Antología de Textos

PURIFICACION

1. "Cuando decimos "pureza", "puro", en el significado primero de estos términos indicamos lo que contrasta con lo sucio. "Ensuciar" significa "hacer inmundo", "manchar". Esto se refiere a los diversos ámbitos del mundo físico. Por ejemplo, se habla de una "calle sucia", de una "habitación sucia"; se habla también del "aire contaminado". Y así también el hombre puede ser "inmundo", cuando su cuerpo no está limpio. Para quitar la suciedad del cuerpo es necesario lavarlo. En la tradición del Antiguo Testamento se atribuía una gran importancia a las abluciones rituales, por ejemplo, a lavarse las manos antes de comer [...]" (JUAN PABLO II, Aud gen. 10-XII-1980).
No solo era necesaria la purificación tan pronto se pasaba del plano profano al plano sagrado (Ex 19, 10), sino también cuando se habían tocado objetos sagrados (Nm 19, 1-10). El Levítico insertó cierto número de prescripciones, que se llamaban "ley de pureza" (Lv 11-16). Esta purificación legal incluía sobre todo abluciones (Ex 30, 17-21; Lv 15, 5), pero también un sacrificio (Lv 12, 1-8; 15, 15). En cuanto eran impuestas en nombre de Dios y contenidas en los Libros Sagrados de la legislación del Antiguo Testamento, la observancia de ellas adquiriría, indirectamente, un significado religioso; eran abluciones rituales y, en la vida del hombre de la Antigua Alianza, servían a la pureza ritual.
"Con relación a dicha tradición jurídico-religiosa de la Antigua Alianza se formó un modo erróneo de entender la pureza moral. Se la entendía frecuentemente de modo exclusivamente exterior y "material". En todo caso, se difundió una tendencia explícita a esta interpretación. Cristo se opone a ella de modo radical: nada hace al hombre inmundo "desde el exterior", ninguna suciedad "material" hace impuro al hombre en sentido moral, o sea, interior. Ninguna ablución, ni siquiera ritual, es idónea de por sí para producir la pureza moral. Esta tiene su fuente exclusiva en el interior del hombre: proviene del corazón" (JUAN PABLO II, Aud. gen. 10-XII-1980) .
Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias (Mt 15, 19).

2. La pureza interior agranda la capacidad de amor del corazón humano.
La impureza, el aburguesamiento, el egoísmo, provocan la dureza y la ceguera interior. Por eso es necesario al cristiano el esfuerzo personal y la acción de la gracia para llevar a cabo en su alma una verdadera purificación.
La limpieza de corazón es indispensable para ver a Dios, pero también para hacer realidad la vocación cristiana de amor y servicio a todos los hombres.
Siempre ha enseriado la Iglesia que el cristiano, ayudado por la gracia, cuenta con los medios suficientes para vivir y acrecentar esa pureza interior; limpieza que le permitirá ver a Dios ya en esta vida.
Para mantener limpio el corazón es necesaria la virtud de la castidad. El Señor la pide a todos los cristianos como condición indispensable para avanzar en la vida interior.
El cristiano ha de estar vigilante y luchar para que su corazón no se corrompa ni se incapacite con cualquier género de impureza: lujuria, avaricia, pequeños odios, pequeños rencores, tardanza en perdonar, egoísmos...

3. Ha de ser el corazón del cristiano como el buen vino: con los arios debe ganar en calidad. Del corazón nace todo lo bueno que en la persona existe. Nace, sobre todo, una piedad sincera para tratar a Dios y la verdadera caridad, la comprensión, el cariño limpio... La Confesión sincera y frecuente es el mejor medio de purificación. En este sacramento, el corazón queda limpio y capaz de buenas obras.
El dolor ofrecido a Dios, las contrariedades, la enfermedad y las mortificaciones, pequeñas pero frecuentes, son excelentes medios de purificación.
En determinadas épocas -Adviento, Cuaresma...-, la Iglesia nos invita a una penitencia más intensa para limpiar el alma.

Citas de la Sagrada Escritura

Lávame enteramente de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado. Sal 51, 4
Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal. Is 1, 16
Cuando lave el Señor la inmundicia de las hijas de Sión, limpie en Jerusalén las manchas de sangre al viento, al viento de la devastación. Is 4, 4
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Mt 5, 8
Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Jn 3, 5
Jesús les dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio; y vosotros estáis limpios, pero no todos. Jn 13, 10
Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Cristo Jesús, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para si un pueblo propio, celador de buenas obras. Tt 2, 1 1-14
No por las obras justas que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el lavatorio de la regeneraci6n y renovación del Espíritu Santo. Tt 3, 5
Pero si andamos en la luz, como El está en la Luz, entonces estamos en comunión unos con otros y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado. Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estarla en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad. 1Jn 1, 7-9
Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. 1Jn 2, 16
[...] Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. El que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre. Ap 1, 5
Le respondí: Señor mío, eso tú lo sabes. Y me replico: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero. Ap 7, 14
Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad. Ap 22, 14

Para ver a Dios

4477 Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. -Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... -Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 212).

Para que Dios habite en nosotros

4478 Figúrate que te dice Dios: "Tú me has invocado, ya voy a ti; pero ¿dónde entraré? ¿voy a soportar tantas suciedades de tu conciencia? Si convidases a un siervo mío a tu casa, ¿no procurarlas antes limpiarla? Me convidas a mi a tu corazón, y está lleno de rapiñas". El lugar al que se convida a Dios está plagado de blasfemias, de adulterios, de fraudes, de malas pasiones, ¿y tú me convidas? (S. AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 30).

4479 Que, a mi parecer, si corno ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, no le dejara tantas veces solo, alguna me estuviera con El, y más procurara que no estuviera tan sucia (SANTA TERESA, C. de perfección, 28, 11).

4480 Y así como sacan poca agua de una fuente los que van allí con vasos pequeños, y sacan mucha quienes los llevan mayores, no distinguiendo la fuente las medidas, y como sucede también a la luz, que extiende más o menos su claridad según las ventanas que se abren, así se recibe la gracia, según la medida de las disposiciones. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 324).

4481 Es la otra propiedad limpiar cosas no limpias. Si no hubiese agua para lavar, ¿qué seria del mundo? Sabéis que tanto limpia este agua viva, este agua celestial, este agua clara, que de una vez que se beba pienso que deja el alma clara y limpia de todas las culpas. (SANTA TERESA, C. de perfección, 19, 6).

4482 Y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión en él. Considérese bien qué inefable dicha es dar hospedaje en nuestro corazón a Dios. Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún puesto elevado, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos en nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o de este amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 30 sobre los Evang.).

4483 Debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos a ella
¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas [...]. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos. (S. CESÁREO DE ARLÉS, Sermones).

El dolor y las contrariedades nos pueden servir de purificación

4484 Nuestra pureza y piedad exigen, precisamente porque sois aceptos y agradables a Dios, que esta pureza sea expurgada mediante repetidos golpes, hasta que llegue a su máxima perfección. Por esto, si a veces se duplica o triplica la espada sobre vosotros, tenedlo por sumo gozo y como una prueba de amor. (S. RAIMUNDO, Cartas, l. c., pp. 84-85).

4485 Si el orfebre martillea repetidamente el oro, es para quitar de él la escoria; si el metal es frotado una y otra vez con la lima, es para aumentar su brillo. El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. (S. PEDRO DAMIÁN, Cartas, 8, 6).

4486 Que, por cuanto aquí purga Dios al alma [...], conviene que sea puesta en vacío y pobreza y desamparo de todas estas partes (potencias interiores y exteriores), dejándola seca, vacía y en tinieblas. (S. JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, 2, 6, 4).

4487 Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener. (S. JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor, 14).

4488 Si sabes que esos dolores –físicos o morales– son purificación y merecimiento, bendícelos. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 219).

Purificación y libertad interior

4489 Pero reflexionemos bien sobre estas palabras para que los perezosos vean con qué solicitud han de apresurarse a dejar la carga de sus almas. Porque si llevasen sobre sus espaldas alguna carga pesada, como de piedras, de madera o de alguna ganancia (v. gr.: trigo, vino o también dinero), se darían prisa para liberarse de su carga. Llevan el peso de sus pecados, y no quieren acelerar su paso. Hay que darse prisa para librarse de esa carga, porque aplasta y hunde. (S. AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 1).

4490 No puedes "subir". -No es extraño: ¡aquella caída ... Persevera y "subirás". Recuerda lo que dice un autor espiritual: tu pobre alma es pájaro, que todavía lleva pegadas con barro sus alas. Hacen falta soles de cielo y esfuerzos personales, pequeños y constantes, para arrancar esas inclinaciones, esas imaginaciones, ese decaimiento: ese barro pegadizo de tus alas Y te verás libre. -Si perseveras, "subirás". (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 991).