Antología de Textos

PIEDAD

1. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn 1, 26), había dicho el Padre de todas las cosas. San Pablo nos dice que en Él vivimos, nos movemos y somos: En él estaba la vida (1, 4); y Santo Tomás sostiene que el hombre está penetrado por una presencia divina tan intensa, que Dios es más íntimo al hombre que el hombre mismo (cfr. Compendio de Teología,1. c., 130). El don de piedad es un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante que nos mueve a tener hacia Dios un afecto y trato filial y a considerar a los demás como hermanos, por ser hijos del mismo Padre celestial (S.Th. II-II, q. 121).
Es el Señor, en el que se da ese trato y afecto filial hacia su Padre en grado sumo, quien nos enseña cómo debe ser nuestra piedad. El Evangelio nos muestra cómo en diversas ocasiones se retira lejos de la multitud para unirse en la oración con su Padre (Mt 14, 23; Mt 11, 25, 26; Lc 6, 12). Nos enseña la necesidad de dedicar algunos ratos de modo especial a Dios, apartados de las tareas del día. En momentos especiales ora por sí mismo. Es una oración de filial abandono en la voluntad de su Padre Dios, como en Getsemaní (Mc 14, 35-36) y en la cruz (Mc 15, 34; Lc 23, 34-36). En otras ocasiones ora confiadamente por los demás, especialmente por sus apóstoles y sus futuros discípulos (Lc 22, 32; Jn 17).
Enseña el Señor que este trato filial y confiado con Dios nos es necesario para resistir la tentación (Mt 26, 41), para obtener los bienes necesarios (Jn 4, 10; Jn 6, 27) y para la perseverancia final (Lc 21, 36).
El trato filial con Dios Padre ha de ser personal, en el secreto de la casa (Mt 6, 5-6); discreto (Mt 6, 7-8); humilde, como el del publicano (Lc 18, 9-14); constante y sin desánimo, como el del amigo inoportuno o el de la viuda rechazada por el juez (Lc 11, 5-8; 18, 1-8); debe estar penetrado de confianza en la bondad de Dios (Mc 11, 23), pues es un Padre conocedor de las necesidades de sus hijos, y les da no solo los bienes del alma, sino también lo necesario para la vida material (Mt 7, 7-11; Lc 11, 9-13).
2. El efecto primario y fundamental de este don es el sentido de nuestra filiación divina: Porque no habéis recibido el espíritu de esclavitud para caer de nuevo en el temor, antes bien habéis recibido el espíritu de filiación por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rm 8, 15-16).
El don de piedad pone también en el alma un filial abandono en los brazos de Dios. Mediante este don, el hombre presta también reverencia a las cosas que de modo especial hacen relación a Dios: los santos, la Sagrada Escritura, los objetos sagrados, las reliquias, etc. (S.Th. II-II, q. 121, a. 1 ad 3).
3. Frutos de este don del Espíritu Santo son la bondad y la benignidad; e indirectamente la mansedumbre, en cuanto aparta los impedimentos para los actos de piedad (Suma Teológica 2-2, q. 121, a. 2 ad 3). Se oponen directamente a este don la impiedad, en sus muchas manifestaciones, y la dureza de corazón.
La piedad (como el temor de Dios) es manifestación de fe y de sabiduría (S.Th. II-II, q. 45, a. 1 ad 3).

Citas de la Sagrada Escritura

Cuanto a fábulas profanas y a los cuentos de viejas, deséchalos. Ejercítate en la piedad, porque la gimnasia corporal es de poco provecho; pero la piedad es útil para todo y tiene promesas para la vida presente y para la futura. 1Tm 4, 7-8
Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!. Rm 8, 15
Mas los primeros fueron hombres piadosos, cuya justicia no cayó en el olvido. Si 44, 10
Pues si todo de este modo ha de disolverse, ¿cuáles debéis ser vosotros en vuestra santa conducta y en vuestra piedad, esperando y acelerando el advenimiento del día de Dios, cuando los cielos, abrasados, se disolverán y los elementos, en llamas, se derretirán? 2P 3, 11-12
Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre. 1Tm 6, 11

Piedad y filiación divina

4238 Consiste la piedad en un afecto cariñoso y deferente al propio padre y a cualquier hombre sumido en desgracia. Por consiguiente, siendo Dios Padre nuestro no sólo debemos respetarle y temerle, sino además abrigar ese devoto y cariñoso afecto para con Él (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., 137).

4239 Si tú tienes una piedad sincera, sobre ti descenderá también el Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto, que dice: éste no es el Hijo mío, pero ahora, después del bautismo, ha sido hecho hijo mío (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis III, Sobre el bautismo, 14).

4240 La piedad que nace de la filiación divina es una actitud profunda del alma, que acaba por informar la existencia entera: está presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 146).

4241 La piedad es el amor que dulcifica el trabajo y nos emplea cordial y agradablemente, con todo afecto filial, en obras gratas a Dios, nuestro Padre (SAN FRANCISCO DE SALES, Trat. del amor de Dios, 15, 1. c., p. 482).

4242 Principio de la piedad es tener un concepto altísimo de Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre el libre arbitrio, 1).

Piedad y vida de infancia espiritual

4243 Un niño dormido en el regazo de su madre está realmente en el sitio más adecuado, aunque ella no le diga palabra, ni él a ella. Podemos permanecer en la presencia de Dios hasta durmiendo; si nos adormecemos a vista suya, con su aquiescencia y por su voluntad, El nos colocará en el lecho como imágenes en su hornacina; y cuando nos despertemos, hallaremos que El está a nuestro lado (SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 37, 1. c., p. 671).

4244 Se llaman niños, no por su edad, sino por la sencillez de su corazón (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 20).

4245 La piedad es la virtud de los hijos y para que el hijo pueda confiarse en los brazos de su padre, ha de ser y sentirse pequeño, necesitado. Frecuentemente he meditado esa vida de infancia espiritual, que no está reñida con la fortaleza, porque exige una voluntad recia, una madurez templada, un carácter firme y abierto (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 10).

4246 Debes hacerte más pequeño que un niño; no andes tras las alabanzas de los hombres, ni ambiciones los honores; antes bien, rechaza aquéllas y éstos (J. Pecci –León XIII–, Práctica de la humildad, 30).

Sin piedad, no se puede ser apóstol

4247 Sin una vida interior sólida, sin una auténtica unión con Jesucristo, sin piedad verdadera, no se puede ser apóstol. Para restaurar todas las cosas en Cristo por medio del apostolado es menester la gracia divina, y el apóstol no la recibe si no está unido a Cristo. Todos los que participan del apostolado deben, por tanto, poseer la verdadera piedad (SAN PÍO X, Carta, 11-VI-1909).

4248 ...Cuando la vida espiritual del sacerdote es deficiente, cuando falta la piedad personal, cuando no hay lucha ascética, lo primero que sufre –a veces de modo radical, y con consecuencias que trascienden con mucho la vida personal del sacerdote– es el ministerio mismo, el verdadero ministerio sacerdotal, su servicio al Pueblo de Dios como sacerdote, como ministro del Sacerdocio único de Cristo (A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, p. 123).

Existe "una urbanidad de la piedad"

4249 Hay una urbanidad de la piedad. Apréndela. -Dan pena esos hombres "piadosos", que no saben asistir a Misa –aunque la oigan a diario– ni santiguarse –hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación–, ni hincar la rodilla ante el Sagrario –sus genuflexiones ridículas parecen una burla–, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 541).

4250 Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado [...]
Y cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación (SAN CIPRIANO, Trat. sobre la oración, 4-6).

4251 [...] y los sagrados cálices y los santos paños, y lo demás que se refiere al culto de la Pasión del Señor [...], por el contacto con el Cuerpo y Sangre del Señor hay que venerarlos con el mismo respeto que su Cuerpo y su Sangre (SAN JERÓNIMO, Epístola 114).