están amparados del demonio y los golpes de las persecuciones del mundo. Son como vasos de vidrio cubiertos de paja o heno, y que así no se quiebran al recibir golpes. La mansedumbre les es como escudo muy fuerte en que se estrellan y rompen los golpes de las agudas saetas de la ira. Van vestidos con vestidura de algodón muy suave que les defiende sin molestar a nadie. (F. DE OSUNA, Tercer abecedario espiritual, 3, 4).

En el trato con los demás

3472 Conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás. Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto seria absurdo. La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud (CASIANO, Instituciones, 8).

3473 Bienaventurados son los mansos porque tienen la virtud del imán, que atrae el hierro con atracción natural. No hay manera mejor de atraer y ablandar la dureza de los corazones ásperos que con la mansedumbre, como se lee del manso David, (cfr. 1S 24, 17-18), que muchas veces ablandó el corazón de su gran enemigo Saúl e incluso le hizo llorar y le acercó a él con su misericordia. (F. DE OSUNA, Tercer abecedario espiritual, 3, 4).

3474 Era su labor profesional (de S. José) una ocupación orientada hacia el servicio, para hacer agradable la vida a las demás familias de la aldea, y acompañada de una sonrisa, de una palabra amable, de un comentario dicho como de pasada, pero que devuelve la fe y la alegría a quien está a punto de perderlas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 51).

3475 No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7, 1). Al decir esto, no descarta el discernimiento y la sabiduría; lo que él llama juicio es una condenación demasiado severa (ASTERIO DE AMASES, Hom. 13; PG 40, 355).