Corresponde a continuación tratar de los preceptos de la caridad. Sobre ellos se plantean ocho problemas:
¿Se deben dar algunos preceptos sobre la caridad?
Objeciones por las que parece que no se debe dar ningún precepto sobre la caridad:
1. La caridad, por ser forma de las virtudes, da a todos sus actos el modo, como hemos expuesto (q.23 a.8). Ahora bien, se dice generalmente que el modo no cae bajo precepto. Por tanto, no se deben dar preceptos sobre la caridad.
2. La caridad derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm 5, 5) nos hace libres porque donde está el Espíritu, allí está la libertad (2Co 3, 17). Pues bien, la obligación que nace del precepto se opone a la libertad, porque impone una necesidad. En consecuencia, no se deben dar preceptos sobre la caridad.
3. La caridad es la principal de las virtudes, a las cuales se ordenan los preceptos, como quedó demostrado en otro lugar (1-2 q.100 a.9 ad 2); por tanto, si se dieran preceptos sobre la caridad, deberían estar comprendidos entre los preceptos mayores, que son los del decálogo, y, sin embargo, no lo están. Por tanto, no se deben dar preceptos sobre la caridad.
Contra esto: está el hecho de que, cuanto pide Dios de nosotros, cae bajo precepto. Ahora bien, Dios pide del hombre que le ame, como se ve en la Escritura (Dt 10, 12). Por tanto, se deben dar preceptos sobre el amor de caridad, que es el amor de Dios.
Respondo: Como ya quedó expuesto (1-2 q.99 a.1 et 5; q.100 a.5 ad 2), el precepto implica razón de deuda. Por tanto, una cosa cae bajo precepto en la medida en que reviste formalidad de adeudada. Ahora bien, una cosa resulta adeudada de dos maneras: en sí misma y por otra. En sí mismo es obligatorio, en cualquier menester, todo lo que es fin, ya que, por definición, el fin entraña razón de bien. Es, en cambio, obligación, por razón de otra cosa, cuanto se ordena al fin, como es deber del médico, de suyo, curar; por razón de otra cosa, diagnosticar el remedio adecuado. Pues bien, el fin de la vida espiritual es que el hombre se una a Dios, lo cual se logra por la caridad; y a ello se ordena, como a su fin, todo cuanto afecta a la vida espiritual. Por eso escribe el Apóstol: El fin de este mandato es la caridad, que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera (1Tm 1, 5). De hecho, todas las virtudes, cuyos actos son objeto de precepto, están ordenadas o a purificar el corazón del torbellino de las pasiones, y es el caso de las virtudes que conciernen a las pasiones; o al menos se ordenan a proporcionar una buena conciencia, como es el caso de las virtudes que recaen sobre la acción; o, por último, se ordenan a engendrar la rectitud de fe, y es el caso de las virtudes que atañen al culto divino. Mas para amar a Dios se requieren estas tres cosas, porque, en efecto, el corazón impuro aparta del amor de Dios a causa de la pasión que inclina hacia las cosas de la tierra; la mala conciencia, por su parte, hace tener horror a la justicia divina por el temor de la pena; finalmente, la fe fingida arrastra el efecto hacia una divinidad ficticia, apartándolo de la verdad de Dios. Por tanto, dado que, en cualquier género, lo que es en sí mismo tiene más valor que lo que es por otro, sigúese de ello que el mandamiento máximo tiene por objeto la caridad, como se ve en la Escritura (Mt 22, 38).
1. Como quedó expuesto al tratar de los preceptos (1-2 q.100 a.10), el modo del amor no cae bajo los preceptos, cuyo objeto son los demás actos de las virtudes. Por ejemplo, en el precepto honra a tu padre y a tu madre (Ex 20, 12), no está incluido que se haga por caridad. Sin embargo, el acto del amor se incluye en preceptos especiales.
2. La obligación del precepto no se opone a la libertad más que en aquel cuya mente es opuesta a lo mandado, como se ve en quienes guardan los mandamientos por temor. Ahora bien, el precepto de la caridad no se puede cumplir sino por propia voluntad, y por eso no repugna a la libertad.
3. Todos los preceptos del decálogo se ordenan al amor de Dios y del prójimo. Por eso los preceptos de la caridad no están referidos entre los del decálogo, sino que van incluidos en todos.
¿Se debieron dar dos preceptos sobre la caridad?
Objeciones por las que parece que no se debieron dar dos preceptos sobre la caridad:
1. Según hemos expuesto (a.2 arg.3), los preceptos de la ley se ordenan a la virtud. Pues bien, la caridad constituye una sola virtud, como hemos dicho (q.23 a.5). Por tanto, no se debió dar más que un precepto sobre ella.
2. Como afirma San Agustín en I De doct. christ., la caridad no ama sino a Dios y al prójimo. Ahora bien, nosotros estamos suficientemente ordenados a amar a Dios con el precepto amarás al Señor, tu Dios (Dt 6, 5). En consecuencia no fue preciso añadir otro precepto sobre el amor al prójimo.
3. A preceptos distintos se oponen pecados distintos. Pero no se peca si, dando de lado el amor al prójimo, no se traspasa el amor de Dios; antes bien, se lee en la Escritura: Si alguien viniere a mí y no odia a su padre y a su madre, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26). Por tanto, no es distinto el amor de Dios y el del prójimo.
4. Finalmente, tenemos el testimonio del Apóstol: Quien ama al prójimo ha cumplido la ley (Rm 13, 8). Pero la ley no se cumple sino observando todos los preceptos. Por lo mismo, todos ellos van incluidos en el amor al prójimo. En consecuencia, basta ese único precepto sobre el amor al prójimo. No debe haber, pues, dos preceptos sobre la caridad.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Este mandamiento hemos recibido del Señor: que quien ama a Dios ame también al prójimo (1Jn 4, 21).
Respondo: Según quedó expuesto al tratar el tema de los preceptos (1-2 q.91 a.3; q.100 a.1), éstos desempeñan en la ley la misma función que las proposiciones en las ciencias especulativas. En éstas, las conclusiones se encuentran contenidas virtualmente en los primeros principios. De ahí que quien conociera perfectamente los primeros principios en toda su virtualidad, no tendría necesidad de que se le propusieran por separado las conclusiones. Mas dado que no todos los que conocen los principios están en condiciones de considerar lo que se encuentra virtualmente en ellos, se hace necesario que, en atención a ellos, las conclusiones sean deducidas de los principios. Pues bien, en el plano de la acción en el que nos dirigen los preceptos de la ley, el fin tiene razón de principio, como hemos expuesto (q.23 a.7 ad 2; q.26 a.1 ad 1); y el amor de Dios es el fin al que se ordena el amor al prójimo. De ahí que no sólo es menestar dar preceptos sobre el amor de Dios, sino también sobre el amor al prójimo, en atención a quienes, por menos capaces, no captarían fácilmente la realidad de que uno de esos preceptos está incluido en el otro.
1. Aunque la caridad sea una sola virtud, tiene, sin embargo, dos actos, uno de los cuales se ordena al otro como fin. Ahora bien, los preceptos tienen por objeto los actos de las virtudes, y por eso fue necesario que hubiera más preceptos sobre la caridad.
2. Dios es amado en el prójimo como el fin en lo que conduce a él. Sin embargo, convino dar explícitamente dos preceptos sobre ambos por la razón expuesta.
3. Lo que está ordenado al fin tiene razón de bien en orden al fin. Según eso, apartarse del fin, y no de otro modo, tiene razón de mal.
4. En el amor de Dios va incluido el amor al prójimo, como el fin en lo que está ordenado a él, y viceversa. Fue, sin embargo, necesario dar explícitamente uno y otro precepto por la razón expuesta.
¿Son suficientes los dos preceptos de la caridad?
Objeciones por las que parece que no son suficientes los dos preceptos de la caridad:
1. Los preceptos se dan acerca de los actos de las virtudes. Pues bien, los actos se distinguen por sus objetos, y dado que el hombre debe amar con caridad cuatro objetos, o sea, a Dios, a sí mismo, al prójimo y al propio cuerpo, como ya hemos expuesto (q.25 a.12), parece que debe haber cuatro preceptos de la caridad. Por consiguiente, no son suficientes dos.
2. El acto de caridad no es solamente el amor, sino también el gozo, la paz y la beneficencia. Ahora bien, debe haber preceptos sobre todos los actos virtuosos. Luego no son suficientes los dos de la caridad.
3. Incumbe a la virtud tanto hacer el bien como apartarse del mal. Pero nosotros somos inducidos a hacer el bien por los preceptos positivos, y apartarnos del mal por los negativos. En consecuencia, hubiera sido necesario que sobre la caridad se dieran preceptos no sólo positivos, sino también negativos. De ahí que no son suficientes los dos preceptos de la caridad referidos.
Contra esto: está la afirmación del Señor: De estos dos mandamientos penden la ley y los profetas (Mt 22, 40).
Respondo: Como ya hemos expuesto (q.23 a.1), la caridad es un tipo de amistad. Pues bien, la amistad hace referencia a otro, y por eso escribe San Gregorio en una homilía que la caridad no se da menos que entre dos . Y cómo se ame uno a sí mismo con caridad lo hemos dicho en otro lugar (q.25 a.4). Por otra parte, dado que la dilección y el amor tienen por objeto el bien, y el bien no es otra cosa que el fin o lo que a él conduce, es conveniente que no haya más que dos preceptos de la caridad: uno que mueve a amar a Dios como fin, y otro que nos mueva a amar al prójimo por Dios, como por último fin.
1. Como escribe San Agustín en I De Doct. Christ. : Aunque sean cuatro las cosas que hay que amar con caridad, no fue menester dar precepto alguno sobre la segunda y la cuarta, es decir, sobre el amor a sí mismo y al propio cuerpo, pues por mucho que se aparte el hombre de la verdad, siempre le queda el amor a sí y a su cuerpo. Sin embargo, se debe intimar al hombre el modo de amar, a efectos de que se ame a sí mismo y a su propio cuerpo de manera ordenada, y esto se cumple efectivamente amando a Dios y al prójimo.
2. Los demás actos de la caridad se siguen, como efectos, del acto del amor, como ya hemos dicho (q.28 a.1 et 4; q.29 a.3; q.31 a.l). Por eso, en los preceptos del amor van incluidos virtualmente los preceptos de los demás actos. No obstante, y en atención hacia los más lentos en comprender, hay preceptos explícitos sobre cada uno de esos actos. Y así, sobre el gozo tenemos: Gozad siempre en el Señor (Flp 4, 4); sobre la paz: Procurad la paz todos (Hb 12, 14); sobre la beneficencia: Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos (Gál6, 10). De cada una de las partes de la beneficencia hay preceptos en la Escritura, como resulta evidente para quien la leyere con atención.
3. Mejor es hacer el bien que evitar el mal. Por eso, en los preceptos positivos van incluidos virtualmente los negativos. Sin embargo, hay preceptos dados explícitamente contra los vicios opuestos a la caridad. Y así, en contra del odio se dice: No odies a tu hermano en tu corazón (Lv 10, 17); contra la acidia: No te molesten tus ataduras (Si 6, 26); contra la envidia: No seamos codiciosos de vanagloria, provocándonos y envidiándonos mutuamente (Gál5, 26); contra la discordia: Decid todos lo mismo y no haya entre vosotros discusiones (1Co 1, 10), y contra el escándalo: No pongáis tropiezo o escándalo al hermano (Rm 14, 13).
¿Está bien preceptuado amar a Dios con todo el corazón?
Objeciones por las que parece que no está convenientemente preceptuado amar a Dios con todo el corazón:
1. El modo del acto virtuoso no va incluido en el precepto, según hemos expuesto en otro lugar (1-2 q.100 a.9). Ahora bien, la expresión con todo el corazón expresa el modo del amor divino. Luego no está convenientemente preceptuado que Dios sea amado con todo el corazón.
2. Todo y perfecto es aquello a lo que no falta nada, como vemos en el libro III de los Físicos . Por tanto, si cae bajo el precepto que Dios sea amado con todo el corazón, cualquiera que haga algo que no corresponda al amor de Dios actúa contra el precepto, y, por tanto, peca mortalmente. Pues bien, el pecado venial no atañe al amor de Dios. Por tanto, el pecado venial se torna en mortal, y esto es inadmisible.
3. Amar a Dios con todo el corazón entra en el plano de la perfección, ya que, según el Filósofo , todo y perfecto son lo mismo. Pero lo que atañe al plano de la perfección no cae bajo precepto, sino que es de consejo. Por consiguiente, no debe preceptuarse que Dios sea amado con todo el corazón.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón (Dt 6, 5).
Respondo: Dado que los preceptos tienen por objeto los actos de las virtudes, un acto cae bajo precepto en cuanto es acto de la virtud. Ahora bien, para ser acto se requiere no solamente que verse sobre la debida materia, sino que también esté rodeado de las debidas circunstancias que guardan la proporción adecuada con esa materia. Pues bien, Dios debe ser amado como fin último, al cual debe ir encaminado todo. Por eso fue necesario que en el precepto del amor de Dios quedara señalada una cierta totalidad.
1. Bajo el precepto que tiene por objeto el acto de una virtud no cae el modo que este acto recibe de una virtud superior. Cae, sin embargo, bajo precepto el modo que corresponde a la esencia misma de la propia virtud. Ese modo es el que está expresado con las palabras con todo el corazón.
2. Se puede amar a Dios con todo el corazón de dos maneras. Primero, en acto, es decir, que el corazón del hombre esté siempre y de manera total orientado hacia Dios. Tal es la perfección de la patria. El segundo modo es en el sentido de que el corazón del hombre esté totalmente orientado hacia Dios a nivel de hábito, de tal manera que no acepte nada contra el amor de Dios. Asi es la perfección del estado de viadores. A esta perfección no contraría el pecado venial, pues no destruye el hábito de la caridad, ya que no se dirige hacia un objeto opuesto, sino que solamente impide el uso de la caridad.
3. La perfección de la caridad a la que se ordenan los consejos ocupa una posición intermedia entre las dos perfecciones referidas. Significa que el hombre, dentro de lo posible, prescinda de las cosas temporales, incluso licitas, cuya preocupación retarda el impulso actual del corazón hacia Dios.
¿Es congruente que a las palabras "amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón" se añadan estas otras: "y con toda el alma y con todas tus fuerzas"?
Objeciones por las que parece que no es congruente añadir a las palabras amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón estas otras: y con toda el alma y con todas tus fuerzas.
1. La palabra corazón no se toma aquí en el sentido físico de órgano corporal, ya que amar a Dios no es acto del cuerpo. Se le debe, pues, tomar, en sentido espiritual. Ahora bien, en sentido espiritual, el corazón es el alma o algo del alma. Fue, pues, superfluo poner ambas cosas (corazón y alma).
2. La fortaleza del hombre depende principalmente del corazón, sea en sentido espiritual, sea en sentido corporal. Por lo tanto, después de decir amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, sobraba añadir con todas tus fuerzas.
3. El texto de San Mateo dice también con toda tu mente, lo cual no está expresado aquí. No parece, pues, que ese precepto esté debidamente expresado en el Deuteronomio (Dt 6, 5).
Contra esto: está el testimonio de la autoridad de la Escritura.
Respondo: Este precepto se encuentra transmitido de diversas maneras y en lugares diferentes. Así, como hemos indicado (arg.1), en el Deuteronomio encontramos estas tres expresiones: con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. San Mateo pone dos: con todo el corazón y con toda el alma, y omite con todas tus fuerzas, añadiendo, en cambio, con toda tu mente. San Marcos, por su parte, ofrece las cuatro expresiones: con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu poder (Mc 12, 30), que es lo mismo que fuerzas. Estas cuatro expresiones las vemos también en San Lucas (Lc 10, 27), aunque en lugar de la palabra fortaleza o poder pone con todas tus fuerzas. Resulta, por lo mismo, necesario asignar una razón a esas cuatro expresiones, pues si en algún lugar se omite una de ellas es por entenderse en las otras. En realidad hay que tener presente que el amor es acto de la voluntad, designada aquí con la palabra corazón. En efecto, lo mismo que el corazón, órgano corporal, es principio de todos los movimientos del cuerpo, lo es la voluntad de todos los movimientos espirituales, y, sobre todo, de la intención del último fin, objeto de la caridad. Ahora bien, hay tres principios de acción sometidos a la moción de la voluntad: el entendimiento, expresado por la mente; la potencia apetitiva inferior, expresada por el alma, y la potencia ejecutiva exterior, expresada por la fortaleza, poder o energías. En consecuencia, se nos manda que toda nuestra intención vaya orientada hacia Dios, y esto lo expresan las palabras con todo el corazón; que toda nuestra inteligencia esté sometida a Dios lo recogen las palabras con toda tu mente; que todo nuestro apetito esté regulado según Dios es el sentido de con toda tu alma; y que nuestra acción exterior le obedezca a Dios lo indican las expresiones con todas las fuerzas, o con todo poder, o con todas las energías,
Sin embargo, San Juan Crisóstomo, en su comentario a San Mateo, entiende corazón y alma en sentido inverso al que acabamos de exponer. San Agustín, en cambio, I De doct. christ., relaciona corazón con los pensamientos; alma, con la vida; mente, con el entendimiento. Otros, a su vez, entienden por corazón la inteligencia; por alma, la voluntad; por mente, la memoria. San Gregorio Niseno, por su parte, entiende también por corazón el alma vegetativa; por alma, la sensitiva, y por mente, la intelectiva: porque debemos referir a Dios el hecho de nutrirnos, el sentir y el entender.
A las objeciones: Con lo dicho quedan contestadas.
¿Se puede cumplir en esta vida el precepto de amar a Dios?
Objeciones por las que parece que el precepto del amor de Dios se puede cumplir en esta vida:
1. Según San Jerónimo, en Expos. cathol. fid. : ¡Maldito quien afirma que Dios nos manda cosas imposibles! Ahora bien, Dios ha dado ese precepto, como consta con toda evidencia del testimonio de la Escritura (Dt 6, 5). Luego se puede cumplir ese precepto en esta vida.
2. Quienquiera que no cumple un mandamiento, peca mortalmente, ya que, como escribe San Ambrosio, el pecado no es otra cosa que la transgresión de la ley divina y de la desobediencia de los mandamientos. Si, pues, no se pudiera cumplir ese precepto, se seguiría que nadie podría estar en esta vida sin pecado mortal, lo cual, a su vez, va contra la afirmación del Apóstol, que escribe: Os confirmará hasta el fin sin crimen (1Co 1, 8), y también: Ministren quienes no tengan crimen alguno (1Tm 3, 10).
3. Los preceptos se dan para dirigir al hombre en el camino de la salvación, conforme a las palabras de la Escritura: El precepto del Señor es luminoso e ilumina los ojos (Sal 19, 9). Pues bien, resultaría inútil encaminar a alguien hacia lo imposible. Por lo mismo, no es imposible el cumplimiento de ese precepto en esta vida.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín en el libro De Perfect. lustit. : En la plenitud de la caridad de la patria se cumplirá el precepto: amarás al Señor tu Dios..., pues mientras haya que frenar por continencia algún movimiento de concupiscencia carnal, Dios no es amado con toda el alma.
Respondo: Un precepto se puede cumplir de dos maneras: perfecta o imperfecta. Se cumple perfectamente cuando se llega hasta el fin que se propone quien da el precepto. Se cumple, en cambio, imperfectamente cuando, aunque no se llegue hasta el fin propuesto, sin embargo, no se aparta del orden que lleva ese fin, como cuando el general intima a los soldados a luchar: cumple perfectamente la orden el que triunfa del enemigo combatiendo, que ésa era la intención del jefe; la cumple, en cambio, también, aunque de manera imperfecta, quien sin lograr la victoria combatiendo, no actúa, sin embargo, contra la disciplina militar. Pues bien, Dios quiere con este precepto que el hombre esté unido totalmente a El, hecho que tendrá lugar en la patria, cuando Dios será todo en todos (1Co 15, 28), y por eso se cumplirá de manera plena y perfecta allí. En esta vida, en cambio, se cumple también, aunque de manera imperfecta, y hay quien lo cumple con más perfección que otro cuanto más se asemeja a la perfección de la patria.
1. Esa razón prueba que el precepto se puede cumplir de alguna manera, aunque imperfecta, en esta vida.
2. Al igual que el soldado que lucha como debe, aunque no venza, ni es inculpado ni merece castigo, quien en esta vida cumple el precepto no haciendo nada contra el amor de Dios, no incurre en pecado mortal.
3. Como escribe San Agustín en el libro De Perfect. lustit. : ¿Por qué no se mandaría al hombre esa perfección, aunque nadie la alcance en esta vida? Pues no se corre a derechas en una dirección si no se sabe adonde hay que ir. ¿Mas cómo se sabría si no se mostrase con algún precepto?
¿Está bien dado el precepto de amor al prójimo?
Objeciones por las que parece que no está bien dado el precepto de amor al prójimo:
1. El amor de caridad abarca a todos los hombres, inclusive a los enemigos, como se ve en San Mateo (5, 44). Ahora bien, el concepto de prójimo indica cercanía, que no parece existir respecto a todos los hombres. Por tanto, parece que no está bien dado ese precepto.
2. Según el Filósofo en IX Ethic. : El amor hacia los demás procede del que se tiene a sí mismo. Parece, pues, según eso, que el amor de sí mismo es el principio del amor al prójimo. Pues bien, el principio tiene más valor que lo que de él procede. Por tanto, el hombre no debe amar al prójimo como a sí mismo.
3. El hombre se ama naturalmente a sí mismo; al prójimo, en cambio, no. No es, pues, aceptable el precepto de que el hombre ame al prójimo como a sí mismo.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: El segundo mandamiento es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 23, 39).
Respondo: Este precepto está ordenado de manera aceptable, ya que expresa a la vez el motivo que hay para amar y el modo. El motivo de amar está expresado en la palabra misma prójimo. En efecto, debemos amar a los demás con caridad por estar próximos a nosotros tanto por razón de la imagen natural de Dios como por la capacidad de entrar un día en la gloria. Y no obsta en absoluto que se diga próximo o hermano, como en la primera carta de San Juan (4, 20-21), o amigo, como en el Levítico (19, 18), ya que con todas esas palabras se designa la misma afinidad.
El modo del amor queda expresado en las palabras como a ti mismo. Y eso no se debe entender en el sentido de que sea amado con igualdad, tanto como a uno mismo, sino de la misma manera. Esto se realiza de tres formas:
Primera: considerando el fin. Se ama al prójimo por Dios como se debe amar uno a sí mismo por Dios, para que así el amor al prójimo sea santo.
En segundo lugar, considerando la regla del amor: se debe concordar con el prójimo no en el mal, sino en el bien, para que así el amor del prójimo sea justo.
Por último, considerando el motivo del amor: no se ama al prójimo por propia utilidad y placer, sino simplemente porque, para el prójimo, como para uno mismo, se quiere el bien, a efectos de que el amor al prójimo sea verdadero. En efecto, quien ama al prójimo por propia utilidad y placer, no ama en realidad al prójimo, sino que se ama a sí mismo.
A las objeciones: Está dada con lo expuesto.
¿Cae bajo precepto el orden de la caridad?
Objeciones por las que parece que no cae bajo precepto el orden de la caridad:
1. Quien transgrede un mandamiento comete una injusticia. Pues bien, amando a otro cuanto se debe, a nadie se le infiere injusticia si se ama más a un tercero. Por ello no transgrede el precepto. Por tanto, el orden de la caridad no cae bajo precepto.
2. Lo que cae bajo precepto está suficientemente indicado en la Escritura. Ahora bien, el orden de la caridad de que hablamos en otro lugar (q.26) no está indicado en ninguna parte de la Escritura. Luego el orden de la caridad no cae bajo precepto.
3. El orden implica siempre alguna distinción. Pero el amor al prójimo se ordena indistintamente al decir amarás al prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39). Por consiguiente, no cae bajo precepto el orden que debe haber en la caridad.
Contra esto: está el hecho de que, según el testimonio de Jeremías, Dios nos enseña con preceptos lo que El hace en nosotros con su gracia: Pondré --dice-- mi ley en vuestros corazones (Jr 31, 33). Pues bien, Dios causa en nosotros el orden que debemos poner en la caridad, conforme al texto de la Escritura: Ordenó en mí la caridad (Ct 2, 4). En consecuencia, el orden de la caridad cae bajo precepto.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a.4 ad 1), el modo que forma parte esencial del acto virtuoso cae bajo el precepto que nos impone la virtud. Pues bien, el orden de la caridad forma parte esencial de la virtud, puesto que pertenece a la proporción que debe guardar el amor con el objeto amado, como se ve en lo que hemos expuesto (q.26 a.4 ad 1; a.7 et 9). Resulta, pues, evidente que el orden de la caridad debe caer bajo precepto.
1. El hombre da más satisfacción a quien más ama. Y así, si se ama menos a quien se debería amar más, se querrá satisfacer más a quien debe satisfacer menos. En ese caso se inferiría injuria a quien habría que amar más.
2. El orden a seguir entre las cuatro cosas que se deben amar está indicado en la Escritura. En efecto, cuando se nos manda amar a Dios con todo el corazón, se nos da a entender que debemos amarle sobre todas las cosas. En cambio, cuando se manda amar al prójimo como a uno mismo, al amor del prójimo se antepone el amor a uno mismo. Del mismo modo, cuando se manda que debemos dar la vida por los hermanos (1Jn 3, 16), es decir, la vida corporal, se da a entender que debemos amar al prójimo más que a nuestro cuerpo. Finalmente, cuando se intima que sobre todo obremos el bien con los domésticos en la fe (Gál6, 10), se reprocha al que no tiene cuidado de los suyos, y en especial de sus parientes (1Tm 5, 8). Con ello se nos indica que, entre el prójimo, debemos amar a los mejores y a los más allegados a nosotros.
3. La expresión amarás a tu prójimo nos hace presente, en consecuencia, que han de ser más amados quienes son más prójimos.
Suma Teológica - II-IIae (Secunda secundae)
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