Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

LA CREACION, OBRA DE LA TRINIDAD
(5.III.86)

1. La reflexión sobre la verdad de la creación, con la que Dios llama al mundo de la nada a la existencia, impulsa la mirada de nuestra fe a la contemplación de Dios Creador, el cual revela en la creación su omnipotencia, su sabiduría y su amor. La omnipotencia del Creador se muestra tanto en el llamar a las criaturas de la nada a la existencia, como en mantenerlas en la existencia. "¿Cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin Ti?", pregunta el autor del libro de la Sabiduría (Sb 11, 25).

2. La omnipotencia revela también el amor de Dios que, al crear, da la existencia a seres diversos de El y a la vez diferentes entre sí. La realidad del don impregna todo el ser y el existir de la creación. Crear significa donar (donar sobre todo la existencia), y el que dona, ama. Lo afirma el autor del libro de la Sabiduría cuando afirma: "Amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho, pues si hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado" (Sb 11, 24); y añade: "A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida" (Sb 11, 26).

3. El amor de Dios es desinteresado: mira solamente a que el bien venga a la existencia, perdure y se desarrolle según la dinámica que le es propia. Dios Creador es Aquel "que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad" (Ef 1, 11). Y toda la obra de la creación pertenece al plan de la salvación, al misteriosos proyecto "oculto desde los siglos en Dios, creador de todas las cosas" (Ef 3, 9). Mediante el acto de la creación del mundo, y en particular del hombre, el plan de la salvación comienza a realizarse. La creación es obra de la Sabiduría que ama, como recuerda la Sagrada Escritura varias veces (Cfr., p.e., Pr 8, 22-36). Está claro, pues, que la verdad de fe sobre la creación se contrapone de manera radical a las teorías de la filosofía materialista, las cuales consideran el cosmos como resultado de una evolución de la materia que puede reducirse a pura casualidad y necesidad.

4. Dice San Agustín: "Es necesario que nosotros, viendo al Creador a través de las obras que ha realizado, nos elevemos a la contemplación de la Trinidad de la cual lleva la huella la creación en cierta y justa proporción" (De Trinitate 6, 10, 12). Es verdad de fe que el mundo tiene su comienzo en el Creador, que es Dios uno y trino. Aunque la obra de la creación se atribuya sobre todo al Padre efectivamente, así profesamos en los Símbolos de la fe ("Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra") es también verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el único e indivisible "principio" de la creación.

5. La Sagrada Escritura confirma de distintos modos esta verdad: ante todo, por lo que se refiere al Hijo, el Verbo, la Palabra consubstancial al Padre. Ya en el Antiguo Testamento están presentes algunas alusiones significativas, como, p.e., este elocuente versículo del Salmo: "La palabra del Señor hizo el cielo" (Sal 32, 6). Se trata de una afirmación que encuentra su plena explicación en el Nuevo Testamento, así, p.e., en el Prólogo de Juan: "Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho y por El fue hecho el mundo" (Jn 1, 1-2. 10). Las Cartas de Pablo proclaman que todas las cosas han sido hechas "en Jesucristo": efectivamente, en ellas se habla de "un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también" (1Co 8, 6). En la Carta a los Colosenses leemos: "El (Cristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en El fueron creadas todas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles. Todo fue creado por El y para El. El es antes que todo y todo subsiste en El" (Col 1, 15-17). El Apóstol subraya la presencia operante de Cristo, bien sea como causa de la creación ("por El"), o bien como su fin ("para El"). Es un tema sobre el cual habrá que volver. Mientras tanto, notemos que también la Carta a los Hebreos afirma que Dios por medio del Hijo "también hizo el mundo" (Hb 1, 2), y que el "Hijo sustenta todas las cosas con su poderosa presencia" (1, 3).

6. De este modo el Nuevo Testamento, y en particular los escritos de San Pablo y de San Juan, profundizan y enriquecen el recurso a la Sabiduría y a la Palabra creadora que ya estaba presente en el Antiguo Testamento: "La palabra del Señor hizo el cielo" (Sal 32, 6). Hacen la precisión de que el Verbo creador no sólo estaba "en Dios", sino que "era Dios", también que precisamente en cuanto Hijo consubstancial al Padre, el Verbo creó el mundo en unión con el Padre: "y el mundo fue hecho por El" (Jn 1, 10). No sólo esto: el mundo también fue creado con referencia a la persona (hipóstasis) del Verbo. "Imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), el Verbo que es el Eterno Hijo, "esplendor de la gloria del Padre e imagen de su sustancia" (Cfr. Hb 1, 3) es también el "primogénito de toda criatura" (Col 1, 15), en el sentido de que todas las cosas han sido creadas por el Verbo-Hijo, para llegar a ser, en el tiempo, el mundo de las criaturas, llamado de la nada a la existencia "fuera de Dios". En este sentido "todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).

7. Se puede afirmar, pues, que la Revelación presenta una estructura del universo "lógica" (de "Logos" Logos: Verbo) y una estructura "icónica" (de "Eikon" Eikon: imagen, imagen del Padre). Efectivamente, desde los tiempos de los Padres de la Iglesia se ha consolidado la enseñanza, según la cual, la creación lleva en sí "los vestigios de la trinidad" ("vestigia Trinitatis"). Es obra del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. En la creación se revela la Sabiduría de Dios: en ella la aludida doble estructura "lógico-icónica" de las criaturas está íntimamente unida a la estructura del don. Cada una de las criaturas no sólo son "palabras" del Verbo, con las que el Creador se manifiesta a nuestra inteligencia, sino que son también "dones" del Don: llevan en sí la impronta del Espíritu Santo, Espíritu creador. Acaso no se dice ya en los primeros versículos del Génesis: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra (=el universo) y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas" (Gn 1, 1-2)?. La alusión, sugestiva aunque vaga, a la acción del Espíritu en ese primer "principio" del universo, resulta significativa para nosotros que la leemos a la luz de la plena revelación neotestamentaria.

8. La creación es obra de Dios uno y trino. El mundo "creado" en el Verbo-Hijo, es "restituido" juntamente con el Hijo al Padre, por medio de ese Don-Increado, consubstancial a ambos, que es el Espíritu Santo. De este modo el mundo es "creado" con ese Amor que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Este universo abrazado por el eterno Amor, comienza a existir en el instante elegido por la Trinidad como comienzo del tiempo. De este modo la creación del mundo es obra del Amor: el universo, don creado brota del Don Increado, del Amor recíproco del Padre y del Hijo, de la Santísima Trinidad.