Catena Áurea
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 Cap. 17 18 19 20 21
← Jn 17, 1-5 →
Estas cosas dijo Jesús: y alzando los ojos al cielo, dijo: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Como le has dado poder sobre toda carne, para que todo lo que le diste a El, les dé a ellos vida eterna. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien enviaste. Yo te he glorificado sobre la tierra, y he acabado la obra que me diste a hacer. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú en ti mismo, con aquella gloria que tuve en ti antes que fuese el mundo". (vv. 1-5)
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 79
Como el Señor había dicho "Seréis afligidos en el mundo" ( Jn 16, 33), se pone en oración después de esta advertencia, enseñándonos así a acudir en la tribulación al refugio de Dios. Por esto dice: "Esto habló Jesús".
Beda
Debe entenderse de aquello que les dijo en la cena, sentados a la mesa, hasta que pronunció "Levantáos, vámonos de aquí", y después, estando en pie, hasta el fin del himno, que empezó así: "Y elevando los ojos al cielo, dijo: Padre", etc.
Crisóstomo, ut supra
El elevó los ojos al cielo para enseñarnos el modo como debemos orar: que, estando en pie, miremos al cielo, no sólo con los ojos del cuerpo, sino que también con los del espíritu.
San Agustín, in Ioannem, tract., 104
Podía el Señor, que había tomado la forma de siervo, orar en silencio, si hubiera sido necesario, pero quiso manifestarse al Padre como suplicante, para que se acordase que era nuestro Maestro. Esta es la razón por la que estas palabras de oración que dirigió al Padre, sirven de edificación, no sólo a los discípulos que le oyeron, sino que también a nosotros que habíamos de leerlas. Lo que dijo: "Padre, viene la hora", demuestra que todo tiempo es oportuno para hacer lo que tiene dispuesto Aquel que no está sujeto a tiempo; y no se crea que esta hora significa hado o destino apremiante, sino disposición divina. ¡Lejos de nosotros el creer que las estrellas obligasen a morir a su Creador!
San Hilario, De Trin. l.3
No dice que ha llegado el día ni el tiempo, sino "la hora". La hora es parte de un día. Y ¿cuál será esta hora? Era la de ser escupido, azotado y crucificado, pero en ella el Padre glorifica al Hijo. El curso de esta obra se consuma, y con su muerte todos los elementos del mundo se resienten: al peso del Señor, pendiente en la Cruz, la tierra tiembla y confiesa que no puede contener dentro de sí a Aquel que muere. Exclama el Centurión: "¡Verdaderamente, Este era Hijo de Dios!" ( Mt 27, 54). Esta exclamación concuerda con la profecía: el Señor había dicho: "Glorifica a tu Hijo"; y no sólo es contestado con el nombre de Hijo, sino que también con la de tuyo. Muchos, en verdad, son hijos de Dios; pero no como Este, que es propiamente verdadero Hijo por origen, no por adopción; en verdad, no de sólo nombre; por nacimiento, no por creación. Por tanto, después de su glorificación, siguió la confesión de la verdad, pues el Centurión le confiesa verdadero Hijo de Dios, a fin de que ninguno de los creyentes pueda dudar que Jesucristo fue confesado hasta por sus perseguidores.
San Agustín, ut supra
Pero si en su pasión fue glorificado, cuánto más en su resurrección. Porque en su pasión brilla más su humildad que su gloria. Por cuanto dice: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo", debe entenderse: Viene la hora de sembrar la humildad. No difieras el fruto de la gloria.
San Hilario, ut supra
Quizá se tendrá por debilidad en el Hijo la esperanza de su glorificación: y ¿quién no confesará superior al Padre, cuando El mismo dice "El Padre es mayor que yo"? ( Jn 14, 28). Pero se ha de precaver que los ignorantes no entiendan que la gloria del Padre menoscabe el honor del Hijo, pues sigue: "Para que tu Hijo te glorifique a ti". Por tanto, no es inferior el Hijo, que ha de volver a su vez la glorificación que El recibe; así, pues, la petición de glorificación mutua manifiesta el poder divino en los dos.
San Agustín, in Ioannem, tract., 105
Con razón se pregunta cómo el Hijo glorificará al Padre, siendo así que la gloria sempiterna del Padre ni puede disminuirse en la forma humana, ni aumentarse en su perfección divina; pero entre los hombres era menor cuando tan sólo en Judea era Dios conocido ( Sal 75); y como el Evangelio de Cristo, por el hecho de ser predicado en todas las naciones, había de dar a conocer al Padre, de aquí que el Padre fuera glorificado por el Hijo. Dice, pues: "Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti". Como si dijera: "Resucítame, para que por mí te hagas patente a todo el mundo". Declara a continuación más y más, cómo el Hijo glorifica al Padre, diciendo: "Así como le diste poder sobre toda carne, a fin de que todo lo que le concediste a El, les dé a ellos vida eterna". Llamó toda carne a todos los hombres, demostrando el todo por la parte. Pero este poder dado por el Padre a Cristo sobre toda carne, debe entenderse en cuanto hombre.
San Hilario, ut supra
Porque hecho carne había de restituir a la vida inmortal los cuerpos caducos y mortales.
San Hilario, De Trin. l.9
O de otro modo: la aceptación del poder es sólo la demostración de su generación, en la que recibió lo que es al nacer. La entrega (del poder) no significa superioridad, sino que el Padre es quien da, permaneciendo en El Dios Hijo, quien ha tomado el poder de dar la vida eterna.
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 79
"Le diste poder sobre toda carne", para demostrar que su predicación debía extenderse no sólo a los judíos, sino a todo el mundo. ¿Pero qué quiere decir toda carne? porque no todos creyeron. En verdad, que en cuanto de El dependió todos creyeron. Pero si no quisieron oír lo que se les decía, no es culpa de la predicación, sino de los que no quisieron escucharla.
San Agustín, in Ioannem, tract., 105
Así como le habéis dado poder sobre toda carne, para que os glorifique el Hijo"; esto es, para que os dé a conocer a todos los hombres que le diste; del mismo modo le diste el poder de darles la vida eterna.
San Hilario, De Trin., l.3
Pero en qué consiste la vida eterna, lo demuestra cuando dice: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti solo verdadero Dios", etc. Vida es conocer al verdadero Dios, pero no lo constituye sólo esto. ¿Qué es, pues, lo que debe añadirse? "Y al que enviaste, Jesucristo".
San Hilario, De Trin. l.4
Los arrianos entienden que sólo el Padre es Dios único, sólo El justo, sólo El sabio, y según éstos, el Hijo queda separado y sin comunicación de uno con otro en lo que les es propio. Si se atribuye esto tan sólo al Padre, es necesario admitir que el Hijo de Dios no es verdad ni sabiduría.
San Hilario, De Trin. l.5
No es dudoso para nadie que la verdad de una cosa se manifiesta por su naturaleza y sus efectos: es verdadero trigo el que molido y hecho harina y cocido pan, sirve de alimento y produce los efectos de su naturaleza. Pregunto, pues, ¿cómo puede faltar al Hijo la verdad, no faltándole la naturaleza ni el poder de Dios? El ha hecho en virtud de su naturaleza y su poder, que fueran hechas y existieran a su placer las cosas que no eran.
San Hilario, De Trin. l.9
¿Acaso porque dice a ti solo, separa de Dios su comunión y unidad? Se separa, en verdad, pero no en el sentido que sigue: "A ti solo verdadero Dios", y a continuación añade: "Y a Jesucristo a quien enviaste". La fe de la Iglesia se funda en esto para confesar a Jesucristo verdadero Dios, después que ha confesado al Padre: es el único verdadero Dios, porque el nacimiento del Hijo por naturaleza no causa disminución en Dios.
San Agustín, De Trin. 6, 9
Tenemos el deber de estudiar esta palabra dirigida al Padre: "Para que te conozcan a ti solo verdadero Dios", como dando a entender que sólo el Padre es Dios verdadero, y que no estamos obligados a creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios. Pero por el testimonio del Señor decimos que el Padre es solo verdadero Dios; que el Hijo es solo verdadero Dios, y que el Espíritu Santo es solo verdadero Dios; y que juntamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (esto es, juntamente la misma Trinidad), no son tres Dioses verdaderos, sino un solo verdadero Dios.
San Agustín, ut supra
He aquí el orden de estas palabras: "Que a ti y al que enviaste Jesucristo, conozcan por el solo verdadero Dios". Por consiguiente se entiende también el Espíritu Santo, porque es Espíritu del Padre y del Hijo, como amor consustancial de los dos. Así, el Hijo te glorifica haciendo que todos los que tú le diste te conozcan. Si el conocimiento de Dios es la vida eterna, nosotros progresaremos tanto más en la vida eterna cuanto más aprovechemos en el conocimiento de Dios. Pero nosotros no hemos de morir en la vida eterna, y entonces será perfecto el conocimiento de Dios, cuando ya no habrá muerte, y entonces la glorificación de Dios será suprema, porque también lo será la gloria. Los antiguos definieron así la gloria: la aclamación del nombre de alguno con alabanza. Pero si el hombre se cree glorificado cuando es famoso su nombre, ¿cuánta no será la gloria de Dios, cuando se verá en sí mismo? Esta es la razón por la que está escrito: "Bienaventurados los que habitan en tu casa, porque te alabarán en los siglos de los siglos" ( Sal 83, 5). Allí será la alabanza eterna, donde será pleno el conocimiento de Dios y, por tanto, su glorificación.
San Agustín, De Trin. 1, 8
Cuando vivamos eternamente, contemplaremos lo que dijo a su siervo Moisés: "Yo soy el que soy" ( Ex 3, 14).
San Agustín, De Trin. 3, 18
Cuando nuestra fe sea verdad en vida, entonces nuestra mortalidad se cambiará en la eternidad.
San Agustín, in Ioannem, tract., 105
Pero antes Dios es glorificado en este mundo cuando se da a conocer a los hombres por la predicación y por la fe de los creyentes, por lo que dice: "Yo te glorifiqué sobre la tierra".
San Hilario, De Trin. l. 3
Este cambio de glorificación no pertenece al provecho de la divinidad, sino al honor que ella recibe de aquellos que lo dan a conocer a los que lo ignoraban.
Crisóstomo, ut supra
Por esto dice: "Sobre la tierra", porque en el cielo ya era glorificado recibiendo la gloria de su propia naturaleza, y adorado por los ángeles. No habla de aquella gloria que pertenece a su sustancia, sino de la que pertenece al culto de los hombres. Por lo que dice: "Consumé la obra que me encargaste hacer".
San Agustín, ut supra
No dice que me mandaste, sino "que me encargaste", palabras que evidentemente favorecen el dogma de la gracia. ¿Qué tiene, pues, que no hubiera recibido en el Unigénito la naturaleza humana? ¿Pero cómo consumó la obra que aceptó, cuando todavía le faltaba la prueba de su pasión, sino porque estaba cierto de que sería consumada?
Crisóstomo, ut supra
Dice "Consumé": casi por lo que a mí toca, todo está hecho. O bien porque hecha la mayor parte puede decirse hecho todo. La raíz de todos los bienes quedó plantada, y en consecuencia debían seguir todos los frutos, y en lo sucesivo El quedaba presente para lo que restaba hacer.
San Hilario, De Trin. l. 9
Después de habernos mostrado el mérito de su obediencia y el misterio de su misión divina, añade: "Y ahora glorifícame tú, Padre, en ti mismo".
San Agustín, ut supra
Antes había dicho: "Padre, viene la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti", en cuyo orden de palabras manifestaba que primero había de ser glorificado el Hijo por el Padre, para que a Este le glorificase el Hijo. Pero ahora dice: "Yo te he glorificado, y tú ahora glorifícame", como si El hubiera glorificado primero al Padre, de quien pedía después su glorificación. Es necesario reconocer que antes se había servido de las mismas palabras y en el mismo orden en que había de suceder después, pero ahora usa del verbo en tiempo pretérito sobre cosa futura, como si dijera: "Yo te glorificaré sobre la tierra", consumando la obra que me encargaste que haga, y entre tanto, glorifícame tú Padre, que es enteramente la misma sentencia, con la sola diferencia de que aquí añade el modo de glorificación, con estas palabras: "Con aquella gloria que tuve antes de que el mundo fuese hecho, contigo". El orden de las palabras es éste: "Que tuve contigo antes de que el mundo existiera". Algunos pensaron que estas palabras debían entenderse en el sentido de que la naturaleza humana, a la que el Verbo se había unido, se convirtiese en Verbo, y el hombre en Dios. Pero si atentamente consideramos esta opinión, la humanidad perecería en Dios, porque no habrá nadie que se atreva a decir que por esta mutación del hombre, el Verbo de Dios se duplicaría o aumentaría. Porque quien negara la predestinación del Hijo de Dios, negaría por lo mismo la del Hijo del Hombre. Y más abajo, como viese llegar el tiempo predestinado, rogó que su predestinación se convirtiera en realidad, diciendo: "Y ahora glorifícame", etc. Esto es: con aquella gloria que tuve en ti en tu predestinación, es ya tiempo de que aun viviendo reciba tu glorificación a tu derecha.
San Hilario, De Trin. l. 3
O pedía para que lo que había empezado en el tiempo, recibiese aquella gloria que está más allá del tiempo, a fin de que desapareciese la corrupción de la carne y quedara transformada en el poder de Dios y en la incorruptibilidad del Espíritu.