Entrada: " Inclina tu oído, Señor, escúchame. Salva a tu siervo que confía en ti. Ten piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día " (Sal 85, 1-3).
Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): " ¡Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría ".
Ofertorio: " Por el único sacrificio de Cristo, tu Unigénito, te has adquirido un pueblo de hijos; concédenos propicio los dones de la unidad y de la paz en tu Iglesia ".
Comunión: " La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor; para sacar pan de los campos y vino que alegre el corazón del hombre " (Sal 103, 13-15); o bien: " El que come mi carne y bebe mi sangre -dice el Señor- tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día " (Jn 6, 55).
Postcomunión (Gelasiano): " Te pedimos, Señor, que lleves en nosotros a su plenitud la obra salvadora de tu misericordia; condúcenos a perfección tan alta y mantennos en ella de tal forma que en todo sepamos agradarte ".
Cristo otorga las llaves del Reino de los cielos a Pedro después de su profesión de fe. Alude a este poder de las llaves en el Antiguo Testamento la primera lectura. San Pablo corona sus reflexiones sobre el destino de Israel con un himno a la infinita sabiduría de Dios.
El Concilio Vaticano II dijo que toda la Iglesia es como un sacramento visible de unidad y de salvación (LG 1). Por ello ha sido providencial la figura de Pedro, como signo vivo y permanente que garantiza la unidad visible de las comunidades eclesiales. Sin Cristo no existiría la Iglesia, pero ésta tiene que ser como la quiso Cristo, no como la quieran los hombres. En el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa. Donde está Pedro allí esta la Iglesia. Donde están Pedro y la Iglesia, allí está también la plenitud operante del Misterio de Cristo entre los hombres.
– Is 22, 19-23: Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. En el ambiente del Antiguo Testamento el signo de los poderes y de la responsabilidad sobre la suerte del pueblo era la imposición de las llaves sobre los hombros de los elegidos.
La función de las llaves es el poder de abrir y cerrar la casa del rey, soberano absoluto, y corresponde al primer ministro o visir. Es como el plenipotenciario del rey, el que hace sus veces. Ésta será en el Nuevo Testamento la función de Pedro en la Iglesia, reino de Dios. En las antífonas " O ", antes de Navidad se dice el 20 de diciembre: " Oh llave de David y cetro de la Casa de Israel ". Es el poder que Cristo confió en primer lugar a Pedro y a sus sucesores, luego a los demás apóstoles. Estos la otorgan a los obispos y sacerdotes para perdonar los pecados en el sacramento de la penitencia. Es la gran misericordia del Señor para con el hombre pecador.
– Por esto cantamos en el Salmo 137: " Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. Damos gracias al Señor por ello con todo nuestro corazón, lo alabamos, lo veneramos, le damos gracias. Él nos escucha cuando lo invocamos... se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio ". Cristo que, siendo rico se hizo pobre, anima a su Iglesia en medio de las pruebas, para que nunca desfallezca, sino que tenga siempre sus ojos puestos en su gran misericordia.
– Rm 11, 33-36: Cristo es origen, guía y meta del universo. San Pablo, al término de su reflexión sobre el misterio de Israel y sobre el papel de la ley de la salvación, ve caer por el suelo los esquemas en que él creyó y, como iluminado por la luz de Cristo, prorrumpió en este grito que exalta la sabiduría y la libertad divina en la disposición de la historia salvífica de la humanidad. " ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ". Dice San Jerónimo:
" Cuando el pueblo sea llevado al cautiverio, porque no tuvo ciencia, y perezca de hambre y arda de sed, y el infierno agrande su alma; y bajen los fuertes y los altos y gloriosos a lo profundo, y sea humillado el hombre, y haya recibido conforme a sus méritos, entonces el Señor será exaltado en el juicio, que antes parecía injusto; y Dios será santificado por todos en la justicia... Por lo cual debemos cuidar no adelantarnos al juicio de Dios, cuyos juicios son grandes e inenarrables, y del cual dice el Apóstol: "Inescrutables son tus juicios e imposibles de conocer sus caminos" (Rm 11, 35). Hasta que Él ilumine las cosas ocultas en las tinieblas y abra los pensamientos de los corazones " (Comentario sobre el profeta Isaías 4, 3).
– Mt 16, 13-20: Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos ". La promesa del Primado constituye, además de un acontecimiento histórico evangélico, un designio eclesiológico en la intención de Cristo. Pedro es la realidad básica y permanente de la Iglesia, que perdura por iniciativa y garantía de Dios, llámese como se llame. San Hilario de Poitiers escribe:
" La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16, 13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.
" ¡Oh feliz fundamento de la Iglesia, proclamado con su nuevo nombre; piedra digna de ser edificada, porque quebranta las leyes del infierno, las puertas del Tártaro y todas las prisiones de la muerte! ¡Oh dichoso custodio del cielo, a cuyo juicio son entregadas las llaves del acceso a la eternidad; cuyas decisiones, anticipadas en la tierra, son confirmadas en el cielo! En su virtud, aquello que ha sido atado o suelto en la tierra, recibirá en el cielo la condición de una decisión idéntica " (Comentario al Evangelio de San Mateo 16, 7).
La reafirmación de Pedro en el requerimiento de Cristo se corresponde a la del pueblo judío a su entrada en la tierra prometida. Cristo y la Iglesia, modelo de amor matrimonial y humano, según San Pablo.
La conflictividad de Cristo-Eucaristía no está en Él, sino en nosotros, que podemos aceptarlo con todas las consecuencias, como Pedro y los discípulos, o podemos, por inconsciencia, indiferencia o incredulidad, apartarnos del Él, como aquellos que lo hicieron en Cafarnaún.
– Jos 24, 1-2.15-17.18: Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios. La alianza de salvación es siempre de iniciativa divina, pero no elimina la responsabilidad humana. Hemos de corresponder con gran amor al amor inmenso de Dios.
La respuesta del pueblo elegido es un acto de fe y de aceptación: servirá al Dios del éxodo o salida de Egipto, al Dios que ha realizado tan grandes maravillas en su favor, al Dios que siempre ha sido fiel a sus promesas, no obstante las muchas rebeliones de Israel, que ahora funda su elección en el recuerdo agradecido y en la reflexión de la experiencia histórica vivida. Es una gran lección para nosotros, que hemos sido más favorecidos que el Antiguo Israel.
– El Salmo 33 nos ofrece elementos para meditar la lectura anterior: " Gustad y ved qué bueno es el Señor ". Por eso lo bendecimos en todo momento y nuestra alma se gloría en el Señor, que está cerca de los atribulados y salva a los abatidos.
– Ef 5, 21-32: Es éste un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Nuestra aceptación de Cristo y nuestra comunión de vida con Él tiene como marco de garantía la comunión eclesial con su Esposa fiel, amada y purificada con su sangre. Escribe Orígenes:
" No quisiera que creyerais que se habla de la Esposa de Cristo, es decir, la Iglesia, con referencia únicamente al tiempo que sigue a la venida del Salvador en la carne, sino más bien se habla de ella desde el comienzo del género humano, desde la misma creación del mundo. Más aún, si puedo seguir a Pablo en la búsqueda de los orígenes de este misterio, he de decir que se hallan todavía más allá, antes de la misma creación del mundo. Porque dice Pablo: "Nos escogió en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos'' (Ef 1, 4).
" Y dice también el Apóstol que la Iglesia está fundada, no solo sobre los apóstoles, sino también sobre los profetas (Ef 2, 20). Ahora bien, Adán es adnumerado a los profetas: él fue quien profetizó aquel gran misterio que se refiere a Cristo y a la Iglesia, cuando dijo: "Por esta razón un hombre dejará su padre y su madre y se adherirá a su mujer, y los dos serán una sola carne" (Gn 2, 24). La Historia de la Salvación nos ofrece ejemplos maravillosos. El Apóstol, en efecto, se refiere claramente a estas palabras cuando afirma: "Este misterio es grande: me refiero en lo que respecta a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32).
" Más aún, el Apóstol dice: "Él amó tanto a la Iglesia, que se entregó por ella, santificándola con el lavatorio de agua" (Ef 5, 26); aquí se muestra que la Iglesia no era inexistente antes. ¿Cómo podía haberla amado si no hubiera existido? No hay que dudar que existía ya, y por eso la amó. Porque la Iglesia existía en todos los santos que han existido desde el comienzo de los tiempos. Y por eso, Cristo amaba a la Iglesia y vino a ella " (Comentario al Cantar 2).
– Jn 6, 61-70: Tú tienes palabras de vida eterna. Ante la Eucaristía han de definirse la fe y las actitudes de los hombres. San Agustín comenta:
" ''Si no coméis mi carne...''. Y ¿quién sino la Vida pudiera decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien juzgue mendaz la Vida, escandalizáronse los discípulos; no todos a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede sufrirlas?... ¿Qué les respondió, pues? ¿Os escandaliza esto? Pues, ¿qué será ver al Hijo del Hombre subir a donde primero estaba? Claro es; si puedo subir íntegro, no puedo ser consumido.
" Así, pues, nos dio en su Cuerpo y en su Sangre un saludable alimento y, a la vez, en dos palabras, resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por lo mismo, quienes lo comen y beban quienes lo beben; tengan hambre y sed; coman la Vida, beban la Vida. Comer esto es rehacerse; pero en tal modo te rehaces que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué otra cosa es sino vivir? Cómete la Vida, bébete la Vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida. Entonces será esto, el Cuerpo y la Sangre de Cristo será Vida para cada uno cuando lo que en este sacramento se toma visiblemente, el pan y el vino, que son signos, se come espiritualmente y espiritualmente se beba lo que significa. Porque le hemos oído al Señor decir: "El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay en vosotros algunos que no creen" (Ibid. 64-65). Eran los que decían: "¡Cuán duras palabras son estas!, ¿quién las puede aguantar?" (ib. 62). Duras, sí, para los duros; es decir son increíbles, mas lo son para los incrédulos " (Sermón 131, 1).
Todos los hombres están llamados a vivir con Dios, pero han de pasar por la puerta estrecha de la renuncia y del don de sí mismos. El profeta Isaías nos enseña que el plan de Dios es congregar a todos los hombres para mostrarles su gloria. Soportar la prueba como una purificación para la gloria (segunda lectura).
La Iglesia no es una casta de puritanos. Es una comunidad de creyentes que gratuitamente han sido llamados por el Padre para participar del Misterio de Cristo. El auténtico cristiano es consciente de la necesidad que tienen de Cristo todos los hombres y actúan consecuentemente.
– Is 66, 18-21: Traerán a todos vuestros hermanos de entre todas las naciones. Isaías es el pregonero del Nuevo Pueblo de Dios, depositario de la salvación, como patrimonio para todos los pueblos.
La evangelización y el testimonio no son ante todo un andar, un hacer, sino principalmente un ser. Algunos cristianos han sido llamados a vivir este aspecto de un modo especial (piénsese en el monacato antiguo y moderno), mas toda la Iglesia está llamada a descubrir este aspecto y vivirlo según su género de vida. Debemos ir a los no creyentes, mas al mismo tiempo vivir de forma tal que seamos signos, para que sean atraídos.
También en el Nuevo Testamento es fundamental la vida litúrgica. Todos son convocados a la alabanza divina y a la adoración del Señor. La liturgia punto de llegada y de partida: fons et culmen.
A esto conduce también el Salmo 116, escogido como responsorial: " Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos ".
– Hb 12, 5-7.11.13: El Señor reprende a los que ama. La visión paternal de Dios es siempre más amplia y amorosa que la irresponsabilidad engreída de los hijos.
La reflexión sapiencial sobre el valor pedagógico del sufrimiento es un intento de respuesta al problema del dolor, como los que aparecen en el libro de Job. Ese intento puede tener validez, pero también limitaciones. Casiano dice:
" Todo cuanto nos viene de parte de Dios, y que de pronto nos parece próspero o adverso, nos es enviado por un Padre lleno de ternura y por el más sabio de los médicos, con miras a nuestro propio bien " (Colaciones 7, 28).
– Lc 13, 22-30: Vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán en la mesa del Reino de Dios. Frente al racismo religioso y presuntuoso de Israel, el Evangelio es diáfano. La salvación se alcanza con fidelidad humilde a la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven (1Tm 2, 4), no con la propia autojustificación o nuestra presunción de elegidos.
Lo que importa no es saber si son muchos los que se salvan, sino vivir responsablemente la inquietud del problema de la salvación, evitando toda presunción religiosa y pietismos estériles.
Cristo hubo de vivir el drama frente a la presunción religiosa de Israel y con la vivencia acuciante de la indigencia de la salvación que tienen todos los hombres. Este problema afectó también a la Iglesia primitiva (Hch 15, 6 ss). La catolicidad es una responsabilidad de toda la Iglesia y un derecho de toda la humanidad. Nuestro encuentro con Cristo no concluye con la celebración eucarística. Debemos identificarnos con la inmolación reparadora del Corazón de Cristo en favor de todos los hombres. A todos los hombres debemos testimoniar fraternalmente nuestros anhelos por su salvación. Con todos los hombres debemos sentirnos solidarios en la necesidad que todos tenemos de Cristo Salvador.