Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
QUIEN ES DIOS
(31.VII.85)
1. Al pronunciar las palabras "creo en Dios", expresamos ante todo la convicción de que Dios existe. Este es un tema que hemos tratado ya en las catequesis del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra "creo". Según la enseñanza de la Iglesia la verdad sobre la existencia de Dios es accesible también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como testimonian los pasajes del libro de la Sabiduría (Sb 13, 1-9) y de la Carta a los Romanos (cfr. Rm 1, 19-20) citados anteriormente. Nos hablan del conocimiento de Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras páginas de la Sagrada Escritura. El Dios invisible se hace en cierto sentido "visible" a través de sus obras. "Los cielos pregonan la gloria de Dios, / y el firmamento anuncia la obra de sus manos. / El día transmite el mensaje al día, / y la noche a la noche pasa la noticia" (Sal 18, 2-3). Este himno cósmico de exaltación de las creaturas es un canto de alabanza a Dios como creador. He aquí algún otro texto: "¡Cuántas son tus obras, oh Yavé! / ¡Todas las hiciste con sabiduría! / Está llena la tierra de tu riqueza" (Sal 104, 24). "El con su poder ha hecho la tierra, / con su sabiduría cimentó el orbe / y con su inteligencia tendió los cielos ( . . . ) . / Embrutecióse el hombre sin conocimiento)" (Jr 10, 12, 14). "Todo lo hace El apropiado a su tiempo (. . . ). Conocí que cuanto hace Dios es permanente y nada es le puede añadir, nada quitar" (Qo 3, 11, 14).
2. Son sólo algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad religiosa sobre Dios-Creador. utilizando la imagen del mundo a ellos contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente verdadera y poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica y científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien procede con espíritu libre de prejuicios. Las maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el hombre y el mundo, sobre el microcosmos y el macrocosmos, sobre la estructura interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son tales que confirman las palabras de los autores sagrados, induciendo a reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora del universo.
3. Las palabras "creo en Dios" se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a Si mismo. Dios que se revela es Aquel que existe: en efecto, puede revelarse a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de Dios la Revelación se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se presenta como un interrogante o un problema en si mismo. Como hemos dicho ya la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio afirman la posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón (cfr. Sb 13, 1-9; Rm 1, 19-20; DS 3004 Vatic. I, cap. 2 Vatic. II, Dei verbum, 6). Indirectamente tal afirmación encierra él postulado de que el conocimiento de la existencia de Dios mediante la fe–que expresamos con las palabras "creo en Dios"–, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar. "Credo, ut intelligam" como también "intelligo, ut credam": éste es el camino de la fe a la teología.
4. Cuando decimos "creo en Dios", nuestras palabras tienen un carácter preciso de "confesión". Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos participes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible conocer que El existe, sino que nos permite también conocer Quién es El, y también cómo es El. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién es Dios?
5. Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Exodo (Ex 3, 1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercaní as del monte Horeb advierte un fenómeno extraordinario. "Veía Moisés que la zarza ardía y que no se consumía" (Ex 3, 2). Se acercó y Dios "le llamó de en medio de la zarza: "¡Moisés! ¡Moisés!", él respondió: "Heme aquí". Yavé le dijo: "No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa"; y añadió: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob". Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios" (Ex 3, 4-6). El acontecimiento descrito en el libro del Exodo se define una "teofanía", es decir, una manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra, entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya. En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante la misma zarza que arde sin consumirse.
6. Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la Tierra Prometida. Dios le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: "Yo estaré contigo". Entonces Moisés se dirije a Dios: ~Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me envía a vosotros y me pregunta cual es su nombre, ¿qué voy a responderles?". Dios dijo a Moisés: "Yo soy el que soy". Después dijo: "Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros" (Ex 3, 12-14). Así, pues, el Dios de nuestra fe–el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob–revela su nombre. Dice así: "Yo soy el que soy". Según la tradición de Israel, el nombre expresa la esencia. La Sagrada Escritura da a Dios diversos "nombres"; entre éstos: "Señor" (por ejemplo, Sb 1, 1), "Amor" ( 1Jn 4, 16), "Misericordioso" (por ejemplo, Sal 86, 15), "Fiel" ( 1Co 1, 9), "Santo" (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. El que es dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser subsistente como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar.