Viene a continuación el tema del don de sabiduría, que corresponde a la caridad . Primero, la sabiduría misma; en segundo lugar, el vicio opuesto.
Sobre lo primero se formulan seis preguntas:
¿Debe contarse la sabiduría entre los dones del Espíritu Santo?
Objeciones por las que parece que la sabiduría no debe contarse entre los dones del Espíritu Santo:
1. Los dones son más perfectos que las virtudes, como ya hemos dicho (1-2 q.68 a.8). Ahora bien, la virtud hace referencia solamente al bien, y por eso dice San Agustín en el libro De Lib. Arb. que nadie usa mal de las virtudes. Con mayor razón, pues, los dones del Espíritu Santo hacen referencia solamente al bien. Pero la sabiduría hace referencia también al mal, ya que Santiago habla de una sabiduría que es terrena, animal, diabólica (St 3, 15). Luego la sabiduría no debe contarse entre los dones del Espíritu Santo.
2. Como escribe San Agustín en XIV De Trin. : La sabiduría es conocimiento de las cosas divinas. Pues bien, el conocimiento de las cosas divinas que puede tener el hombre de manera natural pertenece a la sabiduría que es virtud natural, mientras que el conocimiento sobrenatural de las cosas divinas incumbe a la fe, que es virtud teologal, como hemos expuesto (q.1 a.1; q.4 a.5; 1-2 q.57 a.2; q.66 a.5). En consecuencia, la sabiduría se debe considerar más como virtud que como don.
3. En la Escritura leemos: He aquí que el temor de Dios es la misma sabiduría; y apartarse del mal, inteligencia (Jb 28, 27), y por. eso, la edición de los LXX, de la que se sirve San Agustín, escribe: He aquí que la piedad es la sabiduría misma . Ahora bien, tanto el temor como la piedad se consideran dones del Espíritu Santo. Luego la sabiduría no debe considerarse entre los dones del Espíritu Santo como don distinto de los demás.
Contra esto: está el testimonio de Isaías, que dice: Reposará sobre El el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de entendimiento (Is 11, 2).
Respondo: Según el Filósofo, en el comienzo de los Metafísicas, incumbe al sabio considerar la causa suprema por la cual juzga ciertísimamente de todo, y todo debe ordenarse según ella. Ahora bien, la causa suprema se puede tomar en doble sentido: absolutamente y en un determinado género. Por tanto, quien conoce la causa suprema en un determinado género, y puede, gracias a ella, juzgar y ordenar cuanto pertenece a ese género, se dice de él que es sabio en ese género; es el caso, por ejemplo, de la medicina o de la arquitectura, conforme a lo que escribe el Apóstol: Como sabio arquitecto, puse los cimientos (1Co 3, 10). Mas quien conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas. Pues bien, el hombre alcanza ese tipo de juicio por el Espíritu Santo, a tenor de lo que escribe el Apóstol: El espiritual lo juzga todo (1Co 2, 15), porque, como afirma allí mismo (v.10), El Espíritu lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios. Resulta, pues, evidente que la sabiduría es don del Espíritu Santo.
1. Una cosa se dice buena de dos maneras. La primera cuando es verdaderamente buena y absolutamente perfecta. La segunda, cuando se dice que es buena por comparación a lo que es de acabada malicia, y así se habla de buen ladrón o perfecto ladrón, como expone el Filósofo en el libro V de los Metafísicas . Pues bien, al igual que hay una causa suprema en el plano de las cosas verdaderamente buenas, y es el bien sumo, fin último, cuyo conocimiento hace al hombre verdaderamente sabio, en el plano de las cosas malas hay algo a lo que se refieren las demás cosas como fin último, y el hombre que lo conoce es sabio en la realización del mal, como leemos en Jeremías: Sabios son para hacer el mal; no supieron obrar bien (Jr 4, 22). En verdad, todo el que se aparta del fin debido se forja por necesidad un fin indebido, ya que todo agente obra por un fin. De ahí, pues, que, si se forja un fin en los bienes terrenos exteriores, la sabiduría es sabiduría terrena; si en los bienes corporales, sabiduría animal; si en alguna excelencia, sabiduría diabólica, por imitar la soberbia del diablo, del cual se dice es el rey de todos los hijos de la soberbia (Jb 41, 25).
2. La sabiduría don es distinta de la sabiduría virtud intelectual adquirida. Esta, en efecto, se adquiere con el esfuerzo humano; aquélla, en cambio, desciende de lo alto, como vemos en la Escritura (St 3, 15). De la misma manera difiere también de la fe, pues la fe asiente a la verdad divina por sí misma, mientras que el juicio conforme a la verdad divina incumbe al don de Sabiduría. Por esa razón, el don de sabiduría presupone la fe, ya que cada uno juzga bien lo que conoce, según escribe el Filósofo en I Ethic.
3. Así como la piedad que atañe al culto de Dios es índice de la fe, en cuanto que por él la profesamos públicamente, así también la piedad manifiesta la sabiduría. Por eso se dice que la piedad es sabiduría. Por la misma razón se dice también del temor, pues el hombre muestra que tiene juicio recto de las cosas divinas porque teme y adora a Dios.
¿Radica la sabiduría en el entendimiento?
Objeciones por las que parece que la sabiduría no radica en el entendimiento:
1. Dice San Agustín, en el libro De Gratia Novi Test., que la sabiduría es la caridad de Dios. Pero la caridad radica en la voluntad, no en el entendimiento, como ya hemos expuesto (q.24 a.1). La sabiduría, pues, no radica en el entendimiento.
2. En la Escritura leemos: La sabiduría, como indica su nombre, es acerca de la doctrina (Si 6, 23). Ahora bien, la sabiduría es como una ciencia sabrosa, y esto parece que atañe al afecto, por el que experimentamos los deleites y dulzuras espirituales. En consecuencia, la sabiduría no está en el entendimiento, sino más bien en el afecto.
3. La potencia intelectiva se perfecciona de manera suficiente por el don de entendimiento. Pues bien, cuando es suficiente una cosa para perfeccionar a otra, resulta superfluo añadir otras más. La sabiduría, pues, no radica en el entendimiento.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio en II Moral., diciendo que la sabiduría es lo contrario de la necedad. Pero la necedad radica en el entendimiento. Por lo tanto, también la sabiduría.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a.1; q.8 a.6), la sabiduría implica rectitud de juicio según razones divinas. Pero esta rectitud de juicio puede darse de dos maneras: la primera, por el uso perfecto de la razón; la segunda, por cierta connaturalidad con las cosas que hay que juzgar. Así, por ejemplo, en el plano de la castidad, juzga rectamente inquiriendo la verdad, la razón de quien aprende la ciencia moral; juzga, en cambio, por cierta connaturalidad con ella el que tiene el hábito de la castidad. Así, pues, tener juicio recto sobre las cosas divinas por inquisición de la razón incumbe a la sabiduría en cuanto virtud natural; tener, en cambio, juicio recto sobre ellas por cierta connaturalidad con las mismas proviene de la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo. Así, Dionisio, hablando de Hieroteo en el c.2 De div. nom., dice que es perfecto en las cosas divinas no sólo conociéndolas, sino también experimentándolas. Y esa compenetración o connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con Dios, conforme al testimonio del Apóstol: Quien se une a Dios, se hace un solo espíritu con El (1Co 6, 7). Así, pues, la sabiduría, como don, tiene su causa en la voluntad, es decir, la caridad; su esencia, empero, radica en el entendimiento, cuyo acto es juzgar rectamente, como ya hemos explicado (1 q.79 a.3).
1. San Agustín habla de la sabiduría en relación con su causa, de la cual recibe el nombre de sabiduría en lo que entraña de cierto sabor.
2. La respuesta a esta objeción es clara si es ése el sentido que hay que dar a esa autoridad, y no parece que lo sea. Esa exposición es, en efecto, buena en cuanto a la acepción que el concepto de sabiduría tiene en la lengua latina. Pero en griego no tiene ese sentido, y tal vez tampoco lo tenga en otras lenguas. Parece, pues, que el concepto de sabiduría se toma allí por la reputación con la cual se recomienda a todos.
3. El entendimiento tiene dos actos: captar y juzgar. Al primero de ellos se ordena el don de entendimiento; al segundo, en cambio, el don de sabiduría, si se juzga por razones divinas, y al don de ciencia si se juzga por razones humanas.
La sabiduría, ¿es solamente especulativa o también práctica?
Objeciones por las que parece que la sabiduría no es práctica, sino especulativa:
1. El don de sabiduría es más excelente que la sabiduría considerada como virtud intelectual. Pues bien: como virtud intelectual, la sabiduría es solamente especulativa. Luego con mayor razón la sabiduría como don es especulativa, no práctica.
2. El entendimiento práctico versa sobre lo operable, que es contingente. Pero la sabiduría versa sobre lo divino, eterno y necesario. La sabiduría, pues, no puede ser práctica.
3. Dice San Gregorio en VI Moral. que en la contemplación se busca el principio, que es Dios; en la acción, por el contrario, se trabaja con el grave peso de la necesidad. Ahora bien, a la sabiduría corresponde la visión de las cosas divinas, que no es trabajo penoso, ya que, como leemos en la Escritura: No causa amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella (Sal 9, 16). Por tanto, la sabiduría es solamente contemplativa, no práctica o activa.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Conversad con sabiduría con los de fuera (Col 4, 5). Eso es acción. Luego la sabiduría es no sólo especulativa, sino también práctica.
Respondo: Según afirma San Agustín en XII De Trin., la parte superior de la razón está destinada a la sabiduría, y la inferior, a la ciencia. Pero la razón superior, como escribe también en el mismo libro, dirige su atención a las razones supremas, es decir, las divinas, y busca examinarlas y consultarlas. Examinarlas, en cuanto contempla en ellas lo divino; consultarlas, en cambio, en cuanto que juzga lo humano por lo divino, dirigiendo las acciones humanas con reglas divinas. Así, pues, la sabiduría, en cuanto don, es no sólo especulativa, sino también práctica.
1. Cuanto más elevada es una virtud, mayor es su radio de acción, como consta en el libro De causis. De ahí que la sabiduría, por ser don, es más excelente que la sabiduría virtud intelectual, ya que estando más cerca de Dios por cierta unión del alma con El, tiene el poder de dirigir no solamente la contemplación, sino también la acción.
2. Lo divino en sí mismo es necesario, pero es también regla de lo contingente, que constituye la esfera de los actos humanos.
3. Una cosa debemos considerarla en sí misma antes que compararla con ninguna otra. Por eso a la sabiduría incumbe, primero, la contemplación de las cosas divinas, que es la visión del principio; después, dirigir los actos humanos en conformidad con las razones divinas. Sin embargo, de esa dirección de la sabiduría sobre los actos humanos no se sigue amargura o trabajo; antes bien, la amargura se trueca en dulcedumbre y el trabajo en descanso.
¿Puede la sabiduría, sin la gracia, coexistir con el pecado?
Objeciones por las que parece que la sabiduría, sin la gracia, puede coexistir con el pecado:
1. Los santos se glorían sobre todo de cuanto no puede coexistir con el pecado, según el testimonio del Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia (1Co 1, 12). Pero nadie puede gloriarse de la sabiduría, conforme las palabras del profeta: No se gloríe el sabio de su sabiduría (Jr 9, 23). Luego la sabiduría puede existir, sin la gracia, con el pecado mortal.
2. La sabiduría implica conocimiento de lo divino, como hemos expuesto (a.1 et 3). Ahora bien, se puede tener conocimiento de la verdad divina incluso con pecado mortal, como leemos en la Escritura: Aprisionan la verdad en la injusticia (Rm 1, 18). Luego la sabiduría puede coexistir con el pecado mortal.
3. Hablando de la caridad, afirma San Agustín en XV De Trin. : No hay ningún don más excelente que éste. Sólo él separa a los hijos del reino eterno, de los hijos de la perdición eterna. Pues bien, la sabiduría se diferencia de la caridad y, por lo mismo, no separa los hijos del reino de los hijos de la perdición. En consecuencia, puede coexistir con el pecado mortal.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: No entrará la sabiduría en el alma malévola ni morará en cuerpo sujeto a pecados (Sab1, 4).
Respondo: Según hemos expuesto (a.2 et 3), la sabiduría, que es don del Espíritu Santo, permite juzgar rectamente las cosas divinas, y las demás cosas en conformidad con las razones divinas, en virtud de cierta connaturalidad o unión con lo divino. Esto, como hemos visto, es efecto de la caridad. Por eso la sabiduría de que hablamos presupone la caridad, y la caridad no coexiste con el pecado mortal, como hemos expuesto (q.24 a.12). En consecuencia, tampoco la sabiduría de que hablamos puede coexistir con el pecado mortal.
1. Eso hay que entenderlo de la sabiduría acerca de las cosas mundanas, o también de las cosas divinas, pero juzgadas con razones humanas. De esa sabiduría no se glorían los santos, sino que confiesan que no la poseen, a tenor de estas palabras: No está conmigo la sabiduría de los hombres (Pr 30, 2). Se glorían, en cambio, de la sabiduría divina, conforme al testimonio del Apóstol: Ha venido a sernos sabiduría de Dios (1Co 1, 30).
2. Esa objeción concluye del conocimiento de las cosas divinas adquirido por el estudio y la búsqueda de la razón, y eso se puede dar con el pecado mortal; pero no es el caso de la sabiduría de que hablamos aquí.
3. Aunque la sabiduría sea diferente de la caridad, la presupone, sin embargo, y por eso separa a los hijos de la perdición de los hijos del reino.
¿Se da la sabiduría en todos los que tienen la gracia?
Objeciones por las que parece que la sabiduría no se da en todos los que tienen la gracia:
1. Tener sabiduría es mejor que oírla. Ahora bien, incumbe a los perfectos oír la sabiduría conforme a lo que escribía el Apóstol: Hablamos sabiduría a los perfectos (1Co 2, 6). Mas, dado que no todos los que están en gracia son perfectos, parece que será mucho menos exacto afirmar que tengan la sabiduría cuantos estén en estado de gracia.
2. Es de sabios ordenar, como enseña el Filósofo en el comienzo de los Metafísicas, y Santiago, por su parte, dice que el sabio es imparcial, sin hipocresías (St 3, 17). Mas no incumbe a cuantos están en gracia juzgar a los demás y encaminarles, sino sólo a los prelados. Luego no todos los que están en gracia son sabios.
3. La sabiduría se opone a la necedad, como escribe San Gregorio en II Moral. Pero hay muchos en estado de gracia que por naturaleza son ignorantes, como, por ejemplo, los amentes, o los que, después de bautizados, caen, sin pecado, en la demencia. Por consiguiente, la sabiduría no se da en cuantos tienen la gracia.
Contra esto: está el hecho de que quien está sin pecado mortal es amado por Dios porque tiene la gracia con que ama a Dios; y Dios ama a quienes le aman, según el testimonio de la Escritura (Pr 8, 17). Ahora bien, vemos igualmente en la Escritura que Dios no ama a nadie que no cohabite con la sabiduría (Sab7, 28). En consecuencia, la sabiduría se da en cuantos están en estado de gracia y no tienen pecado mortal.
Respondo: Como hemos expuesto (a.1 et 3), la sabiduría de que hablamos implica rectitud de juicio en lo que concierne a las cosas divinas que hay que contemplar y consultar. Desde esa doble perspectiva hay grados diferentes de sabiduría, según los modos de unión con Dios. En efecto, hay quienes tienen tanta rectitud de juicio cuanta es necesaria para la salvación, lo mismo en la contemplación de lo divino que en la ordenación de lo humano según las reglas divinas. Esta sabiduría no le falta a nadie que esté, por la gracia, sin pecado mortal, porque, si la naturaleza no falta en lo necesario, mucho menos la gracia. Por eso se ha escrito: La unción os enseñará en todo (1Jn 2, 27).
Pero algunos reciben la sabiduría en grado más eminente, no sólo en la contemplación de lo divino, en la medida en que penetran los misterios más profundos y los pueden manifestar a los demás, sino también en cuanto a la dirección de lo humano según las reglas divinas, en la medida en que son capaces de ordenarse a sí mismos y ordenar a los demás. Este grado de sabiduría no es común a cuantos tienen la gracia santificante, pues pertenece más bien a la gracia gratis data que el Espíritu Santo distribuye como quiere, a tenor de lo escrito por el Apóstol: A otro se da por el Espíritu palabra de sabiduría (1Co 12, 8 ss).
1. El Apóstol habla en ese lugar de la sabiduría en cuanto se extiende a los misterios ocultos de las cosas divinas, como se dice también allí mismo: Hablamos sabiduría de Dios escondida en misterio (1Co 12, 7).
2. Aunque solamente a los prelados incumbe encaminar a otros hombres y juzgarles, atañe, sin embargo, a todo hombre enderezar sus propios actos y juzgarlos, como demuestra Dionisio en la epístola Ad Demophilum .
3. Los ignorantes bautizados, lo mismo que los niños, tienen, en realidad, el hábito de la sabiduría en cuanto don del Espíritu Santo; no tienen, en cambio, el acto, a causa del obstáculo corporal que les impide el uso de razón.
¿Corresponde al don de sabiduría la séptima bienaventuranza?
Objeciones por las que parece que no corresponde al don de sabiduría la séptima bienaventuranza:
1. La séptima bienaventuranza es bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 19). Ahora bien, lo uno y lo otro corresponde de manera directa a la caridad. De la paz, en efecto, se dice: Mucha paz a los que aman tu ley (Sal 119, 165), y, como escribe el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5, 5), el cual --escribe también el Apóstol-- es el Espíritu de la adopción de hijos, con el que clamamos ¡Abba, Padre! (Rm 8, 15). Por tanto, la séptima bienaventuranza se debe atribuir a la caridad más que al don de sabiduría.
2. Una cosa se manifiesta más por un efecto próximo que por un efecto remoto. Pues bien, el efecto próximo de la sabiduría parece que es la caridad, conforme al testimonio de la Escritura: En todas las edades entra en las almas santas y forma en ellas amigos de Dios y profetas (Sab7, 27). Pero la paz y la adopción de hijos parecen efectos remotos, dado que, como queda dicho (q.19 a.2 ad 3; q.29 a.3), proceden de la caridad. En consecuencia, la bienaventuranza que corresponde a la sabiduría debería estar determinada más por la caridad que por la paz.
3. Escribe Santiago que la sabiduría, que viene de lo alto, es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía (St 3, 17). Por tanto, la bienaventuranza que corresponde a la sabiduría no debió tomarse tanto en función de la paz cuanto en función de los demás efectos de la sabiduría celestial.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De Serm. Dom. in Monte : La sabiduría es propia de los pacíficos, en quienes no se dan movimientos de rebelión, sino de obediencia a la razón.
Respondo: La séptima bienaventuranza se adapta de manera conveniente a la sabiduría lo mismo en cuanto al mérito que en cuanto al premio. En efecto, en cuanto al mérito está expresado en las palabras bienaventurados los pacíficos, y así son llamados los forjadores de la paz tanto en sí mismos como en los demás. Ahora bien, hacer la paz es volver las cosas al orden debido, ya que la paz, en expresión de San Agustín en XIX De civ. Dei, es la tranquilidad del orden, y dado que crear el orden compete a la sabiduría, como dice el Filósofo en el principio de los Metafísicas, sigúese de ello que el ser pacífico se atribuye de manera adecuada a la sabiduría.
Al premio, en cambio, corresponde lo que dicen las palabras serán llamados hijos de Dios. Algunos, en efecto, son llamados hijos de Dios en cuanto participan de la semejanza del Hijo unigénito y natural, según el testimonio del Apóstol: A quienes de antemano conoció, a ésos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo (Rm 8, 29), que es la Sabiduría engendrada. Por eso, recibiendo el don de sabiduría, alcanza el hombre la filiación con Dios.
1. Es propio de la caridad tener paz; hacer, en cambio, la paz es propio de la sabiduría ordenadora. De la misma manera el Espíritu Santo en tanto recibe también la denominación de Espíritu de adopción, en cuanto que por él se nos da la semejanza del Hijo natural, que es la sabiduría engendrada.
2. En ese lugar se trata de la sabiduría increada, la primera que se une a nosotros por el don de la caridad, y por eso nos revela los misterios cuyo conocimiento constituye la sabiduría infusa. Por esa razón, la sabiduría infusa, que es don, no es causa, sino más bien efecto, de la caridad.
3. Como ha quedado expuesto (a.3), a la sabiduría en cuanto don incumbe no solamente contemplar las cosas divinas, sino también regular las acciones humanas. Y esa dirección implica, en primer lugar, la remoción de los males contrarios a la sabiduría. Por eso se dice también del temor que es camino de la sabiduría (Sal 111, 10
), ya que nos hace apartarnos de los males. Por último, como remate, viene la tarea de encaminar todo el orden debido, y esto es esencialmente la paz. Por eso son adecuadas las palabras de Santiago diciendo que la sabiduría, que es de arriba, don del Espíritu Santo, es primero pura, por evitar la corrupción del pecado; luego, pacifica, efecto final de la sabiduría, por lo cual da razón de la bienaventuranza. Lo que sigue en las palabras de Santiago da a conocer las cosas por las que la sabiduría conduce a la paz y en orden conveniente. En efecto, lo primero que se le ofrece al hombre que se aparta de la corrupción del pecado es que, en cuanto pueda, tenga mesura en todas las cosas, y en ese sentido se dice que es modesta. Lo segundo, que, en lo que no se basta a sí mismo, acepte el conseje de los demás, y por eso se dice que es persuasible. Estas dos cosas permiten al hombre tener paz en sí mismo. Pero, dando un paso más, para que el hombre sea pacífico con los demás, se requiere, en primer lugar, que sea considerado con sus bienes, y es lo que indican las palabras indulgente con los bienes. Se requiere además, en segundo lugar, que, por una parte, se compadezca afectivamente de las flaquezas del prójimo, y por otra, que las socorra eficazmente; lo expresan las palabras llena de misericordia y buenos frutos. Se requiere, finalmente, el esfuerzo por corregir con caridad sus pecados, y es lo que significan las palabras imparcial, sin hipocresía, no sea que, buscando la corrección, pretenda satisfacer el odio.
Suma Teológica - II-IIae (Secunda secundae)
← q. 45 →