Entrada: " En tu poder, Señor, está todo; nadie puede resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas todas que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo " (Est 13, 9-11).
Colecta (del Misal anterior, antes en el Gelasiano y Gregoriano): " Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir ".
Ofertorio (compuesta con textos del Veronense): " Recibe, Señor, la oblación que tú has instituido, y por estos santos misterios que celebramos para darte gracias, santifica a los que tú mismo has redimido ".
Comunión: " Bueno es el Señor para el que espera en Él, para el alma que le busca " (Lm 3, 25) o: " El Pan es uno, y así nosotros, aunque seamos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del mismo Pan y bebemos del mismo Cáliz " (1Co 10, 17).
Postcomunión (compuesta con un texto del Sermón 63 de San León Magno): " Concédenos, Señor todopoderoso, que de tal manera saciemos nuestra hambre y nuestra sed en estos sacramentos, que nos transformemos en lo que hemos recibido ".
La viña del Señor es aludida en las lecturas primera y tercera. San Pablo invita a los cristianos a vivir intensamente bajo la mirada de Dios y a cultivar todas las virtudes.
En esta celebración se nos invita a examinar humildemente nuestra vida cristiana y a considerar sinceramente los frutos de santidad que ha logrado en nosotros la gracia de Cristo.
– Is 5, 1-7: La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel. El cántico de Isaías contra la viña estéril, a pesar de ser tan cuidada por el Señor, es anuncio de la reprobación del " Israel de la carne " (Rm 9, 30 ss), que se resiste a la voluntad de Dios. San Basilio comenta:
" Él no cesa en toda ocasión de explicar esta analogía de las almas humanas con la viña. "Mi amigo, dice, tenía una viña... Yo planté una viña"... (Is 5, 1; Mt 21, 33). Son evidentemente las almas de los hombres a los que llama su viña; aquellas que Él ha rodeado de una cerca, la seguridad que dan sus preceptos y la guarda de sus ángeles... Y después, como una empalizada plantada a nuestro alrededor, en primer término a los apóstoles, en segundo lugar a los profetas y luego a los doctores. Por los ejemplos de los hombres santos antiguos ha elevado nuestros pensamientos a lo alto, sin dejar que caigan por tierra ni sean pisoteados. Quiere que los abrazos de la caridad, como los sarmientos de la vid, nos unan al prójimo y nos hagan descansar en él, a fin de que nuestros continuos esfuerzos hacia el cielo, como sarmientos trepadores, se eleven hasta las cimas más elevadas. Nos manda que nos dejemos labrar. Un alma está escardada cuando echa de sí las preocupaciones mundanas, que son un peso para nuestro corazón. Consecuentemente, quien echa de sí el amor carnal, el apego a las riquezas, y tiene como odioso y despreciable el deseo apasionado de esta gloria miserable, está como labrado y respira libre del peso vano de los pensamientos terrenos "... (Homilía 5, 6 sobre el Hexamerón).
– El Salmo 79 medita el mismo tema: " Sacaste, Señor, una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles y la transplantaste. Extendió sus sarmientos en el mar y sus brotes hasta el Gran Río. ¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas? " Es necesario el arrepentimiento y la petición de perdón: " Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa. No nos alejaremos de ti, danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve ".
– Flp 4, 6-9: El Dios de la paz estará con vosotros. El Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, ha de evidenciar su amorosa fidelidad a Cristo y a su Evangelio por la santidad de vida de sus miembros. San Agustín escribe:
" Pero a ciertas horas sustraemos la atención a las preocupaciones y negocios, que nos entibian en cierto modo el deseo, y nos entregamos al negocio de orar; y nos excitamos con las mismas palabras de la oración a atender mejor el bien que deseamos, no sea que lo que comenzó a entibiarse se enfríe del todo y se extinga por no renovar el fervor con frecuencia. Por lo cual dijo el mismo Apóstol: "vuestras peticiones sean patentes a Dios" (Flp 4, 6). Eso no hay que entenderlo como si tales peticiones tuvieran que mostrarse a Dios, pues ya las conocía antes de que se formulasen; han de mostrarse a nosotros en presencia de Dios por la perseverancia, y no ante los hombres por la jactancia " (Carta 130, a Proba 18).
San Jerónimo comenta:
" También la paz será obra de la justicia; "aquella paz que, según el apóstol, supera todo sentido" (Flp 4, 7). Y el culto de la justicia, el silencio, para que adores al Señor no con muchas palabras de los judíos, sino en la brevedad de la fe; y descansen seguros con la paz eterna y sus riquezas esté en sus tabernáculos " (Comentario sobre el profeta Isaías).
– Mt 21, 33-43: Arrendará la viña a otros labradores. La parábola de los viña-dores presuntuosos es una condenación evangélica de todo engreimiento, que siempre es estéril, rebelde y presuntuoso ante los designios divinos de salvación, realizados en el misterio de Cristo Redentor. Oigamos a San Juan Crisóstomo:
" Y justamente se les propuso una parábola, fue porque ellos mismos pronunciaran su sentencia. Lo mismo sucedió con David, cuando él mismo sentenció en la parábola del profeta Natán (2R 12, 6). Mas considerad, os ruego, cuán justa es la sentencia aun por el solo hecho de que los mismos que han de ser castigados se condenan a sí mismos. Luego, para hacerles ver que no solo la justicia pedía su castigo, sino que de antiguo lo había predicho la gracia del Espíritu Santo, y era, por lo mismo, sentencia de Dios, el Señor les alega la profecía y vivamente los reprende diciendo: ''¿Nunca habéis leído que la piedra que los constructores rechazaron?''... Modos todos de manifestarles que ellos, por su incredulidad, habían de ser rechazados e introducidas en su lugar las naciones " (Homilía 68, 2 sobre San Mateo).
El autor de la Carta a los Hebreos nos muestra a Cristo como el Redentor que vino a salvar a los hombres y a unirlos en una sola raza, para conducirlos a Dios. Y las lecturas primera y tercera tratan del tema del matrimonio cristiano. Nos manifiestan la original decisión divina de diferenciar al ser humano en hombre y en mujer, para asociarlos así, de modo connatural y maravilloso, a la obra creadora en la propagación de la vida humana en el tiempo y para la eternidad.
– Gn 2, 18-24: Serán los dos una sola carne. Hombre y mujer tienen, según el designio divino, la misma dignidad de hijos de Dios. La Sagrada Escritura re-vela a todos un conjunto de profundas verdades que no fueron descubiertas ni por la especulación filosófica, antigua o moderna, ni por las religiosidades paganas. El autor sagrado enseña en el nombre de Dios la perfecta igualdad del hombre y de la mujer, la superioridad de los mismos al mundo animal, y su unión íntima en el matrimonio, en el que las más profundas exigencias naturales se purifican y perfeccionan en un amor que vincula para siempre.
– El Salmo 127 es un canto a la felicidad doméstica de quien teme al Señor: " Dichoso el que teme al Señor y sigue su camino. Comerás del fruto de tu trabajo... Tu mujer como parra fecunda... Tus hijos como renuevos de olivo... Que te bendiga el Señor desde Sión, que veas a los hijos de tus hijos. Paz a Israel ".
– Hb 2, 9-11: El Santificador y los santificados proceden todos del mismo. Cristo Jesús, Hijo de Dios, hecho hombre, es quien ha llevado a su auténtica dignidad al ser humano: destinándolo a la eternidad y regenerándolo con su sangre redentora. El autor de la Carta quiere demostrar que la altísima dignidad de los cristianos, pues su Cabeza, Cristo Jesús, ha recibido una doble gloria: fue anunciado por los profetas y ha renovado en el hombre su dignidad perdida, según el Salmo 8, elevándolo a una excelsa condición divina. Por tanto, todos los hombres, pasados, presentes y futuros tienen relación con Él. Y por eso mismo, entre Jesús y nosotros hay un común destino, que solo con Él y por Él podemos alcanzar.
– Mc 10, 2-6: Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. La obra redentora de Cristo Jesús tuvo que rescatar también la institución matrimonial de la profunda degradación a que había sido llevada por el pecado de los hombres. La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio para toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos, fue elevada por Cristo en los bautizados a la dignidad de sacramento. Y así escribe Tertuliano:
" No hay palabras para expresar la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, la oblación divina confirma, la bendición consagra, los ángeles lo registran y el Padre lo ratifica. En la tierra no debe los hijos casarse sin el consentimiento de sus padres. ¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en una misma esperanza, en una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son hermanos, los dos sirven al mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia alguna, ni de carne ni de espíritu.
" Son verdaderamente dos en una misma carne; y donde la carne es una y el espíritu es uno. Rezan juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro, se soportan mutuamente. Son iguales en la iglesia, en el banquete de Dios. Comparten por igual las penas, las persecuciones, las consolaciones. No tienen secretos el uno para el otro; nunca rehuyen la compañía mutua; jamás son causa de tristeza el uno para el otro... Cantan juntos los salmos e himnos. En lo único que rivalizan entre sí es ver quién de los dos cantará mejor. Cristo se regocija viendo a una familia así, y les envía su paz. Donde están ellos, allí está también Él presente, y donde está Él el Maligno no puede entrar " (A su esposa 2, 8).
Las lecturas primera y tercera nos hablan del valor de la fe. San Pablo nos exhorta a ser valientes para testimoniar a Cristo. Vivir de la fe es más que haber aceptado un mensaje doctrinal o que profesar una ideología religiosa, acatando unos principios doctrinales, éticos o morales. La fe cristiana es ante todo una entrega personal a Dios, en respuesta a la persona y a la palabra viva de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que se hace hombre para hacer a los hombres hijos de Dios. La vida para los creyentes, como para San Pablo, no tiene sentido si no está centrada realmente en Cristo y marcada siempre por su evangelio.
– Ha 1, 2-3;2, 24: El justo vivirá de la fe. Al final de la vida, el hombre será juzgado por el Señor. Y mientras el incrédulo se hace cada vez más digno de reprobación por su fatuidad interior, el justo se santifica cada día más por su vida de fe y su fidelidad al Espíritu Santo. Comenta San Agustín:
" Si dijéramos que carecemos en absoluto de justicia, negaríamos los dones de Dios. Si carecemos en absoluto de justicia, carecemos también de la fe, y si no tenemos fe, ni siquiera somos cristianos. Si tenemos fe, algo de justicia poseemos. ¿Quieres conocer la medida de ese algo? "El justo vive por la fe" (Ha 2, 3). El justo, digo, vive por la fe, puesto que cree lo que no ve " (Sermón 158, 4).
La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. Para llegar a la fe y permanecer en ella es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del alma y concede a todos facilidad para aceptar y creer la verdad.
– Escuchad la voz del Señor, exhorta el Salmo 94: " No endurezcáis el corazón, como en Meribá, como el día de Masá en el desierto ". Dios es el Señor, y nosotros somos su pueblo. Él habla a nuestro corazón.
– 2Tm 1, 6-8.13-14: No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor. La fortaleza se ve muchas veces puesta a prueba, y la caridad y la prudencia son los signos del verdadero creyente en Cristo. La fe no ha de reducirse a una forma de conocimiento abstracto, sino que es esencialmente una actitud de vida, que incluye el testimonio de Cristo a través del ejemplo y de la práctica. Así San Pablo, San Timoteo y tantos otros cristianos, auxiliados por la gracia divina, guardaron intacto el depósito de la fe, y confesaron a Cristo entre los hombres y entre los creyentes por la palabra y la obra. Solo así la verdad evangélica es proclamada eficazmente y penetra en el corazón de los hombres para convencerlos, transformarlos y vivificarlos. La fe actúa de este modo en toda su plenitud, guardando su luminosa simplicidad. Enseña San Hilario:
" La fe tiene por objeto verdades simples y puras, y Dios no nos llama a la vida bienaventurada con cuestiones difíciles, ni se sirve de artificios de elocuencia para atraernos, sino que ha reducido el camino de la eternidad a unos conocimientos breves, claros y fáciles de concebir " (Sobre los Salmos lib.10, 5).
Y San Ambrosio:
" Creyó Abrahán a Dios, y esto se le contó por justicia, porque no buscó la razón, sino que creyó con la fe más obediente: lo que importa es que la fe preceda a la razón, no parezca que para creer a Dios le pedimos la razón como si fuera un hombre; porque sería indignidad dar fe al testimonio de un hombre en lo que nos dice de otro, y no creer a los oráculos de un Dios, cuando habla de Sí mismo " (Sobre Abrahán 15, 7).
– Lc 17, 5-10: Si tuvierais fe. La fe genuina lleva al cristiano a una actitud permanente de responsabilidad amorosa y de servicio caritativo, avalada por la confianza humilde y filial ante el Padre. El don fundamental de la salvación es la fe, pero entendida rectamente a la luz de la Palabra de Dios, es decir, como una fuerza interior que proviene de lo alto y que lo transforma todo, con tal que el hombre sepa acogerla con humilde disponibilidad. Escribe San Ambrosio:
" En este pasaje se nos exhorta a la fe, queriéndonos enseñar que hasta las cosas más sólidas pueden ser vencidas por la fe. Porque de la fe surge la caridad, la esperanza y de nuevo, haciendo una especie de círculo cerrado, unas son causas y fundamentos de las otras " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII, 30).