Catena Áurea
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← Mt 8, 23-27 →
Y entrando El en una barca, le siguieron sus discípulos. Y sobrevino luego un grande alboroto en la mar, de modo que las ondas cubrían la barca. Mas El dormía. Y se llegaron a El sus discípulos y le despertaron, diciéndole: "Señor, sálvanos, que perecemos". Y Jesús les dice: "¿Qué teméis, hombres de poca fe?" Y levantándose al punto, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma. Y los hombres se maravillaron, y decían: "¿Quién es Este, a quien los vientos y la mar obedecen?" (vv. 23-27)
Pseudo-Orígenes, hom. 7
Habiendo hecho Jesucristo muchos y admirables prodigios en tierra, pasa al mar a ejecutar allí obras más admirables, para demostrar a todos que era el Señor de la tierra y del mar. Por lo que se dice: "Y entrando El en una barca, le siguieron sus discípulos", no imbéciles, sino firmes y estables en la fe. Estos, pues, le siguieron, no sólo tras las huellas de sus pies, sino más bien acompañando a su santidad.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.28, 1
Tomó a sus discípulos consigo, y en la barca, para enseñarles estas dos cosas: no asustarse ante los peligros, ni envanecerse con los honores. Permite que las olas los atormenten, a fin de que no formen de sí mismos un juicio muy ventajoso, a causa de la elección que había hecho de ellos, dejando a los demás. Cuando se trata de manifestación de milagros, permite que asista el pueblo; mas cuando es cuestión de tentaciones y temores, toma solamente a los atletas que se proponía formar para la conquista del mundo.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
Apenas entró en la barca hizo que se alborotara el mar. Como sigue: "Y sobrevino luego un grande alboroto en el mar, de modo que las olas cubriesen la navecilla". Esta tempestad no nació de sí misma, sino que obedeció al poder del que mandaba, el cual saca los vientos de sus tesoros. Se levantó una gran tempestad, para manifestar la grandiosidad del prodigio, porque cuanto más se precipitaban las olas sobre la navecilla, tanto más el temor turbaba a los discípulos, y más deseaban librarse por medio de un milagro del Salvador.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28, 1
Habían visto a otros recibir beneficios de manos de Jesús, pero como no juzgamos igualmente lo que se hace en los otros cuerpos con lo que se hace en el nuestro, fue conveniente que, por el sentido familiar, disfrutasen de los beneficios de Jesucristo. Y por eso quiso que se verificase esta tempestad, para que, por su liberación, les hiciese más claro el sentido del beneficio. Esta turbación era la figura de las tentaciones que habían de venir, de las cuales dice San Pablo: "No quiero que ignoréis, hermanos, que estamos gravados sobre nuestras fuerzas" ( 2Cor 1, 8). Para dar tiempo al miedo, se dice: "Mas El dormía". Si se hubiese verificado la tempestad estando El despierto, o no hubiesen temido, o no le hubiesen rogado, y acaso no hubiesen creído que El podía hacer tal cosa.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
La cosa, en verdad, es admirable y estupenda. El que nunca duerme ni aun dormita, ahora se dice que duerme. Dormía, en verdad, como hombre, pero vigilaba como Dios, manifestando así que tenía verdadero cuerpo humano, que había vestido corruptible. Dormía con el cuerpo, para hacer vigilar a los apóstoles, y para que nunca durmamos nosotros con el alma. Fue tanto lo que los discípulos se aferraron con el miedo, que, casi faltos de razón, se arrojaron sobre El, y en vez de hablarle con modestia y dulzura, le despertaron turbulentamente, como indica el evangelista: Y se acercaron los discípulos a El, y lo despertaron, diciendo: "Señor, sálvanos, que perecemos".
San Jerónimo
El tipo de este signo le vemos en el profeta Jonás, cuando, peligrando todos los otros, El estaba seguro, y duerme y es despertado.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
¡Oh verdaderos discípulos! Tenéis con vosotros al Salvador, ¿y teméis el peligro? Está con vosotros la vida, ¿y teméis la muerte? Pero respondan: "Somos niños débiles todavía, y por eso tememos". De sonde sigue. "Y les dijo Jesús: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" Como diciendo: "Si me habéis visto poderoso en la tierra, ¿por qué no creéis que también puedo serlo en el mar?" Y si viniese la muerte, ¿no debéis sufrirla con gran valor? El que cree poco será argüido, el que nada cree, será condenado.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.28, 1
Mas si alguno dijese que no fue señal de poca fe el aproximarse a despertar a Jesús, habrá de admitir que esto fue señal de que todavía no tenían formada de El una opinión decorosa, porque habían conocido que podía increpar a la mar estando despierto, y aun no habían conocido que podía hacer lo mismo estando dormido. No hace este milagro en presencia de la muchedumbre, para que no sean acusados de poca fe. Pero, hallándose solo con ellos, los reprende ante todo, y calma la turbación de las aguas, como sigue: "Entonces, levantándose, mandó a los vientos y a la mar, y se siguió una grande calma".
San Jerónimo
De este pasaje inferimos que todas las criaturas sienten al Creador, pues aquellos a quienes se manda, sienten al que manda, no según el error de los herejes (que todo lo creen animado), sino por la majestad del Creador, por la que todas las cosas que son insensibles para nosotros son sensibles para El.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
Mandó, pues, a los vientos y al mar, y de un viento grande se hizo una gran tranquilidad. Conviene que el grande haga cosas grandes, y por eso el que primero había alborotado magníficamente la profundidad del mar, ahora manda que otra vez se restablezca una gran tranquilidad, para que los discípulos, tan turbados, se alegren magníficamente.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 28, 2
Vemos aquí también que toda la tempestad se disipó en el acto sin quedar huella de la turbación, lo cual era ciertamente extraño, pues cuando la fluctuación se termina naturalmente, las aguas se agitan después por mucho tiempo, mientras que aquí todo se volvió a la vez. Así realiza aquí Jesucristo lo que ha dicho del Padre: "Dijo, y se detuvo el espíritu de la tempestad" ( Sal 106). Con su sola palabra y mandato apacigua y refrena el mar. Por el aspecto, el sueño y el uso de la barca, los allí presentes le consideraban como hombre. De ahí la admiración en que cayeron, como sigue: "Y los hombres se maravillaron y decían: ¿Quién es ese", etc.
Glosa
San Juan Crisóstomo pone esta versión: "¿Quién es este hombre?" El sueño y lo que aparecía demostraba que era hombre, pero el mar y la tranquilidad manifestaban que era Dios.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
Pero ¿quiénes son esos hombres que se admiraron? No creas que aquí se habla de los apóstoles, nunca encontramos que se designen los discípulos del Señor sino para honrarlos, y siempre se les llama apóstoles o discípulos. Se admiraban, pues, los hombres que navegaban con El, y de quienes era la barca.
San Jerónimo
Pero si alguno contenciosamente quiere decir que eran los discípulos los que se admiraban, responderemos que se les llama hombres con propiedad, porque todavía no habían conocido el poder del Salvador.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
No dicen preguntando: "¿Cuál es Este?", sino asegurando que éste es Aquel a quien obedecen los vientos y el mar. ¿Cuál es éste, pues?, esto es, ¡qué poderoso, qué fuerte, qué grande! Manda a toda criatura, y no se desobedece su mandato. Sólo los hombres resisten, y por eso serán condenados en el juicio. En sentido místico, todos navegamos con el Señor en la barca de la Iglesia por este mundo borrascoso. El mismo Señor duerme con piadoso sueño, esperando nuestra paciencia y la penitencia de los impíos.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
Duerme, porque con nuestro sueño se adormece en nosotros. Sucede eso especialmente para que, en el miedo del peligro esperemos de Dios el auxilio. ¡Y ojalá que nuestra esperanza, aunque tardía, confíe en que podrá evadir el peligro, porque vigila dentro de nosotros el poder de Dios.
Pseudo-Orígenes, hom. 7
Acerquémonos a El con alegría, diciendo con el profeta: "Levántate; ¿por qué te duermes, Señor?" ( Sal 43, 2-3). Y El mandará a los vientos, esto es, a los demonios, que son los que agitan en las persecuciones de los santos. Y restablecerá una gran tranquilidad respecto de los cuerpos y de las almas, la paz para la Iglesia y la serenidad para el mundo.
Rábano
El mar es la vorágine del mundo; la nave en que sube Jesús es el árbol de la cruz, con cuyo auxilio los fieles, hendidas las olas del mundo, vienen a la patria celestial como a una playa segura, en la que salta Jesús con todos los suyos. Por ello dice después: "El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Habiendo Jesús subido a la Cruz, se verificó un gran movimiento, porque se agitaron las imaginaciones de sus discípulos, acerca de su pasión y la nave se cubría con las olas, porque toda la fuerza de la persecución se verificó en derredor de la Cruz, cuando sucumbió por la muerte. Por esto se ha dicho: "Mas El dormía". Su dormir es la muerte. Los discípulos despiertan al Salvador, cuando turbados con la muerte, buscan la resurrección a grandes voces, diciendo: "Sálvanos, resucitando, porque perecemos con la turbación de tu muerte". Pero El, resucitando, les reprende la dureza de su corazón, como se lee más adelante. Mandó el Señor a los vientos, porque humilló la soberbia del diablo. Mandó al mar, porque inutilizó la rabia de los judíos, y se verificó una gran calma, porque se tranquilizaron las mentes de los discípulos cuando presenciaron la resurrección.
Glosa
La nave es la Iglesia presente, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, enfrentando las aguas de las persecuciones. Admiremos y demos gracias a Dios.