Entrada: " Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a la niña de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme " (Sal 16, 6.8).
Colecta (del Gelasiano y Gregoriano): " Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón ".
Ofertorio (del Veronense): " Concédenos, Señor, ofrecerte estos dones con un corazón libre, para que tu gracia pueda purificarnos en estos misterios que ahora celebramos ".
Comunión: " Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre " (Sal 32, 18-19), o bien: " El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por muchos " (Mc 10, 45).
Postcomunión (del Veronense y del Gregoriano): " La participación frecuente en la Eucaristía nos sea provechosa, Señor, para que disfrutemos de tus beneficios en la tierra y crezca nuestro conocimiento de los bienes del cielo ".
El poder temporal de los hombres está o debe estar al servicio del Señor. De Él viene la autoridad y la debemos respetar (lecturas primera y tercera). San Pablo agradece al Señor la gracia de estar al servicio de la fe, la esperanza y la caridad.
El verdadero cristiano, ante cualquier situación conflictiva, sabe adoptar un actitud de testimonio integral: trascendente, temporal y solidario a un mismo tiempo. ¡En su convivencia con los hermanos en el tiempo hay en él siempre una esperanza responsable hacia la eternidad!
– Is 45, 1.4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante Él las naciones. La Providencia salvífica de Dios hace que la misma autoridad humana, aun la pagana o increyente, pueda servir a sus planes de salvación sobre sus elegidos. Dios está siempre por encima de la historia, rigiendo misteriosamente los destinos de la humanidad. Dios se sirve del poder humano para castigar y para salvar. Para lo primero emplea a Nabucodonosor, que lleva los israelitas al destierro; y para darles la libertad se sirve ahora de Ciro, rey de Persia.
El pueblo de Dios no ha sido elegido para la guerra, sino que está destinado a una obra de paz. Sobre los intereses humanos está la voluntad suprema de Dios. Con el retorno de Babilonia se abre para los israelitas uno de los períodos más intensos de su vida espiritual, durante el cual se ponen las bases para la historia futura del pueblo elegido. Por eso se aclama la grandeza de Dios, que es el Todo Otro.
– Lo hacemos también nosotros con el Salmo 95: " Aclamad la gloria y el poder del Señor. Cantemos al Señor un cántico nuevo... Contemos a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas la naciones... Los dioses de los gentiles son apariencia. Sólo Él hizo el cielo y cuanto existe. Familias de los pueblos, aclamad al Señor... Postraos ante el Señor en el atrio sagrado ".
– 1Ts 1, 1-5: Recordamos vuestra fe, esperanza y caridad. Por la fe viva y la esperanza filial, bajo la acción del Espíritu Santo, los cristianos están llamados a ser en el mundo testigos auténticos del Misterio de Cristo, el Salvador. Y es que la fe se ha de reflejar en el comportamiento, porque " la fe sin obras está muerta ", como dice Santiago (St 2, 26). Es la enseñanza de San Juan Crisóstomo:
" La creencia y la fe se prueban por las obras; no diciendo que se cree, sino con acciones reales, cumplidas con perseverancia y con un corazón encendido de amor " (Homilía sobre I Tes. 1, 1-5).
La Evangelización es obra del Espíritu Santo. El Espíritu del primer Pentecostés de la historia cristiana sigue vivificando la vida de la Iglesia y alentando a los apóstoles y misioneros, para que encuentren en Dios Padre y en Cristo su principio generador y su ambiente vital, a fin de vivir en la fe, la esperanza y la caridad.
En todo esto reconocemos que la llamada al Cristianismo es siempre una elección que Dios hace y un don que Él otorga. Eso nos muestra la solicitud particularísima de Dios por la salvación de todos los hombres que, de suyo, ningún mérito tienen para alcanzarla. Colaboremos, pues, fielmente con la gracia de Dios.
– Mt 22, 15-21: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El cristiano, peregrino de Dios hacia la eternidad, es ante las estructuras humanas un testigo consciente de la Providencia del Padre, que rige la vida humana mediante la condición solidaria y jerarquizada de los propios hombres. El cristiano, dando culto solo a Dios, ha de perfeccionar por la gracia en sí mismo la imagen divina. Comenta San Agustín:
" Adorando la imagen del hombre que hizo el Artífice, quebrantas la imagen de Dios, que Dios imprimió en ti mismo. Por tanto, cuando te llame para que vuelvas, quiere devolverte aquella imagen que tú, estropeándola con la ambición terrena, perdiste y oscureciste.
" De aquí procede, hermanos, el que Dios busque su imagen en nosotros. Esto fue lo que recordó a aquellos judíos que le presentaron una moneda... Conoció que le tentaban; conoció, por así decir, la verdad de la falsedad, y con pocas palabras dejó al descubierto la mentira procedente de la boca de los mentirosos. No emitió la sentencia contra ellos por su boca, sino que dejó que ellos mismos la emitieran contra sí... Como el César busca su imagen en su moneda, así Dios busca la suya en tu alma. "Da al César, dice, lo que es del César". ¿Qué te pide el César? Su imagen. ¿Qué te pide Dios? Su imagen. Pero la del César está en la moneda, la de Dios está en ti. Si alguna vez pierdes una moneda, lloras porque perdiste la imagen del César; ¿y no lloras cuando, adorando un ídolo, sabes que estás destrozando la imagen de Dios que hay en ti? " (Sermón 113,A,7-8).
Compartir los sufrimientos de Cristo para compartir su triunfo. No ser servido, sino servir. Todo esto fue profetizado en el Siervo doliente de Isaías. Jesús, Sumo Sacerdote, intercede por nosotros. Sigue sirviendo a los hombres desde el cielo. La Sagrada Eucaristía es la reactualización sacramental del sacrificio redentor de Cristo en la Cruz, inmolado solidariamente por la salvación de todos los hombres. La Iglesia continúa su obra evangelizadora en un inmenso servicio a la humanidad. No obstante hoy hay más de cuatro mil millones de hombres que aún no conocen a Cristo.
– Is 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años. El cuarto cántico de Isaías sobre el Siervo de Dios nos presenta la semblanza de Jesucristo, machacado por nuestras maldades, reparador de los pecados de todos. Nos hace contemplar la soledad doliente del Siervo. Pero no está en realidad solo, porque sobre Él desciende la voluntad del Señor. No lo está tampoco, en cuanto que se hace solidario con los demás. En su dolorosa soledad se une a los hombres. El Siervo será el hombre de la alianza. Con esta idea se comprende mejor el valor de la suerte del Siervo y el sentido positivo de su ofrenda sacrificial. La alianza es un acontecimiento de encuentro lacerante entre Dios y el hombre, entre el Santo y el pecador rebelde, para salvar a éste de su pecado, de su rebeldía.
– Con el Salmo 32 pedimos que la misericordia del Señor venga sobre nosotros como lo esperamos de Él. Y confesamos con gozo que los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
– Hb 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia. Cristo es el único y eterno Sacerdote, glorificador del Padre y Salvador de todos los hombres. Él es el Mediador perfecto. Escribe Teodoreto de Ciro:
" Los que habían creído sufrían por aquel entonces una gran tempestad de tentaciones; por eso el Apóstol los consuela, enseñando que nuestro Sumo Pontífice no solo conoce en cuanto Dios la debilidad de nuestra naturaleza, sino también en cuanto hombre experimentó nuestros sufrimientos, aunque estaba exento de pecado. Como conoce bien nuestra debilidad, puede concedernos la ayuda que necesitamos, y al juzgarnos dictará sus sentencia teniendo en cuenta esa debilidad " (Comentario a la Carta a los Hebreos 4, 14-16).
– Mc 10, 35-45: El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos. Hemos de vivir en la fe del Hijo de Dios, que nos amó y se inmoló en reparación de nuestros pecados (cf. Ga 2, 20). Jesucristo libera al hombre entregándose por él. Los cristianos estamos llamados a participar en su actitud oblacional con el servicio recíproco y el testimonio, incluso con nuestra propia vida. Así lo han hecho multitud de hermanos nuestros y lo siguen haciendo.
La semblanza mesiánica del Corazón redentor de Jesucristo es presentada como servicio victimal, reparador de los pecados de los hombres. Es la dimensión kenótica (humillación, obediencia, victimación redentora) del Misterio Pascual.
Contemplemos la vivencia sacerdotal profunda del Verbo encarnado: su genuina misión irrenunciable y la razón de ser del mismo misterio de la Encarnación en carne pasible y sacrificable.
Hemos sido beneficiados por el sacrificio de Cristo. Somos nosotros los que hemos de irradiarlo en todas partes, a toda criatura. Existen millones de hermanos nuestros que no lo conocen aún. No puede esto dejarnos indiferentes, sino que con nuestra oración, con nuestra palabra, con nuestra propia vida y con nuestros sacrificios hemos de proclamarlo en todo momento.
– Mc 10, 35-45: Petición de los hijos del Zebedeo. Comenta San Agustín:
" Escuchaste en el Evangelio a los hijos del Zebedeo. Buscaban un lugar privilegiado, al pedir que uno de ellos se sentase a la derecha de tan gran Padre y el otro a la izquierda. Privilegiado, sin duda y muy privilegiado era el lugar que buscaban; pero, dado que descuidaban el por dónde, el Señor retrae su atención del adónde querían llegar, para que la detengan en el por dónde han de caminar. ¿Qué les responde a quienes buscaban lugar tan privilegiado? "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?" ¿Qué cáliz sino el de la pasión, el de la humildad, bebiendo el cual y haciendo suya nuestra debilidad, dice al Padre: "Padre, si es posible pase de mí este cáliz"? Él se pone en lugar de quienes rehusaban beber ese cáliz y buscaban el lugar privilegiado... Buscáis a Cristo glorificado; acercaos a Él crucificado... Ésta es la doctrina cristiana, el precepto y la recomendación de la humildad: "no gloriarse a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6, 14) " (Sermón 160, 5).
La oración perseverante alcanza todo lo que necesitamos (lecturas primera y tercera). La fe que recibimos en el bautismo ha de ser alimentada con la lectura de la Palabra de Dios. Así estaremos siempre dispuestos a irradiarla por todas partes (segunda lectura).
La oración, como permanente vivencia de la confianza y esperanza en Dios, nuestro Padre, es el modo más auténtico de vivir nuestro quehacer cotidiano conforme a su Voluntad divina y nuestro destino de salvación. La medida de la fidelidad a Dios se da en el cristiano, ante todo, por la constancia y la hondura de su vida de oración filial.
– Ex 17, 8-13: La oración de Moisés obtuvo la victoria. La protección divina nos es siempre necesaria, pues sin ella de poco vale el propio esfuerzo humano. La oración constante es la que garantiza el sentido cristiano de nuestra vida y de nuestra lucha por la salvación. Moisés aparece en la Escritura como el gran intercesor. Dice Orígenes:
" Estas son las dos obras del pontífice: aprender de Dios, leyendo las Escrituras divinas y meditándolas frecuentemente, y enseñar al pueblo. Pero que enseñe las cosas que él aprende de Dios, no las de su propio parecer, ni las opiniones humanas, sino las que enseña el Espíritu Santo. Es precisamente lo que hace Moisés: él no va a la guerra, no lucha contra los enemigos. ¿Qué hace? Ora; y mientras él ora, vence el pueblo. Si se cansa y baja las manos, el pueblo es vencido y huye (Ex 17, 8-14). Ore, pues, incesantemente el sacerdote de la Iglesia, para que el pueblo que le está encomendado venza a los enemigos invisibles, los amalecitas, los demonios que atacan a los que quieren vivir piadosamente en Cristo " (Homilía 8, 6, sobre el Levítico).
– Con el Salmo 120 continuamos el mismo tema de la oración: " El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra. Levante mis ojos a los montes. No permitirá el Señor que resbale mi pie; Él no duerme, ni reposa. Es el guardián de Israel [de la Iglesia, de cada alma cristiana]. El Señor nos guarda en su sombra, está a nuestra derecha. Nos protege de día y de noche, nos guarda de todo mal ahora y siempre ". Por eso acudimos a Él con toda confianza y vivimos en la paz.
– 2Tm 3, 14-4, 2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. La oración meditada de la Palabra de Dios nos ayuda en nuestra vida de creyentes y nos mantiene en tensión evangélica para el testimonio cristiano. San Vicente de Lerin enseña:
" La naturaleza de la religión exige que todo sea transmitido a los hijos con la misma fidelidad con la que ha sido recibido de los padres, y que, además, no nos es lícito llevar y traer la religión por donde nos parezca, sino que más bien somos nosotros los que tenemos que seguirla por donde ella nos conduzca " (Conmonitorio 5).
San Gregorio Magno enseña:
" Quien se prepara para pronunciar una predicación verdadera, es preciso que tome de las sagradas Escrituras los argumentos, para que todo lo que hable se fundamente en la autoridad divina " (Morales sobre Job 18, 26). Y
" ¿Qué es la Sagrada Escritura sino una carta de Dios omnipotente a su criatura?... Estudia, pues, por favor, y medita cada día las palabras de tu Creador. Aprende lo que es el corazón de Dios, penetrando en las palabras de ese Dios, para que anheles con más ardor las realidades eternas y tu alma se encienda en deseos más vivos de los gozos celestiales " (Carta a Teodoro, médico, 5, 31).
" Lee muy a menudo las divinas Escrituras, o, por decirlo mejor, que nunca la lectura sagrada se te caiga de las manos. Aprende lo que has de enseñar, mantén firme la palabra de fe que es conforme a la doctrina, para que puedas exhortar con doctrina sana y convencer a los contradictores " (Carta a Nepociano 7).
– Lc 18, 1-8: Dios hará justicia al elegido, que clama a Él. La perseverancia en la oración es la mejor garantía para mantener nuestra fe viva y esperanzada para el día del Señor. Comenta San Agustín:
" La lectura del santo Evangelio nos impulsa a orar y a creer, y a no apoyarnos en nosotros mismos, sino en el Señor. ¿Qué mejor exhortación a la oración que el que se nos haya propuesto esta parábola sobre el juez inicuo?... Si, pues, escuchó quien no soportaba el que se le suplicara ¿de qué manera escuchará quien nos exhorta a que oremos?...
" Si la fe flaquea, la oración perece. ¿Quién hay que ore si no cree? Por esto el bienaventurado Apóstol, exhortando a orar, decía: "cualquiera que invoque el nombre del Señor será salvo". Y para mostrar que la fe es la fuente de la oración y que no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua, añade: "¿y cómo van a invocar a Aquel de quien no oyeron?" (Rm 10, 13-14). Creamos, pues, para poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos. De la fe fluye la oración, y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe " (Sermón 115, 1).
Hemos de vivir en una oración perseverante, si no queremos frustrar los frutos de las celebraciones litúrgicas. Hemos de orar por nosotros, por la Iglesia y por todo el mundo.