Catena Áurea

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Y la luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron. (v. 5)


San Agustín, in Ioannem, tract.1
Aquella vida es la luz de los hombres, pero no pueden comprenderla los corazones insensatos, porque no se lo permiten sus pecados. Y para que no crean que esta luz no existe, porque no pueden verla, prosigue: "Y la luz resplandece en las tinieblas; mas las tinieblas no la comprendieron". Así como el hombre ciego, puesto delante del sol, aun cuando está en su presencia se considera como ausente de él, así todo insensato está ciego, aun cuando tiene delante la sabiduría. Pero en tanto que ésta se encuentra delante de él, está él ausente por su ceguera y no es que ella está lejos de él, sino él lejos de ella.

Orígenes, in Ioannem, tom. 3
Y si la vida es lo mismo que la luz de los hombres, ninguno que está en las tinieblas tiene vida, ni ninguno de los que viven está en las tinieblas. Y como todo el que vive se encuentra en la luz, todo el que está en la luz vive a la vez. Y bien, teniendo esto en cuenta podemos entender recíprocamente que la muerte es lo contrario de la vida, y las tinieblas de los hombres lo contrario de la luz de los hombres. De aquí que el que existe en las tinieblas está también en la muerte, y que el que hace obras de muerte no puede subsistir más que en las tinieblas. Por el contrario, aquél que hace cosas propias de la luz, o aquél cuyas acciones brillan delante de los demás hombres, y el que se acuerda de Dios, no está en la muerte, según aquello que se dice en el Salmo: "No tiene parte en la muerte aquél que se acuerda de ti" ( Sal 6).

En cuanto a que las tinieblas de los hombres y la muerte sean de naturaleza semejante, no es asunto de este lugar. Nosotros éramos tinieblas en otro tiempo, pero ahora somos luz en el Señor si somos santos y espirituales en algún modo. Todo aquél que fue alguna vez tinieblas lo ha sido como San Pablo, cuando fue capaz y apto de convertirse en luz en el Señor, etc. Además la luz de los hombres es nuestro Señor Jesucristo, quien se ha dado a conocer por la naturaleza humana a toda criatura racional e intelectual, como también ha manifestado los misterios de su divinidad, por los que es igual al Padre, a los corazones de los fieles, según aquellas palabras del Apóstol: "En otro tiempo fuisteis tinieblas; pero ahora sois luz en el Señor". Di, pues: "La luz luce en las tinieblas", porque todo el género humano, no por su naturaleza sino por causa del pecado original, estaba en las tinieblas de la ignorancia de la verdad. Mas Jesucristo resplandece en los corazones de los que le conocen después de nacer de la Virgen. Y como hay algunos que todavía permanecen en las tinieblas oscurísimas de la impiedad y de la perfidia, el Evangelista añade: "Mas las tinieblas no la comprendieron". Como diciendo: "La luz resplandece en la tinieblas de las almas fieles, partiendo de la fe y llevando a la esperanza". Pero la ignorancia y la perfidia de los corazones inexpertos no han comprendido la luz del Verbo de Dios que resplandece en la carne: éste es el sentido moral. Y la teoría de estas palabras (o sea su examen o su meditación), es de esta manera; la naturaleza humana, aun cuando no pecase, no podría brillar por sus propias fuerzas, porque no es luz por naturaleza sino que participa de la luz; es capaz de sabiduría, pero no es la sabiduría misma. Así como el aire no luce por sí mismo sino que se llama tinieblas, así nuestra naturaleza, mientras se examina por sí misma, no es más que cierta sustancia tenebrosa, capaz de participar de la luz de la sabiduría. Y así como el aire, cuando recibe los rayos del sol, no se dice que brilla por sí mismo, sino que la luz del sol resplandece en él, así la parte de nuestra naturaleza racional, mientras participa de la presencia del Verbo de Dios, no conoce por sí misma a su Dios ni las cosas comprensibles sino por la luz divina que se halla en ella. Y la luz brilla así en las tinieblas, porque el Verbo de Dios, vida y luz de los hombres, no cesa de lucir en nuestra naturaleza, que considerada y estudiada no es más que cierta oscuridad informe. Y como esta misma luz es incomprensible para toda criatura, las tinieblas no la comprendieron.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 4
Las palabras: "Y la vida era la luz de los hombres", nos han enseñado de qué condición somos nosotros; después dice qué beneficios nos ha concedido el Verbo en su venida, respecto del alma. Por esto dice: "Y la vida era la luz de los hombres". No dice: la luz de los judíos, sino en general de los hombres; porque no sólo los judíos, sino también los gentiles han llegado a este conocimiento. Y no añadió: Y de los ángeles, porque hablaba sólo de la humanidad, a la cual el Verbo ha venido anunciando buenas nuevas.

Orígenes, ut sup
Preguntan algunos por qué el Verbo no se llama la luz de los hombres, sino la vida que hay en el Verbo. Y nosotros respondemos, que la vida de que se trata no es la que se dice común a los seres racionales e irracionales, sino aquélla que tiene el Verbo, y que se realiza en nosotros por participación del Verbo primitivo, para distinguir la vida aparente y falsa, y desear la verdadera vida. Por lo tanto, en primer lugar, participamos de la vida, que para algunos no es la luz en acto sino en potencia, a saber para los que no están ávidos de conseguir lo concerniente a la ciencia. Para otros, al contrario, esa participación se hace también luz en acto, y éstos son, según el Apóstol, "los que pretenden los mejores dones", a saber: el verbo de la sabiduría, al que sigue a continuación la palabra de conocimiento y de ciencia, etc.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 4
La palabra vida en este caso, no se refiere a aquella que hemos recibido por la creación, sino a aquella perpetua e inmortal, que se nos prepara por la providencia de Dios. A la llegada de esta vida queda destruido el imperio de la muerte y, brillando para nosotros una luz esplendorosa, no volveremos a ver las tinieblas. Porque esta vida subsistirá siempre, no pudiendo vencerla la muerte ni obscurecerla las tinieblas. Por lo que sigue: "Y la luz brilla en las tinieblas". Llama tinieblas a la muerte y al error, porque la luz sensible no brilla en las tinieblas, sino sin ellas. Pero la predicación de Jesucristo brilló en medio del error reinante y le hizo desaparecer, y Jesucristo muerto cambió la muerte en vida, venciéndola de modo que redimió a los que eran sus cautivos. Y como ni la muerte ni el error vencieron a esta predicación que brilla por todas partes y con su propia fuerza, añade: "Mas las tinieblas no la comprendieron".

Orígenes, ut sup
Debe saberse también que así como la palabra hombre está tomada en dos sentidos espirituales, así también las tinieblas. Y como decimos que el hombre que posee esta luz perfecciona las obras de la luz, y conoce también como iluminado por la antorcha de la ciencia, así también, por el contrario, decimos que las tinieblas son los actos ilícitos, y aquella que parece ciencia no lo es en realidad. Mas así como el Padre subsiste y no hay tinieblas en El, del mismo modo el Salvador. Pero como tomó sobre sí la semejanza de nuestra carne pecadora, no es incongruente decir respecto de El que tenga en sí algunas tinieblas, porque ha tomado las nuestras para disiparlas. Esta luz, por tanto, que se ha convertido en vida de los hombres, resplandece en las tinieblas de nuestras almas, y ha llegado hasta donde el príncipe de estas tinieblas lucha contra el género humano. Las tinieblas han perseguido esta luz, lo que se demuestra por las batallas que han sostenido el Salvador y sus hijos, luchando estas tinieblas contra los hijos de la luz. Pero, como Dios los defiende, las tinieblas no invaden la luz, ya porque no pueden seguir la velocidad de ella por su propia lentitud, ya porque, si esperan a que llegue tienen que huir cuando se aproxima. Conviene considerar que no siempre las tinieblas expresan algo malo, sino que algunas veces algo bueno, según aquellas palabras del Salmo: "Puso las tinieblas como su escondrijo" ( Sal 12, 1-2). Porque aquellas cosas que se refieren a Dios son desconocidas e imperceptibles. Diremos acerca de estas tinieblas provechosas que marchan en dirección a la luz, y entonces la comprenden; porque lo que era tinieblas mientras se ignoraba, ahora se convierte en luz conocida para aquél que ha aprendido a conocerla.

San Agustín, De civ. Dei. 8, 9
Este principio del santo Evangelio, decía cierto platónico 1, debió ser escrito con letras de oro, y colocarse en los sitios más visibles de todas las iglesias.

Beda, in Ioannem, in cap. 1
Porque los evangelistas hablan de Jesucristo naciendo en el tiempo, mas San Juan atestigua que en el principio ya era él mismo, diciendo: "En el principio era el Verbo". Los otros dicen que apareció de repente en medio de los hombres; él atestigua que siempre estuvo con Dios cuando dice: "Y el Verbo estaba con Dios". Los primeros dicen que era verdadero hombre; y el último, que era verdadero Dios, diciendo: "Y el Verbo era Dios". Los demás evangelistas le consideran como hombre que vive temporalmente entre los hombres; pero San Juan le considera Dios con Dios, subsistiendo en el principio, diciendo: "Este era en el principio con Dios". Los otros exponen las grandes cosas que hizo después de la Encarnación; pero San Juan enseña que Dios Padre hizo por El toda criatura, diciendo: "Todas las cosas fueron hechas por El y nada de lo que fue hecho se hizo sin El".

Notas

1. Se refiere a un seguidor del pensamiento del filósofo griego Platón.

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