Catena Áurea
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← Mt 6, 7-8 →
"Y cuando oréis, no habléis mucho como los gentiles. Pues piensan que por mucho hablar serán oídos. No queráis, pues, asemejaros a ellos: porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester antes que lo pidáis". (vv. 7-8)
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
Así como es propio de los hipócritas manifestarse para que los vean en la oración, cuyo fin no es otro que agradar a los hombres, así también los gentiles (esto es, los paganos) creen que cuando hablan mucho podrán ser oídos. Y por esto añade: "Y cuando oréis no habléis mucho".
Casiano, Collationes, 9, 36
Se debe orar con frecuencia y brevemente, no sea que deteniéndonos demasiado, pueda el enemigo introducir algo en nuestro corazón.
San Agustín, Ad Probam, epístola 130, 10
No es orar hablando mucho, como piensan algunos, el orar largo tiempo. Una cosa es hablar mucho y otra cosa es un afecto prolongado. Del mismo Dios se ha escrito que pasaba las noches en oración ( Lc 6), y que rezaba por mucho tiempo ( Lc 22), para darnos ejemplo. Se dice que nuestros hermanos de Egipto tienen frecuentes oraciones, pero muy cortas, y jaculatorias pronunciadas de un modo secreto, temerosos de que la intención, que tan necesaria es al que ora, no pueda prolongarse mucho tiempo con la energía de su fervor. Con esto nos enseñan que no debe violentarse ese movimiento del alma para hacerlo durar mucho tiempo, ni interrumpirlo bruscamente si quiere continuar. Lejos de la oración las muchas palabras, pero no falte la oración continuada si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas. Orar mucho es pulsar con ejercicio continuado del corazón, a Aquel a quien suplicamos. Pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19, 3-4
El Señor nos disuade con esto de la mucha conversación cuando oramos, como sucede cuando no le pedimos cosas convenientes, como son la adquisición del poder, la gloria, vencer a los enemigos y la abundancia de dinero. Aquí nos manda también no hacer oraciones largas. Digo largas no por el tiempo, sino por la multitud de aquellas cosas que se piden. Sin embargo, conviene que perseveren en la oración, según estas palabras del Apóstol: "Insistentes en la oración" ( Col 4, 2). No porque el Apóstol haya querido que compusiésemos las oraciones de diez mil versos, sino que las anunciásemos con el corazón. Lo cual indica en secreto, cuando dice: "No habléis mucho".
Glosa
Condena el mucho hablar en la oración, porque esto proviene de la infidelidad. Y por ello sigue (Rm 12, 12): "Como lo hacen los gentiles". Para los gentiles era necesaria la multiplicación de palabras, porque los demonios no sabían lo que ellos pedían, si no lo aprendían de sus mismas palabras. Creen, por lo tanto, que cuando hablan mucho son oídos.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
Y en verdad toda conversación larga proviene de los gentiles, que cuidan más bien de ejercitar la lengua que de cambiar de vida cambiando de modo de pensar, y esta clase de preocupación intentan llevarla hasta a la oración.
San Gregorio Magno, Moralia, 1, 14
Pero en verdad, orar es amar en la compunción del suspiro, y no dejarse oír por medio de palabras adornadas. Y por lo tanto se añade: "Pues no queráis asemejaros a ellos".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
Si es verdad que la multitud de palabras no tiene otro motivo que la ignorancia de aquel a quien se habla, ¿qué necesidad hay de esto con relación al que conoce todas las cosas? Por lo que añade: "Sabe vuestro Padre lo que habéis menester, antes que lo pidáis".
San Jerónimo
Aquí se deja ver cierta herejía de algunos filósofos, que habían formulado este dogma impío: si conoce el Señor qué es lo que pedimos, y antes que lo pidamos sabe qué necesitamos, en vano pedimos al que ya conoce nuestras necesidades. A éstos debe responderse que nosotros no es que contamos a Dios nuestras cosas, sino que rogamos. Una cosa es enseñar al que ignora, y otra cosa es pedir a aquel que ya conoce nuestras necesidades.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19, 4
No oras para enseñar, sino que te arrodillas para que te hagas amigo de Dios por la continuación de tu súplica, para que te humilles en su presencia y para que te acuerdes de tu pecado.
San Agustínde sermone Domini, 2, 3
Y en verdad que no debemos hacer nada con las palabras en presencia de Dios para alcanzar lo que nos proponemos, sino con las cosas que hacemos con buen fin, recta intención, puro amor y sencillo afecto.
San Agustín Ad Probam, epístola 130, 9
En ciertas ocasiones también rogamos a Dios con palabras, de modo que por medio de las cosas que vamos pidiendo nos aconsejemos a nosotros mismos, y nos hagamos notar cuanto pedimos en nuestros deseos, y nos movamos más intensamente a crecer en esto, no sea que por diversas distracciones se enfríe totalmente lo que empezaba a calentar, y extinga del todo sin haber llegado a quemar con fuerza. Así pues, nos son necesarias las palabras, porque por medio de ellas nos enardecemos y conocemos lo que pedimos, y no porque creamos que con ellas habremos de enseñar a Dios, ni le habremos de inclinar a que nos conceda lo que le pedimos.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 3
Pero debe muchas veces buscarse si es más conveniente orar con las acciones o con las palabras. Es así que la oración siempre es necesaria, aun cuando Dios ya conoce lo que necesitamos, porque el mismo fin de la oración tranquiliza y purifica nuestra alma, nos hace más capaces de recibir los divinos beneficios que muchas veces se nos conceden de una manera espiritual. No nos oye el Señor por las muchas oraciones, aun cuando siempre está preparado a dispensarnos sus luces, pero nosotros no siempre estamos preparados para recibirlas, cuando nos inclinamos a otras cosas. En la oración se verifica la conversión del alma hacia Dios y la purificación del ojo interior. Puesto que se excluyen de él las cosas temporales que se deseaban, a fin de que la fuerza de un corazón puro pueda soportar una luz pura y permanecer en ella con el mismo gozo que se disfruta en la eterna vida.