Catena Áurea

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Simón Pedro le dijo: Señor ¿a dónde vas?" Respondió Jesús: "A donde yo voy, no me puedes ahora seguir; mas me seguirás después". Pedro le dice: "¿Por qué no te puedo seguir ahora? Mi alma pondré por ti". Jesús le respondió: "¿Tu alma pondrás por mí? En verdad, en verdad te digo: Que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces". (vv. 36-38)


Crisóstomo In Ioannem hom., 72.
Grande amor es éste que vence al fuego en vehemencia, y cuya energía no hay prohibición que pueda detenerla. Pedro, el más fervoroso, oyendo las palabras "Donde yo voy, vosotros no podéis venir" ( Jn 13, 33), le preguntó: "Díjole Simón Pedro: Señor ¿dónde vas?".

San Agustín In Ioannem tract., 66.
El discípulo habló al Maestro como para seguirle, y por esta causa el Señor, que veía su alma, le respondió así: "Respondióle el Señor: A donde yo voy, no puedes tú seguirme ahora", etc. Establece aquí una dilación; no destruye la esperanza, sino que la confirmó con las siguientes palabras: "Mas me seguirás después". ¿Para qué te apresuras, oh Pedro? Aun no te ha dado la piedra la solidez de su espíritu. No te llenes de soberbia con tu presunción, ahora no puedes. Pero tampoco desesperes, después "me seguirás".

Crisóstomo ut supra.
Pedro, ni oyendo esto enfrenó su deseo, sino que sigue adelante, en posesión ya de aquella esperanza. Y como no abrigaba el temor de traición, continuó preguntando en medio del silencio de todos sus compañeros: "Dijo Pedro: ¿Por qué no puedo seguirte ahora?". ¿Qué dices, oh Pedro? He dicho que no puedes y tú insistes en que puedes. Ya sabrás por la experiencia, que ese amor que me tienes de nada sirve si te falta el auxilio de lo alto. De aquí que sigue: "Respondió Jesús: ¿Darás tu vida por mí?".

Beda.
Esta sentencia puede interpretarse de dos maneras. En primer lugar, de un modo afirmativo, como si dijese: Darás tu vida por mí, pero ahora, temiendo la muerte de la carne, incurres en la muerte del alma. En segundo lugar, en tono represivo, como si dijese.

San Agustín ut supra.
¿Harás por ventura tú en mi obsequio, lo que yo aún no hago por ti? ¿Te adelantarás, siendo así que no puedes seguir? ¿Cómo presumes a tanto? Escucha lo que tú eres: "En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo sin que tres veces me hayas negado". Tú, que me prometes morir, negarás tres veces tu vida. Veía Pedro el deseo que lo animaba, pero no conocía sus propias fuerzas. El enfermo se jactaba de buenos deseos, pero el médico conocía la enfermedad. ¿Podrá decirse (como quieren algunos, presentando una excusa legítima) que el apóstol Pedro no negó a Cristo, contestando a la criada que lo interrogó, que él no conocía a tal hombre, como expresamente aseveran los demás evangelistas? Como si aquel que niega a Cristo hombre, no negara a Cristo y no negara en El la humanidad que tomó por nosotros, y todo por temor de perder la vida que El nos dio. ¿Qué otra cosa lo hace cabeza de la Iglesia sino la humanidad? ¿Y cómo puede pertenecer al cuerpo de Cristo el que lo niega como hombre? Pero ¿para qué insistir más? El Señor no dijo: "no cantará el gallo", sin que hayas negado tres veces al Hijo del hombre, sino "sin que me hayas negado". ¿Qué significa este me, sino lo que El era? Cualquier cosa que de El negó, a Cristo negó, y sin duda es ilícito. Cristo dijo y predijo esto; Pedro negó a Cristo sin género alguno de duda. No tratemos de justificar a Pedro acusando a Cristo. Pedro, en su debilidad, comprendió lo enorme de su pecado, y demostró con su llanto cuánto mal había cometido negando a Cristo. Ni cuando tales cosas decimos se debe creer que nos es grato inculpar al primero de los apóstoles. Antes queremos sacar de esta consideración la enseñanza de cuán débiles son las fuerzas humanas y la propia confianza.

Beda.
Que cada cual tome de aquí ejemplo de arrepentimiento, y si ha caído no se desespere, sino que siempre confíe en que puede hacerse digno de perdón.

Crisóstomo In Ioannem hom., 72.
Es por esto evidente que el Señor permitió la caída de Pedro, porque podía haberla evitado desde un principio, pero como lo veía dominado por la arrogancia, no lo impelió ciertamente a la negación, sino que lo abandonó a sí mismo para que aprendiera lo débil que era, y no estuviese sujeto a tales peligros cuando recibiese en sus manos el mando de la tierra; antes se conociese a sí mismo, recordando las anteriores debilidades.

San Agustín ut supra.
Sucedió, pues, en el alma de Pedro, la muerte que él prometía para el cuerpo, pero de distinta manera que él pensaba. Porque antes de la muerte y resurrección del Señor, murió en cuanto negó, pero resucitó mediante el llanto.

San Agustín De cons. evang., 3, 2
Recuerdan a Pedro esto de su negación predicha, no sólo Juan sino también los otros tres. Pero no todos tratan de este recuerdo en la misma ocasión, porque Mateo y Marcos hablan de ella después que el Señor salió de la casa en que habían comido la Pascua; Lucas y Juan antes de que de allí saliese. Pero fácilmente podemos entenderlo, o bien diciendo que aquellos la narraron como recapitulación, o bien éstos como precedente. A no ser que se prefiera decir, que cosas tan diversas, tanto en palabras como en sentencias, que profirió el Señor para alentar a Pedro a su valiente determinación de morir con el Señor o por el Señor, fueron proferidas en distintos tiempos, y que tres veces Pedro hizo las promesas arrogantes, en diversos lugares de la conversación de Cristo, y tres veces le respondió el Señor que lo había de negar antes que el gallo cantase.


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