Antología de Textos

SINCERIDAD

1. Es esta una virtud cristiana por excelencia porque está relacionada íntimamente con la verdad, y Jesucristo nos dijo que El era la Verdad. La sinceridad del Señor fue reconocida por sus mismos enemigos: Maestro, le dicen, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias (Mt 22, 15 ss). A los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es exigente y comprometida. Preferimos en ocasiones el disimulo, el pequeño engaño o la mentira abierta; otras veces cambiamos el nombre de los hechos o de las cosas para que no resulte demasiado llamativo exponer la verdad tal como es.
El Señor nos enseña que la declaración de las propias ideas o pensamientos ha de hacerse según verdad: Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene (Mt 5, 37).
Esta manifestación está regulada por la virtud de la prudencia, que indicará en cada caso el cómo y el cuándo, sin contundir la sinceridad con la ingenuidad imprudente o con la doblez. Este modo de proceder es particularmente necesario cuando se trata de manifestar la fe ante los demás hombres, cuando el cristiano debe dar testimonio de sus creencias con hechos o con palabras.
2. En la Confesión, la sinceridad es tan importante que, si el hombre no reconoce su culpa, no puede recibir la gracia; no es, pues, una actitud ante una persona, el confesor, sino ante el mismo Dios, en cuyo nombre actúa el sacerdote: la actitud contraria sería tan estéril como la del que, "acudiendo a la consulta del médico para ser curado, perdiera el juicio y la conciencia de a qué ha ido, y mostrase los miembros sanos ocultando los enfermos. Dios -sigue S. Agustín- es quien debe vendar las heridas, no tú; porque si tú, por vergüenza, quieres ocultarlas con vendajes, no te curará el médico. Has de dejar que sea el médico el que te cure y vende las heridas, porque él las cubre con medicamento. Mientras que con el vendaje del médico las llagas se curan, con el vendaje del enfermo se ocultan. ¿Y a quién las ocultas? Al que conoce todas las cosas" (Coment. sobre el Salmo 31).
Si somos sinceros con el Señor, nuestros pecados pueden servir para unirnos más a Él, pues nos ayudarán a ser más humildes y a sentirnos más necesitados de su ayuda.
Esta virtud es particularmente importante para una dirección espiritual eficaz.
3. La raíz de la falta de sinceridad está en la soberbia: de una parte, al hombre le resulta difícil someterse a Dios, reconocer su dependencia y las exigencias que esta comporta; y de otra, le resulta aún más trabajoso reconocer que ha obrado mal y rectificar. Si esta actitud se extiende, las dificultades primeras toman cuerpo en nuevas disposiciones, que hacen cada vez más difícil la objetividad consigo mismo.
Muy relacionada con la sinceridad está la sencillez, consecuencia de vivir la vida de infancia espiritual. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro; no busca lo extraordinario: hace lo de todos, pero procura hacerlo bien, cara a Dios.
La falta de sencillez nos impide apreciar las enseñanzas que nos ha dejado el Señor al hacerse Niño, al trabajar como todos, en el trato con los demás, etc.
Todos los que rodean al Señor le entienden bien. Todos, menos los orgullosos y los engreídos, los que están llenos de sí mismos y se encaraman para sobresalir por encima de los demás. Especialmente le comprenden, por su sencillez, los niños, y quienes con su humildad se hacen como ellos. Te doy gracias, Padre -dirá el Señor en cierta ocasión-, [...] porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor (Mt 11, 25-26).
Se oponen a la sencillez la afectación y la oficiosidad posturas superficiales por las que el hombre se deja llevar movido por fórmulas o actitudes vacías, o por simple imitación de otras personas; la pedantería y la jactancia, defectos en los que el hombre habla y se escucha a la vez; la hipocresía por la que la persona se manifiesta de modo contrario a lo que hay en su interior; la frecuente restricción mental, etc.

Citas de la Sagrada Escritura

Nuestro Señor aborrece la mentira y la hipocresía: Ap 22, 1 ss
La verdadera caridad es sincera: Rm 12, 9; 1Co 13, 5-6
San Pablo es sincero como Nuestro Señor: pone su conducta de acuerdo con su doctrina: 2Co 1, 18-21
Ser sincero sin temor a desagradar a los hombres: Ga 1, 10
Todo lo que está oculto será descubierto: Mt 10, 26
La obediencia debe ser sincera: Ef 6
Atractivo de la sinceridad en medio de la mentira que reina en el mundo: Flp 2, 1 ss
San Pablo exhorta a los Colosenses a la sinceridad: Col 3, 8-9
La sinceridad busca agradar a Dios y no a los hombres: 1Ts 2, 3-4
Hagamos todas las cosas con sinceridad y pureza de intención: 1Tm 5, 21
Nuestras acciones deben estar de acuerdo con nuestra fe: St 1, 19-27; St 2, 1-26
Señales de la auténtica caridad: 1Jn 2, 3-11; 1Jn 3, 16-24; 1Jn 4, 20
Nuestro Señor desprecia las limosnas, oraciones y ayunos de los hipócritas, por los que no recibirán ninguna recompensa: Mt 6, 1-8
Los hipócritas juzgan severamente a los demás: Mt 7
Indignación de Nuestro Señor contra los que traspasan con astucia y artificio los mandamientos de Dios: Mt 15, 3-9; Mc 7, 9-13
Testimonio de Nuestro Señor contra ellos: Lc 11, 37-52
Necedad de los hipócritas; en efecto, todo secreto será descubierto: Lc 12, 1-2
El diablo es padre de la mentira: Jn 8, 44

Sinceridad con Dios

4919 Toda santidad fingida está muerta; porque no obra impulsada por Dios, y más bien no debiera llamarse santidad; así como un hombre muerto no es hombre, así como los farsantes que fingen y simulan las personas de otros, no son las personas que imitan. (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 129).

4920 (Y vino a El un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: Si quieres, puedes limpiarme). Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra –lo que es señal de humildad y de vergüenza– que cada uno se avergüence de las manchas de su vida. Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su confesión está llena de piedad y de fe. Si quieres, dice, puedes: reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor. (SAN BEDA, Coment. Evang. S. Marcos).

4921 Así como en los teatros, cuando todo se acaba, y los que representan se retiran y se desnudan el traje, los que antes parecían reyes o pretores aparecen ahora tal y como son con todas sus miserias, así, cuando viene la muerte y concluye el espectáculo de esta vida, depuestos de los disfraces de la riqueza y de la pobreza, sólo por las obras se juzga quiénes son verdaderamente ricos y quiénes pobres, quiénes dignos y quiénes indignos de gloria. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 249).

4922 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, que por dentro están llenos de rapiña y codicia! Si el Señor detesta la suciedad de los cuerpos y de los vasos que por necesidad tienen que mancharse con el mismo uso, ¿cuánto más las inmundicias de la conciencia, que si queremos podemos conservar siempre limpia? (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 126).

Sinceridad en la Confesión

4923 No te acuses con aquellas fórmulas superfluas que muchos dicen por costumbre: "Yo no he amado a Dios tanto como debía, no he orado con la devoción que debiera, no he amado a mi prójimo como debiera amarle, no he recibido los Santos Sacramentos con la reverencia que es debida", y otras semejantes. La razón es porque diciendo esto no dices nada en particular que pueda manifestar al confesor el estado de tu conciencia, pues cuantos hombres hay en la tierra y cuantos santos están en el Cielo podrían decir lo mismo si confesasen. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 19).

4924 Has de expresar también si te has detenido largo tiempo en el mal, pues la prolongación del tiempo de ordinario acrecienta mucho la culpa, porque hay gran diferencia entre una vanidad pasajera que haya ocupado el espíritu por espacio de un cuarto de hora, y otra en que el corazón se mantuvo sumergido uno, dos y tres días. En suma: es menester decir el hecho, el motivo y la duración de las culpas; pues aunque por lo común no hay obligación de explicar tan puntualmente los pecados veniales, y en rigor no estamos obligados a confesarlos, con todo, los que quieren purificar bien sus almas para llegar mejor a la devoción santa deben ser muy cuidadosos en manifestar claramente al médico espiritual la enfermedad de que buscan el remedio, por pequeña que sea. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 2, 19).

4925 Todo pecador, mientras oculta en su conciencia sus culpas, se esconde y encubre en su interior; pero el muerto sale fuera cuando el pecador confiesa espontáneamente sus maldades. A Lázaro se le dijo Sal fuera, que es lo mismo que si a cualquiera que está muerto en la culpa se le dijera:
¿por qué escondes el resto de tu culpa dentro de tu conciencia? Ya es tiempo de que salgas fuera por medio de la confesión, tú que te escondes en tu interior por medio de la negación. Salga fuera el muerto, esto es, confiese su culpa el pecador. Los discípulos desataron al que salía del sepulcro, para que los pastores de la Iglesia perdonen la pena que mereció el que no se avergonzó de confesar lo que hizo. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 26 sobre los Evang.).

4926 Al confesar los pecados, ¿qué otra cosa hacemos sino descubrir el mal que estaba oculto dentro de nosotros? (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 40 sobre los Evang.).

4927 (Algunos van con los pecados disimulándonos y como) coloreando porque no parezcan tan malos, lo cual más es irse a excusar que a acusar. (S. JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, 1, 2, 4).

4928 Si no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre Lázaro, 4, 4).

Sinceridad con uno mismo

4929 No quisiera que ignoraseis, hermanos míos, de qué modo se baja, o por mejor decir, se cae en estos caminos. El primer escalón es el disimulo de la propia flaqueza, de la propia iniquidad y del propio fracaso, cuando perdonándose el hombre a sí mismo, autoconsolándose, se engaña. El segundo escalón es la ignorancia de sí [...]. ¿Qué más lógico que no ver sus llagas, especialmente si las ha tapado con el fin de no poderlas ver? De esto se sigue que, ulteriormente, aunque se las descubra Otro, defienda con tozudez que no son llagas, dejando que su corazón se abandone a palabras engañosas para buscar excusas a sus pecados. (S. BERNARDO, Sermón sobre el Salmo 50).

4930 A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 236).

4931 Los que tienen buena salud no necesitan del médico, sino los que están enfermos (Mt 9, 12). Si quieres ser curado, reconoce tu enfermedad (...].No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13). No es que Cristo rechace a los justos, sino que sin él no hay nadie en la tierra que esté sin pecado. No rechaza a los justos, pero aquí abajo sólo ha encontrado pecadores. (S. PEDRO CRISÓLOGO, Sermón 30).

4932 Te había pedido la pureza con estas palabras: Dame pureza y castidad, pero no la des ahora. Tenía miedo de que me oyeras demasiado pronto, y de que desapareciera la enfermedad de mi sensualidad demasiado temprano; prefería darle un desahogo, en vez de apagarla. (S. AGUSTÍN, Confesiones, 8, 7).

4933 (A veces, por soberbia oculta) decimos que somos la misma miseria y la escoria del mundo; pero quedaríamos harto burlados si, cogiéndonos la palabra, dijeran en público de nosotros lo mismo que hemos dicho. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 5).

4934 Son más peligrosos y más difíciles de remediar los vicios que tienen apariencia de virtud y se cubren con la apariencia de cosas espirituales, que los que tienen claramente por fin el placer sensual. A éstos, en efecto, como a las enfermedades que se manifiestan con claridad, puede atacárseles de frente y se les cura al instante. Los otros vicios, en cambio, paliados con el velo de la virtud, permanecen incurables, agravando el estado de los pacientes y haciendo desesperar de su remedio. (CASIANO, Colaciones, 4).

Sinceridad con los demás, especialmente con quienes representan a Dios

4935 (A uno que había vivido la virtud de la sinceridad): Has triunfado hoy sobre tu Adversario. Con tu propia acusación le has confundido mucho más de lo que te había abatido él a ti con tu silencio. La causa de haberte dominado él hasta ahora fue porque ni tu palabra ni la de otro por ti le opuso la menor resistencia. Por eso le dabas la posibilidad de subyugarte [...]. Pero ahora, al denunciar a tu enemigo y sacarle a plaza, has anulado su poder de inquietarte en lo sucesivo. Esta terrible serpiente no podrá encontrar

4936 No permitáis que en vuestra alma anide un foco de podredumbre, aunque sea muy pequeño. Hablad. Cuando el agua corre, es limpia; cuando se estanca, forma un charco lleno de porquería repugnante, y de agua potable pasa a ser un caldo de bichos. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 181).

4937 (Los discípulos de Emaús) habiendo dado a conocer su herida, encuentran la medicina, (TEÓFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 532).

4938 No podía presentar por sí mismo su súplica, pues estaba mudo; y a los otros tampoco podía rogarles, pues el demonio había trabado su lengua, y juntamente con su lengua le tenía atada el alma. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 82).

4939 ¿Por qué ese reparo de verte tú mismo y de hacerte ver por tu Director tal como en realidad eres? Habrás ganado una gran batalla si pierdes el miedo a darte a conocer. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 65).

4940 Rasgando el velo con que la falsa vergüenza querría cubrirlos, manifestamos a nuestros mayores todos los secretos de nuestra alma. Vayamos con confianza a buscar en ellos el remedio a nuestras heridas y el ejemplo de una vida santa. (CASIANO, Colaciones, 2).

4941 Aparenta ser justo, y no lo prueba, el que coloca su mérito en la alabanza de los hombres. (S. AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. 1, p. 341).

4942 Aunque algunas veces se puede disimular con discreción y prudencia, encubriendo la verdad con algún artificio de palabras, esto no se ha de hacer sino en asunto de importancia, cuando lo pidan claramente la gloria y servicio de Dios; porque fuera de estos casos es arriesgado el artificio, puesto que, como dice la Sagrada Escritura no habita el Espíritu Santo en el corazón fingido y doble. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 30).

La sinceridad se opone a todo tipo de hipocresía

4943 Debajo de unos vestidos harapientos puede haber mucha jactancia; y esto es más peligroso, pues ocultándose en un manto de piedad, engaña con la apariencia de servir a Dios. (S. AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2, 12).

4944 Hay muchos que siendo soberbios se colocan en los últimos sitios, y por el orgullo de su corazón les parece que se sientan a la cabeza de los demás, y también hay muchos humildes que, aun cuando se sientan en los primeros puestos, están convencidos en sus conciencias de que deben ocupar los últimos puestos. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 106).

4945 ¿No ves cuán grande es el pecado de hipocresía? Pues ésta es fruto de la envidia. Porque la envidia es la que principalmente produce en los hombres la doblez, puesto que, sintiendo odio en su interior, manifiestan cierto exterior que revela un tinte o especie de caridad; como los escollos ocultos en el mar, que encubiertos bajo muy poca agua, causan a los incautos un mal imprevisto. (S. BASILIO, Hom. sobre la envidia).

4946 El nombre de hipócrita procede de aquella clase de hombres que entran en los espectáculos con la cara tapada, pintándola de diversos colores con el fin de asemejarse a la persona que fingen ser y de la cual simulan lo exterior [...]. (S. ISIDORO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 340).

4947 Es un hipócrita todo aquel que aparenta lo contrario de lo que es. (S. JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 72).

4948 "...Echan pesadas cargas...". Tales son también muchos jueces: severos con los que pecan e indulgentes consigo mismos, legisladores intolerables y débiles observantes de las leyes; no quieren observar una vida honesta ni acercarse a ella, y exigen a sus subordinados que la observen con todo rigor. (S. GREGORIO DE NISA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 55).

4949 El alma que usa de mentira, doblez y simulación muestra debilidad y vileza. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 30).
en ti acogida para ocultarse de nuevo en tu pecho, pues por tus palabras la has sacado de las tinieblas de tu corazón poniéndola a la luz del día. (CASIANO, Colaciones, 2).

Sinceridad y sencillez

4950 En el modo de hablar conviene mirar que no hablemos ni con demasiada blandura, ni con demasiada desenvoltura, ni apresuradamente, ni curiosa y pulidamente, sino con gravedad, con llaneza y sencillez. A este modo pertenece también no ser hombre porfiado y cabezudo y amigo de salir con la suya, porque muchas veces por aquí se pierde la paz de la conciencia y aun la caridad y la paciencia y los, amigos. (FR. LUIS DE GRANADA, Guía de pecadores, P. 448).

4951 No demos a entender que queremos el último lugar Sin quererlo verdaderamente, y esta regla la establezco tan general que no admite excepción alguna: sólo añadiré que la cortesía exige algunas veces que ofrezcamos la preferencia a los que ciertamente no la han de tomar, sin que en ella haya doblez de humildad fingida, porque entonces el ofrecer la preferencia es un principio de distinción, y ya que no podemos dársela entera, no es mal hecho que les demos el principio. (S. FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 5).

4952 Deja ese "aire de suficiencia" que aísla de la tuya a las almas que se te acercan. Escucha. Y habla con sencillez: sólo así crecerá en extensión y fecundidad tu trabajo de apóstol. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 958).

4953 Hay algunos, en efecto, a quienes les falta sencillez en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres: Por esto dice con razón uno de los libros sapienciales: ¡Ay del hombre que va por dos caminos! (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 1).

4954 Os recomiendo, sobre todo, la santa simplicidad: veos a vos en vez de ver peligros ajenos. Os parecerá que son ejércitos, cuando no son más que sauces de ramaje tronchado, y mientras anduvieseis mirándolos, podríais dar un traspié. Tengamos el propósito firme y general de servir a Dios de corazón, toda la vida, y con eso no queramos saber sino que hay un mañana, en el que no hemos de pensar. Preocupémonos por obrar bien hoy; el mañana vendrá también a llamarse hoy, y entonces pensaremos en él. Hay que hacer provisión de maná para cada día y nada más; no tengamos la menor duda de que Dios hará caer otro maná al día siguiente, y al otro, y al otro, mientras duren las jornadas de nuestra peregrinación. (S. FRANCISCO DE SALES, Epistolario, fragm. 131, l.c. 766).