Antología de Textos

MISA

1. El sacrificio de la Misa y el sacrificio de la Cruz son un mismo Sacrificio. En la Misa es ofrecido a Dios Padre el mismo Jesús que se entregó en la Cruz. Pero se ofrece de un modo distinto, ya que en la Cruz hubo derramamiento de su sangre, y en el altar se anonada místicamente por el ministerio del sacerdote.
De esta forma, el Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto que el mismo Jesucristo que se entregó en la Cruz es el que se ofrece por mano de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares. La Santa Misa "no es una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, repite lo que una vez hizo en la Cruz, ofreciéndose enteramente al Padre como víctima gratísima" (Pto XII, Enc. Mediator Dei).

2. Siendo el sacrificio de la Misa el mismo sacrificio del Calvario, sus fines son también idénticos. En la Cruz se efectuó un sacrificio de alabanza a Dios. Del mismo modo, en la Santa Misa "los miembros se unen en el Sacrificio eucarístico a su Cabeza divina, y con Él, con los Ángeles y los Arcángeles, cantan a Dios perennes alabanzas, dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria" (Pío XII, Enc. Mediator Dei).
Tiene también un fin eucarístico, puesto que solamente Jesucristo, Hijo predilecto del Padre, pudo dar gracias con pleno conocimiento del amor del Padre hacia los hombres. Existe otro fin en la Misa que es expiatorio y propiciatorio por nuestros pecados. Solo el Señor pudo satisfacer de verdad a Dios Padre por los pecados de los hombres.
El cuarto fin de la Misa es la impetración: acudiendo al Sacrificio del altar, los hombres pueden obtener la mediación de Jesucristo, cuya petición en la Cruz fue escuchada con agrado por el Padre y ahora, en el cielo, está siempre vivo para interceder por nosotros (Hb 7, 25). Estas gracias aprovechan al que ofrece, a quienes participan en el Santo Sacrificio y a aquellos por quienes se aplica, pero de modo diverso.

3. Nos pueden ayudar a celebrar o a participar con fruto a la Santa Misa las siguientes consideraciones:
- La Misa es el acontecimiento más importante que cada día sucede en la humanidad. La Misa celebrada por el más sencillo de los sacerdotes, en el lugar más recóndito, es lo más grande que en ese momento está sucediendo sobre la tierra. Aunque no asista ni un solo fiel. - Es el centro de toda la vida cristiana. Los Sacramentos todos, la oración de todos los fieles. las devociones, los sacrificios ofrecidos a Dios, el apostolado..., tienen como centro la Santa Misa. Si desapareciera el centro (si se abandonara conscientemente la asistencia a la Santa Misa) se hundiría toda la vida cristiana.
- Es lo más grato a Dios que podemos ofrecer los hombres.
- Es el mejor momento: para pedir tantas cosas como necesitamos (espirituales y materiales), para dar gracias por tantos beneficios como recibimos (aunque a veces no nos demos cuenta. para pedir perdón por tantos pecados y faltas de amor a Dios (que nos llevará a hacer una buena Confesión), para adorar a la Santísima Trinidad.
Es un acto de Cristo en el que Él mismo se ofrece por toda la Humanidad, y, de modo especial, por toda la Iglesia.
"No temamos jamás que la Santa Misa nos cause perjuicio en nuestros asuntos temporales -repetía el Santo Cura de Ars-, antes al contrario, hemos de estar seguros de que todo andará mejor y de que nuestros asuntos alcanzarán mejor éxito" (Sermón sobre la Santa Misa).

4. Para que no nos acostumbremos y para enseñarnos a participar de la Santa Misa, nuestra Madre la Iglesia quiere que asistamos, no como extraños y mudos espectadores, sino tratando de comprenderla cada vez mejor, a través de los ritos y oraciones, participando de la acción sagrada de modo consciente, piadoso, activo, con recta disposición de ánimo, poniendo el alma en consonancia con la voz y colaborando con la gracia divina (cfr. Const. Sacrosanctum Concihum, nn. 48 y 11). Prestaremos delicada atención a los diálogos, a las aclamaciones, haremos actos de fe y de amor en los breves silencios previstos, en la Consagración, en el momento de recibir al Señor...
No echaremos en el olvido el valor de la puntualidad, delicada atención para con el Señor y para con los demás; al modo de vestir, con sencillez, pero con la dignidad que tal Acción requiere.
5. La acción de gracias después de la Misa completará esos momentos tan importantes del día (o de la semana), que tendrán una influencia directa en el trabajo, en la familia, en la alegría con que tratamos a los demás, en la seguridad y confianza con que vivimos el resto de la jornada. La Misa, así vivida, nunca será un acto aislado: será alimento de todas nuestras acciones y les dará unas características peculiares.

Citas de la Sagrada Escritura

Tomad y comed: éste es mi cuerpo que por vosotros será entregado: haced esto en memoria mía [...]. Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre: haced esto en memoria mía. 1Co 11, 24-25; Lc 22, 19-20
El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?, y el pan que partimos, ¿no es la participación del cuerpo del Señor? [...]. Los que comen las víctimas, ¿no tienen parte en el altar (o sacrificio)? No podéis, pues, beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios; no podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios. 1Co 10, 16-21
Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga. 1Co 11, 26
Desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar ha de ofrecerse a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé de los ejércitos. Pero vosotros lo profanáis, diciendo: La mesa de Yavé es inmunda, y despreciables sus alimentos. Y aún decís: ¡Oh, qué fastidio!, y lo despreciáis, dice Yavé de los ejércitos, y ofrecéis lo robado, lo cojo, lo enfermo; lo presentáis como ofrenda. ¿Voy a complacerme yo aceptándolo de vuestras manos? Ml 1, 11-13
Que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados, Mt 26, 28
Y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abraham diciendo: " Bendito Abraham del Dios Altísimo, el dueño de los cielos y tierra " Gn 14, 18-19
Sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días sin fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre. Hb 7, 3
Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor. Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna. Hb 5, 7-9
Pero éste (Cristo Sacerdote), por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por El se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos. Hb 7, 24-25
Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional. Rm 12, 1
Mas yo por la misma Ley he muerto a la Ley, por vivir para Dios; estoy crucificado con Cristo. Ga 2, 19

Sacrificio incruento de la cruz

3489 Si alguien dijese que el sacrificio de la Misa es solamente de alabanza y de acción de gracias, o una simple conmemoración del sacrificio consumado en la cruz, y que no es (un sacrificio) propiciatorio, o bien que aprovecha sólo a quien comulga, o que no se debe ofrecer por vivos y difuntos, por los pecados, las penas, las satisfacciones y otras necesidades, sea anatema (CONCILIO DE TRENTO, Denz. Sch., 1753).

3490 La oblación es la misma, cualquiera que sea el oferente, Pablo o Pedro; es la misma que Cristo confió a sus discípulos, y que ahora realizan los sacerdotes; ésta no es, en realidad, menor que aquélla, porque no son los hombres quienes la hacen santa, sino Aquel que la santificó. Porque así como las palabras que Dios pronunció son las mismas que el sacerdote dice ahora, así la oblación es la misma (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la Epístola 2 a Timoteo).

3491 La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en Cruz y su Resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la "fuente de la vida y de la santidad" (cfr. Letanías del Sgdo. Corazón), el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna (JUAN PABLO II, Enc. Redemptor Hominis, 11, 7).

3492 Gracias a la transustanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, así como está realmente presente su Cuerpo, también lo está su Sangre; y de esa manera las especies eucarísticas, bajo las cuales se halla presente, simbolizan la cruenta separación del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima (Pío XII, Enc. Mediator Dei).

3493 [...] toda Misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrificio que ofrece, aprende a ofrecerse a si misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz (PABLO VI, Mysterium Fidei, 3-9-1965, 4).

3494 El sacerdote habla en las oraciones de la Misa en nombre de la Iglesia, en cuya unidad está. Mas en la consagración habla en nombre de Cristo, cuyas veces hace por la potestad de orden (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 3, q. 82, a. 7 ad 3).

3495 La Misa [...] es acción divina, trinitaria, no humana. El sacerdote que celebra sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre propio, sino in persona et in nomine Christi, en la Persona de Cristo, y en nombre de Cristo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 86).

Santa Misa y redención del mundo. Eficacia de la Santa Misa

3496 Cada Misa que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino también por la salvación de todo el mundo (PABLO VI, Mysterium fidei, 3-9-1965, 4).

3497 La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la Cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado (1Co 5, 7) (CONC VAT. II, Const. Lumen gentium, 3).

3498 Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda, también hay allí pueblo. Siento junto a mi a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios –la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas–, dando gloria al Señor la Creación entera (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Hom. Sacerdote para la eternidad, 13-41973).

3499 La santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Santa Misa).

3499b La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cfr. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y "prenda de la gloria futura". En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo". Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el "secreto" de la resurrección [ ].
Mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero" (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino (JUAN PABLO II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 7 y 9).

Jesucristo, Sacerdote y Víctima

3500 El sacerdote es un representante del Sacerdote eterno, Jesucristo, que al mismo tiempo es la Víctima (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 85).

3501 Cristo es a la vez la víctima y pontífice. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que ofrece su propio cuerpo como víctima (ORIGENES, Hom. sobre el Génesis, 8).

3502 Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para si, al ofrecer al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género humano. Igualmente, El es víctima, pero para nosotros, al ofrecerse a si mismo en vez del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del Apóstol: tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los cristianos que reproduzcan en si, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenia el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a si mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia detestando y confesando cada uno sus propios pecados [...] (Pío XII, Enc. Mediator Dei, 22).

3503 No es el hombre quien convierte las cosas ofrecidas en el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia aquellas palabras, pero su virtud y la gracia son de Dios. Esto es mi cuerpo, dice. Y esta palabra transforma las cosas ofrecidas (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre la traición de Judas, 1).

Sacramento de la unidad

3504 Esto es lo admirable de esta festividad: que él reúne para celebrarla a los que están lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados (SAN ATANASIO, Carta 5).

3505 El día llamado del sol nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite. Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras, en la medida que el tiempo lo permite [...] Luego, nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces se trae pan, vino y agua; entonces, el que preside eleva fervientemente oraciones y acciones de gracias, y el pueblo clama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y comunicación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes (SAN JUSTINO, Apología 1. a, 66-67).

3506 [...] la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 3).

Preparación y acción de gracias

3507 ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el pecado).

3508 Reunidos cada domingo, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro (Doctrina de los doce apóstoles, cap. 9).

3509 La Misa acabada, recójase media hora a dar gracias y hólguese con el que en sus entrañas tiene, y aprovéchese de El, no de otra manera de como cuando acá vivía fue recibido de Zaqueo o de Mateo, o de otro que se lea; porque el más quieto tiempo de todos es aquel mientras el Señor está en nuestro pecho, el cual tiempo no se ha de gastar en otras cosas, si extrema necesidad a otra cosa no nos constriñese [...] (SAN JUAN DE AVILA, Carta 5).

3510 A la celebración ha de seguir la acción de gracias [...] ¡Cuántos libros de piedad exhortan e inculcan la acción de gracias después de la Misa; pero, ¿cuántos son los sacerdotes que la dan? [...] La acción de gracias después de la Misa no habría de terminar sino con el día [...]. El tiempo que sigue a la Misa es tiempo de negociar con Dios y de hacerse con tesoros celestiales de gracias [...] (SAN ALFONSO M.ª DE LIGORIO, Misa y oficio atropellados, 1. c., pp. 422-423).

3511 La unión espiritual con Cristo, a la que se ordena el mismo sacramento, no se ha de procurar únicamente en el tiempo de la celebración eucarística, sino que ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que los fieles cristianos, contemplando asiduamente en la fe el don recibido y guiados por el Espíritu Santo, vivan su vida ordinaria en acción de gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad. Para que puedan continuar más fácilmente en esta acción de gracias, que de un modo eminente se da a Dios en la Misa, se recomienda a los que han sido alimentados con la sagrada comunión que permanezcan algún tiempo en oración (PABLO VI, Eucharisticum mysterium, 38).

3512 No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos [...] (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Comunión).

Los ángeles, presentes en el Sacrificio eucarístico

3513 De la misma manera que vemos cómo los ángeles se encuentran rodeando el cuerpo del Señor en el sepulcro, así debemos creer también que se encuentran haciendo la corte en la Consagración (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 529).

3514 Allí están presentes muchos ángeles [...], para venerar este santo misterio; y así, estando nosotros con ellos y con la misma intención, es preciso que con tal compañía recibamos muchas influencias propicias. En esta acción divina se vienen a unir a nuestro Señor los corazones de la Iglesia triunfante y los de la Iglesia militante, para prendar con Él, en Él y por Él el corazón de Dios Padre, y apoderarse de toda su misericordia (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 14).

3515 El santo abad Nilo nos refiere que su maestro San Juan Crisóstomo le dijo un día confidencialmente que, durante la santa Misa, veía a una multitud de ángeles bajando del cielo para adorar a Jesús sobre el altar, mientras muchos de ellos recorrían la iglesia para inspirar a los fieles el respeto y amor que debemos sentir por Jesucristo presente sobre el altar. ¡Momento precioso, momento feliz para nosotros, aquel en que Jesús está presente sobre nuestros altares! ¡Ay!, si los padres y las madres comprendiesen bien esto y supiesen aprovechar esta doctrina, sus hijos no serían tan miserables ni se alejarían tanto de los caminos que al cielo conducen. ¡Dios mío, cuántos pobres junto a un tan gran tesoro! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Santa Misa).

3515b A la ofrenda de Cristo se unen no solo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1370).

" Centro y raíz " de la vida cristiana

3516 La Santa Misa nos sitúa de ese modo ante los misterios primordiales de la fe, porque es la donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano. Es el fin de todos los sacramentos (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica 3, q. 65 a. 3). En la Misa se encamina hacia su plenitud la vida de la gracia, que fue depositada en nosotros por el Bautismo, y que crece, fortalecida por la Confirmación (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 87).

3516b La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1368).

3516c Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto -prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente-, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar... (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Forja, n. 69).

La Santa Misa en la vida del sacerdote

3517 La devota y sincera celebración de la Santa Misa –que se recomienda vivamente sea cotidiana– lleva el alma del sacerdote a penetrar vitalmente en el sentido profundo de su existencia: que es sacrificio y comunión, vida plenamente consagrada al Padre y plenamente enviada, donada, comunicada al mundo y a los hombres (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 63).

3518 En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana, la cual, aunque pueda no haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia. Así, al unirse los presbíteros al acto de Cristo sacerdote, se ofrecen diariamente por entero a Dios y, al alimentarse del cuerpo de Cristo, participan de corazón la caridad de Aquel que se da en manjar a los fieles (CONC. VAT. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 13).

3519 Para satisfacer esta exigencia de unión con Dios y de entrega a los hombres, el sacerdote encuentra el centro y raíz de toda su vida en el Sacrificio Eucarístico, donde en unión con Jesucristo, se ofrece enteramente a Dios en sacrificio de adoración, para llenarse a su vez de la caridad de Cristo pro mundi vita (Jn 6, 52) (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 54).

3520 Todos los afectos y las necesidades del corazón del cristiano encuentran, en la Santa Misa, el mejor cauce: el que, por Cristo, llega al Padre, en el Espíritu Santo. El sacerdote debe poner especial empeño en que todos lo sepan y lo vivan. No hay actividad alguna que pueda anteponerse, ordinariamente, a ésta de enseñar y hacer amar y venerar a la Sagrada Eucaristía (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Hom. Sacerdote para la eternidad, 13-4-1973).

Atención y participación en la Misa

3521 ¡Cuántas almas saldrían del pecado, si tuviesen la suerte de oír la Santa Misa en buenas disposiciones! No nos extrañe, pues, que el demonio procure en ese tiempo sugerirnos tantos pensamientos ajenos a la devoción (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Santa Misa).

3522 Conviene, pues, venerables hermanos, que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y mayor dignidad consiste en la participación en el sacrificio eucarístico (Pío XII, Enc. Mediator Dei, 22).

3523 La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada (CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum concilium, 48).

3524 Es menester que el rito externo del sacrificio, por su misma naturaleza, manifieste el culto interno; y el sacrificio de la nueva ley significa aquel supremo acatamiento con que el mismo oferente principal, que es Cristo, y por El todos sus miembros místicos, honran y veneran a Dios con el debido honor (Pío XII, Enc. Mediator Dei).

Vivir la Misa a lo largo del día

3525 Encontramos en el libro de los Proverbios: si te sientas a comer en la mesa de un señor, mira con atención lo que te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar con atención lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 84).

3526 Después de haber participado en la Misa, cada uno ha de ser solicito en hacer buenas obras, en agradar a Dios y vivir rectamente, entregado a la Iglesia, practicando lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y también constituyéndose en testigo de Cristo en toda circunstancia y en el corazón mismo de la convivencia humana (PABLO VI, Eucharisticum mysterium, 13).

La oración de petición en la Santa Misa

3527 No hay momento tan precioso para pedir a Dios nuestra conversión como el de la Santa Misa (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Santa Misa).

3528 El Sacrificio del Calvario es una muestra infinita de la generosidad de Cristo. Nosotros –cada uno– somos siempre muy interesados; pero a Dios Nuestro Señor no le importa que, en la Santa Misa, pongamos delante de El todas nuestras necesidades. ¿Quién no tiene cosas que pedir? Señor, esa enfermedad... Señor, esta tristeza... Señor, aquella humillación que no sé soportar por tu amor... Queremos el bien, la felicidad y la alegría de las personas de nuestra casa; nos oprime el corazón la suerte de los que padecen hambre y sed de pan y de justicia; de los que experimentan la amargura de la soledad; de los que, al término de sus días, no reciben una mirada de cariño ni un gesto de ayuda
Pero la gran miseria que nos hace sufrir, la gran necesidad a la que queremos poner remedio es el pecado, el alejamiento de Dios, el riesgo de que las almas se pierdan para toda la eternidad. Llevar a los hombres a la gloria eterna en el amor de Dios: ésa es nuestra aspiración fundamental al celebrar la Misa, como fue la de Cristo al entregar su vida en el Calvario (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Hom. Sacerdote para la eternidad, 13-4-1973).

La Virgen y la Santa Misa

3529 ¿Cómo podríamos tomar parte en el sacrificio sin recordar e invocar a la Madre del Soberano Sacerdote y de la Víctima? Nuestra Señora ha participado muy íntimamente en el sacerdocio de su Hijo durante su vida terrestre, para que esté ligada para siempre al ejercicio de su sacerdocio. Como estaba presente en el Calvario, está presente en la Misa, que es una prolongación del Calvario. En la Cruz asistía a su Hijo ofreciéndose al Padre; en el altar, asiste a la Iglesia que se ofrece a si misma con su Cabeza, cuyo sacrificio renueva. Ofrezcámonos a Jesús por medio de Nuestra Señora (P. BERNADOT, La Virgen en mi vida, p. 233).